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[EL TERROR DE SEXTO"B" ‘© Del esto: 1995, Yolanda Reyes {© Dela hsracioner: Darel Rabanal 1 1095, Editorial Saaiana S.A. De ents diién: 2006, Sanilana S.A. (Av. Primavera 2160, Lima 33 Pers + Batol Santana S.A, Calle 80 No, 1023, Bogs - Colombia Aguas, Ales, Taras Alfagusra, SA. [Leundro N. Alem 720 ClOOIAAP Cid de Buenos Aires, Arzenia huis, Aten, Tau, Alfaguara, SA. de CV ‘sods. Universidad, 767, Col Dl Valle, México DF, CP. 03100 £ Sunilens Ediciones Generales, SL. “Torelaguns, 60. 28043 Mactid irescign eel ‘Mencenes Gonaars> Disco de ln colecsise: Jost Crest, Ross Math ests Sac Diagramsci sere Tara Mustain de cubiraeinerores set RBA, Raga d Proyecto El 3 3130140080000 Pras ein on el Per ee 2006 Irs ered in Po Marcio SA Us Goes 30, Lina 9 Per El terror de Sexto “B” Yolanda Reyes hnabarines@# Daniel Rabanal ” ‘fndice y Circular para los lectores de estas historias . Frida. El dia en que no hubo clase Un érbol terminantemente prohibido. El terror de Sexto “B”.. Martes a la quinta hora © laclase de gimnasia Saber perder. Un amor demasiado grande ‘A Hernando y Beatriz A Luis, Isabel y Emilio en orden de estatura y con un amor demasiado grande g® Circular para los lectores ®y de estas historias « ‘Los papés siempre dicen: “Cuando yo tenfa tu edad, era el’mejor de Ia clase”. Dicen también que el colegio es la época mis diverti- da de 1a vida, la més feliz y descomplicada... Dicen y dicen mil maravillas por el estilo. ‘Claro que los papas Hevan muchos afios fuera del colegio y son gente de pésima memo- tia. Ya no se acuerdan del prefecto de discipli- na ni de las malas notas. Es mAs, yo creo que s6- lo se acuerdan de las vacaciones. Estas historias del colegio no son asf. Sucedieron hace muy poco tiempo, en lugares muy cercanos, y me las contaron alumnos que tienen la memoria nuevecita, porque poco la han gastado en aprenderse los accidentes geo- f~“ficos o los rios mds largos del mundo. Si por casualidad encuentran a un com- Pafiero con un nombre parecido en su colegio, Piensen que es una simple coincidencia y no se Jo digan a nadie, para evitar problemas. Ya es suficiente con los que tiene que resolver un alumno durante cinco dfas'a la semana, duran- te cuatro semanas al.mes, durante, diez meses afio, durante doce o més afios de colegio. Si son buenos para multiplicar, hagan la cuenta del tiempo que eso significa: (G5 dfas x 4 semanas x 10 meses x 12 afios. R=...) Pero si les da pereza, envienle el pro- blema al profesor de matematicas. Seguro dis- frutaré resolviéndolo con calculos mentales 0 incluyéndolo en su préximo examen escrito. 'Y a propésito de los profesores, no crean que siempre se divierten. Se sorprenderfan si supieran todo lo que ellos mismos me han con- fesado. Sé, por ejemplo, de una profesora de misica que se morfa del susto con los mons- truos de Cuarto “C”. Las manos le sudaban, las rodillas le temblaban y se le borraba la voz, has- ta que la mamé tuvo que ir a hablar con Ia di- rectora, porque le iban a traumatizar a su hijita, ‘También me sé historias muy roménti- cas que han sucedido entre las cuatro paredes del colegio. Todas son reales. Como me las con- taron, las cuento. 12 Dere; i -greso al estudio. Otra vez, pri dia de colegio. Faltan tres meses, veinte dias y cinco horas para las préximas vacaciones. El profesor no prepar( clase. Parece que el nuevo Sore lo toma de sorpresa. Para salir del paso, acon una vor aprendida de memoria: aquen el cuaderno y escriban co! ésfero azul y buena lem una composicién fo: las vacaciones. Minimo una hoja por lado y lado, sin saltar renglén, Ojo con la ortogra- fia y la puntuacién. Tienen cuarenta y cinco minutos. {Hay preguntas? J Nadie tiene preguntas. Ni respuestas. }6lo una mano que no obedece érdenes porque viene de vacaciones. ¥ un cuaderno rayado de cien pfginas, qe hoy se estrena con el vieo te. ths do todos los aos: “Qué hice en mis vaca “En mis vacaciones conocf a una sue- a. Se llama Frida y vino desde muy lejos a vi- on a sus abuelos colombianos. Ticne el pelo largo, mds liso y més blanco que he cono- 13 cido. Las cejas y las pestafias también son blan- cas. Los ojos son de color cielo y, cuando se rie, se le armuga la nariz. Es un poco més alta que yo, yeso que es un afio menor. Es lindisima. Para venir desde Estocolmo, capital de Suecia, hasta Cartagena, ciudad de Colombia, tuvo que atravesar précticamente la mitad del mundo, Pas6 tres dias cambiando de aviones y de horarios. Me cont6 que en un avi6n le sir- vieron el desayuno 2 la hora del almuerzo y el almuerzo a la hora de la comida y que luego apagaron las luces del avién para hacer dormir alos pasajeros, porque en el ciclo del pais por donde volaban era de noche. Ast, de tan lejos, es ella y yo no puedo dejar de pensarla un solo minuto. Cierro los ‘ojos para repasar todos los momentos de estas, vacaciones, para volver a pasar la pelfcula de Frida por mi cabeza. Cuando me concentro bien, puedo ofr su voz y sus palabras enredando el espafiol. Yo Ie enseiié a decir camarén con chipichipi, ché- Vere, zapote y otras cosas que no puedo repetir. Ella me ensefié a besar. Fuimos al muelle y me Pregunté si habfa besado a alguien, como en las peliculas. Yo le dije que sf, para no quedar como un inmaduro, pero no tenfa ni idea y las Piernas me temblaban y me puse del color de este papel. 