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Yo maté

a Sherezade

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Yo maté
a Sherezade
Confesiones de una mujer árabe furiosa

JOUMANA HADDAD

Traducción de Marta Mabres Vicens

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Título original: I Killed Scheherazade

Primera edición: marzo de 2011

© 2010, Joumana Haddad


© 2011, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Random House Mondadori, S. A.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2011, Marta Mabres Vicens, por la traducción

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los


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ISBN: 978-84-8306-573-0
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Encuadernado en Egedsa

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A mi hija,
aquella que quizá / acaso nunca tenga,
esperada, inesperada,
buscada, temida,
soñada, acunada,
hecha de esperanza, hecha de carne
real, increíble,
con mil nombres
y, aun así, para siempre sin nombre,
nacida,
por nacer,
amada en sus dos bosques.

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Índice

Nota al lector. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Prólogo, de Etel Adnan. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Para empezar... Sobre camellos, danza del vientre,
   esquizofrenia y demás pseudodesastres. . . . . . . . . . . . . . 17

1.  Una mujer árabe que lee al marqués de Sade. . . . . . . . 31


2.  Una mujer árabe que no pertenece a ningún sitio. . . . . 45
3.  Una mujer árabe que escribe poesía erótica. . . . . . . . . . 57
4.  Una mujer árabe que crea una revista sobre el cuerpo. . 71
5.  Una mujer árabe que redefine su feminidad . . . . . . . . . 85
6.  Una mujer árabe que no teme provocar a Alá. . . . . . . . 101
7.  Una mujer árabe que vive y dice «no» . . . . . . . . . . . . . 113

Para empezar de nuevo... ¿Soy realmente una «mujer


   árabe»?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
Posparto: Yo maté a Sherezade. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Capítulo de la poeta: Tentativa de autobiografía . . . . . . 133
Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

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El malestar árabe va intrínsecamente ligado a la
mirada del Otro occidental, una mirada que lo
impide todo, incluso escapar. Recelosa y condes-
cendiente de forma sucesiva, la mirada del Otro
te enfrenta sin cesar a tu situación, que en apa-
riencia parece insalvable. Es preciso haber sido
portador de un pasaporte de un Estado paria para
saber hasta qué punto esta mirada puede resultar
categórica. Es preciso haber comparado las preo­
cupaciones propias con las certezas del Otro acer-
ca de uno mismo para comprender la parálisis que
esto puede llegar a provocar.

Samir Kassir, Being Arab

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Nota al lector

La idea de este libro surgió un día lluvioso de diciembre de 2008


cuando una periodista extranjera me preguntó cómo «una mujer
árabe como usted llega al punto de publicar en árabe una revista
erótica tan controvertida como JASAD». Quería saber si había
elementos particulares y precursores en mi educación y en mis
antecedentes que hubieran abonado el terreno para una decisión
tan «desacostumbrada» y polémica.
«La mayoría de nosotros en Occidente no estamos familiari-
zados con la posibilidad de que haya mujeres árabes liberadas
como usted», añadió.
Evidentemente, ella lo dijo con la intención de halagarme,
pero recuerdo que sus palabras me provocaron y que le respondí
de un modo bastante grosero: «No me considero tan excepcional.
Hay muchas “mujeres árabes liberadas” como yo. Y si, como
usted dice, no sabe de nuestra existencia, entonces ese es su pro-
blema, no el nuestro».
Más tarde, por la noche, lamenté esa reacción defensiva. Aun

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nota al lector

así, la pregunta de aquella periodista no se me iba de la cabeza;


entonces intenté comprender mejor por qué ella la había hecho,
y por qué me había irritado tanto. Al poco, mis esfuerzos de
comprensión se convirtieron en un texto corto, que luego pasó a
ser un texto más largo, que a su vez se transformó en un ensayo;
el ensayo se combinó entonces con otros textos que yo había
escrito en torno al mismo tema en ocasiones anteriores. Más ade-
lante, todo ello se fundió con algunas notas autobiográficas perti-
nentes y reveladoras escritas por mí en el curso de los años, y el
resultado fue un libro. Este libro.
¿Fue este libro una buena idea o no? ¿Es necesario o irrele-
vante? ¿Demasiado general? ¿Demasiado personal? ¿Demasiado
disperso? ¿Demasiado egocéntrico? A estas alturas, ya es tarde para
que me plantee estas preguntas y otras similares. Lo único que sé
es que escribirlo me pareció inevitable. Irremediable, incluso.
Como una historia de amor. Y, al menos para mí, este argumen-
to es más que suficiente.
Con todo, después de decidir publicarlo, espero encontrar
cada día otros motivos que lo justifiquen gracias a la nueva vida
que ustedes, sus lectores, le van a dar.
Querida Jenny, te ruego que aceptes mis disculpas retrasadas
por la grosería innecesaria con que te traté. Espero que veas en
este modesto testimonio un intento no demasiado embarazoso de
decir: «Lo siento».
Y, más importante aún: «Gracias».

