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Los profesores de escuelas efectivas no trabajan solos.

Muestran su trabajo y comparten las


buenas ideas con sus colegas. Cuando surgen problemas, se apoyan mutuamente con datos,
materiales didácticos, sugerencias. Juntos preparan proyectos y buscan recursos en el entorno.
Evalúan colectivamente los resultados de su trabajo e identifican cuáles son las metodologías más
efectivas, aprendiendo de sus errores. Se dan ánimos y celebran sus logros. El trabajo colectivo es
concebido como una instancia de aprendizaje entre pares

Uno de los mayores desafíos de estas escuelas es la heterogeneidad de estudiantes que tienen
diferentes habilidades, intereses, ritmos y estilos para aprender. Para enfrentarse a la diversidad
de situaciones entre alumnos que comparten una misma clase, estos docentes tratan de realizar
un seguimiento lo más personalizado posible de los avances y problemas de cada alumno,
adaptando metodologías, desarrollando estrategias y brindando un apoyo especial a los alumnos
con ritmos de aprendizaje distintos.

Sin excepción, los profesores de estas escuelas atribuyen una gran importancia a la disciplina y
logran generar con sus alumnos un clima de buena comunicación, afecto y confianza. Ellos tienen
claro que los problemas de indisciplina son generados por la sensación de abandono en que los
alumnos se encuentran. Al contrario, los estudiantes de estos docentes sienten que están
acompañados por un adulto que tiene el control de la situación, que sabe para dónde quiere
conducirlos, que no pierde el sentido del trabajo y les facilita un recorrido hacia los objetivos. Los
maestros gastan muchas energías en conducir al curso. Una buena estructuración de la clase, el
estímulo al desempeño de excelencia, el esfuerzo, las normas claras y la coherencia entre los
profesores permiten generar un clima de respeto, afecto y rigor entre docentes y alumnos y entre
los mismos estudiantes.

Los profesores de las escuelas efectivas evalúan constantemente el logro de los aprendizajes que
se han planteado y trabajan con ellos hasta conseguirlos. Distintas maneras de evaluar,
cotidianamente, les permiten tomar medidas remediales en el momento oportuno. Por otra parte,
estos docentes le dan importancia a los resultados de las mediciones nacionales y las utilizan como
referente para saber cómo están sus alumnos y qué deben hacer para mejorar. Incluso, en muchos
casos, realizan variadas acciones destinadas explícitamente a preparar a sus alumnos para el
SIMCE, ayudándolos a familiarizarse con el tipo de aprendizajes que esta prueba demanda y
permitiendo a los profesores saber qué aprendizajes deben reforzar.

De la experiencia de los docentes de las escuelas investigadas se desprende que la receta en


materia del trabajo en el aula es que no hay recetas únicas. En la variedad de metodologías,
actividades y recursos empleados, está la riqueza. Esta variedad tiene, sin embargo, sus motivos:
no todos los alumnos aprenden de la misma manera. A algunos les bastará con escuchar la
exposición de profesor, otros entenderán mirando esquemas explicativos o leyendo un texto;
algunos preferirán investigar por su cuenta o manipular material concreto (por ejemplo, haciendo
una maqueta) y otros aprenderán más discutiendo sus ideas en grupo. Incluir en la planificación
una variedad de metodologías y recursos al servicio de la enseñanza permite que cada alumno se
beneficie del trabajo en clases, al conectarse con el tema a través de su particular estilo de
aprendizaje. Las metodologías también deben adecuarse a los contenidos que se están viendo y a
los objetivos que el profesor desea lograr; a la edad de los alumnos y a los intereses que presente,
una metodología motivante para un 2º básico, puede resultar aburrida para un 8º básico.

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