Lo sublime y lo obsceno: Geopolítica de la subjetividad
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Lo sublime y lo obsceno - Sandino Andrés Núñez
Sandino Andrés Núñez
Lo sublime y lo obsceno
Geopolítica de la subjetividad
Edición: Ixgal
Revisión: Daniela Molina Y Vedia
Diseño: Verónica Feinmann
© Libros del Zorzal, 2005
Buenos Aires, Argentina
Libros del Zorzal
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de Lo sublime y lo obsceno, escríbanos a: info@delzorzal.com.ar
www.delzorzal.com.ar
Índice
Prólogo | 5
Justificación | 7
Primer corte Militares/educadores | 12
1. Objetivar/subjetivar | 12
2. Dos casos para Sigmund Freud | 29
Primer caso. Lectura / interpretación:
los garabatos de Wittgenstein | 29
3. Dos casos para Sigmund Freud | 44
Segundo caso. Disciplina / gobierno. De cuando Freud le robó las mujeres a Charcot | 44
4. Apéndice. Militares /policías | 55
Segundo corte Políticos/burócratas | 58
1. Un tercer caso para Sigmund Freud: Freud contra Freud | 58
2. Breve tratado sobre la tecnología y el arte del gobierno | 68
3. Breve tratado sobre centro, periferia, Estado & margen | 80
4. Apéndice. Estado, gobierno, Estado | 95
Tercer corte Católicos/protestantes | 106
1. Sublime/ obsceno | 106
2. Geopolítica: identidad/subjetividad | 119
3. Crítica de la razón de la minoría | 148
4. Apéndice. Breve anexo sobre cortes | 183
Extrabonus Freddy vs. Jason.
Dos variaciones sobre el tema guerra | 196
Prólogo
El esplendor del indisciplinamiento
Sólo conozco de Sandino Andrés Núñez algo de su escritura y algo de su voz. Las dos cosas llegaron hasta mí siempre mediadas por la virtualidad tecnológica. Probablemente lo mejor de aquellas intuiciones iniciales sea este libro que tengo hoy, ahora sí tangible, entre manos.
Su escritura se dice con esa voz. Grave sobresalto del que escribiendo provoca en el lector inquietud y sorpresa. El autor sabe que los tiempos de vulgata poestructuralista corren presuntuosos y arrogantes, pero tiene a bien avisarnos que podremos reconocerlos por la tinta azul lavable del escolar. Lo que escribe el filósofo, asombra y sorprende; se le nota la exhuberancia de una cultura viejísima, y a la vez una maravillosa capacidad para encajar, entre erudiciones, deliciosas sorpresas. Este libro tiene una originalidad increíble: no hay ninguna coincidencia entre la fecha de caducidad de sus palabras con la que indica su año de edición. Ya lo verán.
Un prólogo razonable daría pistas para la travesía de riesgo que supone lanzarse a leer Lo sublime y lo obsceno. Carezco por completo de esa clase de racionalidad. Y sin embargo aliento a cualquiera a recorrer el mapa geopolítico que desde su orilla rioplatense nos va trazando el autor. Filósofo que nos provoca a conversar, porque él ya sabe que tener razón es una actitud preñada de peligros.
Para aquel que decida seguir adelante, una justificación inaugura el texto, y es el espacio que el autor elige para mostrar las cartas con las que va a jugar. Lo hace porque sabe que la escritura tiene algo de prestidigitación, de ilusión, de encantamiento… y luego el entusiasmo y el querer saber nos hará más difícil —e innecesario— descubrir cada naipe. Se deja claro el punto de partida para después dedicarse a opacar la transparencia. Es necesario sino imprescindible abandonar definitivamente la tendencia maniática del pensamiento a controlar la realidad y hacer espacio a ciertas funciones nuñecianas de la filosofía: ya no tanto desnudar los juegos de poder que circulan detrás de saberes y verdades sino pensar la obscenidad destructiva del capitalismo, que podría atraparnos en el inútil combate contra un poder despótico o tiránico ya inexistente.
