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Colección

PSICOTECA MAYOR
Psicología, psiquiatría y psicoanálisis
GILI-O'DONNBLL
El juego
MANNONI, M.
La primera entrevista con el psicoanalista
MINUCHIN, S.
Familias y terapia familiar
WINNICOTT, D. W.
Realidad y juego
SMALL, L.
Psicoterapias breves
KAËS, R.
El aparato psíquico grupal
KAËS-ANZIEU
Crónica de un grupo
LAPASSADE, G.
La Bio-energía - Ensayo sobre la obra de Wilhelm Reich
LEMOINE G. y P.
Teoría del psicodrama

En preparación

VERDIGLIONE, DELEUZE Y OTROS


Psicoanálisis y semiótica
CHERTOK-DE SAUSSURE
Nacimiento del psicoanalista
BERGERET, J.
La personalidad normal y patológica
WINNICOTT, D. W.
The Piggle. Psicoanálisis de una niña pequeña

SERIE FREUDIANA
dirigida por Oscar Masotta
TAU'SK, V.
Trabajos psicoanalíticos
MASOTTA, O.
Lecciones de introducción al psicoanálisis. Vol. I
FREUD-WEISS
Problemas de la práctica psicoanalítica (Correspondencia)
FREUD-ABRAHAM
Correspondencia
René Kaës
Didier Anzieu

CRONICA
DE UN GRUPO
Título del original francés:
Chronique d'un groupe
© Bordas, París, 1976

Traducción: Hugo Acevedo

Cubierta: Rolando-Memelsdorff

1ra. Edición en Barcelona, octubre de 1979.

© by GEDISA S. A.
Muntañer 460, Entio. 1a.
Teléfono: 211 05 16 Barcelona/España

ISBN: 84-7432-076-3
ISBN: 84-400-213-X (Colección)
Depósito Legal: B. 32227-1979

La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modi-


ficada, escrita a máquina o con sistema multigraf, mimeógrafo, impreso,
etc. no autorizada por los editores, viola los derechos reservados. Cual-
quier utilización debe ser previamente solicitada.

Impreso en Gráficas Diamante


Zamora 81 – Barcelona

Impreso en España
Printed in Spain
I N D I C E

René Kaës ......... . . . .


Presentación del documento e introducción a la lectura por
9

Primera sesión ........ . . . . . 27


comentarios de René Kaës, 36; comentarios de
Didier Anzieu, 49.

Segunda sesión ........ . . . . . 55


comentarios de R.K., 62; comentarios de D.A., 69.

Tercera sesión ....... . . . . . 73


comentarios de R.K., 79; comentarios de D.A., 84.

Cuarta sesión ......... . . . . 87


comentarios de R.K., 92; comentarios de D.A., 95.

Quinta sesión ....... . . . . . 99


comentarios de R.K., 108; comentarios de D.A., 114.

Sexta sesión ......... . . . . . 117


comentarios de R.K., 125; comentarios de D.A., 128.

Séptima sesión ........ . . . . . 133


comentarios de R.K., 142; comentarios de D.A., 145.

Octava sesión ....... . . . . . 149


comentarios de R.K., 157; comentarios de D.A., 160.

Novena sesión ......... . . . . 163


comentarios de R.K., 173; comentarios de D.A., 177.

Décima sesión ......... . . . . 181


comentarios de R.K., 191; comentarios de D.A., 195.

Undécima sesión ....... . . . . . 197


comentarios de R.K., 205; comentarios de D.A., 208.

7
Duodécima sesión ....... . . . . 211
comentarios de R.K., 221; comentarios de D.A., 225.

Décimotercera sesión (suplementaria) . . . . . 231


comentarios de R.K., 223; comentarios de D.A., 236.

ANEXOS ......... . . . . . 237

. . .
Cuadro de notas individuales de e v a l u a c i ó n 240

BIBLIOGRAFIA ....... . . . . 241

8
PRESENTACIÓN DEL DOCUMENTO
E INTRODUCCION A LA LECTURA
por René Kaës

El protocolo que constituye el objeto de la presente


publicación se ha elaborado sobre la base de las notas
manuscritas que tomé como observador en el curso de una
temporada de grupo de diagnóstico ocurrida en 1965. Su
monitor era Didier Anzieu. Él y yo hemos completado este
protocolo con nuestros propios co mentarios; en el texto que
se va a leer los hemos señalado, res pectivamente, con
nuestras iniciales: RK y DA. Las diferentes cir cunstancias
que presidieron la organización de la temporada y el
desarrollo del grupo merecen que las precisemos y
distingamos de las atinentes a la elaboraci ón del protocolo
propiamente dicho.

1.1. El proyecto de la temporada se formuló por


primera vez en el curso de la reunión anual de la Asociación
Regional de Psi cólogos, que habría de ser su promotora. El
orden del día de la reunión hacía hincapié en las
necesidades de formación en el caso de los psicólogos, así
como en el papel que podía desempeñar la Asociación para
responder a ello. Se formuló la idea de propon er una
temporada de grupo de diagnóstico y se me encomendó la
organización de ésta dentro del marco de las actividades
de la Asociación. Me puse, pues, en contacto con el futuro
monitor del grupo, a quien transmití, además, una
solicitud proveniente de lo s responsables de la Asociación
acerca de una conferencia pública en la Universidad sobre
un tema de su elección. Satisfechos con aprovechar
cumplidamente y para el mayor número posible la llegada

9
del monitor, los responsables de la Asociación difundieron entre todos sus
afiliados una información relativa a ambas actividades, a la segunda de las
cuales se la puso bajo la égida conjunta de la Sociedad Regional de
Filosofía y de la Asociación de Psicólogos.
Se inscribieron veintitrés personas, en su mayoría miembros de la
Asociación; once de ellas iban a preferir aplazar su inscripción para una
temporada posterior, organizada de allí a cinco meses con el mismo
monitor 1. Se previo una duración de cuatro días: desde el jueves a las 16
hasta el domingo a las 12 y 30. El grupo se componía de cinco mujeres y
siete varones; diez eran psicólogos, y dos psiquiatras. La edad oscilaba entre
los 25 y los 50 años. Se solicitó una contribución de 200 francos por
persona. Los observadores eran un colega, docente de otra universidad, y el
coautor del presente documento.

1.2. Cuando los participantes inician la temporada, cada uno de ellos


ya ha efectuado un trabajo psíquico de tipo particular a propósito del grupo
de diagnóstico y del monitor. También éste y los observadores han pasado
por ese período de trabajo previo, al que llamo preelaboración (Kaës, R.,
1973 b) y que se le puede comprender como el tiempo de la movilización de
las disposiciones transferenciales anterior a toda puesta en situación
efectiva de grupo de diagnóstico. Es un trabajo que puede ser descrito en
términos de regresión y de elaboración de defensas contra la futura
situación. Lo que particulariza a la preelaboración en el caso que aquí nos
interesa es la circunstancia de que ésta posee desde un primer momento
una dimensión grupal e institucional.
En efecto, la demanda de formación y la oferta que la revela y
responde a ella se toman dentro de la textura de relaciones institucionales y
grupales y de una razón social: la de la Asociación de Psicólogos; allí
convergen o se precisan ciertas identidades profesionales (prácticos,
docentes, investigadores, clínicos y consejeros de orientación); allí se
enfrentan diferentes opciones relativas al contenido y los métodos de
formación del psicólogo y, por sobre todo, diferentes concepciones de la
psicología. Así, los sostenedores de la «dinámica de grupo», como entonces se
decía, constituían una corriente minoritaria y, a la vez, dividida entre
tendencias de orientación teórica y metodológica divergentes y hasta
juzgadas opuestas (lewinianos, morenianos, rogerianos, freudianos; clínicos,

1
Iba a ser el grupo llamado de la Camargue (cf. Didier Anzieu, Le groupe et
l'inconscient, 1975, págs. 154 y 189-190).

10
experimentalistas...). También por eso, sin duda, no bien se solicitaba la
intervención de un monitor —clínico, psicoanalista y docente— en un
terreno en el que la psicología clínica se hallaba aún poco desarrollada
dentro de la dirección de los grupos de formación, era poco menos que
necesario que aquélla se prolongara merced a una actividad pública,
didáctica, notoria (en vista de su notoriedad) y gratuita (a diferencia del
costo de la temporada).
Dentro de ese contexto, los participantes que se inscriben en la
temporada toman posición en el campo de fuerzas por que atraviesa la
Asociación a propósito del grupo de formación por ella promovido, campo
en el que figuran los observadores y el monitor; y éste ya ocupa un sitio bien
deslindado en el espíritu de cada uno de los participantes, así como en el de
los promotores y los observadores: «No hemos traído a un cualquiera...»,
pude oír a menudo, y también yo lo pensé. Espera tal tenía su reverso, y éste
apareció en el curso de la temporada y hasta mucho después.
La preelaboración no fue, claro está, un trabajo previo exclusivo de los
participantes. Lo que yo aguardaba del grupo y el monitor, de mi
compañero de equipo y de mí mismo, dentro de la posición de observadores
que iba a correspondemos, revela haber desempeñado un papel, en lo que a
mí concierne, en el desarrollo de la temporada y sobre sus consecuencias. Yo
deseaba desarrollar en la región una corriente de interés por la psicología
social clínica y proseguir mi propia formación en el trabajo psicoanalítico
dentro de los grupos de formación. Además —y éste no es uno de los motivos
menores de mi actividad—, no hacía mucho que yo había realizado una
primera experiencia como participante y conservaba de ella un recuerdo
más bien desagradable. Quería probarme a mí mismo y tranquilizarme
escogiendo el monitor que parecíame el mejor según mi ideal de entonces.
Hoy me parece con mayor claridad que el hecho de esperar ver triunfar a
aquel monitor ideal era también ponerlo a prueba a él mismo. Mi colega
coobservador y yo nos manteníamos en »sa posición admirativa —¡pero
cuán insidiosa!— del alumno que hace del maestro un héroe; seríamos
testigos privilegiados y hasta colaboradores de la realización de hechos
insignes. Era, pues, menester que en cierto modo le dificultásemos la tarea.
No dejé de hacerlo-, y así fue como, por ejemplo, apenas di información
ninguna, en el curso de nuestro trabajo en común, sobre las circunstancias
que habían determinado la preparación de la temporada. No comuniqué al
monitor mis personales reacciones respecto de sus interpretaciones cuando
éstas me parecían desacertadas, o demasiado largas, o insuficientes. Sólo le

11
señalé mi acuerdo y mi aprobación, y reservé para mi compañero de
equipo algunas críticas del monitor, sin reconocer mi sentimiento de
rivalidad para con éste. Aquellas circunstancias, que definen la
intertransferencia y que sólo hube de descubrir posterior y
progresivamente, hoy me parece que tornan necesario lo que no
practicábamos a la sazón, esto es, el análisis de la prehistoria del
grupo y el análisis de las relaciones intertransferenciales dentro del
equipo intérprete.
Las disposiciones previas a la temporada (la falta de su análisis
institucional) y el estado de adelanto de la técnica y la teoría del
grupo de diagnóstico en 1965 ejercieron cierta influencia sobre lo que
sucedió en el curso de la temporada. Las torpezas de carácter técnico
que hoy revelaré, las insuficiencias o los errores en el establecimiento
de la situación operatoria y las modalidades o los contenidos de la
interpretación que íbamos a poder apreciar de otra manera diez años
después han contribuido, no obstante, a estimular la investigación
sobre el método y la teoría del grupo de formación; por ejemplo, a
propósito de lo imaginario en los grupos y de la ilusión grupal
(Didier Anzieu, 1966, 1971, 1972), de la transferencia y el liderazgo
como expresión de la resistencia (A. Béjarano, 1972), del proceso
ideológico, de la regresión, del aparato psíquico grupal y del análisis
intertransferencial (R. Kaës, 1971, 1973 b, 1976 a, 1976 bj. Las
inevitables «flaquezas» que entonces experimentamos nos han
estimulado: representan en parte la calidad de la experiencia que los
participantes pudieron vivir, y el interés científico que este
documento presenta es tributario de esas dificultades.

1.3. Redactar el protocolo de los intercambios entre los par-


ticipantes de un grupo de diagnóstico requiere un doble disposi-
tivo: de registro y de transcripción. Uno y otro plantean proble -
mas de carácter técnico relacionados con la tarea por efectuar y
con su finalidad.
El registro debe permitir conservar la huella sonora, escrita o
en imagen de los acontecimientos sobrevenidos en el curso de la
temporada y, de ser posible, de aquellos que, relacionados con
ellos, sobrevienen fuera del tiempo y el espacio inmediato de las
sesiones. Miras tales parecen requerir el registro integral no sólo
de los intercambios verbales, gestuales y gráficos, sino también de
las posiciones, posturas y actitudes de los participantes: se nece-
sita, por tanto, la preparación de todo un dispositivo complejo,

12
costoso y necesariamente perturbador. ¿Por qué este desvelo de
exhaustividad, y con qué utilidad? En la práctica de los grupos de
diagnóstico, y al margen de toda tendencia a priori de investigación, el
registro encuentra generalmente su justificación práctica en el
almacenamiento con vistas a la elaboración a corto término de las
informaciones pertinentes desde el punto de vista de la ayuda que éstas
aportan al trabajo del análisis y la interpretación. Es habitual que el
observador se encargue especialmente de esta función, que no coincide
necesariamente con el hecho de escribir, sobre todo de escribir el mayor
número posible de anotaciones. Su función, dirigida al coanálisis del
grupo con miras al trabajo de interpretación, consiste en
proporcionarle al monitor los elementos necesarios para el análisis de
su contratransferencia. Es, pues, una tarea que supone en su principio
reconocer como necesario y posible un trabajo de análisis de las
relaciones intertransferenciales dentro del equipo monitor-observador
(u observadores). Defínese entonces el registro por las obligaciones del
trabajo de análisis intertransferencial y de interpretación. Poco
importa en tal caso que el registro no sea exhaustivo: notas precisas y
pertinentes bastan, y aún más la capacidad del observador de
experimentar, elaborar y comunicar sus propias asociaciones.
Esta muy funcional definición del papel del observador merece que
la interroguemos. En efecto, el análisis intertransferencial y,
particularmente, la elaboración de la contratransferencia del moni-
tor no pueden justificar con retroactividad la presencia del obser-
vador, que llega como tal por razones muy distintas de las de hacer
funcionar lo mejor que se pueda la máquina analítica. La pregunta
respecto de qué le asigna ese lugar sólo puede ser ocultada por una
respuesta funcional, tal como el efecto de su particular presencia no
puede ser tratado únicamente por el análisis de su deseo de
observador. El hecho de que éste «ocupe» un lugar debe ser analizado
y tratado psicoanalíticamente, y en especial por el análisis
intertransferencial. Afectado a la ejecución de una tarea de registro
que se estima necesaria para el análisis del monitor y del grupo, el
observador se encuentra, por ello, asignado a un sitio oficial e
identificable dentro del grupo (o, más bien, en su periferia). La
incertidumbre, la angustia, los fantasmas y las proyecciones
que su particular presencia suscita como tercero marginal
están defensivamente reducidos por esa afectación funcional. A
decir verdad, no hay una respuesta única para rendir cuenta de
la presencia y la función del observador: hay varias respuestas, y
acaso hasta convendría considerar su presencia-ausencia como una

13
función fluctuante, disponible para la elaboración del sentido y las
relaciones dentro del conjunto grupal, del que forma parte como
elemento del dispositivo y como actor en la situación.
Con referencia a esa doble pertenencia asignada a la función
fluctuante es ésta, por ello mismo, susceptible de que se la tome en
consideración dentro del campo del análisis, si no en el de la
interpretación. Que se asigne función tal como si fuera la de un
lugar de prácticas para la formación de un futuro monitor, o como
la de una ayuda, de un duplicado o de un control para el monitor, o
bien, incluso, como la de una «memoria» del grupo —función
generalmente propuesta—, de cualquier modo cada una de esas
funciones debe ser analizada como lo que desde un principio dice
ser: una justificación racional y técnica que no agota y que, muy por
el contrario, pone opaco el problema de la presencia de otro para el
grupo, para el monitor y para el observador mismo. Que esa
justificación sea, por lo demás, legitima y se base en las necesidades
instrumentales del trabajo psicoanalítico en los grupos, poco
importa en comparación con lo que el sentido y la función del
observador siempre tienen que revelar e identificar gracias al
análisis intertransferencial, tanto para ese grupo como para ese mo-
nitor y ese observador.
Redactar un manuscrito que lleve la huella del inconsciente del
grupo conduce al observador a interrogarse sobre su posición fan-
tasmática dentro del grupo, como lo ha mostrado H. Scaglia (1975),
posición que tiene por característica permanente constituir al ob-
servador en depositario, en un depositario que siente esa posición
aun cuando todo concurre a no reconocerle sensibilidad alguna o, en
el otro extremo, a exhortarlo a comunicar la que en él se deposita. Mi
opinión es que, probablemente en razón de esa tensión entre ser
depositario mudo y comunicar lo que siente sin dejar de mantener su
posición de depositario, el observador busca y encuentra, en acuerdo
con el monitor, una afectación racional de sitio justificada por la
índole de la tarea. Sin embargo, en esa posición crucial debida a su
presencia como depositario experimentador —y experimentado—
participa en la eficacia de la presencia analítica.
Podemos, pues, preguntarnos qué ocurre cuando el observador,
al entregar el depósito con lo que él mismo ha experimentado,
se convierte en el cronista del grupo, cuando establece la leyenda
de éste para unos lectores y al menos rinde cuenta y da parte de él.
Tampoco aquí es general la respuesta, aunque sea posible hacerla
oscilar entre dos polos: el de la leyenda, precisamente, que hace

14
perdurar el recuerdo de un acontecimiento importante y lo ofrece al
auditorio o a los lectores en un modelo de descifre para otros
acontecimientos —y supondremos que es una leyenda en condiciones
de llenar una función encubridora—, y el de esquela, que
habitualmente les señala a allegados o amistades la desaparición de
un ser querido. Sea lo que fuere de la leyenda o de la esquela, de
todos modos en una tentativa de dar el último adiós a un objeto
perdido adquieren sentido, cual si se tratase de una reliquia, el
registro y su publicación.
¿Sucede de distinta manera cuando el acento recae de rondón
sobre el interés de un registro con fines de una investigación sis-
temática? Es comprensible que se deseen la precisión y la exhaus-
tividad, y que éstas requieran todo un pesado y costoso dispositivo;
entonces importa que nos interroguemos sobre la relación óptima
entre el costo de la información y los objetivos de la investigación. La
experiencia que de este tipo de registro he adquirido me ha enseñado
que las más de las veces la acumulación de protocolos extensivos sirve
de excusa, so capa de una performance tecnológica considerada
neutra, a la formulación precisa de la posición y del papel adoptados
por el dispositivo de observación, ya que, en fin de cuentas, sigue en
pie el problema de aclarar el sentido de un registro como ése para
quien lo efectúa y para quien lo hace posible, como que la precisión
del protocolo es la condición del análisis de fenómenos distintamente
inadvertidos (por ejemplo, las investigaciones emprendidas por A.
Tabouret-Keller sobre la frecuencia de indicadores lingüísticos en dos
grupos de diagnóstico, cuyos protocolos de registro se han publicado).
Si el magnetófono está en condiciones de garantizar la objetividad
fáctica de los enunciados, la cámara que recorta el espacio es un
testigo subjetivo del acontecimiento por ella registrado. La objetividad
no puede proceder de una posición no comprometida en el proceso,
sino de la construcción de un fenómeno en el que el testigo es activo e
incluye su presencia en el análisis de ese fenómeno. Desde luego, la
presencia impone límites a la exhaustividad de la observación: los
aspectos puramente mecánicos del registro de los mensajes (verbales,
mímicos, gráficos, etc.), de las actitudes y las posturas (sonrisas,
manipulación de objetos, suspiros, desplazamientos físicos), la
identificación de los emisores y los receptores, la direccionalidad, la
tonalidad y la duración de los mensajes no los toma en cuenta
ningún registro sistemático. El registro es registro de algo, dotado
por alguien de dispositivos más o menos complejos. Por último, el
problema de la transcripción

15
del registro es ineludible: transcrito, el discurso verbal sufre una
transformación que obedece a las reglas de la escritura y de la
lectura. Dentro de unos instantes he de insistir acerca de algunos
aspectos de este problema.
Didier Anzieu llevó un grupo de diagnóstico, que incluyó doce
sesiones y nueve participantes, en un estudio de grabación e hizo
proceder luego a la transcripción dactilográfica de las dieciocho cin-
tas magnetofónicas. Los participantes habían dado su consenti-
miento previo al respecto, con el objeto —era su objeto— de una
investigación científica. Podían ver permanentemente detrás del cris-
tal al técnico ocupado en sus magnetófonos. Tenían la posibilidad de
interrumpir en cualquier momento la grabación; les bastaba una
simple petición. Pero sólo una vez se solicitó una interrupción y fue
para oír una frase de una sesión anterior. Se había convenido que,
en caso de proyecto de publicación, la transcripción se sometería a su
aprobación.
Si la grabación no planteó problema material ni moral alguno,
no sucedió lo mismo con la transcripción, que fue larga, costosa y
penosa para la persona encargada de ella, y a veces incierta en
cuanto a la identificación de los hablantes y al desembrollo de los
discursos simultáneos de varios participantes. El documento final,
de cerca de ochocientas páginas, resultó demasiado oneroso para ser
reproducido y hasta ahora no se lo ha podido remitir a los
interesados. Además, su lectura es decepcionante, por dos razones.
En primer término, la transcripción, como es lenta, sin retoque
alguno, reproduce las casualidades, las interjecciones, los bor-
borigmos, los chismes, las distensiones y los tartajeos no sólo del
lenguaje hablado, sino también de la discusión colectiva.
Y, en segundo término, los signos y las señales infralingüisticos
—mímicas, posturas, gestos, miradas— que subrayan, modifican y a
veces crean el sentido del discurso han desaparecido. Reducidos a su
materia verbal, los efectos de algunas declaraciones sobre el clima y
la evolución del grupo se vuelven, a la mera audición de las cintas,
incomprensibles. Qué decir entonces cuando, pasando de la audición
de las cintas a la lectura del texto transcrito, se pierden además las
cualidades vocales —elocución, ritmo, acento, inflexión, intensidad,
entonación, modulación, volumen, etc., que a menudo son también
más significativas en una discusión que el contenido de los
discursos.
El presente documento es, pues, el resultado de una serie
de transformaciones de intercambios verbales, mímicos, gestuales

16
y gráficos en un texto; he redactado éste a partir de las
abundantes notas que tomé, una de las justificaciones de las
cuales consistía fin permitir la redacción de un breve informe
dirigido a los participantes al concluir la temporada. Sobre la
función de ese informe en nuestra práctica de entonces he expuesto
mis hipótesis en un artículo acerca de la regresión y el trabajo del
duelo en los grupos de formación (Kaës, R., 1973 b). En ocasión de
la temporada de que tratamos, yo no tenía la perspectiva de un
registro y una transcripción sistemáticos con miras a una
publicación. Pero sí tenía, no obstante, el proyecto de interesarme
en las referencias mitológicas en los grupos de diagnóstico 2.
Varios años después de la temporada, cuando el monitor y yo
comenzábamos a mencionar el grupo en nuestros trabajos de
investigación, advertimos que ir podía formalizar y publicar un
documento clínico, tarea que emprendí confrontando mis notas
con las del monitor y, en el caso de algunas sesiones, con las de
mi coobservador. Quedó claro que mis notas no estaban
demasiado distorsionadas y que las líneas generales de la
evolución de las sesiones habían sido consignadas de una manera
concordante en los tres documentos. Como mi texto era el más
preciso, sirvió de base para el establecimiento del protocolo.
Desde luego, el registro contiene lagunas. Yo anoté lo que
pude oír y ver: palabras, más raramente posturas, miradas,
tonalidades de la voz. Sintiendo a veces cansancio o tedio,
volviéndome sordo y ciego a ciertos intercambios, me ocurrió
suspender mis anotaciones durante algunos minutos, resumir
secuencias, no destacar la posición física o el desplazamiento de
los participantes alrededor de la mesa. Durante los silencios, o
cuando sentía su necesidad, noté mis emociones, mi aburrimiento,
mis temores, mis simpatías o mi irritación, y también mi
incomprensión. Comparado con otros protocolos provenientes de
registros no mecanizados (Pagés, M., 1968; Tarrab, G., 1972), este
documento no me parece demasiado esquemático ni demasiada
prolijo. Suele ocurrir que no se obtengan mejores informaciones de
un documento establecido a partir de un registro sistemático,
como he podido comprobarlo al trabajar en la elaboración de uno.

2
No he evocado este proyecto ante el monitor, cuyos intereses se aproximaban a
los míos; ello informa a parte a cerca de la puesta de la rivalidad entre nosotros y
de mi defensiva admiración por él

17
1.4. El presente documento es un texto escrito destinado a la
lectura. Hay motivos para distinguir a este propósito dos problemas:
el primero concierne a la legibilidad del texto que resulta de la
transformación de los intercambios verbales, posturales, gestuales y
gráficos; el segundo, a la fidelidad del texto a las leyes (no explícitas)
del género «protocolo de observación psicológica».
La legibilidad no incumbe sólo a la disposición espacial y tipo-
gráfica de los signos de la escritura que equivalen a las emisiones
verbales o a los gestos, es decir, una relación entre dos códigos: he
empleado la puntuación como en el lenguaje escrito, he aportar do a
la construcción de frases las modificaciones estrictamente necesarias
para la inteligibilidad, he suprimido las excesivas vacilaciones o los
paroxismos verbales, he restablecido la concordancia de algunos
tiempos. Creo haberme atenido a ínfimas e indispensables
transformaciones. Respecto de los resúmenes efectuados en
oportunidad de tomar las notas, así como de algunos redactados
posteriormente, he tratado de proponer un equivalente literario del
contenido y el estilo de los intercambios, de su tonalidad a mi oído.
Cuando mis anotaciones sufrían de insuficiencias, no procuré
reconstituir el texto. Por lo tanto, es posible que el lector experimente,
como yo, el sentimiento de incoherencia de ciertas frases. He reservado
para los comentarios más o menos abundantes y sistemáticos que
siguen al informe de cada sesión lo que competía, en mi opinión, a
una interpretación explícita de mi parte.
Con respecto a la fidelidad de la redacción de un protocolo a las
leyes del género, es éste un asunto que me conformaré con señalar,
pues estimo que habría que emprender un estudio sobre el estilo
literario y la organización discursiva de las observaciones, las notas
clínicas, los informes de las entrevistas o las curas y otros estudios de
«casos», etc. Un corpus de tal Índole rebasa ampliamente el marco de
las producciones psicológicas y se extiende a los textos elaborados por
los sociólogos, etólogos, etnólogos, etc. Los problemas que se plantean
conciernen a las reglas de composición de la observación escrita y de
los comentarios o la interpretación. Como se trata de un relato, los
procesos secundarios de elaboración se deben analizar como tales y
relacionar con las fuentes directas de la observación.

1.5. Antes de proponer algunas reflexiones sobre los efectos


psicológicos que puede acarrear la publicación de un protocolo,
me agradaría señalar con qué problemas deontológicos se encuentra

18
todo aquel que emprende este tipo de trabajo. De una manera general,
son problemas que se deben resolver para toda publicación de
documentos recogidos en condiciones en que quien suministra el
material (entrevistas, biografías, secuencias de análisis, protocolos
detests) se adentra con suma frecuencia en aspectos de su vida
privada. Hacerlos públicos requiere reglas estrictas que no descubran
la identidad de quienes se hallan comprometidos.
Una de las reglas de la deontología profesional de los psicólogos
y los psicoanalistas —la del secreto profesional— se basa en la
garantía dada al sujeto en el sentido de que le será posible expresarse
sin exponerse a que un tercero lo identifique por lo que se ha
establecido en el singular coloquio. En las temporadas de formación
por medio del grupo, esa necesaria garantía se enuncia explícitamente
como una de las reglas fundadoras de la situación (regla de
discreción mutua). ¿Publicar no es transgredirla?
Hay por qué establecer la legitimidad de la publicación y sus
requisitos deontológicos. Por lo que atañe al primer punto, se puede
considerar que la investigación sólo puede progresar si a la co-
munidad científica se le comunican ciertas experiencias princeps. En
el campo del psicoanálisis, la publicación de los protocolos de curas,
comenzando por los Cinco psicoanálisis [en español, cf. Historiales
clínicos] de Freud, ha constituido la base clínica fundamental para la
posterior investigación técnica y teórica. Claro está, la índole y el
contenido de estos protocolos han movilizado tenaces resistencias para
con algunos aspectos de la vida privada, considerados como tabúes.
Efectivamente, la publicación transgrede sólo bajo dos condiciones la
regla del secreto profesional: cuando está orientada por una finalidad
que no es la de la investigación y cuando no mira por todas las
garantías de conservar el anonimato de las personas implicadas
(salvo explícito parecer en contrario).
El requisito deontológico fundamental consiste en mantener en
la publicación la garantía de que a uno no lo reconozca un tercero,
extraño a la experiencia relatada. El mejor procedimiento es, cuando
se lo puede practicar, asegurarse ante los propios interesados que esta
garantía funciona. Sigue en pie el deber de que toda indicación (de
lugar, nombre, fecha o circunstancia) que permita identificar a los
participantes debe ser eliminada o modificada en un sentido que
garantice el respeto del anonimato.
Pero hay un segundo requisito, y me parece que éste se vin-
cula a la naturaleza de las experiencias de grupo. A diferencia
de la cura psicoanalítica clásica, de la que se excluye la presencia fí-

19
sica de un tercero, la situación grupal es, por definición, plural: otros
son testigos de lo que ha pasado. Debido a ello, la publicación no
garantiza la no identificación sino dentro de los límites del grupo
mismo.
Esta inevitable disposición puede provocar entre los participantes
de un grupo que se relacionan con posterioridad el sentimiento de
hallarse nuevamente expuestos a la mirada de cada uno de sus
compañeros, al menos de la de aquellos que tengan la oportunidad de
leer la publicación. Sabido es que ésta es una de las mayores
angustias en los grupos. La solución para tan irreductible disposición
estriba en publicar sólo los documentos relativos a grupos en los que
se ha logrado dominar ese tipo de angustia, y sobre todo en no
publicar sino cuando un período de tiempo bastante largo se
interpone entre la experiencia y la publicación (de siete a diez años).
Es raro entonces que no hayan cambiado todos y no se sientan
inducidos a relativizar la imagen recuperada de una época superada.

1.6. ¿Cuáles pueden ser los efectos previsibles de una publi-


cación? Sólo puedo responder a esta pregunta considerando pro-
babilidades y mencionando algunos efectos verificados. Tengo, pues,
que tomar en cuenta la historia particular de este grupo. Conque,
publicando, comentando e interpretando, ¿no va el observador a
romper con la posición de depositario que le asignaron los parti-
cipantes y, verosímilmente, el monitor? ¿No habrá de coincidir con
una u otra de las posiciones fantasmáticas que fueron suyas en el
curso de la temporada? Si es probable que la publicación lance el
trabajo efectuado en el curso de la temporada, también realiza, en
cierto modo, el compartido fantasma de hacer perdurar la experiencia
del grupo, de hacer revivir el grupo-objeto más allá de su existencia
efímera, de recuperar el «Paraíso perdido» fantaseado desde la
primera sesión como horizonte de su historia. Parece que la
publicación responde, una vez más, a esta advertencia del contrato
formulada por los participantes en la tercera sesión: «Para saber qué
ocurre se recibirá un informe sobre el grupo con posterioridad a la
experiencia... algo trabajado...» — «...sí, uno ha pagado...». Por el
hecho de publicar, ¿no se presenta el observador como el heraldo —o
el héroe— de un acontecimiento tal, que la leyenda y él mito lo
cambian y, quizá, lo fijan?
He ahí una segunda serie de efectos producidos por una
publicación, y también yo, como otros colegas, he podido compro-

20
barlo. Preguntarse si la publicación no contribuye, como leyenda, a
formular un mito relativo a un origen perdido y gracias a él
recuperado es admitir la función de referencia identificatoria que
puede ser desempeñada por un protocolo señalado. Publicar la cró-
nica de un grupo efímero es dejar que adquiera un valor duradero
y ejemplar para los miembros del grupo, para los intérpretes y
para los lectores que constituyen el vasto grupo anónimo, pero
también la red de afiliación sobre la que descansa el crédito del
autor ante un público. De este modo señalo la función emblemática
desempeñada por la común referencia a un conjunto de pu-
blicaciones emanadas de un autor o de un grupo de autores cuan-
do los lectores encuentran a estos últimos en una situación de
grupo de formación.
Sería importante destacar otra función, la encubridora, cuyo
carácter ha sido puesto de relieve por Thaon a propósito de la ga-
rantía proporcionada por la ciencia en los relatos imaginarios: la
rienda, anota Thaon, permite a la vez la negación del fantasma y
su aparición. Otro tanto ocurre con la garantía aportada por el
protocolo ejemplar (ya señalado: la leyenda) a toda experiencia ul-
terior; ésta es un destino por cumplir, y al fantasma que emerge se.
le puede recusar como forma del deseo inconsciente de los
participantes: sólo aparece como la realización del mito, es decir,
de lo que el modelo ejemplar prescribe. El protocolo aporta una
garantía a la categoría de lo verdadero-semejante. Contribuye a fi-
jar y acreditar el repertorio de los fantasmas genéricos de un par-
ticular modo de ser grupal: el grupo de formación.
Situación tal, captada aquí en el caso especial que nos ocupa,
no deja de tener consecuencias sobre las condiciones del trabajo
psicoanalítico en los grupos, a medida que la literatura y la mito-
logía se enriquecen y desarrollan. Son enunciados que funcionan
como hitos identificatorios o como emblemas para los compañeros
de análisis; luego, se elaboran como normas de conducta. El tra-
bajo psicoanalítico recae, de ahí, sobre la índole y la función de
tales referenciales, a través de los cuales se abre camino la de-
manda y por los que se adecúa la predisposición a transferir sobre
los objetos ideales (o supuestamente tales) del analista. ¿Qué pa-
ciente con información psicoanalítica (¿quién no la tiene hoy?) no
ha soñado con ser otro Hombre de los Lobos, otra Dora?
Tanto en la cura como en los grupos, la referencia a los escritos
del analista (o a los de su grupo de pertenencia, esto es, a la
leyenda) organiza el deseo de figurar en ellos, de coincidir así con

21
una imagen heroica de sí, y organiza, también, la defensa contra el
peligro de ser el objeto que el analista posee y muestra.
Una tercera especie de efectos de la publicación incumbe al
cambio de las respectivas posiciones de los participantes y del ana-
lista: de intérprete que es en la transferencia, el analista pasa a ser
interpretado, mientras que los participantes interpretados se vuelven
intérpretes de sus interpretaciones. Esta permuta puede asentarse
tanto en el círculo de la repetición del fantasma como en el espacio
abierto de la resonancia y el relanzamiento del trabajo psíquico
inaugurado en la situación analítica inicial. Una reanudación como
ésta difiere, sin embargo, de las condiciones iniciales del trabajo
psicoanalítico, que ahora procede, sobre todo, del autoanálisis de los
efectos producidos por el texto (y no ya por el habla en la
transferencia) sobre cada lector. Lo que para mí ha sido determinante
en la elaboración de este documento no es de una naturaleza diferente
de la del trabajo efectuado por el análisis inter- transferencial, con la
salvedad de que la permuta que se ha producido ha consistido en dar
satisfacción a mi deseo de ser cointérprete del grupo, juntamente con
el monitor y los participantes. No sin razón, pues, el presente
documento, establecido como texto gracias a mis cuidados, ha podido
ser refrendado por el monitor. Su deseo de reelaborar sus
interpretaciones a partir de la observación que he formulado y de los
comentarios que he propuesto cobra sentido en el trabajo que desde
hace diez años proseguimos juntos.
Estas reflexiones muestran con toda evidencia que la publicación
de un protocolo es un acontecimiento que se inscribe en una compleja
red de historias: la de los participantes, la del grupo, la de los
observadores, la del monitor y, por fin, la de un movimiento de ideas y
prácticas relativas al grupo de formación tratado por el método
psicoanalítico. Un protocolo, una observación que se publique, no es,
pues, una pura y simple reproducción; es una creación y una
composición, e inevitablemente éstas transforman la experiencia
inicial vivida en una experiencia por vivir y por poner a prueba.

1.7. Ahora se comprenderá por qué no resulta tan sencillo


responder a la pregunta que en un primer momento parecía impo-
nerse: ¿por qué publicar un documento tal, tanto más cuanto que
inicialmente no se consideraba proyecto alguno de este género? ¿Y por
qué publicar, además, comentarios?

22
Yendo a lo vivo de lo que para mi es la discusión, diré esto: Importa
diferenciar los géneros, las situaciones, los procesos y las
construcciones que especifican una práctica, que caracterizan una
experiencia, que definen un objeto de conocimiento. El trabajo
psicoanalítico en la cura no es el que se efectúa en los grupos; el grupo
(de formación, de terapia, de análisis) no es una cura extractada ni
una exploración societaria o institucional reducida. Las formaciones
psíquicas que actúan en la grupalidad (el conjunto de los fenómenos
que sobrevienen por el hecho de estar en grupo y tener que construir o
mantener una forma o un objeto-grupo) no son idénticas a las
implicadas en la vida societaria o en la vida de pareja.
Parece que el presente documento, durante todo el período en que
ha existido y circulado en estado de prepublicación, ha desempeñado
un papel nada desdeñable para contribuir a los esclarecimientos
teóricos y prácticos. El valor de un documento de carácter clínico
puede ser estimado, así, en razón de los asuntos que permite plantear
o tratar. Es definir un objetivo general atinente a la investigación
fundamental y aplicada.
Hay otro interés racional, que no deja de guardar alguna rela-
ción con el precedente, que puede justificarse con miras de apren-
dizaje: es dable admitir que la comprensión de los procesos de grupo
se halla facilitada por el recurso del documento registrado; los
mecanismos de elaboración del vínculo grupal, las funciones de las
formaciones psíquicas y grupales que en él se organizan y los efectos
de la contratransferencia del intérprete y de sus interpretaciones se
pueden descubrir con toda facilidad y relacionar con perspectivas
teóricas y técnicas. A menudo gracias a un empleo como ése se
producen los registros o protocolos de estudio de casos o de temas; en
tales condiciones, como lo indican C. Piquet y S. Roumette (1974) a
propósito de un documento audiovisual producido en ocasión de una
experiencia de grupo de formación, las técnicas de registro se
utilizan «con el fin de reforzar los conceptos y las categorías de una
teoría». Los documentos proporcionan, en apoyo del discurso
demostrativo, el soporte de ejemplos que inevitablemente se
construyen de acuerdo con criterios selectivos respecto de la
demostración. En esas condiciones, las más de las veces «la
singularidad y la historicidad de un caso se ven relegadas en pro de
una construcción sistemática» (pág. 3).
Una tercera perspectiva en el uso del registro es la de orden
formativo o terapéutico. Al parecer, los miembros de un grupo
tienen la posibilidad de tomar conciencia, al disponer de un testigo

23
y un feed-back, de sus actitudes o de sus comportamientos subje-
tivos en relación con el proceso grupal.
Objetivos tales son alcanzados tan pronto por una selección
deliberada de las informaciones y tan pronto por la búsqueda de
documentos considerados objetivos y exhaustivos. En realidad, el
problema mayor no debe quedar oculto, como ya lo hemos men-
cionado, por una discusión centrada en la técnica, a menos que
establezca el estrecho vínculo entre ésta, las miras de un registro y
las condiciones del testimonio. Así maneje una cámara o un bo-
lígrafo, el observador expresa su modo de relación con el grupo
durante la toma de fotos y notas y la redacción. Como el monta je
de un documento audiovisual, también la redacción de un pro-
tocolo es un análisis y, en muchos aspectos, una interpretación: la
de un observador que, debido a su abstinencia activa y a las fun-
ciones que se le han asignado dentro del marco del dispositivo de
grupo y debido, también, a los movimientos de proyección e
introyección que lo afectan, participa en lo experimentado, lo
sentido y lo vivido de una experiencia relacional privilegiada.
En cierta medida, para elaborar esa privilegiada experiencia
se redacta y publica el documento. Si cabe hablar de una
necesidad interna de publicar, por ese lado hay que interrogarse.
Por el lado de la experiencia realizada de que no todo lo real
puede ser exhaustiva e inmediatamente poseído y comprendido se
lo comparte, y de que entregar una comprensión invita a recibir
un eco de ésta.
Decir que la implicación del observador y el intérprete es co-
extensiva a todo intento de comprensión de los fenómenos huma-
nos conduce a encarrilar ésta por la vía del comentario y la inter-
pretación: el documento «en bruto» no tiene sentido. Los comen-
tarios, tan pronto breves, tan pronto sustanciosos, recaerán sobre
determinados procesos del grupo, en especial sobre aquellos que
conciernen al nacimiento de las posiciones ideológicas y míticas 3.
Didier Anzieu ha reaccionado a esos comentarios con el aporte de
sus observaciones personales.
El lector encontrará en los anexos de este libro dos documen-
tos; uno concierne al texto dirigido a los participantes para pre-
sentarles una información sobre el grupo de diagnóstico, y el otro
es el cuadro de las notas de evaluación de los participantes des-
pués de cada sesión.
Una última observación, no la menor. Los comentarios que pro-

24
ponemos no son en ningún caso análisis de personas. Nada nos au-
torizaría a ello: ni la situación de grupo de formación, ni el afán de
saber acerca de las personas, un afán que resultaría erróneo, sal-
vaje, anticientífico e irrespetuoso. Las personas incumbidas en este
grupo son tributarias de los procesos específicos que funcionan en
esta situación, y el valor formativo de tales grupos consiste, preci-
samente, en hacer discernible el juego de esos procesos. Luego,
nuestros comentarios se centran en el análisis de las formaciones
psíquicas y de los procesos revelados, actuantes y activos en la
construcción del grupo. Atañen al análisis de lo que he denominado
aparato psíquico grupal (allí donde el grupo se construye y funciona
como formación imaginaria) en su tensión dialéctica con el aparato
grupal (allí donde el grupo se construye y funciona como formación
social real). En el aparato psíquico grupal, las personas cumplen,
en algunas de sus formaciones psíquicas y por asignación ajena o
por autoasignación, papeles instándoles, imagoicos y fantasmáticos,
representaciones de afectos o de mecanismos psíquicos, y el conjunto
concurre a poner en escena un organizador grupal. Pero las
personas —los participantes, el monitor, los observadores— no se
reducen a ser tan sólo esos papeles, esas representaciones, esos
sitios. Esto debe estar presente en el ánimo de quien lea este texto,
sea cual fuere la comprensión que de esta experiencia quiera
elaborar.

25
26
PRIMERA SESIÓN

Jueves, de 16 y 15 a 17 y 45

[1,1*] Todos los participantes inscritos son puntuales, salvo


Michel y Marcel. Didier, el monitor, es el primero en sentarse; a su
izquierda se sienta Léonore y a su derecha Nicolas, y en seguida los
otros. Marc y René, los observadores, se sientan juntos a una mesa
próxima a la de los participantes. La sala es la de un laboratorio de
psicología social: anaqueles de biblioteca, material de arreglo y, en el
muro, un encerado.

* La división en secuencias (1, 1: 1,2: etcétera) está destinada a permitir la


remisión al protocolo en el comentario de las sesiones.

27
[1,3] El monitor formula las reglas de funcionamiento del grupo de
diagnóstico: hablar de lo que se siente aquí y ahora, restituir a la sesión
lo que se ha dicho acerca del grupo durante los intervalos, abstenerse de
toda relación personal durante la temporada entre el monitor y los
participantes, definición de los sitios y los horarios, definición de su
función y de la de ios dos observadores. Añade que al final de cada sesión
uno de los observadores distribuirá una hoja en la que cada cual podrá
asentar su grado de satisfacción; se calculará un término medio, y éste
podrá ser comunicado a los participantes. Silencio de 3 minutos, in-
terrumpido por Rémi, quien, con Roger [1,4] y Antoine, propone elegir
observadores-secretarios dentro del grupo mismo. Apenas formulada la
proposición, inmediatamente ellos mismos la critican y abandonan:
Rémi: En el fondo, ¿para qué duplicar a los observadores oficiales?
Antoine: ¿Necesitamos realmente una memoria? Como el monitor,
queremos tener nuestros observadores, como en A...3 Doblemos la hoja.
Roger: Más vale conformarse con lo establecido.
Antoine vuelve a su proposición: «Así, por nuestra parte, po-
dríamos formarnos [1,5] para observar», y recuerda que la necesidad
de formación para las relaciones de grupo y las técnicas de animación
se había dejado sentir vivamente en oportunidad de una reciente
reunión de la Asociación de Psicólogos. Antoine recuerda que, en
ocasión de la reunión de A..., lo que hubo de motivar una formación
común fue la heterogeneidad de las formaciones y actividades de los
prácticos. Desde entonces ha reflexionado en ello: «En rigor, este grupo
ha comenzado en cada uno de nosotros cuando recibimos la papeleta
de convocatoria y la nota sobre el grupo de diagnóstico». Sugiere que se
reflexione en las razones que motivan la necesidad de formación de
cada cual y que «se analicen nuestras razones de mejorar nuestra
formación». Céline da a observar que Antoine propone ahora un tema
de discusión, tras haber indicado y luego abandonado un modo de
organización del grupo: «En suma, [1,6] planteáis la pregunta de
por qué estamos aquí... Es un medio de conocernos mejor». Antoine

3
A... es la ciudad en la que algunos meses antes se llevó a cabo una tempo-
rada de estudios de la Asociación de Psicólogos, a la que pertenecen como
afiliados la mayoría de los participantes del grupo. En A... se adoptó la decisión
de organizar esta temporada de grupo de diagnóstico. Los psicólogos habían
trabajado en comisión, con un ponente, y luego de acuerdo con la técnica del
Phillips 66, cuyo empleo había yo propuesto. Antoine y Roger dan brevemente
esta información.

28
pregunta dirigiéndose al foro «si se está de acuerdo en que se
diga por qué se está allí».
Léonore: Estoy de acuerdo. Pero me habría gustado conocer de
antemano a la gente con la que vamos a vivir durante tres días. No
conozco a nadie aquí, excepción hecha de Marguerite.
Roger: ¿Está de acuerdo el grupo?
Antoine: Así, todos estamos en el mismo nivel.
Rémi: Conocer a los demás, sí, ¿pero en qué sentido? ¿La per-
sonalidad, nuestras preocupaciones profesionales, nuestra función
social o nuestras motivaciones? Acaso sería perturbador enunciar la
función social si queremos conocernos como personas.
Léonore: ¿Hay un nexo entre ambas cosas?
Roger: Eso permitiría homogeneizar. Uno es uno, sí... Que co-
mience Antoine.
Llega Michel.
[1,7] Antoine ha conocido a Roger en París; se tutean. Antoine
trabaja como psicólogo en una gran empresa. Está aislado; el
ambiente de su trabajo es degradante. Le agradaría encontrarse con
otros psicólogos. «Es bueno encontrarse entre psicólogos. ¡Aquí voy a
poder hablar con personas de mi nivel!» Hay risas. «¡Hum! ¡Tal vez!
¡Más o menos! Si se puede... ¡Hay algunos que saben más que otros!»
Breve silencio. Llega Marcel y se sienta sin hacer ruido; se disculpa
por su atraso. Continúa la presentación. Céline (muy intimidada,
apenas audible) dice ser psicóloga en un Centro de Formación donde
se siente sola; todo el año tiene que vérselas con grupos. Desea saber
cómo funciona un grupo. También Agnès es psicóloga; se ocupa en
orientación, no tiene contacto con los demás y manifiesta «mucha
curiosidad por el funcionamiento de los grupos; cómo funcionan».
Josette es psicóloga en un Centro de Observación en el que ¡«todo el
mundo hace dinámica de grupo»; le gustaría ver por sí misma «de
qué modo funciona esto y después valerme de ello; soy curiosa, un
poco como todo el mundo aquí, ¿no?». Declara estar ansiosa por
saber si el conocimiento que sea posible extraer de esta experiencia
permitirá igualar las relaciones entre todos con respecto al
saber sobre los grupos que algunos tienen. Marcel es psiquiatra;
anima grupos de enfermos, grupos de tendencia psicoterápica. Le
agradaría tener una experiencia personal de la situación de grupo.
Marguerite es psicóloga en un consultorio de niños; tiene que
ver con médicos y educadores en trabajo de equipo y querría
«darse cuenta de lo que pasa, nivelar o atenuar las diferencias
entre los diferentes especialistas, mejorar las condiciones del tra-

29
bajo en grupo y establecer nuevas relaciones con otros». Philippe tiene
importantes responsabilidades en la formación de trabajadores
sociales; con esta experiencia de grupo desea poder vivir otra cosa,
ubicarse mejor con respecto a sus colegas en los equipos de trabajo y
también con respecto a los estudiantes que se deben instruir en el
conocimiento de las situaciones de grupo de las que él mismo sabe poco,
pese a que debería conocerlas, pues ésa es, dice, «una dimensión de su
tarea, aunque manifiesten una gran ambivalencia para con la dinámica
de grupo. También con respecto a mí son ambivalentes... Para mí, esta
temporada es el único lugar donde puedo efectuar esta experiencia».
Roger: Y para mí estar aquí es, antes que nada, un día de trabajo
que uno se salta... (Risa general.)
Roger es psicólogo en un centro de formación de adultos; es el
único psicólogo de ese centro, se siente aislado y querría romper su
soledad psicológica y profesional.
Nicolas: Yo estoy un poco como Marcel. Trabajo en un consultorio
de psicóticos, y también estoy otro poco como Philippe: me ocupo en la
formación de trabajadores sociales en medio obrero...
[1,8] Didier: ¡Pues bien, y yo... (risa de todos4), a mí me gusta
hacer grupos de diagnóstico. Lo que me interesa mucho es la relación
del grupo, no con quien lo dirige, sino con todo aquello que atañe a su
evolución y la modifica. Me intereso por el grupo desde un punto de
vista teórico, es decir, por los momentos, los procesos, los fenómenos del
grupo, y también por motivos personales: la dimensión del grupo es
algo que me complace sobremanera... Siento necesidad de hacer grupo.
Léonore: Yo soy psiquiatra particular; trabajo privadamente.
Estoy muy aislada en mi trabajo. Mi aislamiento es peor, total, más
completo que el de los demás. Trabajo privadamente: en mi ciudad
resulta imposible formar un grupo de trabajo con colegas u otras
personas. Adoro hacer experiencias. Hago experiencias, hago montones
de cosas. Me gustaría mejorar el contacto con los enfermos... En mi
ciudad tengo que ser una mujer-orquesta: psiquiatra, psicóloga, hacer
electroencefalogramas, psicoterapias, etc., etcétera (comentarios
admirativos a propósito de todas esas actividades).
Rémi es consejero de orientación. En la época en que cursaba
su licenciatura de psicología había tomado conocimiento, gracias
a lecturas, de la dinámica de grupo, «conocimiento libresco y teó-

4
Las risas se deben al hecho de que los participantes no esperaban que el
monitor tomase la palabra en el curso de esa vuelta de presentaciones.

30
rico», cuando para hacer grupo hay que adquirir un saber práctico.
Pero tiene cada vez más que ver con grupos: consejos de clase,
consejos de orientación. Es necesario recibir un complemento de
formación en este terreno, «hacer algo que sea diferente... e
interesante».
Michel es psicotécnico. Lo ha traído a esta temporada, «no
realmente una preocupación profesional, sino la curiosidad y el
interés teórico por las relaciones interpersonales: en mi trabajo
tengo, sobre todo, la experiencia de la entrevista, de la relación de
dos, y he sentido la necesidad de efectuar una experiencia en
grupo... y además está la curiosidad».
Silencio de un minuto.
[1.9] Antoine propone reunir en una síntesis las diferentes
razones dadas por la presencia de cada cual: por una parte, obje-
tivos prácticos y profesionales de formación, como lo había pre-
sentido la Asociación de Psicólogos («renacer psicólogo, reformar-
se»); por otra, la curiosidad, el deseo de romper el aislamiento y el
ritmo de la diaria rutina. Lo ha sorprendido cierta homogeneidad
de todos en la formación y las situaciones (aislamiento), y también
cierta complementariedad: «Médicos, psiquiatras, psicólogos,
educadores: todo esto va junto». Se aprueba la observación de An-
toine. «Además —dice—, es también la ocasión de reencontrarse en
condición de sujeto examinado.» Agnès aprueba: «Sí, ahí está la
curiosidad... Tal vez le saquemos aplicaciones». Philippe vuelve a
expresar su necesidad de ver claro en su propio nivel y de aprender
a objetivar e interpretar las observaciones de grupo, única garantía
para ser objetivo. Piensa que en el grupo debe de ser posible
«conocer desde adentro el funcionamiento de los grupos».
Silencio de 45 segundos.
[1.10] Rémi pregunta a Léonore si las exposiciones han satisfecho
su deseo de conocer a los demás. Michel, Roger y Antoine se
formulan la misma pregunta: ¿qué pensaba ella al respecto?
Léonore: De este modo comienzo mis interrogatorios de
psiquiatría... Decir que he progresado, no. Me gusta situar a la
gente...
Céline: Estas exposiciones se imponían para conocerse.
Michel: En cada uno de nosotros había una curiosidad latente;
había que expresarla, hacerla salir...
Léonore: He observado que justamente después de nuestras
presentaciones hubo un gran silencio...
Michel: ...grávido de reflexión...

31
Léonore: Sí, algunos sonreían al hablar, otros tenían una voz fuerte
y otros débil... Para mí, eso cuenta.
Michel: ¡Es observación sistemática!
Léonore: ¿Es malo ser curioso?
X (un hombre): No, pero uno nunca satisface su curiosidad...
Antoine: He observado que, frente a los colegas, uno es curioso y
ciego. Una ceguera psicológica... ¡La solidaridad profesional debe
actuar! Yo jamás interpreto su comportamiento, sus tics... (risas
prolongadas).
[1,11] Léonore: ¡Hay que descongelar la atmósfera! (Breve silencio.)
Roger: ¿Acaso el grupo se propone como objetivo elucidar las
motivaciones de cada cual? (Dirigiéndose a Léonore y Michel: Las
apariencias no son quizá la realidad.
Varios: ¡Oh, vamos! ¿Usted quiere trabajar (barullo)... o jugar?
Roger: También podemos hacer otro trabajo: reír, hablar de las
vacaciones...
Antoine: O bien nos hablamos de nuestras motivaciones con
respecto al grupo, o bien volvemos a hablar de nuestras motivaciones
con respecto a la profesión. ¿Se acepta mi propuesta?
Michel: ¿Cuál?
Antoine: Saber si necesitamos aquí una formación, qué es lo que se
busca... Ya lo he propuesto. El Phillips 66 no es suficiente para los
grupos. En nuestras profesiones no podemos permitirnos estar mal
formados... (aprobación); hay que formarse permanentemente. Todos
ejercemos profesiones bastante parecidas; digamos que en las
relaciones humanas se necesita conocer desde adentro la realidad, no
sólo con técnicas que permanecen en la superficie, que actúan desde
afuera, superficialmente.
Breve silencio seguido de un intercambio bastante
intelectualizado; advierto que se trata de la apariencia y la realidad,
del adentro y el afuera, de lo que es externo y lo que es interno en el
psiquismo, de lo que la gente lleva en su mollera.
[1,12] Michel: En el fondo, aquí, en este grupo, se busca en nuestro
pasado aquello que puede sernos común; somos arqueólogos. ..
Léonore: ¡Hablar de la necesidad de formación, de nuestras
motivaciones profundas...! Es difícil (breve silencio).
Roger: En todo caso, con la elección de un tema tal vez logremos
suprimir el silencio... ¿Está el grupo de acuerdo en hablar sobre la
necesidad de formación?
Agnès: ¿Hay que estructurar el grupo desde la partida?

32
Marguerite: En el fondo, no se sabe muy bien para qué estamos
aquí...
Silencio de un minuto, más o menos.
Philippe: Es bastante normal que estemos silenciosos. Como
psicólogos, adoptamos una actitud de benévola neutralidad... para
observar al cliente y ejercer un control sobre uno mismo. En este
grupo hay una proeza en la partida, la de cómo unos psicólogos van
entre ellos a poder cambiar de actitud (risas). No somos ingenuos,
pero siento la curiosidad de saberlo (risas); es el tipo más difícil de
grupo.
Antoine: Yo ya he seguido grupos de discusión de psicólogos, en
controles, cuando era estudiante. Se decía: no nos dejemos de hablar,
seamos corteses... Siempre había un líder. Me humillaba no serlo.
Aquí no me freno...
Marguerite: ¡Vuelve usted a caer en lo mismo! (Breve silencio.)
Pienso que participando en el grupo se aprenderá más. Tengo la
impresión de que entre nosotros algunos participan y otros no...
Están los que escriben.
[1,13] Michel: Tal vez hay observadores...
Antoine: Tal vez compadres... pagados para eso; por ejemplo, los
que escriben.
Nicolas (que desde el comienzo de la sesión toma notas en un
cuaderno): Si uno habla, lo agreden; si se calla y escribe, lo agreden.
Por ejemplo, Léonore ha agredido a Antoine, y ahora me agreden
directamente (protesta de Léonore y Antoine).
Didier: ...apuntándome de rebote...
Nicolas: Sí, una agresividad latente entre nosotros y para con el
monitor (protestas).
Silencio.
Michel (mirando a Nicolasy Didier, sentados uno al lado del otro y
ambos tomando notas): Y de paso han hecho añicos el tema...
(silencio).
Rémi: ...sin eliminar a nadie ni nada (risas). Si discutíamos de la
profesión de psicólogo, qué es ser psicólogo... Hay una interacción
entre la condición de ser psicólogo y la profesión, el hecho de ser un
psicólogo. Estamos un poco aparte dentro de la profesión. Reunimos
las condiciones de psicólogo y el hecho de ser psicologistas... ¿Cómo
discutir de esto?
Mientras Rémi habla, ruido de sillas y ceniceros removidos, algunos
apartes, y se llevan unas flores que había en el centro de la mesa.
Nicolas (repentino): ¿Realmente necesitáis un tema?

33
Miran a Nicolas, quien parece irritado con su propia pregunta. Breve
silencio.
[1,14] Marcel: ¿Y si propusiéramos un juego, un simpático juego...?
Nicolas(cortante): ¿Por qué un juego? ¿Cuál?
Josette (a Roger y Léonore): Para descongelar la atmósfera.
Nicolas: Entonces, juguemos francamente.
Roger: Entonces, jugamos todos.
Rémi: Juguemos al grupo de diagnóstico (risas).
Josette (a Roger): ¿Tiene usted alguna idea secreta?
Nicolas (antes de que Roger responda): Esto es lo que me asombra:
en el fondo, tres personas han sido desaprobadas. La manera de
proceder de este grupo es desaprobar. Uno piensa que en el fondo está
aquí perdiendo el tiempo, y que se juega para ser serio, para hacer
seriedad...
Roger: Creo que queremos jugar para evitar los asuntos profe-
sionales.
Philippe: ¿Porque los asuntos profesionales son tabúes?
Michel: No tenemos ganas de trabajar.
Antoine: Sin embargo, ésta es la ocasión de discutir de sus problemas
con sus iguales...
Rémi: Sí, ¡pero aquí la conversación es, después de todo, una cosa
muy distinta del trabajo!
Silencio de un minuto; no hay un ruido.
[1,15] Antoine se dirige entonces a Léonore, para recordarle que ella
había dicho que estaba muy aislada en su ciudad, no obstante ser
médico («Los médicos tienen muchos contactos y relaciones»), y que se
quejaba de no poder platicar con colegas. Léonore aprueba. Antoine,
Marguerite y Rémi la interrogan: «¿Ocurre igual entre los
psiquiatras?».
Léonore: En L... no hay más que rivalidades, clanes, capillas:
personas que finalmente están fuera de circuito, y también yo estoy
afuera.
Rémi: ¿Acaso ha venido aquí para aprender a manejar los clanes?
(risas, un breve silencio, sillas movidas).
Léonore responde que no, que ha venido para aumentar su ca-
pacidad, de trabajo con muchos grupos: estudiantes, padres de alum-
nos. También se ocupa en planificación familiar (risas bastante
prolongadas, de todos, con una pizca de molestia). Hace poco
participó en un grupo de formación compuesto por asistentes
sociales y un psicosociólogo: «Era un grupo muy frío; me miraban
con ojos raros... Acá no sentimos frío. Los asistentes sociales no tie-

34
nen un estatuto preciso, y les molesta mucho no tenerlo; tienen
muchos problemas para entrar en los grupos». El grupo subsistió más
allá de las reuniones previstas: «No queríamos morir; nos volvemos a
ver de cuando en cuando. Nos encanta volver a vernos... No decimos
mayor cosa; estamos contentos. Juntos nos sentíamos muy bien».
[1,16] Un silencio bastante prolongado sigue a la intervención de
Léonore. Se habla a media voz. Tengo dificultades para anotar, para
oír lo que dicen los varones: Antoine expresa que la inquietud en
grupo se debe a la jerarquía; Marcel, Roger, Michel y Rémi hablan
entre ellos, murmurando.
Roger: He abandonado mi título de psicólogo. Me presento como
consejero profesional; a la gente le resulta más fácil que uno no se
presente como psicólogo.
Rémi: Para mí es lo mismo. Habría que cambiar «examen psi-
cológico» por «consulta psicológica». La gente tiene mucho miedo del
psicólogo y el psiquiatra; piensa: Me toman por loco.
Sigue una discusión sobre el temor al psicólogo (se interroga a
Agnès y Roland).
Rémi: ¿Seríamos los mismos si no hubiera observadores?
Alguien: Los habíamos olvidado... afuera... no como nosotros... un
poco como el monitor. A Didier no lo olvido.
Nicolas: No son los observadores los más peligrosos, sino los
psicólogos mudos en torno de esta mesa, los que no participan en el
grupo.
Céline: Si usted continúa, Didier se va a sentir aludido.
Didier: Ya me siento.
Céline: He observado que los alumnos que se sentían molestos
frente al psicólogo eran los que ya habían tenido algún contacto con
él.
Nicolas (a Céline): ¿Acaso usted...? ¿Has dicho el fondo de tu
pensamiento?
Céline no responde. Philippe piensa que, por el contrario, la gente
acude gustosa a una reunión cuando sabe que hay un psicólogo; esta
declaración desencadena cierto escepticismo. Los psicólogos creen
saber, ser diferentes... Se les tiene miedo.
[1,17] A una señal del monitor, entrego a cada uno de los
participantes una hoja en la que se los invita a señalar, con una cifra
del 1 al 5, su grado de satisfacción. En la pausa, los observadores
examinan los resultados y establecen el promedio de las cifras de
satisfacción del conjunto y, a medida que las sesiones se suceden, la
curva de cada cual y del grupo.

