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MAESTRIA SALUD PÚBLICA

HISTORIA DE LAS EPIDEMIAS


TRABAJO DE GRUPO

Aplicar los contenidos de las clases al Perú a través de la elaboración de una línea
de tiempo.

1. Identificar los eventos considerados importantes para la vida de las personas


arraigadas en el territorio de Perú.
2. Identificar las fechas en que estos eventos ocurrieron.
3. Ubicar los eventos en orden cronológico.
4. Seleccionar los hitos más relevantes para poder establecer los intervalos
de tiempo más adecuados.

Revisar otras propuestas y elegir o construir la que consideren más adecuada a su


trabajo.
Aplicar los contenidos de esta clase a la línea de tiempo que están elaborando.

1. Identificar los eventos revisados y seleccionar aquellos que


consideren importantes en la vida y la salud de las personas
arraigadas en el territorio de Perú .

2. Identificar las fechas en que estos eventos ocurrieron.

3. Ordenar los eventos en orden cronológico.

4. Seleccionar los eventos más relevantes y relacionarlos con los


eventos antes seleccionados.

5. Reajustar los intervalos de tiempo y los eventos


seleccionados si lo consideran necesario o pertinente.
El trabajo esta basado en el libro El regreso de las epidemias:
El primer capítulo de El regreso de las epidemias presenta la epidemia de peste bubónica que afectó a las principales ciudades de
la costa peruana entre 1903 y 1930. Esta epidemia reveló las precarias condiciones de vida urbana, denunciadas por los médicos,
la duplicación de trabajo por parte de organizaciones dedicadas a la sanidad y la tendencia de culpar a los grupos sociales más
pobres, en este caso a los chinos y a los serranos, de ser responsables del origen de la enfermedad. Según Cueto, frente a la
peste existieron médicos que atendieron esforzadamente a los enfermos en condiciones de adversidad y se plantearon uno de los
dilemas que acompañaría a los sanitarios por mucho tiempo: dedicarse a la curación o promover medidas de más largo plazo
como el saneamiento ambiental y la organización de instituciones sanitarias estables.

En el segundo capítulo, el autor analiza la epidemia de fiebre amarilla de 1919-1922 que atacó localidades de importancia portuaria
y azucarera de la costa norte y que fue controlada gracias a la intervención de la Fundación Rockefeller. En esta campaña,
liderada por Henry Hanson, miembro del servicio de salud del Canal de Panamá, las políticas sanitarias fueron aplicadas de un
modo autoritario, con una gran confianza en la capacidad intrínseca de los recursos tecnológicos y con poco énfasis en los
programas comunitarios de educación.

El tercer capítulo trata del esfuerzo por combatir el tifus y la viruela en los Andes y por combinar la sanidad con el indigenismo, sin
duda un cambio de paradigma en la lucha contra las epidemias en ese país. Los protagonistas de esta historia fueron el médico
Manuel Núñez Butrón y unas brigadas sanitarias que trabajaron en Puno durante los años treinta. Este caso ilustra, según Cueto,
un esfuerzo exitoso de autoayuda, de colaboración con líderes naturales de las comunidades, y enfatiza la capacidad de la
población de generar respuestas creativas y eficaces ante la adversidad.

El departamento de Puno fue el escenario de esa experiencia de articulación entre las concepciones de la medicina indígena y los
métodos de salud pública occidental. Esta especial combinación fue favorecida por la emergencia de una corriente cultural
conocida como indigenismo, que alentó una revalorización positiva de las creencias indígenas y facilitó la introducción de nuevas
prácticas en la salud individual. El trabajo de Núñez Butrón respetó los valores culturales comunitarios y al mismo tiempo utilizó a
pobladores nativos para extender la vacunación antivariólica y promover una campaña contra el tifus exantemático.
En el quinto y último capítulo, Cueto examina la epidemia de cólera que empezó en 1991 en su país y que en los años posteriores
se extendió a casi toda Iberoamérica. En aquel año, el cólera infectó en Perú a más de 322.000 personas, de las cuales fallecieron
2.909. En diciembre la enfermedad se había extendido a catorce países de América Latina y del Caribe. La cifra de contagiados
presagiaba, a tenor de experiencias sobre la misma enfermedad en otros países, una letalidad mucho mayor, cercana al cincuenta
por ciento. La epidemia, no obstante, tuvo una tasa de mortalidad sorprendentemente baja, menor al uno por ciento en las zonas
urbanas y sobre el diez por ciento en las rurales.

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