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Prólogo

¡Noticia de última hora! ¡Sherezade ha muerto! ¡La han asesinado! ¿Ha


sido en un arrebato de pasión, o de lucidez? Seguramente de ambas cosas.
Joumana Haddad acaba de dar muerte a la heroína de Las mil y una
noches. Y nunca un crimen ha sido tan dichoso... y moral.
El relato de este asesinato es un viento tempestuoso que despeja el
firmamento. No el firmamento cargado de monoteísmo, sino ese que es un
cuerpo de mujer, el cuerpo individual que solo se pertenece a sí mismo.
Ha sido preciso dar muerte a un mito histórico para que el cuerpo y,
por ende, también la mente se pudieran liberar, y ha sido preciso narrar
esta experiencia para ratificarla mejor.
Por lo tanto, antes de escuchar el ruido, tenemos que atender al silen-
cio. Antes de las palabras sonoras, está la primera palabra, la existencia
del cuerpo, y Haddad propone que no nos perdamos en su glorificación
sino que lo escuchemos.
Me gusta esta combinación de narrativa y análisis que retumba como
el jazz o la música rap. Sin embargo, se trata de un análisis de una ló-
gica implacable, salpicado de furia y de algo más que furia; salpicado de
la búsqueda extasiada —mística— de la liberación absoluta, la cual solo

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prólogo

se podría alcanzar con la liberación de este «sujeto-objeto» que es el cuer-


po con el que empieza y termina la vida.
Sin embargo, ya desde el nacimiento el cuerpo se encuentra sumido en
un contexto social, y es así cuando las limitaciones empiezan y nos llevan
incluso a la esclavitud.
Haddad rechaza las medias tintas. Nacida en un país donde se ha
vertido mucha sangre (por nada), se sirve de una violencia de igual inten-
sidad pero de naturaleza distinta. Arremete contra todos los tabúes y su
«crimen» se transforma en un nacimiento, en un acto de vida.
Aunque habla de la mujer árabe, de lo que ella conoce, lo que dice
atañe a todas las mujeres a lo largo de la historia, en especial a las de la
región mediterránea, a las cuales se les dice con autoridad sagrada que son
un producto secundario de la Creación pues Dios creó a Adán mientras
que Eva, en cambio, salió de una costilla de aquel. Haddad, sin embargo,
trae la buena noticia de que la mujer solo viene de sí misma y que es ella
la que tiene que hacerse y crearse a sí misma, igual que el hombre. Ella
tiene que convertirse en la nueva Sherezade y escribir historias para par-
ticipar en la creación del mundo por medio de la literatura.
Ella saca a la luz cuestiones esenciales sobre la identidad y sobre la
reubicación, pero no en el «yo» social —lo cual es más narcisista de lo que
pensamos—, sino en esa libertad que ella descubrió de niña y que es el
lugar cambiante de la perpetua partida.
Todo ello se pone en tela de juicio con una alegría desenfrenada y una
inteligencia desbordada que nos arrastra a un texto que concluye en un
poema brutal.
Hay que ser un genio para alcanzar una libertad tan radical.

Etel Adnan

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Para empezar...

Sobre camellos, danza del vientre,


esquizofrenia y demás pseudodesastres

Querido occidental:
Permítame que le advierta ya desde el principio: no tengo
fama de facilitar la vida de nadie. Por lo tanto, si busca aquí ver-
dades que cree saber y pruebas que cree tener ya; si desea ver
corroboradas sus opiniones orientalistas, o quiere reafirmar sus
prejuicios antiárabes; si espera oír el soniquete interminable acer-
ca del choque de civilizaciones, entonces es mejor que no siga
leyendo. En este libro haré todo cuanto esté en mi mano por
defraudarle. Intentaré decepcionarle, desencantarle, desposeerle
de sus quimeras y opiniones preelaboradas. ¿Cómo? Pues dicién-
dole simplemente que:

Aunque soy lo que se dice una «mujer árabe», yo, y muchas


mujeres igual que yo, vestimos como nos da la gana, vamos a
donde nos place y decimos lo que queremos.
Aunque soy lo que se dice una «mujer árabe», yo, y muchas

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para empezar...

mujeres igual que yo, no llevamos velo, no estamos domeñadas,


no somos analfabetas, no estamos oprimidas y, desde luego, no
somos sumisas.
Aunque soy lo que se dice una «mujer árabe», ningún hom­
bre me prohíbe a mí, ni a muchas mujeres igual que yo, conducir
un coche, una motocicleta, un coche deportivo (o, ya puestos, un
avión).
Aunque soy lo que se dice una «mujer árabe», yo, y muchas
mujeres igual que yo, hemos adquirido un nivel de formación
elevado, tenemos una vida profesional muy activa y ganamos más
que muchos hombres árabes (y occidentales) que conocemos.
Aunque soy lo que se dice una «mujer árabe», yo, y muchas
mujeres igual que yo, no vivimos en tiendas de campaña, no mon­
tamos en camello y no sabemos bailar la danza del vientre (no se
ofenda si pertenece al «bando progresista»; a pesar del mundo
abierto y globalizado del siglo xxi, todavía hay quien tiene esa
imagen de nosotras).
Y por último, y no por ello menos importante: aunque soy lo
que se dice una «mujer árabe», yo, y muchas mujeres igual que
yo, nos parecemos mucho a... ¡USTED!

En efecto, nos parecemos a usted, y nuestras vidas no son muy


distintas de la suya. Es más, si se mira un buen rato en el espejo, es­
toy segura de que verá cómo nuestros ojos le brillan en su cara.
Nos parecemos mucho, pero no somos iguales. No porque
usted sea de Occidente y nosotros de Oriente. No porque usted
escriba de derecha a izquierda y nosotros de izquierda a derecha.
Somos distintos porque todos los seres humanos sobre la faz de la

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sobre camellos, danza del vientre

Tierra son distintos. Somos distintos en la medida en que usted es


distinto del vecino de la puerta de al lado. Y esto es lo que hace
que la vida sea interesante. De lo contrario, nos moriríamos de
aburrimiento.
Al menos yo.
En consecuencia, no permita que yo, o este libro, le atraiga
por motivos erróneos; yo no soy interesante por ser «árabe». No
soy interesante por ser una «mujer árabe». Y, desde luego, no soy
interesante por ser una «mujer árabe escritora». (¡Qué encasilla-
miento tan desafortunado, sobre todo para alguien como yo, que odio
tanto las etiquetas!) La única razón válida para leerme, la única ra­
zón válida por la que yo debería resultarle interesante y, en defi­
nitiva, la única razón válida por la que un ser humano debería
resultar interesante es por ser quien es y no por la etiqueta llama­
tiva y fascinante que supuestamente representa.
Por lo tanto, en lugar de abandonarse de inmediato a la ima­
gen determinada que otros han forjado en nombre de usted, in­
tente preguntarse a sí mismo qué es una «mujer árabe».
Este libro es un intento modesto de reflexionar sobre el tema.
No pretende dar respuesta a las preguntas que plantea, ni solucio­
nes a los problemas que expone, ni lecciones y fórmulas que aca­
tar. Su aspiración principal es ofrecer a la vez un testimonio y una
reflexión sobre lo que significa ser una mujer árabe y lo que po­
dría significar hoy en día. Su aspiración secundaria es lograr la
primera apartándose de la aridez aburrida del lenguaje retórico,
del egocentrismo estrecho de una autobiografía sistemática y de
las alegorías escapistas de una novela.
Con todo, querido occidental, que no le engañe el hecho de

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para empezar...

ser el destinatario obvio de este libro; en realidad, no solo se diri­


ge a usted sino más bien, y en ocasiones incluso sobre todo, a mis
conterráneos árabes. En gran medida, por lo tanto, constituye un
esfuerzo de autocrítica. Y, aunque procurará revelar los puntos
en los que radica la esperanza para las mujeres árabes contempo­
ráneas, también expondrá de forma parecida sus flaquezas, los
desafíos que tienen planteados y los problemas a los que se en­
frentan, o provocan, o no resuelven. En ocasiones, la oscilación
que generan la descripción y condena de nuestra dura realidad
por un lado y, por otro, el esfuerzo por demostrar que hay luz al
final del túnel, puede provocar una impresión de autocontradic­
ción. Y es que, ¿cómo se puede apoyar una visión y menospre­
ciar a la vez la base sobre la que se apoya? En cualquier caso, esa
impresión es pura ilusión, y es consecuencia directa de la integri­
dad crítica. Ningún esfuerzo de autodefensa merece ser toma­
do en serio si no viene acompañado y sostenido por un esfuerzo
de autocrítica. Si saco a la luz nuestros defectos de forma despia­
dada es para ilustrar mejor la excepción innegable que radica en
ellos.
Y viceversa.

