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Integridad territorial

La integridad territorial es un principio de Derecho internacional que evoca el derecho de un


Estado de preservar intacto su territorio ante la intervención exterior. El Artículo 2 de la Carta
de las Naciones Unidas declara que: "Los Miembros de la Organización, en sus relaciones
internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la
integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra
forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas."

1. La Organización está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus


Miembros.
2. Los Miembros de la Organización, a fin de asegurarse los derechos y beneficios
inherentes a su condición de tales, cumplirán de buena fe las obligaciones contraídas
por ellos de conformidad con esta Carta.

3. Los Miembros de la Organización arreglarán sus controversias internacionales por


medios pacificos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad
internacional ni la justicia.

4. Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán


de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la
independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible
con los Propósitos de las Naciones Unidas.

El aniversario de los treinta años de la guerra de Malvinas y, probablemente, cuestiones


internas de los gobiernos argentinos y británicos, han reanimado el debate sobre la cuestión
Malvinas. El documento de un grupo de respetados intelectuales de nuestro país ha suscitado,
en ese marco, una intensa polémica sobre el alcance de los derechos argentinos sobre las islas
y los que poseen los que habitan en ellas. Deseo sumarme a la discusión para intentar precisar
algunos aspectos que, según creo, no quedan claros.

La Carta de las Naciones Unidas, sucesivas resoluciones de su asamblea general y los


principales pactos de derechos humanos consagraron el principio de autodeterminación de
los pueblos, fundamental en el orden internacional de la segunda posguerra mundial. La
presión que los nuevos Estados ejercieron, su poder de número en la asamblea general y la
convicción de muchos entonces de que la libertad es un valor intrínseco para el desarrollo
económico, político, social y cultural fueron la base para la consagración de este principio.
La Argentina desde mucho antes defiende a ultranza su aplicabilidad internacional como la
autoridad indelegable de los pueblos para decidir su futuro.

No obstante esto, dentro de sólo dos años se cumplirá medio siglo de la tradicional posición
argentina contraria a la aplicación forzada del principio de autodeterminación de los pueblos
respecto de las islas Malvinas. En 1964, el representante ante las Naciones Unidas del
gobierno del presidente Illia, José María Ruda, sostuvo ante el Comité de Descolonización
que el caso de Malvinas no comprende a las pautas generales de descolonización clásica,
incorporando una precisión no atendida hasta entonces respecto de territorios ocupados. El
objetivo nacional, desde ese momento, es el restablecimiento de la integridad territorial
argentina, a través de una interpretación razonable de la regla de autodeterminación.

No es el medio siglo de la continuidad de esta política exterior lo que justifica no revisarla,


sino la solidez del argumento: el discutible origen de los antecesores de los actuales
ocupantes, pues se asentaron en las islas tras una desocupación por la fuerza de los argentinos
que allí estaban, por parte de los británicos, en 1833. A ello se suma que de un total de
aproximadamente 3000 residentes en la isla, un millar son civiles relacionados con la base
de Mount Pleasent y otros mil trabajan ocasionalmente en las pocas industrias existentes.

La autodeterminación es el principio rector en materia de descolonización, pero su aplicación


requiere de determinados supuestos que no se presentan en las Malvinas. No toda
descolonización se resuelve a través del principio de autodeterminación. Nuestro país
sostiene que debe prevalecer, en el caso concreto, el principio de soberanía e integridad
territorial. Las Naciones Unidas ha reconocido la existencia de una disputa de soberanía entre
la Argentina y Gran Bretaña como únicas partes y en reiteradas oportunidades ha instado a
que negocien entre ellas para encontrar una solución pacífica a la controversia.

La afirmación de nuestra soberanía respetando el modo de vida de sus habitantes es el sentido


de la Cláusula Transitoria Primera de la Constitución nacional. Por otro lado, los tratados
sobre derechos humanos no consagran el derecho a elegir libremente nacionalidad, sino a
tener una y a no ser privado arbitrariamente de la que se posea o de la que se aspire.

Entiendo que no es incompatible reclamar nuestra soberanía respetando, al mismo tiempo, la


voluntad ciudadana de los malvinenses y todos sus derechos. La Argentina puede negociar
sus derechos, y atender los intereses de los pobladores. Respecto de lo primero, hay que
seguir forzando a Gran Bretaña a sentarse a discutir razonablemente lo que más le interesa,
la explotación de los recursos pesqueros y los eventuales hidrocarburos existentes. El
acompañamiento de la región en este momento puede brindar una excelente oportunidad para
ello. En relación con los pobladores, hay que desplegar seriamente una estrategia de
acercamiento que acorte la brecha que parece alejarnos. Puede desplegarse un abanico de
estrategias de soft power , en términos de Joseph Nye, con el propósito concreto de entablar
con los residentes un diálogo cada vez más intenso, donde la Argentina no retroceda ni los
pobladores se vean amenazados.

