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CRISIS DEL NEOLIBERALISMO: COLAPSOS SISTÉMICOS Y CONFLICTOS SOCIALES.

1. INTRODUCCIÓN:

Lo que quiero presentar hoy nace de la convicción que se hace necesario


recuperar visiones éticas y políticas que puedan conectar las consecuencias
desatinadas – actualmente catastróficas – de la modernización global
neoliberal con las lógicas generales que dirigen la relación entre política,
economía y sociedad. La cuestión más urgente que me incita a pensar y
escribir, es cómo contribuir, al menos, a esclarecer las raíces de los
sufrimientos y malestares que aquejan a individuos, grupos y comunidades en
el mundo actual. Si eso es también ayuda, o no, para transformaciones sociales
y políticas más profundas lo han de juzgar quienes estén comprometidos en
ello. Estas proposiciones se han de mantener como una reflexión abierta,
criticable, superable si es que así lo requiere la praxis transformadora. Quieren
ser, si se me permite expresarlo de otra manera, una conversación seria, un
diálogo honesto y preocupado sobre la forma en que se está configurando
nuestro mundo y el efecto de ese desarrollo sobre las vidas de las personas
que habitan el planeta.
Afortunadamente, en este campo hay una vasta literatura disponible, por lo
que lo que diré hoy no constituye nada muy original ni tampoco definitivo.
Como señalé, es una interpretación que se orienta hacia la posibilidad mucho
más deseable, de alentar un debate amplio y sostenido sobre el tipo de
sociedad que tenemos y la que deseamos construir, porque en ello se juegan
también las posibilidades de lo humano, no sólo su supervivencia biológica y
material sino también su florecimiento psicológico, social y espiritual. Elegí dos
conceptos, crisis y neoliberalismo, que presentan problemas muy similares.
Ambos han pasado a ser parte del lenguaje común con que nos referimos a lo
social y a lo político, pero, al mismo tiempo, presentan una equivocidad poco
controlable. Añadiremos a esto la dificultad de establecer vínculos entre estos
dos conceptos que permitan describir e interpretar críticamente las relaciones
entre economía, política y sociedad. Nuestro esquema de trabajo será sencillo:
en primer lugar, ensayaremos una definición de neoliberalismo y de crisis para
luego establecer posibles vínculos entre ellos y, finalmente, ver de que manera
resultan pertinentes en una reflexión sobre nuestros tiempos.
2. NEOLIBERALISMO.
El término “neoliberalismo” tiene orígenes confusos. Según Enrique Ghersi
(2003) el término se utilizó por Von Mises originariamente para denunciar a
los social-liberales del New Deal, el Estado Providencia y el Keynesianismo
como “socialistas encubiertos”. Otro posible origen fue el Coloquio Walter
Lippman (1938) donde se denominó “neoliberalismo” a una corriente que
intentaba renovar y sacar de su crisis al liberalismo político y económico. Dicha
crisis se gestó entre los años 1880 y 1930, y se manifiesta, sobre todo, como
un agotamiento de la gubernamentalidad liberal (Laval y Dardot, 2013: 31). Las
raíces profundas de la crisis del liberalismo clásico de laissez faire, están en las
mutaciones del capitalismo industrial, que pasó rápidamente de la
competencia entre unidades capitalistas pequeñas al control concertado de
grandes grupos industriales sobre las principales ramas de la economía
nacional y sobre la política (Laval y Dardot, 2013: 32). El ideario económico –
político del liberalismo – primado de la libertad individual, limitación del poder
gubernamental, derechos subjetivos pre-juridicos, equilibrio espontáneo de
los mercados, no intromisión estatal en lo económico, defensa de los derechos
de propiedad y libertad de empresa – se vieron amenazados por la emergencia
del reformismo radical y el socialismo (Salvat, 2000). El rol paradójico del
estado liberal (1830 – 1850) es clave para entender la crisis del liberalismo: por
un lado fue indispensable para crear y estimular mercados, pero, al mismo
tiempo, vio la necesidad de crear políticas sociales dirigidas a contener los
efectos desastrosos del capitalismo de mercado sobre una población pobre
que era al mismo tiempo víctima del capitalismo e insumo necesario del mismo
(como mano de obra que hay que conservar y fortalecer) (Laval y Dardot, 2013:
58) Esta tensión entre expansión de la libertad de mercado y la “defensa de la
sociedad” muestra la oscilación entre la sociedad liberal clásica y la
emergencia de un estado planificador fuerte en la década de los 30. El
neoliberalismo sería “la vuelta del péndulo”, es decir, la acción planificada
desde el estado para expandir el mercado. Según Laval y Dardot, una
característica central del neoliberalismo es que es “un cierto tipo de
intervencionismo destinado a dar forma políticamente a relaciones
económicas y sociales regidas por la competencia” (2013: 61)
Lo que comprendieron los intelectuales reunidos en el Coloquio Lippman
fue que el orden de mercado necesita ser construido, y su edificación forma
parte de una agenda o programa de intervención social y política (Laval y
Dardot, 2013: 79) Como se sabe, la heredera del Coloquio Lippman fue la
Sociedad de Mont Pelerin (1947) donde participaron L. v. Mises, W. Röpke, M.