15 Ella tomé la iniciativa. Me bes6. No fue tan dificil como yo crefa. Ademfs fue tan répi- do que no tuve tiempo de pensar “qué hago”, ‘como pasa en el cine, con esos besos larguisi- mos. Pero fue suficiente para no olvidarla nun- ca. Nunca jamés, asf me pasen muchas cosas de ahora en adelante. ‘ Casi no pudimos estar solos Frida y yo. Siempre estaban mis primas por ahf, con sus ri- sitas y sus secretos, molestando a “los novios”. ‘S6lo el tiltimo dia, para la despedida, nos deja- ron en paz. Tuvimos tiempo de comer raspados y de caminar a la orilla del mar, tomados de la mano.y sin decir ni una palabra, para que la voz no nos.temblara. ; Un negrito pas6 por la playa vendiendo anillos de carey y compramos uno para cada uno, Alcanzamos @ hacer un trato: no quitamos Jos anillos hasta el dia en que volvamos a en- contramos. Después aparecieron otra vez las primas y ya no se volvieron a ir. Nos tecé de- cimos adiés, como si apenas fuéramos conoci- dos, para no ir a llorar ahf, delante de todo el mundo, - ‘Ahora est muy lejos. En “£s70 ES EL coLMo DE Lo LEI08", jen Suecia! y yo ni siquie- imaginarla allé porque no conozco ni i Runrto nf su casa ni su horaio. Seguro est dormida mientras yo escribo aquf, esta com- posicién. 16 Para mf la vida se divide en dos: antes y después de Frida. No sé cémo pude vivir estos once afios de mi vida sin ella. No sé eémo ha- cer para vivir de ahora en adelante. No existe nadie mejor para mi. Paso revista, una por una, a todas las nifias de mi clase (clas habré besa- do alguien?) Anoche me dormf Ilorando y deb Horar en suefios porque la almohada amanecié mo- jada. Esto de enamorarse es muy duro...” Levanto la cabeza del cuaderno y me en- cuentro con los ojos del profesor clavados en Jos mios. —A ver, Santiago. Léanos en voz alta Jo que escribié tan concentrado. Y yo empiezo a leer, con una voz au- tomética, la misma composicidn de todos los afios: “En mis vacaciones no hice nada espe- cial. No salf a ninguna parte, me quedé en la casa, ordené el cuarto, jugué fitbol, lef muchos libros, monté en bicicleta, etcétera, etcétera”. El profesor me mira con una tnirada le- Jana, incrédula, distrafda. {Sera que él también Se enamoré en estas vacaciones? 17 a El dia en que Ly no hubo clase Era domingo en su peor hora. Seis en punto de la tarde. Al otro dia, colegio. A Juan Guillermo le empezé un nudo en el est6mago. Ahf en su cuarto estaba la maleta intacta, con todos los libros guardados, y las tareas sin ha- cer. Habjia pensado en hacerlas el viernes para salir de “eso”, pero luego llegé Pablo y lo invité a montar en bicicleta, —Las hago el sébado por la mafiana —pensé Juangui, pero el sdbado se fue a ha- cer mercado con la abuela. —Las-hago después —pero después era el cumpleafios de Silvia y después estaba tan cansado que dijo “mejor el domingo por la majiana”, pero el domingo se levanté tardfsimo y, para completar, daban buenos programas en latelevisin y luego le tocé arreglar el cuarto y salir a almorzar y asf sucesivamente. Al final, nunca hubo tiempo de hacer ta- reas... Era domingo a la peor hora y el nudo en el estémago se enredaba cada vez més. imular los nervios, Entonces, para prendi6 la television. —Sélo un ratico, por saber qué estén dando y luego sf empiezo. Total, a esta hora nunca hay buenos programas. En la pantalla habfa una especie de ma- go: un mentalista famoso con turbante en la ca- beza y acento extranjero. Doblaba una cucha- ra con las cejas fruncidas; el tipico y viejo tru- co. La cuchara se dobl6. Juan Guillermo, como -tantos millones de televidentes, obedeci6 las 6r- denes del mentalista. Se fue a la cocina y trajo un tenedor. Hizo todo al pie de la letra. Fruncié las cejas y cerré los ojos para sacar Ja energia magnética del cerebro y doblar las molécu- las del tenedor. Nada. El tenedor no se inmut6. Juan Guillermo no pudo terminar su leccién de energia magnética porque 1o llamaron a co- mer. Después de la comida, el mentalista se habia ido de la 7.V. y en su lugar daban “Gue- rra de Estrellas”. La vio entera y después ya no hubo caso de hacer las tareas porque el suefio Ie cerraba los ojos. —Mafiana en el paradero le pido a An- drés que me explique la tarea de matemndticas, por si me pasan al tablero. ‘Con esa idea, se le quit6 un poco el nu- do del estémago y se durmi6 profundamente. 20 Adivinen con quién sofi6... Pues con el tenmalisia y con sua ejersicios de control men: El lunes, a la peor hora: jseis en punto de la mafiana! soné puntual el despertador. Juan Guillermo se acomodé entre las cobijas para despedirse del suefio y se desperté una hora més tarde con los gritos de mama. —jMire que si lo deja el bus, el castigo es para mf porque me toca llevarlo! Y asf fue. Juan Guillermo se tomé el chocolate sin pan ni jugo, se bafié en sesenta segundos, salié con la corbata en una mano y la peinilla en la otra y corti sin parar, pero el bus ya iba en la otra esquina y no pudo alcanzarlo. Asf que volvié a casa, con cara de nifio regafiado y mamé, furibunda, con la piyama de- bajo del abrigo, salié rumbo al colegio repitien- do la misma cantaleta reservada para esas oca~ siones. —Que pasara algo y no pudiera legar —pensé Juan Guillermo y, por pura casualidad, el carro dio tres estomudos y quedé varado en- tre una fila de carros, en plena calle principal, en plena hora principal. Mam se bajé con la piyama asomada debajo del abrigo. Pasé revista a todo el carro, desde las Hantas hasta el motor, haciéndose la que sabia de mecdnica pero el carro no se cre- 6 el cuento y siguié paralizado. 