35
[1,18] Durante la pausa, el monitor y los observadores procuran
señalar las principales fases de la sesión y redactan un breve informe
de ésta, que les será entregado a los participantes al finalizar la
temporada. Advertimos conjuntamente que las respectivas
presentaciones individuales han satisfecho muy poco a los demás,
que la búsqueda de las «motivaciones profundas» de la concurrencia
de cada cual a la temporada pone de relieve los temas del
aislamiento y el deseo de formarse en la relación con el prójimo, que
la relativa homogeneidad de estatuto y funciones acentúa el
sentimiento de estar aparte, que la situación de grupo es para ellos
incómoda y desconcertante (observadores-observados), que no es
posible trabajar ni jugar y que todos están aquí tan aislados como en
su profesión. Didier presta atención a la unidad de apariencia
encontrada en el emblema «grupo de psicólogos» conducido por un
superpsicólogo; pero esa unidad permite eludir el carácter extraño de
la situación y el problema del lugar del monitor (de quien se sabe que
es psicoanalista) y de los observadores. Didier advierte que varios
participantes, que han sido alumnos suyos, no han podido decir
directamente su molestia de ser nuevamente «examinados» por él. No
observo que también se podría tratar de mí.

COMENTARIOS SOBRE LA PRIMERA SESIÓN (RK)

Con el enunciado de las reglas de funcionamiento del grupo


de diagnóstico, el monitor [1,3] da existencia al grupo como po-
sibilidad de realización. Este objeto posible, verosímil, ya está
constituido por cada uno y todos como objeto fantasmático y como
objeto situado dentro de un proyecto colectivamente elaborado: el
de un grupo de formación, cuyo pedido se formuló en el curso de la
reunión anual de la Asociación de Psicólogos. Antoine [1,5] se
refiere directamente a esa preelaboración grupal. Como objeto, el
grupo preexiste a toda puesta en situación. Y el monitor, con sus
indicaciones operatorias, proporciona asimismo un soporte a la
evaluación del objeto (las notas acerca de la satisfacción solici-
tadas al final de cada sesión). Si con su palabra instituyente enun-
cia las condiciones de los intercambios (verbales y, en este caso,
escritos) entre los participantes, los observadores y él mismo,
entre el grupo y su medio circundante externo, la manera en que
se comprende su palabra es función del lugar que el monitor ocupa
desde luego en el fantasma de algunos. También es función del

36
lugar al que cada cual se va a ver asignado y de la valencia que va
a adquirir el objeto-grupo para los participantes y, ante todo, para
tres de ellos [1,4]. Antoine, Roger y Rémi han de manifestar que la
organización de los intercambios, el lugar de los diferentes objetos,
es el poder, no del monitor, sino de ellos mismos, del grupo y,
finalmente, de la Asociación de Psicólogos, que la ha promovido. En
esa primera tentativa de asignación, que es, además, una tentativa
de trasgresión, y desde los primeros minutos, se van a estructurar
las relaciones con el grupo, con el monitor, con los observadores y
entre los participantes.
Las interpretaciones psicosociológicas de esa tentativa de asigna-
ción de lugar y de trasgresión, ora en términos de reducción de la
dependencia y de búsqueda de autonomía, ora en términos de
reequilibración de fuerzas o de conflicto de poder, no rinden cuenta
de la dinámica ni de la economía psíquica inconscientes que la
organizan. Una hipótesis más eficaz debería permitir informar
acerca del conjunto de las significaciones vinculadas a ese intento
de alteración de la regla. Tenemos, pues, que tomar en conside-
ración el conjunto de los fenómenos que lo suceden, así como los
que lo preceden, y deslindar diferentes niveles del análisis: el de la
transferencia y la escisión, el de las identificaciones, el de la
fantasmática inconsciente y el de sus elaboraciones dentro del
discurso ideológico.

a) A la puesta en situación del grupo de diagnóstico se la


siente como una puesta en tela de juicio y hasta como una acusa-
ción de las expectativas de los participantes: obtener lo que se le ha
pedido, deseado y hecho verosímil al objeto que fantasean poder
obtener [1,6 a 1,9]: una formación; una anulación de la ruptura y el
aislamiento por medio de una experiencia vivida en común y
renovadora; un grupo; un saber sobre el prójimo y sobre sí (aunque
este último punto es poco patente). La puesta en situación es una
puesta en tela de juicio de esas expectativas, un cuestionamiento
de los objetos a que apuntan y del ideal narcisista de perfección de
los participantes, y es, a la vez, promesa de una realización y
amenaza de una pérdida. En efecto, acudir a un grupo de
diagnóstico es correr el riesgo de un cambio en la economía psíquica
interna, en las relaciones de objetos y de instancias y en las
identificaciones que constituyen el Sí y que aseguran su
sentimiento, su permanencia y su continuidad. La puesta en
situación del grupo de diagnóstico suscita, pues, el temor de que

37
los objetos internos, los ideales y el sentimiento de Sí y de su
continuidad van a ser amenazados. El temor y la angustia de ser
desposeído, deformado y hasta destruido y desestructurado coexisten
con el esfuerzo por mantener la tensión hacia el objeto afantasmado y
la continuidad del Sí, amenazados por la pluralidad de los
participantes frente a frente, tal cual es temible la imagen de una
discontinuidad y de una heterogeneidad: en ella, uno ya no se
reconoce. El Sí está amenazado por esa representación pre-grupal,
anárquica y fragmentada que lo figura. Sí es un grupo, como yo es
otro. Además, el grupo ahora actualizado amenaza con atentar contra
la imagen idealizada del otro grupo, el de ayer, el de la reunión de la
Asociación de Psicólogos, cuya reliquia ha sido conservada por la
mayoría, y que soporta la demanda de ser satisfecho por el otro grupo.

b) Inicialmente, por tanto, a la angustia la desencadena el


conflicto de las pulsiones libidinales y destructoras opuestas al nuevo
objeto ambivalente; éste amenaza con atentar contra el ideal
narcisista de cada cual, del que el grupo idealizado es depositario y
figura; pero también es la finalidad de las pulsiones libidinales y del
deseo de los participantes. La angustia de los participantes, que se
expresa a través de Antoine, Rémi y Roger [1,4], se presenta
como la angustia de verse destruidos por el grupo, por el monitor
que lo instituye, por el equipo constituido por el monitor y los
observadores y por su saber distinto acerca de lo que en cada cual es
distinto, diferente y extraño. Mediante el enunciado de la regla, el
monitor instituye a los participantes en un campo de relaciones
objetales y en una red fantasmática en la que su solicitud se encuentra
reemplazada hasta en el dispositivo operatorio por el que solicitudes
tales están en condiciones de ser tratadas; pero el enunciado de la
regla funciona también como pilar y soporte de la resistencia para la
solicitud inconsciente. Modificar el dispositivo de la observación es
rechazar al monitor que instituye la regla, luchar contra la
situación grupal ansiógena, reconstituir un objeto capaz de ser
bueno, por la repetición de una experiencia anterior idealmente
buena. Pero es también correr el riesgo de privarse del monitor y
su saber, de lo que el grupo solicitado contiene como
potencialidades «buenas» y cuyo lugar en la fantasmática de cada
cual está marcado, como objeto de expectativa, por una valencia
positiva. Es posible considerar este primer episodio como una
tentativa inicial por hacer fracasar la angustia de la des-

38
tructividad, el temor a la omnipotencia del monitor, el desamparo
moral provocado por la pérdida de los objetos internos y, sobre todo,
de los objetos-soportes de los ideales narcisistas. El sistema
defensivo empleado para luchar contra esa angustia paranoide-
esquizoide se caracteriza por la proyección y la introyección, la
Renégación, la escisión y la idealización de un objeto bueno.
También podemos pensar que la tentativa inicial es una solución
elaborada para mantener el fantasma de la reunión del Yo de los
participantes y de su Ideal del yo, reunión que moviliza el deseo de
una formación. Apropiarse del dispositivo que conduce a esa reunión
significa hacer fracasar una posible no-reunión, cuyo agente sería la
presencia del monitor. Se trataría, luego, de una tentativa de
control maníaco del objeto, o, con mayor exactitud, de la relación
entre el Yo arcaico de los participantes y su Ideal, en la medida en
que esta relación se halla amenazada desde adentro y desde afuera.
El miedo a ser destruido por el grupo y el monitor resulta,
pues, de la proyección de las pulsiones destructoras de los par-
ticipantes sobre estos objetos, a la vez amenazadores, extraños,
extranjeros y que requieren, de ahí, un control [1,10]: el inte-
rrogatorio de psiquiatría [1,16]; [1,18]: el examen; y «buenos», o
susceptibles de serlo. La proyección no se puede efectuar, por
tanto, sin correr el riesgo de destruirlos [de donde el abandono de
la proposición de 1,4]; se efectuará de acuerdo con dos modalidades
principales: la proyección de las malas tendencias sobre el
«exterior» (sobre los otros grupos profesionales, los observadores, la
ciudad de Léonore) y además sobre Nicolas, quien recibe, por
desplazamiento, la transferencia lateral negativa; se insistirá en la
exterioridad amenazante de tales objetos y se marcará su radicó
diferencia.
La lucha contra la amenaza exterior se duplica con la instau-
ración de un objeto interno bueno (Léonore, el grupo como unidad
imaginaria) y la introducción en el grupo de la parte mala de cada
cual, pero controlable en Nicolas. Al objeto malo se lo identifica:
asegura una continuidad gobernable con los peligrosos objetos ex-
ternos malos (el monitor y los observadores), que amenazan el
grupo. Sin embargo, un ataque directo contra el monitor suscitaría
una angustia tal, que la única salida sería el abandono del pro-
yecto defensivo. La angustia sólo se puede reabsorber, por eso,
merced a otras vías: el regreso al orden inicial explícitamente re-
conocido como norma [1,4], el señalamiento y la afirmación de
cada cual como solidario de un cuerpo único homogéneo [1,6; 1,7;

39
1,8; 1,9] y funsional [1,11; 1,13], el señalamiento de Nicolas como
objeto atacable malo, sustituto del monitor y los observadores [1,13],
y la constitución de Léonore como objeto parcial bueno, capaz de
defender al grupo y de hacerlo vivir [1,8; 1,15], no sin que se
manifieste (Rémi) para con ella un temor persecutorio [1,15].

c) A lo largo de toda esta sesión se desarrollan los temas y los


mecanismos de defensa característicos de la posición paranoide-
esquizoide, que prevalece, según H. Scaglia (1974), durante el
período inicial de un grupo. El modo lógico de enunciación de las
relaciones es el de las oposiciones binarias que resultan de la
escisión: aislamiento/homogeneidad, diferencia/igualdad, adentro/
afuera, apariencia/realidad, interno/externo, superficie/profundidad,
malformación/reformación, presente/pasado, etc.

Nicolas es el primero en descubrir y expresar proyectivamente la


relación de objeto agresiva frente al monitor, los observadores y
aquellos que, como él, no parecen participar en los intercambios
orales. El monitor hace presente que también él ha sido atacado, y
con ello [1,13] consolida la posición de Nicolas, identificado con el
monitor-blanco; la posición de doble a la que el propio Nicolas se
asigna ha de ser posteriormente explotada por los participantes.
Nicolas protege al monitor, al que idealiza; interpreta de una manera
persecutoria, para intentar asegurar su propia defensa y la de su
objeto idealizado, al monitor, y Nicolas se encuentra, así, ocupando la
posición del perseguidor, quien, en cambio, polariza el ataque
persecutorio del grupo, en lugar y en el lugar del monitor. Da
sobrados motivos a los temores de los participantes, quienes tienen
entonces a su merced, y sin mayor riesgo, a su monitor «malo». Esta
ecuación inicial va a ser determinante para la continuidad de la
temporada; tendrá valor de impronta, como el apego a Léonore.

Los participantes no pueden soportar la revelación que de su


agresividad latente les hace Nicolas [1,13; 1,14], ni, por consi-
guiente, la de su angustia persecutoria («una segunda idea en la
cabeza»), como tampoco la posición distintiva que toma Nicolas,
quien de ese modo rompe la igualdad ideal, necesaria para luchar
contra la desintegración, la destructividad y el parcelamiento [1,6;
1,7; 1,9; 1,13]. Esa posición va a contribuir a hacer posible una
distribución y una atribución de papeles instanciales (es decir, que
corresponden a las instancias del aparato psíquico individual),

40
de figuración de objetos, de imagos y de procesos; en una palabra, de los
elementos necesarios para la puesta en escena grupal de la fantasmática
inducida por Léonore5. Ésta va a ser establecida por los participantes
tras haberse propuesto a sí misma como uno de los elementos
fundamentales en el escenario del ataque por el objeto malo y de defensa
por el objeto bueno idealizado. Léonore y Nicolas son los directores
artísticos y los protagonistas; dentro de la escisión cuyos términos
encarnan, representan los polos de un conflicto que atraviesa a cada
participante a propósito del grupo-objeto, del monitor, de los
observadores y de los demás participantes. Juntamente con Nicolas,
Léonore propone y polariza la distribución de los papeles fantasmáticos
instanciales y objetales que estructuran el naciente aparato grupal y las
relaciones entre los participantes. Se distingue, ante todo, por lo que ella
dice de sí misma: lo es todo, «mujer-orquesta» [1,8] y aislada (por tanto,
disponible); se ocupa en asuntos de sexualidad y nacimiento [1,15]; posee
la experiencia de otro grupo, plenamente satisfactorio y sin fin. Es
médico y atiende cuidadosamente las relaciones con los enfermos. Se
encarga del cuerpo; va a ser la matriz del «cuerpo» del grupo, su cuerpo
mismo. Desde luego, se la ha señalado como la persona a la que los
participantes deben satisfacer para sentirse satisfechos [1,8]: primer
esbozo de una imago materna omnipotente; [1,15]: otra referencia a su
poder atinente al cuerpo, la sexualidad, la pareja y el nacimiento. Sus
evasivas respuestas sólo logran, por lo demás, alimentar la curiosidad de
que ella es objeto. Suscita y mantiene con mayor profundidad una
relación de apego (sonrisa, voz, alimento), que irá desarrollándose a todo
lo largo de la temporada. Cuanto se dice a propósito del nacimiento y la
reformación, del conocimiento ajeno y la curiosidad, del adentro y el
afuera, de lo profundo y lo superficial, de lo externo y lo «interno» —es
médico— [1,11, 1,10], le incumbe y apunta a ella como representante del
objeto materno bueno y como modelo del grupo: saber «lo que la gente
tiene en su mollera» [1,11], «buscar en lo pasado lo que es común, como
arqueólogos.» [1,12], es tener lo que ella tiene de bueno, lo bueno que
contiene el grupo; es obtener lo que ella promete y que ya da... a
entender y desear: los secretos del nacimiento y la procreación,
la satisfacción plena y sin fin, la omnipotencia y la inmortalidad.

5
He propuesto la teoría de este proceso de construcción del grupo en mi libio
El aparato psíquico grupal. En lo que atañe a la orientación de los comentarios
aquí propuestos, quiera el lector dirigirse a mi introducción a la presente
Crónica, sobre todo en su parte final.

41
La seducción que Léonore ejerce y suscita entre los participantes
deseosos de ser seducidos por ella contribuye a tejer las relaciones
imaginarias y narcisistas que el grupo establece contra las heridas y
los estragos fantasmáticos causados por los objetos malos y la cruel-
dad de su Yo Ideal.

d) En el curso de la primera sesión, los participantes ponen en


escena una serie de relaciones especularías a través de las cuales
tratan de constituir la imagen de un grupo corporizado, unificado y
homogéneo. La presentación que hacen de sí mismos es, en efecto,
«homogénea» [1,7; 1,8], y Roger la estima y justifica [1,6] desde un
primer momento, y Antoine [1,9] así la subraya. El tema de la
igualización de las relaciones y los niveles, de la nivelación de las
diferencias, aparece en reiteradas oportunidades entre varios
participantes [1,6; 1,7; 1,9; 1,12] como negación de las diferencias y la
heterogeneidad. Es, por otra parte, un tema vinculado a la relación
imaginaria entre los participantes y el monitor y los observadores.
Desde los primeros intercambios que siguen a la enunciación
de las reglas por el monitor, el grupo intenta proponerse como doble
del staff6: «Como el monitor, queremos tener nuestros observadores»
[1,4]; los observadores del grupo vendrían, pues, a duplicar los del
staff. Hay en ello no sólo una tentativa de control, sino también un
esbozo de relación especularía: el monitor es para los participantes
una imagen narcisista; todopoderoso, así lo miran sus observadores.
El monitor es un «superpsicólogo» (sobreestimación, idealización). El
grupo pretende ser el reflejo simétrico del monitor y el staff
[1,4]; éstos constituyen para los participantes un término de
referencia identificatoria y defensiva a un grupo solidario
supuestamente unido, cerrado en sí mismo, sin duda de miedo
a estallar. Tales relaciones en espejo permiten que cada cual
asuma su propia imagen corporal, una de cuyas partes se exterio-
riza y aliena en un cuerpo más vasto, más poderoso. Las imágenes
del cuerpo grupal, total, se hallan referidas a la experiencia
idealizada que los participantes tuvieron hace poco en A... y a Léo-
nore, que para ellos proporciona y representa una imagen grupal
perfecta, la misma cuyo recuerdo y cuya nostalgia conserva Léonore:
el grupo de L... Son imágenes que observan el sentido de esa

6 Con este anglicismo, de uso comente entre los practicantes franceses de la


dinámica de grupo, designamos el equipo formado por el monitor y los
observadores. Los participantes no empleaban esta palabra.

42
re-presentación: la nostalgia o el reconocimiento de un lugar an-
terior, especulario ([1,6]: Léonore/Marguerite; [1,7]; Antoine/
Roger; [1,7]: Nicolas es «un poco como Marcel, un poco como
Philippe»). Cada cual es para el otro el doble reparador que viene a
confirmar la existencia y la continuidad de su propia imagen, ¡La
constitución de la imagen del otro como idéntico a sí sirve de de-
fensa contra otra imagen: la del doble destructor, proyectado sobre
el staff y luego, por desplazamiento y reintroyección, sobre Nicolas.
Por lo demás, en el conocimiento del otro y el grupo, del extraño y
no de sí, llega cada cual en busca de su seguridad; Philippe [1,7] y
el monitor [ 1,8] son los únicos en hablar de «motivos» que les
incumben personalmente en su presencia en el grupo.
El temor al otro como doble destructor se expresa, además, en el
deseo formulado por Léonore [1,6]: le habría gustado conocer por
anticipado a los miembros del grupo, así como en la reiterada
afirmación de la diferencia de algunos: el monitor y los observa-
dores [1,16], que son extraños, que desacomodan, que comprometen
la unidad original por recuperar.
En esa relación especularía narcisista, cada cual puede observar
a su turno y ser observado: cada cual puede ocupar el lugar del
otro, ser a la vez la imagen en el espejo y el otro exterior,
extranjero, diferente y peligroso. Así, cada cual puede estar alter-
nativamente en los dos polos y hasta constituir los dos polos
antagónicos al fin reunidos en una relación dual: serio todo. Las
imágenes fundamentales que representan este tipo de relación son
el monitor y el staff, por una parte, y el grupo y Léonore, por la
otra [1,8]: «mujer-orquesta», Léonore suscita la admiración y la
gratitud, como los primeros suscitan el temor y la envidia. Tal y
como Léonore necesita de todos para que el grupo forme cuerpo
único (la duodécima sesión lo confirmará plenamente), al monitor
no se le puede representar sino disponiendo de todo y
confundiéndose con él: todo su saber y sus dos observadores. Por
esa doble imagen especularía se modelan la imagen del grupo y las
relaciones de los participantes con el monitor, con Léonore, con el
grupo y entre ellos.
La serie de los objetos escindidos da testimonio a la vez de las
angustias de fragmentación del grupo y los participantes y de la
defensa empleada contra las imágenes angustiantes: el fantasma
de un cuerpo unificado, indiferenciado y fusionado. Todo ocurre
cual si Léonore prometiera la futura fusión cuando evoca para lo»
participantes el grupo por ella vivido y que hubo de calentarse tras

43
haber quedado fijo y helado [1,15]. La esperanza de una super-
vivencia, como negación de la limitación temporal inexorable, nace de
esa angustia mortífera ante el anonadamiento del cuerpo apenas
constituido y del que nadie ha gozado aún. El único placer está más
acá del habla: «No nos decimos mayor cosa; estamos contentos...».

e) Las posiciones que toman los diferentes miembros del grupo


se definen por el lugar que se les asigna en la puesta en escena
grupal del fantasma inducido por Léonore y Nicolas. Los
participantes, el grupo-objeto, el monitor y los observadores y el no-
grupo (el exterior) se movilizan en la representación fantasmática a
un tiempo como actores, espectadores y autores. Y en estas tres
modalidades de papeles figuran «instancias», objetos, imagos,
relaciones, procesos y polaridades (deseo-defensa). Mi hipótesis
sostiene que los papeles fantasmáticos grupales se definen desde la
primera sesión por su fidelidad a un fantasma de escena primitiva
paranoica, inducido por Nicolas y Léonore. Dentro de esa
perspectiva, el señalamiento de las posiciones de cada cual es un
intento de establecer la distribución de los papeles: ¿quién está
adentro (en el vientre materno figurado por el grupo) y quién está
afuera? ¿Quién mira (y) quién es mirado? ¿Quién ataca (y) quién es
atacado? Todos pueden, a la manera de Léonore-mujer-orquesta (lo
es todo, contiene todo y figura a la madre arcaica, con la que se
identifican el grupo y la mayoría de los participantes), ocupar esa
posición permutativa [1,5]. Ya hemos indicado que las figuraciones
de la exterioridad maléfica (el monitor y los observadores, que ven y
oyen y que son vistos y oídos) son en tres oportunidades [1,4; 1,12;
1,13] reintroducidas en el grupo mismo, particularmente en la
persona de Nicolas. La deseada instauración de buenas relaciones
humanas (la ruptura del aislamiento merece que se la compare con
el tema «descongelar la atmósfera», «grupo helado» [1,11; 1,14; 1,15])
hace temer a la vez la aproximación, la unión posible y anonadante
y la pérdida de la posición de exterioridad, esa posición que asegura
la defensa más eficaz del paranoico. De ahí el -«lugar» fantasmático
de Nicolas, quien, destacando la presencia de los objetos malos en
el grupo, evoca, con ello, la posición de exterioridad del
perseguidor y se instala por sí solo dentro del grupo como
importuno. La evocación del planning familiar por Léonore
desencadena una risa molesta: [1,15] este tema condensa de
manera conflictiva el deseo angustiante de un coito inin-
terrumpido y fusional, la tranquilidad de que la reproducción no

44
será anárquica y destructora y la imagen de la omnipotencia de un
control materno sobre el acto sexual.
Las principales preguntas que sobrevienen en los intercambios
se pueden comprender como las que se plantea el paranoico en su
evocación de la escena primitiva: las de su existencia. Hemos for-
mulado la hipótesis de que la tentativa de nombrar secretarios
dentro del grupo se podía comprender dentro del registro de las
relaciones especularías; trataríase para los participantes de mirarse
con sus propios ojos. Y se trata, también, de echar una mirada de
control (cf. asimismo Philippe [1,12]) sobre ellos mismos, sobre lo
que sucede en el grupo [1,4]; pero sobre todo se trata de controlar al
monitor-pene sádico. Esta tentativa fracasa provisionalmente ante
el temor de retorsión que parece entrañar el ataque contra el pene.
Por eso es necesario que se constituya un objeto bueno (Léonore) a
fin de hacer posible y tolerable una relación menos amenazadora,
menos frustrante, para la existencia misma de cada cual.
Otra angustia suscitada por la puesta en escena de esta
fantasmática es el temor de ser anonadado dentro del grupo. Los
participantes vacilan entre el deseo y el temor de ser captados/de
ser exteriores, de serlo todo/de ser nada. Además, la identificación
de los varones con la imago paterna es aún imposible; ésta es una
figura tanto más peligrosa cuanto que sólo parcialmente se la pro-
yecta al exterior, donde se la ve tanto fantasmada como atacada
por las pulsiones destructoras de los participantes en el interior
del cuerpo grupal materno. Así [1,13], Michel y Rémi: «...han
hecho añicos el tema; ...sin eliminar a nadie ni nada». Sin em-
bargo, un llamado hacia la imago materna fuerte se desplaza hacia
Léonore y la requiere: se le pide que hable, que se manifieste
tranquilizada con su presencia. El grupo y los participantes con-
tenidos en él se identifican con la madre arcaica, figura salvadora
que promete el nacimiento y el renacimiento, como el grupo es
la sede de la re-formación, pero que encubre tantos peligros por lo
mismo que la ley paterna no viene a asegurar contra el riesgo de la
destrucción y la deformación. Desde la primera sesión se organizan
los procesos y los temas del discurso ideológico: su característica
consiste en llevar a cabo un vuelco defensivo contra el fantasma
que lo mantiene bajo su fidelidad y contra la elaboración
social (simbólica) del fantasma de escena primitiva paranoica; es
también la justificación secundarizada de las posiciones inter-
personales y grupales tomadas en función de la representación
fantasmática; es el depositario grupal del narcisismo de cada

45
cual, al asegurar la permanencia de los ideales necesarios para la
constitución del vínculo grupal.

f) Son revelables otras características de la posición ideológica


inaugurada: el discurso ideológico niega el orden del tiempo (hoy es
ayer) y el de la diferencia7; todos «estamos en un mismo nivel» [1,6].
Entonces hay que comprender la tentativa de acting- in de comienzos
de la sesión como regreso de lo que cada cual ha reprimido en el curso
del trabajo de la preelaboración: que el grupo de A... está perdido, y
que los psicólogos son diferentes unos de otros por su formación y su
experiencia, por la edad y el sexo. Si bien se evoca la anterioridad (la
de los participantes en A... y la de Léonore en L...), también se la
niega muy luego, y la diferencia y la complementaridad se reabsorben
en la idea de igualdad y unidad: «...somos uno» [1,6]. La ideología de
la unidad y de la nivelación igualitaria acude aquí en defensa contra
las amenazas inherentes al fantasma, apenas esbozado, de escena
primitiva paranoica. Al promediar la sesión [1,9], la empresa que
consiste en reunir los diversos estatutos (psiquiatras, psicólogos,
educadores...) pertenecientes a una misma categoría profesional debe
ser comprendida como una tentativa de unificación del cuerpo propio
y del cuerpo grupal fantasmados como fragmentados. Se trata, una
vez más, de una mira ideológica que intenta juntar todas las partes
de un mismo cuerpo («somos uno»). Por eso el señalamiento de la
posición de exterioridad (del monitor, de los observadores) es a la vez
necesario e intolerable para el grupo- cuerpo en formación. Necesario,
en efecto, porque esa parte irrecuperable e inasimilable queda
reintegrada sin que se la absorba; sólo se la controla, y ello se efectúa
en la figura de Nicolas, quien se encuentra, de ahí, en condiciones de
representar a la vez la pieza faltante y el objeto por excluir. La
posición tomada por Nicolas, que le asignan los miembros del grupo,
refuerza la idea de que el grupo es uno y de que cada una de las
partes del cuerpo es equivalente a la otra, pues son vitales con los
mismos derechos. La función de la ideología consiste en secretar
anticuerpos (los observadores internos, Nicolas) a fin de salvaguardar
el cuerpo (el grupo) y repeler el cuerpo extraño (el monitor y los
observadores externos). Por lo demás, la tentativa de reabsorber las
diferencias de estatuto dentro de una unidad profesional evoca el
corporativismo.

7
Cf. mi libro sobre la ideología como espíritu de cuerpo.

46
La ideología unitaria y corporativista se desarrolla a partir del
fantasma del grupo como cuerpo fragmentado y amenazado de
división, como escena de una escena primitiva. La función ideológica
llenada por Léonore, la posición de líder, que quedará,
consiguientemente, consolidada, consiste en tornar imposible la
formulación de la pregunta inconsciente: ¿qué hay del padre? Lo que
a través de ella se pide es la evocación de la palabra del padre. La
ideología se produce en el grupo como cubierta narcisista y como
superficie de protección contra el ataque del padre rechazado e
invocado; ocupa su sitio y su lugar. Esa es, por cierto, su función: ser
una pantalla. Pantalla con respecto al fantasma de escena primitiva
y de exploración del interior, de lo «interno», del vientre: la escena se
fija y congela a fin de que el trasfondo y el contenido de esa superficie
no sean explorados. Con su poder de fascinación, Léonore sella la
defensa al mismo tiempo que mantiene el deseo y la curiosidad [1,10;
1,11]. Léonore reúne en sí las principales funciones necesarias para
la constitución del grupo como cuerpo: el esfuerzo de los
participantes por constituir una imagen unificada de ellos mismos
en un cuerpo sólo es posible sí se asumen las triples funciones del
saber, la defensa y la reproducción, como lo indica Dumézil a
propósito de los dioses romanos. Esas son las funciones idénticas del
liderazgo y la ideología. Lo principal, la cabeza (el saber), se produce
para permitir la constitución y la supervivencia del cuerpo grupal (o
institucional). El saber del monitor (de «algunos») fantasmado
como objeto anónimo («se»), imposible de introyectar porque
constituye un peligro para el cuerpo del grupo, queda reemplazado
(sin que desaparezca, lejos de ello) por el que se aguarda de Léonore,
cuya palabra tiene por función llenar la falta de existencia del
cuerpo vacío del grupo. Aquí distinguimos la función metonímica
de la ideología (que es también la del liderazgo): la cabeza (la parte)
asegura que el grupo (el todo) existe, y ella lo representa. Pero el
grupo no existe sin cabeza, sin vientre, seno y miembros; asegura su
existencia y sus funciones, y los representa. Lo mismo ocurre con las
otras dos funciones, de defensa y reproducción, de las que Léonore
es la representación metafórica y metonímica. Léonore asegura la
existencia y la persistencia del grupo y de cada cual merced a la
asunción de esas tres funciones, colusionadas en ella y que dotan
al grupo de un sistema defensivo contra el estallido, el ataque,
la destrucción, la muerte, la castración, de un sistema de producción
y reproducción (el grupo-Léonore-matriz, con el problema del
padre) y de un sistema de representación. Una posición como

47
ésa, fundamental y vital, no diferenciada, hace surgir rápidamente,
desde esta primera sesión. [1,15, Rémi], el temor paranoico de
verse manipulado y captado por ella, y este temor signa la posición
maternal fálica que se le ha asignado.
En el curso de la primera sesión, el grupo se organiza como
cuerpo imaginario, precisamente a partir de lo que le falta al psi-
quismo grupal: un cimiento en la corporeidad, una continuidad y
una permanencia somático-psíquica. La ideología se elabora cual si
oficiara de plaza y veladura de la dimensión faltante, a la que
permite ahorrar, que es la dimensión del cuerpo, de su mortalidad,
de su castración primera inherente a la ruptura con el cuerpo ma-
terno. La existencia grupal es la de la discontinuidad y las cesuras
en el cuerpo a cuerpo; suscita un sustituto, que está destinado a
proporcionar su prótesis: un cuerpo grupal imaginario —el de la
madre— dotado de un espíritu común y que hace trascender la
contingencia de las individualidades separadas, consagradas a la
muerte.
La escena primitiva es, sin duda, la fantasmática nodal que
organiza las relaciones grupales y le asigna al objeto-grupo su sitio
de figuración del cuerpo de la madre; de acuerdo con la estructura
«grupal» preestablecida de este fantasma se distribuyen los papeles
fantasmáticos e instanciales, las figuraciones de objetos e
imágenes, las representaciones de los polos del deseo y la defensa,
las localizaciones de los ideales y el narcisismo, y ello tanto en el
liderazgo como, especialmente, en la ideología. De ese modo toman
posición los sujetos que articulan su deseo y sus propios fantasmas
individuales en esa estructura, con la que están en relación de
correspondencia; los límites y las superficies dentro de las cuales se
mueven los objetos internos, así como las instancias que los
manejan, se delinean como proyección de las configuraciones
psíquicas individuales, sin coincidir, no obstante, con la topología y
las singulares relaciones de objeto de cada sujeto, salvo en los muy
precisos casos en que la realización de la isomorfia define la
estructura del grupo psicótico (cf. R. Kaës, 1976 b). La estructura
«grupal» del fantasma originario determina la ubicación de cada
cual dentro del grupo de acuerdo con su configuración psíquica
singular, pero utilizable para la formación de un grupo con arreglo
a las necesidades del fantasma que lo organiza.

48
COMENTARIOS DE DA

a) En mi condición de monitor, mi preelaboración de esta


temporada es importante, así por su fecha como por su lugar de
encaramiento. En 1965 acababa yo de abandonar la Universidad de
Estrasburgo, donde había enseñado durante diez años, por la de
Nanterre, recién abierta. Mi inversión en ese cambio fue profunda.
Desde 1956 he animado varios seminarios de formación y grupos de
diagnóstico en París, en el Este de Francia y en varias escuelas
militares con asiento en provincia. Es la primera vez que trabajo con
una población civil en otra región. Es, igualmente, la primera vez que
me encuentro en un plano de colaboración con René Kaës, que ha
sido en Estrasburgo un estudiante de licenciatura y luego de
doctorado al que he estimado. Otros alumnos míos se han formado
con mayor rapidez en la dinámica de grupos; algunos han llegado a
ser mis ayudantes. Me siento feliz de presentarme en una
universidad más meridional y de comprometer a fondo a René Kaës:
en esta ocasión nos tuteamos por primera vez. También, en seguida,
por el objetivo a que se apunta. Hace años que me preocupo por el
estatuto, la formación y la vitalidad de los psicólogos. Y es una
asociación regional de psicólogos quien ha solicitado mi concurrencia.
Por mis expectativas teóricas, en fin. Las concepciones
psicosociológicas del grupo hace ya mucho tiempo que no me
satisfacen. El modelo lacaniano de lo imaginario, lo simbólico y lo
real, que hube de emplear luego, comienza a agotarse. Hace unos
meses me permitió poner la noción de imaginario en el centro mismo
de los fenómenos de grupo. Me siento en disposición para otra cosa;
acaso me la proporcionen el sol del Sur, este grupo de nuevo cuño
(psicólogos profesionales organizados) y este nuevo observador
(acompañado de un segundo al que no conozco). Llego, pues, casi sin
memoria y con muchos deseos.

b) Por lo que concierne a la dinámica inconsciente de esta


primera sesión, aquí mismo estoy satisfecho de sus signos exte-
riores: los intercambios han soltado amarras rápidamente y todo el
mundo ha intervenido; tras la exposición, superficial, de los
motivos de su concurrencia, los participantes han emprendido la
exposición, más profunda y difícil, de sus angustias, y la explora-
ción, prudente, de la novedad de la situación. En los observadores,
el objeto-grupo, yo —monitor— y algunos participantes, se han
puesto de manifiesto algunos efectos de transferencia. El protocolo

49
ya publicado acaso no informa cumplidamente acerca de la vivacidad
de esta sesión, decididamente bien acabada e implicadora para todos,
con su cortejo de sorpresas, resistencias, desbloqueos y vuelcos de
situación, y con sus eflorescencias de asociaciones de ideas colectivas.
Tal es al menos el recuerdo que aún hoy vuelve a mí.
Mirando hacia atrás, ¿cómo la comprendo? En su comentario,
René Kaës pone el acento sobre la necesidad interna que tiene este
naciente grupo de constituirse una imagen del cuerpo unificada. Por
supuesto. Me pregunto si, a la luz de lo que sabe sobre su
continuación, no anticipa Kaës, con ello, un movimiento que sólo con
el tiempo habrá de alcanzar su pleno desarrollo. Por mi parte, para
mí esta primera sesión ilustra —es lo que después hube de llamar
(Didier Anzieu, 1975, págs. 267-269) primer organizador psíquico
inconsciente del grupo— las tentativas de algunos pasantes de
evidenciar un fantasma individual capaz de ejercer una resonancia
inconsciente en varios otros. Antoine es el primero en intentarlo, y
tiene eco en Roger, que en la realidad exterior es su compañero, y en
Rémi y Michel; otros siguen [1,4 a 1,10]: invitación dirigida a todos
para que se observen a sí mismos, recuerdo de la decisión de la
Asociación Regional de Psicólogos de introducir en su seno la
formación por los métodos de grupo, ronda general que permite
presentar a las personas presentes —todos «psiquistas»— y ensayo de
síntesis de los fines y de inventario de las similitudes. Pero se trata de
un fantasma individual consciente. Antoine funciona como animador
de reunión-discusión [es lo que ha aprendido en la universidad], con
una concepción psicosociológica del grupo (búsqueda de los intereses
comunes y puesta en común, para satisfacer éstos, de las
potencialidades psicológicas de cada cual) y dando curso a uno de los
conflictos internos de su profesión en Francia: el psicólogo es en sí
mismo, por el hecho de tender al conocimiento y el desarrollo del
individuo, individualista, solitario; pero sin una acción colectiva, viva
y eficaz nunca logrará que el público y el poder reconozcan su estatuto.
Resistencias a la acción de Antoine se manifiestan y cristalizan
en torno de Léonore, quien, requerida su opinión por el cuarteto
masculino formado por Antoine, Michel, Rémi y Roger, responde
con ironía («¿Es malo ser curioso?»; «¡Hay que descongelar la
atmósfera!»), arrastra a Marguerite tras sus huellas y evoca el
espectro —que va a convertirse en su espectro— de la
observación interpretante del psiquiatra; de ahí una vacilación en
la reunión [1,11 y 1,12], durante la cual se efectúa un cambio
de nivel: se oscila, si no entre el fantasma individual consciente

50
y el fantasma individual inconsciente, por lo menos entre la dis-
cusión sobre un tema y el afecto, y éste, es decir, la agresividad,
tiene por objeto, a la vez, la situación grupal y el equipo observador
(al monitor se lo vive como un tercer observador). Marguerite opera
ese cambio [fin de 1,12] al denunciar con vivacidad dos
resistencias: el liderazgo de Antoine y el hecho de que algunos, en
lugar de hablar, escriben [Marc y René, los dos observadores;
también yo, monitor, y, sentado junto a mí, Nicolas, uno de mis
antiguos alumnos, cosa que él no ha dicho]. En términos de
supuestos básicos caros a Bion, Nicolas trata de promover el grupo
por medio del supuesto básico de dependencia (el mismo que
funciona entre René Kaës y yo), y fracasa, pues el supuesto básico
que acaba de afirmarse como dominador es entonces el de ataque-
huida. Siendo el primero en denunciar la agresividad hasta allí
implícita en los intercambios, Nicolas cree dar —lo que en principio
es función de monitor— una interpretación, cuando en realidad se
defiende con una comprobación. En rigor, acaba de proponerse a
los ojos de todos como «compadre» del monitor (se ha sentado al
lado de él y da la impresión de conocerlo). Formulo gustosamente
la hipótesis de que Nicolas propone, a partir de ese momento, un
fantasma individual inconsciente de índole masoquista, al que
varios participantes responden con una actitud hiriente o
rechazadora Me parece que ese es el primer fenómeno inconsciente
de grupo esta temporada, y si yo, en lugar de reaccionar
alusivamente a las referencias a mí dirigidas y ponerme así, de
manera circunstancial, del lado de Nicolas, hubiera estado en
condiciones de dar una verdadera interpretación, habría tenido que
dejar en evidencia el despliegue dentro del espacio grupal de una
relación entre un Yo sumiso y un Superyó sádico [1,13 y 1,14].
Al no haberse producido la interpretación, y renunciando
Antoine, tras un combate de retaguardia, a su proposición,
Léonore, nuevamente solicitada por él, se presenta como monitora-
líder; en la realidad, se mantiene en el exterior de su grupo
profesional, hecho de rivalidades intestinas (palabras indirectas
sobre la situación aquí y ahora), y tiene una gran experiencia de los
grupos de formación. Entonces introduce la referencia de un grupo
de asistentas sociales, del que ha sido coanimadora, lento para des-
congelarse y en el que finalmente «juntos estábamos bien»;
después, de cuando en cuando se suelen ver. Esta referencia va a
ser decisiva para la evolución de la temporada. El presente grupo
se halla en adelante dotado del mito de sus orígenes: la Asociación

51
Regional de Psicólogos le ha proporcionado su origen real, y el grupo
cuyo legendario relato acaba de formular Léonore le asegura un
origen fantasmático, cual es el de una genealogía de algún modo
partenogenésica de los grupos [1,15]. Por último, Léonore se ofrece
para favorecer la resonancia fantasmática: es una «mujer-orquesta».
Sin embargo, el fantasma individual inconsciente que subtiende sus
intervenciones permanece oculto. Los participantes acusan el golpe
con un silencio, con un discreto y vano llamado al monitor para que
llene y no llene su función, con una más clara formulación de la
angustia persecutoria de ser observados por psicólogos [1,26].

c) Todo grupo se mueve entre inconscientes individuales y un


inconsciente social. Esta sesión aporta alguna información, si no
sobre este último, al menos sobre lo que se podría' llamar pre-
consciente colectivo. Dos temas —el planning familiar y el grupo
autoadministrado—, ya familiares para el lector actual dentro de la
cultura francesa y, quizá, occidental, hacen aquí su aparición. En
1965 son ideas nuevas, minoritarias, temidas y combatidas, lejos aún
de imponerse a la conciencia pública; mis colegas y yo las vemos
afirmarse cada vez más en el curso de las temporadas que animamos.
El grupo de diagnóstico es ciertamente un sondeo en la evolución de
las representaciones sociales y las costumbres (cf. D. Anzieu, 1975,
pág. 321).

d) Algunas observaciones de carácter técnico para terminar. En


1965 todavía estaba yo por liberarme del psicosociologismo y por
buscar una técnica de tipo psicoanalítico para la conducción de los
grupos de formación. Así, me he presentado en el curso de la ronda
de esta mesa sugerida por Antoine, he tomado notas al paso de las
sesiones, he intervenido, sobre todo, entre bastidores, me he
abstenido de interpretar, pues no era cosa que se hiciera para una
sola sesión; he detenido la sesión no sólo por ser la hora, sino tam-
bién para subrayar, con la escansión, la palabra «miedo», que aca-
baba de ser pronunciada; he distribuido hojas de evaluación para
tomar la temperatura del grupo y verificar si la gente estaba
satisfecha con sus sesiones y... con mi trabajo. Desde luego, los
bastidores y la escansión son y siguen siendo buenas herramientas,
pero sólo para preparar una verdadera interpretación. Un monitor
no tiene que tomar notas. Ese es el papel del observador. O bien, lo

52
hace posteriormente. En la sesión, fluctuante la atención, la recep-
tividad continua de los movimientos inconscientes del grupo lo
requieren. Tiene que presentarse, pero sólo como quien cumple la
función de intérprete, y tiene que observar esta función, de ser
necesario, desde el primer minuto. En cuanto a las notas de evalua-
ción, son muletas: las satisfacciones y las insatisfacciones se expresan
verbalmente en la sesión, y no de manera cifrada. Es fin del monitor
decir la verdad, y no necesariamente satisfacer.

53
54
SEGUNDA SESION

Disposición de los participantes en la segunda sesión.

[2,2] Al ubicarse en torno de la mesa, algunos (no identificables) se


preguntan: «¿Hay que cambiar de lugar?», y proponen: « ¡Si
mirásemos a los observadores! Quién sabe si no los paralizaríamos».
Barullo, ruido de sillas y en seguida silencio.

Alguien: Estábamos diciendo cosas interesantes. cuando nos


detuvimos... ¿Por qué nos detuvimos?
Antoine: Debido a la regla imperativa de los horarios.
Rémi (a Léonore): Si retomásemos su situación en L... (ciudad

55
de Léonore), por qué estaba aislada... por qué no formó un grupo en L...
Léonore: Traté de formar un grupo de psiquiatras para hablar de los
medicamentos empleados por cada cual... Nada fácil...
Michel, Rémi y luego Antoine interrogan a Léonore acerca de su
experiencia profesional y su experiencia de los grupos.
Léonore: Tenemos que vérnoslas con personalidades rotundas, duras,
rígidas... No se puede decir nada...
Rémi: Debería usted limitarse a los psicólogos de buena voluntad...
(risas); con ellos es posible el contacto (risas)...
Antoine: O hacer reuniones con psicólogos masoquistas (risas)...
También yo estoy solo en mi rincón, sin ningún contacto, excepción
hecha de las conferencias magistrales, las que organiza la Asociación
de Psicólogos. Un conferenciante habla; se cuchichea, no hay
intercambios, pero sí relaciones piramidales. En L... existen
psiquiatras. Tiene usted suerte...
Michel: ¿Acaso Marcel está en T... en la misma situación?
Los tres hombres interrogan a Léonore y algunas veces a Marcel y
a los [2,4] dos psiquiatras sobre sus relaciones con sus colegas.
Interviene Nicolas para decirle a Léonore que, como su soledad la
frustra, evidentemente necesita del grupo para encontrar una
compensación; él lo comprende muy bien, pues está en la misma
situación. Pero el silencio de Léonore lo enoja, así como las preguntas
inoportunas que se le dirigen a ésta para que hable. Recuerda los
momentos de agresividad de los participantes, de unos para con
otros, en oportunidad de la primera sesión: «A decir verdad, todos
tenemos los mismos problemas».
Rémi (a Nicolas): En todo caso, desde que no vienes a nuestras
reuniones de psicólogos, tenemos mucho mejores relaciones. Hay
progreso... (risas).
Antoine y Michel reprochan a Nicolas el hecho de apartarse y querer
jugar —jugar mal— al psicólogo.
[2,5] Rémi (continuando): Pues sí, llegamos a problemas personales.
¿Acaso el psicólogo debe tener más madurez que los demás hombres?
Los hay que son arribistas y sólo viven de ambición. Es cosa que
debemos superar. ¿Qué somos? ¿Unos «diplomas» o «personalidades»?
Otros psicólogos piensan que han llegado; creen no tener nada más que
aprender ni aportar cosa alguna a los demás, al grupo. Para llegar a ser
psicólogo, la personalidad es más importante que los títulos
universitarios.
Antoine se asombra de que «el problema de la identidad sólo se
les plantee a los psicólogos, como si n o se les planteara tam-

56
bién a los médicos y a los psicoanalistas, tal cual podría
testimoniarlo, sin duda, el monitor, que ha escrito un libro sobre el
humor negro en los grupos de psicoanalistas...». La directa referencia
del monitor se ve rápidamente sofocada por [2,6] intercambios acerca
de la oportunidad de seleccionar a los candidatos a psicólogos, de
hacer una entresaca, de asegurarse que aquellos que entran en la
profesión son buenos psicólogos. Michel piensa que se van del tema:
el verdadero problema es el de la formación práctica de los
psicólogos. Philippe, sin dejar de reconocer la necesidad de una
selección profesional para «eliminar a los desequilibrados» entre los
psicólogos y los educadores, habla con vivacidad de las «boticas de
psicología», en las que ciertos psicólogos, tan advenedizos como
charlatanes, explotan, como hábiles hombres de negocios, la
psicología de los inadaptados. Denuncia las «bottes que venden
relaciones humanas como si tal cosa». Es cierto que los psicólogos
venden bien su comercio, están bien pagados y echan sus embustes, y
que los psicoanalistas son excelentes comerciantes. Y no obstante,
dice, «actitud arribista tal es conciliable con una buena pericia. Por lo
demás, resulta difícil hablar de todo esto en las profesiones en que
nos ocupamos del hombre, pues, no bien se toca su tecnicidad, es
como si se alcanzara su personalidad». Josette declara que es lo
mismo que le ocurre a una cocinera «cuando se le dice que su budín
está mal hecho: la mujer se implica en su budín». Silencio. Rémi dice
sentirse sorprendido por la importante proporción de perturbaciones
psicopatológicas entre los estudiantes de psicología. Pregunta
directamente al monitor si su apreciación es correcta. El monitor
indica que él no tiene que intervenir en el debate, pero que se
pregunta por qué se dirigen a él. Para Marcel, que estuvo ausente en
ocasión del enunciado de las reglas, Antoine y Rémi vuelven a
precisar el papel del monitor. Comentarios: «Es un papel difícil de
definir, incierto».
[2,7] Didier: Se dirigen a mí como profesor, no como monitor...
Si se me ha planteado el problema, es porque hay aquí algunos que
tienen tendencia a representarse que soy profesor de psicología,
sección psicopatología, y que vosotros sois los alumnos, o que estoy
aquí para denunciar la psicopatología de los estudiantes psicólogos
reunidos alrededor de esta mesa...
Varios: ¡Caramba, bah, no, oh...!
Silencio. Antoine reconoce que hay algo de cierto en lo que dice
el monitor (ha sido el primero en interpelarlo): «Es como si
los pequeños aprendices-psicólogos-inciertos estuviesen obligados a

57
solicitarle al gran jefe, si son buenos psicólogos, una patente de buen
psicólogo...».
Nicolas: ¡Es una perogrullada!
Antoine: ¿Y si se hubiera juzgado mal?
El monitor retoma su intervención anterior e interpreta el papel de
técnico o docente, que se le ha conferido, como una defensa contra el
temor de ser observado e interpretado.
[2,8] Los intercambios entre Antoine, Nicolas, Rémi, Marcel y
Agnès recaen sobre los riesgos del oficio y los peligros de una mala
formación y de enfermar a los otros, de no tener seguridad en el
diagnóstico; de este modo se evocan las diferentes especies de «psi-algo»
y las diferencias de formación, estatuto, responsabilidad y calificación.
Nicolas: Quien hace psico busca hacerse... psico. ¿Es ser inadaptado?
X: Garre el riesgo de no encontrarse.
Michel: Tal vez sería menester hacer una selección oficial de los
estudiantes de psicología en la universidad.
[2,9] Se tranquilizan (Michel, Nicolas): El grupo de diagnóstico
es un buen medio de formación. Hay que difundirlo, por sobre la
selección... En todas las profesiones existen dificultades... y
advenedizos.
Roger: No dan ganas de encontrarse con psicólogos... Psicólogos que
trabajan entre ellos: no es para morirse de risa. Yo esperaba encontrar
aquí un grupo de personas convencidas de la psicología. En mi oficio
siempre veo gente que está en contra de la psicología. Empiezo a creer
que me he equivocado de grupo.
Largo silencio (¿de meditación?). Antoine intenta hacer el balance: se
trata de la competencia y la seguridad de diagnóstico del psicólogo. «Es
importante discutir entre colegas. Nunca hay control. Me digo: o bien
soy un caíd, o bien no sirvo para nada».
Nuevo silencio, proseguido, tras la intervención del monitor, por
Céline, Josette, Marcel, Léonore, Philippe. En seguida, Roger: «Cuando
somos muchos, [2,10] realmente no se puede trabajar. No es posible
apretar las manos de todos. Relaciones amistosas sólo se las puede
tener con un número reducido».
Michel: A veces me pregunto si no sería mejor frecuentar menos a los
psicólogos y ver a gente de otro medio...
Rémi: Se espera mucho del psicólogo: que sea un hombre dispuesto, sin
prejuicios, comprensivo. Podríamos atenernos a un diálogo entre
psicólogos. Pero a menudo ocurre lo contrario. Resulta decepcionante
ver que en otras profesiones sucede lo mismo.

58
Agnès: Tal vez se sepa llevar mejor las cosas, no dejarse conocer,
mantener protegidos los jardines secretos... Se desconcierta el juego
del otro cuando quiere entrar en ellos.
Nicolas: ¡De manera que usted cree que entre psicólogos seguimos
siendo psicólogos! ¡No hablo, claro está, de esta mesa! (risas, luego
reprobación y barullo).
Silencio de más o menos dos minutos.
Michel: Hay otro problema: el de la situación social del psicólogo,
de sus relaciones con los demás psicólogos. El psicólogo siente
desconfianza de sus colegas, que amenazan con atacarnos respecto de
nuestras técnicas. El psicólogo se siente a menudo perfecto y muy
crítico para con sus colegas, a los que juzga como sí no fueran buenos
para nada...
Rémi: Yo espero más del psicólogo: que esté por sobre todo esto. Un
buen ejemplo es un muchacho como Roger; para él, el respeto
humano incondicional es anterior a todo.
Antoine: Los psicólogos conservan, cierto es, un estado de ánimo y
un estilo de trabajo muy individualistas. No son como los ingenieros;
han recibido un espíritu de cuerpo junto con su formación.
Michel: Me pregunto qué imagen del psicólogo tienen los no
psicólogos...
Philippe: Puedo decirle que, en mi opinión, las tensiones con los
psicólogos son menores que con los médicos o los educadores.
[2,11] Roger (tras un silencio): Hace unos momentos nos hemos
preguntado si el psicólogo puede llegar a ser un comerciante de la
psicología. En todo caso, es muy diferente de ser asalariado o de
ejercer como profesional liberal. Uno no se sitúa de la misma manera
con respecto al dinero.
Léonore: Una de las ventajas que tienen los psiquiatras de
convenir con el cliente es que no topan con el problema de hacer
variar los precios.
Philippe: ¿Es que un psicólogo puede convertirse en comerciante,
ser muy bien pagado... y hacer bien su trabajo?
Nicolas: Si da lo que los otros esperan...
Todos son pagados, se da a observar, más o menos bien, es cierto;
pero los hay que están sobrepagados, sin que ello se justifique, pues
por una parte ocurre que no hay dinero suficiente... Así, las curas
psicoanalíticas, el precio exorbitante de las sesiones.
Léonore: Los psicoanalistas sonsacan así sumas de dinero fa-
bulosas, [2,12], mientras que los pobres tipos se desangran por todas
las venas.

59
Léonore señala que la discusión la irrita; siente que va a subírsele
la sangre a la cabeza. Señala que en otro tiempo se la psicoanalizó
«sin problema de dinero». Michel pregunta de qué modo calificar el
valor de los actos profesionales al margen del dinero, y luego se
dirige a Léonore para preguntarle cómo juzga a los psicólogos, qué
piensa de ellos.
Léonore: Nada... En fin, que no pienso nada (risas). Los conozco
mal. Suelo colaborar con ellos. Lo que me repele de ellos, no de
usted, por supuesto, es... es el vocabulario. Psicologizan demasiado,
interpretan demasiado, y hasta en los menores detalles. Por
ejemplo, si he fumado tres cigarrillos, ya van a preguntarse qué
quiere decir esto, y lo dirán en un lenguaje completamente extraño
para los demás. Siempre están buscando las motivaciones pro-
fundas, y esto corta el contacto En la vida corriente no se habla así.
Y además observan; es fastidioso. Aquí he sentido miedo de eso, de
ser incapaz de seguir lo que sucede, de ser inferior. En la vida
corriente intento hacer un esfuerzo para no ser psiquíatra, para no
juzgar. Me niego a formular un juicio profesional en la vida diaria,
porque esto lo encierra a uno y lo separa de los demás.
[2,13] Tras un breve silencio, como cada vez que ha hablado
Léonore (sobre todo al comienzo de la sesión y de manera, además,
evasiva), el debate insiste en el monitor, quien, «por su parte, nada
dice, pero sin que por ello piense menos..., y apenas si trabaja,
cuando se le ha pagado —¡y nada mal, a fe mía! — para hacer su
faena». ¿Será incompetente, o malintencionado, o destructor? «¿No
irá a devorarnos...? Lo bueno que tenemos en nosotros corremos el
riesgo de perderlo en el grupo.» Agnès se asocia a estos temores,
formulados por Antoine, Roger y Rémi, diciendo que «el monitor va a
entrar en los jardines secretos, bien protegidos...». Roger y Rémi
declaran estar decepcionados por el monitor (pero no más que, de
una manera general, de los otros psicólogos, que «nada bueno dan» y
de los que no se puede, sin embargo, prescindir). Una especie de
lasitud (también yo la siento) cae sobre los participantes, que
permanecen silenciosos durante algunos minutos (pongo orden en
mis notas y trato de completar lo que no he podido tomar in extenso).
[2,14] Una voz de mujer: Me siento todavía más aislada
ahora, y triste:
Agnès: Como agotada, y ya no sé dónde estoy, ni qué soy, ni
siquiera si soy...
Un hombre: Estamos diseminados y damos vueltas en vano.

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Otros comentarios: El silencio era una especie de defensa pasiva,
una resistencia... estreñida.
Estamos en una esfera, en un círculo, en un interior de algo que no
se abre o, peor aún, que no «desemboca en nada». Nos sofocamos;
somos manipulados peligrosamente, y estamos expuestos a la
destructividad, a la agresividad de los otros. Así deben de sufrir los
clientes o los pacientes que [2,15] reciben los médicos o los psicólogos.
Rémi habla de la libertad propuesta por las técnicas rogerianas. «Lo
que pasa aquí me hace pensar en Sartre: nos molesta la mirada del
prójimo.» Antoine da a observar que la no directividad acogedora es
quizá, por el contrario, una extrema directividad, una presión
manipuladora tanto más peligrosa por habérsenos despojado de toda
defensa; por su parte, él sería más anti-Rogers, «y no obstante ocurre
que a veces hay que manipular por el bien del individuo».
[2.16] El debate, en el que pocos participantes toman parte,
insiste en el miedo a juzgar y objetivar, a ser juzgado y transformado
en objeto (Rémi), en la obsesión del aislamiento, en la necesidad de
bastarse a sí mismo (Léonore) y en la inadecuación del lenguaje y la
dificultad de ser espontáneo. ¿Llega uno alguna vez «a mostrarse con
su verdadera luz», a «hacer caer la máscara», cualquiera que sea la
situación psicológica, que es siempre, y necesariamente, artificial?
Antoine, Rémi y Philippe se apuntalan mutuamente su
argumentación y se ponen de acuerdo en denunciar la «cazurrería»
del psicólogo.
[2,17] Nicolas (entrega la última réplica): Si esta lucha, este
combate interno que sentimos sin saber bien qué es, debe ocurrir,
deseo que por lo menos se la reglamente, como el yudo, a diferencia
de la lucha libre, en la que se permiten todos los golpes... No tengo
nada contra el yudo; puede ser un buen medio para entrar en
contacto con un chico difícil.
[2,18] Hecha la pausa, el monitor observa, en su discusión
con los observadores, que los obstáculos a la comunicación
humana han sido puntualizados por los participantes, pero sin
habérselos reconocido como de manifestación dentro del grupo.
Los participantes viven el grupo como cuerpo fragmentado; cada
cual se halla encerrado en sí, y de ahí la elección de un tema de
discusión sobre las relaciones (el comercio) con el prójimo. Los
participantes tratan de manera proyectiva sus propios problemas
de grupo a propósito de su denominador común: ¿qué es ser psi-
cólogo? Uno de los temores subyacentes de este grupo de psicó-
logos es el de pasar por neuróticos o desequilibrados con respecto

61
al monitor-psicoanalista, cosa que no se tolera, mientras que se
admite de buena gana que el monitor es un superpsicólogo, pues
puede formar, en lugar de cuidar de inadaptados entregados a los
malos oficios de un «tiburón».