Friedman, y F. v. Hayek. Quienes continuaron la labor contra el nuevo
igualitarismo, respondiendo a ello con una nueva fórmula liberal consistente
en: 1) un orden basado en un individualismo ético y libertades negativas 2)
rechazo de la planificación económica 3) estructuración política y jurídica de
un mercado regido por mecanismos de libre competencia (Anderson, 1999
“trama”). No podemos detenernos en los decisivos aportes que hacen Mises,
Röpke, y Hayek al pensamiento neoliberal, pero si podemos señalar que a
través de sus obras se hace manifiesto el carácter antropológico y normativo
del neoliberalismo, es decir, que no se trata sólo de una política económica
sino una filosofía del ser humano que permite decirnos como deben
estructurarse la relación de cada cual consigo mismo, con los demás y el
conjunto de las instituciones sociales (Fritz,
Desde la década de los setenta y ochenta se produce “el giro decisivo”. La
fecha clave es 1973, donde la crisis del petróleo pone fin a la época dorada del
capitalismo “de organización” y se atestigua la arremetida del neoliberalismo
en el mundo. Siguiendo a Laval y Dardot (2013:15-17) lo que se instala en este
periodo es una nueva racionalidad gubernamental. Al respecto hay que decir:
1) Concepto de racionalidad: una racionalidad es un modo de estructurar
la acción humana tanto la de los que gobiernan como la de los
gobernados.
2) Racionalidad de competencia y empresa: el neoliberalismo se trata de
una la estructuración de la sociedad en función de la idea de
competencia y del individuo siguiendo el modelo de gestión
empresarial.
3) Razón gubernamental: un conjunto de técnicas, dispositivos, prácticas
que permiten gobernar a la población mediante la libertad de los
sujetos.
En el eje 1973 – 1989, el neoliberalismo logra imponerse en los estados, se
articula con el proceso de mundialización y financierización capitalismo y se
logra asociar por un lado a corrientes neoconservadoras y a izquierdismos
renovados. Lo que se desplegó en el mundo fue una “estrategia” neoliberal:
por un lado queremos decir con ello que hubo una agenda que buscó generar
nuevas condiciones políticas para el funcionamiento de los mercados y por
otro, que de diversas técnicas de poder desplegados en variados niveles micro,
meso y macro institucionales de los que emergió una “dirección global” de la
sociedad (Laval y Dardot 2013: 193). Este segundo sentido de racionalidad
como “práctica emergente” permite entender el disciplinamiento paulatino
que fue introduciéndose en la sociedad forzando a instituciones, grupos e
individuos a asumir las lógicas de competencia destinadas al proceso creciente
de valorización del capital (2013: 193)
El neoliberalismo correrá empotrado sobre una la financierización de la
economía y la mundialización tecnológica. El mercado financiero va
progresivamente autonomizándose de la producción y el comercio, e impone,
gracias a su medio de control específico que es el dinero, una racionalidad
marcadamente orientada a la maximización de la ganancia. Los gobiernos
corporativos estructuran la gestión empresarial en torno a los índices
bursátiles y con ello disciplinan el trabajo mediante la accountability (laval y
dardot2013, 201) Esto lleva a la formación de un conjunto nuevo de
motivaciones e incluso a la constitución de una nueva subjetividad o identidad
social: el hombre como capital humano (laval y dardot, 202) Cada cual porta
un valor que debe revalorizar mediante su adecuada gestión, lo que significa
racionalizar las decisiones, riesgos, tal cual una inversión económica de cara a
una competencia cada vez mas pronunciada entre individuos, equipos de
trabajos, departamentos, empresas y corporaciones.
Todos estos cambios fueron posibles por un nuevo consentimiento
fabricado desde las elites y propagados gracias al poder mediático, en
contextos de crisis económica (como en 1973 y 1979) bajo un estado de
confusión generalizado. Junto al argumento, bien conocido, que acusa de
ineficacia, burocratismo y potencial totalitarismo a la intervención estatal,
aparece un argumento que surtió una inesperada eficacia: el argumento de la
destrucción de las virtudes por obra del asistencialismo estatal. El nucleo del
argumento sostiene que el Estado Providencia desresponsabilizó a los
individuos, desproveyéndolos de las virtudes asociadas al trabajo y la creación
de riqueza. El movimiento contrario apuntó a una creciente responsabilización
y al uso activo del calculo utilitario en las decisiones cotidianas como
instrumento para la autorregulación (2013, 213) Para convertir al individuo en
un homo economicus pleno, se requirió establecer una institucionalidad ad
hoc, un marco social con la estabilidad suficiente para que los mercados
operasen sin interrupciones o bloqueos estatales o ciudadanos. Consecuencia
de eso, el neoliberalismo propugna una limitación de las fuerzas democráticas
por diversas vías, pero la principal es la constricción de toda acción estatal, y
de toda iniciativa política en general, a las reglas del juego del libre mercado y
la competencia desrregulada. El mercado por lo tanto disciplinará no sólo a
individuos y empresas sino a partidos, fuerzas políticas y naciones enteras.
Establecerá así la impotencia de la política para modificar el marco de
funcionamiento de la economía.