❖ ❖ ❖

«Las historias solo les ocurren a quienes son capaces de contarlas»


(Paul Auster). Sin embargo, para poder contar algunas de mis
historias y reflexionar sobre lo que significa realmente ser árabe
en la actualidad, antes es preciso que resuma un poco lo que sig­
nifica ser árabe.

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sobre camellos, danza del vientre

Hoy en día ser árabe implica, ante todo y principalmente


—aunque sin ánimo de generalizar—, dominar el arte de la es­
quizofrenia.
¿Por qué? Porque hoy en día ser árabe significa tener que ser
hipócrita. Significa no poder vivir y pensar lo que realmente se
quiere vivir y pensar de forma honesta, espontánea y sincera.
Significa estar dividido en dos y tener prohibido expresar la
verdad pura y dura (y la verdad ES pura y dura; ese es su cometido,
y ahí radica su poder) porque la mayoría árabe está subordinada a
una telaraña de mentiras e ilusiones reconfortantes. Significa
que la vida y las historias propias tienen que reprimirse, acotar­
se y codificarse; hay que reescribirlas para complacer a las vesta­
les de la castidad árabe, para que tengan la certeza de que el
delicado «himen» árabe está a salvo de todo pecado, vergüenza,
deshonor o tara. Los oscurantistas se propagan como setas en
nuestra cultura árabe, y nos topamos con sus sombras en todas
partes, por cualquier asunto. Sus mentes son parásitas, igual que
sus corazones, sus almas y sus cuerpos. Solo logran sobrevivir
como garrapatas. Su ocupación es distorsionar y aplastar todo
cuanto es libre, creativo o bello y ha escapado a su hipocresía y
superficialidad. Ahí donde la libertad, la creatividad y la belleza
consiguen resplandecer, ellos arrojan oleadas de hostilidad y re­
sentimiento, y lanzan campañas de tergiversaciones y mentiras
a fin de destruir cuanto se escapa de la mediocridad que les es
propia.
Repito: los oscurantistas se propagan como setas en nuestra
cultura y generan montones de amenazas, agresiones, demago­
gias, charlatanería y doble moral. Estos «guardianes de la castidad»

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para empezar...

defienden la ética, pero la ética no puede hacer otra cosa que


desentenderse de ellos. Pretenden proteger valores, pero los valo­
res humanos de verdad no tienen nada que ver con ellos. Asegu­
ran proteger, con sus mentes enfermas y retorcidas, lo que se
atreven a llamar honor, fe, dignidad y moralidad, clamando a fa­
vor de la necesidad de «salvar nuestra religión, costumbres, tradi­
ciones y juventud»; y todo esto sin tener en cuenta lo que ocurre
en las pantallas de la televisión, por internet, tras las puertas cerra­
das e incluso en los lugares de culto. Solo entienden la punta del
iceberg del honor y la moralidad, y apenas captan lo superficial.
Estos «ladrones» nos han arrebatado nuestra vida personal; nos
han robado nuestra libertad individual y nuestra libertad civil (el
derecho a vivir en libertad, el derecho a escoger en libertad, el derecho a
expresarse en libertad ). Han malversado nuestra cultura, la han pro­
fanado y asesinado; y lo mismo han hecho con nuestro futuro,
nuestro civismo y el legado árabe iluminista. Y la relación de sus
actos vandálicos prosigue.
Estos oscurantistas retrógrados son ladrones. Son profanado­
res. Son asesinos. Y, sobre todo, son estúpidos. Y tal vez este sea
el golpe más cruel infligido contra nuestra identidad árabe con­
temporánea.
❖ ❖ ❖

En segundo lugar, ser árabe hoy en día significa ser parte de un


rebaño; claudicar por completo de la individualidad y seguir a
ciegas a un líder, una causa o un eslogan. Hay una consigna árabe
que dice: «Las naciones las hacen las masas». Tal vez esto sea lo que
ha reforzado mi escepticismo frente a grupos, ideologías y luchas

