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Setetule

Hay en la Sierra Tacarcuna, al norte y noreste del Darién varias eminencias o picos que llegan
algunos a los dos mil metros de altura sobre el nivel del mar y otros pasan de mil o mil quinientos
metros de elevación. Entre estas montañas hay una que, vista desde lejos, da la impresión de una
mujer con los desnudos senos al aire y, sobre esta semejanza, tejió la imaginación de los indios
una bella leyenda. Las indias chocoes en la juventud se distinguen por sus líneas finas, la esbeltez
de sus cuerpos y la belleza de sus senos pequeños y erectos. Y cuenta la leyenda que una tal
india como éstas, sólo que la más bella y hermosa de toda la raza chocó, nació en las cercanías
de Pinogana; y que cuando fue creciendo y ya alcanzó su desarrollo pleno, fue tan grande su
belleza, que su fama se extendió por todas partes y todos los seres humanos y hasta las bestias
mismas, al contemplarla, se desleían en uno como “embrujamiento” o seducción irresistible. Era
que la niña estaba predestinada y era amada del sol, al cual podía mirar de frente sin que su luz la
cegase. Antes bien, cuando esto sucedía, resplandecían sus ojos negros con un fulgor extraño, se
nimbaba de luz y resplandores su cabellera, como la de una diosa; y toda ella se llenaba de una
extraordinaria fuerza de seducción que fascinaba por igual a hombres y animales que, sumisos le
rendían pleitesía. Y eran tan perfectos sus senos que la tribu le dió a ella el nombre de Setetule,
que en lengua indígena quiere decir senos de doncella o senos hermosos. Consciente de su
hermosura sin igual, adorada de todos y cortejada y deseada por los más hermosos y los más
fuertes, a ninguno quería y a todos desdeñaba como que se sentía y era en verdad una reina. Ni
ricos presentes, ni posición, ni fama; ni oro, ni perlas, nada conmovía a la reinecita que,
gradualmente fue tornándose vanidosa y cruel con sus pretendientes. A muchos hizo perder el
seso con sus desdenes y aun la vida a algunos, ordenándoles las tareas más duras y peligrosas
como, por ejemplo, buscar en las montañas la flor de amor o ambasarú, de cuya búsqueda
muchos no regresaron jamás. Pero un día llegó el Mago o Brujo de la tribu rival, la de los cunas,
Moly-Suri o Macho de Monte, feo y malo pero sabio y fuerte, a ofrecerle también, a Setetule, amor,
fortuna y poderío. La bella apenas sí hizo caso de él; lo trató con el mismo rigor y el mismo desdén
que a los demás pretendientes y ésa fue su perdición porque los poderes del mago cuna eran
inmensos y cuando ella creía haberlo dominado, el mago permaneció impasible. En vano apeló al
truco de mirar al sol pues el mago hizo que esta vez su luz la deslumbrara y, al fin, vencida, fue
presa de la venganza del mago cuna que como castigo se la llevó bien lejos, hasta la sierra lejana
y la convirtió en un cerro, lleno de ricos metales, el cerro que a distancia se ve en la Sierra
Tacarcuna como una mujer acostada con los senos sobresalientes apuntando al cielo. Así por
toda la eternidad, yace el cuerpo de Setetule, al aire sus senos turgentes y llenas las entrañas de
ricos metales para tentar la codicia de los hombres que, en su afán de riqueza, la torturarán
eternamente, sin saberlo, siempre que clavan sus piquetas en los socavones.

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