Como forma de gobernar el neoliberalismo es una tecnología de
ambientes: diseña sistemas de evaluaciones, procedimientos que establecen
recompensas y castigos, escenarios donde el sujeto con total libertad tenga
que racionalizar su conducta a objeto de no perecer en la competencia. El
trabajo se somete cada vez más a una racionalidad gestionaria, basada en la
evaluación cuantitativa constante, la individualización de los desempeños y la
competencia a todo nivel, en vistas siempre del cálculo económico (costo –
beneficio). La autonomía de las unidades productivas y la descentralización de
la gestión corren pareja con una intensificación del trabajo, en el trasfondo de
un desempleo estructural y una precarización laboral in crescendo. Esta nueva
racionalidad que se basa firmemente en la monetarización supone que el
mercado opere siempre como un sistema fiable de signos e índices
económicos, que no sea un absoluto caos pero que mantenga un dinamismo y
aceleración crecientes. El estado de derecho, el control social
tecnológicamente refinado, la extensión de las funciones policiales y militares
asociadas a la seguridad y contención de la población, etc. son la contraparte
de un mercado transparente y predecible donde las crisis y catástrofes pueden
ser previstas como oportunidades de rentabilización siempre y cuando se
mantengan a raya los conflictos sociales (Laval y Dardot, 2013)
El neoliberalismo puede considerarse un movimiento de
desdemocratización de la sociedad, de neutralización del conflicto político
(Balibar, 2013: 169) Junto con la “retirada del estado social” y la reconversión
del ciudadano a un empresario de sí mismo, el neoliberalismo se especializa
en la desactivación de sus resistencias que aparecen justamente allí donde el
capitalismo muestra con agudeza sus contradicciones. El mecanismo que
opera para esto no es tanto policial sino consiste en la lógica económica
extremada. El conjunto de micro, meso y macro prácticas termina produciendo
un tipo de subjetividad funcional al neoliberalismo, donde resalta la
integración via consumo combinada con un individualismo de tipo hedonista y
narcisista. La experiencia social de nuestra época se da fundamentalmente
como una marea de mensajes, cifras e imágenes que permiten
constantemente capitalizar nuestros atributos, físicos, psicológicos, sociales y
morales. Pero, de nuevo, esto supone cierta capacidad de los integrados al
trabajo y el consumo de adaptarse y sobrevivir a las marejadas y tsunamis
económicos. La frustración, el cansancio crónico y la inseguridad se
transforman en un potencial político que se pretende capitalizar, pero que a la
larga resulta peligroso y poco controlable. Los síntomas regresivos de violencia
urbana, fundamentalismo religioso y fascismo nacionalista son interpretados
como la oscura evidencia de una futura barbarie civilizatoria. Comienza a
sentirse fuerte la presencia del ingrediente apocalíptico y mesiánico entre las
fuerzas sociales en liza.
3. CRISIS.
El concepto de crisis frecuentemente ha sido abordado desde la historia
conceptual, señalando los puntos de inflexión de nuevos significados de la
palabra. En este sentido hay que destacar los trabajos de Reinhardt Koselleck,
Jürgen Habermas, Edgar Morin y Paul Ricoeur. Haciendo una apretada síntesis,
se podría afirmar que la raíz antigua del concepto se encuentra en tres
matrices: 1) la medicina hipocrática 2) en pensamiento escatológico
judeocristiano 3) el campo jurídico. El sentido más familiar de la idea de crisis
arranca de la medicina hipocrática, y señalaba, originariamente, la fase más
álgida del proceso de enfermedad donde “se decidía” la suerte del enfermo,
es decir su agravamiento o recuperación, en medio de unos “días críticos” que
usualmente se identificaban por fiebres, sudoraciones, sangrado, etc. Dicho
momento era, además, el momento propicio (kairos) para la decisión médica.
Ricoeur señala que el uso de crisis apuntaba a un contexto de una patología, a
un cambio brusco en el desarrollo de un proceso, una mirada clínica que
diagnostica en función de lo observado y produce a partir de ello un
pronóstico. Habermas, por su lado, señalará dos aspectos fundamentales: 1)
la crisis supone proceso objetivo - exterior que ocurre sobre alguien que se
halla inmerso con su subjetividad en dicho acontecimiento, y, al mismo
tiempo, lo dota de un sentido a pesar de que no maneje todas las
consecuencias o efectos que sobre él se ciernen 2) la idea de crisis supone
siempre una idea de pérdida u arrebatamiento de capacidades que
habitualmente gozamos y que deseamos disponer, lo que evidentemente le
da al concepto un uso normativo.
Siguiendo una línea parecida a la de Canguilhem, Morin entiende las
crisis como un evento que dice relación con las relaciones constituyentes de
un sistema u organismo, originado a partir de consecuencias inesperadas
desatadas por fuerzas o procesos latentes, contradictorios en algunos casos,
que pueden ser inhibidos o incorporados a objeto de evitar la dispersión
absoluta de un sistema o su rigidez absoluta. Las crisis son una perturbación
del funcionamiento normal que se asocia a la superación de ciertos umbrales
necesarios para la identidad sistémica. La perturbación produce un aumento
de tendencias desorganizativas e incertidumbre. Finalmente, una crisis
desbloquea o bloquea posibilidades de los sistemas, por lo tanto puede liberar
aquello que antes permanecía latente o reprimido. Morin destaca que las crisis
ocurren en un tiempo condensado y limitado por umbrales. Su duración tendrá
que ver también con la agencia humana, es decir, las decisiones y acciones que
se tomen en vistas de la salida de la crisis.