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sobre camellos, danza del vientre

colectivas —incluso cuando se persiguen causas nobles— y el


apego hacia mi individualidad propia; una individualidad «huma­
nitaria» que respeta, reconoce y tiene en cuenta la existencia y las
necesidades del otro, pero que se resiste con firmeza a cualquier
tendencia homogeneizadora.
Sin duda, la mentalidad gregaria no es un problema exclusi­
vamente árabe, sobre todo en un tiempo tan marcado por el
populismo. Por desgracia, hemos presenciado cómo muchas na­
ciones, e incluso países de los llamados «desarrollados», caían en
la misma trampa de «seguir a un líder aunque sea imbécil». ¿De
qué otro modo —y eso solo como un ejemplo entre muchos—
se entendería el Estados Unidos de George W. Bush? Sin em­
bargo, en el mundo árabe (por lo menos, para hacer justicia a
nuestro fabuloso legado, en el mundo contemporáneo) esta do­
lencia no solo es un «episodio oscuro de la historia», sino que es
un estado permanente. Y es que este mundo es ciego al hecho
de que todos los grupos son la suma de sus individuos, y que si
estos grupos no se fundamentan en la persona tal y como es en
pensamiento, en acción, en sentimiento, en cuerpo, en espíritu y
en humor, entonces se autodestruirán y devendrán en realidad
masas movidas por el instinto y el poder, ajenas a su propia vo­
luntad, con la lógica de «el grupo por encima del individuo».
Sé muy bien qué significan expresiones como «los grupos por
encima del individuo» en nuestra sombría realidad política, social
y cultural árabe. Bajo ese pretexto se organiza y se controla a las
masas y se las agolpa en grupos distintos que anulan cualquier
aspecto personal, ya sea opinión, elección, sentimiento, tempera­
mento, comprensión, expresión, ambición o, en general, la vida.

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para empezar...

El individuo se subsume en facciones basadas en las tendencias


generales de tipo social, religioso y político, y las autoridades lo
reconducen y lo privan de la unicidad que le es propia. En la prác­
tica y desde un punto de vista objetivo, esto conduce a la disolu­
ción de todo el talento individual bajo la oleada aplastante y ho­
mogeneizadora de la entidad colectiva. Los individuos desleídos
ven sus egos arrasados y privados de desempeñar cualquier papel
creativo, lo cual contribuye a fomentar los clichés predominantes
acerca de los árabes y su imagen estereotipada. Cuanto más nos
juntamos para hacer oír nuestra voz, más se malinterpreta nuestro
discurso. ¿Es posible superar este círculo vicioso?
Con todo, ¿qué sentido tiene la vida y qué dignidad le que­
da a un grupo, a un conflicto colectivo, si el «yo» se ve aplastado
bajo los cascos del rebaño? No me malinterpreten: no pretendo
defender el individualismo de la vieja escuela. No me refiero al
enfoque darwinista basado en la ideología del homo homini lupus,
que ha generado principalmente una sociedad egoísta, injusta
y destructiva en la que no tienen cabida los débiles y los pobres, y
en la que no hay conciencia comunitaria ni medioambiental. Este
modelo es tan inadecuado y nocivo como el fracasado modelo
socialista que, en nombre de bonitas ideas igualitarias, acabó con
individuos, con sus libertades, con sus sueños y con sus vidas.
Yo hablo de encontrar un punto medio de equilibrio: el que
mucha gente persigue y por el que muchos luchan, y que sería el
resultado eficiente y noble de una competencia eficiente y noble
del capitalismo y el comunismo. Un equilibrio muy similar al que
han logrado encontrar, por lo menos en gran parte, algunos países
del norte de Europa.