COMENTARIOS SOBRE LA SEGUNDA SESIÓN (RK)

a) Tras haber señalado una vez más al enemigo común (los


observadores y el monitor), contentándose sólo con indicar su exis-
tencia sin hablar más de ello [2,2], cuatro hombres se dirigen in-
mediatamente a Léonore [2,3], para que ésta hable de ella, de su
experiencia como mujer psiquiatra, y para que «forme» al grupo
(con el que se ha identificado) y lo alimente con su palabra. Su
posición de líder se precisa. Sin duda, había allí materia para una
primera interpretación de la resistencia de transferencia; son los
hombres, los varones, quienes apelan a ella, y no al monitor, que
recibe la transferencia negativa. Las evasivas respuestas que ella
propone tienen un doble efecto: el de reforzar el apego a ella y la
expectativa llenada con palabras satisfactorias, con cuidados y
también con una cura. La insistente solicitud con que se la asalta
expresa la esperanza de que exista otro sitio [2,2; 2,3]; esta
solicitud permite señalar al objeto bueno y al objeto malo, lo pleno
y lo vacío. Así, al no responder, Léonore participa en la escisión de
la imago materna y en el fortalecimiento de los temores
paranoides frente a la eventual potencia destructora del monitor.
Por otra parte, su respuesta evasiva frustra en los
participantes la satisfacción inmediata que éstos esperan de ella.
Descubre la componente agresiva de la curiosidad relativa al
interior del cuerpo materno.
Nicolas no se equivoca cuando interviene para interpretar la
agresividad de los participantes, de unos para con otros [2,4],
Como en el curso de la primera sesión, se propone como doble del
monitor; mientras que Nicolas busca una identificación paterna,
los participantes ven en él una imagen mala, la imagen de un
«mal psicoanalista». Nicolas recibe, por consiguiente, una parte de
la transferencia negativa. Sin embargo, a través de la decepción
que causa un monitor «que nada bueno da» [2,13], se esboza un
tímido llamado a una potencia paterna capaz de sostener el ata-
que del perseguidor. Los temores que se ponen de manifiesto
[2,5; 2,13] conciernen, por primera vez, al psicoanálisis y a los

62
psicoanalistas; tímidamente, las emprenden con la categoría
inferior, esto es, con los psicólogos charlatanes, advenedizos y
perseguidores. Evocaciones tales expresan para una parte del grupo
el temor hipocondríaco y depresivo de estar enfermo, neurótico, y
ser «pequeño-aprendiz-psicólogo-incierto» ante el superpsicólogo que
es el psicoanalista-profesor-monitor. A través de la comprobación de
las diferencias de estatuto y calificación entre los psicólogos en
general y, aquí, entre los participantes en particular, así como en el
intento de distinguir al monitor, se tematizan el miedo de ser (mal)
juzgado por él y el temor de que no sea benévolo ni esté disponible y
seguro de su diagnóstico [2,9]. Se ataca al monitor en su poder
materno fálico. Se pone en tela de juicio este poder al rebatir el
fundamento de su retribución, «puesto que no dice nada». El temor
de la destructividad proyectada sobre el monitor aparece, así, en
diferentes registros: oral («va a devorarnos»), anal («lo bueno que
tenemos en nosotros corremos el riesgo de perderlo») y genital (2,13:
«va a penetrar en nuestros jardines secretos»), a todo lo cual se
responde [2,14] con «la resistencia estreñida». La angustia,
aumentada por la decepción de no encontrar una defensa, incumbe
con mayor profundidad al sentimiento de estar aislado, diseminado,
desmembrado: «...y ya no sé dónde estoy, ni qué soy, ni siquiera si
soy» [2,14]. Los participantes buscan en vano un principio de unidad
en ese grupo de psicólogos observados por psicólogos y reunidos para
hacer psicología de grupo en grupo. En vano, y sin júbilo, los
participantes descubren que giran inútilmente en un círculo, en una
esfera, en el interior de un algo que no se abre ni «desemboca» en
nada. En ese interior se es cosa, objeto petrificado [2,15]. Figurado,
tal cual Léonore, como vientre materno [2,14], el grupo queda
librado a la peligrosa manipulación de un mal psicoanalista. Se
sofoca y se expone a la destructividad de los otros: la última
intervención de Nicolas, que lanza un llamamiento al monitor-
padre, teme el dominio de Léonore y apunta a controlar el grupo
[2,17], indicando el deseo de que ese combate «interno» sea, por lo
menos, reglamentado.
El grupo es fantasmado como vientre materno que mantiene
prisioneros a hijos que se pelean sin piedad y que se desgarran en-
tre sí en una amenazadora lucha libre; se convierte en el seto
mortífero cuyo franqueo salvador sólo puede ser posibilitado si se
preserva una parte buena, o bien si la intervención de un tercero
asegura a la vez la protección y la separación diferenciadora. Este
recurso de la ley paterna no es posible aún. Sólo se puede tratar,

63
pues, de ejercer un control sobre la destructividad del grupo-matriz
y del monitor.

b) La agresión contra el monitor [2,6; 2,13] se suma a la


provocada por la frustración que representa el silencio de Léonore
y por la deflexión sobre una parte del objeto materno de las
pulsiones destructoras. El monitor viene a suplantar, como figura
de tirano, al objeto materno malo escindido. Al igual que éste,
presenta un carácter de doble faz: docente, es poseedor de un saber
que no entrega, que retiene para sí, o que, de darlo, podría ser
destructor; terapeuta, se halla revestido de la omnipotencia de
quien cura y que, pudíendo salvar, puede también dar muerte o
dejar morir. Así como Léonore es una mujer-orquesta, el monitor es
un hombre-orquesta superpoderoso, que todo lo sabe y todo lo
puede, que retiene para su narcisismo lo bueno que se podría dar a
los participantes, que impone reglas y que juzga según su
arbitraria ley. Figura al Yo Ideal paranoide que los participantes
no pueden introyectar, sino tan sólo enquistar, en su tentativa de
identificación. Las únicas posiciones identificatorias que les son
posibles son las pasivas posiciones del bebé, el estudiante o el
enfermo [2,7].
De modo, pues, que el ataque contra la madre, que podría dar
más y que suscita la envidia, se desarrolla a través de la relación
con el monitor; éste ocupa, para la mayoría de los participantes, el
lugar de la mala madre. Recurrir a Léonore indica la urgencia de
una vinculación de apego a la madre buena, capaz de asegurar la
protección contra los ataques retorsivos del mal pecho-pene-
excremento, contra las angustias psicóticas provocadas por estos
ataques fantasmados. Recurrir a Léonore, figura del grupo bueno,
remite a las angustias de la destrucción y de la pérdida del objeto
bueno y a la de la fragmentación de un cuerpo respecto del cual se
espera que ella lo reunifique, restaure y cuide.
Por lo demás, Léonore procura diferenciarse de la imagen del
monitor: dice que no observa, que intenta no juzgar [2,12]. A la
inversa de Nicolas, se propone como objeto bueno para las identi-
ficaciones de los participantes. Y de ese modo participa del monitor,
cuya parte buena escindida figura. Es deseada como protectora del
grupo; es la figuración misma del grupo protector contra la
persecución, que entonces podrá volverse sin peligro hacia Nicolas.
Pero dentro del movimiento de escisión que caracteriza a la
sesión (escisión del grupo, del monitor y de Léonore) también

64
participa en la destructividad proyectada sobre el monitor y vuelta
introyectivamente hacia Nicolas: como no habla, no alimenta. Es
que guarda un secreto, un objeto envidiable, pero también
susceptible de hacerse atacante por el hecho de atacárselo.
Las diferentes componentes orales, anales y fálicas de la angustia
de ser destruido encuentran su lugar en el fantasma del grupo-
matriz8. La regresión hacia la posición paranoide da la dimensión
de la angustia que acompaña al proceso de formación: ser
deformado, hasta el punto de que el problema radical que se
plantea no es tanto el de la identidad cuanto el de la existencia y
del ser: «¿Soy?». Esta angustia de no-ser subtiende la interrogación
de los participantes [2,4], como la de todo sujeto en formación.
Decíamos que la angustia se elabora en el registro oral, pues
el alimento puede llenar, faltar o destruir. También aquí es el moni-
tor la faz mala escindida del grupo-pecho, de Léonore-pecho, mala
nodriza seca, devoradora, que guarda para sí sus cosas buenas.
A la fantasmática en que prevalece la relación predatora en el
pecho nutricio (la palabra de Léonore en vez de la del monitor) se
suman las componentes anales de la relación con el grupo y el
monitor; habrán de fijarse, sobre todo, en el monitor y en Nicolas.
Entonces alternan la agresión reyectora, el temor a la retorsión
sádica y el control y la conservación de los objetos buenos en el
vientre grupal, y alternan también las actitudes tan pronto
reivindicadoras y sádicas y tan pronto pasivas y masoquistas. Estas
alternancias actúan de modo particular a propósito del monitor (no
se recibe de él en la medida del dinero que se le da, o, mejor dicho,
que él toma [2,11]) y del grupo y los propios participantes, sentidos
como plenos de una potencia anal que corren el riesgo de perder, o
de la que es posible gozar, y que pueden guardar o soltar con fines
de ataque. Los participantes emplean una nueva medida de
defensa: pueden dominar al monitor al negarle el dinero. El
temor de ser manipulados por él encuentra un arma defensiva
en ese chantaje y en la «resistencia estreñida», que recuerda a
la que despliega el niño frente a las exigencias maternas. Al
habla no sólo se la catectiza como un objeto de las pulsiones
orales, sino que además es excremento y fecalidad (cf. Gori,
R., 1973). Por último, los temores de los participantes se elaboran
en el registro genital; una mujer [2,10; 2,13] es quien expresa

8
Cf. mi contribución (cuatro estudios acerca de la fantasmática de la formación) en:
R. Kncs, D. Anzicu y col., I'aniasme el Vormation, Dunod, 1973.

65
el fantasma de ser penetrada por el monitor-pene perseguidor en
sus «jardines secretos». Es dable suponer que el temor a la
penetración mortífera recorre todas las organizaciones
pulsionales.
El bosquejo de un Yo Ideal primitivo se prepara en el trabajo
de esta segunda sesión. La idealización del monitor, indu-
dablemente intensa en el curso de la fase de preelaboración, re-
vela aquí su reverso: de inaccesible y envidiado que era, se vuelve
aplastante, tiránico y perseguidor. Los participantes elaboran, en
consecuencia, un dispositivo capaz de contrarrestar los efectos
destructores de ese Ideal, pero también de satisfacer algunas de
sus exigencias. En la construcción del dispositivo desempeñan un
papel determinante algunos de aquéllos: se les fuerza a ocupar
ciertas posiciones, a figurar instancias, objetos, imágenes, tipos
de relaciones necesarias para la organización grupal, en relación,
no obstante, con su personal configuración psíquica. Uno de los
procesos y uno de los objetos mayores en la edificación de esa or-
ganización grupal sustitutiva y que llena una función de Ideal es,
precisamente, la ideología.

c) Construida como defensa contra las angustias psicóticas sus-


citadas por la situación de grupo y el señalamiento de un enemigo
peligroso, la ideología tiene por función identificar a éste, fijarlo y
combatirlo mediante la construcción de un cuerpo grupal capaz de
incorporar, unificar, repeler, atacar y defender al objeto- grupo
depositario del narcisismo y de las partes buenas de cada cual.
Hemos propuesto el análisis según el cual al grupo se le fan-
tasma inicialmente como una matriz, llena o vacía, como un pecho
bueno, todopoderoso o destructor, como una boca ávida o silen-
ciosa, como un vientre que guarda en sí tesoros o peligros. En ese
universo caótico, los participantes sólo pueden sentirse como un
«conjunto» desmembrado, dislocado, puesto en peligro de ataque
sin habérselo traído al mundo. Para defenderse y proteger sus ob-
jetos internos, así como al grupo que los contiene, van a efectuar
saludables escisiones de éstos y de su Yo, sin dejar de mantener
las miras de una unidad imaginaria destinada a asegurarles su
existencia singular y en seguida su identidad común; en fin, su
omnipotencia recuperada en el Ideal.
Así, tras haber adoptado una vez más el modo de reaseguro
especulario, que hubo de hacer sus pruebas en oportunidad de la
primera sesión [2,2; la situación de Antoine y Marcel es idéntica

66
a la de Léonore en L...], los participantes establecen una serie de
oposiciones escisionantes (y pertinentes) que constituyen la base de
las nociones fundamentales de interior y exterior [2,2] y de la di-
ferenciación de los objetos según categorías binarias (bueno/malo,
sano/enfermo, fuerte/débil, grande/pequeño, apariencia/realidad).
Estos señalamientos organizan el campo afectivo, perceptivo y
cognitivo con arreglo a los valores dominantes de la economía psíqui-
ca. Permiten señalar, elaborar y localizar objetos «buenos» y objetos
«malos», actuar sobre ellos y, retroactivamente, formular a su
propósito un discurso justificador. Así es como la escisión [2,5; 2,6;
2,7] entre psicólogos buenos y psicoanalistas malos (charlatanes,
advenedizos), entre pequeños y grandes psiquistas, permite
suministrar un objeto a las pulsiones destructoras y una causa de la
agresión. A este mecanismo se añade, por extensión, la constitución
de clases de equivalencia; por ejemplo, monitor = observador
(exterior) = Nicolas (interior). La equivalencia se establece por
analogía, metáfora o metonimia. Por último, el señalamiento de un
común denominador, como por ejemplo el de psiquista para todos los
participantes [2,4], permite establecer ínfimas variaciones y
diferencias. Es entonces posible definir limites, fronteras y
condiciones para ser integrado o rechazado del espacio del grupo. El
monitor, por ejemplo, sólo podrá ser introducido y asimilado si se
conforma a las características propias del ideal del buen psicólogo por
sobre toda sospecha [2,10], si no es, ni charlatán, ni arribista, ni
explotador, ni persecutor, ni destructor, sino, por el contrario,
«disponible, sin prejuicios, comprensivo, benévolo» [2,10]. Otro tanto
ocurre respecto de otros objetos comunes (el grupo, Léonore...).
Conforme a ese objeto, o así deseada, Léonore figurará su ideal
bueno, asimilable y protector. Nicolas soportará la variación inversa,
suministrando el objeto malo, proyectado fuera de sí, pero mantenido
dentro de los límites del grupo para la puesta en escena
fantasmática.
El proceso ideológico se precisa, pues, en su finalidad defensiva
contra las angustias psicóticas, en su valor de ideal común, en su
función de diferenciación primera (escisionante) y clausurante
(elaboración de los límites, en cuyo interior se funda una unidad).
En el curso de esta sesión prosigue el trabajo de sustitución de
un objeto por otro: es también una característica del proceso
ideológico. Léonore oficia de parte buena de los objetos escindidos (el
grupo, el monitor, los participantes); Nicolas, de la de los malos (el
monitor, los observadores, los participantes, el grupo).

67
Conque, de encontrar «respuestas» a la búsqueda de los objetos
perdidos, ya no es necesario reconocer de dónde proceden éstos.
Antes de que una idea suplante y justifique el objeto al que
encarna, el ideal al que figura, la defensa a la que asegura; antes
de que una abstracción generalizadora (simpatía, amor, unidad,
igualdad) funcione como fetiche, ocultando y reprimiendo lo que la
ha producido, se toma como fetiche a Léonore en su función de
sustituto. La idea abstracta de su contingencia y de su origen
proporciona un estatuto de perennidad a lo que se experimentó
primeramente en una relación fantasmada con el cuerpo o con una
parte del cuerpo.
Pienso que, en la medida en que Léonore constituye un esbozo
de defensa, por ejemplo contra los temores de un eventual regreso
de las pulsiones sádicas proyectadas sobre el monitor vía Nicolas o
los observadores —una defensa falible, por consiguiente—, es
necesario asegurarse, mediante el manejo de un objeto abstracto
(de una entidad intemporal e inalterable), contra toda angustia e
incertidumbre.
Al igual que en el curso de la sesión anterior, el proceso ideo-
lógico se constituye y consolida a partir: 1o, de la acentuación ma-
níquea de lo Bueno y lo Malo, que es el resultado de la escisión; 2 o,
del señalamiento de las similitudes, que permite unificar, iden-
tificarse y luchar contra la fragmentación; 3 o, de la reducción de las
oposiciones internas amenazadoras para el mantenimiento del
ideal, y 4°, de la cohesión imaginaria del cuerpo grupal unificado.
Sobre éste, ningún daño castrador es tolerable. Los mecanismos de
la Renegación y el rechazo hacen su economía y aseguran su
eficacia. Sin embargo, lo que se rechaza dentro (el monitor, los ob-
servadores) se debe mantener en la periferia, a una distancia ópti-
ma para que permanezcan movilizadas las energías defensivas y
organizadoras dentro del grupo (cf. 2,13: «No podemos prescindir
del monitor»). También es posible mantener en el interior un objeto
«malo», con la condición de que no amenace la integridad del grupo,
sino que, por el contrario, contenga los rasgos que hacen
presentarlo a éste como lo que se puede sacrificar sin riesgos y
para mayor gloria del ideal grupal. Tal será el destino de Nicolas.
En el curso de la siguiente sesión se desarrollará y consolidará
este proceso. La defensa ideológica todavía es frágil. En efecto,
cuando por fin resurgen de la segunda sesión las angustias
paranoides atinentes al regreso de lo que se ha proyectado sobre
el mundo exterior [2,2], sobre el monitor y los observadores [2,2 al

68
principio; 2,12 al final], y frente a las amenazas de devoración
[2,13], penetración [2,13], manipulación [2,14; 2,15], sofocación y
desgarramiento recíproco [2,12; 2,17] dentro del perímetro grupal,
el hecho de recurrir a Léonore (como a la muralla ideológica) o a la
retorsión constituirá una defensa a su vez sumamente ansiógena.

COMENTARIOS DE DA

Nada tengo que rectificar y sí poco que añadir al análisis de René


Kaës. La primera serie de secuencias [2,1; 2,2; 2,3] y un ensayo de
definición, a través de los señalamientos reales, del espacio
imaginario del grupo: el lugar de cada participante alrededor de la
mesa grande y el de los dos observadores detrás de la me- sita, los
horarios que determinan la ocupación de la sala por este grupo, los
otros grupos «exteriores», a los que la sesión anterior ha
interiorizado (los grupos animados por Léonore en L..., la Aso-
ciación Regional de Psicólogos) y, por extensión, los grupos ani-
mados por Marcel en T... Tengo como regla en las temporadas de
este tipo —regla que no formulo, pero que pongo de manifiesto en
los actos— cambiar de lugar en cada sesión, o poco menos: sólo en
las reuniones de trabajo o de discusión sobre un tema son fijos los
lugares; conviene mantenerlos móviles en los grupos que apuntan a
producir una regresión y un cambio personales. Aquí, a decir
verdad, pocos participantes cambian de sitio; algunos empujan su
asiento hacia la izquierda (así, Nicolas viene a ocupar mi antiguo
lugar), y hay otros cambios que se reducen a dos permutas (entre
Phillippe y Michel, y entre yo mismo y Marcel: estoy sentado frente
a mi antiguo lugar, y Marcel, que se ha mudado, ha venido a
sentarse al lado de mi viejo sitio). La resistencia al cambio es,
pues, muy clara. El espacio interno, desconocido, se ha reducido a
espacios conocidos, exteriores o anteriores.

La siguiente serie de secuencias [2,4 a 2,12] retoma una de las


líneas de fuerza de la primera sesión. Queremos observar, no
queremos que se nos observe. Y la desarrolla en el sentido de la
escisión entre el objeto y la transferencia: ¿somos buenos o malos
psicólogos? ¿Es el monitor un psicólogo superbueno, o un psico-
analista supermalo? Mi interpretación —la primera que doy—, [2,7]
paréceme ahora que ha sido exacta, oportuna, pero parcial e
insuficientemente psicoanalítica. Hay un temor latente entre va-

69
rios participantes a un juicio negativo y a un rechazo del monitor
(que pocos conocen) en la medida en que esta temporada amenaza con
sacar a luz su patología mental; la psicología, como la medicina, es
para quienes la practican una defensa: si yo soy médico o psicólogo,
entonces los otros, no yo, son los enfermos o los locos. Pero esa es sólo
una gran exageración, o, mejor dicho, una pieza de todo un conjunto
que ha permanecido en la sombra (sólo en 1967 vino a mí, así como a
algunos compañeros de equipo —no obstante la anterior lectura de
Bion—, la idea de aplicar los puntos de vista kleinianos sobre las
posiciones psicóticas). Y este conjunto —la escisión a punto de
efectuarse entre el pecho ideal y el pecho persecutor— es el conjunto
al que se ha convenido interpretar, e interpretar sin tardanza. La
presente temporada, requerida por la Asociación Regional de
Psicólogos y aguardada por ella como una etapa importante; este
método, nuevo y valorizado, del grupo de diagnóstico, y este monitor-
profesor-psicoanalista son objeto de un proceso de idealización 9.
Hasta se va a endilgar a este monitor «un libro sobre el humor negro
en los grupos de psicoanalistas» [2,5], tema acerca del cual jamás 'he
escrito cosa alguna. Pero quien dice idealización en un sitio dice
persecución en otro. La angustia persecutiva (o paranoide), que en
esta fase es la realidad psíquica inconsciente común a todo el grupo,
echa un vistazo general de los objetos en los que podría fijarse: los
observadores mudos, los psiquiatras de personalidad «dura, rígida»,
los psicólogos advenedizos, las boticas que comercian con las
relaciones humanas, el psicólogo «muy crítico para con sus colegas»,
los psicoanalistas que «sonsacan... sumas fabulosas de dinero», los
que, en nombre del psicoanálisis, «interpretan demasiado y hasta en
los menores detalles», y por fin [2,15] «la mirada del prójimo». A
menudo he encontrado desde entonces en los grupos de forma-
ción que reúnen casi exclusivamente a psiquistas una mayoría de
angustia persecutiva: la supuesta intención del psicólogo está pre-
sente en todas partes (en los participantes, en los observadores, en
el monitor: ya no hay, pues, refugio), intención a la que se supone,
por identificación proyectiva, que penetra en el aparato psíquico del
otro para echar fuera lo malo (superyó arcaico) y «eliminar» (en el
doble sentido del verbo) al portador de lo malo («eliminar a los
desequilibrados» [2,6]; la «selección oficial de los estudiantes
de psicología en la Universidad» [2,8], y, ya en la primera
9
Es un proceso que se encuentra entre quienes emprenden una formación
psicoanalítica; lo he descrito detalladamente en: R. Kaës, D. Anzieu y col.,
Fantasme et Formation.

70
sesión, «han hecho añicos el tema... sin eliminar a nadie ni nada»
[1,13]).
Para escapar de la opresión persecutiva, el grupo se vuelve su-
cesivamente hacia Léonore [2,12] y hacia el monitor [2,13], pero el
discurso de aquélla y el silencio de éste le confirman que el psicólogo
no sólo atribuye al otro lo malo, sino que además le saca lo bueno. A
falta de una interpretación no obstante preparada por Antoine: «O
bien soy un caíd, o bien no sirvo para nada» [2,9] que ponga en
relación la intensidad y la conciencia cada vez más clara del fantasma
persecutivo común con su reverso de idealización intensa e
inconsciente, la dinámica grupal se inmoviliza: lasitud, silencio,
agotamiento de los participantes y de René Kaës, angustia esquizoide
(« me siento aún más aislada», «estamos diseminados»), encierro en
una esfera, en un interior que no «desemboca en nada» [2,13; 2,14],
representación del grupo como una maquinación (se lo manipula
peligrosamente [2,14]; cf. nuestro capítulo sobre el fantasma del
grupo máquina, en Le groupe et l'inconscient, 1975, pág. 221), «lucha
libre, en la que se permiten todos los golpes» [2,17], combate cara a
cara y en círculo cerrado con la pulsión de destrucción, la única en ser
puntualizada por los participantes con la garantía implícita del
monitor, mientras que las pulsiones de vida, fijadas en la idealización,
permanecen reprimidas o Renégadas al mismo tiempo que esta
última. En un grupo, la posición paranoide sólo puede ser superada
si el monitor (o, en su defecto, el grupo, y entonces será la ilusión
grupal) reconoce y sostiene, con sus palabras y su manera de ser, el
movimiento libidinal. Con su manera de ser tanto como con sus
palabras, pues la actitud winnicottiana de presencia-sostén (holding)
y de manejo del otro para permitirle a su vez manejar sus
pensamientos y sus objetos internos (handling) es, en esta coyuntura,
fundamental.

71
72
TERCERA SESION

Disposición de los participantes en la tercera sesión.

[3,2] Antes de instalarse alrededor de la mesa, las mujeres hablan por


un lado y los hombres por otro. Se sientan lentamente. Hay un silencio
que habrá de durar cerca de diez minutos. Levantan la vista al
cielorraso, miran fijamente la mesa y un poco a los vecinos. Antoine
pregunta a Léonore si ha pasado una buena noche. Ella dice haber
dormido mal, que ha sentido un penoso aislamiento. También otros han
dormido mal (Josette, Roger, Marguerite, Michel); han tenido pesadillas.

73
[3,3] Nuevo silencio. Antoine ha tenido un devaneo. Formula el
deseo de que en lo futuro una temporada como la presente se
desarrolle en internado, para todos, de manera tal que «se rompa el
aislamiento en el que todos nos hallamos», que sea «más sa-
tisfactorio», que «nos conozcamos mejor viviendo permanentemente
juntos todo el tiempo», que «se fortalezcan las relaciones entre los
participantes» (Michel, Roger, Céline) y sus relaciones con el
subgrupo formado por el monitor y sus observadores, «que también
viven demasiado apartados» (Rémi, Philippe). Ayer a la noche, por
ejemplo, no se sabía muy bien cómo decirse hasta luego, ni entre ellos
ni al brain-trust. Se le solicita (Antoine, Rémi, Marguerite) a Léonore
que hable más de lo que quiera, que no permanezca silenciosa como
en el curso de la sesión precedente, que comunique sus sentimientos
sobre lo que ocurre, sobre la manera en que lo experimenta. Léonore
no responde inmediatamente; estima que nada particular tiene que
decir, salvo que está muy incómoda. Silencio. Roger propone [3,4] que
«se le pida al animador que evalúe lo que pasa, que dé su parecer...».
Josette piensa que sería más interesante hacer esa evaluación sin su
concurso. Marguerite considera que la evaluación se podría hacer con
su ayuda. Roger, Antoine y Philippe vuelven a la carga: tócale al ani-
mador hablar; ya se verá si puede hacerlo, si es capaz. ¿Y si se
negara?
Rémi: Entonces es porque se considera diferente de nosotros y
quiere conservar para él lo que tiene...
Roger: ¡Lo que él sabe y que nosotros no tenemos! No es muy buen
padre... (risas).
Josette y Marguerite callan. Entonces interviene el monitor para
decir que el trabajo de evaluación es una tarea común: «Si decidimos
hacer la evaluación, la haré con el grupo, no en lugar del grupo».
[3,5] Un silencio de cinco minutos sigue a la anterior inter-
vención. Marguerite dice que ha bajado su nota de satisfacción de la
primera a la segunda sesión. También Céline dice que no se ha
sentido muy satisfecha con el comienzo teórico y abstracto de la
sesión anterior.
Marguerite: Se hablaba con grandes palabras: cómo ser Psicólogo;
el Psicólogo con una gran P debe ser un Santo con una gran S, y
además debo decir que soy indiferente al dinero. Todos estos debates
parecen muy plenos, y están vacíos. Ya sería tiempo de considerar
concretamente nuestras experiencias personales
También Roger, Michel y Philippe declaran su insatisfacción,

74
dicen no ver claro, como en el sueño narrado brevemente al comenzar
la sesión (por quién, ya no se sabe... y tampoco lo he anotado) en el
que, en una habitación cerrada y sombría, puertas y ventanas batían
al viento. Philippe ha sentido al regresar a su casa la necesidad de
leer algunos pasajes del libro de X..., que cita «al señor Monitor»,
sobre el grupo de diagnóstico, para tratar de comprender «dónde
estamos aquí, si esto es normal». La lectura lo ha
tranquilizado: «Estamos en el régimen habitual de los comienzos de
grupo». Roger estaba insatisfecho ayer a la noche: había
olvidado dos nombres de pila: el de Josette y el de Rémi... «y
además eludimos el contexto económico y social en que trabaja el
psicólogo».
El monitor, por su parte, despertó en mitad de la noche. Tuvo
un sueño [3,6] de efracción. Ayer, a última hora, estaba preocupado,
bastante desvelado por lo que pasa en el grupo. Supone que su sueño
expresa el peligro de efracción que el grupo representa para todos.
Acaso hay en ello un temor que varios del grupo han podido sentir.
Marguerite, Agnès y Miohel opinan, dicen que «sin duda, tal vez... sí,
es eso». Luego vuelve el silencio, interrumpido ahora por Nicolas, que
propone una interpretación: «Si uno teme algo, es la agresividad que
reina en el grupo». De nuevo el silencio, más pesado aún.
(Durante el silencio que sigue aprecio la manera en que ha sido
coherente el monitor con su precedente intervención; admiro que
sepa comunicar sus preocupaciones y su sueño de manera tal, que lo
que dice de él sea interpretativo para el 'grupo. Me acuerdo del temor
de Agnès, la víspera, de ser penetrada. Pienso que su intervención
habrá reducido la angustia.)
[3,7] Philippe: ¿Es que lo poco que Didier nos da no nos
induce a ir hacia estadios de evolución o de regresión, no sé, previstos
de antemano? ¿Es que no tiene que conducirnos según sus teorías, a
discutir de lo que él desee, de la autoridad, por ejemplo?
Risas. Breve silencio.
Nicolas (que continúa tomando notas): Por mi parte, me for-
mulo preguntas sobre la autenticidad del sueño de Didier: es un
sueño demasiado ¡hermoso para ser cierto... Un seudosueño.
Risas. Ruidos. Breve silencio. Murmullos. Se trata del rechazo o
de la impotencia del monitor para dar por el dinero que se le ha
entregado.
[3,8] Léonore: Me pregunto por qué hace unos instantes me
planteabais problemas personales...

75
Alguien: Porque las discusiones de ayer se mantuvieron
abstractas y académicas.
Philippe: Tal vez porque querríamos saber qué diferencia a un
psiquiatra de un no psiquiatra, de un psicólogo.
Marcel dice que, en ocasión de la sesión de la víspera (la se-
gunda), desde su punto de vista era un asunto importante consti-
tuirse en subgrupos. Tuvo la sensación de pertenecer a un sub- grupo
excluido de los no psicólogos: «¿También Léonore quizá?». Algunos
momentos de la sesión de la víspera [2,5; 2,10] se evocan entonces
con estos dos problemas mayores: «Quiero hablar de manera
impersonal, ¿pero cómo dejar de implicarme?», y Rémi se pregunta si,
finalmente, no es el inconsiderado respeto de la personalidad ajena lo
que bloquea al grupo.
Alguien hace observar que, en todo caso, Nicolas no se implica.
Nicolas responde que tenía mucha razón de hablar de la agresividad
hace un momento, que no se le oye, que si escribe es porque se
implica sobremanera en el grupo, y que, si habla, se mezcla en la
discusión y propone interpretaciones, es «por devoción:
personalmente, nada tenía yo que decir, pero quería que el grupo
progresara, que no fracasara. Se me agrede incesantemente. Se
me ha dicho que juego al psicólogo, pero me lo dicen para no
oírme...».
Roger: Para saber lo que ocurre recibiremos un informe sobre el
grupo, después de la experiencia... Una cosa trabajada (irónico).
Risas, miradas dirigidas a los observadores.
Varios: Sí, hemos pagado...
Nicolas: Habéis sospechado que el monitor no dice lo bastante,
que se guarda para él lo- que piensa. Hasta se le ha acusado de ser
inauténtico.
Roger: ¡Pero si tú mismo lo dijiste!
Nicolas: No, no es lo que quería decir. Yo decía que eso era lo
que se pensaba; no lo que pensaba yo, sino el grupo, porque hay
miedo a las interpretaciones y agresividad para con él...
Marcel: No comprendo muy bien lo que sucede.
Algunos: Tampoco yo.
Breve silencio. Léonore dice que ayer fue sacada de quicio por
Rémi, por su presentación, por su tendencia «a llevar al grupo hacia
esferas superiores. Sin embargo, planteas problemas que me
interesan mucho: el humanismo, la condición humana en nuestros
oficios. No comprendo bien por qué Marcel no se interesa por estos
asuntos».

76
Rémi no responde; tampoco Marcel.
[3,9] Se entabla entonces una larga discusión, bastante abstracta,
entre Roger, Michel y Antoine, especialmente, y Rémi inci-
dentalmente, sobre la responsabilidad del «psicólogo-orientador pro-
fesional». Roger insiste en las compulsiones que determinan la ca-
lidad del trabajo del psicólogo; el psicólogo está determinado por las
estructuras sociales en las que ejerce. Ahora bien, los sujetos
aguardan mucho de él, y el orientador se compromete personalmente
cuando da un consejo. De igual modo el orientador escolar: «Esto
puede determinar toda una vida». Entre Roger y Michel se entabla
una discusión sobre los límites de la elección personal del cliente, del
pasante de FPA (Formación Profesional Acelerada), de los alumnos: el
nivel socioeconómico de las familias determina ante todo el abanico
en la elección de los estudios. Intervienen Philippe y Antoine; la
discusión continúa entre varones.
Entonces se plantea el problema de saber si los propios orienta-
dores están bien orientados, bien informados; si pueden realizar su
trabajo con toda libertad, sin apremios de tiempo ni rendimiento, sin
presiones sociales. Además, hasta dónde conviene ir en la explicación
del consejo que se da a los «sujetos», en la revelación de su
personalidad: los sujetos tienen el derecho de saber; es una legítima
reivindicación darles a conocer todo. «Si no, en caso de fracaso del
sujeto, al orientador hay que tener por responsable.» Philippe está
muy de acuerdo con esto, pero se pregunta qué le pasa al orientador si
el sujeto se subleva contra los consejos que se le hayan dado con cabal
conocimiento de causa. La pregunta queda sin respuesta. Marcel dice
darse cuenta de que los psiquiatras tienen con mayor facilidad buena
conciencia frente a tales asuntos: siempre pueden «actuar sobre el
otro, sobre el enfermo, obligarlo a tomar droga... A veces se tiene el
deber de manipular, lo que no deja de plantear graves problemas».
Nicolas (irritado e irritante): Me pregunto por qué esta dis-
cusión sobre asuntos que todo el mundo ha resuelto... Si la discusión
se eterniza sobre este tema, ¿es para llegar a las diez y media de la
mañana? ¡Eludimos el problema!
Marcel (retomando su tema): El psicólogo, en particular el
orientador de que estamos hablando, está en una situación más
dramática que la del psiquiatra. ¿Acaso no fuerza al sujeto a elec-
ciones que en rigor son función de las normas de la sociedad en la
que se encuentra? En tales casos, el psicólogo interviene como re-
presentante de una sociedad.
Roger: Es muy posible, y preciso es que el psicólogo se dé

77
cuenta de ello, que ponga también él sus cartas sobre la mesa con las
personas a las que orienta. Nada de disfrazar. No hay que prestarse a
ese juego. Hay que reconocer que, en los consejos de orientación que
damos, sufrimos compulsiones: las del empleo. Las del número de
vacantes disponibles en las escuelas de aprendizaje, o en los centros
de Formación Profesional de Adultos. Por supuesto, hay que hacerle
conocer estas compulsiones al sujeto... para que sepa a qué atenerse.
Pero se corre el riesgo de ejercer presión sobre los otros, sin que
nosotros ni ellos lo sepamos.
[3,10] El grupo de hombres aprueba y comenta al respecto: el
psicólogo no debe conducir a nadie a la desesperación o al
autodesprecio. Debe abrir posibilidades.
Nicolas (retomando la palabra para dirigirse al monitor a fin de
que éste): ...insista en la interpretación de su sueño. Es más im-
portante que lo que se dice en este momento. Acabamos de tener una
verdadera discusión política: saber si tenemos que insertarnos en
una sociedad determinada, o si debemos ser revolucionarios, cambiar
las estructuras sociales. Yo querría que volviésemos a hablar del
sueño de Didier. La discusión se ha desviado... No nos implicamos.
Tole tole general, algarabía, risas, invectivas dirigidas a
Nicolas.
Varios: Al contrario, es la primera vez que tenemos un tema
que nos interesa. Hemos hablado de manera personal. Nos felici-
tamos de haber hablado así:
Léonore: Cuanto a mí, no me he sentido directamente incumbida,
pero me ha interesado. Sin embargo, soy del parecer de Nicolas, de
que deberíamos implicarnos más personalmente, decir «yo». Aquí hay
quienes están fuera de circuito, como Agnès (asentimiento de ésta).
Ahora, ¿qué va a suceder entre nosotros? Las experiencias
personales... Interesante.
[3,11] Nicolas: Pues bien, para hablar de mí...
Alguien: ¿Por devoción...?
Risas: ¡Una medalla para Nicolas!
Nicolas: Polarizo la agresividad y soy cont... consciente de ello...
Risas: ¿Contento o consciente?
Nicolas: ...para hablar de mi experiencia personal.
Nicolas pone de relieve el caso de conciencia y responsabilidad
que ha vivido en una situación en la que «un padre abandonó a sus
hijos desorientados». En contra de la opinión del psicólogo,
prefirió mantener distante al padre temible, que empleaba sádica-

78
mente su poder, y confiar en su libertad. «Se remontó la quiebra y se
evitó que aquel padre fuese a su vez un mártir.»
Michel da a observar que a menudo «la gente presiona a los
psicólogos para que éstos resuelvan sus problemas en lugar de ella».
Nicolas aprueba.
Léonore destaca que Nicolas se complace en proponerse como
víctima: el grupo ha encontrado en Nicolas una «pequeña caricatura»
del monitor: escribe, agrede, dice cosas que no vienen al caso. Acaso
al monitor se ofrece Nicolas en sacrificio, sugiere Léonore. Anoto al
margen de lo que dice ésta: «¡Bufón(es) del Rey! »
Nicolas: Es completamente idiota. Todo el mundo es idiota. Esto
no se mantiene en pie. Estoy esperando que volquéis. Habréis de
verlo: este grupo será un fracaso...
[3,12] En la pauta advertimos que los participantes buscan una
norma y una normalidad, una orientación y un consejo contra sus
incertidumbres y sus angustias. La responsabilidad del posible
fracaso se transfiere al monitor, del que Nicolas es (y así se presenta)
frágil doble. La insatisfacción se expresa más espontáneamente. La
discusión acerca del humanismo oculta, en rigor, la alienación en la
que todos se encuentran dentro del grupo. Evocamos la idea de que
determinismos exteriores pesan sobre la situación, pero no podemos
elucidar de qué se trata. No hablamos de la función de Léonore ni de
las intervenciones del monitor, salvo para decirle que nos parecen
pertinentes y formalmente concisas y claras.

COMENTARIOS SOBRE LA TERCERA SESIÓN (RK)

a) La reiteración de la solicitud dirigida a Léonore indica el


profundo desamparo experimentado por los participantes.
Unicamente su palabra, requerida como un sonoro baño materno,
podría conjurar su angustia. La insistencia en obtener y
retener algo bueno de ella la sitúa como figura de madre
colmadora. Sin duda, Léonore ha fortalecido la desmesurada
expectativa que se desarrolla respecto de ella al señalar,
hacia el final de la sesión precedente, que ha tenido una
experiencia psicoanalítica. Se emparienta con el monitor y así
se distingue de él; se ubica en la posición de quien podría
hablar de una manera benéfica y no destructora, a
diferencia del monitor. Conjuntamente, la reiterada solicitud de

79
los participantes le asigna la asunción de su defensa contra lo que
éstos proyectan sobre el monitor y sobre el grupo.
El deseo de una experiencia más satisfactoria [3,3], de una
reunión plenaria y permanente, responde a la evocación que de ella
había hecho Léonore ya en la primera sesión. La satisfacción será
posible en otro tiempo y otro grupo. No obstante, este sueño no es
sólo el de una realización del deseo de coincidencia unificante;
también es un sueño de omnipotencia y de realización del deseo de
ejercer un control sobre el grupo, el monitor y los observadores. En
efecto, grande había sido la angustia, en el curso de la sesión
anterior, de ser internados. El internado designa varios lugares: el
universo escolar y psiquiátrico (internación: cf., en el curso de la
precedente sesión, la identificación de los participantes con los
alumnos y los enfermos mentales), el lugar médico (el de Léonore), el
vientre materno: el grupo mismo condensa a todos. El apartamiento
de los observadores [3,3] simboliza la situación del grupo y recuerda
el anhelo precedentemente formulado por Nicolas, de que se ejerza
un control sobre la lucha libre. «Que en lo futuro una experiencia
como ésta se desarrolle en internado» expresa el doble deseo de
reunirse y ejercer un control maníaco sobre los objetos internalizados
en el grupo-matriz, y especialmente sobre los objetos potencialmente
destructores.
La intimación dirigida al monitor por tres hombres [3,4] es una
puesta a prueba de su poder, al mismo tiempo que un ataque contra lo
amenazador que éste puede representar. Aporta precisiones sobre lo
que figura en el grupo. Al igual que a Léonore, se le pide dar [3,3]; de
él se quiere recibir, y no de otro [3,8], Si acepta, se somete al
ultimátum y satisface el deseo de control agresivo y defensivo de los
participantes. Si rehusa, fortalece su posición todopoderosa y
persecutora, y consolida la figura del tirano que conserva para sí
lo que tiene y que los participantes no tienen: lo que éstos envidian y
temen a un mismo tiempo. Al proponer una interpretación de
contenido que se inspira en su propia vivencia contratransferencial [el
sueño de efracción, 3,6]; al proponer que todos conduzcan el análisis, el
monitor no formula interpretación de resistencia. El pedido de los
participantes respecto de él conlleva un aspecto masoquista dentro del
carácter pasivo de la solicitud de ser interpretados [3,4; 3,8], un
aspecto inherente a la circunstancia de recurrir a su omnipotencia
que se inscribe en el estado de frustración consecutivo al silencio
de Léonore. A ésta se le supone poseer un saber que la emparienta
a él. La puesta a prueba del monitor aparece entonces como un

80
medio de proseguir el señalamiento de lo que puede colmar y de lo
que puede frustrar, de lo que está pleno y de lo que está vacío, de lo
que es bueno y de lo que es malo.
b) No habiendo la interpretación deslindado esto, los temas
de persecución se van a desarrollar a lo largo de toda la sesión.
Los mecanismos de defensa contra las angustias paranoides se
encuentran, así, reforzados, como reconfortado el monitor en una
imagen de tirano temible, capaz de abandonar a sus hijos
desorientados [3,9; 3,11] y de causarles la muerte. Como Superyó
arcaico paranoide, el monitor participa en la imago materna cruel
y terrorífica. Desde luego, por primera vez [3,4] se le designará
como «padre», padre malo; esta denominación hace desencadenar
la risa. En rigor, se trata no tanto de establecer una grosera
diferenciación entre las imagos parentales cuanto de expresar el
vínculo, la colusión entre la imago de ese seudopadre con la imago
materna fálica. El chantaje del abandono adquiere los visos de
una medida defensiva contra las angustias persecutivas y las
angustias depresivas que comienzan a manifestarse en algunos
participantes. Lo que se teme del monitor es de la misma índole
que lo que se teme de la madre fálica, simbolizada por Léonore y
el grupo: que sean manipuladores [3,7; 3,9], destructores o
falsificados [3,7; 3,9], vacíos y mortíferos, es decir, silenciosos. Lo
que se les envidia es lo que supuestamente contienen: el buen
alimento, el pene, las heces, los hijos, el saber, y con respecto a
este contenido transformado por la envidia en objetos temibles, en
la medida en que la identificación introyectiva revela ser
imposible, se trata de apoderarse de él para controlarlo, para
captar su omnipotencia y, eventualmente, destruirlo, para privar
retorsivamente de él a quienes lo disfrutan. Por eso, pues, la
víspera, Philippe fue a buscar en algunos escritos una
tranquilidad y una norma [3,5], pero sobre todo la integralidad del
saber, respecto del cual se sospecha que el monitor guarda para sí:
lo que se exige no es una parte, sino el todo [3,8].
Sí el monitor es el soporte inmediato de la creencia y de las
proyecciones de los participantes, ello se debe, por una parte, al
hecho de ser la figuración de la potencia atribuida a la madre
arcaica idealizada y también, por otra, porque al atacarlo en lugar
de Léonore y del objeto-grupo se preserva a éstos de los ataques y
se los conserva como buenos. En el fantasma, por el momento,
las figuras maternas-paternas son intercambiables en algunos
de sus atributos fálicos orales y anales; hasta van a coincidir, como

81
que la escisión permite mantener lo que es primordial, o sea, la
separación de los objetos buenos y los objetos malos. A esta
intercambiabilidad de los objetos parentales corresponde la
indiferenciación de los participantes, quienes expresan acerca del
tema de la nivelación la idea capital que habrá de organizar las
relaciones dentro del grupo.

c) Los movimientos transferenciales laterales están aún


determinados por la escisión entre la ambivalencia y los objetos.
Nicolas ocupa una posición particular: el comportamiento
masoquista que adopta desde el comienzo de la temporada lo
designa ante el sadismo de los otros como objeto por destruir y
como víctima ofrecida en sacrificio de expiación al monitor y a los
participantes mismos. Así, al mismo tiempo que se castiga una
parte de todos, ningún otro participante será sacrificado. Otros
elementos se combinan en la preparación del sacrificio para
sobredeterminar su sentido: ante todo al monitor y también,
indirectamente, a Léonore se los alcanza en Nicolas, sobre quien
se deriva el golpe mortífero. Con ese sacrificio se espera un
apaciguamiento de la furia de los ídolos crueles 10.
Esa preparación para el sacrificio es una primera tentativa
para instaurar en la reparación una relación simbólica de alianza
entre los participantes, por una parte, y las figuras ideales, por
la otra. Las pulsiones agresivas y destructivas de los
participantes quedan satisfechas, y la culpabilidad que resulta
de ello se ve atenuada. Puede sellarse la alianza grupal.
A fin de que el sacrificio cumpla sus funciones, preciso es
que la víctima se empariente con los ideales arcaicos y con los
participantes. Léonore designará esta equivalencia: los
participantes habrán encontrado en Nicolas una «pequeña
caricatura» del monitor, un doble grotesco [3,11]. Cabe señalar
que la agresión de uno sigue o precede siempre a la de otro
[3,6 a 3,11]. Los participantes también encuentran en
Nicolas las partes de ellos mismos que les resultan insoportables
y de las que pueden así, económicamente, desembarazarse.
Si la víctima es apropiada a aquel a quien se la ofrece, no obs-
tante difiere de él. Presentase a Nicolas como una caricatura, como

10
A. Béjarano sugiere que este sacrificio connota la reviviscencia de la filogénesis,
no tan lejana, en la que el sacrificio ofrecido a los dioses desempeñaba el papel de
protección contra las mociones destructivas proyectadas sobre ellos.

82
una miniaturización del objeto malo proyectado en el monitor. El
emparentamiento sirve, de ahí, a la escisión defensiva, sobre la
cual descansa el proceso ideológico: la parte buena, encarnada de
manera especial por Léonore e introyectada en todos, se ve preser-
vada. Por lo demás, Léonore está lejos de desempeñar un papel
secundario y pasivo en esta escena. Al indicar que Nicolas es la
víctima adecuada, puede, con ello, satisfacer su propia agresividad
y su propia resistencia frente al monitor, al que lesiona por
interpósita persona. También satisface la agresividad de los parti-
cipantes. Refuerza, pues, su posición de líder matriarcal dentro del
grupo, apoyándose en la posición complementaria de Nicolas. Am-
bos encarnan, en efecto, dos posiciones contrarias (y complementa-
rias) en la economía pulsional del grupo: Nicolas profetiza el fra-
caso y la muerte [3,11], y Léonore asegura que la experiencia será
un éxito y promete la vida futura [1,15].
d) La puesta en evidencia de esa escindida complementaridad
viene a reemplazar a otra oposición elaborada por el sistema
ideológico dualista y maniqueo y que se había establecido a
propósito del «saberlo todo/no saber nada». En la medida en que la
escisión no es suficiente para contener la angustia suscitada por
las pulsiones destructivas proyectadas sobre los otros, se explora
otro camino, el cual pone en evidencia la tentativa de control
maníaco del objeto perseguidor. La defensa se establece a través
de una exigencia común que va a enlazar imperativamente a los
miembros del grupo entre ellos: el sacrificio de una parte de sí
(tiempo, dinero, implicación personal). A todos se les impone la
obligación de no poseer nada propio. Esto tiene por consecuencia el
hecho, por una parte, de que cada cual sea transparente a la
mirada del otro —el cuerpo ya no tiene espacio singular ni
opacidad—, y, por otra, de que cada cual sea propiedad controlada
del otro. Así, el monitor pasa a ser, fantasmáticamente, propiedad
controlada de todos.
El sistema ideológico se presenta aquí como si fuese doble-
mente defensivo: permite asumir, gracias a la compulsión recípro-
ca, la defensa contra el perseguidor exterior (externalizado) y con-
tra la parte reintroyectada con fines de control.
A través de las tres primeras sesiones, y de esta última en
particular, es posible deslindar tres momentos principales del pro-
ceso ideológico.
1) Al sadismo oral y anal se lo escinde y luego se lo pro-
yecta, en parte sobre el monitor y en parte sobre el exterior, a fin

83
de salvaguardar los objetos buenos internos localizados en el grupo o
en algunos de sus elementos;

2) Se trata, en seguida, de asegurar la salvaguardia de esos


objetos, de los «buenos» y de los «malos». Los objetos buenos ga-
rantizan la unificación del cuerpo grupal imaginario, y del cuerpo
singular; aseguran la defensa contra la destructividad y las angus-
tias de la fragmentación. Los objetos malos mantienen la movili-
zación de la energía necesaria para la construcción grupal, para su
corporización, para la construcción del ideal común, para la loca-
lización polarizante (estructurante) del interior y el exterior, para la
lucha contra la incertidumbre y la duda;
3) En la medida en que la escisión no es suficiente para yugular la
angustia paranoide-esquizoide y para mantener la introyección del
objeto bueno, se instaura un dispositivo de control colectivo, de tal
manera que la angustia de efracción sea echada a andar, frustrada y
devuelta en placer.

COMENTARIO DE DA

Dentro del recuerdo que conservo a este propósito, la sesión me


iba proporcionado una sensación al principio de satisfacción, y luego
de impotencia. De satisfacción: de la hondura de la regresión
manifestada por la abundancia de los sueños nocturnos y en seguida
por el silencio colectivo al comienzo de la sesión; de la fomentación
fantasmática producida por la situación grupal no directiva
instaurada el día anterior con la actitud neutro-frustradora del
monitor y que permite esperar aportes más personales de los
participantes; de la libertad en la expresión de las insatisfacciones; del
bastante general deseo de entregarse a un trabajo de comprensión de
lo que ocurre. Y además, digo, de impotencia: se me pide realizar ese
trabajo para los demás y en lugar de ellos; mi sueño-interpretación no
ejerce efecto alguno de resonancia fantasmática sobre los
participantes; el valor de la implicación personal se ve cuestionado; se
rehuye el aspecto inconsciente de la experiencia para «orientarse»
hacia consideraciones acerca del contexto económico-social de la
actividad de los psiquistas. Ya en la primera sesión, cuando se rechazó
el supuesto básico de dependencia adelantado por Nicolas, tuve el
presentimiento, ahora confirmado, de que el grupo quiere tener su ser
de él mismo, y no, sobre todo, del equipo monitor-observadores.
Con el tiempo, paréceme que la tercera sesión se desarrolló

84
sobre y contra la imago paterna, promoviendo con ello en el grupo
una realidad psíquica transindividual nueva, esto es, la imago, de
la que creí luego que debía hacer el segundo organizador psíquico
inconsciente de los grupos. Se me intima a ser omnisciente y
providencial; se aguarda pasivamente el informe —que habrá de
ser «trabajado»— de los observadores y cuyo envío con posteriori-
dad a la temporada se ha prometido (práctica antipsicoanalítica a
la que después renunciamos); repróchasele al monitor vivir aparta-
do con los observadores (es decir, con los otros padres) en los
intervalos de las sesiones, dejar caer (hijos como son) a los parti-
cipantes, guardárselo todo para él, no interesarse por los demás
(miembros de su familia) por ellos mismos, hallarse dispuesto a
destruir a quienes no le proporcionan placer. La descripción freu-
diana de la imago paterna se encuentra íntegra ahí, con su doble
rostro: el del padre fuerte, justo y bueno, y el del padre egoísta,
celoso y cruel. Todo cuanto dije o habría podido decir en la tercera
sesión sólo se lo podía entender como si proviniera de esa posición
imagoica en la que se me había puesto y cuyo análisis, aun cuando
bosquejado hacia el final por Léonore sobre Nicolas—«caricatura»
de mí—, se iba a establecer posteriormente. Convenía permitirle
ante todo al grupo unirse en torno de una imagen paterna
negativa, y luego dejarle la posibilidad, al interiorizar al padre
muerto, de darse una ley.
Una observación sobre el deseo de Antoine (y de algunos
otros) de una temporada en internado. Antes que un fantasma de
grupo- pecho cerrado en sí mismo, como lo cree René Kaës, veo en
ello una toma de conciencia de una condición instrumental: un
seminario residencial es más formativo que una temporada en la
que cada cual vuelve a su casa, o a su trabajo, al concluir la
jornada. Ya no me acuerdo si hube de proponer al principio la
elección entre ambas fórmulas, pero la mayoría sabe que yo
practicaba una y otra, y también que la fórmula en internado era
más «costosa», en tiempo, en dinero, en inversión psíquica. Para
una primera experiencia en esta región, los interesados se habían
dirigido, si me atrevo a decirlo, a ... la economía, prudencia
completamente natural.
Volviendo a los supuestos básicos según Bion, el de aparea-
miento se lanza a funcionar entre Léonore y Nicolas hacia el fin de
la sesión. Apareamiento en sentido estricto de Bion, pues evoca la
esperanza mesiánica de una futura salvación, o de un futuro fra-
caso, para el grupo.

85
86
CUARTA SESION

Disposición de los participantes en la cuarta sesión.

[4,2] La discusión se reinicia sobre uno de los temas ya abor-


dados en el curso de la sesión anterior: lo que se espera del
psicólogo.
Philippe: Se espera demasiado del psicólogo. Las más de las
veces se espera que sea Dios, de quien se espera todo. Hay que en-
tregarse con las manos atadas. Cuando se está frente a él no es po-
sible elucidar las propias posibilidades de elección, apreciar las pro-

87
habilidades de uno mismo y darse cuenta de la dependencia total
respecto de él. Esto conduce al fracaso.
Michel (a Philippe): Podríamos preguntarnos qué es lo que da al
psicólogo la prevalecencia que usted le atribuye. A menudo se intima al
psicólogo para que encuentre una solución, como decía yo hace unos
momentos.
Philippe: Lo que les reprocho a los psicólogos es no implicarse en
lo que hacen. Están bien provistos: ¿deben hallar una solución? Sí, pero
me imponen jugar el juego y quedo en dependencia con respecto a su
decisión o su diagónstico.
[4,3] Hay una dificultad que es común al psicólogo y al psiquiatra,
y es la de recurrir a los cuidados o los servicios de un colega; en tal caso,
ambos saben de qué se trata en cuanto a la «máscara profesional» y a la
dependencia respecto de la omnipotencia. Por eso resulta tan difícil
cuidarse entre médicos y consultarse entre psicólogos.
Michel, Roger y Philippe prosiguen entre ellos los intercambios
acerca de lo que se espera del psicólogo: el psicólogo mismo sueña quizá
también, algunas veces, con que es verdaderamente Dios. Expectativas
tales son vanas, [4,4] decepcionantes y alienantes, porque el poder
atribuido al psicólogo por los demás o por él mismo reside en el hecho
de «mantener a distancia la verdadera demanda del sujeto». De allí que
adopte esa actitud; una vez adoptada, el psicólogo «sádico» no puede
comprender cosa alguna ni responder a la demanda y satisfacerla. Sólo
puede mantener o dar la ilusión de ello, ilusionándose él mismo.
Philippe: Y terminan por cogerse a sí mismos en su estatuto... o
en su papel, ya no lo sé. Tengo la experiencia de una relación con un
psicoanalista que ignoraba quién era yo. No bien lo supo, cambió por
completo de máscara. ¿Por qué se necesita una máscara? Todos los
psicólogos tienen una. Sin embargo, es menos traumatizante tener que
vérselas con un psicólogo que con un psiquíatra.
Léonore: No obstante, después de todo lo que usted ha dicho, yo
tendría aún más miedo de los psicólogos (risas). Lo que me da miedo de
los psicólogos es que adoptan decisiones con demasiada rapidez. No
toman en cuenta el plazo del tiempo en la vida real. Hay veces en que
el tiempo hace bien las cosas... También siento miedo de la dependencia
del sujeto respecto del psiquiatra.
[4,5] Roger piensa que para el psicólogo el problema consiste
en ser lo más lúcido posible respecto de sí mismo y de las
condiciones en que trabaja. Tiene el deber de informarse y formar-
se no sólo acerca de los asuntos estrictamente profesionales (técni-

88
cas, tests, teoría), sino también acerca de los asuntos económicos y
políticos. Antoine aprueba.
Roger: En mi barrio es la panadera quien hace, en rigor, orien-
tación profesional.
Michel, Marguerite y Léonore confían más en la intuición, que
hay que afinar, y en la empatía, «que hace sentir desde adentro lo
que siente el otro» (Léonore). La inquietud de los psicólogos es, sigue
diciendo Roger, la de sus relaciones con los demás. Algunos prefieren,
por esta razón, trabajar individualmente; otros, en equipo, y tener
una actividad colectiva, organizada, sindical, por ejemplo (Roger,
Josette). Además, se trata de las ventajas y los inconvenientes de
trabajar en público o en privado. Léonore dice que en los consultorios
de empresas, donde los clientes no pagan, los médicos son menos
amables con la gente que cuando reciben en gabinete privado. De
nuevo se trata intensamente de la orientación, de la psicotécnica, de
la formación profesional de los adultos, de la dependencia de los
psicólogos respecto de los empleadores, de la necesidad de
sindicalizarse («Les reprocho a los psicólogos no sindicalizarse», dice
Roger), del papel de la intervención para cuidar (los clínicos), del de
la información (los orientadores) y del de la transformación social
(tarea política y sindical). Se trae a colación la poca eficacia del
psiquiatra ante las implicaciones sociales del alcoholismo. También
se destaca que, en países en los que el standing económico y social es
alto, subsisten los problemas psicológicos. Léonore da a observar que
el parto sin dolor no es todavía accesible a todas las categorías
sociales.
[4,6] Léonore: Entre algunas personas que han «llegado» debe
de haber quienes no se plantean ya problemas. Lo que me agrada de
Roger es que siempre quiere actuar mejor; es su insatisfacción... Me
siento muy próxima a Roger.
Silencio. Ruido de sillas. Léonore mira con insistencia a Roger y
Rémi.
Léonore: Rémi nos ha dicho en la pausa que no era útil pre-
sentarse ayer, o que se ha cometido un error presentándose (silencio).
Rémi explica que las presentaciones se han efectuado de acuer-
do con los estatutos y que «lo importante es lo que uno es, el papel
que se desempeña». Léonore asiente.
[4,7] Nicolas: Me aburre* lo que se dice aquí. Desde ayer
somos psicotécnicos en la EDF O en el ministerio de Trabajo. Ha-
* Nicolas emplea el verbo «afeitar» (raser), que en el habla popular significa
aburrir. Esta aclaración tiene que ver con la continuación del texto. (N. del T.).