La migración del concepto de crisis pasará, gracias a Aristóteles, hacia el
campo político – jurídico, asociando la crisis con los procedimientos de
discusión y decisión en las asambleas, tribunales y consejos de la democracia
ateniense del siglo V. Tucídides utilizará la palabra crisis para dar cuenta del
momento decisivo en una batalla. Pero será su aplicación a la filosofía de la
historia, durante el siglo XVIII, lo que convertirá a la idea de crisis en una
categoría utilizable por la teoría social de cuño científico.
Cuando se habla de crisis en un sentido global se quiere dar cuenta de
una atmósfera común al trozo moderno y contemporáneo de la historia. Todo
lo moderno y lo actual estaría saturado con las emanaciones de una gran crisis.
La historia moderna, y nuestra contemporaneidad como efecto más cercano
de ella, provocaría un malestar que daría cuenta, a través de sus síntomas más
rudos y crudos, de una suerte de estado generalizado de malogro y desatino
civilizatorio. La crisis, por lo tanto, aparece asociada a una patología social
general, un estado de enfermedad, descomposición y decadencia de algo
otrora vigoroso, saludable y vital. Se trata, entonces, de los comienzos de la
reflexión filosófica social sobre las patologías de la sociedad moderna, cuestión
que comienza ya claramente en Jean Jacques Rousseau, y que va conformando
una idea de crisis histórica.
Para que esto fuera posible, hubo que echar mano de la filosofía de la
historia implícita en los Padres de la Iglesia, que pudieron contemplar la
historia humana bajo un concepto de unidad del tiempo y narrado con la
estructura de un drama colectivo marcado con hitos de salvación y condena.
La historia desde esta perspectiva, sostiene Habermas, es considerada en su
conjunto como un proceso crítico, un proceso que separa, que enfrenta, que
duele y que genera expectativas. Ya con la obra de Rousseau aparece una
postura crítica hacia el propio presente, que es experimentado como un
estado de malestar y malogro, cuyas causas se encuentran en el despliegue de
la civilización. La Ilustración entendió la crítica como juicio, pero no la vinculó
a la historia, ni tampoco a la idea de crisis. Eso se lo debemos a Hegel, quien
realizará una formidable síntesis de estas cuestiones. Logra leer la historia de
la humanidad en clave de crisis: para que la humanidad pueda reconocerse y
liberarse a sí misma ha de pasar por diversas etapas marcadas por la
separación y lucha entre fuerzas históricas antagónicas de lo que resulta una
transformación de la conciencia de sí del ser humano, en un movimiento que
es reconstruido y llevado a término por la propia filosofía. Marx, sostendrá,
por su parte, que la reconstrucción filosófica no basta para superar el
desgarramiento de la humanidad consigo misma sino que éste debe ser
superado en la praxis. Marx interpretará la crisis como una contradicción, o,
mejor, un conjunto de contradicciones reales e inmanentes al desarrollo
capitalista. La crítica, por lo tanto, tendrá que ver con una búsqueda a la salida
de las crisis capitalistas, guiada por intereses materiales e históricos
específicos de emancipación social. El movimiento histórico mundial coincide
con el movimiento del capitalismo, y las crisis coincidirán con los colapsos de
la economía cuyos principios de organización están larvados de
contradicciones.
Habermas considerará fundamental el aporte de Marx para un concepto
científico de crisis, pues logra conjugar en una misma mirada tanto la
perspectiva “objetiva”, es decir el movimiento real e histórico del capital y sus
contradicciones, como la perspectiva “subjetiva” que alude a los conflictos
sociales y las evaluaciones normativas que portan los involucrados. Esta misma
aproximación reaparecerá en el uso de la distinción sistema/mundo de la vida
que se hace en TAC, pero ya no desde una perspectiva puramente marxista.
Habermas definió aproximadamente desde los años setenta una crisis como
aquellos cambios en la estructura social, descritos en términos de
perturbaciones o colapsos sistémicos, que son experimentados como críticos
por la población porque comprometen la integración social al punto de dañar
la legitimidad del orden institucional. esta “conciencia de crisis” nunca se da
como consenso unívoco sino como conflicto entre distintos grupos o actores
en torno los significados y las interpretaciones de un evento o situación cuyo
modo de darse no está, por completo, a disponibilidad de la conciencia o los
voluntades de ninguno de estos sujetos. La conciencia social de crisis se da en
el ámbito del mundo cotidiano de la vida, es decir, en ámbitos de la sociedad
civil y la opinión pública donde aún tiene sentido entender la sociedad como
una experiencia de convivencia humana, por difusa que esta sea.
