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Una música constante acompaña los días del maestro Jorge Henao, organista en
todos sus aires. Encontró en una disputa de teclas negras y blancas, una forma
de revelar el mundo que se abría a sus ojos. Recrea al momento de interpretar
una pluralidad de sentidos, una naturaleza que habla el lenguaje de los pájaros.
Cada dedo palpa la música como una silueta que se desintegra dejando apenas
una humedad, una proximidad al silencio. La música, en efecto, es cifra de su
condición humana. Cada compás funda una atmósfera de sonidos que
permanece y se expande en nosotros como un paisaje imborrable. Entrega con
una técnica precisa, quieta, una infinidad de contrastes que embelesan como los
pasajes pianísticos de Bela Bartók, es decir, un encuentro entre lo natural y lo
tradicional, bajo una armonía que conmueve.