El autor propone el desafío político e intelectual de entender que desde la periferia de la periferia geopolítica nos queda el recurso de adentrarnos en las fallas del sistema o de crearlas, de adentrarnos en sus cortes para ir desanudando la trama con la que se teje la subjetividad, se piensa la educación y se crea la didáctica. La urdimbre donde el tejido descansa es la de las condiciones de gobernabilidad. Como lo dice el mismo autor: una máquina de gobierno se arma menos para pelear contra un poder despótico que para resistir en condiciones de ruina o devastación.
Y entonces, la lectura del libro, de lo obsceno y lo sublime, supone un itinerario de reconocimiento de estas máquinas, la religión, la militarización, el psicoanálisis. Es un extraordinario ejercicio de relectura, de pensamiento, de política. Una escritura impecable, certera y lúcida nos acompaña en el trayecto. Celebro, por indisciplinado, por riguroso, por alegre y por revolucionario, el libro de Sandino Andrés Núñez.
Daniela Molina y Vedia
Justificación
He querido aquí reflexionar sobre algunas urgencias políticas del mundo contemporáneo, y ensayar algunas críticas y correcciones a ciertas posturas intelectuales de izquierda desde ciertas posturas intelectuales de izquierda. Pero, sobre todo, he querido tratar de ser más rápido que mi propio hábito de intelectual periférico de dejarme llevar cómodamente, como quien sestea, por la verosimilitud de discusiones y críticas que empiezan y se resuelven en otros lados –más cerca de Dios. Mi condición geocultural de rioplatense me pone en una complicada situación política. La de alguien que ha crecido y se ha educado en una sociedad blanca europea (y pobre), clavada en un continente que se ha entendido y se entiende conquistado y alienado por la civilización blanca europea. No quiero explicitar histéricamente ese juego, exagerarlo (mi voz es la de un varón blanco europeo, intelectualizado e izquierdizado pero hispanoparlante pobre y periférico, sin prosapia ni parientes importantes). Quiero simplemente dejar anotada esa problematicidad para que quien lea este trabajo la considere una de sus posibles claves de lectura, o por lo menos, como un dato no trivial en el momento de entender ciertos argumentos, ciertas posiciones, ciertas tácticas.
Tanto el corte 1 de este libro, militares & educadores como el 2, educadores & burócratas, hacen referencia constante al problema freudiano. Me propuse una relectura estratégica de algunos aspectos del psicoanálisis, al que considero un fenómeno eminentemente político y no clínico: una máquina de gobierno que ha funcionado en condiciones especiales, heredero y no adversario de la problemática políticohumanista clásica del sujeto- conciencia y de los dualismos tradicionales. Quiero señalar que mi apelación a Freud, o al momento político freudiano, tiene, entre mil razones posibles, la de una actividad docente que me ha mantenido muy cerca de su figura y de su prédica. Agradezco a todos mis alumnos por mantenerme despierto –y, sobre todo, por mantenerse ellos mismos despiertos.
La vulgata posestructuralista nos familiarizó con las consignas historicistas y nos convenció de su potencia crítica. Historizar, arqueologizar, desnaturalizar una formación discursiva, arrancarla de su fueradeescena, traerla de la Verdad redonda y silenciosa desde la que ejerce su dictadura. Pongámoslo así. Por un tiempo, lo simbólico no fue sino algún registro discursivo que se había levantado por encima de los demás, gracias a la azarosa arquitectura de los privilegios sociales, inventando el derecho a juzgar, a leer y a traducir a los demás, al ejercer de hecho ese poder. Lo real fue ese mismo simbólico que, en su búsqueda de fundamento, de legitimidad y de justificación, se proyectaba en una extraterritorialidad fuera del alcance de la historia, de los conflictos sociales, de la geografía –más allá de toda contradicción, de toda ansiedad. Todo fluía, finalmente, a lo imaginario y se disolvía en él: lo simbólico no era otra cosa que imaginario solidificado, y lo real una proyección fantasmática de lo simbólico con un objetivo legitimante. Todo era ilusorio. No había fabulosas estructuras, edificios tridimensionales, jerarquías o pirámides: solamente líneas, dispersiones, rizoma: un punto era cualquier punto y todos los puntos. En su momento, en su enclave, esa violenta historización