Las crisis son un proceso de re-apropiación y re-intepretación del
sentido de la sociedad, lo que coloca en liza diversas formas de destacar las
consecuencias desatinadas y formas de sufrimiento individual – grupal –
comunitario derivadas de los desarrollos sociales. Se trata de experiencias
auténticamente morales entendidas como la puesta en juego, social y
comunicativa, de expectativas normativas relacionadas con el reconocimiento
de la dignidad, la integridad, el honor, etc. de individuos, grupos y
comunidades que, producto de la crisis, han visto o revelado dinámicas de
desprecio e injusticia que les afectan (Honneth, 2011:137 y ss.) Se puede decir,
entonces, que las crisis, al menos las auténticas, nos colocan frente a frente a
la configuración axiológica de una colectividad, frente a sus magmas de
sentido donde se desplazan históricamente tradiciones y corrientes filosóficas,
religiosas, éticas, políticas, cosmovisionales, sabidurías ancestrales, etc. que en
ese movimiento de lo histórico-social van solidificándose y fluidificándose
(Castoriadis, 2005: 193)
Las crisis sólo aparecen teniendo “sentido social” si son parte del mundo
compartido de una comunidad de hablantes donde pueden imaginarse y
discutirse auto-comprensiones sobre la propia sociedad. Por el otro lado,
sabemos bien que los especializados y diferenciados mecanismos o medios de
poder, control, coordinación no están a la vista ni a la disposición de cualquiera
en la sociedad. El ciudadano/a de a pie tiene una visión mucho menos
preparada técnicamente para leer las causas y fuentes de crisis en campos
como las finanzas, recursos energéticos, sanidad, etc. ni, menos aún, para
discriminar con exactitud las buenas de las malas soluciones. Sin embargo,
también es cierto que la sociedad civil y la opinión pública operan como las
“antenas” o “sondas” que identifican las consecuencias desatinadas o las
deformaciones de los desarrollos modernizadores (Habermas, 2008:407,
1999a:245 Cortina, 2009: 144) Es por esta razón que parece una buena
estrategia seguir leyendo las crisis desde una doble perspectiva: la del mundo
de la vida integrado socialmente por medio de la acción comunicativa y la de
los sistemas de control y poder diferenciados funcionalmente, que coordinan
instrumental y estratégicamente los intercambios sociales (Habermas,
1999:25, 1993:397, 1998:213, Lechner 2006:515, Velasco, 2014: 74 y ss.,
Estrada, 2004:123)
Desde la perspectiva sistémica, nuestra sociedad aparece como un
entrelazamiento de poderes que son comunicados por “correas de
transmisión” monetarias, legales o administrativo – burocráticas. Hay dos
sistemas de poder, control y coordinación que se han levantado como los
promontorios más visibles de la sociedad moderna: el estado y el mercado. En
ambos encontramos un predominio de una racionalidad técnica - formal –
instrumental que “gestiona” los sustratos naturales, psíquicos y sociales en
función de imperativos funcionales propios: productividad, rendimiento,
eficacia y eficiencia, ganancia, crecimiento, seguridad y control de la
población, estabilidad, legalidad, etc. Las crisis de estos sistemas, implican una
pérdida cibernética de autogobierno y control, incapacidad de autorregulación
y de respuesta a los cambios del entorno (Habermas, 1999: 21)
4. CRISIS SISTEMICAS Y CONFLICTOS SOCIALES.
El sistema económico queda bien descrito como un sistema de flujos
cíclicos con inputs/ouputs de materias primas, mano de obra, capital fijo y
variable, distribución, consumo, etc. (Habermas, 1999:87, Harvey, 2012) El
desarrollo global de la economía capitalista no es lineal ni armónico: por todos
lados está plagado de contradicciones, arritmias y discontinuidades. Sus crisis
se parecen más bien a infartos donde se corre siempre el riesgo de entumecer
o paralizar los flujos de capital, trabajo y mercancías (Bensaïd, 2011:122,
Bauman y Bordoni, 2016:11 ). La comprensión de la crisis como “colapso”
asienta bien con la visión sistémica: se tratarían de rupturas y perturbaciones
dentro de una lógica general de autorregulación y conservación de un sistema,
las que muchas veces no significan un estado terminal sino más bien
momentos propios de reajuste, parcheamiento, higienizaciones,
reacomodaciones y re-estructuraciones de la lógica del capital (Carrasco-
Conde 2012: 130) Como vieron Marx – Engels y como reafirma Zizek (viviendo
2012:20) y muchos otros (por ejemplo, Harvey, 2014) la economía capitalista
sólo puede sobrevivir si se expande constantemente, pero con ello crecen
exponencialmente los riesgos de paro cardiaco y los necesarios excesos
devienen catastróficos (Zizek, 2004: 77) Se trata de una destrucción creativa
que opera por desequilibrios multi-céntricos que van vigorizando la eficacia
adaptativa y oportunista del capitalismo, el que cada vez más asume la
máscara espectral de un mercado virtual de precios y valores financieros
(Zizek, 2013: 139)
El otro poder sistémico, el estado, en tanto sistema administrativo, depende
de las prestaciones económicas y flujos de recaudación desde la economía, a
cambio de lo cual debe proporcionar las condiciones más idóneas para que el
capital se reproduzca. La alianza entre la economía capitalista y el estado,
impulsada, a su vez, por las innovaciones tecnológicas y científicas, no deja de
darse a pesar de la oleada neoliberal de reducciones, privatizaciones y
reajustes. Ciertamente, hoy los mercados colocan imperativos de flexibilidad,
apertura, eficacia, eficiencia, seguridad, privatización y competencia cada vez
más exigentes. A esto ha respondido el estado con una racionalidad cada vez
más tecnocrática y presuntamente despolitizada, desodorizada y neutral bajo
la máscara de un tratamiento científico – social de los vaivenes económico –
administrativos y las cuestiones sociales emergentes (Stavrakakis, 2010: 285)
En la medida que las turbulencias y maremotos económicos son globales, hoy
más que nunca la economía aparece como política, es decir como un conjunto
de decisiones estudiadas y conscientes, tomadas por políticos, expertos,
asesores, lobistas, economistas, empresarios etc. (Zizek 2011:20).