21 —Pobre mam4 —pensé Juan. Se vefa tan ridfcula con su cara de suefio y su piyama debajo del abrigo, que él intent6 hacer algo. Se acord6 del mentalista y le orden6 a las molécu- Jas del carro que se arreglaran. Por pura casua- lidad, mamé le dio tres zapatazos a la baterfa y el carro estornudé tres veces y qued6 perfecto. Pero ya era tardisimo y el tréfico estaba impo- sible. —Llegas porque Ilegas —dijo mama y siguié su marcha sin decir una palabra més. Por fin, ja las ocho y veinte minutos! lle- garon a la puerta de hierro del colegio. Juan se ajé sin un beso porque mamé segufa iracunda, —Qué lunes tan lunes —pens6. Y de- se6 con todas sus fuerzas que ese dia no hubie- ra clase. ‘Adentro todo estaba en silencio. El co- rredor, vacio de nifios y las puertas de todos los cursos cerradas. Juan Guillermo avanzé. con ¢l terrible nudo en el estémago, tratando de ima- ginar una buena disculpa para decirle al profe- sor. Por fin Heg6 a Cuarto “B”. A primera hora, matemiticas, le recordé el horario que es- taba pegado afuera, y él no habia hecho la ta- rea, ya sabemos por qué. Juan Guillermo pe- 6 In oreja a la puerta para tratar de ofr en qué iba la clase. El coraz6n le latia durisimo. De 22 esto, no se ofa nada, Silencio absoluto. El es- témago se le enred6 del todo, en un nudo ciego. El silencio era sintoma de lo peor y lo peor era previa sorpresa. Y cero seguro para él. Con toda la valentfa que alcanz6 a reu- nir en su cuerpo, Juan Guillermo Mantilla ce- 176 los ojos, cruzé los dedos, recité el famoso “Sortilegio para que no haya colegio” y se obli- g6 a entrar a clase, de un empujén... Abrié la puerta y fue como si hubiera dado un salto al vacfo. Adentro no habia clase. No habfa profe- sor ni alumnos. Ni tablero, ni pupitres, ni arma- rio, ni carteleras, ni techo, ni piso, ni paredes. Asf como suena: No HABlA CLASE. Detrds de la Puerta, nada de nada. Cero absoluto, conjunto vacfo. Todo un lunes por delante. ;Todo un lu- nes, entero y nuevecito, y no habia clase! a Un 4rbol a terminantemente prohibido En mi colegio hay muchas cosas termi- nantemente prohibidas. No se pueden traer ra- dios ni zapatos de colores. Tampoco se pueden usar las medias por debajo de la rodilla ni la fal- da por encima de la medida. Est4 prohibido su- birse a los arboles, hacer guerra de agua, dejar comida en el plato, pintar en el tablero, leer co- mics, refrse en clase, etcétera, etcétera. Pero entre las mil trescientas prohit ciones del reglamento, hay una escrita con ma- ydsculas y subrayada: NO SE PUEDE TRAER NI ‘COMER NI_VENDER NI COMPRAR NI MASCAR CHI- LE, Es el peor enemigo de los y. ofesores, quién sabe por qué. Los chocolates, las paletas y toda la familia de los caramelos estan permitidos. El chicle no. ¥ sia uno lo pillan haciendo una bom- bao simplemente saboreando con suavidad una insignificante “goma de mascar”, le arman un escdndalo casi igual al que forman por rajarse en disciplina. Por eso nos hemos inventado muchas formas de esconder los chicles... Debajo del paladar 0 del pupitre, detris de las orejas, a ve-~ ces en Ia suela del zapato 0 en otros escondites {que seguro ustedes imaginan, pero que por sim- ple prudencia, es mejor no escribir en esta pé- gina (nunca se sabe quién pueda llegar a leer estos cuento’ Pues resulta que detrés de la ventana de nuestro salén, en el huerto, habia un escondite a prueba de Iluvia y de profesores. All4 enterré- amos todos los cauchos de chicle del curso, hasta que un dia apareci6 una matica misterio- Sa... Ellunes, cuando Acevedo la descubri6, no medfa mAs de 30 centfmetros y sus hojas de color violeta se vefan equivocadas en medio de tantas margaritas, El martes, a la hora del re- creo, se habfa convertido en un érbol respeta- ble de uno con treinta de estatura y cl jueves por la tarde ya era mucho més alto que el sauce llo- r6n del patio. Entonces el profesor de biologia lamé al Jardin Boténico y el lunes siguiente legaron siete sabios a examinar el 4rbol de pies a cabe- za. Hubo muchas discusiones a la hora de cla- sificarlo. Algunos decfan que era una variedad del eucaliptus, por e] aroma de sus hojas. Otros crefan que era un pariente de la familia de los robles, por la firmeza de su tronco, y no falté quien se atreviera a confundirlo con una palma africana. 26 "Mientras tanto el arbol seguia creciendo un metro diario sin ponerle atencién a los co- mentarios, hasta que llegé a convertirse en el més grande de América. Lo bueno fue que no jnubo clase en toda esa semana. Se armé una discusi6n interminable y. todo el mundo:venfa aopinar y el.director tuvo que trasladarse, con e&critorio, teléfonos y-secretarias, debajo del ar- bol, para contestar las preguntas de los noticie- ros de televisién. Cuando el arbo! superé la talla de todos los Arboles del mundo, llegaron cientificos, eco- Jogistas, presidentes y periodistas de todas par- tes. La gente grande estaba feliz diciendo que “ahora sf tenfamos en nuestro pafs el drbol més grande del mundo”. Nosotros estébamos toda- via més felices porque las raices del érbol em- pezaron a crecer entre los salones de primaria. Entonces s6lo habfa clases muy de vez en cuan- do’y todas eran al aire libre. El colegio fue convirtiéndose poco a poco en la casa del drbol y el rector tivo que or- ganizar un bazar para construir una nueva sede campestre. En el tronco del 4rbo! pusieron una placa de mérmol con letras doradas y el Presi- dente-de la Repablica vino a bautizarlo perso- nalmente. Como nadie le sabia el nombre, le in- ‘ventaron uno larguisimo en latin, que é8 una Jen- gua muerta. Ese dia tampoco hubo clase, con 28 tantos discursos, y