fue, quizás, útil, necesaria (o por lo menos, inevitable) y –quién lo pondría en duda– gloriosa. Pero hoy, y en ciertas zonas de la geografía política y cultural de occidente (insisto con el occidente pobre y satelital), estas consignas no parecen seguir siendo del todo útiles. Hay límites, y sobre todo límites tácticos, para ese furor historicista. Hay, es verdad, todo un juego histórico de privilegios sociales que sostienen la promoción de un registro imaginario (una voz) a la estatura de lo Simbólico (una Razón, un saber). Pero eso no es todo: una formación deviene simbólica únicamente cuando es capaz de teorizarse, cuando es capaz de metalenguaje o de autorreflexión: cuando es capaz de escritura. (Eso es lo que he buscado argumentar a lo largo de más de un trabajo en este volumen.) Esta ventaja está indudablemente ligada a privilegios sociales, pero se trata de una ventaja técnica: el metalenguaje y la autorreflexión (atributos de lo simbólico, comienzo de una civilización, de una cultura) si bien están ligados a clases dominantes no son en absoluto la ideologia de una clase dominante. No son sentido, son simplemente la posibilidad de que el sentido ocurra. Hasta cierto punto, diría, cierta operación crítica hoy exige invertir la máxima genealógica de Foucault. Dada una Verdad, la genealogía iba a la búsqueda de la voluntad histórica de verdad, de la arquitectura de poder que escondía. Se me antoja que ahora el trabajo consiste más bien en encontrar, a partir de una estructura de poder o de privilegio, la tecnología discursiva de Verdad que la sostiene, la promueve y en cierto modo la hace posible.
Un corolario. Dispersión, horizontalidad, inmanencia o fugas no son nociones que me resulten demasiado atractivas para articular (hoy y aquí por lo menos) una estrategia políticointelectual o (para decirlo en un lenguaje viejo pero eficaz) un pensamiento combativo. Indiferencia, réplica o ironía fueron piezas de artillería liviana contra la solemne maquinaria de las culturas oficiales. Ahora son engranajes de la obscenidad global del capitalismo contemporáneo. Antes que la proliferación de voces horizontales o que la atolondrada celebración de la inmanencia o de las diferencias, antes que los multiculturalismos o la apoteosis de las identidades locales, antes incluso que la carnavalización, la ironía o la exageración grotesca, prefiero discursos robustos, bien organizados, lúcidos, autocomprensivos. Antes que un discurso sin más mérito que el de ser respetuoso o el de habitar ingeniosa y prolijamente el lugar de la contracultura, la lucha política preferirá siempre un discurso crítico. La crítica no está ahí para refutar errores sino para denunciar engaños, mentiras o estafas. Es puro pathos. Siempre exagerada, se enciende en una épica, procede por golpes de efecto, se expone en parodias, en metáforas, en dramatizaciones, en ficciones y mitos.
Quizá el gran desafío políticointelectual de este tiempo, por lo menos en esta zona del mapa geopolítico, no sea ya pelear contra un poder despótico o tiránico, ni historizar los discursos para desnudar los juegos de poder que circulan por detrás de saberes y verdades. Quizás tampoco tenga que ver ya con la descentralización de las estructuras jerárquicoburocráticas ni con la deconstruccción de los centrismos. En la obscenidad del capitalismo contemporáneo, quizás ese desafío tenga que ver con la creación de cortes en la circulación horizontal y asimbólica de mercancías y sus ciclos de inversión, reinversión y consumo. Quizás, a su vez, estos cortes tengan que ver con la construcción de nuevas subjetividades. Y se podría agregar, para no perder del todo el aire romántico: construcción no estatal de nuevas subjetividades. La construcción de subjetividades está ligada a la educación y a la didáctica. Ambas delimitan el perímetro de la gobernabilidad, una noción política fundamental para pensar la situación de algunos países sudamericanos después del derrumbe, a comienzos del siglo 21, del sueño del capitalismo liberal de hiperconsumo y su éxtasis multiculturalista, triunfales y gloriosos en la última década del siglo 20. Crear condiciones de gobernabilidad. Una máquina de gobierno se arma menos para pelear contra un poder despótico que para resistir en condiciones de ruina o devastación. Educar, gobernar, resistir a la obscenidad destructiva del capitalismo actual.