Paradójicamente, al mismo tiempo, esas decisiones se justifican respecto de
un sistema económico global que aparece como una fuerza neutral,
autónoma, impenetrable y ciega a otras racionalidades que no sean las del
lucro y la ganancia (Touraine, 2013)
Las crisis de la política democrática en su formato liberal – procedimental –
formal – representativa – electoral no es tanto la inexistencia de un tinglado
de principios, instituciones y procesos elementales que identificamos como
“democráticos” (separación de poderes de Estado, elecciones universales,
pluralidad de partidos, sistema electoral, etc.) sino el divorcio entre el poder,
entendido como la capacidad de hacer cosas y la política entendida como la
capacidad de hacer decisiones y definiciones prácticas fundamentales. Cuando
logra la política armar el estado de programas o propuestas mínimamente
sustantivas de cambio o transformación social, se encuentra con un déficit de
medios para poder incidir en el cambio de las reglas de juego fundamentales
impuestas desde el sistema económico (Bauman, 2015: 85). Esto se hace
palpable en la frustración de la ciudadanía cuando ve al estado renunciar a
regular los comportamientos de megacorporaciones y poderosos agentes
económicos, o cuando los políticos plantean la imposibilidad e inconveniencia
de modificar las bases del modelo económico. Esos estrangulamientos y
constricciones que experimenta la política no son cosa de niños. Al largo plazo,
van produciendo una sensación de impotencia que termina en desafección
hacia la política no carente de peligros.
Con esto llegamos a lo que, a nuestro juicio, constituye una consecuencia
central de las crisis contemporáneas: la condición de heteronomía social y su
contraparte que es el déficit de autonomía política. Esta condición se expresa
en la formula paradojal que elaboró Zygmunt Bauman: La máxima libertad
individual puede ser compatible con la máxima impotencia colectiva (Bauman,
2006: 9) Esto se aplicaría especialmente, no tanto a las alternativas disponibles
(que para quien dispone de recursos pueden ser inabarcables) sino, más
profundamente, al código de elección, es decir, a las orientaciones éticas
respecto a qué es lo preferible y qué decisiones son acertadas para los
individuos, grupos, comunidades (Bauman, 2006: 81). En la modernidad
“solida” tanto la legislación como la educación eran las instancias formadoras
de dichos criterios en las subjetividades. Hoy, qué duda cabe, es el mercado.
La acción política a la “vieja usanza” consistía en movilizar intenciones, afectos,
ideas, discursos en vistas de proyectos que tenían que ver con la
transformación o la lucha en torno dicho código de elección. Hoy, establecido
desde el mercado, no existe un programa explícito o discutido, sino un
conjunto de reglas “técnico - sistémicas” que se transforman en una camisa
de fuerza tanto para ciudadanos, como para partidos políticos y, en parte, para
el mismo estado.
Hoy, las racionalidades sistémicas producen efectos de heteronomía de una
manera que aparece como pseudo- natural, espontánea, automática. Su
apariencia es la de lo obvio, lo que encaja, lo conveniente, lo útil, lo
transparente. Su realidad esconde una operación de exclusión: para que el
sistema funcione, algo ha de quedar fuera, algo no ha de ser dicho, algo ha de
ser proscrito. Bajo esta perspectiva, lo humano, en tanto exceso que resiste a
toda completa clasificación – manipulación – disponibilidad, aparece como
constante fuente de irritación y perturbación. La crisis de los sistemas son las
voces y gritos de las víctimas que insisten en no callarse. Esto que indicamos
prefigura el avance de la racionalidad sistémica a racionalidad gestionaria.
La clave de la racionalidad gestionaria consiste en comprender que la última
frontera de colonización sistémica, las profundidades de la psique, es el lugar
donde deben penetrar los imperativos sistémicos para producir, lo que
denomina Byung Chul Han, un “sujeto de rendimiento” que se explote a sí
mismo. Correlativamente a una bio-política que coloca cuerpos, órganos,
poblaciones, neuronas y genes a disposición técnica, existiría una psico –
política que busca disponer de las pulsiones, afectos, intenciones, deseos,
fantasías, miedos, fobias, creatividad, etc. que se localizan en lo más íntimo de
los individuos y sus relaciones elementales. La idea de gestión indica que el
propio sujeto coloca a disposición sus fuerzas internas para someterse a un
mejoramiento, optimización, perfeccionamiento totalmente funcional a sus
ámbitos de desempeño laboral, que siguen las lógicas de mercado de
productividad, competencia, expansividad, etc, bajo la apariencias de libertad,
flexibilidad, autonomía e incluso goce. El mismo sujeto se pone a sí mismo
como la fuente de dichos imperativos de rendimiento: deviene en empresario
de sí mismo.