89
bría que intentar salir de allí. Esta manera de hablar como ento-
mólogos de los problemas de la psicología no me incumbe.
La observación, que apunta particularmente a Roger y Antoine,
le reporta a Nicolas, que usa barba, irónicas observaciones sobre el
hecho de que parece haber alcanzado la sabiduría de los barbudos
(Roger), y que, si se «afeita», va a perder su barba. Se pone de relieve
que también Rémi lleva barba. ¿Qué puede impulsar a dejarse la
barba?, pregunta Antoine. «La barba es cosa viril», se dice. También
lleva a pensar en Jesucristo, el Salvador, y en los misioneros, que
portan la buena palabra. Las bromas sobre la barba siguen viento en
popa: «¿La pones encima o debajo de las sábanas? ¿La dejas dentro o
fuera...?». Corre la pregunta de que si quienes usan barba no
terminan por corresponder exactamente al papel o a la imagen que
se espera de ellos. Llevar barba es aspirar a ser barbudo. ¿Pero qué
es llevar barba? ¿Es también llevar los pantalones? (Se interroga a
Nicolas: «¿Cuándo te dejaste crecer la barba?». Nicolas: «¡Queréis
cortármela!».)
Roger propone un nuevo test psicológico: «El test de los tres
grandes barbudos: Cristo, Lenin y... María Casares» (risas prolongadas,
barullo, cuchicheos, apartes, silencio).
Varios participantes (Philippe y Antoine, Céline y Marguerite)
declaran que encuentran en otro «ecos, afinidades de ideas».
[4,8] Léonore: Comienzo a sentir simpatía por algunos aquí; por
ti, Roger. Me siento muy próxima a tu manera de ver...
En seguida, Léonore se dirige a Agnès y le reprocha haber per-
manecido silenciosa desde el comienzo de la sesión, cuando bien podría
haber dado su parecer. Análogo reproche les formula a Céline y
Marguerite.
[4,9] Agnès responde que no tenía mayor cosa que decir.
Céline, que tiene una actitud de conflicto frente al dinero y frente al
sindicalismo. Interviene Michel en lo relativo a la gratuidad, el interés
por el cliente y el dinero, y dice que la gratuidad mantiene la
dependencia (sentimiento de deber siempre algo), tanto del psicólogo
como del cliente, que no atribuyen, luego, mucho valor a lo que hacen.
Así, «los exámenes gratuitos son menos ricos que los pagados». Se
pregunta si hacer pagar es más eficaz, si hace más autónomo o
dependiente, si siempre constituye una compulsión social y económica.
[4,10] El monitor hace observar, entonces, que en el grupo se
discute mucho acerca de asuntos que apasionan más o menos a
los participantes y les interesa de diversas maneras. «No obstante,
no ha habido comparación —destaca— entre los asuntos discutidos

90
y lo que ocurre en el grupo. De este modo, si relacionamos el
problema del dinero con la situación de este grupo, podríamos
preguntarnos quién paga aquí y a quién se le paga; podríamos
elucidar la vinculación entre el pago y la dependencia, plantear el
problema de saber quién debe tenerla por su dinero: ¿los miembros
del grupo?, ¿el monitor? Hay, pues, varios problemas latentes:
privado-público, jugar el juego, jugar bien, poner una máscara... Son
los problemas del grupo, y se los encara oblicuamente, metafó-
ricamente, en un nivel secundario...»
Philippe (rápidamente): Es asombroso hablar de manera
oblicua, teniendo en cuenta lo que son los psicólogos...
Antoine prosigue en el mismo estilo ingenioso y burlón para
decir que aquellos a los que les pareció que esta temporada era cara
no han venido y que él ha intervenido ante los organizadores de la
temporada a fin de obtener una tarifa menos cara que las
habitualmente en curso, con respecto a la industria, por ejemplo. Su
declaración hace desencadenar la risa. Algunos confirman que las
tarifas de la temporada les fueron presentadas como una ganga. En
medio del barullo alcanzo a oír: «...recibido una ayuda admi-
nistrativa», «...una rebaja...».
El monitor precisa que no ha habido tarifa preferencial.
Philippe pregunta en un tono irritado si realmente el problema del
dinero es el único problema del grupo; piensa que el dinero no es el
único principio de discriminación, que hay otros. Señala que, en lo
que a él concierne, «lo que se teme [4,11] en este grupo es el miedo al
cuanto-a-uno, se teme ser traumatizado, jugar el juego, se le tiene
miedo a la efracción...», pero también se pregunta por qué los que han
venido a esta temporada están aquí y no otros. Quiere admitir, como
lo sugiere Nicolas, que el dinero es el signo del valor que se asigna a
una cosa, pero que no basta para explicarlo todo. Sus preguntas no
tienen respuesta. Tras un silencio, Josette deplora que en el grupo se
soslayen los problemas que plantean los otros... Nicolas señala que,
[4,12] por su parte, ha escuchado y ha querido jugar el juego. Entre la
mayoría de los hombres se reanuda la discusión sobre el papel de
Nicolas: hace «psicologismo»; su «preocupación por interpretar resulta
chocante»; es «maquiavélico», es «el compadre del monitor». Pero tam-
bién es «una especie de Cristo», cuya figura condensa rasgos que se
reconocerán en Nicolas, víctima propiciatoria, salvador, reparador de
los pecados, misionero de la buena nueva. Estos atributos son
también, a menudo, los de los psicólogos y los educadores: tan pronto
Dios padre, tanto pronto Dios hijo.

91
[4,13] Antoine estima que, si se vacila en tomar conciencia de
lo que pasa en el grupo, «es porque se tiene miedo de jugar al mal
psicólogo... Se tiene miedo de ser psicólogo».
La discusión se eterniza cansinamente. Varios participantes le
piden a Léonore que diga lo que piensa de lo que se ha dicho, lo que
siente, si siente también una sensación de malestar y angustia. Ella
sólo responde, con una sonrisa, que no sabe...
[4,14] Después de la sesión redactamos el resumen de ésta y le
damos un título («La palabra es dinero»); también lo damos a la
anterior («Del comercio entre psicólogos»). En adelante trataremos de
encontrar un título para cada sesión (lo cual en ciertos casos
constituirá, desde mi punto de vista, una modalidad defensiva contra
el análisis, al fijar en un título-sorpresa un aspecto de la sesión).
Advertimos que los participantes han tratado simbólicamente acerca
de su relación de dependencia del monitor, que temen encontrarse en
la poco gloriosa situación de médicos enfermos, de psicólogos
neuróticos, reducidos a pedir ayuda a un colega. También se plantea
una pregunta a propósito de la barba, símbolo de poder sobre los
demás: ¿quién tiene el derecho de llevarla? ¿Quién tiene el derecho
de ejercerla? Notamos nuestro propio malestar, nuestro tedio
durante la sesión; no alcanzamos a comprender lo que se trama: ¿qué
significación ha adquirido la discusión, muy general y teórica, sobre
los problemas de la profesión, el estatuto moral, social, político y
económico del psicólogo

COMENTARIOS SOBRE LA CUARTA SESIÓN (RK)

a) La angustia de ser embaucado, cogido y abandonado sin haber


podido sacar cosa alguna de Léonore y del monitor y el temor de
ilusionarse o decepcionarse son correlativos de la omnipotencia que
se les ha supuesto.
La puesta a distancia de los afectos y de las representaciones
inconscientes que se vinculan a esos deseos y a esas angustias se
efectúa en las palabras defensivas, intelectualizantes y que
rehúyen el aquí-ahora, a propósito de los psicólogos [4,2; 4,5], Esta
elaboración retoma la temática de la diferencia y de las oposiciones
primitivas ya encontradas en el curso de las sesiones precedentes;
la omnipotencia del psicólogo es, en realidad, la de su ilusión,
es decir, su debilidad. En rigor, esa omnipotencia es la del tirano
que hace prisionero («atado de manos» [4,2]) a quienquiera que se
dirija a él. Los participantes hablan metafóricamente de lo que

92
experimentan en la transferencia: el deseo de omnipotencia pro-
yectado sobre el monitor, Dios padre todopoderoso, Superpsícólogo
[4,2], Es el hombre-dios envidiado y al que hay que abatir. Es
inasimilable y se lo reproyecta incesantemente sobre diferentes fa-
cetas de su figura, como por ejemplo su sadismo [4,4].
La exploración de las diferencias entre los psicólogos, en sus
estatutos y sus maneras de ser, antecede al surgimiento de un
problema menos abstracto, ya que atañe a las relaciones entre los
sexos. El trabajo de señalamiento y escisión prosigue entre los
sostenedores de la intuición y la empatía y los que se preocupan por
el rigor, la lucidez y la eficacia entre lo caliente y lo frío, lo subjetivo
y lo objetivo, la racionalidad y el sentimiento, el individualismo y el
grupalismo, el apoliticismo y el compromiso político, etcétera [4,5].
La siguiente secuencia (el aspecto de la barba [4,7]) introduce
la aparición de los apareamientos [4,8]. En el discurso de los par-
ticipantes, el debate sobre el aspecto de la barba —¿quién la tiene y
quién no?— constituye un desplazamiento del objeto del deseo, del
pecho hacia el pene, y pone de manifiesto la profunda vinculación
entre estos dos objetos dentro de la fantasmática grupal (cf. el test
de los tres barbudos [4,7]). Siempre se trata de la omnipotencia
materna. En efecto, cuando se declaran afinidades («de ideas» [4,8])
entre varias parejas de participantes, únicamente se manifiesta
una pareja heterosexuada: Roger, partidario de la fría lucidez y el
sindicalismo, y Léonore, adepta de la cálida empatía y el trabajo de
grupo. La elección de Roger es hecho de Léonore: la ley es la del
matriarcado, y el pene no es nada si no es el falo de la madre. Para
los demás no es posible una elección heterosexuada. Únicamente es
posible una actitud homosexual pasiva («con las manos atadas»):
esta imagen [4,2] figura también la rebelión imposible en esta
versión matriarcal del mito freudiano de la Horda. Los
apareamientos son, sin duda, manifestaciones de resistencia,
especialmente el del líder. Como lo ha señalado Bion, expresan,
por cierto, una espera mesiánica, el anhelo de los participantes de
que se los libre de sus tribulaciones y sus angustias de perdición.
Efectivamente, se ha evocado la figura de Cristo y su función
salvadora merced al sacrificio [4,7; 4,12]. Además, la reunión, en la
pareja Léonore-Roger, de ciertos rasgos complementarios o
contrarios (frío-caliente, racionalidad-subjetividad), pero también
comunes (sindicalismo-interés por el trabajo de equipo),
representa una unión viable, sintética, capaz de satisfacer las di-
versas tendencias de los participantes. Al declararse adepta de la

93
empatía, Léonore se muestra capaz de suscitar, compartir y
penetrar el fantasma del otro, de ser su soporte y su objeto [4,5],
Sin embargo, estas hipótesis no rinden cuenta del malestar y la
angustia que subsisten hasta el fin de la sesión, ni del nuevo
llamamiento dirigido a Léonore [4,13].
b) Otra hipótesis puede completar al anterior análisis. Léono-
re elige en su compañero un hijo. El apareamiento es incestuoso
para los participantes. Se elige el hijo por lo que puede representar
de lo que posee el padre: poder, seguridad, lucidez, experiencia de
los grupos. Con ello se castra al padre de su pene, que vuelve a la
madre por las miras que pone en su hijo. Así, pues, tras haber
afectado al monitor en Nicolas, Léonore recupera en Roger su
potencia o, mejor dicho, su «insignia». La angustia de los
participantes parece, luego, provenir de la conjunción de la
fantasmática incestuosa (cf. «al otro se lo mantiene a distancia»
[4,4]) y la de la madre-con-pene. Toda esta secuencia [4,7] se
ordena en torno del problema de saber quién posee el poder y quién
ordena la ley, así como de la respuesta que mantiene al ma-
triarcado y al rechazo del padre.
La imago materna que se construye es una imago de totalidad
y hasta totalitaria. Todo proviene de ella: genitriz, nutricia, forma-
dora, cuidadora, conteniéndolo todo en su vientre. El reverso de esa
totalidad que colma es una imagen mortífera, destructora: es un
interior, un vaso cerrado en el que se ha internado y en el que se
corre el riesgo de un desgarramiento y de muerte. Léonore es,
desde este punto de vista, el equivalente metafórico-metonímico del
objeto-grupo.
Dos imágenes de hijo se delinean; la primera es la de la
víctima ofrecida a la muerte en lugar del padre. Se trata de in-
molar una parte del Padre para apropiarse de su eficacia y apaci-
guar, gracias a ese sacrificio consiguientemente expiatorio, su có-
lera, separando así el mal que se le ha hecho fantasmáticamente.
La segunda es la que representa al objeto del deseo de la madre;
esta imagen sirve a la omnipotencia y la integridad de ésta. Lo que
se ha inmolado regresa a la madre en la seducción y la realización
de una completitud. Se elige el hijo en aquello que puede ser
opuesto al padre; es el pene de la madre todopoderosa que impone
su ley.
Lo que se trasluce, en fin de cuentas, en esa imago arcaica,
pregenital, del padre idealizado y dominador, proveedor de peli-

94
grosas ilusiones, es la omnipotencia de la imago matriarcal que
impone su ley a todos y todas y que seduce y reduce a los hijos a su
deseo. Los hijos —y las hijas— están destinados a la impotencia y a
la extrema dependencia respecto de ella. Unos y otras no pueden
mantener el lazo tejido en la dependencia y la identificación
narcisista sino al precio de la represión de la sexualidad y de la
sumisión a los ideales. Además, el surgimiento de la sexualidad
revelaría las angustias persecutivas vinculadas al fantasma de
escena primitiva.
En el curso de esta sesión, el monitor interviene esencialmente
sobre el contenido (lo «imaginario», el fantasma, el mito) y no
interpreta lo que siempre lo produce: la transferencia. La función
económica, de resistencia, de tales contenidos no se toma en consi-
deración. El apareamiento, sobre todo el del líder, no se analiza como
resistencia.

COMENTARIO DE DA

En su momento, esta sesión fue oscura para mí, y en buena


parte sigue siéndolo aún. Mi impotencia se confirma: con mi in-
tervención (que no es una interpretación) intento llevar la discusión
del contenido manifiesto (los problemas profesionales y humanos del
psicólogo) al contenido latente (los deseos, las angustias y lo
imaginario, que circulan entre las personas presentes aquí y ahora);
esto provoca un breve intercambio de puntos de vista sobre el dinero
y luego un re-análisis de la intelectualización del masoquismo y el
mesianismo de Nicolas; por último, nada más: tras el ataque, la
huida. Se habla para no decir nada. No se dice lo que se tendría que
expresar; no se piensa en nada. Mi crítica espontánea de la
prolongación de la discusión acerca del psicólogo se me aparece, con
el tiempo, incorrecta en su tenor y torpe en sus efectos. La discusión
era natural entre psiquistas: además, respondía al proyecto de la
Asociación Regional, iniciadora de la temporada. Para hacer
engranar un trabajo de análisis habría sido menester retrotraer la
discusión a su origen y explicitar las repercusiones sobre la situación
actual de la prehistoria del grupo: una Asociación iniciadora; un
observador —René Kaës— mediador entre la Asociación y yo, y un
monitor encargado de la realización. ¿Cuáles eran las relaciones
fantasmáticas entre estos tres términos? En un sentido, la sesión es
la prolongación de la anterior:
1) La imago paterna, tras haber sido rechazada como organiza-

95
dora del grupo, es rechazada como característica del psicólogo: éste no
es «Dios» [4,2]; su omnipotencia es una «máscara profesional» [4,3], y
la barba que lleva Nicolas es irónicamente denunciada como un
emblema del poder [4,7];
2) Se declara un nuevo apareamiento, el de Léonore-Roger, ya
pertinentemente analizado por René Kaës y con una afirmación, esta
vez más clara, de la esperanza mesiánica: Nicolas será un Cristo
Salvador, pero ante todo es un Cristo al que hay que sacrificar.
Agreguemos que los rasgos de su rostro, y no sólo su barba, hacen
suponer que es judío y que sus colegas presentes en el grupo lo
conocen, sin duda, como tal, pero que son rasgos que quedarán sin ser
dichos durante toda la temporada. Esta omisión no me parece que se
reduzca a una discreción muy comprensible en una temporada en la
que los individuos son considerados como personas y no como
miembros de grupos étnicos o religiosos, y ello en una época en la que
el antisemitismo y el sionismo han desempeñado, o desempeñan aún,
un papel en la historia. Es un fenómeno bastante general en los
seminarios de formación y los grupos de diagnóstico que vengo
animando desde 1956 (sólo en Francia y demás países francófonos):
los participantes se comunican gustosamente entre ellos su estatuto
profesional, su estado civil y algunos detalles de su vida privada, pero
son sumamente reticentes para poner de manifiesto su pertenencia
étnica y su confesión. Si lo hacen, o si un signo revela una apariencia
activa en alguno de ellos —un gesto, una cruz, una medalla, la ropa,
la tonalidad de la piel, etc.—, suelen surgir violentos conflictos en
el seno mismo de la temporada (no es el caso si se trata de
una pertenencia reconocida como antigua, distante, caduca). El
antagonismo que aquí se muestra entre el grupo y Nicolas volvemos a
encontrarlo algunos años después entre el grupo y Daniel, en el grupo
de diagnóstico al que llamamos del Este de Francia y que hubo de
servirnos, junto con el presente grupo, de documento clínico para
apuntalar el concepto de ilusión grupal (D. Anzieu, 1971, retomado
en Le groupe et l'inconscient, 1975, observación n.° 2, págs. 170- 176).
La tradición judeo-cristiana (Nicolas es, verosímilmente, judío, y
Daniel se presenta como católico militante) sirve de vehículo a
cierta concepción de las relaciones en el seno de los grupos, cuyo
estudio sistemático prepara René Kaës y algunos de cuyos rasgos se
pueden puntualizar: mito de una inocencia paradisíaca originaria y
perdida, ambición de igualar al Todopoderoso con empresas
finalmente socavadas por las malas comunicaciones y la incom-
prensión entre los humanos, búsqueda de una alianza electiva con

96
Dios y promesa de un mesías, inspiración por el espíritu de un
mensaje con vocación universal. Los dos primeros rasgos (Paraíso
perdido y Babel) son comunes a las creencias judías y cristianas. El
tercero (la Alianza) es específicamente judío. El cuarto (Pentecostés)
es únicamente cristiano. A ello se oponen en la Europa occidental
otras dos tradiciones: la celta y la germánica, a menudo confundidas
y que son objeto de un reciente resurgimiento de su estudio; signan a
la primera la igualdad del hombre y la mujer, la distinción de tres
clases —nobleza guerrera, druidas y pueblo—, y el arte puesto al
servicio del hombre, no de los dioses; a la segunda, el poder absoluto
del padre sobre la familia, el poder político de la asamblea de los
hombres libres dentro de ia tribu, el rechazo de toda federación o
centralización estatal, y una mitología muy rica en cuyos pormenores
no podemos entrar por ahora. Estas tradiciones se mantienen vivas
en el inconsciente social, y ante las situaciones nuevas y difíciles, en
que la inteligencia ya no basta para decidir acerca de la conducta por
seguir, son ellas quienes proporcionan inconscientemente a los
pueblos y los grupos sus modelos de reacciones y comportamientos.
El deseo —implícito en varios participantes de la presente
temporada— de un grupo autoadministrado (dentro de la tradición
celta-germánica) entra en conflicto con el deseo de Nicolas (dentro de
la tradición judía) de un grupo que trabe alianza con el monitor
todopoderoso. Cada cual lleva a un grupo sus modelos individuales o
sociales inconscientes del grupo, y un grupo particular es un sitio de
confrontación entre representaciones del grupo investidas de diversa
manera por sus miembros.

97
98
QUINTA SESION

Disposición de los participantes en la quinta sesión

[5,2] La sesión comienza con la restitución que efectúan


Antoine, Michel y especialmente Céline de lo ocurrido en el curso
del almuerzo tomado en común y fuera de la presencia del monitor
y los observadores. Por primera vez, y con placer, los par-
ticipantes han sentido que forman parte de un grupo «más
espontáneo», «más cálido», «más familiar» y «coherente» en varios

99
aspectos. La cohesión se lleva a cabo a propósito de los agravios
dirigidos al monitor, «un buen hombre, por lo demás», pero rebatible y
rebatido tocante a su intervención: «A la mesa hemos pasado al
ataque; lo hemos anulado, hemos rebajado al monitor... Las
interpretaciones raras y oscuras que propone no valen nada». Hasta
se ha hablado de prescindir de él, de «eliminarlo», o de «pedirle que se
vaya, dejándole que se lleve el dinero», que tanto irritan sus
intervenciones y su comportamiento glacial y cerrado.
Léonore le reprocha vivamente su intervención en oportunidad
de la sesión precedente [4,10]: «¿Por qué habló en ese momento...? Nos
provocaba, era tendencioso». El monitor interviene para señalar lo que
en esas palabras se expresa en punto a dependencia agresiva para con
él. Y Nicolas, rápidamente, previendo cualquier nuevo ataque por
parte de los demás:
[5,3] «¡Hace dos días que está usted pataleando! (Tole tole: «¡Te
tomas por el monitor!») Estoy muy irritado de ver que no quiere usted
avanzar. Didier trata de esclarecernos; si habla, es para hacernos
avanzar. ¿Acaso sabe usted a dónde va? ¡No! Pues bien, el monitor
nos ha dicho que avanzábamos al tratar oblicuamente los
problemas del grupo. Nadie se ha preguntado qué significa eso:
oblicuo... Didier piensa que no vamos lo bastante rápido, y yo soy de
su opinión».
Léonore (con viveza): No he comprendido del todo su intervención
de esta mañana, para hablar de ese momento. Me pregunto qué tenía
de provechoso su interpretación y en qué nos hace avanzar. A decir
verdad, hable o no, eso apenas tiene importancia. Hasta allí, el
monitor fue inexistente para mí.
Philippe: Sin embargo, podríamos preguntarnos qué quiere ha-
cernos decir el monitor. Si habla, es porque tiene un proyecto sobre lo
que ocurre y sobre lo que quiere que descubramos.
Rémi: El monitor nos repite que el problema del dinero es
importante, que el dinero es el símbolo de la dependencia que
sufrimos respecto de él. ¡Pero también podría ser lo inverso!
Alguien: La privación de un día de licencia es más desagradable
que el dinero.
Otro (u otra): Son los gastos de hotel, sobre todo, los incómodos...
Risas. Barullo.
—Es cierto, también él tiene un problema con el dinero. ¡Des-
pués de todo, lo recibe!
—Depende de nosotros y tal vez es susceptible de nuestras
críticas.

100
Rémi: En el fondo, es un verdadero potlatch: intercambiamos
nuestras dependencias por regalos...
[5,4] Esta idea parece proporcionarles a los participantes una
viva satisfacción con cierto tinte de molestia («Sí... es eso...
¡Oh, no!, al fin y al cabo es la misma cosa»),
Roger: Por lo que a mí concierne, la partida de Didier me
dejaría indiferente. Me sentiría mejor si él no hubiese intervenido
esta mañana.
Agnès: ¡Sí, pero ahora, cuando estamos todos juntos, es una
hermosa reacción de grupo! Al menos hay que reconocer que el
ambiente ha cambiado.
Marcel: Tampoco yo he quedado muy satisfecho de !a
intervención del monitor. Había un desajuste entre su
interpretación y lo que habíamos vivido en el grupo. No adhiero a
su interpretación de que hemos tratado de manera metafórica
algunos problemas del grupo.
Roger. Su intervención es cosa que quería decir: «Ocupáos un
poco en mí». ¡Está tan solo...!
Varios: Sí, no era muy pertinente.
Roger: Dice cosas deliberadas para hacernos entrar en su teo-
ría, para forzarnos.
Philippe: Una actitud interpretativa que no nos parece muy
evidente..., a menos que quiera obligarnos a precisar su actitud
para con él.
Alguien: ...no lo sabe todo. ¡No hay que exagerar...!
Otro: Pero se le dicen cosas desagradables.
Antoine: Ya no sé dónde estamos..., quién es dependiente de
quién.
Uno y luego varios: ¿Y si se lo preguntáramos? No hay que ser
tímido... ¡Vaya!, ¿lo hacemos? No habrá de respondernos...
Probemos.
Sigue una discusión general, bastante tensa y confusa, en la
que se pregunta sobre el hecho de saber si se va a requerir la
opinión del monitor sobre este asunto. Las posiciones están divi-
didas, y luego todos, excepto Marcel, que desea vivamente que se
prescinda de la opinión del monitor, se ponen de acuerdo. Roger
formula la pregunta al monitor: «Es posible que hayamos hecho
una falsa interpretación de lo que has dicho. Entonces, te pregunto,
en nombre de todos, si podemos pedirte tu opinión y si quieres
retomar tu mal comprendida intervención... (Dirigiéndose a los
otros:) ¿Está bien así?».

101
El monitor acepta responder; lo hace con un tono apacible, que
contrasta con el aumento de la tensión en el grupo.
[5,5] Didier-, Se ha tratado, esencialmente, de dos cosas: del
dinero y de mi papel, que ha sido puesto en tela de juicio. Con res-
pecto al dinero, yo tenía la sensación de que una parte del grupo se
había desprendido de la discusión, que se buscaba otra cosa. Al
intervenir, llevaba yo el sentido de esa búsqueda: la ambigua
relación con respecto al dinero podía afectar aquí nuestras rela-
ciones. Esto es lo que quise señalar, para que esas relaciones se
pudieran elucidar. De la misma manera, cuando Philippe hablaba de
los psicólogos y del psicoanalista que cambiaban de papel, de los
psicólogos ante los cuales él se encuentra atado de manos y de los
cuales se lo espera todo, como de Dios, era un asunto de grupo y no
sólo de Philippe. En otros términos, ¿no hay aquí quienes temen
estar atados de manos, como frente a Dios, como ante las Tablas de
la Ley, por las reglas? ¿No se espera, pues, un oráculo?
Indirectamente, había una evocación de la situación de dependencia:
«Se hace lo que se puede», y: «¿Qué se puede hacer?», bajo la mirada
del gran jefe... El rechazo de la dependencia expresa, además, el
vínculo de dependencia. Se puede decir que la dependencia
preexistía a la situación actual; existía antes de que el grupo se
reuniera. A decir verdad, ya había en la mayoría de los
participantes un conocimiento del monitor que hacía que, en cierto
modo, el grupo ya existiera... ¿Oblicuamente? He aquí un ejemplo:
cuando se ha tratado de los problemas planteados por el hecho de ir
a hallar un colega psicólogo o médico, he formulado la hipótesis de
que se trataba de esto: ¿no estaremos aquí todos enfermos? ¿No
seré yo el médico-psicólogo encargado de cuidar de vosotros? O bien
quizá se teme que os ataque y os cause daño, en lugar de
prodigaros cuidados. Mi intervención significaba que tal vez era
posible discutir de ello con claridad antes que oblicuamente, por
medio de la metáfora... Por supuesto que esto no es un reproche por
la manera en que se puede hablar en este grupo. Resulta normal que
se hable con metáforas; donde ya no se habla más que con metáforas
se niega a hablar con claridad, porque la metáfora no es suficiente
para decir lo que hay que decir, y porque es indudablemente
importante 'hablar claro. Lo que se disfraza y oculta... no es fácil
hablar claro de sus deseos y sus temores, como por ejemplo de la
ambivalencia con respecto a mí. Os habéis planteado, por ejemplo,
este problema: ¿qué hacer con el monitor? Pienso que en este punto
se titubea entre dos actitudes: o bien se hace de él un gran jefe,

102
un superprofe, un Dios, y entonces se intenta balbucir delante de él,
que posee la verdad, o bien se le niega como profe, como gran jefe, y
hasta se llega a darle pasta para que se marche... Pero sabido es que
no resulta cómodo considerar esto. Tampoco es cómodo ser monitor...
[5,7]...Querría, para terminar, aportar algunas precisiones
acerca de mi papel. También a este respecto hay un machaqueo en
hacer de mí un ser todopoderoso. Soy un participante como los
demás, en el sentido de que vivo aquí, como todos, la pasión y el
fastidio. Lo que ocurre y lo que se dice me incumbe. Trato de
comprender y de hacer algo. Estoy en situación... en situación
psicológica. Sólo puedo comprender con la ayuda de los demás, y no
es privilegio del monitor captar la psicología de los grupos. Los
monitores también echan el ojo y son más o menos aptos para in-
tercambiar lo que comprenden. Sin embargo, no soy del todo seme-
jante a la mayoría de los participantes. He llevado, y esto es una
realidad, muchos grupos de diagnóstico; he vivido diversas expe-
riencias de grupo; tengo ideas sobre ciertos asuntos, y teorías sobre
los grupos, y estas ideas y teorías, así como también mi experiencia,
me guían en lo que observo. Es posible asimismo que aporten
distorsión... Es posible. Un miembro del grupo: eso es lo que soy; no
tengo ningún poder, pero estoy a disposición del grupo, si mi
experiencia puede serviros... Y lo que digo no es palabra de
Evangelio. Yo vendría a ser más bien un experto: con un experto, el
problema consiste en saber cómo utilizarlo sin dejar de conservar su
libertad de funcionamiento y decisión. El problema del grupo es, a
este propósito, cómo utilizarme...
[5,8] Durante esta larguísima intervención me parece que los
participantes se aflojan. Lo que dice el monitor es escuchado en el
mayor silencio, que se prolonga durante diez minutos. Luego:
Léonore: Ahora que Didier ha hablado lo encuentro más sim-
pático; es más humano. Se diría que se ha humanizado. Lo que ha
dicho me ha satisfecho mucho. Lo acepto más fácilmente que si fuese
el gran jefe o el oráculo: es falible, como todo el mundo. Estoy
contenta. Ahora se ha integrado al grupo.
Antoine y Roger no parecen tan satisfechos. Se preguntan,
ambos a una, por qué el monitor, a despecho de todo lo que acaba
de decir, no participa, por qué no interviene en el grupo. Agnès
sugiere que «tal vez se enchincha». Entonces Antoine observa:
«Siempre se habla de él en tercera persona. Él hace esto, él piensa
tal vez estotro... Nunca nos dirigimos directamente a él (aproba-
ciones). Mejor haríamos en dirigirnos a él hablándole como a un

103
ser humano..., ¡caramba! (Silencio.) Realmente, lo hemos condenado a
seguir siendo un Otro, con una gran O... Nosotros mismos lo hemos
constituido en Otro (aprobaciones).
Roger: ¡Es clásico! ¡Lo que queremos es un padre todopoderoso...
o no!
Alguien: Claro que es eso... Y temible. Tenemos miedo de él.
Marcel: ¡Aquí no queremos padre!
Philippe: ¿Qué tendríamos que hacer con él?
Antoine: Me pregunto por qué no ha tomado más la palabra...
Didier, pido disculpas: ¿por qué no has tomado la palabra más a
menudo?
Didier: No la he tomado menos que otros. La he tomado cuando
tenía algo que decir, sobre la marcha. Pero cada vez que he dicho
algo que yo juzgaba esencial, ha caído en vacío. ¡No ha parecido
excesivamente favorable a la conservación!
Antoine, Roger y otros: ¡Pero si no has hecho más que reír...! Y
por lo demás era una risa calculada... (Algarabía, risas, aproba-
ciones).
Didier: ¡Si ya no puedo reír!
Roger: ¡No! ¡La regla es que se participe verbalmente! ¡Tú
mismo lo has dicho!
[5,9] Silencio de casi dos minutos, interrumpido por Nicolas,
quien señala que se le busca pleito al monitor, que se tiene miedo de
él, que no es un padre todopoderoso, por mucho que se diga, un padre
al que se haya establecido en Otro, y que sigue en pie el hecho de que
los participantes no están dispuestos a aceptar lo que él ha dicho.
Antoine declara que todavía ahora no está dispuesto a aceptar lo que
dice el monitor.
Roger y Rémi, y luego Antoine, Philippe y Marguerite, atacan
entonces vivamente a Nicolas: «Desde el principio te comportas como
el monitor; quieres ser su doble. Constantemente interpretas. No
juegas el juego... Intervienes como un pedagogo. También tú tienes
un proyecto sobre lo que debe ser el grupo. Sin embargo, afuera eres
diferente de lo que eres aquí. Aquí te repliegas sobre ti mismo, sobre
tus notas y tu cuaderno. Te vuelves hacia ti mismo y tus notas...
Propongo votar para saber si vamos a confiscarte tu cuaderno».
Algarabía. Se perfila un movimiento de protesta, y en seguida
de acuerdo, y de pronto Marguerite, que se encuentra al lado de
Nicolas, coge el cuaderno, lo cierra y lo arroja al medio de la mesa.
Algarabía, risas, ruidos: «...castración, no, a pesar de todo,
eso no... sí, sí... lo aprenderá...». Alguien sugiere que, puesto

104
que se ha creído comprender que Nicolas ha conocido en otro
tiempo al monitor, y puesto que Nicolas es aquí el doble del mo-
nitor, «¡que Nicolas y Didier se expliquen!» [5,10], que hagan
públicas sus anteriores relaciones. Unanimidad a este respecto, in-
cluyendo al monitor: «Es una buena sugerencia —dice—; sin duda
ha habido relaciones anteriores que no se pueden decir ni con-
fesar...». Nicolas: «Pues bien, está bien, pongo manos a la obra...».
Y cuenta entonces esta historia, que tiempo atrás hubo de oírla de
boca misma del monitor, de quien fue alumno en un grupo de
trabajo:
Nicolas: Un pastor que se pasea por el bosque tropieza con un
ahorcado, al que reanima y regala una Biblia, línea de una con-
ducta nueva para aquel pobre infeliz. En el curso de otro paseo, el
mismo pastor encuentra a su antiguo «ahorcado» pescando en una
laguna: «Explicadme —pide al pastor— el estado de gracia en que
me encuentro gracias a vos». Y el pastor respondió que todo está
contenido en este precepto: «Después de haber pecado,
arrepiéntete».
[5,11] La historia de Nicolas es escuchada con un placer y un
interés manifiestos: «¿Y entonces?», pregunta Roger.
Antoine (respondiendo en lugar de Nicolas, desconcertado): ¿Sólo
eso has hecho con Didier?
Risas prolongadas.
Philippe y Marguerite (al mismo tiempo): ¿Tal vez tiene des-
falleciente la memoria...?
Risas, en medio de las cuales Michel (que no ha dejado de
mirarme durante toda la sesión, aún más que esta mañana, y que
me parece que busca una complicidad con Didier y conmigo, pues
ambos lo conocemos, en efecto) lanza, como si no hubiera oído el
prólogo de la historia de Nicolas: «¿Eras estudiante de él?».
Nicolas: Participaba en su seminario... También lo conocía por
el hecho de haber considerado emprender con él un análisis. Para
mí era muy prestigioso como analista... ¡y no cobraba muy caro!
(Risas; «¿Ah sí?».) Mi ambición era llegar a ser como él, ser de
alguna manera su hijo... Siempre he deseado seguir sus huellas.
Después me fui de la ciudad donde lo conocí y me hice
psicoanalizar por X.
X. fue también el analista de Léonore, pero este hecho, ya
señalado por Léonore, no se verá destacado.
Agnès: En suma, ¿tratas de identificarte con él?
Philippe: Sí, actúas como si fueras compadre suyo...

105
Léonore: ¡Parece (por Nicolas) muy contento de que hablemos de
él!.
Nicolas, manifiestamente muy irritado por tales asaltos y agre-
sivos cuestionamientos, y que hasta entonces se había afanado por
mantener en su elocución un habla calma y precisa, con una pizca de
nostalgia, grita: «¡No, no soy un compadre! También yo soy monitor
fuera de aquí. No quiero ser el líder; no lo quiero aquí...
Habitualmente soy líder, pero no aquí». Luego exclama: «Me irritan
vuestras actitudes. Querría trataros de coños, pero no puedo». Nicolas
parece muy afectado, dolorido, abatido.
Rémi (continuando): En tu casa (es decir, donde Nicolas trabaja)
has desempeñado un papel de líder, pero lo has asumido
defectuosamente..., pontificando. ¡Aquí tienes que ir hasta el fondo!
(Un momento de silencio; estupefacción [5,12]; en seguida, zumbón:)
¡Quieres liderazgo por la vía oblicua!
Risas breves e incómodas, tímidas protestas, también incómodas
aunque pretenden ser tranquilizadoras: «En los grupos de diagnóstico
es normal que haya conflictos para ocupar el lugar del padre, para ser
el jefe. También es normal la agresividad; eso la hace salir...» (Céline,
Agnès y Michel.) Tras un lapso de silencio (que me parece muy largo),
dice Roger: «Creo que en el fondo de mí mismo aborrezco a Didier,
aborrezco su posición de monitor. Es confuso esto que siento...»
(silencio). «También yo he sido alumno suyo. Seguía los cursos de X., y
Didier era su ayudante. Lo que él hacía estaba bien, pero yo lo veía
muy dependiente de X. En el fondo me pregunto, tal vez, si no voy a
ser dependiente de un muchacho dependiente... («Entonces se pone
complicado esto», dice alguien.) En T... uno no podía tener contactos
con los profes. Estábamos ahogados en la masa.»
Intercambios sobre el anonimato en la relación pedagógica.
Rémi: Yo también he sido alumno de Didier cuando estudiaba
psicología social, técnicas psicosociológicas. Me pregunto si no habré
sufrido su influencia... aunque tampoco yo he tenido contacto con él;
era un poco anónimo.
Antoine: Conozco a Didier por lo que ha escrito; no he seguido
sus cursos. No estoy a la misma distancia que si hubiese seguido sus
cursos magistrales.
Otros (Marguerite, Philippe, Agnès) dicen que conocen al moni-
tor por su reputación, por su notoriedad, por sus «importantes
publicaciones».
[5,13] Léonore: Yo no puedo decir nada del monitor; no lo
conocía antes de llegar aquí. No había oído hablar de él. Me

106
pregunto por qué lo había yo deshuesado... Quiero decir... no sé; estaba
como ausente para mí. (A Didier:) Cuando hablabas yo no te atendía.
Era como si te ignorase.
Alguien: ¿Didier psicoanalista es el que te molesta, al que atacas?.
Léonore: No lo había catalogado como tal.
Rémi: ¿Quieres decir que te negabas a escucharlo?
Léonore: Sí... tal vez. ¿Por qué?
Antoine: ¿No sería Didier para ti un posible competidor para la
dirección del grupo? ¿No has hecho una experiencia de este tipo, donde
eras monitora, con las asistentes sociales y otros grupos?
Michel (quien, como Marcel, Josette y Céline, nada ha dicho desde
el ataque contra Nicolas y el comienzo de la evocación de las anteriores
relaciones con el monitor y que continúa mirándome con insistencia): En
suma, ¿te comportarías como Nicolas...?
Léonore, poco convencida, admite la hipótesis de que «su ex-
periencia de los grupos ha podido influir en su actitud aquí», pero
responde a Michel sólo con un movimiento de sorpresa en silencio. Agnès
declara que todo lo que se ha dicho en este momento le parece muy poco
interesante: ha apreciado sobremanera que Léonore «hable
espontáneamente, forme ambiente y sea tan receptiva». Marcel y Josette
la aprueban. Marguerite ha sentido que Léonore juega al ama de casa
junto a Didier, quien le parece desempeñar el papel paternal. Entonces
Roger pregunta al monitor si ha sentido «a Léonore como una
competidora».
[5,14] Didier: No, no he sentido a nadie como competidor. Por el
contrario, he sentido algo entre Léonore y el grupo... Me parece que
algunos la han puesto por delante para que arrastre al grupo. De buena
gana formularía yo la hipótesis de que, frente a la carencia de un poder
varonil en el grupo, se ha suscitado a Léonore como madre de éste, como
buena madre del grupo... en cambio de la flaqueza del monitor como
padre.
La sesión se cierra con el reconocimiento de que se acaba de
efectuar un descubrimiento: «Además de los estatutos y los roles sociales
o económicos —dice Rémi—, hay roles imaginarios». Éstos han sido
dentro del grupo, dice, más importantes para todos que el papel de
psicólogo, el de psiquiatra, el de docente. La mayoría de los participantes
se declaran satisfechos con esta sesión; por primera vez les parece que la
sesión termina demasiado pronto: «Deberíamos prolongarla, y tanto peor
para el horario». El monitor se levanta y lo siguen algunos otros; luego,
todo el grupo.
[5,15] En la pausa discutimos para resumir los grandes mo-

107
mentos de la sesión: satisfacción de los participantes por haberse
encontrado juntos a la hora de comer sin el monitor, por haberse
sentido grupo, deseo de eliminar al monitor, pero también de hacerlo
dependiente por el dinero y las críticas; pedido de elucidación,
comprendida como abandono, del regreso imaginario del grupo al
monitor; imagen del padre perfecto, o encerrado en sí mismo y cruel.
Pensamos que esta relación se elucida, que el grupo puede ser por sí
solo y centrarse él mismo como grupo. Expresamos nuestra
satisfacción por esta sesión, lo que queda también atestiguado por las
notas de evaluación, muy altas. Hablamos poco y nada de Nicolas,
excepto para encontrar muy divertida su «historia» del pastor, sin
analizar las posiciones de los dos actores con respecto al monitor y al
grupo. No llego a decir a Didier que su intervención me ha parecido
un tanto demasiado larga, no obstante haberlo anotado en el curso de
la sesión al margen de mi hoja de observación: pretende ser
tranquilizador y acaso también él es dependiente. Mi propia
dependencia me lo impide. Uno de nosotros da con este título para la
sesión: «Tener o no tener», a causa del cuaderno robado a Nicolas,
cuya aventura nos fastidia, nos irrita y nos lo hace, pese a todo,
simpático. Pero no analizamos lo que experimentamos respecto de él,
ni nuestras propias relaciones. Me siento muy cansado.

COMENTARIO SOBRE LA QUINTA SESIÓN (RK)

a) La sesión adquiere importancia debido a la reunión de los


participantes en el equipo de interpretación durante la comida y en
razón de la energía agresiva movilizada en el curso de la sesión
anterior. Los participantes han hallado placer en sentirse en un
grupo cohesivo. La comida ha consolidado la satisfacción oral del
grupo reunido. Los participantes han podido expresar en un
acuerdo unánime, al encontrarse juntos ante otra mesa (la de
comer), su insatisfacción respecto del monitor, y agredirlo y echarlo
fuera. Pueden considerar su eliminación (es el deseo que
expresan sin dejar de entregarle su retribución [5,2], que es la
compensación anal que le conceden). El ataque (incorporación oral,
rechazo anal) permite la constitución de una red fantasmática
común en la que queda cogido el monitor («Yo soy un participante
como los demás» [5,7]; «Es un verdadero potlach: intercambiamos
nuestras dependencias por regalos» [5,3]). Con su intervención
[5,3], Nicolas se propone como blanco destinado a salvaguardar una

108
imagen paterna buena, de la que necesita después que el monitor
«rebajado», y cuyas intervenciones «no valen nada», ha sido depre-
ciado. De paso advertimos que esa depreciación llena una función
defensiva frente a la culpabilidad ligada a su agresión. Léonore
cierra este acceso al monitor, pues excluye uno de los términos del
compromiso con el que los participantes tendrían que transigir.
Philippe y Rémi señalan que el monitor es parte integrante de la
elaboración de ese compromiso, y trastruecan el vínculo de
dependencia con respecto a él. Dos partidos se disputan, así, el
grupo en el espíritu de los participantes: el monitór y Léonore. El
grupo es aquí el niño que aún se revuelve entre el deseo de los dos
padres.
La alteración consiste en el hecho de que los participantes ad-
hieren a la proposición de Léonore y oyen que su fantasma elimina
al monitor. Soñado en el fantasma del grupo, el monitor no puede
intervenir como tercero con la interpretación. Entonces se conso-
lida la posición ideológica en el curso de una nueva etapa, que
consiste en incluir, neutralizándola, toda tercera referencia en el
discurso del grupo. En efecto, el monitor es a la vez el tercio
excluso, mantenido a distancia («Sólo se habla de él en tercera
persona»), y el objeto por incluir para controlarlo. Ese modo de
defensa revela ser, en rigor, muy angustiante, ya que a la inclusión
se la experimenta en la persecución, y porque suscita la proyección
sobre el objeto internalizado, pero no asimilado («Dice cosas
deliberadas para hacernos entrar en su teoría» [5,4]).
El monitor reacciona a esa situación con una triple
Renégación: la de su posición tercia, la del liderazgo y la del saber.
Es de señalar que en lo real el monitor va a pronunciar esa misma
tarde una conferencia sobre lo imaginario en los grupos: el grupo se
vuelve aquí síntoma para el docente-terapeuta, cuyo poder, a su
vez, se niega. Este conjunto de negaciones sucesivas y correspon-
dientes define la posición protectora y de resistencia de los líderes,
la de Nicolas, sobre todo, quien, como doble del monitor, retoma
por su cuenta la Renégación del monitor: «No quiero ser líder; no lo
quiero aquí... Habitualmente soy líder, pero no aquí...» [5,11],

b) Regresemos a la exclusión del monitor. No se trata sólo de un


fantasma de exclusión. Este fantasma se «realiza» primeramente
en el almuerzo y luego en la acción contra Nicolas. La satisfac-
ción real del deseo entraña el sentimiento de culpabilidad, el temor
a la retorsión y una medida defensiva típica de la omnipotencia

109
infantil que se apuntala con la relación con la madre: se fantasea que
es el monitor quien depende del grupo. Es un trastrueque defensivo
contra el temor de ser penetrado por el pene anal del monitor: se lo
castiga agrediéndolo en su potencia, esto es, en el dinero que él
solicita y que se le concede. El fantasma según el cual el monitor
depende del grupo apunta, además, a su reintegración dentro del
grupo, pero como prisionero cuya cazcarria se espera. La satisfacción
de los participantes es conservarlo en el grupo y disponer de él según
su infantil deseo de omnipotencia.
El acuerdo común para pedirle al monitor que tenga a bien
retomar y precisar su intervención, «mal comprendida» [5,4], es una
manera de trastrocar la relación de dependencia. Para los par-
ticipantes se trata más bien de verificar su propio poder oyendo
hablar al monitor antes que escucharlo interpretándolo. Por eso, sin
duda, de lo que él diga sólo se retendrá aquello que lleva el sentido de
las resistencias mayores: mientras que la intervención del monitor
recae sobre los conflictos defensivos que se expresan a través del
lenguaje metafórico y metonímico de los participantes, sobre la
ambivalencia de éstos para con él, sobre su pedido de cuidados y su
miedo de que se los ataque, y sobre su machaqueo en hacer de él un
ser todopoderoso, aun cuando sea un participante que, como
cualquiera de los demás, vive y experimenta emociones [5,7], de esa
intervención no se oye más que el «no soy semejante a vosotros». El
problema de saber en qué difiere el monitor y en qué estriba la
omnipotencia destructora que se le endilga queda, de allí, soslayado.
No se emprende el análisis de las resistencias. El llamado a Léonore
y la agresión a Nicolas muestran que todavía se trata de neutralizar
al monitor por temor de ser destruidos-cambiados, en la medida en
que la destructividad de cada cual ha sido proyectada sobre él, pero
no reconocida aún.
Desde luego, la intervención del monitor les permite a algunos
percibir el interés de inmovilizar al monitor en una posición de
radical diferencia [5,8]. Pero Léonore, al declarar que ahora siente al
monitor como más «humanizado» y que la intervención de éste la ha
satisfecho, neutraliza ese comienzo de reconocimiento y, con ello, la
interpretación del monitor. Nada, por consiguiente, se deslinda
todavía dentro de lo que moviliza al sistema defensivo del grupo.

c) La intervención del monitor ha sido comprendida de la


misma manera en que se la aguardaba: como proveniente de un

110
padre siempre tan temible. «Aquí no queremos padre», dicen Marcel y
Philippe [5,8], y de ahí, pues, el llamado a Léonore, y de ahí, también,
la transferencia de la carga agresiva y mortífera sobre Nicolas [5,9], a
quien se le intima para que se explique acerca de sus relaciones con
el monitor [5,10], Nicolas pone «manos a la obra» [5,10] y narra la
historia del pastor y el ahorcado. Esta historia (que proviene del
monitor) sugiere una imagen aparentemente salvadora: la del «buen»
pastor. La imagen del pastor- monitor sustituye a la del padre
idealizado de la sesión precedente (Dios Padre Todopoderoso). Parece,
pues, que hay en ello una tentativa de constituir una imagen más
ambivalente, lo que queda confirmado por la historia: si el pastor
regala una Biblia (por lo demás, los escritos del monitor tienen una
referencia al respecto), propone una salvación que hasta entonces
sólo Léonore podía proponer. Pero a esa salvación se asocia la
dimensión de la falta (el pecado) y de la culpabilidad (arrepiéntete-
recuélgate), que anuncia el castigo posible. Sin embargo, no se
retiene lo que el juego de palabras revela en materia de temores con
respecto al sadismo del pastor. Nicolas soporta, una vez más, sus
gastos. Invoca y refuerza la proyección, la transferencia negativa y la
escisión, por lo mismo que Léonore se ve respaldada por la naciente
ambivalencia para con ella y porque ni la posición ni el papel sim-
bólicos del monitor se hallan en condiciones de ser señalados e
integrados por los participantes; la razón de esto consiste, sin duda,
en que esa posición y ese papel no se asumen en la interpretación que
da el monitor: no se elabora la transferencia negativa, y distinguimos
su causa en el hecho de que la contratransferencia y la
intertransferencia del conjunto monitor-observador no son, por su
parte, analizadas. Nicolas es otra faz de la imagen paterna,
explorada en el curso de esta sesión: guarda para sí sus obser-
vaciones en su cuaderno; es aquel sobre quien recae el rechazo y la
castración.
Léonore puede, pues, continuar funcionando como imagen de
la madre omnipotente. Mientras que varios varones exploran sus
relaciones anteriores y actuales con el monitor [5,12] y dan a
saber su nostalgia de una relación anónima, Léonore se desprende
de un vínculo y hasta de una atención cualquiera para con
él, llegando hasta a ignorarlo [5,13] y ser sorda a sus palabras;
esto, en el momento mismo en que le significa su integración, según
sus propios criterios, al grupo. Esta actitud de Léonore y su «ol-


En francés, repen(d)s-toi. (N. del T.)

111
vido» del monitor 'han de ser destacadas e interpretadas por algunos
participantes, sobre todo por Antoine [5,13]; se expresa la idea de que
Léonore podría tener miras sobre la dirección del grupo, como lo
indican sus anteriores experiencias (cf. la primera sesión). Entonces
interviene el monitor [5,14] para señalar que, «en ausencia de un
poder varonil» en el grupo, Léonore ha sido suscitada por los
participantes como madre del grupo, y como madre «buena». Esta
intervención sobre la ausencia del poder varonil parece que es posible
comprenderla (retroactivamente) con respecto a la
contratransferencia del monitor. Es una especie de denegación —que
renueva el «soy como vosotros»— de tener el poder o de ser visto como
si lo tuviera; es una manera de abstraerse de la situación, como si el
monitor estuviese completamente al margen. ¿Cómo informar acerca
de esa actitud para comprender sus efectos en la elaboración del
proceso ideológico, especialmente? ¿Se trata de una reliquia de la
conducta psicosociológica de los grupos, según la cual el «grupo» posee
el «poder» y el monitor no es nada, apenas un catalizador? Al parecer,
más bien se trata de una dimensión específica de la
contratransferencia de todo monitor en el grupo: «hacer grupo» es un
buen medio de defensa y reaseguro contra el miedo suscitado por los
grupos en general, como lo ha señalado A. Béjarano. En este caso se
trata del temor que suscita en el monitor la transferencia negativa;
es un temor al que únicamente supera el trabajo del análisis
intertransferencial en el equipo intérprete. El monitor teme la
transferencia negativa tal cual el grupo-madre fálico teme el rechazo,
hasta negar que uno es varón para no provocar la envidia de la
madre, sin dejar de ponerse en la posición de ser su instrumento: no
tomar el poder, no manifestarlo, dejar que se juegue con él y
atacarlo, negarlo; en este rechazo se expresa también el temor de ser
destruido. Y esta presencia-ausencia («No soy; por tanto, no podéis
destruirme») es percibida como abandono por los participantes, que
evocan el anonimato. De ello se sigue un fortalecimiento de las
angustias abandónicas-persecutivas, las que culminan en la actitud
psicosociológica del «dejar hacer». La interpretación dada por el
monitor de la posición de Léonore, madre buena suscitada por el
grupo, no vincula los llamamientos que se le dirigen con el temor de
los participantes frente al padre presente y temido, y no ausente.
La resistencia a la que se convoca a la madre buena se organiza
en contra del monitor y en contra del temor de ser destruido
(por proyección) y del temor de sufrir la retorsión. Consiguiente-
mente, el llamado a Léonore define uno de los niveles de la re-

112
gresión: el refugio en la relación dual por temor al tercero destructor.
d) El alivio consecutivo a la intervención del monitor [5,8; 5,14]
corresponde, sin duda, a movimientos contradictorios: por un lado,
parte de las angustias imaginarias se ha podido verbalizar y
descargar en la catarsis; por otro, a la ausencia de «poder varonil» se
la siente como una declaración de no intervención y, sobre todo, de no
violencia. Por tanto, la posición de Léonore queda reforzada, ya que
su rivalidad, que algunos participantes experimentan, no es señala
en la interpretación: un poder femenil es, en consecuencia, posible11.
A esos motivos de alivio vienen a sumarse los que proceden de los
triunfos precedentemente obtenidos en el curso del almuerzo (fusión
contra el monitor, incentivo de defensa maníaca, acuerdo para el
sacrificio) y en el del sacrificio de Nicolas; a éste se lo sacrifica en
efigie y se lo toma en burla, en lugar del monitor, según la pertinente
oposición Rey-Bufón. Recordemos que a Nicolas se lo toma aparte
[5,9], inmediatamente después de la extensa interpretación dada por
el monitor, la que satisface a Léonore. Y su satisfacción proviene, en
gran parte, de la posición de objeto cabal que ocupa ésta, en lugar del
padre, el hijo y la madre.
El hecho de que se le arranque el cuaderno (su tesoro, en el que
Nicolas consigna y conserva sus observaciones) no deja de tener
significación en la transferencia sobre el monitor: es un eco, un eco
obrado por Marguerite, de la enucleación del monitor por Léonore
[5,13]; a Nicolas se lo advierte como si retuviera, poseyera y soltara
sus observaciones, como si hablara mucho de dinero. Es un
«enmierdador» y debe, tal cual el segundo del navio de que
habla Elliott Jaques, embalar la mierda. El cuaderno es para
Nicolas el signo de su identificación con el monitor sádico; para
los participantes representa lo que debe ser atacado/atacante. La

11
El trabajo de A. Béjarano (1972) sobre Résistance et transferí dans les groupes
permite precisar la diferencia en la interpretación y los efectos de deslinde entre
un análisis centrado en los contenidos fantasmáticos e imaginarios y un análisis
centrado en los roles y las posiciones transferenciales. Los papeles propios de las
instancias (por ejemplo, el de líder) quedan instaurados por partes proyectadas
de cada sujeto singular. Los roles componen la unidad imaginaria que es el
aparato psíquico grupal. El análisis y la interpretación del líder como agente
comisionado por cada cual para luchar contra sus angustias y temores, para
constituir una protección defensiva común, permiten reintroyectar las partes
proyectadas. Esta perspectiva, presentida por Béjarano ya en 1964, aún en 1965
no la habíamos adoptado, no más, al menos, que el trabajo específico del equipo
intérprete: el análisis intertransferencial.

113
castración anal de Nicolas es, de manera equivalente y simbólica, la
del monitor, y lo que confirma la doble ecuación fundamental de esta
sesión —el poder del monitor— es la impotencia de Nicolas; es dinero,
es mierda. La continuación de esta secuencia se centra, precisamente,
en la investigación de las relaciones de «dependencia» entre Nicolas
ahorcado y el monitor-pastor.
Justamente, la historia del ahorcado que cuenta Nicolas tam-
poco deja de tener un efecto euforizante. El juego de palabras
apacigua las pulsiones de muerte y proporciona la prima de placer
enlazada a su verbalización; la ambigüedad que caracteriza para los
participantes a la espera de una salvación por la «gracia» está re-
presentada en una fórmula tragicómica. Advirtamos que la historia,
que no se comenta, propone una referencia religiosa más a la cultura
del grupo.

COMENTARIOS DE DA

Es una sesión particularmente rica en cuanto al grupo y al mo-


nitor. Los participantes constituyen, en el curso de una comida casi
totémica, una fraternidad correlativa de una crítica, de una
eliminación, de un despedazamiento del monitor ausente. Luego, ya
en sesión, y habiéndose reintroducido al monitor como analista y no
ya como padre, infligen a Nicolas el castigo legendariamente
administrado por el Viejo de la horda primitiva a sus rivales y los
hijos impugnadores y usurpadores: la castración... del cuaderno en el
que Nicolas toma notas, como el monitor, como los observadores.
Siempre estamos, pues, en el segundo organizador psíquico
inconsciente del grupo: la prevalecencia, aquí y ahora, de la imago
paterna instaura una fantasmática colectiva del asesinato del padre
(del que ya hemos dado en otra parte un ejemplo: D. Anzieu, Le
groupe et l'inconscient, 1975, págs. 232-242), seguida de un regreso
forzoso de la imago de la madre al pene. Ese vuelco imagoico, latente
en el grupo, se ve activado por -Léonore, quien revela esta vez lo que
había ocultado en la primera sesión: un fantasma individual
inconsciente de reivindicación fálica, y por Marguerite, doble y
adjunta, como ya hemos visto, de Léonore en este aspecto.
Un esclarecimiento muy importante ocupa lugar en condición de
monitor. La transferencia negativa grupal pasa de los actos y los
afectos al discurso colectivo. De pronto, gracias a una decisión
también colectiva, puede oírseme hablar como si interpretase, y no

114
ya tan sólo de la posición en que me dejaba la transferencia. De
pronto, yo mismo puedo hablar de otra manera: no ya inmóvil,
distante, intelectual, defensivo, sino en un tono natural, con un estilo
más libre, con una enunciación más cercana a los destinatarios, más
humana, y también con una excesiva longitud del enunciado. Para
los participantes, en las intervenciones del monitor la enunciación es
más importante que el enunciado; su postura y sus mímicas son más
significativas que sus palabras. Ya hemos aprendido a tenerlo más
en cuenta en la redacción de los protocolos (el presente protocolo se
centra, con unas pocas excepciones, en el texto), en la comprensión de
las reacciones del grupo (el humor de la madre, su contrato corporal,
su mirada, su sonrisa lo son todo para el niño pequeño, y sus
palabras cuentan ante todo como baño), en la preparación de las
actitudes interiores del monitor por el análisis intertransferencial
entre las sesiones.
Volviendo a la quinta sesión, mi intervención sobre la ambi-
valencia con respecto a mí, sobre los intercambios verbales alusivos
en el seno del grupo, sobre mi función de engranador del trabajo
psicoanalítico, y luego un breve diálogo con Antoine acerca de la
parsimonia de mis palabras y de mis excesos de risa, liberan en los
participantes masculinos la posibilidad de poner al fin de relieve las
relaciones anteriores que han mantenido con mi enseñanza, oral o
escrita. Un importante elemento de la prehistoria del grupo queda
elucidado; se reconocen ciertas filiaciones simbólicas conmigo en la
realidad, lo cual permite deslindar la situación grupal presente de la
amenaza de una filiación imaginaria, cosa que en el curso de la
pausa no se extiende, por desgracia, a las relaciones internas del
equipo (dependencia de René Kaës con respecto a mí, escotomización
en sus notas de las diferencias eventuales de los puntos de vista
entre el otro observador y él mismo, y ausencia de críticas de su
parte sobre mi conducción de las operaciones).
En lo que concierne a la broma del pastor y del ahorcado-pe-
cador-arrepentido, yo habría debido restablecer en la sesión (creo
haber hablado de ello a los observadores durante la pausa) la
historia original, a fin de hacer presente en la versión dada por
Nicolas el vuelco del masoquismo en el suicida en sadismo en el
pastor y orientar al grupo hacia el análisis, que no se habría de
realizar, de la proyección de la instancia superyoica: tras haber
salvado al ahorcado y haberle entregado su Biblia, el pastor vuelve
a dar con él a orillas del mismo lago, pero esta vez entregado a la
pesca; se alegra del buen efecto de la lectura sagrada, a lo cual el

115
infeliz obstinado responde haber leído, en efecto: «Después de haber
pecado, arrepiéntete».
Mi última interpretación, sobre la connivencia del grupo y
Léonore para atribuir un poder maternal a ésta, me parece mucho
menos contratransferencial que lo que René Kaës acaba de estimarla
en su comentario. El matiz estriba acaso entre «representar» y
«asumir». Si yo hubiera dado a entender que, como monitor, asumía
un «poder varonil», habría sido más contratransferencial que decir —
cosa que dije, o al menos quise decir— que la función del monitor no
consiste en ejercer un poder (sobreentendido: pero decir la verdad.
Por el contrario, los participantes proyectaban sobre mí sus
representaciones del poder imagoico paterno: lo que el monitor
representa para ellos es un fenómeno grupal inconsciente, que, lejos
de ser negado, tiene que ser reconocido para poder, en seguida,
comprendérselo. Tal vez he sido incompleto o ambiguo en mi
formulación. Pero en todo caso me parece que en esa interpretación
he bosquejado el análisis del liderazgo de Léonore como resistencia,
he remitido a la relación entre el grupo y Léonore lo que varios
preferían ver como una relación de «competencia» entre ella y yo, y he
preparado (sin ser luego suficientemente perseverante en este punto)
un análisis de la interacción fantasmática entre la reivindicación
fálica de Léonore y el deseo, compartido por muchos, de un lazo con el
pecho bueno. En cambio, la rivalidad entre Léonore y Nicolas, en la
medida en que éste fue (o quizá hasta lo es aún) el psicoanalista
mismo en la realidad (y él mismo monitor-psicoanalista aquí), se me
ha escapado: tan discreta había sido su indicación: habría apuntalado
útilmente mi interpretación. También al respecto los intercambios
dentro del grupo han funcionado por el modo de la alusión para
iniciados.

116
SEXTA SESIÓN

Viernes, de 16 y 30 a 18.