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sobre camellos, danza del vientre

«Liberté, égalité, fraternité.» Después de más de 220 años to­


davía no lo hemos logrado...
De todos modos, sigue pareciendo la mejor opción, ¿no le
parece?
❖ ❖ ❖

En tercer lugar, y este es mi último punto, ser árabe hoy en día


significa enfrentarse a una serie infinita de atolladeros: el del tota­
litarismo; el de la corrupción política; el del favoritismo; el del
desempleo; el de la pobreza; el de la discriminación de clases; el
del sexismo; el del analfabetismo; el de los regímenes dictatoria­
les; el del extremismo religioso; el de la misoginia, la poligamia
y la homofobia; el del fraude fiscal; el de la desesperanza, el vacío y
la falta de objetivos; el del conflicto de Oriente Próximo; el de la
tragedia palestina; el del sesgo occidental; el de la hostilidad, el
temor, la arrogancia, la sospecha, la condescendencia de Occi­
dente, etcétera.
Ya ve, hoy en día ser árabe y vivir en el mundo árabe es dar­
se de cabeza contra un muro duro hecho de férreas encrucijadas
políticas, sociales y existenciales. Es golpearse y golpearse, una y
otra vez, y ver que nada cambia, solo el número de moretones en
la piel. Pero hay que derribar ese muro desde dentro. Es nuestra
única esperanza. Porque no se puede derribar, penetrar o derruir
desde el exterior.
Y, en especial, no por «forasteros». El cambio no es una mer­
cancía que se pueda importar.

❖ ❖ ❖

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para empezar...

«El ser humano árabe padece esquizofrenia: una esquizofrenia co­


lectiva que todos nosotros vivimos, divididos entre lo que se nos
dice que debemos creer y lo que creemos, entre lo que decimos
y lo que hacemos. Pero ha llegado el momento de empezar a
llamar las cosas por su verdadero nombre y asumir la responsabi­
lidad de las mismas», escribe la actriz y escritora tunecina Jalila
Bacar. Tras haber intentado resumir un poco lo que significa ser
árabe hoy en día (la esquizofrenia, el síndrome del rebaño y el
atolladero; tres condiciones lamentables que comparten hombres
y mujeres por igual), a continuación, y a lo largo de este libro
híbrido, intentaré por un lado explicar lo que implica ser una
mujer árabe (p. ej., todos los prejuicios de miras estrechas y equi­
vocados que se vinculan a esa connotación y también las verdades
compartidas por quienes detentan esta problemática identidad) y,
por otro, la responsabilidad que esto supone y qué podría signifi­
car de verdad (p.ej., la realidad potencialmente positiva, o reali­
dades, que se pueden lograr a pesar de los problemas y desafíos
existentes).
Pero para preguntar «¿qué es una mujer árabe?» antes tenemos
que plantear otra pregunta, y es: ¿cómo se percibe una mujer
árabe típica a los ojos de un no árabe? ¿Acaso no es esa una per­
cepción forjada sobre todo en la conciencia colectiva occidental
por medio de una multitud de fórmulas y generalizaciones obte­
nidas ya por una perspectiva orientalista que todavía persiste, ya
por una visión hostil tras el 11-S imbuida de resentimiento, te­
mor y condescendencia?
¿Acaso esta mujer no es vista a menudo como una pobre
desvalida, condenada a obedecer de la cuna a la tumba y de for­

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sobre camellos, danza del vientre

ma incondicional a los hombres de la familia: padre, hermano,


marido, hijo, etcétera? ¿Como un alma impotente falta de todo
control sobre su destino? ¿Como un cuerpo indefenso al que se
le dice cuándo vivir, cuándo morir, cuándo criar, cuándo ocul­
tarse, cuándo consumirse? ¿Como un rostro invisible oculto por
capas de temor, vulnerabilidad e ignorancia y completamente
anulado por el hiyab islámico o, peor aún, por el burka suní y el
chador chií? Una mujer a la que no se le permite pensar, hablar o
trabajar por su cuenta; que solo puede hablar si se le indica, y
que en gran parte es humillada e ignorada cuando habla; una mu­
jer, en resumen, que no tiene cabida ni dignidad dentro de la
humanidad.
Desde luego, no todos los clichés son totalmente erróneos.
Ni todas las certezas son totalmente inciertas. La mujer árabe des­
crita existe. No solo existe, sino que, para ser sincera y científica­
mente precisa, tengo que admitir, a mi pesar, que en la actualidad
es, cada vez más, el modelo dominante de mujer árabe. Adonde­
quiera que se vaya, de Yemen a Egipto, de Arabia Saudí a Bahrein,
se puede observar que las autoridades religiosas, los sistemas polí­
ticos indiferentes, corruptos y/o cómplices, las sociedades patriar­
cales, e incluso la propia mujer árabe (pues ella es su mejor adver­
sario, y a menudo cómplice contra su sexo), son excelentes a la
hora de encontrar modos innovadores de humillar a la mujer,
frustrarla y anular su propia identidad y papel.
Con todo, pese a admitir este hecho, no por ello resulta me­
nos escandaloso, triste e injusto que en la mirada y en la percep­
ción general de Occidente prácticamente no haya presente nin­
guna otra imagen de la mujer árabe.