Lo nuevo de todo esto reside en que parte de aquello que alguna vez resultó
incómodo o desechable para los sistemas de poder y control se vuelve en un
objeto que quiere ser intensamente incluido y colonizado. Esto hace que el
poder adquiera un “rostro humano”: lo que antes eran puras relaciones
instrumentales comienzan a disfrazarse bajo la apariencia de relaciones
personalizadas, afectivas, éticas, simpáticas, amables, etc. (Han, 2014) La
sociedad disciplinaria da paso a una sociedad de la auto – motivación y de la
afirmación de sí a través del goce e intoxicación consumista o mediante la
exposición de la propia vida al sinóptico de las redes sociales.
las crisis sociales están lejos de ser hoy meros accidentes, colapsos parciales o
traumatismos momentáneos del operar funcional de la economía y el sistema
político. Ellas impactan como acontecimientos que son interpretados y
evaluados moralmente en función de las preconcepciones de bien y
expectativas de justicia de los distintos grupos y sectores de la sociedad. Las
crisis producen un trastorno serio en los proyectos, narrativas y prácticas de
vida de los sujetos, en aquellas esferas de convivencia cotidiana más
relevantes para los miembros de la sociedad. Al hacerlo se relevan las
expectativas morales que aparecen bajo la forma de conflictos y disputas no
sólo en torno a intereses materiales y objetivos estratégicos específicos sino,
también, en torno al sentido que toma la sociedad, encarnada en sus
instituciones, para sus miembros
El punto de encuentro y anclaje entre los sistemas y redes de intercambio,
poder y control que coordinan la sociedad y el mundo de la vida cotidiano de
los sujetos, son las instituciones (Habermas, 1992:442, Sitton, 2006:242)
Aquellos mundos de la vida cotidianos se diferencian en ámbitos de lo privado,
lo social y lo público, que entran en contacto con el sistema económico
productivo y el sistema político administrativo (Habermas, 1992:452). El
contacto entre lo privado y la economía da lugar al consumo que impacta
sobre el espacio doméstico de la reproducción de la vida material del grupo
familiar y sobre las prácticas de socialización que se llevan a cabo en él. Al
mismo tiempo el espacio íntimo privado del grupo familiar y sus relaciones más
cercanas (la amistad- relaciones de amor) se abre a lo social que lo constituye
el mundo del trabajo, el que, a su vez, está configurado desde el sistema
económico – productivo (Honneth 2009:269). El espacio del trabajo nos
permite identificar y pensar los vínculos intersubjetivos que se dan hacia el
interior, en torno al modo en que se estructuran las tareas, los roles, las
jerarquías, las distribuciones de responsabilidades, y hacia el exterior, respecto
al mundo de las necesidades materiales y afectivas que provienen desde los
entornos intimo – privados
La educación, por otra parte, sería un ámbito entrecruzado tanto con la esfera
intimo – familiar como con el mundo del trabajo. Además se abriría al sistema
político administrativo a través de la mediación del ámbito social – público de
lo comunitario, es decir, de los distintos tipos de organizaciones y
agrupaciones formales e informales que se constituyen como algo distinto de
la familia, distinto del trabajo y distinto de la escuela pero, al mismo tiempo,
manteniéndose profundamente vinculados a esos ámbitos. Lo público se
desdoblaría tanto en su faceta estatal – jurídica y en su faceta ciudadana.
Según esto seriamos por un lado, personas jurídicas, usuarios, contribuyentes
y súbditos de un aparato estatal, y, por otro, sujetos – ciudadanos que aspiran
a participar y ser corresponsables soberanos del ordenamiento político de una
sociedad.
En cierta parte, sería legítimo equiparar este ámbito de lo ciudadano a lo
político, entendiendo por esto el espacio de pluralismo y conflictividad social
que va constituyendo, entre otras cosas, los sentidos normativos y
expectativas morales puestas en juego por los ciudadanos, que se van
instituyendo con relativa independencia de la mediación del sistema político.
Ciertamente hablamos del espacio contemporáneo de la sociedad civil y la
esfera de opinión pública, pero también de todas las ágoras (el espacio de
encuentro público – privado) que se forman en el ámbito educativo, laboral,
comunitario, barrial, etc. La posibilidad de la política como actividad de lúcida
y reflexiva de cuestionamiento, crítica y transformación de lo instituido de la
sociedad por sí misma, se da en este espacio de lo político que parece resistirse
a ser absorbido por el sistema político (o se la política en tanto mediación
institucional)
Las crisis son una forma de conciencia que es más que un instinto de alerta,
ellas pueden ser la posibilidad de una nueva comprensión o transformación de
lo social, lo ético y político al colocar en primera línea los presupuestos
normativos implícitos en la convivencia social (Wang, 2014). Los colapsos
sistémicos impactan heterogéneamente en los ámbitos privados, sociales y
públicos. Los imaginarios que dotan de sentido a las tareas y pertenencias
institucionales se vuelven gelatinosos y al fluidificarse replantean los mapas
cognitivos, afectivos, morales y políticos (Bauman, 2004:166; Lechner,
2006:492). Estructuras y contraestructuras se hacen más visibles, los
consensos son revisados a la luz de nuevos conflictos, las formas de
socialización aparecen impugnadas por otras formas de sociabilidad, lo
sistémico aparece diferenciándose de lo convivencial (Bauman, 2004:152) Esto
hace posible leer las crisis desde un punto de vista evaluativo – normativo, que
adopta la forma de conflictos y luchas por el reconocimiento (Honneth,
2011:63).