Militares/políticos, educar/adiestrar, educadores/burócratas, territorialidad militar/territorialidad policíaca, aparatos territoriales de Estado/aparatos parafrásticos de Estado, católicos/protestantes, instituciones/comunidades. En fin. Estos cortes son uno de esos efectos de eso que podríamos llamar retórica crítica. Organizar la reflexión en cortes supone o bien admitir de hecho la validez de cierta manera hegeliana de barajar y repartir las formas y las figuras elementales del sentido, o bien creer en la pertinencia de traer la estrategia Hegel de regreso al debate político contemporáneo. Me siento más cerca de la segunda alternativa, aunque confieso que con bastante frecuencia ambas se me desdibujan, se me solapan y se me mezclan.
Sandino Andrés Núñez
Montevideo, mayo de 2004
Primer corte
Militares/educadores
1. Objetivar/subjetivar
El alien es una aparición en bloque, un fenómeno¹. Cada uno de sus saltos, psicopáticos y sangrientos, cuesta la vida de un tripulante del Nostromo y, antes que nada, verifica una especie de repliegue de toda racionalidad explicativa o justificatoria. El monstruo es un intruso, opaco, impenetrable, dañino. La descripción anatómica o biológica (ácido molecular en lugar de sangre, esqueleto externo, adaptabilidad casi milagrosa) no agrega –no puede agregar– nada. Ninguna lógica para su hostilidad aconflictiva, ninguna hipótesis para su destructividad explosiva, inmotivada y sin culpa. Ninguna psicología. El discurso de la ciencia natural es, también, el de la impotencia. Habla de la incapacidad radical de interpretarlo (e incluso de leerlo). Nunca se sabe bien cómo es su aspecto siquiera. Aparece y desaparece en los recovecos más góticos y oscuros de la nave, y sus apariciones son como ráfagas, manotazos mortales. Sucesivos planos muestran, invariablemente, pedazos, un collage: dientes, la punta de una cola, un chorro de baba, una prolongación ósea y dentada que salta, como accionada por un potentísimo resorte, para penetrar el cuerpo de la víctima. Un relámpago artificial lo ilumina durante un segundo o parte de un segundo; el relámpago siguiente solamente sirve para mostrar que eso ya no está ahí. El alien (con apetite) es un duende malo y enorme. Es un demonio (y este demonio tiene adeptos o sacerdotes: el cientistaautómata Ash (Ian Holm) es el protector y guardián del alien. Pero también es su poeta: recita, póstumamente, un entusiasta y nietzscheano Elogio del Psicópata, que es un elogio de la Vida, del trieb, de su falta de piedad cristiana).
El alien es animal y no humano. Y si bien es otro hijodelhombre, este rasgo, que podría haberse dramatizado, se cancela rápidamente y no prospera: la madre varón, la primera víctima del monstruo, muere de parto, cerrando a priori todo drama, toda culpa, todo Edipo, toda psicología². El alien no tiene interioridad ni espesor dramático. Le pertenece más a la biología que a la literatura. Conocerlo es vigilarlo, seguirlo, diagramar su arquitectura biológica, estudiar sus hábitos. La etología y la ciencia natural son discursos defensivos, militares, paranoicos. Debo defender mi vida y la de los míos, debo prever su próximo golpe, debo organizar con tiempo y eficacia mi defensa. El alien es un predador, una máquina de matar. Bicho psicopático, parece sacado de lo imaginario más crudo: nada para decir, excepto eso no es yo, eso es feo, eso destruye.