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para empezar...

De nuevo, aquí no pretendo generalizar. Más bien al contra­


rio: sé perfectamente que existen occidentales conocedores de la
naturaleza plural, compleja y heterogénea de nuestras sociedades
y culturas árabes. El problema es que él, o ella, es, literalmente, la
excepción que confirma la regla.
Cuántas veces por ejemplo en este tercer milenio habré teni­
do que explicar ante una audiencia occidental asombrada que sí,
que muchas mujeres árabes llevan tops sin mangas e incluso mini­
falda en lugar de pañuelos en la cabeza, abayas (túnicas) y niqab, y
que no, que el desierto no ha tenido ninguna influencia en mi
expresión poética por el mero hecho de que en el Líbano no hay
desierto. Una serie infinita de malentendidos y simplificaciones
exageradas reforzados por el miedo extendido a los famosos «te­
rroristas árabes»; o por pura ignorancia y falta de curiosidad hacia
nosotros; o por la fascinación de los medios de comunicación
ante el aspecto superficial/sensacionalista de las noticias (como la
historia de Nejoud, una niña yemení de diez años que fue casada
a la fuerza por sus padres; o la de Lubna, una periodista sudanesa
que fue arrestada y azotada por llevar pantalones).
Ya lo dice el proverbio: «Al caer un árbol hace más ruido que
un bosque al crecer». ¿Cuándo vamos a empezar a prestar aten­
ción al susurro de un árbol que crece?
Sin duda, la inmigración procedente de países árabes del Ter­
cer Mundo a Europa ha tenido su importancia en la propagación
de los malentendidos a los que antes aludía debido a la «reacción
del velo»; esto es, el número creciente de mujeres árabes emigra­
das, y también de europeas de origen árabe o musulmán, que hoy
usan velo como una reacción defensiva/ofensiva ante la hostili­

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sobre camellos, danza del vientre

dad —al menos aparente— de Occidente respecto al islam en la


era posterior al 11-S. Una reacción tan ostensible por fuerza en­
sombrece, cuando no eclipsa, a la «otra» mujer árabe que vive en
Occidente, esto es, la que no lleva velo, y que en apariencia no se
diferencia de las demás mujeres occidentales. Por consiguiente, el
único modelo noticiable, el único modelo «manifiesto» de mujer
árabe, lleva velo, con todas las connotaciones negativas que (de
forma justificada o no) esto implica. Con todo, hay que decir en
honor a la verdad que Occidente no es el único responsable de
estas percepciones equivocadas. Nosotros, los árabes, también so­
mos culpables de la distorsión de nuestra imagen. Atrapados en el
círculo vicioso de la defensa/ofensa, hemos hecho y continuamos
haciendo cuanto podemos por atizar la intolerancia hacia noso­
tros y favorecemos imágenes falsas y clichés extendidos en nues­
tras sociedades y culturas.
En resumen: tenemos el don de ser nuestro propio y más te­
mible enemigo.
❖ ❖ ❖

«Durante prácticamente toda la historia, Anónimo fue una mu­


jer» (Virginia Woolf ). Una afirmación sin duda cierta en el caso
de las mujeres árabes. No obstante, la mujer árabe «no anónima»
no es un mito; la «otra», la atípica, rebelde, independiente, mo­
derna, abierta, poco convencional, muy bien educada y autosufi­
ciente también existe. Es más, no es tan poco común como se
podría suponer.
Y aquí radica la clave del presente testimonio, el cual no es
más que un pequeño eslabón en la larga cadena de obras y ensa­

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para empezar...

yos escritos en torno a este tópico. Su objetivo no consiste en


demostrar que la imagen prevalente de la típica mujer árabe está
equivocada por completo. Más bien consiste en subrayar que es
«incompleta». Y también en colocar a su lado la «otra» imagen
para que esta última se convierta en parte intrínseca de la percep-
ción habitual de Occidente (y del mundo árabe) de las mujeres
árabes en general.
Sí, ciertamente, la «otra» mujer árabe existe. Es preciso darla
a conocer. Merece ser reconocida. Y aquí estoy yo para contar
su historia o, por lo menos, una de sus muchas historias: la mía.

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