[6,1] (Siento cierto fastidio, al comenzar la sesión, en tomar


notas. Se me ha anquilosado la mano; hasta la novena sesión omitiré
destacar la disposición espacial de los participantes. Me resulta
difícil fijar mi atención y señalar a quien habla de lo que fuere. Noto,
sin embargo, que durante los diez o quince minutos iniciales se trata,
una vez más, de yudo, esgrima, lucha libre y del interés comparado
de estos deportes para defenderse en la vida. Luego se habla de la
elección del conjunto, de los anuncios de casamiento del Petit
Chasseur Frangais y de las agencias matrimoniales y las familias
numerosas. La discusión se efectúa, por lo demás, en dúos o tríos.
También se trata de los sacrificios que todos han debido consentir
para venir a esta temporada: el de un período de descanso, además
del dinero, y el de relaciones de amigos, y el de un buen fin de
semana en familia...
[6,2] Antoine: Hace justo un instante se hablaba de la fa-
milia... del grupo familiar. Una de las motivaciones de mi venida
aquí es, justamente, intentar ver más claro en lo que ocurre en mi
grupo familiar. Me gustaría verme tal cual puede sentirme mi hijo.
Algunas veces soy de una agresividad incontrolada para con mi hijo,
que es muy agresivo. No sé por qué sucede esto. Me agradaría
comprender.
Philippe dice que ha sentido como una privación el hecho de
tener que renunciar a su week-end-, había proyectado pasarlo con
su familia, que es numerosa (hablando de sus hijos, «forman sub-
grupos dentro del gran grupo familiar, más o menos como aquí»).
En un grupo tan numeroso prevalecen las relaciones de autoridad,

117
no las relaciones interindividuales. Ha debido organizar a su familia,
diferenciar los roles, distribuir las tareas (algunas son obligatorias,
voluntarias otras) entre sus hijos para ayudar a su esposa y para que
sus hijos lleguen a tener más autonomía. Por ejemplo, el problema
del dinero para los gastos menudos ha sido resuelto de la siguiente
manera: los niños prestan o cumplen servicios domésticos por los
cuales se les retribuye; de este modo se ganan su dinero y son menos
dependientes de sus padres. Esta organización debería tener por
consecuencia «disminuir la dimensión de la autoridad de los padres».
Pero es un asunto todavía poco claro para Philippe, quien se pregunta
si los padres no se inclinan a renunciar a su responsabilidad y su
autoridad. No lo veo muy claro. Está preocupado, además, por «lo que
hace posible, difícil o imposible el diálogo en la familia». Philippe
declara estar interesado por lo que podría suceder en este grupo, a fin
de sentirse mejor esclarecido sobre el funcionamiento de su grupo
familiar, «del grupo natural». Es lo que ha venido a buscar aquí: «un
modelo de acción».
[6,3] Tras un lapso en silencio, Roger pregunta a Léonore si
puede vivir fácilmente una vida familiar a pesar de sus horarios,
recargados y a menudo imprevisibles. Léonore habla con toda so-
briedad de las relaciones familiares difíciles que conoce. Entre
Philippe y Léonore hay un intercambio dialogado acerca de las
dificultades que viven los niños, las que conocen el padre y la madre
y la dificultad de conciliar los roles familiares y profesionales.
Léonore: Soy sensible al problema de los niños, privados por el
trabajo y la ausencia de la madre. ¿Puede un padre ser el ersatz de la
madre?
Marcel: Puedo asegurar que Léonore no le esconde nada al grupo.
Es una buena madre aquí porque siente sobremanera la frustración
que los otros pueden sentir.
Céline: ¿Se busca un padre en el grupo...?
Michel: Es lo que Philippe decía hace un momento: hay un
parentesco entre el grupo y la familia.
Antoine: ¿Vamos hacia el orfanato? ¿Hacia la constitución de una
nueva pareja?
Céline y Michel observan además que se trata, una vez más, del
padre y la madre, y que el clima del grupo es agradable, simpático,
cómodo. Marcel aprueba y se da cuenta de que por fin comienza a
haber comunicación sin negar los problemas, que los silencios son
menos angustiantes.
[6,4] Sigue entonces un largo silencio (entre siete y ocho

118
minutos), al que Michel, irónicamente, interrumpe e interpreta
como contradiciendo el sentimiento que de él tenía Marcel. Toma
la palabra Nicolas para proponer comprender «lo que pasa. Para
hacerlo, necesito rememorar, ya que no tengo mi cuaderno (risas).
Ha habido primeramente agresividad; eso es lo que ha dominado,
sobre todo para conmigo. Luego, cuando se la agotó, nos volvimos
contra el monitor. Ahora ya no hay agresividad ni tensión. Más
bien hay calma. Se ha gratificado mucho a Léonore: es una buena
madre, y todo el mundo está contento».
Céline: Sí, es cierto; ella es quien nos ayuda, y esto nos li-
bera...
Nicolas: Por lo demás, a Léonore le gusta mucho el papel:
nos gratifica en el plano oral. Ella cogió los billetes de las comidas
(«Es cierto», se dice) y nos los distribuyó. También nos gratifica
distribuyendo sonrisas...
Alguien (mujer): Y en este momento nos distribuye bom-
bones.
Un hombre: Es la madre que nos alimenta.
Marcel: No acepto lo que dice Nicolas; es una caricatura. No
pega. Le faltan matices.
Durante unos cuantos minutos, los intercambios entre los
participantes incumben a Léonore, en quien la mayoría reconoce
un principio de armonía, una presencia cálida, una agradable
portavoz de la subjetividad y de la afectividad. Algunos (Roger,
Antoine, Céline) no están del todo de acuerdo con el juicio. Por lo
que a ellos toca, prefieren una expresión objetiva, mesurada e
impersonal.
Antoine: En mi opinión, Léonore ha atraído al grupo más de
lo que lo ha conducido... ¡He ahí un resultado del psicoanálisis!
Entonces los bombones que estaban en circulación le son de -
vueltos a Léonore. En estos intercambios se expresan apenas, o
no toman parte, Marcel, Agnés y Léonore.
[6,5] Interviene el monitor para señalar que, a riesgo de
romper la hermosa armonía del grupo, le parece importante decir
que los participantes intentan a la vez conservar y mantener
esa armonía «devolviendo, por los cumplidos que se le han dirigido
a Léonore, los bombones que ella ha distribuido a todos», y señalar
«diferencias entre ellos a propósito del lugar y el papel de Léonore.
Es un problema que divide, pues sin duda hay en este grupo
dos corrientes: la de los "subjetivistas", representada por Léo-
nore, quien se expresa con subjetividad y solicita que nos expre-

119
semos con arreglo a este modo; ha manifestado su insatisfacción
cuando el grupo ha elegido temas de discusión abstractos, filosóficos,
morales, sociológicos, y la corriente de los que también se implicaban
en la discusión, pero de una manera impersonal y abstracta. Existe
un conflicto entre estas dos corrientes, que al parecer se alternan en
la toma del poder... (silencio). Yo añadiría esto: una de las
dificultades de la comunicación dentro de los grupos es la de que
cada cual desea que los otros se comuniquen en el mismo estilo que a
él le resulta familiar».
Un silencio de algunos minutos sucede a la anterior interven-
ción (por mi parte, estoy sorprendido del fin de ella, que considero
muy «docente». Tengo asimismo la impresión de que el monitor
suaviza, aun cuando dice rendir cuenta de las divisiones. Tengo la
oscura impresión de que su interpretación no ha dado en el blanco,
pero me contentaré con anotar mis impresiones en mi hoja, sin
comunicárselas, bien que hablaré de ellas a mi coobservador).
[6,6] Michel expresa su acuerdo con lo que acaba de decir el
monitor. Piensa que éste ha visto con justeza cuando dice que
Léonore es una buena madre, pero que tal vez sobreestima la di-
mensión de un conflicto de tendencias: «Más bien es una serie de
equilibrios, con los períodos de alternancia». Rémi declara que hay
subjetivistas y subjetivistas: aunque amante de la abstracción, él es,
como Léonore, muy subjetivo». Otros, la mayoría, reducen el alcance
de lo que el monitor ha interpretado: no, no hay conflictos; la
hermosa armonía contra la que parece atentar el monitor «es cosa
sólida». Silencio. Roger y Antoine observan que las dos corrientes
señaladas por el monitor pueden coexistir en la misma persona, que
ahora el grupo progresa menos y que se sienten bastante
desamparados. Marcel estima que «podemos narrar una experiencia
personal de una manera que no sea subjetivista». Michel adhiere a
estos puntos de vista para decir que «ahora, cuando hacemos algo,
estamos tentados de analizar lo que acabamos de hacer, en vez de
seguir adelante...».
Marcel: Y como no vamos a ninguna parte...
Un breve silencio sigue a esta intervención. Luego Léonore,
que hasta entonces sólo se ha expresado con suma moderación,
retoma, para reducirlo, el problema de las diferencias entre el
contenido y las modalidades afectivas de la comunicación: estas
diferencias le parecen, tal y como les parecen a Antoine, Marcel,
Marguerite y Michel, relativamente superficiales. Lo que cuenta
es que todo el mundo esté en el asunto. En seguida solicita que

120
hablen [6,7] las mujeres que guardan silencio (Agnès, Céline y
Marguerite): «¿Por qué Agnès y Céline no hablan? Me parecen
fuera de circuito. Céline observa y no dice nada. Marguerite no dice
gran cosa. ¿Por qué se mantienen fuera del grupo?».
Agnès: Me cuesta mucho estar en grupo mucho tiempo. Desde
esta mañana me siento físicamente exasperada; no sé por qué
tenía ganas de estar en otra parte. A menudo me ocurre en los
grupos no poder integrarme; siento necesidad de aislarme. ¿Tal vez
porque en este momento estoy un poco engripada? Ya no me siento
cómoda esta tarde. He venido al grupo de diagnóstico para
comprender mejor esto...
Marguerite (a Léonore): Me gustaría saber por qué le ha plan-
teado usted este problema a Agnès.
Léonore: Me agrada que todos se expresen, que todos den su
parecer. Quiero que todos estén aquí, presentes y partícipes en una
reunión. Es un rasgo de mi carácter.
Céline: Pero es difícil. Esta mañana me sentía muy a gusto.
También en la primera reunión estaba a gusto, relajada... Luego
me han fastidiado los silencios. He sentido miedo. Pienso que he
sido molesta para el grupo, porque no soy activa. Habitual- mente
intervengo de modo más impulsivo, pero aquí he sentido miedo.
Desconfío... Un temor... Espero que otro exprese mi opinión.
Léonore: ¿Miedo de qué?
Céline: No sé de qué y no sé por qué. Lo que sé es mi difi-
cultad de expresarme delante del grupo (silencio). Tal vez miedo de
ser juzgada, de ser agredida si hablo como de costumbre.
Marguerite: ¿Tal vez también el miedo de no lograrlo, de no
ser aceptada si se habla (sí, sí), de no ser estimada...?
Céline: Sí, algo como eso, el miedo de ser juzgada y rechazada.
Imposibilidad de expresarme con confianza («¿En ti, en los
demás?»)... En mí.
Agnès: Estoy de acuerdo con Céline. En mí, miedo de ser de-
jada por cuenta de...
Antoine: ¿Qué hacer, entonces? No se puede hablar libremen-
te. Inseguridad... Desconfiar de lo que se dice... como en un salón,
¡si uno hace gestos inconvenientes! Aquí nadie os dice nada... Es
peor.
Céline: Tengo la impresión de que los demás se basan en una
experiencia segura. Yo, yo me borro.
[6,8] Rémi: Para mí, una de las dificultades es la regla del
tuteo. No es fácil...

121
Aprobación de varios, entre ellos Marguerite, Agnès y Josette.
Philippe: Sí, ¿acaso tutearse facilita realmente las cosas? Es
una regla impuesta. ¿Por qué nos la han impuesto? Es artificial.
¿Qué hay bajo esta regla?
Se generaliza la discusión sobre el tuteo: nos tuteamos sólo
cuando llegamos a crear un verdadero grupo fraternal, sin el obs-
táculo de las relaciones y los roles sociales.
Antoine: Uno tutea más fácilmente cuando ataca. Es mi caso...
Roger (al monitor): ¿Te has sentido agredido cuando te han
tuteado?
Didier: Estoy sorprendido de que el grupo haya tomado la re-
gla al pie de la letra. Yo he indicado, y no era siquiera una regla,
que «era preferible el tuteo». Y se le ha convertido en regla, sin
discutir.
Roger: ¡Sí, pero había que ser muy astuto para captar la dife-
rencia !
Philippe: También hay algo molesto, y es restituir lo que se
dice en las interrupciones de la sesión. Es una notable compulsión.
O nos vigilamos en lo que decimos entre las sesiones, o bien no
restituimos...
Alguien: Se han aceptado las reglas sin discutir... Hemos
jugado el juego amablemente.
Otro: Estábamos muy embarazados con nuestra libertad...
Antoine (quien, en oportunidad de la primera sesión, fue uno
de los que propusieron elegir observadores entre los participantes):
¡No hemos tenido iniciativas, pero esto puede cambiar! (risas).
Philippe: Ya que se habla de la restitución, en la pausa se ha
hablado [6,9] de los observadores. Nos hemos preguntado qué hacen.
Marguerite: Tenemos piedad de ellos.
Léonore: Debe de ser penoso estar sin hablar. Se les agrede y
no tienen el derecho de respuesta.
Alguien: Deben hablar entre ellos.
Otro: Escriben mucho, sobre todo René. En cambio, Marc fuma
tranquilamente su pipa.
Roger: Están en formación. Me pregunto si esto les interesa.
Antoine: Se forman a nuestra costa (risas, breve silencio).
Didier: Tengo el sentimiento de que uno de los asuntos abordados
concierne a las compulsiones y la libertad de comunicación en el
grupo. Me gustaría recordar que el grupo está en entera libertad
respecto de cualquier especie de norma de comunicación dentro del
límite de las reglas propuestas.

122
Rémi: Es muy difícil, sin embargo, hablar como uno quiere... De
los observadores, por ejemplo. Tienen un aire de sufrir en forma...
Didier: Sí, parece más difícil hablar de los observadores (silen-
cio)..., hablar de las expectativas y las representaciones con respecto
a ellos (silencio). No estoy seguro de que aquí se haya hablado de
ellos de una manera exhaustiva. Sin duda quedan aún cosas por
decir... (silencio).
Léonore: Yo conozco a uno de ellos. ¡Ya no me dice ni buenos
días!
Michel: Yo conocía al otro. Y es lo mismo. No me saluda.
Nicolas (a Léonore): Tengo la sensación de que tratas de se-
ducir a los monitores (Léonore se encoge de hombros; luego Nicolas
mira a los observadores). Están obligados a componerse una
máscara.
Alguien: Propongo hacer una colecta para los observadores.
Michel: El monitor ha dicho que no habíamos hablado de ellos
de manera exhaustiva. Me pregunto qué hacen.
Didier: Dos cosas: toman notas sobre el desarrollo de las se-
siones; a partir de estas notas redactaremos el informe y los co-
mentarios que habréis de recibir con posterioridad a la temporada.
También tienen como tarea servirme de feed-back y ayudarme a
comprender lo que ocurre. Puedo decir, porque me lo han dicho, que
sienten una gran emoción y hasta que sufren. También tienen por
función recoger las notas de evaluación. No tienen ninguna otra
consigna especial.
Nicolas: De alguna manera funcionan como magnetófonos...
[6,10] Léonore: Y tú, Nicolas, ¿qué anotas? ¿Por qué no haces
que todo el mundo lo aproveche? ¿Se podría saber en dónde
estamos?
Rémi: ¡Continúas comportándote como si fueras algo más que
un miembro del grupo!
Sigue una serie de diatribas contra Nicolas relativas a su actitud
de falso monitor, observador y veedor. Todo lo guarda para sí,
agrede incesantemente, se arroga un lugar excepcional, divide y
compromete la armonía, destruye la igualdad. Léonore, Antoine y
Rémi se cuentan entre quienes le dirigen más golpes. Nicolas
intenta primeramente justificarse, explicar por qué continúa to-
mando notas, a pesar de la reiterada amenaza de impedírselo.
Nicolas: Si tomo notas, es para mí. Anoto lo que me concierne
y lo que puede tener que ver conmigo en lo que se dice en
este grupo. Anoto lo que dicen los demás y que me incumbe, aunque

123
no se trate de mí, y no tengo por qué darle parte al grupo (y lee
entonces algunos extractos de su cuaderno: ha anotado recuerdos de
su infancia de los que no tiene que hablar en voz alta). Ya veis que es
personal. Y además esto también me interesa. Anoto las expresiones
de la gente...
Barahúnda. «¡Eso es masturbación! » «¡Te lo guardas todo para
ti!» «¡No te preocupas por el grupo!.» «¡Te escapas del lío!» «Haces
rancho aparte.» «¿Acaso te preocupa el grupo?» «Tratas de privarnos
de lo que sabes.» «Eso se nos escapa.» «Eres un observador agresivo.»
(No logro identificar quién habla, de tantas invectivas como estallan.)
Breve silencio.
Rémi: ¡Viendo lo que pasa, no me habría gustado ser observa-
dor-secretario como se propuso ayer...!
Risas breves. Silencio.
Roger: Me pregunto cuál es el fondo del problema. En medio de
todos estos gritos no distingo de qué se trata.
Marcel: Me parece que tal vez sea esto: hay la idea de expresar
algo... y nos inhibimos para decirlo. Entonces por lo menos lo in-
tentamos. Es una permanente elección que hay que hacer.
Nicolas: Sí, hay que elegir. Tal vez yo tenga una idea precon-
cebida, pero me implico. Allí donde espero al grupo, a la vuelta de...
(barahúnda, gritos)... al amor de la selva (gritos), que cada cual se
implique profundamente. Tenemos miedo... Yo me he implicado más
que todos vosotros, y tú, Léonore, tú has fingido hacerlo, y también
todos los demás. Yo me he implicado francamente. Cuando he sido
agresivo, era auténtico. He jugado el juego a fondo, pero solo...
Apoyándose en lo que según él ha dicho el monitor a propósito
de los «subjetivos» y los «impersonales», Nicolas bosqueja una galería
de retratos en la que la mayoría «recibe lo suyo», como se le ha dicho
irónicamente. Luego prosigue.
Nicolas: El reproche que se me ha hecho, de no implicarme
porque tomo notas, es completamente erróneo. En realidad, soy el
chivo emisario («¡Sí, sí, la barba del chivo!», se bromea)... el chivo
emisario de este grupo.
[6,11] Nicolas vuelve a insistir en su actitud cooperativa y
devota en bien del grupo. Al estallido de agresividad para con él
sucede un tono cansado y depresivo: «Claro que no, no eres el
chivo emisario... No se comprende nada. Resulta idiota decirse esto.
¿Qué devoción es ésa?». Léonore formula un juicio sobre la actitud
de Nicolas: «Nicolas sería más bien un buen perro de San
Bernardo... En el fondo te defiendes, pero tu defensa se queda

124
en la superficie, en la periferia, como en la historia que nos has
contado».
[6,12] La sesión concluye en un prolongado silencio. Rostros
deshechos, cansados, tensos. Hay suspiros y algunas sonrisas tris-
tes. El sentimiento de que algo muy penoso acaba de producirse se
pone de manifiesto por el aislamiento en que se acantona cada cual.
Se rechaza el cigarrillo ofrecido por el vecino. Nicolas sigue tomando
notas. Me siento bastante irritado. Escribo que tengo la curiosidad
de saber qué va a ocurrir mañana por la mañana, después de la
conferencia que esta noche pronunciará el monitor en la
Universidad.
[6,13] No nos quedamos a discutir acerca de la sesión; como
los participantes, estamos bastante tensos y deprimidos. Aunque el
resultado de las evaluaciones de satisfacción sea bastante alto
(término medio: 3,7), nos parece que la insatisfacción es profunda.
Nos cuesta resumir la sesión; el título que encontramos —«Malas
notas y falsas notas»— no nos parece adecuado. Nicolas ha fun-
cionado como chivo emisario en lugar de los observadores; con-
formes. Pero lo que subyace en la relación con los observadores sigue
siendo poco claro. Con el monitor ponemos de relieve la dialéctica
control-espontaneísmo. Centramos nuestros intercambios en el
hecho de que los participantes han denunciado, a propósito de los
observadores oficiales, el disgusto y el temor de hallar en cada uno
de los demás participantes un observador de sí mismo. Didier estima
que la discusión de las relaciones padre-madre-hijo ha sido
prematura. Nos separamos para cenar y dirigirnos a la Universidad,
para oír la conferencia; a ésta asistirán casi todos los miembros del
grupo, notificados por una circular emanada de la Asociación de
Psicólogos.

COMENTARIOS SOBRE LA SEXTA SESIÓN (RK)

a) Mientras Léonore intenta situar la presencia y el papel del


padre con respecto a la madre [6,3], procurando así diferenciarlos,
se la reafecta inmediatamente a su condición de madre buena.
Este reaseguro tiene por efecto la disminución provisional del nivel
de angustia en los participantes, sin dejar de fortalecer sus de-
fensas. Todos pueden sentirse a la vez menos inquietos (están
bien defendidos; nada hay que temer) y más dispuestos a regresar
al aquí-ahora. Además, se ha realizado el sacrificio, y nadie más

125
será ajusticiado. Pero el regreso a la situación presente es de breve
duración.
La evocación de los sacrificios realizados para llegar a la tem-
porada es un reconocimiento retroactivo del duelo liminar, al mismo
tiempo que un mea culpa por el sacrificio de Nicolas. Esa cul-
pabilidad y ese reconocimiento preparan invariablemente la fase
depresiva [6,2],
Los renunciamientos sucesivamente evocados constituyen la
fantasmática común en ese momento del grupo; las angustias de
fragmentación, desgarramiento y arranque que prevalecían en el
curso de las sesiones precedentes son relevadas por el fantasma de la
pérdida del objeto bueno, pérdida común con respecto a la cual se
consolida el vínculo grupal en torno de la imago materna sa-
tisfactoria, cuya permanencia se suscita constantemente. Por dife-
rencia y escisión, se representa a la familia como un sitio de ruptura
y de dificultades, como una institución jerárquica, y dentro de la
familia se pone en tela de juicio a la pareja como generadora de
malas tensiones. A través de estos asertos, los participantes señalan
el modelo de grupo contra el cual deben levantar sus defensas: contra
la escisión, la jerarquía y la pareja. La posición ideológica se
consolida con estas defensas.
Ya hay divisiones en el grupo; por ejemplo, entre los que pre-
conizan la fría objetividad y los partidarios de la afectividad. Los
participantes están en busca de un principio unificador; lo encuentran
en Léonore. Ésta responde al deseo de los participantes de formar
grupo, pues propone la re-unión de todos, garantía contra los peligros
de la división. El grupo se reúne, luego, para sustituir el objeto perdido
de cada cual por un objeto de amor y, a la vez, para cerrar la herida
narcisista infligida por ese vacío y protegerse contra los ataques
persecutorios del monitor y los observadores, quienes, a diferencia de
Léonore —nodriza sonriente [6,4]—, se forman «a costa de los
participantes» y roban al grupo su saber [6,9]. Por eso Léonore se ve
nuevamente puesta en el lugar de la figura maternal fálica [6,3; 6,4],
Se la interroga sobre sus dificultades. En el fantasma de los
participantes, ella es la que conoce y resuelve todos los conflictos.
También funciona como un síntoma, satisfaciendo tanto el deseo de los
participantes —de algunos de ellos—, cuando habla de sí, como la
defensa contra la angustia de pérdida y separación. Léonore toma muy
apenas la palabra. Para funcionar como compromiso unificador no le
queda más que lograr la unanimidad acerca de su persona. Su única
intervención importante será aquella en que interrogará a las mu-

126
jeres (Agnès y Céline [6,7]), les pedirá reintegrarse al círculo y se
hará plebiscitar por ellas.
Para los hombres que han querido y prometido el papel ma-
ternal, los que «no quieren padre», es el triunfo, la posesión de la
madre y la exclusión del monitor, es decir, del riesgo de trian-
gulación y castración edípicas. Léonore, con todo su deseo de
asegurar su poder dentro del grupo y hacerlo vivir como repetición
de su grupo precedente, procura renovar su triunfo y asegurar el
mantenimiento de la ilusión. Pero en el grupo precedente sólo
había mujeres y no se planteaba, por consiguiente, la rivalidad en-
tre las mujeres a propósito de los hombres. En este grupo, en
cambio, Léonore presiente la rivalidad, tanto más cuanto que está
sostenida por hombres que rechazan el conflicto con la imago
paterna. De ahí su reserva y su desvelo, ahora que se encuentra
fortalecida en su posición, de soldar las resistencias, que no pueden
expresarse libremente en razón de la transferencia lateral conso-
lidada en ella. El regreso de la persecución, una vez más despla-
zada sobre los observadores y Nicolas, se manifiesta en el lamento
persecutorio de ser abandonado: abandonado por el monitor (se
ataca a sus sustitutos), por Léonore (que apunta al poder e interesa
a los hombres) y por el grupo-madre, cuya armonía [6,6] «sólida» es
una contraimagen de la vivencia. Los observadores, el monitor y
Nicolas, el grupo mismo, funcionan como el doble invertido de
Léonore; este doble compromete la ideología y la unidad del grupo.
Es un doble al que no se puede excluir.
b) Sigue un nuevo fortalecimiento de la posición ideal de
Léonore, encargada de restablecer la armonía, de luchar contra el
objeto malo, siempre proyectado y de ningún modo internalizado
[6,11]. A través de esta sesión, la formación por el grupo aparece
vivida como tentativa de reparación de la pareja separada y de la
familia dividida12. Esta representación moviliza las angustias de
los participantes, debido a la posición asignada a Léonore, al
monitor y al grupo.
Al finalizar la sesión, cuando los participantes se interrogan
sobre el lugar de cada cual dentro de la nueva configuración seudo-
familiar que es el grupo, lo hacen para denunciar el sitio excep-

12
He analizado la construcción del grupo como objeto de representación activo en
el proceso grupal y me ha sido posible mostrar que sobre todo en los adolescentes
el grupo está representado (y se organiza) como una reparación de la familia
dividida. Cf. mi libro L'Appareil psychique groupal: construction du groupe, 1976.

127
cional que pretende arrogarse Nicolas y que amenaza a la unidad
del grupo, por la división y la jerarquía que introduce en él. En
rigor, pone a Léonore en situación de perder el falo que se le ha
asignado. Castrando a Nicolas, los participantes atentan contra «la
mitad del órgano de la soberanía», para retomar el análisis de
Dumezil acerca del lugar del primer flamen en la sociedad romana,
y consolidan, con ello, la imagen que de la madre fálica tienen. A fin
de salvaguardar tanto la igualdad como la unidad dentro del grupo,
que es la condición del mantenimiento de la imagen materna, hay
que construir un sistema de terror en contra de todo aquél que
manifieste la posesión de un poder cualquiera o tan sólo intente
distinguirse de los demás. El ataque contra los observadores o la
tentativa de integrarlos se inscriben en esa estrategia de incorporar
todas las partes que puedan separarse del cuerpo grupal.

COMENTARIOS DE DA

a) Esta sesión es, si no la más cargada, por lo menos la más


variada emocionalmente. La cascada de emociones comunes es, sin
duda, la razón de las notas de satisfacción relativamente altas dadas
por los participantes, al mismo tiempo que de la decepción del
monitor y los observadores. Estos últimos podían comprender poco
menos que cada una de las emociones, consideradas de manera
aislada, pero se sintieron desbordados por la intensidad de éstas,
por su brusco surgimiento, por sus repercusiones; en una palabra,
por el carácter ineluctable de un encadenamiento que no
gobernaban. El fantasma del grupo máquina (cf. D. Anzieu, Le
groupe et l'intconscient, 1975, págs. 221-231) parece haber
funcionado tanto en el equipo intérprete como entre los pasantes.
Después de la comida de mediodía y de la sesión posterior, el grupo
ha sido patentemente madurado por una dinámica inconsciente, de
la que mis intervenciones en la presente sesión (que no son
realmente interpretaciones) no hacen más que tomar nota par-
cialmente, sin poder doblegarla (¿pero por qué pensar en doble-
garla?), lo cual lleva a los dos observadores a la comprobación,
formulada a medias y deprimente para ellos, de mi impotencia.
Ellos mismos quedan explícitamente representados por los parti-
cipantes como puras máquinas (proyección sobre los observadores
del sentimiento de hallarse sometido, en la situación de grupo
no directivo, a lo que he denominado en el capítulo recién citado

128
maquinaria y, a la vez, maquinación); peor aún, como máquinas
dolientes.
Reveamos la sucesión de los afectos:

1. lasitud, tedio [6,1];


2. privación, sacrificio, sentimiento de ser huérfanos [6,2; 6,3];
3. «el clima del grupo es agradable, simpático, cómodo» [fin de 6,3];
4. silencio verosímilmente angustiado [comienzo de 6,4];
5. comprobación de que a la agresividad ha sucedido la gra-
tificación (gracias a Léonore, que distribuye los billetes para las
comidas y los bombones), una gratificación que entraña la
«hermosa armonía del grupo» y conduce al monitor a suavizar
[6,4; 6,5; 6,6];
6. nuevo silencio, verosímilmente angustiado, pero más breve [fin
de 6,6];
7. propagación de un sentimiento de confianza, gracias a la
iniciativa de Léonore, quien les permite a las demás mujeres
expresar su miedo de estar aisladas o agredidas, o de ser
impulsivas [6,7];
8. confesión de algunas molestias: el tuteo, la regla de restitución
[6,8];
9. sentimiento de piedad para con los observadores [6,9];
10. desencadenamiento colectivo de invectivas contra Nicolas [6,10];
11. cansancio, depresión [6,11];
12. silencio tenso y triste [6,12; 6,13].

Para resumir, ¿de qué se trata en esta sesión?. En su


comentario, René Kaës ha puesto el acento, no sin justas
razones, sobre la negativa de vivir plenamente la
angustia depresiva vinculada a la pérdida del objeto bueno y sobre
la idealización y la ideologización consecutivas a esa
negativa. Para mí, esta sesión ha sobre todo repetido,
intensificándolo y consolidándolo, el movimiento de la sesión
precedente, que acababa de alternar la idealización del grupo y la
persecución de Nicolas: a cada desgarramiento que sobreviene,
rápidamente se recomienza la restauración narcisista, individual y
grupal. Contra Nicolas, que la niega, se desencadena con
una forma colectiva lo que Kohut ha llamado rabia narcisista;
a su vez, in fine, Nicolas es objeto de un esbozo de tentativa de

129
restauración narcisista. El ciclo de la ilusión grupal vuelve a ce-
rrarse en sí mismo.

b) De esta temporada en general y de su quinta y su sexta


sesiones en particular he extraído, mediante un efecto de retro-
actividad diferido durante varios años, una primera intuición de lo
que he denominado ilusión grupal (D. Anzieu, 1971). Una cosa es
segura: me negué a compartir esta ilusión durante el grupo del
«Paraíso perdido», negándome a la vez, con ello, a comprenderla
por lo que es, por lo que sólo pude formularme claramente después
de haber consentido, en un grupo muy posterior, llamado «del
Este», dejarme coger un momento, sin dejar de saber que a la sazón
algunos monitores apreciaban compartirla. Ahí tenemos un
hermoso ejemplo de resistencia, a la vez contratransferencial y
epistemológica. Un monitor de grupo de formación o de psicote-
rapia no tiene que aprobar ni que desaprobar los procesos psíquicos
que ocurren en un grupo: necesita dejarse ganar por ellos lo
suficiente para experimentarlos, y mantener una neutralidad sufi-
ciente para interpretarlos. La contratransferencia del monitor res-
ponde, claro está, a una demanda latente —y algunas veces explí-
cita— en el grupo: queremos ser un buen grupo, en el que estemos
todos juntos. Quien no está con nosotros está contra nosotros. Que
todos se declaren por o en contra. Así, algunos monitores son
activamente por y otros interiormente en contra, y no he dispuesto
de toda mi libertad de pensamiento en razón de la presión cada vez
más precisa que emanaba del grupo sobre mí: si el monitor no está
con nosotros, funcionaremos sin él, que fue lo que efectivamente
hizo el grupo tras el fin de la temporada. A esa amenaza de
exclusión, que se manifestaba con claridad aún mayor en el
terrorismo intelectual ejercido sobre Nicolas, hube de reaccionar
con la resolución de mantenerme tanto en el grupo como en mi
posición de intérprete. Por eso termino esta sexta sesión más
confiado que los dos observadores. Pero no he podido dar con las
interpretaciones convenientes.
Mi primera intervención [6,5] comienza de manera contra-
transferencial: «A riesgo de romper la hermosa armonía del gru-
po...». Y me esfuerzo en subrayar una diferencia, seguramente real,
entre una corriente subjetivista y otra impersonal, cuando la línea
de fuerza del grupo en ese momento es la búsqueda de parecidos.
Interpretar, suponiendo que hubiera habido que hacerlo, habría
sido reconocer, por el contrario, que el deseo de estar juntos, to-

130
dos iguales, respondía a una necesidad interna del grupo en esa fase
de su historia. Winnicott ha comprobado la necesidad que tiene el
niño de pasar por el área transicional, así como la ilusión de
similitud entre la realidad exterior y la realidad interior Lo mismo
ocurre con los grupos: la ilusión grupal les resulta una vía casi
indispensable para salir de lo que Scaglia ha denominado (1974) fase
persecutiva inicial. Es un error querer economizar esta ilusión. Y es
otro error hacer de ella el fin último.

c) La imago de la madre buena termina en esta sesión por


imponerse como central, y ello gracias a una complementariedad que
se instaura, tan pronto entre un subgrupo y Léonore, tan pronto
entre Léonore y un subgrupo. Al comienzo, los participantes dicen
estar perplejos entre su vida familiar y su vida profesional; ésta
incluye, por ejemplo, la asistencia a la presente temporada. Entonces
Roger se vuelve hacia Léonore para saber cómo concilia ella —y, por
tanto, cómo se las puede conciliar— las dos. Marcel, Michel y Antoine
prolongan el asunto: aquí, en el grupo, ella proporciona la protección
parental, ella facilita las comunicaciones y gracias a ella no somos
huérfanos [6,3]. Nicolas destaca que' ella gratifica mucho más en el
plano oral, porque ama ese papel: su crítica se ve rápidamente
soslayada, pues la mayoría reconoce en Léonore «un principio de
armonía, una presencia cálida, una portavoz agradable de la
subjetividad y la afectividad» [6,4]. El monitor señala que a la
corriente subjetivista por ella representada se opone dentro del grupo
otra corriente, más abstracta [6,5]. Tras un período de vacilación,
Léonore hace un buen quite y toma la iniciativa de interrogar
sucesivamente a los tres participantes que han permanecido aparte
hasta entonces: Agnès, Céline y Marguerite, a quienes hace sentir
cómodas y de quienes obtiene la confidencia de sus miedos,
para integrarlas por fin al grupo, cuya «armonía» se encuentra, así,
reforzada [6,6]. Por último, en oportunidad del ataque colectivo
contra Nicolas, Léonore es quien da la señal del comienzo («Y
tú, Nicolas, ¿qué anotas? ¿Por qué no haces que todo el mundo
lo aproveche?» [principio de 6,10]) y quien enuncia el perdón
final («Nicolas sería más bien un buen perro de San Bernardo»
[6,11]).
La fantasmática subyacente se puede formular de este modo:
a partir de la madre buena, un grupo bueno está actualizándose.
Madre buena hasta en su justa cólera contra su hijo malo, al que,
por lo demás, finalmente perdona. Se trata, pues, de una genea-

131
logía partenogenésica, en la que los hijos son concebidos sin padre,
y de una representación inconsciente del grupo cual si se excluyese
a la pareja. El organizador psíquico inconsciente de este grupo se
ha consiguientemente desplazado, durante esta sesión y la
anterior, de la imago materna hacia un fantasma originario, o más
bien hacia un fantasma contraoriginario (a menos que sea un
contrafantasma originario, como lo he escrito en mi artículo sobre
la ilusión grupal): no tenemos que nacer; en todos los tiempos
preexistimos en estado potencial dentro del seno de esa madre
buena: así estamos y así estaremos indefinidamente juntos, sin
cambiar.
La imago de la madre buena ocupa el primer plano de la esce-
na; más de un participante muestra con sus dichos, por lo demás,
que es consciente de ello. Lo más esencial que se opera es una
diferenciación tónica. El Superyó ha sido proyectado sobre el
monitor (erróneamente acusado de haber impuesto una regla de
tuteo), sobre los observadores (concebidos como escribanos que
registran todo cuanto se puede retener como cargo contra los par-
ticipantes13) y sobre Nicolas (que guarda para él sus juicios sobre
los demás). Al resto del grupo le queda el campo libre para cons-
tituirse un Yo Ideal común a partir de la esperanza de omnipoten-
cia narcisista, que ha sido tanto depositada en Léonore como pro-
puesta por ella. Lo que en todo ello paréceme que ha sido funda-
mental es, por lo tanto, la problemática narcisista.

13
Esa es al menos la interpretación que se habría pensado que yo diese, en vez de
limitarme a animar a los participantes para que restituyeran lo que pensaban de
los observadores, así como a precisar el papel real de estos últimos [6,9].

132
SÉPTIMA SESIÓN

Sábado, de 9 y 15 a 10 y 45

(No se destaca la disposición espacial de los participantes.)

[7,1] La sesión se abre con algunos intercambios, breves y


bastante sucintos, sobre los sentimientos de simpatía que experi-
mentan ciertos participantes por otros. El tono es menos agresivo,
y el clima es más feliz y relajado. [7,2] Se les solicita a Céline y
Josette que expresen lo que sienten. Céline se ha despertado tem-
prano esta mañana, furiosa con el grupo, sobre todo con Roger, sin
saber por qué.
Josette: Hasta ahora yo no he existido en este grupo, mientras
que en otros grupos existo un poco... Aquí he tenido la sensación de
que el lugar estaba ocupado... tal vez por Léonore, por la madre
buena. Siento más bien simpatía por Léonore; cuando dijo que es
una madre buena, me ha dado una cosa... También de mí se ha
dicho a menudo que soy una madre buena en los grupos.
Michel conduce la encuesta ante algunos para interrogarlos
sobre lo que sienten, si se sienten bien en el grupo. «Sí, va mejor»,
le dicen. Marguerite, por su parte, está dichosa de haber podido
situar a casi todo el mundo, con excepción de Philippe, al que
realmente no ha sentido que exista: éste habló ayer de sus
problemas, pero como en un salón, en buena compañía, sin decir
«yo», hablando sólo de sus roles («¡Que salga por fin de ellos!»), y no
tanto de su vivencia. Philippe responde que está muy preocupado
por sus roles profesionales y familiares, a los que intenta analizar
fríamente. Luego [7,3] Céline se pregunta por qué se entabla la
discusión como si la víspera nada hubiese ocurrido:

133
«Tenemos que interesarnos por Didier. Nos ha provocado desde lo alto
de su sitial. ¿Por qué evitar hablar de la conferencia de nuestro
Didier?».
Roger: ...Didier, que retomaba su patronímico... ¡sin su patrón!
(Risas.)
Alguien (en particular, Marguerite, Michel, Antoine, Roger): ¡Qué
éxito! Poderoso, como si fuésemos nosotros los engalanados...
Arrogancia de formar parte de este grupo. Bien... interesante...
claro... magistral.
Nicolas: También yo le he admirado sobremanera. Notabilísimo. He
tomado su conferencia como una especie de intervención en nuestro
grupo. Debo asimismo confesar el placer de tutear al conferenciante.
He sido sensible al hecho de que en la conferencia estuviésemos todos
juntos. ¿Observasteis que estábamos en una misma línea...? Pensé en
el grupo aquí, alrededor de la mesa. En varias oportunidades sentí la
necesidad de reconstituirlo en el pensamiento.
Antoine-. No, el grupo no estaba en una línea, sino en dos filas en el
auditorio. Estábamos aún más soldados. Cierto es que tuve ganas de
dirigirme a Didier para formularle algunas preguntas: era para
tutearlo y llamarlo por su nombre de pila.
Varios dicen haber sentido cansancio ayer a la noche: «Estábamos
obligados a pensar en el grupo». Agnès ha peleado toda la noche, en
sueños, con Roger, quien no dejaba de lanzarle preguntas: «¿Por qué
ella no se interesa por el grupo?».
Céline: ¡Yo también tuve ganas de tirarle de la barba a Roger!
(risas): ¿Por qué? No lo sé. ¡Vaya idea! Era en sueños...
Nicolas-. Ayer a la noche éramos realmente un grupo (aprobación
de Josette, Marguerite, Mirihel, Céline, Agnès y Roger). Esta mañana
me sentí contento de reencontrar al grupo (aprobaciones). No sin
cierta melancolía... Esto va a terminarse pronto.
[7,4] Léonore dice que en el curso de la velada de ayer ha
vigilado a Agnès, que le parecía más relajada; luego, tras haber
expresado también la impresión de una mayor cohesión del grupo,
insiste en el calificativo de madre buena que éste le ha atribui-
do. Dice toda la importancia que tiene para ella el calor humano en
las relaciones, en la vida profesional y en la vida de todos los días,
sobre el valor de la espontaneidad, del juego y de la jovialidad, de
cierto confiado abandono. Se observa que su actitud, que gusta, es
diametralmente opuesta a la de Agnès y a la de Nicolas (éste
protesta). En cuanto a la espontaneidad, Léonore, Marguerite,
Michel y Josette querrían poder vivirla aquí, en el grupo.

134
Pero se sienten incómodos y hay miedo de decir tonterías, de no
saber lo bastante («¡Después de lo que tan brillantemente ha
demostrado el monitor!»). Están molestos por las reglas y las
compulsiones recordadas el día anterior: restitución, horarios [7,5].
Se hallan paralizados en una especie de temor «de no se sabe qué».
El monitor, entonces, recuerda que en la sesión precedente se ha
hablado mucho de la espontaneidad, que actualmente se plantea el
problema de la dosificación de la parte de control y la espontaneidad,
dentro del grupo y en cada cual, y que parece temerse tanto la
espontaneidad como el control.
Rémi: Le temo a la amable anarquía de la espontaneidad. Conduce
al psicodrama. ¿Cuál és el interés para el grupo de ser tan
espontáneo?
Marguerite: ¿Es un bien o un drama?
Marcel: No se puede decir que siempre estemos jugando. No es una
partida de placer. No se tiene la impresión de que aquí nos amenace
el hiperespontaneísmo.
Alguien: Sí, estamos lejos de poder hacer lo que deseemos...
como en el psicodrama, donde podemos hacer juntos lo que nos
plazca.
Nicolas (vivamente): ¡Hacer psicodrama! ¡No es posible! Eso
implica otras reglas de funcionamiento. Las consignas nos limitan a
intercambios de palabras.
Roger y Marguerite-. Si quisiéramos subir a las tablas, podría-
mos... Después de todo, somos libres, ¿no?
Varios-. No tanto... sí... no, difícil...
Breve silencio.
Roger: Creo que si no somos espontáneos, es porque tenemos la
angustia de nuestra libertad. He dicho a Didier cosas que no habría
podido decirle en otra parte. (Silencio.) Uno siempre puede imaginar
lo que podría representar si hiciéramos psicodrama (aprobación y
luego intercambio sobre la elección de un tema; participan Roger,
Marguerite, Léonore y Michel).
Se propone construir un muro; así, todo el mundo participaría en
la misma tarea.
Antoine: Uno siempre puede imaginar... Pero aquí tenemos
otras convenciones desde la partida. Es como en otras situaciones...
También en el teatro hay convenciones. No es posible revisar las
convenciones de partida sin poner en tela de juicio la existencia
misma del grupo. Acaso hemos olvidado esas convenciones, lo
cual muestra que las hemos interiorizado; pero ellas existen

135
[7,6] Un silencio de meditación sigue a lo que se ha sentido «como
un llamado al orden», pero también como «un límite opuesto a la
espontaneidad» de cada cual. Se vuelve a hablar de Agnès, de sus
dificultades para hallarse cómoda en grupo. Antoine dice que, por su
parte, siente «la necesidad de poder poner distancia y aislarse dentro de
un grupo, para que no se lo aprehenda por la afectividad, para que no
se lo ciegue».
Antoine: Me acuerdo... Un día pasé el test de la aldea. Había yo
puesto mi casita a trasmano de la aldea, con un puente para ir allí y
retirarme de cuando en cuando. También en mi trabajo tengo un
doble papel: el de psicólogo y el de jefe, jefe de servicio. Debo
distribuir recompensas, castigos, notas para el ascenso... Nada
cómodo.
Antoine cuenta la insoportable carga afectiva que debió soportar,
sin comprenderla, un día en que hubo de castigar a un subordinado
suyo, un alsaciano rígido, viejo, enfermo, paranoico. (Advierto que
Alsacia es una provincia a la que varios participantes, así como el
monitor y yo mismo, han conocido.) «Demasiados lazos afectivos con la
gente hacen difícil mandarla», dice. Le habría gustado realizar estudios
más prolongados, para llegar a ser el segundo de un gran jefe: «Soñaba
con tener un padre, para que pudiera comprenderme y dirigirme en
mis investigaciones. Yo no estaba preparado para ser jefe. Me he
convertido en patrón, pero sin asidero...» (silencio). Luego habla de su
aislamiento profesional, de su soledad; se lo escucha atentamente y
hasta con emoción.
[7,7] También Nicolas da parte de su deseo de hallarse en una
posición más elevada, de su ambición. Tuvo conciencia de ello al
rendir, también él, el test de la aldea: se había representado «en una
casita lejos de la aldea, sobre una eminencia, cerca de otra casa
rodeada de altos abetos, junto a la casa de un guarda de coto de
caza».
Antoine: Ya: emboscado.
Alguien: Sí, como en el grupo.
[7,8] Léonore declara estar conmovida y emocionada por lo que
se acaba de decir; ha sido sensible a la modificación del tono de voz de
Antoine y, sobre todo, del de la voz de Nicolas: «Tu actitud ha cambiado.
Ayer estabas fuera del grupo, y hoy estás realmente dentro. Está bien,
simpático». Ha de intervenir en varias oportunidades para saludar este
cambio.
[7,9] Luego la discusión insiste en las relaciones interpersonales
y la participación de cada cual en lo que ocurre. Algunos

136
callan: ¿participan callando? Se admite que «es posible, después de
todo».
Céline: Me pregunto cómo se puede participar en un grupo como
el nuestro. O bien se participa, se es más espontáneo, menos
controlado, aunque esto puede resultar una molestia para los demás,
o bien se es controlado, se observa, y ésta es una actitud muy poco
admitida... Si observo, no me implico. Me pregunto quién soy. ¿Cómo
se puede ser uno?
Seguidamente todos se preguntan cómo estar en el grupo y ser
uno mismo, de qué manera conciliar el control y el relajamiento, la
actividad y cierta pasividad para impregnarse de lo que sucede. Se
evocan los bloques, h libre circulación, los momentos en que «esto
pasaba» y en que «no pasaba».
Céline: Me pregunto cómo puede participar Marcel...
Marcel: Ahora estoy implicado en el grupo de una manera
intensa, no como al comienzo, cuando se hablaba de las relaciones
psiquiatras-psicólogos. Creo que era una forma de tener un estatuto
en el grupo. En ese momento yo estaba, sin duda, implicado, pese a
todo. Afectivamente, pero no verbalmente.
Nicolas: ¿En qué medida estabas implicado?
Marcel: Me preocupa lo que sienten los demás, y también lo
que los demás piensan de mí. Comienzo a interesarme por cada
miembro. Antes de dormirme vuelvo a ver cada rostro. Me gusta
encontrar rostros; es importante.
La discusión vuelve al mismo tema: ¿qué hay que dar de uno al
grupo? ¿Qué se puede decir que interese a todos? En este momento,
los intercambios son muy generales y abstractos; parece que una
vez más se experimentan dificultades para comprenderse (yo mismo
tengo dificultad en advertir quién habla y de qué se trata). Luego:
Roger: Aquí parece que la simpatía... los intercambios de sim-
patía están subyacentes en los intercambios verbales. Se adhiere a
la persona más que a las ideas expresadas.
Rémi: Creo que... No temo a la imagen de mí que me devuelven
los demás.
Michel: Sí, ¡caramba! Pero al fin y al cabo es una angustia
estar delante de espejos reflectores...
[7,10] Philippe: He dormido mal anoche... Quedé insatisfecho
ayer a la tarde, después de mi intervención. Nadie en el grupo
me atendió. Me ablandé, y el grupo no respondió. Me han echado
bola negra, no me han aceptado, me han dejado caer, dije para
mí... Me sentí frustrado. Me vine abajo. Esto no interesaba

137
a nadie. Y además me sentí muy molesto por la agresión contra
Nicolas. Se les fue demasiado la mano... y al mismo tiempo le
arreglaban cuentas. Me molestó bastante. Y además me pregunto
quién soy cuando hablo: ¿Philippe o X (su patronímico)? ¿O acaso
otro yo? Estamos tan constituidos por relaciones... ¿Quién soy?
(Silencio.) Por ejemplo, con mi mujer, a la que no llamo ya por su
nombre de pila, sino por el nombre que le dan los niños: ¡mamá!
(Silencio.) Tampoco yo, ya no soy Philippe para nadie. Ya no soy el
Philippe que era de niño, o el muchacho que era cuando nos pusimos
de novios. Ayer a la tarde he investigado con mi mujer lo que soy
ahora... Hemos hecho el balance de nuestras relaciones, entre
nosotros y con nuestros hijos (silencio). ¿A qué jugamos aquí? Al
juego de la espontaneidad... ¿A qué conduce este juego...? (Silencio.)
Rémi: Lo que dijiste ayer no cayó en vacío. Al contrario, me
sentí conmovido por lo que dijiste (aprobaciones). Yo esperaba que
esto continuaría, pero no me he atrevido a volver a poner el asunto
sobre el tapete... a causa del problema del dinero (silencio). Sentía
que era fastidioso seguir discutiendo este asunto: la remuneración de
los niños por los servicios que prestan...
Roger se adhiere a lo que dice Antoine.
Philippe: Algunas veces, algunos de mis niños llegan a enfu-
recerme, como si fueran extraños. Me pregunto si siempre los he
aceptado. Y me pregunto, también, si nuestros problemas personales
tienen tanta importancia en la marcha del grupo...
Léonore: Hasta ayer no le dabas salida al aspecto afectivo de ti
mismo; ahora sí...
Philippe, animado por ese doble testimonio de interés, vuelve
a hablar de su esposa y sus hijos, de sus diferentes caracteres. Con-
viene en que hasta entonces se refugiaba detrás de sus diversos
papeles, detrás de máscaras. Es, por lo demás, lo que le molesta en
sus relaciones familiares: «Pero aquí, ¿a qué jugamos?», repite.
[7,11] Roger, de regreso en su casa, ha hablado con su esposa
acerca del grupo, de lo que ocurre en él. Su esposa le ha preguntado,
«un poco celosa, si además de Léonore hay otras mujeres en el
grupo». Roger ha respondido que, efectivamente, las hay, y que
son bonitas (risa, satisfacción, aprobación). También Philippe
ha hablado con su esposa de las mujeres del grupo, de Léonore,
por supuesto, pero también de las otras. Entonces uno de sus
hijos le ha dicho: «No vayas a discutir... Eso de nada sirve».
Sin embargo, esta mañana sentía, por el contrario, muchas
ganas de regresar al grupo. Entonces se habla de los celos del con-

138
junto para con las actividades del otro, en particular de las acti-
vidades de reuniones, de temporada, de grupo. El monitor puntualiza
el intercambio señalando que aquí mismo «se vive la vida de la
pareja como antagonista con respecto a la vida de grupo». Antoine
recoge la observación para decir que ese antagonismo lo vive, sin
duda, Léonore en su vida personal, quien por lo demás ha hablado al
respecto precedentemente. Léonore no responde. Silencio,
interrumpido por Antoine, que prosigue:
Antoine: En lo que a mí concierne, sin duda he previsto de
antemano ese antagonismo, pues durante estos tres días de vaca-
ciones he enviado a mi mujer a otra parte..., sin duda para anular mi
culpabilidad de venir aquí (risas e intercambios de frases que no
logro anotar). (Tras un silencio, Antoine continúa:) El problema de la
pareja es muy importante para mí, y me preocupa. Mi relación con
mis padres ha sido perturbada y falseada por su divorcio. Mi madre
era más bien algo así como una camarada; estaba muy cerca de mí.
En cuanto a mi padre, estaba ausente... Si queréis (algo sentencioso),
no he tenido modelo paterno. Siempre he buscado un jefe de
investigaciones. Creo que me habría entregado por completo a él, a
esa especie de sustituto de mi padre, en suma... No lo he encontrado.
[7,12] Varios, entre ellos Philippe y Michel, concuerdan en
«esa miseria del divorcio que viven los hijos, los hijos cuyos padres
se entienden mal»; dan incontables ejemplos de los efectos
perturbadores de las relaciones puramente conflictivas.
Antoine (prosiguiendo): Sí, se procura reconstituir una pareja
de reemplazo. Me habría gustado tener un padre presente, perma-
nente y fuerte. ¿Acaso también en X (nombre de la oficina donde
trabaja; busco una madre o una familia? Sería más bien una es-
pecie de suegra o de antimadre... No sé.
Marguerite: ¿De qué modo ves a Didier? ¿Como un padre?
Antoine: Me he sentido entusiasmado por un libro suyo. Lo he
dado a leer. Cuando supe que era él quien iba a venir a constituir
este grupo, me dije: Vamos a tener un caíd. Al principio tuve
tendencia a ponerlo aparte; esperaba que desnudaría comple-
tamente al grupo. Pero se ha presentado como miembro del grupo...
Ocurre que el gran jefe, el sabio, ha rechazado los roles que yo
esperaba... Me he dado cuenta de que nos habíamos embarcado en
el mismo buque. Me ha parecido menos distante, más simpático.
A decir verdad, Didier no es un padre interesante; es un padre
efímero. El drama, para mí, sería tener un padre separado.
Un padre del que deba separarme, ya lo he tenido. Todos los hom-

139
bres corren, para mí, el riesgo de estar cada vez más por debajo del
padre que me habría gustado tener. Soy un poco como esas
solteronas que, con la edad, aumentan sus exigencias...
La larga meditación de Antoine ha sido atendida en silencio,
con emoción. Las intervenciones que siguen prolongan esa nostalgia,
la nostalgia «de que ningún hombre puede reemplazar de veras a un
padre tan fuerte, poderoso y permanente como el que desea Antoine».
'Por lo demás, ¿por qué intentar dar un lugar aparte a nadie en el
grupo? Los intercambios se vuelven entonces más [7,13] graves, tan
pronto confusos, tan pronto entrecortados por breves silencios. Roger
reprocha a Marguerite no implicarse; Nicolas da a observar que
tampoco Céline se implica, a no ser como Marcel: ambos parecen
formar parte del grupo, «pero no se meten». Rémi y Marguerite le
devuelven el reproche y se preguntan por qué es tan «pesado».
Philippe estima, como Céline, haber dado con la clave del problema, y
es que Nicolas da una imagen del psicólogo y del grupo que es
inaceptable. Nicolas devuelve la pelota hacia Marguerite, en la que
ha pensado anoche: ella es quien juega al psicólogo, ella quien posee
«técnicas para hacer entrevistas»... Rémi se pregunta si la
agresividad del grupo para con el monitor y los observadores no se ha
desplazado sobre Nicolas. Algunos (Roger, Marguerite) se preguntan
si los intercambios serían más fáciles si Nicolas se fuera...
Marguerite estima que el grupo ha sido coherente cuando ha
agredido a Nicolas.
[7,14] Léonore interviene para hacer observar que se establece
una discriminación. La mayoría retoma el tema para afirmar, en
cambio, que cada cual dentro del grupo es «y sobre todo debe ser el
igual del otro». No se quiere que alguien haga rancho aparte o se
sitúe en una posición eminente. «Todo debe ser igualado»; Nicolas da
parte de sus reflexiones acerca de su deseo de tener el liderazgo con
una forma masoquista... «o exhibicionista», le refutan. Varios
recuerdan entonces que Nicolas se ha presentado como si fuera «algo
más que un miembro».
Marguerite (a Nicolas): Te crees superior, y eso me exaspera.
¿No puedes ser como todo el mundo en el grupo?
El monitor comunica lo que, a su parecer, es un problema plan-
teado en la discusión: «Cada uno de vosotros hace observaciones y
tiene tendencia a conservarlas. Cada cual quiere saber lo que el otro
se guarda y sospecha de él que sabe más... Estar en grupo, aquí y
ahora, es comunicar las observaciones del grupo al grupo».
Su intervención va seguida sólo por la afirmación casi unáni-

140
me, más seca y exigente, de que «todo el mundo en el grupo debe
ser igual; cada cual es y debe ser el igual del otro». Rémi desea
que «los baches y las protuberancias queden aquí nivelados»; Phi-
lippe, «que toda pretensión de distinguirse y que todos los jefes
sean limpiados»; Roger y Antoine, que «todos sean reducidos al
común denominador, sin excepción». Entre las mujeres, Josette y
Céline consienten en ello: «Todo el mundo debe formar fila; nadie
se debe distinguir de los demás». Marguerite, Agnès y Michel
subrayan que solo bajo tales condiciones cada cual le resulta sim-
pático al otro, a diferencia de los observadores, «hombres fríos»
(dicen Léonore, Agnès y Roger), que introducen la distancia, el
juicio y la desigualdad. Antoine, Roger y Rémi declaran entonces
que Léonore (quien parece haberse ensombrecido) es seductora y
no poco seductiva por su lado cálido. Varios (en especial [7,15] las
mujeres: Marguerite, Agnès y Céline) destacan, en un tono
bruscamente muy agresivo, que Léonore es «una verdadera se-
ductiva, más que seductora», y que «convendría desconfiar de sus
maniobras, que sólo lo son para ella, que ocupa mucho... dema-
siado lugar». La sesión se cierra con esta agresión.
[7,16] Durante la pausa recordamos el efecto de la confe-
rencia del monitor («la conferencia de la cumbre»), idealizado,
inaccesible, sobre las imágenes paternas, que predominan en el
curso de la sesión. Estimamos que las consecuencias de este
acontecimiento han de ser graves para la evolución del grupo, pero
no hacemos análisis ni pronóstico al respecto. Sin duda, nosotros,
los observadores, caemos bajo el efecto del encanto y la maestría
del conferenciante. Hemos advertido la emoción de los
participantes durante la secuencia en que Antoine habló de su
padre. Destacamos la tendencia de los participantes a reducir las
«reglas» del grupo de diagnóstico a «convenciones», que
simbolizan, según el monitor, el deseo de establecer un «consenso»
de grupo. Hacemos resaltar la prevalecencia de los temas
igualitaristas y el anhelo de no diferenciación. La revuelta final
contra Léonore nos deja perplejos y nos parece una justa
compensación. Nos preguntamos, igualmente, por qué las
intervenciones del monitor no tienen más alcance (a propósito del
antagonismo pareja-grupo, y a propósito del saber que cada cual,
en la sospecha de que el otro lo guarda para sí, se guarda para él).
Soy sensible a la serie de las relaciones de seducción mutua que se
han anudado en el curso de esta sesión.