varios nifics de kinder se des- mayaron por aguantar todo el tiempo de pie, al rayo del sol y con uniforme de gala. Han pasado ya dos afios desde entonces y el drbol no ha parado de crecer un solo dia. Ahora mide mds de trescientos kilémetros y pronto empezar a hacerle cosquillas a las nt bes. Dicen los cientfficos que cuando las nubes se cansen de tantas cosquillas, habr4 un aguace- to parecido al diluvid universal, pero mucht- simo més corto, ‘S6lo nosotros, los de Quinto “A”, sabe- mos que en vez de agua, lloverin chicles de to- das las marcas, colores y tamaiios. Y habrd que salir a recogerlos con bolsas, baldes, maletas y maletines, para evitar una inundacién. Al otro dia del diluvio, cuando todo el mundo descubra el misterioso origen del arbol de chicle, se va a armar la grande en el colegio. Seguro lloverdn castigos, boletines y matriculas Condicionales para todos los del curso. Pero a nosotros no nos da miedo... ,A quién puede im- Portarle un castigo, si es duefio de una fabrica Bigante de chicle natural? 29 mw” El terror de Sexto “B” 9 Hace una semana yo era un tipo comin y corriente, Digamos que sin problemas. Por- que tener matricula condicional y el afio pricti- camente perdido no son problemas graves. Aho- ra sf estoy metido en un Ifo. ¥ tengo que contér- selo a alguien porque ya no puedo cargar més con este casete prendido en la cabeza déndome vueltas dia y noche. Primero que todo, me presento. Mis ami- gos me dicen el terror de Sexto “B”. Soy espe- Cialista en sabotear clases y en hacer todo tipo de bromas pesadas. Hay quienes dicen que soy un lider negativo, pero eso es porque no me co- nocen de verdad. En el fondo, soy inofensivo y hasta buena gente. O era, por lo menos. El jue- ves 7 de octubre, todo cambié. Fue en clase de inglés con el profesor Quiroga, alias Porki. El Ro necesita mucha presentacién. Ustedes ven dibujos animados? Entonces imaginense al Por- ki de las tiras cémicas con anteojos, vestido de Pajio y treinta afios de experiencia. Asf, tal cual, €s mi profesor de inglés. Ese jueves, su clase empez6, como de costumbre, con la tortura de pasar al tablero. La mirada misteriosa de Porki, recorrié mental- mente los treinta nombres de la lista. Empez6 con Acevedo, Acufia, Agudelo, Bonilla, Botero, Calderén y no Hlamé a ninguno. Era como la ru- leta, Siguié bajando despacio para aumentar el suspenso. Presentf su paso por Ia D, la E, la F, la Gy la H. Luego lo vi bajar hacia el final de la lista y me sentf salvado. Pero qué va, fal- sa alarma, Ora vez arrancé en Zuluaga y-su 1é- piz afilado subi derechito hasta llegar a mi nombre. En él quedaron detenidas sus sinies- tras pupilas. “Heméndez Sergio, pase al tablero con su tarea. Con el coraz6n en una mano y el cua- derno en la otra, me paré, sabiendo a lo que iba. Le entregué el cuaderno cerrado para Tetrasar su furia. —No le pedi el cuaderno para mirarle 1 forro —dijo, con un tono de burla—. Lo que quiero es la tarea. Haciéndome el bobo, abri el cuaderno en la pagina de Ja tarea 0, mejor, en a hoja en blanco, porque no habfa hecho nada. El no se demoré ni un segundo en descubrirlo. —{Por qué no hizo la tarea, jovencito? 32 —Porqui no entendf, profesor. Como estaba previsto, todo el curso sol- 16 la carcajada. —Expliquenme el chiste, que no le veo la gracia —dijo Porki, siguiendo también lo que estaba previsto. —En serio, profesor... Porgui yonoen- tendi lo de los verbos irregulares. Hubo otro ataque de risa general y yo estaba feliz en mi papel de payaso. Contraata- qué con otro apunte pesado pero Porki no me siguié la cuerda, Estaba en uno de sus peores dfas y decidié ahorrar tiempo y esfuerzo con- migo. De una, me mandé a la rectoria. —Déme otra oportunidad. La dltima oportunidad, se lo juro. —Yo més ya no puedo hacer por usted —dijo con voz de victima. —Tengo matricula: ndicional y el rec- tor me advirtié que a la proxima me expulsan —le dije casi arrodillado. —Ese no es mi problema. Ha debido pensarlo antes. Haga el favor de salir inmedia- tamente y ni una palabra més. © sea que no hubo caso. Cerré la puer- ta del salén y me quedé ahf parado, en una en- crucijada terrible. No podfa ir a la rectoria por- que eso significaba salir derechito a buscar co- legio. Tampoco podfa seguir ahf, como un bobo 33 en medio del corredor, esperando a que al- gtin profesor me pillara fuera de clase, En- tonces, me fijé en la puerta vecina de Sexto “B”, que tenfa una terrible advertencia: La amenaza era en serio, Entfar a ese cuarto era arriesgarse a que a uno le cortaran la cabeza, como en el cuento de Barba Azul. Pe- 10, en ese momento, la puerta prohibida fue mi ‘nica tabla de salvacién. Preciso ese dia estaba sin Ilave. Movi el picaporte y misteriosamen- te se abri6. Ahora que lo pienso, era el destino. En un acto de valentia, entré y me agazapé en un rincén de esc horrible depésito. Yo lo habfa visto mil veces desde mi salén. Es que Sexto “B" tenfa una ventana que comunicaba con ese cuarto. Lo Ilam4bamos el acuario porque, con Ia nariz pegada al vidrio, podiamos ver todos los tesoros empolvados que ahf se guardaban. Pero una cosa era ver el acuario desde el salén y otra muy distinta era hacer parte de él. Estar 34 ahi, agazapado en la penumbra, rodeado de to- dos esos objetos sobrecogedores, me helaba la sangre. De entrada, tropecé con un Aguila dise- cada y vi una docena de ratones muertos que nadaban entre frascos de formol. Mas alld esta- ba la calavera, compartiendo estanterfa con un montén de huesos humanos. {Qué mas quic- ren