Las esferas del trato cercano (familia – amistad), de la ciudadanía y la
solidaridad social, aún bajo su forma actual, tienen patrones de expectativas
normativas, diferenciadas según grupos y sectores, relativas al tipo y calidad
de relaciones que esperamos establecer en nuestra convivencia. Cuando se
violan dichos patrones, aparecen experiencias de desprecio y agravio moral
que identificamos como el maltrato físico y la humillación psicológica en la
esfera del trato cercano; la discriminación y privación de derechos en la esfera
público – ciudadana; y el menosprecio de las tareas, roles, capacidades,
desempeños y formas de vida de individuos, grupos y comunidades en la
esfera de la solidaridad social, que incluye los ámbitos del trabajo, la educación
y la pertenencia a diversas organizaciones y redes comunitarias (Honneth,
2010:23). Desde luego, estas expectativas se realizan bajo ciertas pretensiones
de validez y legitimidad que hacen que dichas demandas levantadas a las
instituciones y a los grupos dominantes no sean meras expresiones
particulares de intereses, sino posturas razonables que apuntan, de uno u otro
modo, a visiones de justicia social y política que debieran inspirar las
estructuras e instituciones políticas de la vida en común (Honneth, 2010:47).
Es absolutamente necesario que en una democracia dichas visiones puedan, al
menos, expresarse, discutirse y criticarse públicamente
El efecto de desestructuración, al resonar en el los espacios intrapsíquicos e
intragrupales va notificándose como malestar que desborda lo meramente
subjetivo para convertirse en fenómeno intersubjetivo. Junto con el elemento
afectivo, aparece el elemento ético – moral, pues el malestar da cuenta de
expectativas éticas (relativas a la buena vida, a lo justo y al reconocimiento)
que están siendo incumplidas o malogradas. Al ocurrir todos estos fenómenos
en ámbitos de vida en sociedad (lo íntimo-familiar, el consumo, el trabajo, la
educación, lo comunitario, lo estatal, lo ciudadano) que son esferas de
reconocimiento, las crisis aparecen como conflictos sectoriales que son
interpretados de maneras diferentes, pero que al mismo tiempo “narran” una
cierta atmósfera global de malestar. Eso ocurre, desde luego, si logran alcanzar
un nivel de reflexión adecuado, y dichas posturas no son neutralizadas o
reprimidas desde estrategias despolitizadoras o represivas.
5. CONCLUSIONES NEOLIBERALISMO Y CRISIS:
El neoliberalismo queda bien retratado como una racionalidad gubernamental
que plantea el poder en términos de ambientes sociales regulados por
mercados y animados por la competencia y el cálculo económico. Lo que he
intentado mostrar es que al ser el propio capitalismo un sistema inestable que
utiliza desequilibrios multicéntricos para desarrollarse, los mercados que en él
se generan tienen las mismas características. El neoliberalismo al interpretar
lo social como mercado, y al enfatizar la necesidad de su desregulación expone
a la sociedad a consecuencias sociales nefastas que son consideradas por
algunos de sus adalides como efectos espontáneos neutrales y necesarios del
desenvolvimiento de la economía. La sociedad, que durante el periodo
inmediatamente posterior a la posguerra pudo defenderse de los efectos
desintegradores de la modernización gracias a la regulación estatal de la
economía y las asistencias a los mas desfavorecidos, ve desmantelarse el
estado social y asiste a la desdemocratización progresiva de la sociedad. Esto
queda correctamente interpretado como la extensión de una situación de
heteronomía social, donde ya no estamos sometidos a las inhumanas fuerzas
míticas de los dioses, sino a los neutros e impersonales vaivenes de los
mercados. Sin embargo, la misma historia del neoliberalismo da cuenta de
todo un despliegue intelectual, empresarial, político y comunicacional
internacional para promover activamente, incluso por la fuerza, una sociedad
de libre mercado. Al mismo tiempo los distintos ámbitos del mundo de la vida
fueron colonizadas por prácticas tendientes al monetarismo y al cálculo
utilitario como ethos dominante complementado con la exacerbación de un
pathos de dominio, de acumulación, de control racional que va convirtiendo a
los sujetos en expertos homo economicus y frenéticos homo laborans, al borde
del colapso nervioso.
Los colapsos sistémicos refuerzan las lógicas neoliberales como hemos visto
en el caso de la crisis de 2008. Si bien el desarrollo capitalista parece que se
acerca peligrosamente a límites ecológicos, antropológicos y sociales
definitivos, aún no disponemos de la claridad para poder echar mano de esos
antecedentes y provocar un cambio significativo en el curso de las cosas. Si
podemos esforzarnos por aprovechar al máximo los conflictos sociales para
reintroducir una discusión y una disputa sobre el tipo de sociedad que
tenemos y la que deseamos. Esto significa colocar en el centro de la discusión
el tipo de ciudadanía que tenemos y, en particular, nuestros derechos sociales
de cara al orden económico y político que nos domina. Aparece claro, según
Balibar que es imperativo democratizar la democracia para poder contener al
neoliberalismo. Esto significa, en concreto, revitalizar las fuerzas democráticas
mediante el cuestionamiento del tipo de poder dominante en los distintos
ámbitos y esferas de la sociedad. Segundo, concentrarse en el dispositivo
constitucional y el tipo de ciudadanía que este promueve y quienes o quienes
realmente están siendo considerados ciudadanos. Tercero, apuntar a la
transformación cada vez más aguda de la correlación de clases en la sociedad
en un sentido claro de igualdad material pero también de reconocimiento
social de unos con otros, cuestión que ha de ser promovido por distintos
medios y estrategias. Cuarto utilizar las crisis como modo de politizar la
sociedad, abriendo sus conflictos hacia todos los actores y provocando una
controversia sobre los reales espacios que tenemos para la igualdad y la
libertad.

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