141
COMENTARIOS SOBRE LA SÉPTIMA SESIÓN (RK)

a) Los participantes han hallado crédito en la realidad (la con-


ferencia pronunciada por el monitor) para confirmar la verosimilitud
de su fantasma: el monitor es todopoderoso; es depositario de un
saber idealizado, intransmisible, tanto más cuanto que se le envidia
[7,3]. El hecho de que el saber sea inaccesible 'hace revivir los temores
paranoides ante su omnipotencia, y la angustia de la pérdida del
objeto: el monitor no es permanente [7,12], Además, el poder
confirmado del monitor muestra que los participantes no han creído
en su «soy como vosotros».
Si se trata de proponer reglas distintas de las del grupo de diag-
nóstico, es decir, de constituir otro grupo, quiere decir que los
participantes entienden sustraer a éste del poder del monitor. Y
quiere también decir, por la evocación de ese lugar distinto donde está
permitido transgredir y donde es distinta la ley, que exploran aquello
en que podrían incurrir en la violación de la ley, como se lo ha sentido
al monitor hacerlo al pronunciar una conferencia. La respuesta llega
de Antoine [7,6], quien ha castigado a un subordinado suyo.
A la construcción del muro [7,5] se la debe comprender, en-
tonces, en varios niveles: el de la defensa por erigir contra la regla
(la ley) que asegura el poder del monitor, y el de un aislamiento
respecto del mundo exterior. El muro es también el fantasma que
hace de pantalla («uno siempre puede imaginar...») y que permite
trastocar el orden existente y Renégar de las reglas de fun-
cionamiento del grupo («...las hemos olvidado»). Esta posible in-
minencia de la transgresión explica, sin duda, el malestar de Agnès
y Antoine ante la irrupción del deseo y de la prohibición.
Sin duda es también dable comprender que varios participan-
tes comuniquen entonces su división interna, la escisión producida
en su Yo. Philippe interroga con insistencia el efecto de la escisión
y de la Renégación preguntando «a qué se juega aquí», con lo que
puntualiza el sentimiento de lo falso. Céline y Marcel [7,9]
expresan la división diciendo sentir en sí dos personas: una de ellas
participa y la otra se mantiene a distancia; la primera se implica
afectivamente y la segunda sólo de palabra. La sesión anterior
había puesto de manifiesto el estado de división del objeto-grupo;
esta séptima insiste en la división del Yo de los participantes.
Así Léonore va a emprender el balance de los cambios bajo el signo
de la unificación: ahora Nicolas está implicado, dice, y Philippe
da paso a su aspecto afectivo... Léonore reconoce las divisiones

142
pasadas y se propone como aquella gracias a la cual se podrá su-
perar y reparar las otras, reunidas.
Con el fantasma de la construcción del muro los participantes
proponen cerrar el grupo. El muro es asimismo la ideología que
excluye al monitor. El análisis de las relaciones interpersonales ad-
quiere entonces el sentido de una defensa contra lo peligroso que el
grupo encubre, de la misma manera que la expresión de los
sentimientos de simpatía [7,1] y el establecimiento de los apa-
reamientos en el curso de las sesiones precedentes constituían una
respuesta defensiva contra el grupo y contra el monitor. Los par-
ticipantes huyen hacia lo que les resulta familiar y tranquilizante:
el análisis psicológico. El tema de la pareja opuesta al grupo [7,11]
confirma esta hipótesis. El enfoque que de esta oposición hace el
monitor desencadena un llamamiento dirigido a él como padre
faltante. La metamorfosis es bastante evidente (Antoine [7,11]),
hasta el punto de que el hijo al que le ha faltado el padre, pero
cuya madre ha estado muy cerca de él, se aprovecha para negar
que el monitor desempeñe un papel [7,12]. La referencia al aquí-
ahora del grupo es clara: un grupo-madre-Léonore sofoca, por
rechazo del padre, el llamado al tercero, su negación, por temor a
la triangulación, pero también por la idealización imaginaria de un
padre-héroe.

b) No habiéndose deslindado lo anterior, las angustias perse-


cutivas regresan al grupo. La diferencia con el tercero (el monitor)
se ve relegada, y la ideología de la igualdad vuelve fogosamente,
como en la primera sesión, en la que ya se había manifestado como
defensa contra el poder idealizado del monitor. A este poder lo ha
reactivado la conferencia. La idealización del monitor era, al
comienzo de la sesión, una defensa contra el fantasma de
castración. En el curso de la sesión, el poder fálico del monitor será
negado una vez más («no es un padre interesante, poderoso,
permanente»; por sobreentendido, «no es capaz de vivir el coito
ininterrumpido que deseamos»). El falo vuelve a Léonore («sólo lo
hay para Léonore», dice Agnès) y al grupo.
Nuevamente, pues, los partidarios de Léonore tienden a ex-
cluir, y esta vez con mayor claridad aún, a los que son diferentes
(monitor, observadores y Nicolas), a fin de que sólo queden los
iguales.
El ataque de algunas mujeres a Léonore, al final de la sesión
[7,15], señala esa escisión y la tentativa de aquéllas de hacerse

143
reconocer por el monitor, de no permanecer aisladas de los hombres,
cuyo interés moviliza Léonore, y de reinstaurar una tercera
presencia: la paterna. Su revuelta expresa el odio de las hijas frente
a la madre fálica. Léonore será la única en dar la nota más baja de
toda la temporada, y lo hará en esta sesión.

c) El discurso ideológico, que se consolida en el curso de esta


sesión, se elabora a partir del señalamiento de los contrarios (activi-
dad-pasividad, bloque-libre circulación), para en seguida negarlos. Su
prototipo es la pareja, que reúne a dos seres diferentes y que
consiguientemente implica la angustia de castración y el reconoci-
miento de la diferencia de los sexos. La diferencia hace posible el
deseo para el otro, y el peligro del apareamiento reaparece.
El grupo es un cuerpo que excluye esa diferencia, la que haría
oscilar del ser al tener. Al abdicar de ella, cada cual da su sexo al
cuerpo grupal. La igualdad formal buscada por los participantes es
una igualdad de forma. La ideología exige que el cuerpo sea for-
malmente unificado y perturba extremadamente la permutatividad
de los órganos, de los lugares y de las funciones, como la bloquea en
una soldadura inalterable: todos deben entrar en la fila. «Que los
baches y las protuberancias queden aquí nivelados» [7,14] indica que
el discurso ideológico niega la existencia del pene, tanto como la de la
vagina. A fin de que quede asegurada la defensa contra la castración
diferenciadora, el grupo —el Archigrupo14— exige de cada cual una
parte de su cuerpo para el todo. La ideología llega en lugar de esa
parte, y en este sentido funciona como fetiche.
La primerísima oposición de los contrarios constituida por la
dualidad pulsional amor-odio queda escindida, como se escinde la
pareja Yo psíquico-Yo corporal. Los participantes reducen esta
dualidad a uno solo de sus elementos (el amor), y al odio se lo
proyecta sobre ciertas partes enquistadas del grupo, o al exterior. De
la misma manera, la dualidad psicosomática se ve reducida a un puro
espíritu cuyo cuerpo se aliena en la figura del grupo y de su emblema:
Léonore.

14
Cf. R. Kaës, L' Appareil psychique groupal. Constructiom du groupe, 1976,
págs. 169-185.

144
COMENTARIOS DE DA

a) René Kaës acaba de poner en evidencia, en su comentario,


tres importantes dimensiones de la ilusión grupal explorada por la
séptima sesión: el deseo de transgresión, la ideología de la igualdad
absoluta y la constitución de un cuerpo imaginario del grupo (cuerpo
asexuado, cuerpo fetiche). No insistiremos en ello.

b) La conferencia que pronuncié la noche anterior en la Uni-


versidad, después de la sexta sesión (y cuyo tema no era nada
inocente: Lo imaginario en los grupos), reavivó —momentáneamen-
te— la imago de omnipotencia y omnisciencia que había sido lo-
calizada antes del comienzo de la temporada en el futuro monitor,
localización que efectuaron casi todas las personas ¡neritas. La
séptima sesión permite precisar de qué imago se trata, y es una pena
que no haya yo tenido de ella en su momento una visión tan clara,
pues ello les habría permitido a mis intervenciones ir más al fondo de
las cosas. Junto a las imagos, clásicamente descritas por Freud, del
padre bueno y el padre cruel, existe una imago acerca de la cual la
literatura psicoanalítica es más discreta15 —quizá porque funciona en
la mayoría de los psicoanalistas de sexo masculino en su filiación con
Freud y en su relación con sus propios alumnos—: la del padre ideal.
El padre ideal tampoco es la simple duplicación del pecho ideal,
diferenciado por Melanie Klein del pecho bueno y el pecho malo. Para
atenernos aquí a un análisis sucinto, tres atributos parécennos
pertenecerle como cosa propia: el padre ideal es el falo, el padre ideal
es el saber y el padre ideal es el donador de reglas. En todo caso,
estos tres atributos aparecen una y otra vez en el discurso del grupo
en el curso de la presente sesión.
De este modo se desarrolla un conflicto entre una tendencia a
mantener la imago de la madre buena como soporte de la ilusión
grupal y una tendencia a sustituirla por un estado de dependencia
grupal respecto del padre ideal resurgido.

c) La sesión comienza con dos ataques indirectos contra la


organización psíquica inconsciente del grupo en torno de lo que
representa Léonore (Céline está furiosa con el grupo, y Josette se

15
Guy Rosolato aborda esta imago en Essais sur le symbolique, Gallimard, París,
1969.

145
siente despojada por Léonore de su habitual papel de madre buena
[6,2]), y concluye con un brusco y celoso ataque de un trío femenino
(Marguerite, Agnès y Céline) contra Léonore, que acaba de recibir el
homenaje de un trío masculino (Antoine, Roger y Rémi han
declarado, en sustancia, que Léonore es, además de madre cálida,
una mujer seductora [7,14; 7,15]). El ataque deja desamparada a
Léonore. No obstante, con respecto a la sesión precedente, que se
había cerrado con una invectiva colectiva contra Nicolas, hay
permutación de las personas, pero no cambio en la dinámica interna:
lo que funciona, sin duda con mayor claridad, es la alternancia de
seducción y provocación. De esta alternancia se sabe que alcanza su
paroxismo en las madres de muchachos que son futuros perversos; en
esto concuerdo con las observaciones de Kaës sobre el juego cada vez
más explícito con la transgresión y sobre la constitución del grupo
como fetiche.
Entre estas dos impugnaciones, de comienzos y de fines de la
sesión, ocupa su lugar la reafirmación, en dos oportunidades, de la
ilusión grupal. Primero es la serie siguiente: el grupo se presenta
«soldado» en la conferencia del monitor; el monitor mismo ha sido
entonces reintegrado como buen monitor de un grupo bueno, y por
último Nicolas, el extraviado, hace acto de pertenencia al grupo.
Agnès, la solitaria, revela ser el objeto de los cuidados de Léonore,
quien vela por su integración al grupo y vuelve a decir su objetivo de
«calor humano en las relaciones» [7,2; 7,3; 7,4]. A esa versión fusional
de la ilusión grupal sucede, hacia las tres cuartas partes de la sesión,
una variante dogmática y compulsiva. Tras la «confesión» de Antoine
y la conmovedora confidencia de su búsqueda, a) través del monitor,
de un padre ideal, los intercambios entre los participantes se vuelven
graves y agrios; se repite el ataque colectivo de la víspera contra
Nicolas. Se imputan mutuamente el pecado de psicologismo (meter
al otro en el baño sin mojarse uno mismo). Léonore introduce el
tema, que tiene éxito, de la necesaria igualdad de los miembros.
Marguerite vuelve a emprender el ataque contra Nicolas, quien
acaba de reconocer su deseo de liderazgo («Te crees superior, y eso
me exaspera»). Coro de los participantes: «Que los baches y las
protuberancias queden aquí nivelados», que «a los jefes se los
limpie», «que todos sean reducidos al común denominador, sin
excepción», «todo el mundo debe entrar en la fila; nadie se debe
distinguir de los demás». A la simpatía mutua se la declara
obligatoria, y los observadores, «hombres fríos», son denunciados
como fautores de distancia, de juicio y de desigualdad [7,13; 7,14],

146
d) Por otra parte, se dejan sentir, de paso, algunos efectos
positivos de la ilusión grupal, principalmente un comienzo de crea-
tividad y un primer señalamiento del juego de las identificaciones y
proyecciones.
Algunos participantes se sienten maduros para pasar del grupo
de diagnóstico al psicodrama, y se propone un juego imaginario:
construir, todos juntos, un muro [7,5], lo cual lleva a Antoine y
Nicolas a evocar el test de la aldea, que debieron rendir, y a com-
prender mejor su posición dentro del grupo a partir del lugar que
habían dado a su propia casa en la aldea [7,7; 7,8], René Kaës ha
comentada la dimensión defensiva del proyecto psicodramático y del
muro. Yo quería insistir en el otro aspecto, en la progresión simbólica
allí presente. La mayoría de los participantes me conoce como
experto tanto en psicodrama como en grupo de diagnóstico y como
autor de un libro sobre este método. Hacer psicodrama sería liberar
aún más vuestra espontaneidad y utilizar mejor mi presencia. La
sugerencia de mezclar psicodrama y grupo de diagnóstico es, por lo
demás, tan prudente, que algunos monitores ya están prácticándola
(varios miembros lo sabían), y mis habituales compañeros de equipo
y yo mismo la hemos puesto, luego, en aplicación. En cuanto al muro
por construir en común, habría podido conducir al mito, tan
frecuente en los grupos, de la torre de Babel, y anticipa lo que habrá
de ser dentro de algunos años el dibujo colectivo de la Galera que
boga hacia Cite- res. Han sido participantes quienes, con su crítica de
ambos proyectos como contrarios a las reglas, han hecho abortar la
posibilidad evolutiva que éstos contenían. Hermoso ejemplo de lo que
Melanie Klein ha denominado envidia destructora de la fecundidad
del pecho y que Bion ataca contra los vínculos. Al no Interpretar la
significación mortífera de esas críticas, con mi silencio las he
garantizado á los ojos de los participantes, para quienes yo seguía
siendo una figura Superyoica.
Por lo demás, esa confianza del grupo proporcionada por la
ilusión grupal les ha permitido a los participantes superar la an-
gustia persecutiva frente a la mirada y la boca del prójimo, revelar
cosas personales sin el temor de que se las utilice como armas
contra quien las ha dicho, y comprender que lo que leemos en los
demás es lo que de nosotros hemos proyectado en ellos para
desembarazarnos y que al mismo tiempo ha despertado en ellos
una identificación con nosotros. Céline confía la dualidad de su
Yo: no puede a la vez implicarse y observar. Marcel ha comenzado
a «interesarse por cada miembro», y antes de dormirse «ha vuelto a

147
ver cada rostro». Rémi ya no teme «la imagen de mí que los otros
me devuelven». Michel confiesa su «angustia de estar delante de
espejos reflectores». Philippe y Roger evocan los ajustes que el
grupo los ha llevado a tener ayer a la noche con sus esposas.
Antoine, por último, comunica su sufrimiento de ser el hijo de un
matrimonio divorciado.
De ese modo, han sido cada vez menos roles y cada vez más
personas quienes han podido estar presentes durante toda esta
secuencia en el grupo. Pero el conflicto entre la dependencia res-
pecto del padre ideal y la identificación narcisista con la omnipo-
tencia materna ha recobrado rápidamente vigor y ha tenido la
última palabra.

148
OCTAVA SESIÓN

Sábado, de 11 a 12 y 30.

(No se destaca la disposición espacial de los participantes.)


[8,1] En la reanudación, los arribos se efectúan en orden
sucesivo, escalonados. Varios expresan irritación e inquietud por lo
que va a pasar. Diversos soliloquios, o diálogos susurrados, que pocos
participantes siguen y que a la mayoría le cuesta tolerar; ruidos de
sillas, movimientos de pies; circulan unos cartones en los que cada
cual ha escrito su nombre de pila. Michel coge el cartón de Didier y lo
envía a Antoine, quien lo pasa a Nicolas. El de éste está delante de
Rémi. A otros se los amontona en el centro de la mesa ovoidal. Roger
sugiere que se restituya lo que se ha dicho en la pausa.
[8,2] Léonore: Al final de la sesión yo estaba muy angustiada...
Ahora me siento mejor. En la pausa, algunos han venido hasta mí y
me han ayudado, y me he sentido feliz por la comprensión de que
estaba rodeada. Simpática... Me han formulado preguntas sobre mi
psicoanálisis. Ayer le había dicho a Nicolas que el psicoanalista, en el
grupo, apesta... Tengo un pésimo recuerdo de mi psicoanálisis. Esto
ha coincidido para mí con una serie de acontecimientos catastróficos
en mi vida..., enormes dificultades en mis relaciones familiares, mi
divorcio. Ayer y esta mañana, la intervención de Philippe me ha
conmovido sobremanera, pero no adhiero a su organización, que me
parece bastante militar. Y además no logro soportar que se me
atribuya un papel de madre. Para mí, ser madre es muy pesado de
llevar. (Silencio.) Y también se ha dicho por ahí que yo soy
seductora... (Silencio, emoción.) Es cierto que algunas veces soy
seductora; me lo dicen, y no me disgusta. Sí, es cierto.

149
[8,3] Tras un silencio, Nicolas, que ha cerrado su cuaderno:
«Aquí nos has seducido a todos, más como mujer que como madre...»
Roger: Una mujer seductora, o alguien que se ha divorciado, es
más cómodo para establecer relaciones.
Léonore: No he querido seducir al grupo. Yo aquí he visto
personas, no el grupo.
Antoine: Yo sí he visto el grupo, por personas individuales.
[8,4] Nicolas habla entonces de lo que ha sido para él la
sesión de la víspera (quinta sesión), en el curso de la cual le quitaron
su cuaderno. Ha sentido esa supresión «como una castración... Pero
tengo que precisar que esto sucede en el plano de lo imaginario»
(risas)... «No impide, claro, que me resulte muy penoso y que me haya
tocado muy profundamente».
Después de la sesión, Nicolas ha ido a ofrecer su cuaderno a
Marguerite, quien lo ha rechazado: «Ahora ya no necesito este
cuaderno. Lo que me han quitado no era más que carne muerta».
Marguerite le ha dicho que se comportaba como un hermano mayor,
como un sustituto del padre, y que por eso la habían emprendido tan
violentamente contra él. Sólo tenía que comportarse como todo el
mundo.
Nicolas: Rechazo ese conformismo de las etiquetas: hermano,
padre... Lo que quiero es tener mi propia identidad. (Silencio.) Pero
me parece que todo esto está superado, liquidado. Lo que me han
arrancado era verdaderamente carne muerta.
Marguerite declara haberse sentido culpable de que el arreba-
tamiento del cuaderno de Nicolas haya producido en éste el efecto de
una castración. Se siente molesta de que el grupo no haya
comprendido a Nicolas.
Léonore le indica a Nicolas que ella había advertido su cambio
esta mañana; desea que los hombres hablen, «se desnuden un poco y
muestren su afectividad. Me agradaría que Antoine continuase
hablando como esta mañana, que dijera lo que siente». Antoine
quiere dar prueba de buena voluntad, si pese a todo puede hablar «de
algo que le interesa a Léonore».
Léonore: Cada vez que has hablado has mostrado una afec-
tividad oculta... ¡Me parece que has perdido la fe en tu trabajo!
[8,5] Antoine: En el trabajo... Se trata, también, de la fe
religiosa. Soy ambivalente..., carne viva irritada. Es un problema...
Alternancia de reacciones violentas. Tengo fácil el insulto sobre estos
problemas.
Se ha sentido atraído por un psicoanálisis didáctico «para ver»,

150
pero su curiosidad o su motivación eran, «sin duda, muy flojillas», ya
que ha «eliminado este asunto». En cambio, le gusta hacer grupo:
«Me siento bien en los grupos, pero necesito una puerta de escape...
Me intereso por el grupo familiar, de cuya experiencia carezco, y por
el grupo-matriz. También por el liderazgo y las redes de
comunicación». Pero no comprende que todos permanezcan en un
grupo «encerrados en una misma habitación; el mero placer de estar
juntos no me interesa». Le fastidia; no comprende bien por qué. Y no
tiene la ocasión de hablar de sus preocupaciones con su medio
profesional y familiar. Por ejemplo, su esposa ha cursado estudios
distintos de los suyos, y en su oficio, al igual que con su esposa, está
obligado a explicar, a vulgarizar, a adoptar una actitud profesoral, lo
cual también le molesta. En todo caso, «lo que ocurre aquí me
interesa mucho; por ejemplo, el hecho de que aquí la regla sea la
igualdad. Si alguno trata de rehuirla, se le trae de vuelta al término
medio; si se va demasiado alto o muy bajo, se le nivela. Resulta
curioso, ¿no?». Antoine, interrogado por Roger acerca de sus
relaciones con el monitor, piensa que tiene tendencia a querer
hacerse reconocer por él, para lo cual emplea términos técnicos que el
monitor conoce muy bien, «para seducir al líder... Es un poco cucú.
Cucú es el término no técnico para decir inmaduro». Evoca su
reciente placer en presentar en un cine club El ángel exterminador,
de Buñuel. Se sentía dichoso de ser el líder. «¿Por qué ha sido atraído
por el grupo familiar?», preguntan Philippe y Léonore. En grupos
como ésos, explica él, admira que cada uno de los hijos, «aunque
salido de la misma matriz, sea diferente y pueda diferenciarse». Por
lo que toca a su propia familia, en ella experimenta buen número de
dificultades y temores: rechazar a sus hijos y ser rechazado por ellos,
reproducir la actitud de sus propios padres («Temo que mis hijos sean
desdichados por mi causa, como desdichado me hizo mi padre»), tener
que ser un padre y esposo tranquilizador y fuerte, para proporcionar
socorro a la madre, que carece de autoridad y que en determinados
puntos se muestra claudicante.
Roger: No has liquidado tu relación con el monitor; no te
diriges a él.
[8,6] Antoine: No tengo preguntas que formularle a Di-
dier... (Silencio.) Didier es para mí un modelo seductor. Pero no
querría dejarme coger por esa imagen, que sólo puede proporcionar
ilusiones y decepción. Es un padre efímero.
Esta última frase provoca varios comentarios acerca del mo-

151
nitor, quien «está sólo de paso» (Philippe, Roger), «que no es
permanente» (Léonore, Marcel, Michel, Josette). Luego se emprenden
diversas tentativas para introducir, o reintroducir, a varios
participantes (Josette, Marcel, Céline) «en el clima..., en el seno del
grupo». Estos esfuerzos tienden a lograr que cada cual aporte, como
otros lo han hecho ya o acaban de hacerlo (Léonore, Antoine), una
contribución personal a la vida del grupo.
Marguerite: Tengo la impresión de que estamos negando algo,
negando que Didier represente una figura paterna, quizá... Durante
la conferencia volvió a ser el profesor; desde su estrado hacía de
padre-profesor: la conferencia era un artefacto... En realidad, ¿cuál es
su lugar? Todos nos preocupamos unos de los otros, pero de él no. Me
pregunto' qué es lo imaginario nuestro de nuestro grupo. El monitor
dio ayer un esquema del grupo; apliquémoslo.
Rémi: Y yo me pregunto si no hay aquí subgrupos, sólo eso, y
diferentes imágenes de padre. ¿Un imaginario común? No... no lo
creo (aprobaciones). Tal vez a causa de las tendencias a hacer
subgrupos.
[8,7] Michel: Yo, por el contrario, soy más bien sensible a la
unidad del grupo. Cuando se hablaba, hace unos momentos, pienso
que más bien se daba la impresión de unidad, ¿no? (aprobaciones), y
que se intentaba meter a todo el mundo en el mismo costal (sí, sí...),
reducir las desigualdades.
Rémi: Sí, en el intervalo hemos constituido un subgrupo con
Léonore.
«Qué importa —se comenta-—; en sesión, el grupo está unido y
es cohesivo.» Roger hace observar entonces que después de la sesión
de la mañana «no se ha reintroducido al monitor en el grupo... Me
parecía que ayer habíamos liquidado el conflicto».
Marcel. ¡No queremos padre aquí!
Roger: No se trata de reintroducir a Didier como padre, sino
como miembro del grupo. También podemos preguntarnos si su
conferencia era extraña al grupo, o si Didier hablaba del grupo, de
éste, del nuestro.
[8,8] Sigue un intercambio que evoca las presentaciones del
primer día, en las que «cada cual se había escondido detrás de las
etiquetas». Interviene el monitor para situar el sentido de esa
evocación dentro de los problemas actuales, que subsisten y que
incumben a la interrogación, siempre latente, sobre las diferencias
entre unos y otros: «El hecho de que nuevamente se hable de las
presentaciones es también un problema sobre la identidad.

152
¿Quién soy? ¿Quiénes son los demás? ¿Quiénes somos? Habi-
tualmente, las presentaciones, tal y como se hacen, tienen también
por función decir y esconder. Ocultan una enorme falla con respecto
a lo que somos...
Nicolas pregunta si ahora el monitor «se ha reintroducido en el
grupo».
Antoine: No, por cierto que no. Estoy insatisfecho y siento
cierto fastidio. Estamos por salir de los problemas antiguos, su-
perados. ¿La conferencia? Ha pesado, sobre todo, a causa de la
admiración que ha suscitado. Una admiración que pone distancia
con Didier. Ahora resulta incómodo reubicarlo como miembro del
grupo.
El monitor interviene para decir que la referencia al pasado es
para evitar discutir acerca de lo que significa ahora el problema de
reintroducirlo en el grupo. Michel recoge su intervención: «Se trata,
efectivamente, de un falso problema; por primera vez me siento
insatisfecho y molesto. Estamos dando vueltas en redondo». Roger se
hace eco de esa impresión y se pregunta por qué; desde «la mañana
se ha intentado reintroducir a la gente, unos junto a otros, en el
grupo». Michel observa que también se ha hablado de la conferencia
del monitor, que ese era «un tema cómodo para hablar de él».
[8,9] Antoine: Tengo la impresión de que es el grupo quien ha
pronunciado la conferencia, no el monitor (aplausos, risas,
barahúnda).
Alguien: Te has absorbido al monitor... (Comprendo: elimi-
nado, apropiado.)
Michel (a Antoine): En ti hay una vocación no realizada de
universitario. (Antoine protesta: «¡No es capaz!». Risas.) Por mi
parte, no tengo la sensación de haber pronunciado la conferencia
en lugar de Didier. Yo no habría podido pronunciarla.
Philippe: Creo que una parte del grupo ha sentido celos de ver
a Didier compartido con otros... Ya no era «nuestro» Didier.
Alguien: Se le admira demasiado.
Otro: Se ha prostituido con otros.
Roger (a Didier): Yo me he sentido molesto por tu faceta
teatral, que no la tienes aquí. Alguien me dijo —creo que fue Agnès
o Josette—: «Estoy arrebatada». No hay que exagerar. No era tan
formidable como para eso (risas).
Céline: Hace un momento que me estoy preguntando qué es
nuestro imaginario común. ¿Es Didier un hermano, un padre...?
¿No habría entonces que realizar el asesinato del padre...?

153
Alguien (¿Philippe? ¿Marcel?): ...literario... jerga de psicólogo.
Roger: Querría hablar con Didier, decirle algo, no sé...
Rémi: Difícil dirigirle la palabra ahora... Ya lo ves (a Roger):
no puedes hablarle. Antes de la conferencia estaba cerca y era
cálido; durante la conferencia, prestigioso, dueño de sí... (apro-
baciones).
Roger, Marguerite, Antoine: Desde esta mañana está lejano y
es inaccesible... (aprobaciones).
[8,10] La discusión retoma siempre el mismo tema contra-
dictorio, según el cual la conferencia del monitor la ha pronuncia-
do, en realidad, el grupo, del que el monitor es el vocero y según el
cual también la conferencia pone de manifiesto su dominio, su
poder de claridad y de seducción ante un amplio auditorio, del que
se sienten celos. Se expresa la sensación de que el monitor ha
hecho abandono del grupo, que ha sido despojado de él, «miembro
capital» del grupo y de quien Léonore dice que ella ha querido
prestarlo a otros durante el tiempo de una conferencia. Esos celos y
ese despojo explican, sin duda, dan a observar Marguerite y
Philippe, que desde esta mañana se procure «recuperarlo en el seno
del grupo». Se le devuelve al monitor su etiqueta con su nombre de
pila. Entonces él dice:
Didier: La conferencia me ha planteado un problema con res-
pecto al grupo. Por razones prácticas, he bloqueado dos cosas en
una misma vía. Mucho tiempo he vacilado... ¿Acaso debía prohi-
birles a los miembros del grupo asistir a la conferencia? El asunto
no carecía, por lo demás, de fundamento, ya que, en oportunidad de
una pausa, alguien (Michel) me preguntó: ¿Tenemos el derecho de
asistir...?
Philippe: ¡Más habría valido que no fuésemos!.
Rémi: También yo me planteaba el problema de saber si no
era mejor no ir. Pienso, por otra parte, que la prohibición habría
pesado sobremanera.
[8,11] Didier: Querría insistir en las razones de mi vacilación.
Esta actividad extragrupal me ha planteado problemas con respecto
al grupo. Al venir aquí como monitor y como miembro del grupo
me preguntaba si el hecho de verme en otras funciones, enseñando,
y de oírme hablar de asuntos que no dejaban de relacionarse con
la psicología de los grupos, de este grupo , no crearía una
situación difícil. Como monitor, debo ser desmitificado de las
representaciones que se me han endilgado y que impiden que
lo que digo se entienda por lo que es. Además era menester, ya

154
que en fin de cuentas yo había aceptado pronunciar la conferencia,
que diera con un estilo adecuado. Tanto la conferencia como esta
temporada se organizaron durante las vacaciones universitarias. Los
organizadores me habían solicitado una gran conferencia. Como eso
coincidía con estas pequeñas vacaciones, yo había previsto poca gente
y un estilo más bien de seminario. Hasta el último momento estaba
en la incertidumbre respecto de lo que iba a pasar. Si había mucha
gente, era preciso hallar otro estilo. Yo ya había realizado un
informe, una comunicación, sobre este mismo tema, pero en un estilo
austero. Me vine abajo, hinqué el pico: la materia misma no se presta
a una conferencia erudita. Después, ayer, vi que había mucha gente y
que había que hacer un número... También me decía que si algunos
de vosotros iban y otros no, ya no estarían en un mismo nivel.
Cuando vi que la mayoría (Alguien: «¡Fuimos todos!») estaba allí, me
dije que podía deslizar algunas referencias a lo que ocurría aquí, en
el grupo. Con los observadores nos hemos interrogado largamente,
ayer y también en la pausa, sobre los efectos de la conferencia...
Roger: ¿Acaso te molestó que estuviésemos en la sala?
Didier: Yo no habría dicho lo mismo si el grupo no hubiese
estado allí. Puesto que estaba, yo tenía que encontrar dos niveles de
comunicación: hablarle al conjunto del auditorio de una manera
directa y relativamente superficial, y hablarle a este grupo
indirectamente y de una manera más profunda... Era una especie de
sesión suplementaria para el grupo. Me he basado en la experiencia
que tengo de los seminarios, en los que las sesiones de grupo de
diagnóstico alternan con conferencias y reúnen a las mismas
personas.
[8,12] Nicolas: Me pregunto si la fecha ha sido oportuna. Más
habría valido dar la conferencia después de la temporada.
Roger: Tal vez, pero no era posible.
Alguien (¿Philippe?): Por cierto que no habría tenido el mismo
efecto sobre el grupo. Aquí venía en caliente... (también oigo: «¡Al
contrario, ducha fría, aminoración!»).
El grupo se pregunta si la conferencia ha sido o no ha sido
benéfica, ¡si representa un logro para el grupo. Léonore encara a
Michel, reprochándole haber ido a pedirle una autorización al
monitor. Por lo que a ella incumbe, no ha experimentado la ad-
miración que ha sentido la mayoría; el monitor le ha parecido «más
bien un histrión... Acabo de decir que yo te había prestado a los otros.
¡En rigor, eres bien de nosotros!».
[8,13] Se reparten bombones, cuyos papeles se arrojan al

155
medio de la mesa, apuntándole a un cenicero. Nicolas observa «de
pronto nos hemos vuelto silenciosos. Tratamos de llenar el bache
masticando algo».
Marcel: Esta mesa corta nuestra imagen del cuerpo por la
mitad...
Nicolas: Sí, pero nos sentimos mejor inclinados a trabajar. El
marco de la habitación..., sin duda la disposición de la mesa induce a
tomar notas, a comportarse como en un seminario, en una sesión de
trabajo.
Antoine sugiere que se haga pasar a Nicolas bajo la mesa. Se le
pregunta al monitor si cree que el marco dentro del cual se
desarrollan los grupos influye sobre lo que sucede en éstos. El
monitor responde interrogando por el sentido de la pregunta con
respecto a lo imaginario actual del grupo. Léonore dice que la
pregunta se ha formulado para «tapar el bache». Se insiste (Michel,
Céline, Marcel) en el malestar que sucedió al comienzo de la reunión
de esta mañana.
Michel: Esta mañana, al llegar, yo tenía muchas cosas que
decir... Me vine abajo rápidamente. ¿Por qué?
Céline: A la pregunta del lugar de Didier dentro del grupo no
siempre tengo respuesta. Es irritante. Todos se plantean esta
pregunta. Así no avanzamos...
Marcel: Mi impresión de pertenecer al grupo es demasiado
reciente para que yo pueda hablar de su imaginario; ayer tuve esta
impresión, ahora más.
Michel: Se han encarado algunos problemas. Hay quienes se
han interesado en ellos, y en otros hay una especie de repliegue...
como le ocurre a Marguerite después del descanso.
[8,14] Marguerite: Por una parte... hemos disparado sobre
Nicolas, y luego damos vueltas en torno de la conferencia de Di-
dier, que nos ha provocado. Ha hecho una demostración de lo que
ocurre en los grupos, una demostración de sus ideas... Nos su-
gestiona. Y es también una idea de Roger, ¿verdad?
Roger. Sí, nos ha provocado, y veo que provoca problemas sin
aportar respuestas. Me pregunto si no está tentado de decirnos lo que
pasa aquí, pero no quiere. En todo caso no lo quiso ayer.
[8,15] El monitor responde que, de saberlo, diría lo que pasa,
que tiene ideas o hipótesis, como todo el mundo, pero que,
como todo el mundo, cree que sólo podrá hablar de ellas cuando
hayan madurado. Léonore se dedica entonces a preguntar a unos
y otros si se sienten bien. En la mayoría de las respuestas se ma-

156
nifiesta un malestar, así como irritación y contenida agresividad.
Céline declara que el día anterior se sintió tan enfadada con Nicolas,
que realmente habría querido matarlo. Michel se siente «frustrado,
desamparado; ya no encuentro valores en el grupo». Léonore piensa
que el lugar que se le ha atribuido dentro del grupo es exagerado:
«No creo ser el nudo del grupo», dice en momentos de cerrarse la
sesión. Y entre un ruido de sillas Agnès dice que «hoy matamos a
Léonore y Philippe...».
[8,16] Llegada la pausa, experimentamos un vivísimo sentimiento
de culpabilidad con respecto al grupo. Ciertamente, la conferencia era
inoportuna; no ha facilitado la tarea del monitor ni la evolución del
grupo. Los problemas de éste —¿quién ejerce la autoridad?; ¿quién es
quién? (enredo y alteración de nombres propios)— siguen siendo
subyacentes e implícitos. El monitor se halla en una situación
incómoda para abordarlos y darles una interpretación. Léonore
produce irritación. Sin duda ha dicho que «el psicoanalista apesta en el
grupo» para luchar contra el monitor. El título con que damos —
«Anales de la conferencia»— no quiere expresar más que el comentario
hecho a propósito, pero en nuestro análisis no se ha destacado la
analidad. Advertimos que por primera vez la satisfacción cae por abajo
del término medio. Estamos más bien atentos a las tentativas de
restaurar la unidad del grupo, en el que se debe incluir al monitor, en
el que se lo debe reintroducir, para que no sea un cuerpo extraño. Es-
tamos de acuerdo respecto de la necesidad de interpretar la idea-
lización del monitor, imagen paterna abstracta y terrífica.

COMENTARIOS SOBRE LA OCTAVA SESIÓN (RK)

a) Los primeros minutos de la sesión [8,1] dan testimonio del


retiro de catexia del grupo por los participantes, algunos de los
cuales sólo intentan, tímidamente, hablar; la dinámica grupal se
centra en Léonore y Nicolas. A Léonore se la escucha; responde a
los pedidos de confidencias haciéndolas ella misma, y reconoce ser
seductora sin dejar de ser, además, seductiva, lo cual le permite
presentarse como único objeto del deseo de los participantes y del
monitor. Exige [8,4] un eco, al que responde Nicolas; ella lo
recupera. Antoine [8,5] sostiene el proyecto de Léonore, adap-
tado al mismo tono que ella y, como ella, predica la desconfianza
frente al padre-monitor, es decir, la fidelidad a la madre-durable,
por oposición al padre-efímero. Estas seudoconfidencias sólo tien-

157
den a responder como un eco al deseo de Léonore y a excluir al
monitor; además, son contribuciones personales manifiestamente
opuestas al fin principal de reducción de las diferencias. El tono del
grupo es el de lo «falso»; así, el triunfo de la negación-persecución
justificativa, el supuesto «cambio» sobrevenido en la figura del
monitor [8,8; 8,9] y el vuelco de la dependencia respecto de él se
expresan en el fantasma según el cual es el grupo quien ha
pronunciado la conferencia. La confusión y el sentimiento de
abandono señalan la profunda regresión de los participantes, que
deforman la historia del grupo a despecho de las informaciones
proporcionadas por el monitor. Si al final de la sesión se experimenta
un ligero apaciguamiento, en cambio persiste el malestar, y los
esfuerzos para comprender su fuente fracasan, pues no se los
relaciona con la dinámica transferencial del grupo.

b) En el curso de esta sesión todos están expuestos, efec-


tivamente, a la pérdida de su identidad personal (cf. el embrollo de
nombres propios [8,1]) y, con ello, a la de su identidad sexual. Al
sacar a luz, mediante el modo de la confidencia que reclama otras
confidencias, una «falla», una «debilidad» (ha tenido una pena, y, si
cada cual le cuenta la suya, ella podrá remediarlas), Léonore se
ofrece como objeto de identificación contra el monitor inaccesible,
quien, por lo demás, le pertenece [8,12]. Objeto dañado, respecto
del cual los participantes se sienten implicados: Léonore suscita un
proceso de reparación del que obtiene beneficios: se la rodea, se la
ayuda. El grupo intenta de ese modo efectuar varias reparaciones
(para con Nicolas, entre otros) y consolidar su narcisismo
autárquico, como defensa contra la pérdida del objeto y la
castración. Dentro de ese contexto transferencial, Nicolas se
convierte en el vocero de Léonore y del grupo, pues evoca el
episodio de su «castración imaginaria» y su tentativa de reparación
ante Marguerite, para él doble de Léonore [8,4]. La negativa de
ésta señala el no reconocimiento de la diferencia de sexos:
aceptarla sería reconocer la castración. El pene muerto, la «carne
muerta» de que habla Nicolas [8,4] atestiguan a la vez la castración
y su negación: si Nicolas no lo tiene, Léonore puede tenerlo. Bajo
esa puesta en escena se halla en tela de juicio toda la relación con
el monitor y con la Ley. El proceso de desviación y perversión de la
Ley, inherente a la producción ideológica, aparece con toda
claridad. Así, las reglas de funcionamiento del grupo —testimonio
de un orden extrínseco (tercio) que asegura la constitución

158
del grupo— son alteradas y al mismo tiempo ejercidas por los
participantes, al menos por algunos de ellos: Léonore asegura el
liderazgo al hacerse portavoz de la regla fundamental presentada
por ella, con fines propios, como un desnudamiento (que cada cual,
en particular los hombres, diga lo que siente cuando se desnuda).
El liderazgo está asegurado por la identificación del enunciador de
la regla con su enunciado. De resultas de ello, se cierra toda
referencia posible al garante simbólico (es decir, al monitor, por lo
mismo que éste ya no se identifica con la regla ni se colusiona en
el fantasma). El líder funciona entonces como instancia
superyoica. Y la regla de restitución, por ejemplo, se altera y per-
vierte; funciona, a los fines del Superyó, como Ley de la castración:
que los hombres en particular se desnuden y muestren lo que
sienten. Tal es la exigencia, en la que éstos consienten, de la
madre, que, por ser el falo, reivindica la restitución del pene.

c) La contraparte de esa exigencia es la erección del grupo


como ideal narcisista de autogeneración y de totalidad indestruc-
tible: como pecho-falo. La tentativa de reunir el significante fálico
ideal con el grupo-pecho se efectúa en el ensayo de recuperar al
monitor para hacer de él el «cuerpo del grupo, el miembro capital».
Pero parece que los participantes no siempre pueden satisfacerse
con el mantenimiento de un falo materno. A esto no se lo vive sin
peligro y angustia como para que el objeto-grupo no quede expuesto
a la castración.
La fantasmática que esta sesión organiza es probablemente
una fantasmática de escena primitiva en la que se representa la
muerte del padre en el coito con la madre fálica; muerte del padre
efímero, es decir, «de paso», pero también símbolo del insecto que
sólo vive un día y muere tras la fecundación; muerte de los hijos,
que pueden sufrir la suerte del padre, ya que todo está confundido
(cf. los nombres de pila amalgamados). A la mesa se la representa
como un agujero inmenso al que se llena con esos bocados que
sirven para entretenerse. Sin duda por eso los participantes, a fin
de asegurar su defensa contra el peligro de muerte oculto en esa
«vagina dentada», fantasman el grupo como un sitio de vida plena,
un pecho y una madre con pene: el «miembro» del monitor ha sido
reintroducido en el grupo, autor de la conferencia (y no el monitor).
Esta atribución permitirá evitar la apropiación del saber sobre lo
imaginario de los participantes en este grupo.
El discurso ideológico se ha establecido para reparar el cuerpo

159
propio de cada cual, negando todo vestigio de castración o de
pérdida («Lo que han cortado era verdaderamente carne muerta»,
dice Nicolas [8,4]). La ideología permite constituir un cuerpo
grupal, ninguna de cuyas partes debe tener una función propia,
sino, por el contrario, ser equivalente a cualquier otra parte (nada
de diferenciación: «Todos somos iguales»).

COMENTARIOS DE DA

a) La primera tercera parte de la sesión ve abortar tres ten-


tativas de retomar y desarrollar lo nuevo que había aportado la
sesión precedente. El juego de permutación de los cartones que
llevan el nombre de los participantes [8,1] materializa esa circu-
lación de las identificaciones y las proyecciones que comenzaba a
hacerse consciente; pero, dejando aparte una breve repercusión
[8,8], es un juego sin consecuencias. Por lo demás, Léonore admite
ser mujer y seductora e invita a los hombres a desnudarse y
mostrar su afectividad. Nicolas dice haber experimentado como
una «castración» («en el plano de lo imaginario») la privación de su
cuaderno de notas. Pero, más que de un real movimiento de acceso
a la problemática edípica, parece que se trata de signos de la
seudoedipificación, tan frecuente en los grupos [8,3; 8,4]. Antoine,
en fin, parte de manera personal de la fe, del psicoanálisis, de la
familia, de su representación no igualitaria del grupo [8,5], pero
nadie le sigue.

b) Lo dominante es la oposición de dos maneras diferentes de


conducir el grupo: la de Léonore y la del monitor. Léonore, que en
la pausa se ha recuperado gracias al consuelo proporcionado por un
subgrupo, marca rápidamente esa oposición: «En el grupo, el
psicoanalista apesta. Tengo un pésimo recuerdo de mi
psicoanálisis» (testimoniando con ello que su 'hostilidad para con el
monitor compete a una transferencia negativa no liquidada sobre
su propio psicoanalista [8,2]); «Aquí he visto personas, no al
grupo» [8,3]. Se sobreentiende: el monitor se preocupa por el grupo,
no por las personas; el monitor se conduce como psicoanalista,
neutro y frío, sin afectividad; yo hago lo contrario. Además, como
el monitor se convierte en el centro de las discusiones a
propósito de su reciente conferencia, Léonore se abstiene de
participar, marca en seguida su dominio sobre él (no se ha sentido

160
abandonada; «ha querido prestarlo a otros» [8,10] y por último pasa
abiertamente al ataque: en contra de la corriente de la general
admiración, el monitor le ha parecido «más bien un histrión» [8,12].
Nuevamente pone en circulación algunos bombones. Nuevamente
toma la iniciativa de una ronda preguntando a los demás pasantes
—pregunta significativa de los fines por ella perseguidos— «si se
sienten bien» [8,15].
Por mi parte, me ha sorprendido, al releer el protocolo de la
sesión, el tipo de intervención que practiqué. Dejemos aparte la
excesiva explicación de mi vacilación en aceptar a la vez pro-
nunciar una conferencia y conducir una temporada (pienso que las
explicaciones atinentes al marco forma] pueden ser estructurantes,
como lo es el necesario enunciado de las consignas, y así las empleé
en la sexta sesión cuando debí explicar el papel de los observadores
[6,9]). Todas mis otras intervenciones han sido, o bien de remisión
de la pregunta a quienes la formularon (influencia del marco sobre
el desenvolvimiento del grupo [8,13]), o bien de «no sé» o de «no
está maduro para que yo hable de ello» (¿qué sucede aquí? [8,15]), o
bien de reformulación del contenido manifiesto de la pregunta que
se le plantea al grupo sin análisis de su contenido latente
(«¿Quiénes somos?» [8,8]; ¿qué significa el problema de reintroducir
al monitor en el grupo? [8,8]). Así, a la conducción semidirectiva
del grupo por Léonore, opuse una conducción no directiva
meramente rogeriana; la interpretación de tipo psicoanalítico
continuó ausente. De ahí la muy comprensible decepción de los
participantes. Antoine: «Estamos a punto de salir de los problemas
antiguos, superados»; Michel: «Se trata, efectivamente, de un falso
problema; por primera vez me siento insatisfecho y molesto.
Estamos dando vueltas en redondo» [8,8]; y tras mi primer
subterfugio, en oportunidad de la ronda suscitada por Léonore, «un
malestar se expresa en la mayoría de las respuestas, así como
irritación y contenida agresividad» [8,15].

c) Las notas de evaluación traducen la insatisfacción general,


con excepción de Léonore, cuya satisfacción es comprensible, y de
Marguerite y Nicolas, que han arreglado su diferendo a propósito
de la toma de notas.
Al igual que estos últimos, también yo pongo una nota
alta, pues me siento satisfecho —narcisísticamente— de que lo
esencial de la sesión se haya al fin centrado en mí, el monitor. Des-
pués de las resistencias de las primeras sesiones, se ha desplegado,

161
en efecto, la transferencia central. Pero una transferencia que no
vaya seguida de interpretación no puede ir a la par de un trabajo
psicoanalítico.
He visto desarrollarse muchas veces esta secuencia en grupos
de formación conducidos por colegas y también por mí mismo. Me
parece ejemplar de un proceso que he tardado mucho tiempo en
comprender y al que el conocimiento de las teorías de Kohut ha
permitido esclarecer: una transferencia grandiosa de los par-
ticipantes requiere una contratransferencia especularía de los mo-
nitores. Y, recíprocamente, una transferencia especularía de los
participantes es a menudo una respuesta a una oscura contra-
transferencia grandiosa de los monitores. Tan cierto es que, de
querer mantener la dinámica de los grupos entre un polo neurótico
y un polo psicótico, se deja de tener en cuenta, tanto en la posición
del monitor como en la situación de los participantes, la necesidad
de luchar contra las heridas o las hemorragias narcisistas y de
instaurar, para sí, para los demás y para el grupo, una provisión
suficiente de las identificaciones narcisistas, cuya importancia en
la formación en grupo ha sido señalada por André Missenard
(1972)

d) Dos últimas palabras acerca de la explicación que he dado


de mi actitud, en ocasión de mi conferencia, frente a los miembros
presentes del grupo: «Yo tenía que encontrar dos niveles de
comunicación: hablarle al conjunto del auditorio de una manera
directa y relativamente superficial, y hablarle a este grupo indirec-
tamente y de una manera más profunda... Era una especie de
sesión suplementaria para el grupo» [8,11]. Sin que yo lo advirtiese
—sólo al redactar el presente comentario tomo conciencia de ello—,
hubo de funcionar allí un modelo lacaniano. En efecto, yo
había seguido tiempo atrás el seminario de Lacan, sin dejar de
realizar con él mi primer psicoanálisis. Lacan no daba en la cura
interpretación alguna; devolvía especulariamente las preguntas
que yo le formulaba, subrayaba las que yo me planteaba a mí
mismo y abreviaba la sesión. En su seminario era, por el contrarío,
inagotable; explicaba lo que ocurría en los psicoanálisis, y más de
un oyente llegaba a atisbar en sus palabras, aparentemente
impersonales y sibilinas, algún mensaje cabal que le atañía de
manera directa. Esta es, sin duda, una de las razones, entre varias
otras, que hacen que la teoría y la técnica de Lacan no hayan
demostrado ser aplicables al grupo.

162
NOVENA SESIÓN

Sábado, de 14 y 30 a 16.

(No me he detenido en la disposición espacial de los parti-


cipantes.)
[9,1] La sesión precedente estuvo signada, se dice al
restituir los comentarios intercambiados durante la pausa (la comida
tomada en común en la ciudad universitaria), por un sentimiento
muy vivo de fracaso y marasmo. Y a la restitución misma se la vive
como una regurgitación de las cosas «malas y sucias, impropias». Los
participantes que hablaron de «sus historias personales» le han
hecho «un regalo al grupo, con el que éste no sabe exactamente qué
hacer». También se trató del monitor, simpático para unos,
antipático para otros.
[9,2] Roger: Observemos que Didier no nos ha comunicado
sus simpatías y antipatías en el grupo. En lo que a mí concierne, el
jueves y el viernes me divertí lo más bien; esto funcionaba. Ahora ya
no me río; mis relaciones con Didier no siempre son claras. Lo
considero como un miembro ausente. No es como los demás. Durante
la comida he hablado de mi mujer, pero él no. Al hablar de ella fue
como si le hiciera un regalo al grupo. Realizaba un rito de iniciación
para ser integrado al grupo.
Antoine: No tienes más que formularle la pregunta a
Didier acerca de su mujer...
Roger: No se trata sólo de Didier. Hay otros que no
han hablado. En lo que concierne a Didier, no me ha alegrado mucho
que lo atacasen; yo no he querido atacarlo... No estoy seguro
de haber deseado que cobrase tal importancia, que llegase a ser un

163
gran jefe dentro del grupo. Mi relación con él es una relación de
actividad.
[9,3] Michel: ¡El don que él hace al grupo no es el mismo que
el de los demás! (risas, preguntas diversas, muy rápidas, que no
alcanzo a anotar: «¿Por qué? No como todo el mundo... Sí, como todo
el mundo. Somos todos iguales... No, si se larga a hablar, va a decir
sus preferencias y sus antipatías; nos dividiremos con respecto a lo
que diga... ¿Y después? Ya lo veremos»).
Léonore (tras un momento de silencio): Aquí hay algunos que
por razones equis no quieren hablar de su familia. Los que hablan de
ella son más bien simpáticos, pero comprendo muy bien que, después
de todo, algunos no hablen. Rémi me ha dicho que le molesta decir lo
que piensa de los otros, que le resulta desagradable. Varios entre
nosotros se sienten incómodos de tener que decir su simpatía o su
antipatía. Si queréis pedirle a Didier que hable de su familia, podéis
hacerlo...
Varios (Philippe, Marcel, Josette): No, no; podemos resolver
solos nuestros problemas, sin su ayuda. Por lo demás, no es ayuda lo
que le pedimos: ¡que también él se meta en la olla! (Risas, ruidos,
exclamaciones.)
Marcel declara que el grupo no necesita que se le hagan regalos
al monitor; «eso no es necesario».
Antoine: Sí, por supuesto, pero Didier no tiene la misma ma-
nera de participar. ¡Es una participación completamente interior!
(Risas.) No ha hablado de sus inclinaciones o de su indiferencia por
los miembros del grupo.
Didier: Voy a hablar. Todavía no sé bien sobre qué...
Alguien: ¡Ese es el don! (Risas.) ¿El don? ¡Eso quiere también decir
ser dotado!
[9,4] Didier: Se trata de las simpatías y las antipatías... Si tal
es el tema actual del grupo, me parece que quiere decir a la vez:
¿le soy antipático o simpático al monitor? Y, recíprocamente, ¿me
siente como a alguien simpático o no...? Estas preguntas incumben a la
imagen que tenéis del monitor, idealizado... todopoderoso, arbitrario,
cuando se desea un grupo unido y en el que cada cual sea igual al otro.
De ahí, lo personal que doy se lo percibe como algo lejano... Por ejemplo,
ayer a la mañana, a las nueve, algunos de nosotros comenzaron a
contar sus sueños; también yo. Luego aquello se terminó. Lo que había
empezado como una ronda no tuvo continuación. Hasta hubo
quien se preguntó si mi sueño era auténtico... Resultado: lo que digo
se lo sospecha inmediatamente, y, no bien se delinea una expresión

164
personal, una intervención viene a interrumpir el asunto. En seguida
se habló de la gente casada y de los muchachos, ayer a la siesta; no
me llegó el turno... Luego os detuvisteis; no se continuó. Puedo decir
que soy casado, que tengo dos hijos y que mi esposa me acompaña.
Titubeo en hablar más al respecto; no sé qué quiere hacer el grupo.
Pero me planteo el problema: ¿cómo se explica que un pequeño
número haya comenzado a hablar de este tema, que no haya llegado
a ser un tema para todo el grupo? La respuesta a esta pregunta no
me resulta clara. Puedo formular varias hipótesis: ¿acaso era una
pregunta prematura? Tal vez hay una división en el grupo en
cuanto a la oportunidad de hablar de las relaciones con los hijos o de
las relaciones en la pareja. Me digo que el grupo no puede dejar de
plantearse este problema, pero que no puede tratarlo aquí. ¿Por
qué? He intentado señalarlo, indirectamente quizá, cuando hablé
del antagonismo entre situación de pareja y situación de grupo.
Otra vez esta mañana la sesión terminó con la sublevación de las
mujeres contra Léonore, presentada por los varones del grupo como
una gran seductora... Pero nadie ha hablado de lo que sucedió
entonces. Este problema es ciertamente importantísimo, y pienso
que cuando se habla de simpatía y antipatía se trata de un asunto
del mismo orden. Así, pedirme que hable de mi esposa y de mis
simpatías-antipatías... En suma, el problema latente podría
formularse de este modo: ¿hay aquí pares de perdonas que se
encuentren en relaciones tales, que la unidad y la igualdad del
grupo se vean amenazadas?
[9,5] Breve silencio. Se declaran más bien satisfechos con la
anterior intervención, «recapitulativa... clarificante... digestiva...
asimilable».
Michel: Sí, pero no has explicado un punto importante: el papel
del rito y de la iniciación para participar en el grupo. ¿Es un aporte
personal la condición para participar en el grupo... un sacrificio?
Las preguntas que se asocian a la de Michel conciernen al gru-
po {«¿Qué es un grupo? ¿Qué hay que hacer para ser un grupo, un
grupo normal? ¿Somos un grupo normal?») y tienen por efecto, al
parecer, hacer que decaiga el interés provocado por la intervención
del monitor, quien observa:
[9,6] Didier: Parece que es difícil detenerse en los problemas
de la pareja y el grupo, en lo que une y en lo que amenaza con
dividir... ¿Qué quiere hacer el grupo ahora? Esto no me
resulta claro; creo que tampoco al grupo. Tengo la impresión de que
el grupo se siente arrebatado por dos posibilidades: una es la de

165
psicologizar las relaciones entre los participantes, analizar las re-
laciones interpersonales, al parecer con mi acuerdo y mi partici-
pación. Es una tentativa que ya comenzó por la banda cuando se
trató de Nicolas, de Roger, de mí... Si eso es lo que el grupo quiere,
allá él; no lo desapruebo, si es una desaprobación lo que se teme.
Otra posibilidad es ésta: como el grupo ha cambiado de clima, ahora
puede sacar provecho de lo que es y hacer algo que no ha hecho aún.
Por ejemplo, en un momento hubo algunos que desearon llevar a cabo
una obra diferenciadora dentro del grupo. Es, pues, abordar una
serie de problemas que se presienten de manera confusa y que van al
encuentro del ideal del grupo, pues forzosamente habrá que dividir
los papeles y perder la hermosa igualdad, introducir la
heterogeneidad...
[9,7] Roger: Propongo como divisa del grupo: Libertad,
Igualdad, Fraternidad. Efectivamente, este grupo sólo puede fun-
cionar de manera satisfactoria sí cada cual es igual al vecino.
Michel: A mí me parece que Didier ha aclarado muy bien las
vías posibles. Ahora podemos elegir.
Roger: ¿Está el grupo de acuerdo con la elección propuesta?
Marcel: Me pregunto si la igualdad está realmente en tela de
juicio. No termino de sentir las cosas. No sé...
[9,8] Léonore (tras un silencio, soñadora): En cambio yo
pienso que hace tinos instantes, en el café, estábamos bien. Se
hablaba fácilmente. Éramos un grupo de camaradas. Aquí es dis-
tinto. No hay más que ver a Nicolas: está inerte. Y Philippe tiene un
aire completamente ausente...
Philippe: En la segunda parte de esta mañana perdí comple-
tamente todo contacto... Estaba encantado de no comer con el grupo.
[9,9] Nicolas: Si tuviéramos pasta de modelar, papel de di-
bujo, pintura, podríamos intentar hacer algo juntos. Una tarea de
grupo... He pensado como tú, Didier.
Rémi: ¡En las convenciones no se lo prevé!
Roger: Hay otros temas posibles: la publicidad, la economía, la
reforma de la enseñanza.
Agnès: ¿No hay más alternativas que las propuestas por Di-
dier?
Michel: Una alternativa es la tendencia a psicologizar. Hemos
comenzado: ¿continuamos? Y, por lo demás, ¿qué quiere decir eso:
psicologizar?
Agnès: Esto nos trae de vuelta a nosotros mismos.
El monitor responde que quería significar interesarse más bien

166
en las relaciones interpersonales dentro del grupo que en el
funcionamiento del grupo mismo.
Léonore: Creo que se teme que las relaciones reales entre las
personas se falseen posteriormente si se analizan aquí nuestras
relaciones.
Agnés: Es lo que hicimos en el café... pero se dijo que no
podíamos hablar de todos (a Léonore). Léonore ha hecho mucho para
que hablemos de nuestras relaciones; nos ha dado una mano...
Antoine dice que cuando vio que Nicolas y Rémi, de quienes
había oído hablar, llegaban a esta temporada, le habría gustado no
encontrarlos. Estaba seguro de que reaccionarían como reaccionan
siempre: Nicolas con su gusto por «indagar todo», y Rémi con «sus
preguntas sobre el estatuto y los roles... Y no ha fallado».
Rémi: Quiero que retomemos el problema de las relaciones
interpersonales, pero con la condición de que todos nos tiremos al
agua. En el grupo, las relaciones interpersonas son más importantes
que las relaciones familiares de cada cual. A mí me preocupan, sobre
todo, problemas de autoridad: en mis relaciones con mis superiores
me siento muy incómodo en la administración donde trabajo... No
muy bien comprendido.
Rémi habla de sus dificultades profesionales y de su aislamien-
to; es sostenido por Antoine, quien lo comprende «plenamente».
«Todos los seres humanos son iguales e igualmente dignos», afirman
varios participantes, que invocan su experiencia profesional para
confirmar esa concepción. Todos son iguales, si no fuesen víctimas de
desigualdades, corrigen Antoine y Roger. Léonore estima, apoyada
por Michel, que en este grupo nada se puede hacer si el vínculo que
une a los participantes no es también un vínculo de simpatía: «Este
grupo es y debe ser un grupo unido por el amor y la confianza en el
otro».
[9,10] Léonore evoca, una vez más, la nostalgia que aún
conserva de ese momento de gracia en que el grupo, en la pausa,
se sentía unido en una alianza en la que cada cual hablaba como
igual del otro, espontánea y libremente. Rémi prosigue: «Yo re-
chazo la sociedad. Siento un rechazo anárquico por los marcos
sociales —dice con vigor—, pero me agradan los grupos pequeños,
me agradan las relaciones afectivas. Sin embargo, advierto que
aquí no se pueden establecer, no más que en el trabajo...». Varios
participantes proponen como regla que cada cual deba hablar de
sí; nada debe escapársele a nadie de los pensamientos y las
emociones de cada cual. «Todo debe ser dicho, puesto en común; no

167
hay que guardar nada para uno mismo...» Este sacrificio es, se dice,
el precio de la unidad y la igualdad en el grupo. Marguerite, Céline y
Antoine dan además a observar que, si todos se largan a hablar
personalmente, sin traba alguna, para hacer don al grupo de su
historia íntima, ahí se van a manifestar las diferencias, en el sentido
de que cada cual es fundamentalmente diferente en su identidad y su
historia. De ese modo se atentaría contra la unidad igualitarista, a la
que tanto se atiende. Roger, Rémi y Marguerite se preguntan qué
pasaría si el monitor hablara. ¿Se le vería aún más diferente quizá?
Desde luego, su modo de existencia en el grupo no es siempre
soportable: su distancia y su reserva para con el grupo son «la causa
de las distancias y reservas dentro del grupo entre los participantes
que sólo sueñan con unirlo y los que lo lamentan: separa en lugar de
unir», dice Roger.
El monitor, primero, y luego la mayoría de los participantes
comprueban que, sobre la base de lo que ha narrado, sobre todo,
Léonore y que se ha aprobado y ampliado fuera de las sesiones, en la
pausa, en oportunidad de «los recreos», los participantes se sienten
como miembros de un grupo unido por el amor y la mutua simpatía,
mientras que en sesión se sienten «fraccionados y divididos» por
antagonismos: igualdad-jerarquía, pareja-grupo, unidad (similitud)-
diferencia (división), espontaneísmo-organización, amor (simpatía)-
racionalidad (eficacia). Léonore, que no parece estar de acuerdo con
este análisis, encara entonces a Rémi:
[9,11] Léonore: Hace unos momentos, en el café, tú, que gustas
de las relaciones afectivas, tu actitud para con la camarera me dejó
perpleja. Fuiste muy agresivo y desagradable con ella. Se sentía que
no querías dejarte llevar por delante...
Rémi: Estaba jugando, y me irritaba. Quería separarnos y po-
nernos en mesas distintas. Se negaba a vernos agrupados...
Léonore: ¡Qué linda bronca le armaste! ¡Qué humillación por
parte de un psicólogo que se dice comprensivo! Has dicho que los
psicólogos deben ser comprensivos...
Rémi (irritado): Sí, pero cuando me fastidian tanto, no voy a
poner la otra mejilla... Se puede ser psicólogo sin dejarse llevar por
delante, ¿no?
Léonore (insiste): Fuiste más bien incomprensivo en tu actitud...
Se comenta la actitud de Rémi como un «incidente del ca-
mino»; es la excepción que confirma la regla. Nadie como el psicólogo
es sensible y atento al prójimo. Se cuenta que, al regresar del
restaurante, se han sentido más unidos, «más agrupados».