que les diga? Para donde mirara, mis ojos se encontraban con algo cada vez peor: habia una familia de insectos clavados en un icopor con alfileres; un rat6n blanco, prisionero entre su jaula; unas léminas de conquistadores que me miraban furibundos desde el'més all4; un rollo de mapas de todos los continentes cubier- tos con telarafias y, al fondo, cerca ala ventana, el plato fuerte: un esqueleto de tamafio natural. Ver y decir lo que habfa alld es una co- sa. Respirar ese olor a formol mezclado con mo- ho, es otra muy diferente. El aire empez6 a fal- tarme y me sentf mareado. Pensé que ese cuar- to no estaba disefiado para que alguien se escondiera ah adentro, De hecho, los profesores entraban unos segundos, recogfan lo que iban a usar en la clase y salfan. Claro, ademas de mo- rirse del susto, sabfan que no habfa ventilacién. El Ginico ventanal, como ya les dije, limitaba con mi salén y estaba herméticamente sellado. Mi teloj marcaba hasta ahora las ocho y treinta, 0 35 sea que faltaba todavia media hora de clase. {Sobreviviria media hora més? El corazén, que se me iba a salir de la camisa, y las ganas de vo- mitar, me decfan que no. Lo més seguro era que me encontraran allf desmayado 0, de pronto, hasta muerto. Listo para usar en la clase de ana- tomfa, como todo ese montén de huesos. Cuan- do me of con esas palabras entre la cabeza, cref que ya habfa empezado a delirar. Pero luego lo pensé mejor y me dije a mf mismo: “Reaccio- na, imbécil. No es para tanto”. trataba de distraerme, o de verdad me morfa. Me arrastré hacia la ventana que comu- nicaba con Sexto “B” y esa cercanfa me hizo sentir mejor. Desde alld, alcanzaba a ofr los mur- mullos de un mundo conocido, La voz de Porki Jefa las aventuras de Tom and Mary, los prota- gonistas del libro de inglés, que eran perfectos y vivian unas situaciones aburridfsimas, por ca- pitulos. Parecia extrafio, pero ese par de imbéci- les lograron devolverme un poco de calma. Los minutos empezaron a caminar normalmente y, en medio del peligro, traté de pensar con cabe- za fria: la situaci6n estaba controlada. Ningén profesor iba a entrar al depésito porque todos estaban ocupados. Estar en un lugar tan espe- luznante, tenebroso y prohibido, era un privile- gio. Tenfa que aprovecharlo y salir a contarle el cuento a mis amigos Fs m4s, ya sabiendo que 36 a veces el depésito se quedaba sin lave, iba a or- ganizar una expedicién secreta, s6lo para los més arriesgados. Yo podfa ser el gufa. Me sentf orgulloso de ofrme con esos nuevos pensamientos. Habfa vuelto a ser el mis- m({simo Terror de Sexto “B", como siempre. El olor fétido habfa dejado de molestarme y, vién- dolo bien, todos Jos bichos, menos el rat6n blan- co, estaban disecados. Volvi a mirar los tesoros, ya sin tanto miedo y, de repente, mis ojos se fi- jaron en un detalle fascinante: el esqueleto hu- mano tenia un montén de cuerdas de nylon, ca- si invisibles. Colgaban de los huesos de las ma- nos, de los pies y de la cabeza como si en lugar de material didéctico, fuera una marioneta ma- cabra, puesta ahf para asustar a alguien. Era in- S6lito. Al mover los hilos, el esqueleto podfa le- yantar sus manos huesudas, chocar las rodillas, © temblar de miedo. E] sistema funcionaba co- mo si fuera el invento de un genio malvado. Era tan divertido el juego, que el poco miedo que me quedaba sc me fue quitando. Desde el otro lado de Ja ventana, Porki seguia con su insoportable lectura. Me alegré de no es- tar cn clase y pensé que Sexto “B” era a veces més asfixiante que el olor a formoi. Fi exquele- tome apoy6, diciendo que sf con un movimien- to de calavéra. Entonces se me ocurrié una idea descabellada: decidf que mi marioneta y yo fba- 37 mos a participar en clase de inglés, para darle una buena leccién al profesor Quiroga. Con mucho cuidado, senté alesque 9 en un pupitre oxidado que habfa frente a la ven- tana de Sexto “B”. Esa fue la parte facil. Lo hice con movimientos muy lentos, mientras el profesor segufa con las gafas metidas entre el libro de inglés. Después me escondf detrés del marco de la ventana, agarrando bien las cuer- das de nylon que movian los huesos del brazo derecho. Todo salié perfecto. El esqueleto que- dé sentado, del otro lado del cristal, mirando al profesor sin perder un s6lo detalle de la clase. Era el alumno perfecto. Me morfa por ver la ca- rade Potki, pero no me atrevi a asomarme. Cual- quier descuido podfa ser fatal. Habia que tener paciencia...¥ la tuve, hasta que por fin se termi- 1né la dichosa lectura, El] momento de la funci6n habja legado y me preparé como un verdadero titiritero. — Quign no entendi6 algo ? —pregun- t6 Porki. Mov‘ hacia arriba las cuerdas de nylon "Yel esqueleto levant6 lentamente su’mano de- S6lo of un silencio aterrador y luego un barullo general. Algo habfa sucedido y quise mirar la escena, pero me quedé inmévil en mi escondite. Después de unos instantes, volvi6 a 38 ofrse la voz de Quiroga, un poco extrafiz, como cavernosa, Eso confirmaba que la escena hk habfa impactado. —Any questions? De nuevo movf las cuerdas. El esquele- to volvié a levantar su mano huesuda, como si quisiera preguntar algo. Esta vez no aguanté la curiosidad. Aso- mé un ojo para mirar a Porki y lo vi livido ycon los ojos aterrorizados. Pero, al cabo de un tiem- po parecié recuperarse y pronuncié sus pala- bras preferidas: —Open your notebook, please. The homework for tomorrow is... Estaba a punto de dictar la tarea cuando volvi a concentrarme en mi actuacién. Era el momento culminante del especticulo. Movt las cuerdas de una manera tan perfecta, que el es- queleto volvié a levantar la mano, girdndola de un lado a otro para decir adiés. Fue un movi- miento muy cgordinado y yo ya me estaba sin- tiendo orgulJoso de mi talento para manejar marionetas, cuando of del otro lado sefiales de alarma. Todo el curso murmuraba y se sentia una atmésfera de preocupacién. —%Se siente mal profesor? —of pre- guntar a Rodriguez. —No —dijo Porki, con un hilo de voz—. Les dejo estos minutos libres. 