Por supuesto que debe descartarse un patrioterismo retórico; así como nos debemos una
reflexión más severa y amplia sobre nuestro comportamiento colectivo frente al intento
belicista de la dictadura. Hacen falta políticas inteligentes, que no hemos desarrollado en los
últimos años. Por ejemplo, no hemos concesionado áreas de exploración de hidrocarburos en
la zona ni realizado políticas pesqueras específicas para el lugar del conflicto; tampoco ha
habido ninguna iniciativa para tener más presencia argentina en las islas. Tampoco existe
mayor actividad regulatoria del Estado sobre la zona en materias diversas, que van desde la
utilización de recursos naturales hasta cuestiones fiscales, medioambientales, laborales o
sanitarias. En suma, no renunciar a nuestra posición, buscar incesantemente canales de
negociación con Gran Bretaña y acercarnos a los malvinenses fomentando la empatía
Asegurar convivencia pacifica

el derecho a la paz y el deber de los colombianos de contribuir a su consolidación.

La convivencia pacífica y la cultura de paz


de la Constitución Política
Prospectiva en Justicia y Desarrollo analiza la ‘Constitución para la paz’, conformada por el
contenido de la carta política que busca la construcción, consolidación y garantía de una paz
estable y duradera. Todos los colombianos somos responsables de garantizar la paz.

La Asamblea Nacional Constituyente de 1991 reconoció que la violencia y el conflicto


armado generaron graves afectaciones a los derechos humanos, y consideró necesaria una
Constitución Política que obligara al Estado a garantizar el derecho a la paz y el deber de los
colombianos de contribuir a su consolidación.

En la actualidad, las Farc asumieron la obligación de cumplir lo acordado en La Habana, el


Gobierno Nacional el compromiso de garantizar y desarrollar la implementación integral de
los puntos del acuerdo final, y la sociedad colombiana el deber de vivir en paz.

El Preámbulo de la Constitución Política tiene por fundamento establecer las finalidades del
Estado para asegurar a todas las personas la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la
igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz. Derechos sin los cuales no es posible
reconocer el principio de respeto a la dignidad humana y el derecho a una paz estable y
duradera.

De igual forma, la Constitución Política observó que para garantizar la convivencia pacífica
es necesario respetar el principio de la dignidad humana, el cual se basa en el reconocimiento
de la condición humana y de los derechos a la vida, al bienestar social y a la vigencia de un
orden justo.

También, la Constitución Política garantiza la protección a la diversidad étnica y cultural, a


las riquezas culturales de la nación, al reconocimiento, el respeto de la pluralidad y a la
participación, lo que constituye la aceptación de las distintas formas de vida y la comprensión
del mundo. Tal como lo refiere la Sentencia T-272 de 2017.

Además, el respeto a la dignidad humana requiere que se garantice los derechos a la vida, a
la igualdad y a la paz, los cuales serán posibles con la superación de la violencia, el conflicto
armado y cuando se garantice la convivencia pacífica.

De igual modo, la Constitución Política contempla el derecho a la educación, el cual se


concreta con el acceso “al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y
valores de la cultura” y con la formación en el respeto de los derechos humanos, la
democracia y la paz.
De manera que de acuerdo a lo expuesto, la Constitución Política contempla los fundamentos
que permiten el reconocimiento del derecho a la paz y traza el camino de transformación de
la sociedad a partir de la construcción y consolidación de una cultura de paz.

El respeto del derecho a la dignidad humana lleva al reconocimiento de la razón, la capacidad


del desarrollo del pensamiento y la posibilidad de decidir sin desconocer los derechos de las
demás personas y de aquellas que por su condición de vulnerabilidad requieren de la atención
de los demás.

En este sentido, la Constitución Política dispone obligaciones que se deben cumplir para
garantizar la convivencia pacífica de una sociedad que reconoce y arraiga una cultura de paz.

De este modo, el artículo 95 de la Constitución Política contempla los deberes de respeto del
derecho ajeno, no abuso de los propios, de obrar de acuerdo al principio de solidaridad y el
deber de defender y difundir los derechos humanos. Este último es el fundamento de la
convivencia pacífica y la principal obligación para hacer posible el logro de una paz estable
y duradera.

Igualmente, el artículo 218 de la Constitución Política fija las facultades de la Policía


Nacional, las cuales tienen por finalidad garantizar las condiciones para el ejercicio de los
derechos y libertades públicas, y para asegurar la convivencia en paz.

De acuerdo con lo anterior, la Policía Nacional tiene como principal función la prevención
de comportamientos que afectan la convivencia y la conciliación en los desacuerdos que se
causen entre los miembros de la comunidad. Así mismo lo definió el nuevo Código Nacional
de Policía y Convivencia.

Conforme a la Constitución Política, las personas y los ciudadanos tienen obligaciones para
garantizar el mantenimiento de la paz. Igualmente, existen mecanismos de control para
quienes no cumplan con los deberes y obligaciones que buscan garantizar la convivencia
pacífica.

La Asamblea Nacional Constituyente estableció la prioridad de garantizar la convivencia


pacífica, no solo por el cumplimiento de las obligaciones a cargo del Estado sino también
por el deber de las personas y ciudadano de asegurar el mantenimiento de la paz.

En síntesis, los postulados constitucionales anteriormente reseñados componen la


‘constitución para la paz’, como lo reconoció la Corte Constitucional en sentencia C-048 de
2001. Así lo expuso la Personería de Bogotá recientemente en un evento que realizó con la
participación de algunos líderes de comunidades indígenas y servidores públicos del Distrito
Capital.

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