168
Marguerite (tras un breve silencio): Tengo la impresión de que
Rémi no está muy a gusto, ¿no?
Antoine: Sobre todo, carece de humor... (risas breves). A decir
verdad (rectificándole), yo a menudo uso el humor para moverles el
piso a mis adversarios. Tengo la impresión de que voy a tener que
arreglar una cuenta con Rémi.
[9,12] Rémi: Es más bien con Léonore con quien tengo que
arreglar una cuenta. Ya lo veremos. Me da vueltas la idea de
igualdad. Esto me recuerda, justamente, que, cada vez que voy a
andar en barco con Nicolas (los otros: «¡Ah, vaya! Nos estaban
ocultando eso...»), sigo las directivas y las ideas de Nicolas, pero
siempre soy yo el que limpia el barco. Sin embargo, la co-propie-
dad... o el co-aseo del barco... implica la distribución igual de los
placeres y los quehaceres. Las múltiples ocupaciones de Nicolas
hacen que sea siempre yo quien se encargue del barco. Oh, él es
muy amable, pero la amabilidad no compensa las tareas materiales
que hay que hacer.
Esta anécdota encanta a los participantes, quienes tienen el
sentimiento de haber asistido a «un arreglo de problemas domés-
ticos» entre Rémi y Nicolas; éste algo se justifica, pero comprueba,
con Rémi, que el grupo acaba de darle «la rara ocasión de liquidar
el problema entre ellos». A Marcel, que propone que el barco sea
regalado al grupo, Nicolas responde que «¡el barco está a vuestra
disposición!». El monitor interpreta la representación que los
participantes, que aceptan la idea de que se les legue el barco, se
hacen del grupo: «El grupo es un barco que los participantes poseen
en copropiedad; el problema consiste en distribuir los placeres y los
quehaceres». Nicolas dice que no comprende esa metáfora; el barco
de que se habla requeriría más bien una unidad de marineros en la
distribución de las tareas, pero por el momento el grupo, «se parece
más bien a una galera en la que todos penan... Falta, por lo demás,
un muchacho que golpee un gong para marcar el ritmo». La imagen
tiene éxito: todos golpean, pero el grupo carece de coordinación y de
principio unificador, tanto en el placer como en la insatisfacción.
Ya no se sabe siquiera a quién encarar cuando el asunto anda mal.
Se desarrolla la sensación de que, de todos modos, cada cual
es solidario de los demás en esa galera: en efecto, todos penan en
ella, remando con todas sus fuerzas, ciegamente, sin reconocer
capitán, sin que los sostenga un mismo ritmo, pues nadie consiente
en gobernar ni en organizar la tripulación. «El barco gira
en redondo.» Michel hace observar que el barco es también un re-

169
fugio, «un lugar frágil y no obstante acogedor cuando el mar está
desencadenado».
[9,13] Rémi: Las sonrisas y las buenas palabras no bastan para
coordinar y realizar una acción efectiva. Sin embargo, aquí hay
sonrisas y buenas palabras. Esto me hace pensar en lo que ocurre
también en los consorcios de copropietarios de un inmueble. Las
sonrisas y las buenas palabras son también una forma de manipula-
ción. Yo me he sentido manipulado por todos estos buenos senti-
mientos. Esto no resuelve el problema de saber a dónde vamos...
Agnès: En este grupo es lo mismo. La participación con la
sonrisa no es aquí suficiente.
Léonore (a Michel): Desde hace algún tiempo apenas hablas. No
dices nada. Tengo la impresión de que no estás en el mismo barco...
¿Tienes miedo de salir, o qué?
Michel: Creo que estoy un poco triste... No avanzamos. Sensible
a la finalidad del grupo... Al contrario, estoy en el barco. Habrá que
salir de él. Es afectivo... Hay un asunto que me molesta: mis
relaciones con Roger.
Roger (a Michel): ¿Es que todo este aspecto afectivo... nuestras
relaciones personales no le impiden al grupo avanzar? Es también
una dificultad en el trabajo.
Michel: No... no.
Philippe: Llego a prescindir de la simpatía y la antipatía en el
trabajo. En el trabajo, esto no me molesta.
Agnès: Por mí, creía estar de acuerdo con lo que dices, Philippe,
pero es más importante que lo que yo pensaba. Pensaba que la
estimación basta; es lo mismo en un grupo de amigos, y descubro que
en este grupo las relaciones afectivas son esenciales. Debo reconocer
que aquí experimento cierta debilidad por Léonore... En cambio, me
siento más bien incómoda frente a Philippe. Pese a todo, me causa
placer que aquí se bosquejen relaciones de amistad. Ahora me siento
más a gusto... sin más... más a gusto por los otros y por el grupo.
Philippe: Los problemas de simpatía y antipatía no me agarran
en este grupo...
Léonore: Philippe, ¿dónde está la buena compañía de que ha-
blabas ayer (en la pausa)? Ayer vivías simpáticamente y me eras
simpático. Ya no me siento como si fuese una buena compañía para
ti. ¿Qué sucede? (Philippe no contesta.) Me resulta muy desagradable
decirle algo desagradable a alguien.
Michel: Tampoco yo siento ser ya una buena compañía.
Léonore: Encuentro que es algo difícil de admitir. Que la an-

170
tipatía no molesta... No comprendo... Hasta en las relaciones
profesionales es cosa que cuenta. Todo lo esencial pasa por el plano
de la simpatía o de la antipatía.
Michel: Lo siento atado a Philippe, prisionero de su papel.
Céline: Tal vez es una máscara. Ha dicho que ha venido para
salir... para cambiar.
Josette: El grupo tiene deberes para con Philippe. Ayudarlo...
Comprender.
Léonore: Lo que no comprendo es que pueda prescindir de la
simpatía o de la antipatía. A mí es cosa que me supera. Me gustaría
comprender.
[9,14] Philippe (luego de un silencio; todos los participantes lo
miran): ¡Bien, voy a tratar de hablar... Es una experiencia que tengo
desde hace unos nueve años en mi trabajo. Tengo un ayudante. No
siento por él una simpatía natural. La fortuna ¡ha sido diversa en
nuestra colaboración, y siempre me he sentido decepcionado. El
asunto no ha andado entre nosotros cada vez que ha aparecido el
aspecto de la simpatía (aprobación de Roger, Antoine y Céline).
Terminado. Tal vez si la simpatía se estableciera en otras relaciones
de trabajo, en rigor sería algo bueno. Pero las simpatías naturales
siempre me han decepcionado. Desconfío como de la peste de los
sentimientos naturales (aprobación de Roger y Michel); hay que
superarlos, para realizar una tarea común. He tenido otras
desventuras. Ahora ya no tomo en cuenta, conscientemente, mis
sentimientos en mi relación con los demás. He llegado a cierto
desapego. Eso evita muchas tensiones...
Michel: ¿Resignado?
Philippe: No... Sólo un poco más consciente, pero no amargado.
Léonore: ¡Has traído el desapego aquí, contigo!
Una mujer: ¿Es que no estás decepcionado por la marcha del
grupo?
Léonore: ¿No te defiendes frente a la simpatía? ¿No has dicho
tú mismo que la temes como a la peste...?
Philippe: ¿Me he sentido decepcionado? ¿Me defiendo...? No sé
nada. Tal vez sí. En cuanto a la simpatía, algo hay de cierto. Este
año no he enviado tarjetas de deseos de felicidad para Año Nuevo.
Convencional... no hay ganas... Falta saber si a un apestado se lo
puede admitir en este barco... Y [9,15] por lo demás, ¿la peste es el
desapego o la simpatía?
Léonore: En todo caso, los problemas afectivos subyacen en
todo lo que hacemos. Estoy segura de que, si trabajásemos varios

171
meses .juntos, los elementos de simpatía aparecerían forzosamente.
Existen. Es importantísimo.
[9,16] El barco regresa entonces a los intercambios, en los que
todos participan como soporte de asociación, sobre las exigencias de la
unidad y la cohesión para sobrevivir ante el peligro de los sentimientos
hostiles (división) y simpáticos (se corre el riesgo de no ser vigilante) y
para luchar contra los elementos naturales: la tempestad, el mar
desencadenado. El peligro se precisa a partir de la última pregunta de
Philippe; el peligro es el que cada cual piensa que el otro le hace correr:
el amor y el desapego.
Léonore: Algunos tienen miedo de la simpatía y adoptan una
actitud de desapego. Otros temen quizá el desapego ajeno, estar solo, y
lo hacen todo para que reine la simpatía. En el fondo, ese desapego de
que hablas, Philippe, es una manera de encubrir el problema de la
simpatía.
[9,17] Didier: El grupo se ha planteado el problema: ¿qué
hacer juntos, y cómo? La discusión ha proporcionado una respuesta a la
pregunta del cómo... Para unos, es por la simpatía; para otros, por el
desapego. La peste es lo que quiere el otro.
Philippe: Si algún día tuviera que hacerme psicoanalizar, me
dirigiría a ti, Léonore.
Antoine: Yo vacilaría...
Estas palabras finales provocan algunas risas. Se levantan, imi-
tando al monitor, quien declara, en respuesta a una solicitud de
Marguerite y Michel, que el término medio de las notas de evaluación
del grupo está a disposición de los participantes. Pero nadie las
consulta. Los participantes permanecen en la sala. Nosotros (monitor y
observadores) salimos.
[9,18] En la pausa discutimos sobre la constitución de la
exigencia igualitaria en el grupo y sobre los sacrificios (regalos, dones)
que ésta requiere. Es una exigencia que encuentra un límite en la
expresión de las simpatías y las antipatías que parece negar a la
igualdad y la unidad al confirmar la existencia de relaciones de parejas,
pares y tríadas basadas en la atracción y el rechazo. El monitor es el
símbolo de esa contradicción; la distancia que lo separa del grupo sólo
puede ser abolida si consiente en meterse en la olla. Reintroducido en la
unidad, amenaza, con ello, con romperla al dividir el grupo según sus
simpatías y sus antipatías. Es un conflicto ejemplar del que vive el
grupo: quiere ser uno e igualitario, cuando contiene divisiones y
oposiciones. Advertimos que el grupo sólo se siente uno e igualitario en
el exterior, pero que necesita transformar a quienes le sirven (sirvien

172
te, camarera) en objeto diferente. La unidad imaginaria se meta-
foriza en la imagen del barco, que además soporta el conflicto y la
división. ¿Cuál es el motor del barco: la simpatía, el orden eficaz, el
desapego afectivo, otra cosa? En todo caso, la peste está a bordo
(escogemos este título para nuestro resumen de la sesión). Se nos
presenta con toda claridad que las doctrinas sostenidas por cada cual
en materia de relaciones con los demás son la justificación racional de
sus propias actitudes espontáneas en este terreno. Nos sentimos
bastante satisfechos de la circunstancia de que este descubrimiento lo
sea, también, de los participantes.

COMENTARIOS SOBRE LA NOVENA SESIÓN (RK)

a) La sesión se abre con la evocación del fracaso y el marasmo


consecutivos a la sesión precedente. Se evocan la pérdida y la
ausencia (de la mujer del monitor) y el temor a la retorsión [9,2]: «No
he querido atacarlo». El grupo se erige en instancia super- yoica que
exige la restitución por todos de sus malos pensamientos y la
sumisión de las partes al todo. La relación de dependencia maestro-
alumno se trastrueca al comienzo de esta sesión: el monitor responde
a la demanda [9,3] satisfaciendo, además, las pulsiones
epistemofílicas, que tienen por objeto las relaciones de pareja del
monitor con su esposa. Debido a ello, su habla ya no puede ser
interpretativa, es decir, reveladora de las distancias y las diferencias
(«Todos nos dividiremos con respecto a lo que él diga»); se vuelve
parte del discurso del grupo, y el monitor pasa efectivamente a ser
«miembro» del grupo, asignándose así el lugar del pene de la madre.
Advirtamos que, al igual que los participantes, el monitor hace del
grupo un sujeto [9,5; 9,6],
La interpretación recapituladora [9,4] del monitor les permite a
los participantes trabajar sobre las transferencias laterales y
los ideales del grupo. Sin embargo, ni la interpretación de la
resistencia de transferencia negativa, ni la posición transferencial
(positiva) de Léonore están aún suficientemente elaboradas, en razón
directa de la contratransferencia del monitor y de la insuficiencia
del análisis intertransferencial. La satisfacción experimentada por
los participantes proviene, en gran parte, del hecho de que el mo-
nitor ha hablado recapitulativamente y en el estilo que los parti-
cipantes esperaban: el que mantiene el monitor como conferen-
ciante. La prueba de ello es que en los intercambios que siguen

173
[9,5 y luego 9,7] se concatenan las exigencias de igualdad y sa-
crificio, y la contradicción se proyecta sobre el monitor. La inter-
pretación del grupo-unido-por-el-amor fuera de las sesiones y
fraccionado por los antagonismos apenas se encuentra reunido con
el monitor subraya muy juiciosamente la ilusión grupal como etapa
hacia el conocimiento. Pero sigue siendo insuficientemente apta
para permitirles a los participantes salir del marasmo; éstos son
todavía incapaces de utilizar, para liberarse, las interpretaciones
del monitor, como no sea adoptando su lenguaje y su propia sim-
bólica. Las tentativas de deslinde y «mosaiquización» permanecen
intrincadas con la resistencia y la transferencia negativa, que no
son plenamente interpretadas y siguen intactas. Un compromiso
defensivo produce la simbolización del embarque, que no va a dejar
de desarrollarse. Como ha observado A. Béjarano (1972), la
dinámica resistencia-transferencia va entonces a tender a no ex-
presarse ya directamente (por la hostilidad y las acusaciones, como
en [9,10]), sino metafóricamente y en un nivel más complejo —el
del mito— que lo que se expresaba en la ideología igualitarista. La
metáfora del barco se transforma en la de la galera, que aparece,
en efecto, rápidamente [9,12], Los temores y los objetos
persecutivos, la transferencia negativa y la defensa son más
simbolizados, más elaborados. ¿Pero son resistenciales estas elabo-
raciones? ¿Es el hecho de ignorar al capitán sólo una denegación y
un rechazo de la finalidad del grupo de formación? Es verdad que el
reproche formulado al monitor, de abandonar al grupo (nadie
consiente en gobernar), encubre al mismo tiempo la búsqueda y el
mantenimiento de un líder, objeto bueno, y de un chivo emisario.
La unidad idealizada se encuentra tanto en la insatisfacción (frente
al monitor) como en el placer, es decir, en la defensa maníaca que
refuerza el mantenimiento del buen líder.

b) Léonore conserva, por tanto, su función. Emplea el lenguaje


proporcionado por el monitor: se apoya en su contratransferencia y
desarrolla la defensa maníaca, utilizando la proyección hecha por
Rémi sobre la camarera del objeto malo. Queda a su vez, pues,
reforzada como objeto bueno.
La camarera desempeña una doble función: percibida como
separadora del grupo (para evitar poner en servicio una mesa su-
plementaria, quería que los miembros del grupo se distribuyeran
en dos mesas ocupadas a medias), se la vive como fragmentadora,
según la precedente interpretación del monitor; sin él, el grupo

174
está unido en el amor; con él, se siente fraccionado. La camarera
representa al monitor: se la agrede, pues, como a sustituto de éste,
en la medida en que Léonore parece apoderarse cada vez más del
grupo; la desconfianza para con los buenos sentimientos que ella
sugiere y los que define como norma se proyecta sobre la camarera,
escindida como objeto malo y como mala madre-nutricia.
Así, la destructividad de cada cual es permanentemente
desconocida y proyectada: al comienzo, sobre los observadores,
Nicolas y el monitor, y luego sobre la camarera. Finalmente se
disfraza generalizándose bajo la metáfora de la peste: nadie es
responsable de ella, todos han sido afectados, todos la sufren.
Difícilmente entonces encuentra la depresión su vía de ela-
boración y su salida en ese espesamiento metafórico y mítico de la
destructividad desconocida, negada por el anonimato y la ge-
neralización despersonalizada, por la abstracción.

c) Se puede proponer otro bosquejo interpretativo de esta


sesión; éste pone el acento sobre las tentativas de simbolización
y deslinde de la posición ideológica. El deslinde se opera a partir
de la depresión consecutiva a la angustia de haber destruido al
monitor. La intervención de éste [9,4] muestra que no hay nada
de ello, si no en el fantasma en que el grupo forma con el mo-
nitor una pareja antitética, en la que uno de los términos es lo con-
trario del otro, tal y como los participantes se hallan a su vez
escindidos. La intervención del monitor vale quizá menos por su
contenido que por su posición en la transferencia y por lo que
expresa, en primera persona, de su contratransferencia: también él
está dividido y habita en varios lugares (el de la conferencia, el de
las sesiones, el de las pausas), experimentando así, como los
participantes, la inquietante extrañeza de estar unido en un sitio y
fraccionado en otro. Aquello de lo que da testimonio el monitor es
un desmentido de la ilusión de la armonía, la unidad y la igualdad.
Es la falla en lo imaginario del grupo, y a partir de ésta los
participantes adecúan una posibilidad de acceso a lo simbólico. En
otros términos, si no se comenzara en el monitor y mucho más acá
de lo que él interpreta un trabajo de deslinde con respecto a su
propia posición ideológica, se estructuraría un sistema paranoide-
esquízoide que inmovilizaría las defensas con las angustias
psicóticas. Dentro de esa perspectiva, el monitor funciona
menos como intérprete que como un contenedor para el grupo, un

175
objeto incesantemente modelado por la fantasmática y sensible a
experimentar sus tensiones.
¿Cuál es, en tales condiciones, la evolución del grupo? En rigor, los
participantes viven varios grupos a la vez: el de la pausa es el grupo
de la ilusión, y Leónore evoca con nostalgia ese momento de gracia; el
del restaurante universitario se acerca al anterior: tanto en uno como
en otro la relación oral de fusión que allí prevalece defiende contra la
separación, la pérdida, la angustia de la castración y la impotencia
que viven los participantes en el grupo de las sesiones. Los dos
primeros grupos se hallan bajo la sumisión del Ideal narcisista: se
vive en buena compañía. Gracias al paso al acto agresivo para con la
camarera, los participantes economizan la ambivalencia. Estar en
buena compañía significa para cada cual halagar el narcisismo del
otro: la sobrestimación del otro devuelve especulariamente su propia
sobrestima- ción amplificada.
Junto a esos dos espacios imaginarios escindidos se construye un
tercer espacio, simbólico: el del barco. La imagen funciona como
compromiso, tomando en préstamo algunos rasgos del primer espacio
y otros del segundo. La relación de sumisión, dependencia y sadismo
es aquí una relación figurada, pero también lo es el proyecto de vivir
juntos en la unidad y la igualdad de las partes, en un aislamiento, en
un espacio autárquico, cerrado y protector [9,12]. La simbolización
del grupo en el barco permite reintroducir lo que hasta entonces
había sido negado y actuado por los participantes: la jerarquía y la
desigualdad. Ahora es posible buscar un rumbo, poner en tela de
'juicio el que Léonore quería asignarle a la aventura del grupo. Los
participantes se encuentran, así, enfrentados a la existencia de
tendencias contrarias (placer/insatisfacción, amor/pérdida). La
aparición del símbolo propicia la orientación de los participantes
hacia una elaboración mito-poética, que significa una primera
tentativa de deslinde con respecto a la posición ideológica y con
respecto, asimismo, a la compulsión del fantasma.
El comienzo de la sesión se había señalado por una nueva evo-
cación del vivo sentimiento de fracaso y marasmo habido en la
sesión anterior; se lo hizo a partir de la represión de una repre-
sentación simétricamente opuesta y relativa a la diferencia, a
partir de la proyección del odio sobre el monitor y sus represen-
tantes y a partir, en fin, de la sobrecatectización de las pulsiones
de control sádico-anales. La ideología igualitarista exige el descu-
brimiento de la persona íntima de cada cual, para controlar su con-

176
tenido eventualmente peligroso, pero también para ocultar mejor ni
los participantes la angustia de castración. Las similitudes se
emplean como escondites de las diferencias, y por eso la obligación
ideológica torna necesario que cada cual se muestre para que la
diferencia quede oculta. Advirtamos que una obligación como ésa
confiere a la restitución un carácter eminentemente sádico o
masoquista [9,1]. Con su intervención, el monitor muestra, sin
exhibir, que no está destruido ni castrado, que no es todopoderoso ni
infalible. Introduce juego en el sistema ideológico, sin duda
primeramente en el suyo.

COMENTARIOS DE DA

a) (La idea de que cada cual comunique sus simpatías y sus


antipatías en el grupo hace referencia a la técnica de la sociometría,
que los diversos psicólogos que componen este grupo han aprendido a
conocer en el curso de sus estudios, a menudo recientes. Esa es una
nueva manifestación de la tendencia de los participantes a mostrarle
al monitor (conocido, por ser profesor de Psicología en la
Universidad) que ellos aplican bien las técnicas psicológicas que han
aprendido.

b) La solicitud formulada al monitor para que hable de su


esposa apunta no sólo a poner a éste, una vez más, en un mismo
nivel de igualdad con los participantes, pues la mayoría de ellos, que
son casados, han hablado precedentemente, en efecto, de su cónyuge;
la interpretación que ahora se presenta ante mí incumbe a la
búsqueda de una pareja fundadora por el grupo.
El lector se sorprenderá, con todo derecho, de que, tras cierto
intervalo, haya yo respondido a esa solicitud en la realidad dando
precisiones, por lo demás muy sobrias, acerca de mi estado civil, en
lugar de proporcionar una interpretación, de la que me hallaba, no
obstante, desprovisto. Desde luego, nuestras exigencias técnicas en
1975, fecha en que redacto el presente comentario, no son las
mismas que en 1965, año en que se desarrolló la temporada que nos
ocupa. Pero los usuarios de aquellas sesiones tampoco son los
mismos. Ahora están informados y acuden a un grupo de for-
mación de tipo psicoanalítico con pleno conocimiento de causa y
para hacerse a las reglas del juego, a menos que se los envíe
dentro del marco de la Formación Permanente, sin implicación ni

177
investidura personales de su parte. En 1965, el grupo de diagnóstico,
que mis compañeros de equipo y yo comenzábamos a llevar dentro de
una perspectiva psicoanalítica aún vacilante, gozaba de poca difusión
en las provincias. Era, creo, el primero en realizarse en la ciudad
donde se llevó a cabo. Los participantes acudían tanto para ver, para
probarse y para poner a prueba el método y al monitor como para
comprometerse en un juego cuyas reglas apenas empezaban a
descubrir. Permítaseme una comparación inmodesta. Salvando todas
las distancias, yo he efectuado lo mismo que hacía Freud, en
oportunidad de los heroicos comienzos del psicoanálisis, con aquellos
pacientes a los que tenía que convencer de la validez de su método:
explicaba, orientaba, animaba y se mostraba, llegado el caso, muy
personal. Frente a la forma de resistencia de los pasantes del grupo,
en 1965 era particularmente contraindicada una actitud
seudopsicoanalítica de muda esfinge por parte del monitor, tal y
como vi practicarla a la sazón y posteriormente con harta frecuencia,
con efectos formadores nulos o negativos. Yo tenía que hacerme
aceptar, ora como ser humano, ora como monitor, y cada vez que
retomaba un semblante cerrado, una postura inexpresiva, una voz
objetiva y un discurso conciso, mi supuesta indiferencia paralizaba
los intercambios en el grupo, o los hacía rabiosos, y acentuaba el
recurso de la ilusión grupal. Tuve, pues, que dosificar la neutralidad
y la expresión de mi realidad personal y navegué entre el riesgo de
volverme demasiado frustrante y el de ejercer una benevolencia
seductora-provoca- tiva. Mi problema consistía en condicionar para
los participantes un paso hacia una experiencia de tipo
psicoanalítico, y no imponer desde un primer momento, súbitamente,
las condiciones de esa experiencia, que a la partida no pedían hacer.
Hoy, mi posición es la siguiente. La profunda regresión provocada
por la situación grupal no directiva requiere del monitor:
1º. una actitud «winnicottiana» bastante constante de presen-
cia-sostén;
2º. la eventual comunicación de algunas de sus vivencias per-
sonales, cuando le parece que con ellas puede lograr un eco en los
participantes o esclarecerlos (el estado civil no es, claro está, una
vivencia personal).
Los resultados de mis actitudes, comparadas éstas con las de
la sesión precedente (en la que devolví especulariamente, de
manera impersonal, las preguntas), aparecen con toda claridad
en la lectura del protocolo: decepción, tedio, marasmo, sentimiento
de fracaso en el primer caso, y en el segundo, como René Kaës lo

178
ha analizado más detalladamente, superación de las posiciones pa-
ranoídes y esquizoides y acceso a la capacidad de simbolización
colectiva con la metáfora del barco y luego con la de la galera.
Desde luego, esta metáfora es, como toda producción grupal ideo-
lógica o mito-poética, una formación de compromiso. Pero también
es la primera tentativa de reunir el amor y el odio en lugar de
escindirlos, y me permite, en el hilo mismo de la elaboración
colectiva, destacar en la peste la herida narcisista «La peste es lo
que el otro quiere» [9,17]).

179
180
DÉCIMA SESION

[10,2] Durante la pausa, Antoine ha dibujado en el encerado


un barco (una galera) del que salen doce remos iguales; en él
puente, atrás, un tambor marca el ritmo en su instrumento; ade-
lante, un mascarón de proa: un busto de mujer de pechos generosos
y desnudos. En el mástil ondea la bandera amarilla de la
cuarentena con un corazón rojo en pleno centro. Dos peces-obser-
vadores salen del agua; sobre su cabeza, una nube. He aquí la re-
producción que alcancé a hacer:

181
[10,3] Los comentarios hacen aparecer que el amor es la
peste y que el timón lo gobierna el monitor (no representado). Según
las interpretaciones que proponen los participantes, el barco podría
ser el de los Cruzados que enarbolan el pabellón del Sagrado Corazón
para ir a reconquistar la Tierra Santa; es también el barco en el que
se embarcan los enamorados rumbo a la isla de Citeres.
Para la mayoría, sobre todo para Léonore, Marguerite, Josette y
Nicolas, el barco que boga hacia las islas evoca la posibilidad de
relaciones felices, espontáneas, de ser un grupo en el que hay buen
entendimiento, un «verdadero grupo». Philippe indica, aprobado por
Roger, que en un barco se necesita una organización y disciplina; si
no, es el desbarajuste. Se trata, también, de remar cadenciosamente.
Michel estima que estas dos posiciones no parecen tan opuestas, ya
que, para que el barco llegue a buen puerto para la recreación de los
pasajeros, preciso es asegurar ante todo un mínimo de coordinación a
fin de navegar correctamente; hay que distribuir las tareas. Pero en
cuanto nos organizamos, refutan Léonore y Josette, matamos el
aspecto cálido de las relaciones humanas... «¿Quién tiene ganas de
remar?», se pregunta. Céline, que, llegada con atraso, había pedido
que se le explicara qué representa el barco para el grupo y cuál es el
lugar de cada cual en él, sin que nadie haya querido responderle,
declara que, por su parte, se niega a remar: ha limpiado la sala
durante la pausa, «y con eso me basta; nadie me ha ayudado». Pero lo
que ella dice pasa, una vez más, inadvertido.
[10,4] Léonore declara vehementemente que en la pausa ha

182
sido objeto de una agresión tan violenta, sobre todo por parte de Rémi,
que no puede dejar pasar en silencio el hecho.
Léonore: Rémi me ha atacado. Pretendía que yo había truncado,
al restituir lo que sucedió durante la comida, entre las comidas, mejor
dicho entre las sesiones, a propósito de la camarera: parece que
también ella era muy agresiva... y que yo intervine con el fin de hacerla
hablar, que era una manera de escabullirme de lo que tenía que decir.
Sigue un intercambio muy violento, rápido y bastante confuso
sobre la actitud de Rémi («que se meta en la olla») para con la
camarera: ¿quién era agresivo? ¿Ella, Rémi o el grupo? O bien Léonore
misma?, se preguntan. ¿Por qué en la pausa se las ha emprendido con
Léonore? ¿Qué es lo insoportable que ésta ha dicho para que se la
agreda en ese momento? ¿De qué modo hacer un informe objetivo de lo
que ocurre durante las pausas y aun durante las sesiones? Y esta otra
pregunta: ¿Quién realmente ha comenzado por ser agresivo: la
camarera, Rémi o el grupo, que no le facilitaba, sin duda, la tarea?
Desde luego que la camarera hubo de impresionarse con la barba de
Rémi, a no ser que Rémi, que lleva una gran barba (Léonore), se haya
sentido superior... Por lo demás, ¿no se siente Rémi desalojado de su
posición de fuerza y de superioridad frente a Léonore, quien ha trun-
cado la restitución al dejar pasar en silencio la agresividad de la
camarera? ¿Por qué Léonore «se ha tomado tan a pecho lo que le ha
ocurrido a la camarera»?
Didier. Propongo agregar dos camareras a bordo del barco.
[10,5] Se reinician los intercambios sobre el hecho de que, al
regreso del restaurante universitario (anoto: unido-hacia Citeres ),
la discusión acerca de la camarera reunió sólo a los hombres; según
éstos, la camarera debía servir al grupo, ya que ese es su oficio. Y
además, anota Rémi, preciso es que haya alguien que mande al
otro: el hecho de llevar barba no es más que el símbolo de lo que
debe ocurrir entre el hombre, que manda, y la mujer. Céline pro-
testa; piensa que hay hombres que no llevan barba y que mandan,
y otros que llevan barba y que no mandan. También Léonore pro-
testa. Luego, comentando el dibujo del barco en el sentido de que
éste expresa el deseo de hacer la unidad superficialmente para
resolver las contradicciones que los participantes viven en sus ac-
titudes profundas y en sus actos, el monitor interviene para inter-
pretar que «la pregunta acerca de la cual el grupo viene echando


Pues en francés «universitario» (universitaire) y «unido-hacia-Citeres» (uni-vers-
Cythère) se pronuncian de manera poco menos que idéntica. (N. del T.)

183
bronca desde el comienzo de la sesión es la siguiente: ¿acaso la mujer
es la sirvienta del hombre?». Sorpresa, protestas de la mayoría, sobre
todo de Rémi. «¡Nada que ver!», aseguran Michel y Roger en seguida
de una sugerencia de Nicolas, quien supone que Léonore se ha
identificado con la camarera, es decir, con la sirvienta, en razón de su
sexo, pero á despecho de su estatuto social.
Léonore: Si me conocierais, sabríais que es ridículo; no está en
absoluto en mi manera de ser. Para mí, las diferencias de clases no
existen. El hombre y la mujer se hallan en igualdad; ninguno posee
autoridad sobre el otro. Están en un mismo plano.
Léonore habla de su marido, con quien siente vivir en igualdad;
está completamente en contra de las barreras sociales, que existen
—es un hecho—, pero a las que hay que superar para establecer
«verdaderas relaciones con los individuos». Al decir esto, con voz
emocionada y apasionada, confiesa que «el corazón le late
terriblemente...». Tras un lapso en silencio, Léonore admite que ha
podido identificarse con la camarera escarnecida, que tanto le
incumbe y «tan profundamente la toca» este asunto de la igualdad
entre el hombre y la mujer en su deseo de que los sexos sean iguales
y en su temor de que la mujer no tenga «todas las atribuciones y
todos los derechos» del hombre.
[10,6] Después de la anterior intervención, la mayoría de los
participantes se declaran, con posterioridad a Michel, decepcionados
por la imagen que de él ha dado Rémi en el curso del episodio de
marras. Hay un silencio de quince minutos, bastante triste y grave.
Luego dice Antoine que está muy preocupado por el problema
planteado por las diferencias de estatuto social en las relaciones, en
su trabajo, cuando tiene que vérselas con obreros. «En ese grupo —
observa—, todos tienen un estatuto social casi equivalente. Me
pregunto por qué digo esto... (Silencio.) Volviendo a la camarera, creo
que estábamos jugando un poco a los estudiantes... Tal vez
habríamos debido...» Debido a su estatuto social, ella carecía de
defensa. Hay un nuevo acuerdo en desaprobar el ataque.
Varias preguntas, en las que participan la mayoría de los
hombres y las mujeres, atañen a la posición de la mujer: ¿debe con-
sentir en dejarse dominar por el hombre, poco más o menos como
una clase está dominada por otra? Ambas son débiles, sin defensa,
explotadas; las mujeres, sobre todo, sostienen tales asertos. Y los
hombres, por su parte, ¿no se sienten amenazados por el riesgo de
perder su virilidad si realizan tareas asignadas a las mujeres?
Ellos protestan; suelen participar en las tareas domésticas, ocu-

184
parse de los niños... Penosamente se intenta distinguir dos problemas
mezclados en estas confusas discusiones: ¿discutimos de las relaciones
entre los sexos, o de los estatutos jerárquicos que implica toda
organización social (Rémi, Philippe)? «Aquí —observa Antoine—, si
alguien fuese un poco débil, no se le habría maltratado como a la
camarera...» ¿Pero quién es débil aquí? ¿Las mujeres? ¿Y quién es
fuerte? ¿Los hombres, los que hablan, las «grandes cabezas»? Marcel
declara que esta discusión aburre, sin duda, a algunos participantes,
que no hablan (Agnès, Céline, él, Rémi), y desea «trazar con tiza el
límite entre los que se aburren y los que se reúnen a un costado de la
mesa». Su propuesta no despierta intervenciones. Sigue un breve
silencio.
[10,7] Roger: Querría que volviésemos al problema de Dí- dier.
¿La mujer es sirvienta del hombre?
Antoine: En mi opinión, todo hombre es un misógino que no sabe que
lo es. A menudo las mujeres se burlan de mí cuando digo esto. Se me
corta el hilo... (Risas.) Pongámonos serios. ¡En fin, observo que aquí las
mujeres no han desempeñado un papel auxiliar! Lejos de ello...
Philippe: Cierto es que en nuestra sociedad la imagen de la mujer
es inferior a la del hombre.
Josette: No hay más que su imagen y su estatuto; en el trabajo,
por ejemplo.
Otra (Céline): ...no tan bien pagada... no en el mismo plano.
Philippe...
Philippe: Aquí los hombres y las mujeres tienen idénticos papeles.
Y, sin embargo, no... He dejado que Céline limpiara sólita todo esto...
Antoine: Sí, yo también. Pero apoderarse aquí de las tareas
femeninas es exponerse a que le digan: te estás afeminando... Ayer
quise darle una mano a Josette, ¡y ella me dijo que era asunto de ella
poner orden! Entonces...
Alguien (¿Roger?) (de acuerdo con Antoine): Por lo demás, en el
barco se os ha considerado como iguales: las mujeres reman como los
demás. Hemos aceptado a Léonore como uno de los polos atractivos del
grupo.
Nicolas: ¡En ningún momento se ha puesto a las mujeres en un
plano distinto del de los hombres!.
[10,8] El monitor comunica dos observaciones que ha podido
hacer desde el comienzo de la sesión: «Se ha hablado mucho de
barbas en el debate que acaba de establecerse. Se han comparado
las barbas más o menos grandes de algunos participantes. ¿Quién

185
hace la ley aquí: el hombre o la mujer? Léonore la ha emprendido
contra la barba de Rémi, y Rémi, insistiendo sobre la restitución
incompleta de Léonore, protesta, alegando que es él quien manda,
quien tiene barba... En seguida he creído comprender que Céline,
quien ha recuperado su etiqueta, trabaja con Philippe. Puede ser que
Céline se comporte con Philippe como delante del que lleva barba.
[10,9] Philippe: No, no trabajamos juntos. Es la segunda vez
que nos vemos y hablamos.
Céline: ¡Claro que no! Hemos participado juntos en varias
reuniones. Nos hemos visto varias veces. En fin, bien podías no
acordarte de ello. Yo me sentí muy impresionada por tu máscara de
frialdad. También es cierto que no me atrevía a hablar. Me
impresionas mucho... Tu experiencia... Cuando vi que estabas
presente en el grupo, desde la partida, me dije: ¡Caramba, aquí está!
Y después me dije: Tanto mejor...
Philippe: Me satisfacía verte aquí. En fin, vamos a poder co-
nocernos, me dije, y le dije a mi mujer que... encuentro que te pareces
a mi hermana mayor.
Nicolas y Michel intervienen (para interrumpir el diálogo entre
Céline y Philippe, quizá) brevemente, sin pausa; uno y otro señalan
que se sienten satisfechos «por la presencia de todos» (Nicolas), que
«es simpático» (Michel), que «la agresividad se ha vuelto más
amable» (Nicolas), que «nos desembarazamos de los certificados de
buena conducta» (Michel), que Marcel no dice palabra («¡A la olla!»).
Marcel dice que se siente aislado. Marguerite, viendo a Agnès,
también se ha dicho: «¡Caramba, está aquí!». Michel declara que el
grupo rehuye los problemas planteados. Céline intenta, a pesar de
todo, hablar a Pihilippe y de Philippe.
Céline: Philippe es el único del grupo en haber observado que yo
experimentaba sentimientos hostiles para con algunos miembros. Me
habló de ello ayer o esta mañana. Por lo demás, es cierto. Se lo dije a
una compañera (fuera del grupo). Yo no hablo en este grupo,
porque... es un grupo de grandes cráneos y se toman muy en serio...
Se lo he dicho a Philippe, y él ha compartido mi sentimiento
(aprobación de Philippe).
Michel: ¿Quiénes son los grandes cráneos?
Céline: No puedo decirlo... Todos estos psiquiatras... Didier...
Me horripilaban un poco, más o menos. Por ejemplo, después de la
conferencia me resultó difícil dirigirle la palabra a Marcel...
imposible entrar en comunicación con él. Su estatuto de psiquia-

186
tra... Después de la conferencia comprendí también que yo había
excluido al monitor.
Michel: ¡Entonces has admitido su situación de subalterno!
Marguerite: Yo tuve la misma actitud que Céline para con
Didier. Su sueño de efracción me inquietó. Lo vi como observador.
Se generaliza la discusión sobre el tema del estatuto social, que
facilita u obstaculiza la comunicación directa y espontánea, de la
igualdad, y también sobre el tema de la pareja. Los participantes se
refieren a su historia de los días anteriores a fin de concretar sus
percepciones mutuas: la etiqueta social los ha incomodado so-
bremanera.
[10,10] Céline: Hay también otro aspecto de la dificultad que
siento para comunicarme con algunos de vosotros. Todos sois ca-
sados, ¿verdad? Sí... Y yo soy soltera. Me he dicho: No vale la pena...
No hay nada que decirles. Ayer, cuando se habló de la familia y los
hijos, me sentía un poco desconectado. Y sentía aún más disgusto
cuando se habló de los anuncios del Petit Chasseur Français... Los
anuncios matrimoniales. Me dije: ¡Qué duros son!
Josette y Agnès dicen sentir una gran simpatía por lo que Cé-
line ha podido expresar; son sensibles a la calidad de sus senti-
mientos.
Agnès: Parece que el problema importante del grupo es el de
estar casado y tener hijos... Entonces, me parece que no es para mí lo
que se dice; es para una soltera. No me interesa. No se habla de los
problemas de la mujer en general, sino de la mujer casada y madre
de familia.
Céline: Sí, y ha entorpecido la evolución del grupo.
El monitor interpreta la norma implícita que se había estable-
cido en el grupo para otorgar el derecho de hablar: trataríase de estar
casado y tener de dos a cuatro hijos. Las solteras, como Céline y
Agnès, y los que superan la norma, como Philippe, quedan excluidos.
Cuando a él mismo se le ha interrogado sobre su estatuto familiar y
matrimonial, se trataba igualmente de verificar la norma y de
confirmarla.
Léonore, Marguerite, Antoine, Roger y Marcel no aceptan
esta interpretación de su conducta, que tendería a mantener y
defender su posición dominante. Alegan libertad de palabra de
todos en el grupo. El monitor indica que, en rigor, se le puede
impedir a los otros expresarse sin dejar de proclamar la libertad
universal de hacerlo. Atribuye la vivacidad, el calor y la confusión
de los debates relativos a la camarera a un desajuste entre el tema

187
racional (la igualdad de los sexos y las clases) y la significación
concreta de la conducta (la discriminación, la segregación). Da a
observar que el incidente narrado por Léonore, que la llevó a
disgustarse con Rémi, pone de manifiesto la circunstancia de que las
mujeres (Léonore, Céline) temen ser dominadas por los hombres, sin
dejar de desear poseer su poder, y que los hombres (Rémi, Antoine,
Roger) tienen que afirmar que lo son. Léonore [10,11] pide al monitor
que retome su interpretación, que ella no ha comprendido o aceptado,
a propósito del aspecto de la barba de Rémi. El monitor no responde.
Rémi dice que su barba siempre ha impresionado mucho a las
mujeres, y cuenta este recuerdo «escocedor»: cuando era estudiante,
dice, «un esbirro me tiró de la barba tan violentamente, que tuve la
piel como despegada... Sufrí durante ocho días». Alegría general; las
interpretaciones se formulan a partir de ese recuerdo: las mujeres
están resentidas con los hombres, que tienen mucha razón en
desconfiar; tirar de la barba es castrar al hombre... Léonore precisa
que jamás ha tenido tales intenciones; por lo demás, no logra
soportar la agresividad. Prefiere «otras armas»: la calma, la
suavidad, la amabilidad, para cambiar a la gente. La agresividad es
un método erróneo. Me niego a someterme a la horma de Rémi para
con la camarera. Tanto he aceptado su idea de humanización de las
relaciones... y tanto no. Hay que considerar la gente como a seres
humanos, como objetos». El lapsus pasa inadvertido.
Nicolas intenta acudir en ayuda de Rémi, quien se siente
aislado y deprimido. Explica que Rémi estaba más bien inclinado a
sentir simpatía por Léonore, pero que el brusco cambio de actitud
de ésta para con él, a comienzos de la siesta, se le presentó como
una traición y lo frustró en gran medida. A través de los intercam-
bios que sucedieron a la agresión de Rémi por Léonore, destaca,
como ha dicho el monitor, que se trataba de un debate sobre el
problema de saber quién, hombre o mujer, tiene la preeminencia,
quién lleva [10,12] la barba, es decir, el falo. Su interpretación es
retomada por Céline; ésta vuelve a lo que ha vivido al comienzo de
la sesión: como llegó tarde, no comprendió qué significaba el
barco. Nadie le respondió personalmente, ni los hombres, ni las
mujeres; se la consideró como una subalterna, a la que nada se le
explica. Por lo demás, así fue como se trató a la camarera, quien
pedía explicaciones sobre lo que era la temporada en la que
participaban los miembros del grupo. Como la camarera, acerca de
la cual los hombres estimaban que no podía comprender, también
a Céline se la hacía a un lado, aislada detrás de su pedacito

188
de papel, de modo, pues, que ella no quiso participar en el trabajo del
remo en el barco: «...cuando formulo preguntas, caen al agua. Por
mucho que Léonore diga que preconiza la calma y la suavidad, no es
eso lo que de ella he sentido». Michel se muestra «completamente
comprensivo respecto de lo que acaba de decir Céline: también yo
tengo el sentimiento —dice— de que tuviste dificultades para
participar. Creo que es porque el grupo te excluyó un tanto en tu
condición de soltera. He comprendido bien tu posición».
[10,13] Léonore (rápidamente, a Céline): Tu posición me
crispa, me crispa. Me agrada que se hable más claro... y que uno se
integre personalmente. Yo, cuando alguien no está en el asunto,
tengo tendeada a dejar caer... ¡He hablado de mi problema porque tú
no querías hablar del tuyo!
Marcel: Me parece, sin embargo, que Léonore ha establecido
otra relación con Agnès, a pesar de que no se le presentaba como si
estuviese en el asunto. Al contrario, ha insistido mucho en que Agnès
hable y se integre... La ansiedad de Agnès ha sido sin duda mejor
percibida y aceptada por Léonore. Me pregunto por qué. Tal vez
porque la ansiedad de Céline ha desencadenado en ella más
agresividad..., por ejemplo contra los grandes cerebros.
Didier: Los grandes cerebros que tienen una enorme boca...
Léonore: Agnès me parece ser una mujer que se comporta como
mujer; es un medio de su seducción, mientras que Céline es una mu-
jer de acuerdo con las normas clásicas.
Michel: A mí también me irrita Léonore. ¡Has desempeñado un
papel femenino, pero también has querido comportarte como un
hombre! En cambio, he sido sensible a las normas... femeninas de
Céline, a su prudencia, a su mesura, a su sentido del rodeo. Creo que
te comprendo, Céline. Y además (sonriendo) es bonita, y ha ido al
peluquero... (Silencio.) Cuando las mujeres no quieren algo, no hay
nada que hacer.
Céline: Me asombra ver que Michael haga tantos esfuerzos por
comprenderme. No sé si eso me agrada.
[10,14] Roger: ¡Yo a Michel lo encuentro femenino! En la
conferencia me fastidiaste muoho; formulaste preguntas..., buen
alumno. Yo no estaba de acuerdo contigo; tú estabas con los grandes
cerebros. Realmente no me habías prestado la menor atención.
Michel: Sí, sí... Lo sé. Tendencias femeninas... Cuesta soportar. ..
Marcel: ...aspecto femenino en todo hombre.

189
Rémi: Aspecto masculino en toda mujer. De acuerdo con Michel a
propósito de Léonore; ella quiere o querría ser ambas cosas a la vez.
Marguerite, Josette, Agnès: No, nada de acuerdo... (Barahúnda,
ruidos de sillas y carraspeos.) Sí, no es simple... nada fácil para una
mujer ser un hombre (?). Uno está dividido por estas tendencias
contrarias... (Léonore [10,15] repite que no puede soportar «ese
estereotipo de la mujer que no habla, que no se atreve, que siempre es
sumisa e inferior».
Alguien (¿Céline, Michel?) dice que Léonore y Agnès se cuentan
entre los grandes cráneos.
La sesión se cierra con breves, rápidos intercambios; luego, si-
lencio. Marguerite solicita que el grupo pueda tener conocimiento de
la curva general de las notas de evaluación de la satisfacción. Se les
comunica, y los participantes permanecen en la habitación, mientras
que el monitor y los observadores salen.
[10,16] Procuramos analizar lo que se nos presenta como las
grandes líneas de la dinámica del grupo. Tomamos conciencia de que
no quedan más que dos sesiones y de que está a punto de bosquejarse
un trabajo importante. Nos preguntamos si las tensiones entre
quienes son partidarios de la implicación personal y espontánea, de la
unidad y la igualdad, y quienes desean un modo de ser contrapersonal
se van a resolver, y en qué compromisos. Advertimos que, por sobre
esa tensión, hay acuerdo sobre una ideología oficial: nunca tratar al
prójimo como si fuera un objeto. Pero, en los hechos, quienes
proclaman esa ideología y ese ideal de psiquistas son cogidos en
flagrante delito de transgresión. Es fácil tratar al prójimo como sujeto
cuando es simpático y semejante a uno, pero no basta parar la oreja
para oír bien: tal es el título con que damos para esta sesión. ¿Cómo
van los participantes a aceptar —¿las aceptarán?— las diferencias
entre ellos?
Intentamos analizar lo que la situación de grupo de diagnóstico
contiene en materia de solicitaciones a soñar con constituir un
verdadero grupo, libre de toda compulsión social y de toda jerarquía.
La aspiración dominante es la de constituir un grupo de Amor, como
lo representa el dibujo. Esta tendencia se ve contrarrestada por
quienes prefieren la organización antes que el amor. Un conflicto de
ideales atraviesa al grupo. Terminamos nuestros intercambios con
la evocación del poder atribuido al monitor en el grupo; imaginamos
que, fortalecido con poder tal, muy bien podría ponerse de pie, en
plena sesión, y decir: «Hermanas y hermanos míos,
suspendamos aquí nuestros diferendos y partamos en cruzada.

190
Amémonos los unos a los otros y difundamos la buena nueva de los
descubrimientos que hemos hecho aquí, en el dolor y la prueba.
Nuestro grupo ha resistido ambos: seguidme...».
Esta fantasía me lleva a pensar en un futuro estudio sobre el
nacimiento de los ideales en los grupos, particularmente en el de los
Apóstoles. No obstante, sin dejar de admirar el talento del monitor
para analizar e interpretar un grupo que me parece muy difícil,
tengo el difuso sentimiento de que algo importante no ha sido dicho,
ni por él ni por nosotros. Me reprocho no poder hablar libremente,
tampoco yo, a Didier. Mejor haría en tomar menos notas en las
sesiones y analizar más activamente lo que ocurre. Estoy deprimido,
con la impresión de haber echado a perder algo importante. Envidio a
mi colega, que «emborrona» menos y que le habla más a Didier. Me
consuelo diciéndome que mi trabajo servirá para redactar el informe
y que podré trabajar con él en mis investigaciones.

COMENTARIOS SOBRE LA DÉCIMA SESIÓN (RK)

a) La figuración gráfica propuesta por Antoine da a los parti-


cipantes una imagen del grupo y satisface, así, el narcisismo grupal,
pues constituye la forma de una identificación imaginaria. En este
sentido, Antoine realiza un cumplimiento resistencial del liderazgo y
conjuga su papel con el de Léonore.
Sin embargo, la imagen da mucho más de lo que muestra; in-
troduce una ruptura con lo que el discurso ideológico trataba de
contener y fijar en una forma maniquea y cerrada: ya significa una
falta de coincidencia entre lo que se ha representado (la igualdad de
los remeros dentro de la unidad cerrada del barco) y lo diferente que
surge en la representación. Dos personajes se añaden al grupo
dibujado: un hombre (el tambor) y una mujer (el mascarón de proa).
La pareja amorosa, primeramente negada, reaparece en el discurso
del grupo, espectador del dibujo y luego suscita la interrogación de
Céline [10,3] acerca del lugar de cada cual en el barco, es decir,
dentro del cuerpo grupal y con respecto a la pareja heterosexuada.
Enfrentados desde el comienzo de la temporada a un fantasma de
escena primitiva sádica, los participantes han intentado, e intentan
aún, asegurar su defensa con dos medios que volverán a ser
empleados en el curso de esta sesión: el desplazamiento del ataque
sobre la camarera y sobre Nicolas y la negación de la diferencia de
sexos.

191
El dibujo se dirige también al monitor, pero a la manera de un
regalo tramposo: se trata igualmente de fascinarlo con el contenido
imaginario de la representación y de captarlo, tanto más cuanto que
la conferencia que ha pronunciado en la Universidad ha versado
sobre el tema Timeo Danaos. Se le solicita que dé una interpretación
de contenido y no del conflicto defensivo, de la resistencia y de las
transferencias. Eso hace fracasar su poder, ya que lo vuelve idéntico
a los participantes, mientras que la representación a través de la
imagen está suscitada, precisamente, por la transferencia que se
efectúa sobre él y que concierne a la prohibición y al deseo que ésta
encarna debido a su presencia sexuada. En el discurso ideológico, así
como en la metáfora gráfica y en las asociaciones verbales
provocadas por ella, al monitor se le excluye y a la vez se le niega, no
obstante que lo que él representa reaparece incesantemente y de
manera tal, que se ve sometido al poder resistencial del liderazgo y
de la imagen. Así es como al monitor se le «embarca» en el navío (en
la metáfora), pero en un lugar vacío; sostiene el timón, pero no se lo
dibuja.
El dibujo permite jugar con las angustias y los fantasmas e in-
troducir fuego en el vínculo imaginario: recuperar al monitor en la
metáfora es incluirlo negándolo, pues hay que distanciar a los
fantasmas que paralizan a cada cual y al grupo. El juego de los
desplazamientos, de las condensaciones, de los trastrueques paradójicos
(el amor es la peste, el odio también es la peste, pero el amor es el odio)
orienta la representación hacia una forma sintomática, en procura de
establecer una formación de compromiso y prestándose más fácilmente,
con ello, a las asociaciones sobre los aspectos contradictorios del
conflicto defensivo y del deseo de los participantes. Así surgen los tres
lapsus destacados en esta sesión [10,11; 10,13; 10,14]. El cambio que se
inicia en el registro de la expresión, de las relaciones en el grupo y de
las vinculaciones con los objetos internos es seguramente una
irrupción, dentro del naciente mito, de lo reprimido, que la ideología
había mantenido hasta entonces en el inconsciente. Los fantasmas
de escena primitiva y castración, que la ideología negaba e inscribía
defensivamente en la realidad, quedan al descubierto (y fascinan)
en el registro de la imagen. Lo que se había excluido de los
intercambios —la diferencia y el comercio entre los sexos, el origen
de los participantes y su destino, la representación misma del
grupo como interior materno—, todo regresa bajo la forma lúdico-
mítica propuesta al grupo por Antoine y transporta una pluralidad
de sentidos que una y otra vez da ánimos, inquieta, suscita el es

192
panto de perderse en él, y requiere, para terminar, nuevas medidas
defensivas. Mientras que la posición ideológica se había construido
como triple cierre del fantasma, el habla y el grupo, replegándolos
en un objeto muerto y mortífero, la figuración mito-poética que se
esboza abre una nueva vía de conocimiento, de simbolización y
construcción de los sujetos. Este comienzo de posición más abierta
al cuestionamiento del sentido, menos reductora en definitiva, se
articula con la tentativa de sobrepasar la angustia de castración y
el fantasma del cuerpo fragmentado. Hay en ello un bosquejo de
liberación con respecto a las identificaciones imaginarias, y va
nuevamente acompañado de agresividad y de angustias atinentes a
la integridad y la unidad del cuerpo: el temor expresado por las
mujeres de no poseer el poder como los hombres, el miedo de éstos
de perder su virilidad, el riesgo de estar contaminado por la peste
(el amor, el odio) y la angustia suscitada por la proyección de
destructividad difusa sobre los participantes, sobre el psicoanálisis
(es la peste) y sobre el grupo están además representados en el
fantasma del internado peligroso, del barco puesto en cuarentena.

b) La ideología defendía a los participantes contra la muerte


chiquita, y al grupo contra la muerte. Mantenía en la idealización
especularía del falo materno a la supervivencia contra la fragmen-
tación y el deseo de vivir «en plenitud». El comienzo de la ela-
boración mito-poética reactiva angustias y deseos: una vez exorci-
zadas (la Galera) las angustias paranoides-esquizoides, surge la di-
mensión del deseo de reparación y de conquista (la Tierra Santa)
de relaciones libidinales sin trabas (Citeres), y la nostalgia del re-
greso al origen, que la sesión siguiente (el Paraíso perdido) habrá
de precisar.
En el curso de esta sesión, la metáfora mítica anuncia un po-
sible cambio en el tratamiento de la angustia, en la elaboración
narcisista y en la orientación hacia lo simbólico y hacia las posi-
ciones reparadoras (de sí y del objeto-grupo). Pero esa
metaforización continúa asegurando las funciones de la ideología
igualitarista en su valor de defensa contra la diferencia de los sexos
y el mantenimiento de las identificaciones imaginarias narcisistas.
Todo aquello que se opone al narcisismo grupal es combatido; así
ocurre cuando, luego y en el lugar de Céline, que se niega a remar,
nuevamente se evoca a la camarera [10,3; 10,4]. Una y otra se
oponen al desarrollo de la ideología a través de su versión mítica.

193
Céline, escotomizada, tachada como objeto malo, sustituye a la
camarera, que empaña el narcisismo de los líderes (Léonore, An-
toine), cuya tarea consiste en alimentar el del grupo.
La metáfora contiene, pues, una doble faz: con la introducción de
juego en las ligaduras imaginarias, puede también ser sólo un juego,
una manera de fingir (de hacer como si), de desconocer y hacer que
se desconozca, de fascinar.

c) Dentro de esa perspectiva, comprendo que la resistencia de


transferencia negativa no haya podido ser hasta entonces —y aquí
menos que precedentemente— interpretada por el monitor, centrado
en lo imaginario y la ilusión grupal, cautivado, sin duda, por ambas
cosas y encontrando en ello un eco cómplice entre los observadores.
Las funciones de los líderes (Léonore, Antoine, Rémi, Roger, Nicolas)
no se han deslindado en la dinámica y la economía, en la tópica y la
fantasmática de un grupo siempre remachado a su prehistoria, a su
novela de los orígenes: permanecen cabales y siempre en actividad —
las referencias constituidas por el grupo anterior de Léonore y por la
esperanza salvadora que ésta alimenta—, con lo que logran que la
mayoría de los participantes se alineen, de grado o por fuerza, bajo
su bandera.
Merced a la admiración que sienten por el monitor, al que le
ahorran la circunstancia de tener que elaborar su contratransferencia,
los observadores contribuyen a mantener al intérprete en una posición
de defensa con respecto a la transferencia negativa, una parte de la
cual se desplaza sobre Nicolas, dentro del grupo, y otra, negada, sobre
ellos mismos. Paralelamente, el monitor se ve conducido en esa posición
ilusoria a adecuar a Léonore y los demás líderes y a establecer una
«alianza cordial» cuya función consiste, especialmente, en encubrir la
agresividad y la rivalidad mutuas16. Admirar (al monitor, a Léonore) no
es interpretar, sino fortalecer la función resistencial, defenderse contra
la rivalidad y el temor de que se colme la expectativa de un grupo
«realizado» por Léonore y por el monitor, el mismo del que tanto los
participantes como los observadores son los espectadores atentos, y es,
por último, defenderse de una escena primitiva sádica o de una
castración. Nicolas hace los gastos de ésta: importaba que la
transferencia negativa permaneciese en él; por una parte, él mismo
suscita el desplazamiento sobre su persona de la transferencia nega-
16
He desarrollado el análisis de esta situación frecuente en el grupo de los
intérpretes y el deslinde de esta situación por el análisis intertransferencial (R.
Kaës, 1976 a).

194
tiva y justifica sus efectos consecutivos; por la otra, al dar de la
función interpretante una imagen caricaturesca, atenúa la herida
narcisista infligida al equipo monitor-observadores, el cual puede,
así, castigarlo, como los participantes.
Al final de esta décima sesión parece que el análisis de la
transferencia central sobre el monitor y las transferencias correlativas
son aún posibles; en todo caso, son deseables. Después de varias
sesiones, al monitor se le dirigen llamados directos o indirectos para
que interprete. Esta apertura hacia él es una tentativa de deslinde con
respecto a la dinámica de las transferencias y las resistencias
mantenidas por Léonore y, sobre todo, por Nicolas. Hay en ello un
movimiento de escape, y el hecho de que esos llamados a la competencia
del monitor expresen también temor no debe inducir a engaño sobre su
sentido: del monitor aguardan los participantes una palabra liberadora.
Cuando, en efecto, en la sexta sesión unas mujeres se callan [6,7] o
agreden a Léonore, en la sesión siguiente [7,15] se resisten al liderazgo
de ésta. De igual modo, a comienzos de la octava sesión [8,1], cuando el
grupo parece falto de toda catexia y Léonore intenta movilizarlo
hablando de su angustia y de la seducción que ella ejerce, en la manera
que tiene de hablar de sus preocupaciones se descubre un llamamiento
dirigido al monitor. En la medida en que éste no lo oye, Léonore retoma
su posición de líder exigente y, bajo su cayado, lleva a un hombre
(Antoine) a expresarse personalmente. Por lo demás, Antoine pone en
tela de juicio al monitor, padre efímero [8,6].

COMENTARIOS DE DA

a) Es cierto que el dibujo del barco me proporcionó en el mismo


momento una satisfacción. Se confirmaba el paso a la figuración
simbólica. Tras la evocación del psicodrama, del test de la aldea y de
la sociometría, que había virado rápidamente, el hecho de recurrir a
una técnica del psicoanálisis de niños —el dibujo libre— se me
presentó como significativo de una mayor apertura del grupo al
inconsciente, o, con mayor exactitud, de un funcionamiento que se
situaba en el nivel, no ya consciente, sino preconsciente. La abun-
dancia y la polisemia de los detalles representados en el dibujo me
sorprendieron al punto; aún hoy me sorprenden: los doce remos
iguales, Léonore mascarón de proa, con su pecho seminutricio y
semiseductor; el tambor, cuyo ritmo parece realizar la coordi-
nación colectiva tan deseada; el monitor-timón presente-ausente, el

195
emblema ambivalente o, mejor aún, paradójico17 del amor-peste, las
nubes de la transferencia negativa amenazante, el destino ambiguo de
la temporada (ideológico: la Cruzada; libidinal y genital: Citeres;
obsesivo-anal y superyoico: la galera; autodestructor: la cuarentena).
En cuanto a los dos observadores, su presencia como peces queda en un
primer momento simplemente advertida por el grupo, cuyos
comentarios no vuelven a recaer sobre ellos. Con todo, los peces se
mantienen en la superficie (de las cosas), aunque su anatomía, es decir,
su función, les predispone a ir a ver lo que pasa debajo. Por último, uno
de ellos (René Kaës, sin duda) se comunica por radio (con el monitor):
alusión al hecho de que el monitor y los observadores forman rancho
aparte en las pausas y las comidas, así como al fantasma, que
permanece callado, de estar, como hijos, excluidos de las conversaciones
de las personas mayores y del comercio de los padres.
A la luz de esta última comprobación y de las observaciones
convergentes de René Kaës sobre los fantasmas verosímilmente sub-
yacentes de escena primitiva sádica, de vida intrauterina y de
castración, hoy se me hace presente que esta sesión indica la tentativa
cada vez más firme del grupo de funcionar a partir de un nuevo
organizador psíquico inconsciente: el de los fantasmas originarios. Con
una reserva, no obstante: el dibujo del barco-grupo corresponde al nivel
del sueño diurno, despierto devaneo, que es el de una elaboración muy
secundaria de fantasmas inconscientes difícilmente descubribles.

b) El episodio de la camarera humillada, el altercado entre


Léonore y Rémi a este respecto, la rivalidad de los hombres y las
mujeres por el poder y la impugnación de la barba como emblema de
autoridad han quedado lo bastante sistemáticamente puntualizados en
la segunda mitad de la sesión, pero se los habría podido interpretar
más, tanto en el sentido de una defensa contra el establecimiento de
relaciones genitalizadas entre los participantes (cf. las protestas de
Céline y Agnès, desacreditadas en su condición de solteras) como en el
de una relación de objeto dominante en el grupo del tipo madre
dominadora-hijo víctima (la transferencia grupal que alterna entre la
sumisión para conmigo y las tentativas de controlarme).