40 —Y de tarea, ,qué hay que hacer? —di- jo el sapo del Botero. —No homework for tomorrow. Time is ‘over —fueron las tiltimas palabras que le al- cancé a ofr. Hasta mi escondite legaron los gritos de alegria. A nadie en Sexto “B” le preocupé el extrafio comportamiento del profesor Porki. Sélo el esqueleto y yo lo sentimos pasar por nuestra puerta, arrastranilo sus zapatos viejos. Cuando los pasos se perdieron, me atrevi a sa- lir del dep6sito y aproveché el desorden gene- ral para colarme en el sal6n como si nada. Aden- tro habfa una fiesta completa, con guerra de ti- za incluida, para celebrar semejante aconteci- miento. Era la primera vez en la historia del co- legio que el profesor Porki regalaba tiempo de su clase y no-dejaba tarea. Mis amigos me lo contaron maravilla- dos y yo casi ni los of. No me atrevi a comen- tar mi tltima hazafia con nadie. Tenfa clavada Ja mirada aterrorizada de Porki y su voz temblo- Tosa, cuando vio que el esqueleto le decfa adiés con la mano. Disimuladamente traté de averi- ‘guar por él en otros salones y me dijeron que no habfan tenido clase de inglés, porque el profe- sor estaba “indispuesto”. Desde ese momento, empecé a sospechar que se me habfa ido la ma- no, Durante el resto del dfa casi no abri la boca 41 ni me hice el chistoso en ninguna clase. Por la noche tuve pesadillas y me desperté temblan- do dé fiebre, Mi mamé me dijo que debia ser un virus y que mejor me quedara en la casa. Yo, Por primera vez en mi vida de colegio, me le- vanté enfermo y fui el primero en llegar al sa- 16n, Necesitaba ver a Porki sentado en el escri- torio, con su libreta abierta, como cualquier dia. Es més: necesitaba ganarme otro cero en el ta- blero. Con eso quedaba tranquilo, Pero no fue asi. Pasé el viernes y vol- vi6 el lunes y Porki no fue al colegio. En ia ma- fiana del martes, el rector nos hizo formar en el patio, desde kinder hasta Undécimo. Tenfa una cara larguisima y yo presenti lo que iba a decir- nos: —Los reunf hoy a todos, para darles una noticia muy triste. El profesor Quiroga es- t4 en el hospital. El caso es grave. A menos que suceda un milagro... —dijo, con un tono terri- ble, de sesién solemne. Y siguié diciendo un montén de palabras que yo ya no of. Desde en- tonces sélo espero que suceda un milagro y que Porki entre por esta puerta de Sexto “B”, como si nada. Dicen los chismes que él ya no vuelve y que el préximo lunes llega una nueva profeso- ra a reemplazarlo. He ofdo también que estaba muy enfermo desde hacfa tiempos, pero que no 42 habja querido decfrselo a nadie, para que no Je tuvieran léstima ni le pusieran condecoracio- nes. Supongo que la gente dice esas cosas sim- plemente por opinar y porque todavia nadie sa- be qué fue lo que realmente sucedi6. Ustedes, que llegaron al final de esta historia, son los pri- meros en saberlo. Si por casualidad saben d6nde esta Por- ki, cuéntenle todo. Diganle que era sélo una broma pesada. Que no’es para tanto... Que no me haga esto. 43 Martes a la quinta hora 9g o la clase de gimnas Jutiana era gorda, pesada y lenta. Te- nfa trece afios, uno cincuenta de estatura y cin- cuenta y tantos kilos encima, muchos més de Jos que su uniforme de gimnasia podia conte- ner. Por eso los martes al mediodia, desea- ba con todas sus fuerzas no haber nacido. O volverse invisible. O vivir lejos, muy lejos del Nuevo Liceo, para no pasar por la tortura de po- nerse el uniforme en ptiblico, delante de las miradas de sus quince compafieras, mucho més esbeltas que ella. Eso por no hablar de las otras quince miradas, las de sus compafieros hombres, que siempre se las arreglaban, a esa hora, para es- Piar por las ventanillas del bafio de mujeres. —Tal vez —pensaba Juliana para con- solarse— tal vez a mf ni me miran... Seguro es- ‘tén con los ojos fijos en las bonitas del salén. Por ejemplo, en la crefda de la Paula, que siem- pre se cambia junto a la ventana, preciso en el sitio més visible y luego se hace la ofendida cuando descubre que la estn mirando. Claro... ila muy hipécrita! La tortura de Juliana levaba varios afios y prometfa durar muchos ms. Habja usado ya todas las artimafias, todas las disculpas caseras y todas las excusas médicas para salvarse de la gimnasia. Sufri6 intensos dolores de estémago, Justo los martes al mediodfa. Us6 cuello orto- pédicu s6lo los martes a la quinta hora. Le dio fiebre de 38 grados dos martes seguidos y has- ta lego al extremo de romperse un brazo. Ese sf fue su mejor antidoto, porque logré pasar dos meses y medio enyesada. Es decir, diez horas de gimnasia mirando la clase desde las grade- fas, sin mover un dedo. Pero tantos afios llenos de martes al me- diodfa, habfan terminado por agotar todas las posibilidades de escape. Asf que los martes, a la una en punto de la tarde, la clase més cruel de la historia volvfa a comenzar. EI profesor legaba horriblemente pun- tual, con stf ridiculo uniforme y su silbato de domador de circo, listo para iniciar la funcién semanal, —Piiiiliii —decia su silbato. Lo que tra- ducido a’ lenguaje humano significaba: “Ha- gan inmediatamente una fila por orden de esta- tura”. 