RoboCop, en cambio, habla³. Habla de conexiones y ensamblajes problemáticos, de prótesis eléctricas y mecánicas detrás de las cuales algo, irreductiblemente humano, no descansa, no puede descansar. Es el alma. El alma inmortal, narcisista, doliente, encerrada en la cárcel técnica y en su deslumbrante arte metalúrgica y eléctrica, incapaz de desaparecer. Convertirse en policía es, rigurosamente, dejar de ser humano. La intervención de una estética militar o policial sobre el cuerpo reventado del oficial Murphy⁴es radical, tecnoquirúrgica (metáfora grotesca y terminal de la disciplina, la gimnasia, la obediencia). El cuerpo se acoraza y se llena de una musculatura metálica. Una especie de coreografía mecánica más una solemnidad ingenua se subrayan como aquelloquehasidoacopladoa-unhumano, y le conceden cierto aire que resulta conmovedor –por cómico y penoso. El ojo se prolonga y multiplica en una compleja prótesis ópticoeléctrica, y una pantalla es ahora la nueva forma del campo visual. Un campo ansioso y alerta, atravesado, graficado y cuadriculado, escrito y sobreescrito: searching, target, zoom mode (o también, irónicamente, campo ya no visual sino práxico, arrest mode).
Detrás de todo esto, algo, o mejor, alguien, está leyendo e interpretando los mensajes de la pantalla –pues se supone que la pantalla, detalle aparentemente trivial, siempre está escrita para que alguien, detrás, la lea.⁵Las viejas formas biológicas, molestas moscas, interfieren permanentemente el funcionamiento de la máquina. Un electroencefalógrafo enloquece durante una pesadilla. La vieja memoria humana, intrusiva y molesta, provoca verdaderos relámpagos alucinatorios (síntomas) en los que puede ver a su hijo, a su mujer, a su casa (conflicto: la novela familiar). Un inexplicable empuje (síntoma) lo arrastra a investigar y a combatir al asesino de Murphy (conflicto: traición, engaño, vengar al Otro), a quien RoboCop no debería reconocer.
RoboCop se ofrece en todo el esplendor de la hermenéutica del yo: resulta ser, propiamente, un neurótico transferencial. Detrás de artefactos y prótesis hay un conflicto humano. Algo hace que ese monstruo, ese monumento cromado a la eficacia y a la obediencia, se parezca, o no deje de parecerse, a un humano. El drama de RoboCop no es solamente ser un ensamblaje o una sumatoria, sino también, y sobre todo, saberlo o adivinarlo. El drama de RoboCop –conviene saberlo– es menos el de haberse convertido en un monstruo que el de seguir siendo humano⁶.
Tenemos entonces dos monstruos. Uno inhumano, animal, biológico, psicopático (digamos: el alien, los predadores, las invasiones, las hordas bárbaras). Otro demasiado humano, gótico, conflictuado, neurótico (digamos: el Vampiro, la criatura de Frankenstein, RoboCop). Estos dos monstruos dicen cosas de la cultura occidental moderna. Lo pongo en frases un poco groseras. Son dos distintas formas en que las administraciones centrales occidentales⁷se han relacionado histórica y geográficamente con su otro. Son dos modos en que esas administraciones han concebido, imaginado o inventado a su otro (aquello sobre lo cual o aquel sobre el cual el poder se ejerce). Y, en fin, lo más importante: los dos monstruos remiten a dos tipos de tecnologías, bien diferentes, que se han concedido estas administraciones para regular a las poblaciones civiles.
El primero se asocia con ejércitos de ocupación, con funciones policíacas de confinamiento y control, con el establecimiento de guetos, con la conquista entendida como un problema estrictamente militar –quiero decir: territorial. Pienso en toda forma de paranoia segregacionista o de xenofobia. Pienso en el apartheid ejercido por minorías blancas. Pienso en dos artefactos muy vinculados al protestantismo: el ejército imperial inglés, y ese fenómeno cultural, económico y militar llamado imperio norteamericano (ambos se repartieron el protagonismo imperial de los siglos 19 y 20 respectivamente). Este poder paranoico, controlador y vigilante, suele provocar revueltas de liberación, cuestiones militares de supervivencia y defensa, movimientos de acción antisegregacionista. Produce aliens, monstruos irruptivos y psicopáticos, predadores, guerrilleros y emboscadores: otros absolutos, aterrorizantes.
El segundo se asocia con prácticas coloniales de educación y evangelización, con la conquista a través de la enseñanza de la lengua y la cultura, con la gramática, la administración y la jurisprudencia. Con esta tecnología se habían expandido el Imperio Romano y el Sacro Imperio. La misma técnica es usada, más tarde,