46 =k OO ——— —repetfa el silbato del doma- dor. Lo que en idioma espafiol queria decir “Eso no es una fila, sefioritas. Tomen distancia ”., = Después de diez o quince érdenes silba- das, la fila quedaba, por fin, “decente”, segiin Jas propias palabras del profesor. Entonces se- guian, sin variar un milfmetro, los terribles ejer- Cicios de calentamiento. —Y uno y dos, respiren profundo. —Y uno y dos, flexionen el tronco. —Y.uno y dos, los brazos a la derecha. —Dije a la derecha, sefiorita Juliana. Me va a tocar devolverla a kinder, a ver si aprende lateralidad. nora Risitas ahogadas de todo el curso. El br ante entrenador usaba sus chistes de circo pa- ra hacer refr al piiblico. —Asf es muy {4cil ser payaso, a costa del malo de la clase —pensaba Juliana, todaco- Jorada. ¥ como en esas pesadillas en las que uno sabe todo lo que sigue pero no puede des- pertarse, la tortura se repetfa paso a paso, siem- idéntica ella. ¥ Se vain a trinar el silbato—. Dos vueltas a la cancha, trotando. Muévanse, Jovencitas, que esto no es un desfile de modas, en el Club Social. Y usted, sefiorita, no se que- 47 de atrés, Andele, a ver si quema esos kilitos de cr | més... Y Juliana trotaba. Y trataba con todas sus fuerzas de no quedarse atrés, pero Hegaba |, deviltima. Lenta, pesada c infeliz, era siempre la ditima de la fila. Hasta que ese dfa, un martes trece de abril, Juliana amanecié distinta. Estaba de ma- las pulgas. ¥ sin saber cémo ni de dénde, sacé | | fuerzas y tom6 la decisién més importante de | | su vida. Por eso no parecié inmutarse con el sil- | | ato del profesor en sus oftos y se qued6 para- | daen su sitio durante las treinta veces en que el entrenador trat6 intitilmente de organizarsudi- chosa fila con ella ahf atravesada. También sus compafieras intentaron, por todos los medios, || hacerla mover, hasta que se dieron por ven: | das, ¥ Jes tocé trazar una linea recta con Julia- | na Rueda como tinico punto de referencia. ] Elentrenador, desconcertado, hacfaso- nar su silbato con més fuerza que nunca. Pero | era inutil. Juliana no loescuchaba. Parecfasor- da. Entonces, desesperado, empez6 a hacer ges- tos y a mover las manos enfrente de ella, igua- lito a un policia de transit. Pero era instil, Ju- || liana no Jo vefa. Parecfa ciega. El profesor lleg6 a preocuparse. Se pu- so pélido y se acercé a Juliana a ver si respira- ba. Después le tomé el pulso, para descartar 48, cualquier problema médico. ¥ cuando vio que todo era normal, se sintié con el derecho de es- tar mas bravo que nunca. Entonces empezaron a salir por su boca todas las burlas y los regafios que les habia ido soltando a sus alumnos du- Tante veinte afios de experiencia. También eso result6 indtil. Juliana no se puso colorada. Es- taba inmévil e inexpresiva. Parecfa de piedra. Ahora era el profesor el que estaba co- lorado como un tomate. Colorado y furibundo. Empez6 con las amenazas. Primero le anuncié un cero en disciplina. Luego lo pensé mejor y decidié expulsarla del colegio, si no recapacita- ba inmediatamente. Era su autoridad la que es- taba en juego y no estaba dispuesto a tolerar que una mocosa lo pusiera asf, en ridiculo, delante de toda la clase. Ya iba a saber esa niflita de lo que él era cspaz. Y sf. En los minutos que quedaban de clase, el profesor Pacho Donaire fue capaz de casi todo: gritd, regafi6, se laments, dijo que ne- cesitaba el trabajo, eché discursos, hizo pata- letas, etcéiera, eteétera, eteétera. Sélo le falt6 Morar. Por fin soné Ia campana y rompi6 el encantamient, Juliana dej6 de ser estatua, dio me- dia vuelta y empezé a caminar por el corredor, con rumbo hacia quién sabe d6énde. Todas sus afteras la siguieron en fila, silenciosas y 50 solidarias, como en una procesién. Nadie le di- jo una sola palabra pero ella tuvo la sensacién de no estar sola. Y también, de repente, se sintis extrafiamente liviana. Ese martes trece de abril, a la quinta ho- ra, se habfa quitado un peso de encima. 51 Saber perder Esta vez, estaba seguro de ganar. Ha- bia entrenado tanto... Se levantaba cuando to- dos dormfan y trotaba hasta que salfa el sol. Cincuenta vueltas, o a veces més, ala manzana. ‘Cincuenta flexiones antes del desayuno. Cereal, jugo de naranja y pan integral sin mermelada ni mantequilla. Luego, una ducha fria y quedaba listo. Salfa al paradero, tomaba el bus del cole- gio y empezaba un largo paréntesis en sus dias, antes del entrenamiento de nataci6n. ‘Sélo pensando en el entrenamiento po- dia soportar la clase de matemiticas, siempre a Ja primera hora. Y el desfile interminable de las otras materias: espafiol, inglés, sociales, compor- tamiento y salud, etcétera, cicéicra. El colegio era un mal necesario. Lo toleraba apenas como un lugar de paso, como una sala de espera an- tes de la aventura diaria. La matecién, en cam- bio, era su vida. Todas las tardes, de cuatro a seis, ¢l res- to del mundo quedaba atrés. Y su cuerpo, livia- no y poderoso, se imponfa pruebas, superaba obstéculos, batfa récords... En el azul de la pis- ina, él era un héroe y lo sabfa, Por eso seguia | al pie de la letra todas las instrucciones del en- trenador. Por eso aguantaba también sus rega- fios y scx “i puedes hacerlo mejor”, que a ve- ces fe sonaban tan injustos. Una cosa era estar afuera, dando érdenes y otra muy distinta era estar ahi, metido de cabeza entre el agua, Na~ dando sin parar. De una orilla hasta la otra, una y cien veces. Dia tras dfa. Valia Ia pena. Primero fue del equipo de primaria; después representé al colegio en las competencias intercolegiales. Gané medalla de bronce, pero muchos dijeron que Hegarfa més lejos. “Tiene enormes posibilidades”, decfan, y hablaban de é1 como si fuera un gran deportista. Algunas veces se lo crefa. Otras, pensaba que no era para tanto. Segiin el 4nimo, porque ha- bfa dfas terribles en los que'el mundo se de- rrumbaba y é1 no era lo que se dice “un tipo se- guro de sf mismo”. Qué va. No era él millonario ni el mejor de la clase. No tenfa los misculos de Pini- Ila, ni la estatura de Gardvito. No sabfa bail nunea le prestaban el carro y escasamente se afeitaba una vez. al mes. Ne tenfa novia, se mo- rfa del suste, Pero desde que logré ser del equi- po, muchas cosas empezaron a ‘cambiar. Sus compafieros lo miraban con otros ojos. Sobre todo Natalia, que era del equipo de barras. Los ojos de Natalia... 54 Enel fondo, siempre habfa esperado un milagro. O un golpe de suerte. Y algo le decfa que habia legado su hora. Esta vez, en el Cam- peonato Nacional, estaba seguro de ganar. Ha- bia entrenado tanto... La cuenta regresiva empez6. Primero, faltaba un mes. Luego, quince dfas. De pronto, s6lo una semana, Hasta que por fin lleg6 la ho- ra. Como llegan todas. Y, cuando se dio cuenta, estaba ahf sentado, temblando de pies a cabeza. Desde el camerino escuché c6rao llegaba la gen- te. Oyé las barras, los aplausos y los gritos del publico. Con gusto habrfa cambiado todos los entrenamientos, las flexiones y las pruebas de resistencia, por ese instante horrible que le que- daba, antes de entrar a la piscina olimpica. Te- nfa ganas de salir corriendo. Dese6, con todas sus fuerzas, un terremoto 0 una bomba atémi- ca. Queria morirse, del miedo que tenia. Paralizado, oy6 que lo llamaban por el parlante, con su nombre y su apellido: "Federico Nieto” —anuncié una voz en el micréfono. No habfa duda de que era él. El mismo Federico Nieto de toda Ia vida. ;Qué extrafio le sonaba ahora su nombre! : —Suerte, Federico —le dijeron, y unos pasos que no eran suyos salicron del camerino. 95 Afuera, se encontré con todas esas ca- bezas, ordenadas en hilera, que llenaban las gra- derias. cina y piensa que estés solo. Pero él no podfa pensar. Nadie puede pensar, delante de tanta gente. Sélo se acord6 de Natalia, que estabd ese dia con minifalda, en e} equipo de barras. De un salto, se hundié en el agua tibia. EI miedo se quedé en la orilla. Y fue sélo un cuerpo luchando a brazo partido contra el reloj y la distancia. Nunca lo hizo mejor que ese dia. Sacé fuerzas de cada uno de sus miisculos y na- d6, Nadé con toda su energfa, con toda su rabia, con toda su esperanza. Con sus quince afios a cuestas. Nad6 como si en esos instantes se es- tuviera jugando el resto de la vida. Pero no fue suficiente. ‘Quedé de segundo. Medalla de plata. “Subcampeén Nacional de Natacién en la Ca- tegoria Junior”. Mejor dicho, perdié. Para qué engafiarse. Perdié y habfa entrenado tanto... ‘Se encerr6 en el bafio. No dej6 que lo vieran lorando. No fue a felicitar al campe6n. Eno era un hipécrita. Escuch6, con envidia, los aplausos ajenos y se sintié mas derrotado que 37 nadie en el mundo. Afuera, el equipo de barras repetia las mismas canciones idiotas de siem- pre. Odié esas voces de niifias histéricas pero, sobre todo, odié a Natalia. La odié de tanto que habfa sofiado con ella, de tanto que la habfa ima- ginado junto a él, como un campedn. Poco a poco, las graderfas se fueron que- dando sin gente y el silencio volvi6 a instalarse enla piscina olimpica. La cara larga del entrena- dor apareci6 en el camerino y Federico se alis- t6 para escuchar su tipico sermén: —Hliciste un excelente trabajo, Federi- co. Pero hay que saber perder... Es parte del es- ptritu deportivo. Saber perder. Sélo eso le faltaba. Quién podfa haberse inventado una frase tan ridfcula? cAcaso alguien lo sabia? Nada de eso dijo. Sélo escuché mudo, mientras rumiaba sus pensamientos. Estaba ira- cundo y querfa destrozarlo todo. Fue odioso y te- sriblemente injusto con sus pap4s, que se acer- caron a consolarlo y que, ademis, no tenfan la culpa. No les permitié ni un abrazo, ni siquiera una palmadita en el hombro. No quiso verlos ni en pintura, ‘Ya se habfa hecho de noche cuando se animé a salir. Todo estaba en penumbras. Afuc- ra lo esperaba una sombra. Era Natalia. Cami- naron juntos, arrastrando los pies, a paso de tor- 58 tuga, sin dirigirse la palabra. No hacia falta lle- nar el silencio con palabras. Los dos estaban tan cansados ‘Tardaron mucho en el camino de regre- 0 a casa. El tiempo necesario para dejar que Ia tristeza salicra de paseo. No habia prisa. No ha- fa que madrugar al otro dia. Federico se mere- cfa un largo descanso, un fin de semana comén y corriente. Dormir hasta tarde. Quizd un desa- yuno gigante en la cama y una buena dosis de. peliculas en latelevisién, sin mover un dedo.To- tal, ya no tenfa que estar en forma. No valia la pena, por ahora. Después, quién sabe. El lunes, si acaso, © el martes, o el miércoles, ir a hablar con el en- trenador y mandarlo al diablo. O pensarlo con cabeza fria, ya sin rabia, y seguir con los entre- namientos, Era una decisién muy dificil. Sf se- fior, porque posibilidades tenfa. Sélo le habfa faltado un poco de suerte. Unos milimetros de suerte. Y la proxima vez, con Natalia haciéndo- le barra, todo podia ser diferente. Estaba segu- ro de ganar. Algin dia. 59

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