17
Me refiero a la paradoja fundamental, según Fairbairn, de la posición esqui-
zoide: al amor se lo vive como amenaza de destrucción; lo que es bueno es
peligroso (cf. R. Fairbairn, «Les facteurs schizoïdes dans la personnalité», Nouv.
Rev. Psychanalyt., 1974, n.° 10, 5-55, y D. Anzieu, «Le transfert paradoxal», ibíd.,
n.° 12 , 49-72).

196
UNDÉCIMA SESIÓN

Domingo, de 9 a 10 y 30.

(No he destacado la disposición espacial de los participantes.)

[1.11] Antes de comenzar la sesión, alguien, entre los primeros en


llegar, le ha puesto un slip y un sostén al mascarón de proa. Michel
llega con atraso, «como el primer día», comenta Léonore; «Te
esperamos con impaciencia».
[1.12] Michel: Es difícil despegar.
Céline: Siempre estamos en el grupo. Es cansador...
Roger: Me costó mucho dormirme anoche. Una actividad men-
tal aguda... He soñado (Michel dice «yo también») con ideas de
muerte. Tal vez la angustia de la muerte del grupo...
Léonore: A mediodía nos separaremos... Vamos a volver a en-
contrarnos individualmente.
Roger: Nos quedaremos con nuestras preguntas. ¿Quién soy?
Encontraremos esta pregunta en lugar de «¿Quiénes somos?»...
¿Hemos cambiado?
Léonore: Nunca llegaremos a desembrollarlo todo esta
mañana. Nos queda muy poco tiempo para hablar. Acaso cambiemos
después.
Michel: Yo no tenía ganas de venir esta mañana. Mejor ha-
bríamos hecho en terminar anoche.
Silencio.
Marcel: Tomé al pie de la letra la frase de un sueño que
vuelve a mi memoria: parálisis... Parálisis del grupo... Un niño que
se nos había confiado, que tenía parálisis y que se derrumbaría en
el momento de llegar a la meta. También yo he soñado. Sueño de

197
fracaso, de impotencia. Sería menester que yo llegara a establecer la
vinculación entre el grupo éste y mis actividades fuera, en otra parte.
Ayer lo he vivido en términos de conflicto.
[11,3] Léonore: He pensado en ti (a Marcel) y en Agnès, más
especialmente. Os habéis integrado al grupo, al juego, pero, sin dejar
de haberos integrado, no habéis jugado el juego. La curiosidad de
Agnès ha permanecido a flor de piel. Philippe no ha jugado el juego
del grupo. Y en cuanto a Michel, ha jugado todos los juegos. Si uno no
entra en el juego, nunca sabrá lo que es un grupo de diagnóstico.
Lamento un poco haber participado tan activamente. Pero prefiero
un fracaso antes que la expectativa... Es cierto. Tal vez he sido
demasiado activa: he eliminado a Nicolas, pero él tiene tal
caparazón, es tan estático... No ha cambiado.
Marguerite: Yo he cambiado de actitud para con Nicolas, sin saber
por qué.
Nicolas: ¡Me estáis mirando!
Michel: Sí, Nicolas .ha cambiado. Observo que Léonore caracteriza
a cada uno; hace el balance.
Silencio.
Marcel: Ayer me pregunté qué hay que hacer para participar, para
hacer que el barco avance... ¿Hay que aportar elementos personales,
íntimos? Yo no he aportado elementos personales. No he sido
solicitado. No he sido atacado. Me pregunto por qué. Sin embargo,
siento el deseo de hablar de mis relaciones con otros, en particular
con Léonore. Había algo que me gustaba en ella desde el principio.
He experimentado simpatía por Léonore. Su rostro... Luego sentí un
ligero malestar y sorpresa. Me pregunté: ¿por qué se pone adelante?
¿Por qué esa espontaneidad? Lo hace deliberadamente, o es una
manera de hablar de sus problemas que no puede impedir que
aparezca? ¿O quizá de esa manera pone en tela de juicio a los demás
al enjuiciarse a sí misma? Léonore deja caer a los que no se ponen en
tela de juicio, y me ha dejado caer cuando no me cuestioné. También
me ha sorprendido la separación que hace entre psiquiatra público y
psiquiatra privado...
Léonore: Creo que los que tienen dificultades en hablar de sus
problemas personales las tienen también para hablar del grupo... (A
Marcel:) Tu actitud se opone de tal modo a la mía...
Agnès: No he querido quedar afuera. Es mejor... Aquí hablar
de uno de la impresión de que uno se ha implicado en el grupo.
Toda la noche de ayer he lamentado haber hablado. No necesito
decir algo para implicarme. He hablado para que el grupo sienta

198
que quiero integrarme, pero no lo he hecho para mí ni porque lo
necesitara. No comprendo muy bien... Ayer hablé... y se pretende que
no he participado {vivamente). Después de todo, todos tenemos
nuestra manera de implicarnos. ¿Realmente se acepta que seamos
diferentes unos de otros?
Breve silencio.
Marguerite: Cada cual se implica a su manera.
Léonore: Tengo la impresión de que este grupo es un match de
boxeo... Es un primer round; no es suficiente. El gong sonará a las
doce y media...
[11,4] Didier: Querría restituir lo que hemos dicho con los
observadores. Una de las fuentes de tensión de este grupo es la
oposición entre quienes quieren una implicación personal, un grupo
cálido, un grupo de amor —es el corazón en la bandera del barco—, y
quienes piensan que eso no es necesario, que se necesita un grupo
organizado. Para unos, este grupo debe cortar con los grupos
habituales en los que participamos y que hasta dirigimos. En los
otros grupos hay tareas, jerarquías, estructuras; las relaciones entre
las personas, desde el punto de vista de la simpatía y la antipatía, se
reducen al mínimo; ésos piensan que hemos venido aquí para hacer la
experiencia de un grupo diferente, situado fuera del orden, de la
jerarquía, del tiempo y del espacio, de la institución en fin... En fin,
un verdadero grupo. La comunicación que recibisteis decía que este
grupo era libre de toda organización; se lo ha comprendido como libre
de hacer lo que no se puede hacer en otra parte..., constituir
relaciones cálidas, simpáticas. No se ha pronunciado la palabra amor,
pero aquí se ha querido hacer un grupo de amor. El corazón de la
bandera es la bandera del grupo para ésos. Las inevitables tensiones
y las agresiones eran, pues, muy enojosas. Si algunos eran
partidarios de esa representación, otros, como Philippe, Marcel y
Agnès, por ejemplo, no adherían. Cuando se ha hablado de las mujeres
y los hijos, también se ha hablado del amor. ¿Y con qué nos sale
Philippe en momentos de izar la bandera? Que hay disciplina...
militar, organización. Eso ha provocado molestia. Con respecto al
barco, desearía decir dos palabras. El barco era un barco de buenos
camaradas que viven relaciones cálidas. Pero había algunos que no
remaban, que no aceptaban que los remos fuesen iguales. Otros
pensaban que hay que remar cadenciosamente... Ésos constituían una
especie de injuria para los que tenían la representación de que el
grupo debía ser un grupo de amor. El grupo ha enfrentado dos ideales;
por lo menos, del grupo. Las oposiciones entre estos ideales no se han

199
explicitado por completo. Acaso habría que renunciar, entonces, a la
unidad y la igualdad. En rigor, las dificultades para reconocer y aceptar
esas diferencias han contribuido a crear minorías y discriminaciones
raciales, ideológicas y sexuales... A Michel, en cambio, no logro situarlo
en ninguno de esos ideales. Ha procurado hacer de conciliador entre
ambos, y me parece que le ha hecho creer a cada uno de los polos de
ambas concepciones opuestas que estaba con ellos...
Rémi: Es el único que no se ha echado a la olla...
Escándalo, barahúnda.
[11,5] Philippe: Estoy de acuerdo con esa interpretación. Yo esperaba
una coordinación entre ambas tendencias, un arbitraje, para que
realizásemos nuestra tarea... Cuando construí mi aldea, construí una
ciudad funcional... No podría hacer otra cosa.
Nicolas: Yo habría deseado ser el coordinador... el tambor del barco.
Marguerite: Venías aquí para enjuiciar tu vida personal, y después
hubo el asunto del orden, del hermoso orden... Hay que deshacerlo
siempre, poner cosas nuevas. No podemos tener nada por adquirido;
demasiado lo he experimentado en la vida... (Silencio.) Ayer a la tarde
me he sentido cerca de Léonore; encontré en ella muchos puntos
comunes: la edad, las dificultades conyugales y familiares... Al orden ha
habido que abandonarlo y rehacer sin descanso una síntesis personal.
Es difícil cambiar. Uno lo espera y lo teme. El orden de Philippe ya no
es el nuestro.
Léonore: Yo iré más lejos. En este grupo, una de las discriminaciones
me parece que es entre las personas instaladas psicológica, moral y
socialmente... y las demás. Me cuesta mucho soportar a la gente a la
que nada puede alcanzar, que tienen una vía, que tienen una
organización militar; a la gente que no avanza, que no tiene
problemas... en apariencia. Tengo muchas dificultades para admitirla.
Nicolas está instalado. Aparentemente no tienes... no tienes
dificultades.
Alguien (a Nicolas): Si no cambiaras, ella no te apreciaría...
Nicolas (a Léonore): ¿Condesciendes en tener problemas?
Marcel (a Léonore): ¡Es preciso que salga pronto contigo! Eres
intrusiva. Estoy por el corazón, pero tiene que llegar naturalmente...,
tranquilizador, tranquilo... Se ha hablado de ti como madre. Yo
preferiría más bien a Marguerite en ese papel. En fin...
Léonore: ...marchar... con tal que se marche.
Marguerite: Soy más prudente que tú; prefiero ir lentamente, esperar a
que haya madurado...

200
Rémi: Me uno a la línea de Marcel. No hay que trastornar...
[11,6] Michel: Me he sentido seducido por la interpretación de
Didier..., pero perturbado por la presentación que ha hecho de mi
papel. He presentado al grupo afuera como un grupo de relaciones
cálidas en el que se busca una armonía y una unidad, como una
especie de falansterio, donde cada cual podría satisfacerse sin que
ello fuera incompatible con las tendencias de los demás. Estoy
profundamente por la bandera... por el corazón. Pienso que hay que
apuntar a resolver los conflictos. Me desvela la armonización; querría
recuperar la coordinación y la conciliación para que el corazón
funcionase, a la inversa de Nicolas, que provoca la agresividad. Pero
no sé... Os planteo el problema. ¿Qué pensáis?
Antoine-. En rigor, eres como Nicolas, aunque te sitúes en el
otro polo.
Roger: Nicolas está acorazado... ¡Eres flojo como un zorro!
(Protestas.) Léonore es un corazón ardiente...
Rémi (a Michel): Tú no has aportado mucho de ti mismo... Ni
agresor, ni agredido.
Michel: No creo que a mi no participación se la pueda llamar
molicie. Es más bien una actitud de receptividad, de vibración a lo
que pasa. En eso me siento próximo a Marcel... Deliberadamente,
también, no he hablado de mis problemas personales. No es
necesario. Siento una gran satisfacción personal en ser receptivo, en
vibrar. Tal vez egoísta..., sin implicarme personalmente.
Roger. Es tu modo de implicación... Eres receptivo, eres un
radar. Recibes, tragas..., pero no das... hasta el fondo. Dices las cosas
atenuándolas. No puedes ser apasionado si eres sólo receptivo; no
puedes querer a alguien si no haces más que recibir.
Marguerite, Roger y Rémi dan sus impresiones acerca de Mi-
chel, sobre su deseo de arreglar las cosas, su temor de decepcionar
y disgustar, su deseo de complacer, su diplomacia para conciliarse
con todo el mundo y desarmar los conflictos. Michel habla entonces
de la resonancia que han tenido en él las discusiones sobre la
paternidad. Él no ha tenido padre, ni ha logrado encontrar uno a
pesar de sus esfuerzos. Experimenta dificultades en asumir
esa posición. Se ha sentido muy cerca de Antoine. Reconoce ser
muy vacilante no bien se trata de emprender una acción que
comprometa. Sin embargo, en este grupo ha tomado la defensa de
Léonore cuando Rémi la atacó («Rémi, que pide que me arroje a la
olla...»). Para actuar, preciso es que la situación haya llegado a un
grado importante de tensión. Piensa que hay que evitar las situa-

201
ciones penosas y ser conciliador, tanto aquí como en la vida pro-
fesional del psicólogo. Josette aprueba.
Roger: Sí, pero nunca te he visto decirle a un chico: Eres un
cochino. Tú dices: Se podría pensar que eres un cochino, pero...
Michel: En eso me acerco mucho a Rémi: el respeto a la per-
sona humana; no el derecho de juzgar...
Marcel: A Roger le encanta tener una causa que defender (ri-
sas).
Michel: En todo caso, este grupo habrá permitido esclarecer
mis relaciones con Roger... en el sentido de una amistad.
Marguerite: Me pregunto por qué Michel no ha tomado el ca-
mino de la psicología clínica. Tiene disposiciones...
Michel: Tengo que resolver problemas personales y profesio-
nales; tengo dificultad para hablar, ya se lo verá. Me sentiría con-
tento de conocer la opinión de Léonore sobre todo esto.
Léonore: No puedo decir... No se me ocurre.
[11,7] Didier: Me he interrogado sobre el estatuto de Michel
en este grupo y sobre lo que ha podido pasar antes del grupo y la
incidencia que ello puede tener aquí. Me ha parecido que Michel
estaba, debido a su estatuto o a sus actividades, a la vez del lado de
los organizadores de esta temporada y del lado de los partici-
pantes. Creo que ha participado más o menos en la organización
del grupo. Conoce a uno de los observadores, y eso tal vez lo 'ha
incomodado...
Alguien: Después de la conferencia, Michel dijo a algunos de
nosotros que iba a cenar con los organizadores...
Griterío: «¡Traidor! ¡Gran cochino! (Risas.) Utiliza el corazón
para restablecer el orden».
Didier: No, Michel tiene una actitud de conciliador. Procura
establecer un compromiso entre el corazón y el orden. Del mismo
modo (a Michel) tú has evitado el conflicto entre el monitor y el
grupo cuando me preguntaste si podíais ir a la conferencia.
Michel: El hecho de conocer a uno de los observadores me ha
incomodado. Bloqueo... mucho más molesto conocer á alguien ajeno
al grupo... No mencioné a todos que íbamos a cenar juntos el
viernes a la noche para no presentarme como una persona dife-
rente.
Léonore: A mí lo que me ha molestado es que Marc (uno de los
dos observadores) me haya ignorado aquí... Pero después me será
muy útil, pues me dará informaciones sobre mi comportamiento.
¿Tal vez me dé a leer su cuaderno personal, su agenda secreta?

202
Michel: También a mí me interesaría eso.
Marguerite: A propósito de cuaderno... He soñado con cuaderno.
El trabajo estaba mal hecho. Había que rehacerlo.
[11,8] Didier: Una de las expectativas que Michel y Léonore
tenían aquí es que lo que concierne a su comportamiento les fuese
comunicado por los observadores..., por alguien exterior «al grupo,
después de la temporada. Hay algo curioso que destaco: sólo ayer a la
tarde ha pedido el grupo tener conocimiento de las notas de
satisfacción. Hay en ello un tabú del grupo, como si en el barco ideal a
todo el mundo se le supusiera satisfecho. Cuanto podía informar al
grupo de lo que éste vive aquí en grupo ha sido a menudo rechazado o
no se le ha oído. ¿Acaso habría un peligro grave en conocerlo? Una vez
llenos los papeles, cada cual lo pliega o le da vuelta; aquí hay miedo a
las notas.
Léonore: Junto con Rémi, me sentí asombrada por eso ayer a la
tarde. Los que no hablaron son aquellos a los que nadie ha ser-
moneado... Hay que provocar para cambiar esto.
[11,9] Rémi: También estaban los que hablaban tratando de
hacer hablar a los otros. Esto es un pequeño teatro en el que cada cual
hace su número e intenta complacer al grupo, no sin complacencia.
Didier hizo su número en la conferencia; cada cual hace el suyo o pesca
un incidente para hacerse admirar por los demás... Me asombra la
manera en que el grupo es un buen amplificador, un espejo que agranda
las pequeñas cosas que pasarían indudablemente inadvertidas.
Marcel: ¿Y los que no han sido solicitados se han frustrado por no
haber podido hacer su número...?
Michel (a Antoine): Sí, el chiste es también un medio de hacerse
admirar, ¿verdad?
Antoine (rápidamente): Es también un medio de atenuar las
tensiones, ¿no lo crees? Parece que se considerara que los que no han
cedido a la tendencia exhibicionista tienen más valor moral... ¡Nuestro
amor es un amor cátaro! (Risas.)
Rémi: Pienso que la participación de Marcel es de una auten-
ticidad mayor; el volumen de participación no es la medida de la
aportación de cada cual.
[11,10] Marcel: El hecho de no hablar de sí es, no
obstante, un obstáculo contra la participación. No se recurre a los
demás si uno niega su pasado, si intenta llegar sin nada. Tal vez se
está muy disponible, pero en rigor uno está afuera. No es posible es-
tablecer relaciones interpersonales. Uno parece frío, y eso hace
aminorar... Uno queda al margen. Más vale arrojarse al agua. A mí

203
no me sucede espontáneamente... Puede ser que no espere mucho de
los demás.
Rémi: Al contrario, yo he sentido tu presencia.
Varios están de acuerdo con lo que acaba de decir Marcel. Se habla
de la importancia de los rostros, de las posturas físicas, de la actitud
de la gente en grupo: «Algunos se vuelven verdaderamente hacia los
otros; otros están inmóviles, emparedados»; se habla de la
importancia del cuerpo, del cuerpo propio, del que la meta oculta una
parte: el sexo está escondido bajo la mesa, y de la «presencia física»
de unos y la «ausencia psicológica» de otros, aunque estén allí, con su
cuerpo.
[11,11] «¿Y Philippe?», se le solicita. No ha dicho nada en toda la
sesión.
Philippe: Me ha gustado la intervención de Marcel. Agnès es quien
me incomoda... Tampoco tú te has expresado; no más que yo.
Marguerite (a Agnès): Voy a agredirte; eso te ayudará. Voy a
decirte la imagen bastante antipática que tengo de ti. Se me ha dicho
que a la gente que trabaja contigo la mantienes en un estado de
dependencia... ¿Te acuerdas cuando se habló de la simpatía y la
antipatía en el trabajo? Dijiste que tanto te daba... No consideras a la
gente como personas.
Agnès: Sí, es lo que se dice. Yo siento sentimientos de antipatía o
de simpatía muy fuertes, pero muy rara vez. Sitúo mis relaciones en
otro plano: el de la estimación.
Marcel: La estimación es una herejía en el barco.
Agnès: La simpatía y la antipatía son sentimientos superficiales,
reversibles, mientras que la estimación es cosa sólida, estable. Me
gusta el orden.
Marguerite: Como Philippe.
Céline: Sí, tienes una presentación exterior rígida y fría. Delante
de ti nos sentimos nivelados, todos en un mismo nivel...
Didier: En lo que concierne a Céline, ¿qué le faltaba ayer, antes de
dársele la palabra? ¿Simpatía o estimación?
[11,12] Un breve silencio sigue a esta intervención. Roger y
Michel aseguran a Céline su simpatía y su estimación. Marguerite se
asombra de la jerarquía entre simpatía y estimación, de esta escala.
Y a los observadores, ¿en qué escala se les pone? De tener que
ponérseles en una escala, ésta sería una escala de salarios, para
pagarles por su trabajo: «Reman de firme». Rémi desea que no haya
ya observadores: «¿Para qué continuar así? Habría que llegar por fin
a una nivelación».

204
Alguien: Va a haber que entrar los remos. A las doce y media
habremos terminado. Ya se verá...
Léonore: Después tendremos una hora para readaptarnos y volver
a casa...
[11,13] Parécenos que a los participantes les cuesta enfrentarse
con el vencimiento del fin del grupo; les cuesta inclinarse sobre su
pasado y explicitar los objetivos que se habían asignado: constituir
un grupo cálido e inorganizado. Les resulta difícil analizar el método
que han elegido (tratar de las relaciones interpersonales antes que de
los fenómenos de grupo), las normas que han adoptado (los
participantes no deben ser diferentes unos de otros). Todas las
diferencias presentidas han sido rápidamente objeto de una
discriminación: «Uno es siempre el psicólogo, el judío o el negro de
alguien», dirá el monitor. Marc es sensible al rechazo que los
participantes oponen a todo lo que los espejos pueden reflejar; éstos
nada quieren saber al respecto. Estoy atento al hecho de que el grupo
no haya aceptado verse funcionar sino a través de la imagen
unificadora y autónoma del barco, totalidad feliz que no se ha
realizado, como el falansterio.

COMENTARIOS SOBRE LA UNDÉCIMA SESIÓN (RK)

Comenzada tardíamente en la sesión anterior, la elaboración de la


posición depresiva y de la culpabilidad prosigue. Una parte de lo
reprimido regresa: los temores persecutivos, el miedo al cambio y la
angustia ligada al reconocimiento de las diferencias y las funciones
suscitan las defensas contra su análisis. El conjunto de imágenes del
grupo ofrece la doble posibilidad de resistencia e insistencia: así
absorbe, ahogándolas, interpretaciones más precisas, que favorecen
la supervivencia de las expectativas idealizadas, de la soñada
armonía [11,5; 11,6]. Sin embargo, los intercambios son más directos,
más vivos, al mismo tiempo que el lenguaje metafórico (el
falansterio) vuelve a florecer y asegura una nueva defensa,
interpretada por el monitor en el nivel de las transferencias
laterales.

a) La proximidad del término de la temporada pone a los


participantes en situación de duelo del grupo, en condiciones de
tener que afrontar la muerte; ésta adquiere la forma de la pérdida
del otro: su propia muerte no puede ser vivida sino a través de la

205
pérdida del otro, que funciona como parte de sí destinada a la
separación. La pérdida reintroduce la angustia de castración y una
elaboración de la posición depresiva a través de una mira (maníaca)
de cambio, de apertura, de creatividad y de perpetuación de sí.
La prueba del duelo se junta a la de la soledad. Aceptar la pérdida
(del grupo) es también aceptar estar solo. Los participantes no
parecen poder reconocer su propio desapego del grupo ni enfrentar la
soledad. Dentro de la configuración fantasmática del grupo, es
también defenderse contra la escena primitiva {cosa que se
confirmará en la sesión siguiente). La capacidad de estar solo
depende de la tolerancia frente a la diferencia de los sexos y, como lo
ha destacado Winnicott, de la relativa seguridad frente al fantasma
de escena primitiva; a ésta se la sigue negando, como a la diferencia,
como a la soledad. ¿De qué manera, pues, aceptar que los remos son
desiguales, que los remeros puedan tener funciones diferentes, que el
grupo mismo ha de desaparecer? La promesa inicial de Léonore
tranquiliza: el grupo no es un objeto consagrado a la muerte
ineluctable. Pero al fin y al cabo habrá en lo real una separación,
cuya hora se ha previsto.
La perspectiva de esa separación relativa promueve, sin termi-
narlo, un trabajo de duelo, de reelaboración retrospectiva de las
demandas de cada cual y de reconocimiento de la diferencia entre el
grupo fantasmado y el grupo experimentado. El objeto-grupo no ha
podido satisfacer la expectativa de cada cual, pero sí ha podido, como
depositario de una parte del narcisismo, servirles de protección. En
esto ha sido una ilusión, y una ilusión que hay que mantener. Pero la
experiencia, por todos experimentada, no ha sido más que entrevista
por la mayoría de los participantes; éstos reconocen que los
obstáculos interpuestos a la realización de su deseo no son más que
exteriores a ellos, pero sus esfuerzos por establecer el grupo
enquistándolo en dos sólo logran mantener a distancia lo reprimido.

b) La perspectiva de la separación moviliza la imagen del


grupo-cuerpo (un corazón en una envoltura pélica frágil o acorazada).
Léonore —el corazón abierto y ardiente de amor, como el del Sagrado
Corazón— defiende a los participantes contra las angustias
depresivas, pues economiza el duelo del ideal (y del objeto-grupo)
gracias a la promesa de una supervivencia. Es que los participan-
tes rechazan el término de la temporada y permanecen en la ilu-

206
soria creencia de un grupo final que coincide con su origen. El rechazo
se expresa como fantasma suicida, muerte precipitada para no morir
(«Mejor habríamos hecho en terminar anoche» [11,2]; «Más vale
arrojarse al agua» [11,10]), como fantasma de aborto y parálisis (el
hijo muerto [11,2]), como fantasma de impotencia. El rechazo se
manifiesta en la posición de líder atribuida aún a Léonore y retomada
por ella, que hace el balance de cada cual, que asigna a lugares iguales
(negación de la diferencia, excepción hecha de Nicolas, cuya castración
asegura a los otros la supervivencia), que se propone como el objeto
mismo gracias al cual puede advenir el saber, así como el goce, por
cuanto los participantes adoptan su ley («Si uno no entra en el juego,
nunca sabrá lo que es un grupo de diagnóstico», dice ella misma
[11,3]). Rivalizando con el monitor, traza el límite de la pertenencia
del grupo: quienquiera que participe del monitor, del otro saber, queda
Renégado y acusado. Léonore, interiorizada como Superyó acusador,
encara así a Philippe y exige la restitución de la persona al objeto por
ella figurado, con lo cual pone a los participantes en situación de pa-
radójica conminación. Podemos preguntarnos si el monitor no res-
ponde como un eco en la contratransferencia a tales exigencias su-
peryoicas, pues restituye, y la regla de restitución funciona en apa-
riencia, y el análisis retoma (y patina sobre) las oposiciones ya
puestas de relieve, con las que juega Léonore. Pero todavía queda
por efectuar la interpretación de la transferencia central, o apenas
se inicia (a propósito de Michel, a propósito de la expectativa de éste
y de Léonore frente a los observadores [11,8]). La escisión de la
transferencia, de las ideologías, del grupo y de la pareja se
superpone a la división interna del monitor y los observadores; éstos
se dividen entre su deseo de formar parte del mito del grupo y su
posición de intérpretes. Son todas posiciones negadas: un único
barco, una única bandera y un único corazón, a despecho de la
circunstancia, tantas veces representada, de la separación de la
pareja en dos polos antagónicos (el amor-Léonore y el orden-
Philippe) y a despecho, también, de la escisión entre lo interior y lo
exterior, entre lo caliente y lo frío. Por lo demás, en otra parte, con
posterioridad a la temporada, se resolverán las tensiones internas
de la armonía, cuyo modelo y cuyo agente es Léonore.
Esta posición de Léonore bloquea todas las tentativas de for-
mar una pareja heterosexuada y diferenciada: tras haber evocado
las diferencias entre Michel y Léonore (el hombre vibrante y re-
ceptivo y la mujer demasiado activa [11,6]), se ha de explorar la
relación entre Michel y Roger.

207
Todo pasa como si en este grupo el amor sólo pudiera ser herético,
«cátaro», tal cual dice Antoine [11,9]. Cátaro es, por lo demás, un
calificativo muy bien elegido para designar al amor reservado a una
minoría que rechaza la procreación, el apareamiento, el placer
sexual, y que destruye el cuerpo para salvar el alma.
Con respecto a esa fase perversa del narcisismo, la destrucción del
cuerpo tan adorado es el último recurso para luchar contra la
muerte. La escisión hace oscilar la fascinación por el cuerpo grupal
hacia la destructividad de su imagen. Cada cual es el eco y el espejo
del otro, como el grupo es la unidad imaginaria, la forma que realiza
o que deshace a la identidad. Se habla de pérdida de identidad
cuando se evoca la comedia, el simulacro, la imagen trucada, a la que
se asocia la idea de frío, de exterioridad y muerte.
También aquí la ideología igualitarista, cuyos soportes resurgentes
son Philippe y los observadores («Delante de ti nos sentimos
nivelados, todos en un mismo nivel» [11,11]; «Habría que llegar por
fin a una nivelación» [11,12]), ofrece una defensa contra el cuerpo
desfalleciente, pues propone por identidad común una imagen serial
e intercambiable y asegura, como en la ciudad funcional mencionada
en el curso de la sesión, un control estricto contra la envidia, la
persecución y la omnipotencia de la imago materna. Ante tales
temores y deseos, la unidad no es la de un cuerpo sexuado y
articulado, sino la ficticia unidad de una primacía mecánica que
asegura la subsistencia; es la unidad de una «fortaleza vacía» contra
la fragmentación.

COMENTARIOS DE DA

La relectura del protocolo de esta sesión me presenta a éste


particularmente claro de seguir, y coherente, signo de que el discurso
de los participantes hubo de cerrarse en el inconsciente y fue, de
manera esencial, un discurso del Yo.
La sesión está dedicada al balance, efectuado por varios, de lo
que la temporada había aportado, o no había aportado, a su Yo. A
propósito del método utilizado para ello —método activamente
preconizado por Léonore, quien, con mi tácita ratificación, ya había
hecho grupo—, tengo que subrayar su contexto histórico-intelectual.
Era todavía norma entre los grupistas de la época, desde los
comienzos del grupo de diagnóstico en Francia, hacia 1956, que
toda temporada debía comenzar por la explicitación de las metas
y las motivaciones de cada cual, continuar con la explicitación de

208
las percepciones que cada cual se hacía de los demás y concluir con
una evaluación de lo que cada cual había aprendido. Así, pues, un
monitor nunca funciona sin referencias teóricas y técnicas,
implícitas o confesadas, a la manera de los participantes, que llegan
a un grupo para esperar o imponer en él la realización de la
representación imaginaria, consciente u oscura, que se hacen, ora
del grupo, ora de las relaciones interindividuales. Así, pues,
igualmente, la alteración de esa armadura teórica y técnica por un
participante constituye uno de los aspectos de esa resistencia que es
el liderazgo. Pero en aquella época ni mis compañeros observadores
ni yo mismo lo sabíamos.

209
210
DUODÉCIMA SESIÓN

Domingo, de 11 a 12 y 30.

[12,1] Los participantes han permanecido en la sala durante la


pausa. El dibujo ha sido modificado: al tambor se lo ha sacado del
barco y arrojado al agua; después, un nuevo dibujo ha venido a
reemplazar al primero:

[12,2] Al ocupar mi lugar junto a la mesa oigo decir a algunos


participantes: «...ya no necesitamos etiquetas... hasta nos despojamos
de nuestros nombres de pila... podemos pasar a la mesa...». Luego, un
largo silencio.
Didier: El dibujo ha sido modificado.
Michel: Sí, es el fin del viaje... El Paraíso terrenal, la isla, el
paraíso según la Caída. Es el Paraíso o la isla de Citeres.

211
Marcel: No es L... (ciudad de Léonore)... El grupo se defiende de
Léonore.
Didier: ¿Hay seres humanos?
Antoine: Allí, bajo el árbol, un hombre y una mujer, comple-
tamente desnudos, nuevecitos... como Adán y Eva. No tienen om-
bligo. También hay un observador con un sombrero, en el árbol,
encima de ellos. Qué animal, no ponerse entre el hombre y la
mujer...
Alguien (en voz baja): Como una serpiente... La serpiente-
monitor.
Michel: Yo he dibujado al observador... Al veedor. Yo lo he
vestido.
Los dos peces, que han sido conservados, también están vestidos
y tocados con un sombrero.
Didier: ¿Y el árbol?
Roger: Es una palmera. Estamos en un clima suave y templado.
Alguien: La han puesto entre el hombre y la mujer para sepa-
rarlos. Giran alrededor... como Adán y Eva.
Marcel: La mujer no tiene brazos. Es para que no se pueda
defender de los avances amorosos del hombre. Ya no puede ser una
mujer-orquesta.
Alguien (¿Antoine?): Han escrito «¿Y después?» al lado y han
borrado varias veces esta inscripción. ¿Qué quiere decir?
¿Quedamos en Citeres o en el Paraíso? Yo responderé a esta pre-
gunta: y después...
Léonore: ¡Vamos, vamos! ¡Movámonos!
Michel: ¡A Citeres! ¡Allí nos quedamos! Es lo que querríamos,
pero no es posible, porque resulta evidente que encontraremos los
mismos problemas: hacemos organización, estructura; ponemos
jerarquía, construimos casas... y hacemos otro grupo de
diagnóstico...
Risas, silencio.
[12,3] Didier: En rigor, este grupo únicamente se ha interesado
por las relaciones interpersonales dentro del grupo. Se ha hablado
poco del grupo: el contenido de las discusiones ha prevalecido sobre
su forma y el análisis de su marco. También se ha hablado poco de
los otros grupos, en los que cada cual participa por su lado y en los
que todos tienen responsabilidades.
Antoine: Yo sí he hablado.
Marcel: Pero es cierto que no ha sido un tema frecuente.
Michel: Nos hemos preguntado por qué no nos hemos asigna-

212
do tarea... (Alguien: «¿Qué tarea?»). Nuestra tarea es comprender
cómo funciona un grupo de psicólogos. De un grupo de psicólogos no
se puede esperar una gran participación. Ahora es tal vez un poco
tarde para asignarnos una tarea, pero pienso que el grupo es, a pesar
de todo, un éxito.
Didier: Se ha puesto el acento sobre las relaciones interindivi-
duales, un tabú rápidamente despejado; por el contrario, éste ha
permanecido sobre todo lo que atañe al grupo y a la relación de cada
cual con el grupo. No se ha puesto de relieve el problema de las
notas, porque las notas significan la relación con el grupo...
Largo silencio, de tres o cuatro minutos.
[12,4] Marcel: ¡Es una velada fúnebre!
Alguien (¿Antoine?): Esto me hace pensar en un cuadro de
Brueghel... o de Rembrandt. El consejo municipal... No, El síndico de
los pañeros... Todos están ahí tristes, en una luz grave, claroscuro...
En ese cuadro se siente una grave unidad.
Roger: Es como en el teatro. Los actores se preguntan en el es-
senario, cuando la sala está vacía: ¿Hemos representado bien la pieza?
¿Estuvo bien el director? ¿Qué hemos representado, y ante qué público?
Philippe: Para mí es más bien un éxito haber llegado a situarme
únicamente en el plano de las relaciones interpersonales, sin tener
que apoyarme en otra cosa... Nada de sujeto, nada de estructura,
nada de soluciones fáciles.
Roger: Voluntariamente no he introducido problemas de grupos
ajenos a éste. Habría sido un estorbo para la buena marcha del
grupo.
Philippe: Resulta significativo que nuestros buenos hombres de
Citeres estén completamente desnudos. Preciso es que las máscaras
caigan...
Céline: Los buenos hombres del Paraíso terrenal, en fin, Adán y
Eva, no son quizá los del barco. ¿Verdaderamente nos hemos
desenmascarado aquí? Creo que sí, finalmente... Un poco.
[12,5] Marcel: El grupo de diagnóstico es un instrumento notable
para hacer progresar a cada cual en el plano personal. La
concentración del encuentro es más eficaz. Ahora que nuestro grupo
está constituido, lamento que nos separemos. Ha sido en parte un
grupo de terapia. Me planteo un problema: ¿podría el grupo funcionar
como un grupo de terapia si no hubiese ya monitor, si todos
estuviésemos en igualdad...?
Léonore: Sí, también yo me planteaba esa pregunta.
Michel: ¿Volveremos a vernos?

213
Léonore: También me lo he preguntado.
Marguerite y Céline: Cuando volvamos a vernos, ¿será posible tener
la misma relación?
Roger: De todos modos, es una mierda... Ya nunca seremos los
mismos. Las relaciones entre las personas han cambiado.
Alguien: Todo será parecido, salvo lo esencial: el grupo... El grupo
supera las relaciones interpersonales.
Roger: Podemos preguntarnos qué ha sido el grupo, la pieza de
teatro que hemos representado.
Marcel: Esa metáfora del teatro no me parece adecuada.
Antoine: Esto me hace pensar más bien en la ruptura entre
amantes...
Michel: Sí... (A Roger): Quieres la ruptura completa inmedia-
tamente. Dices «seamos lúcidos y partamos», cerremos la barrera.
Comprendo que tengas que hacer tu operación quirúrgica para dejar
este grupo... tu balance, pero también tratas de fijar una imagen
ideal del grupo.
Roger: Es verdad que tengo angustia... El barco no existirá más.
¿Es la muerte del «¿quiénes somos?»? Siempre dejamos el «¿quién
soy?» en suspenso (silencio)...
Rémi: La muerte del grupo es nuestra propia muerte en segundo
plano Nos vamos del Paraíso terrenal (silencio)... El Paraíso... ¿Los
que creen en él y los que no creen?
Léonore: Es un poco para encontrar un universo concentra-
cionario... Tenemos la angustia de lo que va a pasar. También yo
capto lo que va a pasar. Roger ha dicho hace un instante: nada más,
terminado... Me deja caer. Marcel y Michel esperan algo distinto. Yo
he decidido participar en reuniones de la Asociación de Psicología. Es
una manera de sobrevivir.
Rémi: Podríamos comer juntos cada quince días.
Marguerite: El grupo muere, pero va a dar un fruto en cada uno de
nosotros...
Léonore: Cuando yo era creyente, el Cuerpo místico era para mí
una idea-fuerza. Es necesario sentir que hay una prolongación más
allá de la muerte.
Marcel: El mundo al que vamos a regresar ahora es ya un mundo
cambiado a causa de la experiencia del barco (breve silencio).
Léonore: Lo que amo en los muebles antiguos es la pátina, son las
personas que han existido antes que yo... La pátina me liga a ellas,
me protege del miedo a la muerte.
Antoine: Los muebles modernos son más funcionales.

214
Varios: Sí, sí... por cierto.
Marguerite: Puedo decir que este grupo me ha hecho reflexionar,
me ha hecho hacer muchas tomas de conciencia... Consecuentemente,
me dará referencias.
Roger: A decir verdad, rechazas el grupo tal cual es ahora porque
va a morir. Pero las relaciones interpersonales no morirán.
Céline: Para mí, la noción de grupo es algo muy abstracto.
[12,6] Léonore y Michel lanzan la idea de una jornada de
rememoración, de recuperación o de control. ¿Pero será posible re-
cuperarse «sin la presencia del monitor y los observadores»?, pre-
gunta Marguerite.
Antoine: El grupo de diagnóstico debe orientarnos hacia la
comprensión de los grupos naturales. Repetir indefinidamente la
situación de grupo artificial es infantil (protestas)... Es una neurosis
de repetición.
Michel: Sería interesante ver qué ha ocurrido en el ínterin.
Tendríamos muchas cosas que decirnos si nos viéramos dentro de
seis meses, por ejemplo; como una especie de control psicoana-
lítico...
Roger: ¿Por qué habríamos de reconocer la existencia del grupo
dentro de seis meses... cuando aún ahora no la hemos reconocido? Tal
vez todos nos hayamos transfigurado. El «nosotros» muere
victorioso...
Michel: Realmente, tienes la preocupación del grupo; yo hablaba de
otra cosa, de nosotros, de cada uno dentro de seis meses. Tú...
¡palabra que eres colectivista! Eso me causa pena.
Roger: Más bien tengo una conciencia colectiva, que es diferente de
ser colectivista (risas). Las preocupaciones de la gente me absorben;
entonces, me cago un poco en ella: si están enfermos, es cosa de la
terapia...
Michel: Hablas como un grupo.
Roger: En grupo se pueden decir las cosas con más claridad.
Considero que el grupo es una victoria. Quizá no hemos hecho ta-
rea alguna, pero hemos progresado, pues hemos llegado a ser un
grupo.
[12,7] Silencio.
Léonore: ¿Y Nicolas? ¿Está en el grupo...?
Marcel: Me formulaba la misma pregunta.
Alguien: Sí... Ya no dice nada, desde que le cortaron la lengua
(risas)
Nicolas: Nada tengo que decir. Estoy de acuerdo en volver a

215
vernos, en un control. Estoy con el grupo. Pienso en todo cuanto
decís... Más bien estaría tentado de pensar que el grupo no existe.
Creo que si queremos volver a encontrarnos es para probar que el
grupo existe.
Philippe: El hecho de que hayamos podido decirnos lo que nos
hemos dicho, sin substrato, es una victoria. Soy del parecer de Roger.
Temía que estuviésemos paralizados sin substrato...
Marcel: Me pregunto por qué Nicolas siempre ha interpretado lo
que dicen los otros distorsionándolo, captando mal... La verdad es
que no hemos integrado bien a Nicolas.
Alguien (a Nicolas): ¿Por qué no comprendes al otro?
Marguerite: Tu cuaderno era deformante.
Rémi: Siempre has hecho la tentativa de situarte como segundo
monitor. Has sido una especie de pantalla... deformante. Era una
dificultad en este grupo.
Léonore: Admiro la actitud de Nicolas en este momento: siempre
causa... ¡Me interesas!' ¡Qué distancia! Te engañas y te engañas
sistemáticamente...
Tras un breve silencio, consecutivo a un brusco ascenso de tensión
y de agresividad contra Nicolas, interviene el monitor.
[12,8] Didier: El grupo acusa a Nicolas de ponerse aparte. ¿No se le
reprocharía más bien estar aparte? ¿No será Nicolas víctima de una
discriminación racial por parte del grupo, que lo pone aparte?
Antoine (vivamente): Hay que entenderse sobre la discriminación.
La discriminación parte de una pertenencia de la que el individuo no
es responsable. Aquí es diferente; es él quien se ha puesto aparte.
Más de una vez hemos tenido la confirmación de ello. Nicolas es
responsable... He estado atento a sus prejuicios, no a su
comportamiento.
Nicolas: Querría ser claro y decir que he venido aquí como
miembro de este grupo con absoluta libertad, y reconocía esta
libertad en los demás. Soy libre de hablar o de callarme o de tomar
notas... Pero el grupo me niega la libertad de tomar notas en mí
cuaderno. No ando... Yo tenía en el grupo una importante
implicación. Debéis aceptarme tal cual soy. Es cosa de tomar o de
dejar... Si Marguerite no hubiese vuelto a la carga con esa historia
del cuaderno... Me ha castrado. Yo nada habría dicho. Me he
repuesto... No tengo nada que decir.
Léonore: ¡Todavía no te has repuesto de la castración y del don de
tu cuaderno a Marguerite! ¡Todavía estás bajo el shock!
Nicolas: No, aquí no hay shock. Yo no estaba implicado afec-

216
tivamente. No me implico; cuando no he descubierto el motivo, no me
meto... ¿Por qué tendría que cambiar? Creo que las relaciones de
grupo, que me interesan, son muy diferentes de las relaciones
interpersonales. En el grupo no me interesan afectivamente. No sé
cuál era la meta de este grupo, pero sin meta no hay grupo viable. Así
es.
[12,9] La declaración de Nicolas ha sido escuchada en silencio;
pasa más de un minuto, y luego:
Léonore (a Nicolas): El grupo te modifica.
Marcel (a Nicolas): En el fondo, creo que no quieres cambiar. Tú lo
dices: «Aceptarme tal cual soy», y no puedes aceptar a los otros tal
cual son. Aceptar escuchar al otro tal cual es, es aceptar cambiar uno
mismo, creo...
Nicolas: Sí, pero para eso se necesitan buenas condiciones. Esta
sala..., esta organización artificial del grupo... El grupo existe por su
marco.
Philippe: El grupo ha existido fuera de esta sala, durante las
interrupciones.
Antoine: En el fondo, Nicolas, eres menos desapegado de lo que
dices...
Nicolas: No estoy implicado como lo deseaba.
Léonore: Creo que Marcel ha planteado los problemas funda-
mentales: entrar en el juego del que está enfrente... ¿Se nos ha
atendido? Y además (a Nicolas), ¿qué quiere decir artificial? Eso no
impide ser auténtico, ¿no?
Didier: En todo grupo auténtico, ya sea artificial o real o natural,
como se quiera, hay una característica constante: siempre hay un ser
aparte: el inconformista...
Léonore (vivamente): ¿Y hay que aceptarlo como tal? (¡Risas.) Es
un destino. (A Nicolas:) Discúlpame.
Marcel: Didier ha sido aceptado como miembro del grupo, como
miembro aparte; también se le ha dado un estatuto aparte. Pero él se
implica; puede implicarse sin tener agresividad. En rigor, la ha
habido... sí, pero no se puede decir que haya igualdad. No se ha
metido en la olla de la misma manera que los demás. Sentimos miedo
del estatuto aparte. Somos bastante igualitarios...
[12,10] Antoine: Si nos reunimos, ¿será sin Didier?
Didier: No se ha previsto para el grupo una jornada de reme-
moración.
Alguien: Sí, ¿pero es posible? (Silencio.)
Antoine: ¿Podemos tomarnos el derecho de reunimos? ¿Y la libertad?

217
Silencio.
Didier: Uno de los problemas constantes en el grupo, al que se le
ha encarado veinticinco minutos antes del final, es el de un ser
puesto aparte. Ha sido el caso de varios, sucesivamente, que han sido
puestos o que se han sentido aparte. Marcel, psiquiatra entre los
psicólogos; Philippe y su progenitura; Céline, soltera... la benjamina
y la subordinada. Se exponía... Nicolas, en parte porque escribía en
su cuaderno, se dice que está aparte de otra manera. Marcel acaba de
decir que es importante aceptar escuchar al otro tal cual es, aunque
sea diferente de uno. ¿Es que aquí sólo se ha escuchado con
entusiasmo a los que decían lo mismo que uno mismo quería decir?
Otras discriminaciones se han pronunciado... entre los no instalados
y los otros.
Léonore: Sí, es cierto respecto de Nicolas. Un día y medio se le
ha atacado por su cuaderno, hasta terminar regalándoselo a Mar-
guerite. Y a partir de ese momento ya no ha existido, ya no ha
hablado.
Antoine (tras un silencio): Lo que se acaba de decir me inquieta un
poco acerca de los grupos. ¿Debe el grupo rechazar a los
anticonformistas, a los diferentes, a los que se apartan de la norma,
como Nicolas? En este sentido, el grupo es racista. A Nicolas se le
reemplazará en otro grupo.
Nicolas: A este respecto me he referido a Brassens (en la pausa, sin
duda).
[12,11] Philippe: Eso me lleva a preguntarme... ¿no es necesario
sacrificar su alteridad para entrar en un grupo? ¿Hacer el sacrificio
de sus diferencias con los demás? ¿Hacer un don? Un poco, esto es lo
que ha pasado aquí, creo.
Roger: En el fondo, porque a Nicolas se le quiere, lamentamos que
no. sepa escuchar a los otros.
Nicolas: Efectivamente, más he sentido el amor que el rechazo. Al
rechazo no lo he sentido. Más bien he hecho una experiencia. Me he
dicho: «La ley del grupo no es la que tú quieres hacer; tendrás que
conformarte». He aceptado la norma del grupo que yo desaprobaba.
Por lo demás, el grupo sólo ha existido plenamente un solo momento:
cuando me ha condenado, en el momento en que, para existir, debí
pasar bajo las horcas caudinas del grupo. He aceptado el juego.
Cuando me quitaron el cuaderno, me sublevé.
Léonore: Te escondes detrás del símbolo del cuaderno; das a
creer que aceptas la ley, pero en rigor no la has aceptado, puesto que
ha habido que infligirte la castración de tu cuadernito...

218
Nicolas: Me he prestado voluntariamente a ese juego. No he sido
auténtico. No he dado mi imagen habitual; es una vieja imagen de
mí... En otros tiempos yo era así, rebelde. Ahora soy más tratable. He
querido ser auténtico volviendo a ser lo que era y que permanece en
mí como un cimiento.
Breve silencio.
Marcel: Finalmente, has actuado para ser el único que quedara
aparte al final del grupo.
[12,12] Varios participantes vuelven a evaluar de manera
agresiva y desacreditadora la experiencia del grupo, una experiencia
torcida por su carácter artificial, por la desigualdad introducida por
la presencia del monitor, por el estorbo que causa la de los
observadores. Nuevamente se recusa la existencia misma del grupo:
«Esto no fue un grupo, un verdadero grupo». Tales protestas,
resurgentes, traen de vuelta la creencia de que deben de existir otros
grupos en los que todas las diferencias se pueden abolir, si no
aceptar, en los que las relaciones interpersonales se satisfagan en
grupo tanto como en pareja y en los que dar y recibir no sean ya
motivo de conflicto. Se evoca el falansterio. El proyecto, pri-
meramente recordado por Léonore, de una reunión posterior sin el
monitor es retomado por varios participantes.
[12,13] Marguerite (tras un silencio, a Nicolas): ¿Qué ha sucedido
entre nosotros?
Nicolas: Sí..., respecto del cuaderno..., ocurrió fuera del grupo.
Michel: Pero es grave que no haya pasado aquí.
Nicolas: Yo quería hacerle un regalo a Marguerite; acepto hacerle
un don a una mujer, pero no al grupo.
Alguien: Ya ves que te has puesto aparte... separado. Te separas.
Céline (muy rápido): ¡Entonces en este grupo no se acepta la
relación interpersonal! ¡Conque sí!
Philippe (tajante): El grupo no la ha aceptado porque ese tipo de
relación no corresponde a las necesidades del grupo. Has hecho tu
gesto de tal manera, que el grupo no podía sentirlo como una
participación, como un don.
Céline (indignada): ¡No comprendo! ¿Por qué no se acepta esa
reiación?
Roger: Se la rechaza porque equivale a una agresión directa contra
el grupo.
Breve silencio.
Céline: ¡Ahora se pone al grupo al nivel del individuo!
Nicolas: ¿Quizá tengo miedo de frenar el grupo...?

219
Léonore: ¿Has especificado bien que el don era para Marguerite?
Marguerite: Sí, pero en fin de cuentas era para el grupo a través de
mí.
[12,14] Didier: Nunca hemos discutido en este grupo acerca del
caso de un miembro, excepto cuando era ejemplar de un problema
más general, atinente al grupo en su conjunto. ¿Cuál es el problema
aquí? Me parece que hay tres: ante todo, el problema del don; se ha
reprochado a varios no dar... Los que no se han integrado al grupo
según la norma habían dado, no obstante, algo... que no se ha
aceptado; todos han quedado cons... Se les ha rechazado su don,
mientras se les dice: tú no das nada. Se comprende que no tengan
ganas de repetir, ya que lo dado no ha sido recibido. Y en seguida el
cuaderno ése... Es un símbolo. Representa algo más que las meras
ganas de tomar notas. Plantea a todos la pregunta: «¿Quién tiene
aquí una agenda secreta?». Nicolas exhibe ostensiblemente su
cuaderno, y eso le plantea un problema al grupo: ¡que cada cual
saque su agenda secreta! Y por último está el asunto del sacrificio...
Desde hace una o dos sesiones, Nicolas no ha dejado de decir: «Me
sacrifico...». Pero haga lo que haga, así hable o escriba, a los otros
miembros les disgusta. Entonces se propone en sacrificio, y entonces
estamos en un círculo... El que se sacrifica se propone para ser
sacrificado. Hace unos instantes se ha dicho que, para agregarse a un
grupo, hay que hacer el sacrificio de la alteridad de uno. Se ha hecho
simbólicamente el sacrificio de su alteridad en Nicolas. Es el me-
canismo del chivo emisario; se ha elegido un individuo para sacri-
ficarlo en lugar de todos...
Alguien: Por suerte, estaba aquí...
Silencio largo, meditativo, pesado.
Léonore: No siempre hay necesidad de sacrificar a un individuo...,
¿no?
Marcel: ¿Es que hay que ser tan pesimista? No tengo mayor
conciencia de que haya habido un chivo emisario... Estábamos
molestos. (Léonore aprueba.)
Nicolas: ¡Oh, no era tan desagradable! (Risas.)
Léonore: ¡Gracias por haberte asesinado! (Risas.)
Michel: ¡Chivo mío! (Risas.)
Léonore: Jesús en la cruz... La gloria de ser un chivo emisario...
Nicolas: En la vida diaria soy más bien sádico. En los grupos reales
desempeño más bien el papel de verdugo. Entonces...
Roger: Entonces no se te dan las gracias.

220
Nuevo silencio.
[12,15] Didier: Una de las normas del grupo es que hay que dar de
sí. Si no se hablara de sí, sino del oficio, o de otros grupos, o de este
grupo, se estaría afuera. Con respecto a esta norma, que regía a una
masa conformista, había varias minorías: los activistas, que han
hipervalorizado la norma y han peleado por ella, como minoría
actuante... Había una minoría pasiva, inerte, que no ha impugnado
la norma, sino que se ha manifestado en contra de ella a través del
freno... Y una tercera minoría, sacrificada- sacrificante a la norma,
como Nicolas.
[12,16] A esta intervención sucede un silencio. Varios parti-
cipantes miran su reloj: son las 12 y 40. Céline y Michel desean que
se efectúe una evaluación común, que a los observadores se los
admita a la mesa. «Ahora que Nicolas se ha integrado»: Léonore
apoya la proposición. Me siento perturbado por el pedido y no logro
reparar en quién habla ni en quién decide «alargar» la sesión hasta
las 13 y 15, «para responder a tres asuntos no resueltos».
[12,17] Marc y yo nos encontramos, pues, ante la mesa del grupo,
tras haber distribuido las hojas de evaluación y haberlas recogido. La
evaluación del grado de satisfacción de cada cual se hace en voz alta:
uno de los participantes saca, en lugar de nosotros, los totales y el
término medio. No tenemos tiempo de conversar con el monitor antes
de la sesión suplementaria.

COMENTARIOS SOBRE LA DUODÉCIMA SESIÓN (RK)

El dibujo muestra lo que los participantes no han podido de-


cir, ni el monitor interpretar, ni los intercambios simbolizar. El
dibujo sigue funcionando como la imagen especularía del grupo,
que, para que cada cual construya en ella su identidad, aguarda la
palabra del monitor. En lugar de esta palabra sobre la escena pri-
mitiva, la separación, el origen y la diferencia de sexos, viene la
puesta en acto de una transgresión que somete la palabra a la
fascinación de la unión, de la perennidad, del primado del falo
materno. El saber propuesto a los participantes ya no incumbe a
sus deseos, en el sentido de que se hallan cogidos en las identifi-
caciones imaginarias, sino a sus defensas, que son las mismas de
los intérpretes.

221
a) La pareja está separada en el dibujo por el saber de la
serpiente-monitor. Así se asegura la defensa contra la constitución de
la pareja. El acceso al saber aparece prohibido en la representación, y
al conocimiento se lo culpabiliza, y ello tanto con respecto a los
participantes como con respecto al monitor y los observadores. El
saber —objeto fantasmático y objeto de los fantasmas sobre el origen,
sobre la diferencia de los sexos, sobre las relaciones sexuales—
aparece presentado en la denegación: Adán y Eva están separados y
son nuevecitos; no tienen progenitores, ni ombligo, ni cordón
umbilical que los ate a la madre ([12,2]: «No es la ciudad de
Léonore»). Es un saber desplazado sobre el objeto-grupo (el problema
sobre las relaciones sexuales se convierte en: ¿Cómo funciona un
grupo?) y sobre los observadores exteriores («Ellos son los que han
venido a buscar un saber», se dice), constituidos en terceros veedores
de la escena primitiva.
Ese saber sobre el amor y las relaciones sexuales se encuentra,
debido a ello, cargado de una dimensión mortífera: el saber sobre el
amor es también el saber sobre la agresión y la muerte. Saber tal, si
no estuviese prohibido, invalidaría la ideología según la cual todos se
aman con un amor igual. Está, pues, vivo el temor de que el saber
haga surgir las diferencias y la angustia ante éstas, sobre todo la
angustia depresiva. Para los participantes se trata de triunfar sobre
la muerte, que, incesantemente negada, reaparece («El grupo no
existe», se dice en reiteradas oportunidades [12,5; 12,6; 12,12]),
suscitando la defensa maníaca mediante la huida hacia otra parte,
hacia un exterior, que asegure que el grupo no ha de morir.
Una vez más se enuncia la ideología grupal; es lo que se dice
Nicolas «La ley del grupo no es la que tú quieres hacer» [12,11].
Aceptar esa ley es renunciar a la posesión de un saber diferente; pero
quien no se conforma a él, precisamente como Nicolas, se expone a la
castración.

b) Los dibujantes realizan una función resistencial al


dibujar (antes que hablar de ellos) las relaciones y los deseos entre
sí, con respecto al monitor y a los observadores, figurando los asun-
tos que conciernen al origen, a la posesión de las mujeres, a la
rivalidad entre mujeres y entre hombres. Aunque lo reprimido
regrese en esa forma de simbolización, el material conserva su
función defensiva. El largo silencio que se instala al comenzar la
sesión [12,2] es, sin duda, la expresión de la angustia de muerte,

222
por culpabilidad y depresión. Lo que se dice luego muestra que se
trata también de la idea de la muerte del grupo, que ninguna otra
promesa parece hasta entonces poder aliviar. Así, el fantasma de
inmortalidad solicitado desde la primera sesión por Léonore («No
queríamos morir») será retomado y servirá de comienzo a la per-
petuación considerada y luego actuada: continuar el grupo, que
asociará a todos los participantes, al monitor y a los observadores en
la décima tercera sesión, suplementaria. Me parece, por tanto, que la
liberación personal ha sido parcial, ya que cada cual permanece fijado
al grupo moribundo, al narcisismo grupal defensivo, en vez de
aceptar la separación y vivir en seguida para sí y con los otros
habituales [12,2], Esa fijación torna inaudibles y poco operantes las
palabras del monitor [12,3], quien deja traslucir su preocupación de
tranquilizar y no reanuda el trabajo de los participantes sobre la
transferencia central negativa y sobre la transferencia grupal
positiva. La imagen del grupo, representado como un cuadro para la
posteridad (El síndico de los pañeros), es asimismo una imagen de
muerte; es también una «escena». Ciertamente hay duelo del objeto-
grupo, pero sin trabajo real, ya que la defensa regresa igualmente,
por evitación. Y la evitación-huida se acentúa en la alusión a la
muerte individual, desplazamiento defensivo de la muerte actual del
objeto-grupo a la que se ven enfrentados los participantes. Se puede
formular la hipótesis de que el narcisismo grupal ha servido de
refugio y escudo contra los golpes angustiantes infligidos al
narcisismo individual; de ahí la repercusión de la muerte de uno
sobre la muerte de otro [12,5], Los proyectos de futuras reuniones
actúan en el mismo sentido de la evitación, pues alimentan la ilusión
de la supervivencia. El fantasma organizador propuesto por el líder-
mujer queda, así, realizado y ya no se lo puede, por tanto, deslindar
mediante la interpretación. Las protestas de cambio de algunos
disfrazan, detrás de su aspecto maníaco defensivo, la angustia que
continúa suscitando el mundo exterior y la necesidad de abandonar el
grupo para regresar a aquél. El mundo exterior, todavía y siempre
peligroso y mortífero, es reintroducido en el grupo por las
proyecciones que se hacen sobre Nicolas de los reproches que los
participantes (Léonore, Marcel, Rémi, Marguerite, Antoine y Roger)
no pueden dirigirse a sí mismos: ponerse aparte, ser un doble del
monitor, una pantalla y un sustituto de éste. La interpretación del
monitor [12,8] atañe a las transferencias laterales y permite la
expresión del deseo de castrar a Nicolas. Sin embargo, esa expresión,
formulada por Léonore —portavoz del grupo—, apunta al monitor a

223
través de sus sustitutos; en la medida en que no se la retoma en el
análisis de las relaciones con el monitor, nuevos temas ideológicos se
desarrollan o se renuevan [12,10; 12,11]: la necesidad del don, el
sacrificio de las diferencias. Evidentemente, el problema no estriba
en eso, aun cuando a través del discurso ideológico que se elabora se
tematicen los motivos del conflicto defensivo y del fantasma. El
regreso a una actitud de descrédito [12,12] para con el grupo muestra
de qué manera las anteriores protestas de «buen» cambio eran
defensivas contra las angustias de persecución. La denegación («ni
un grupo, ni un verdadero grupo» [13,12]) se asocia a otras defensas
ideológicas o utópicas, como por ejemplo la evocación de otros grupos
igualitarios. El fantasma del líder organiza nuevamente el proyecto
repetitivo de continuar; Nicolas, por sí mismo y con el acuerdo
notable de la mayoría de los participantes —excepto de Céline, que
una vez más se subleva contra la tiranía del narcisismo grupal—,
figura como sustituto del monitor al que hay que excluir de la
continuación. La ilusión grupal se establece con la condición que lg
vuelve posible y duradera: la transgresión de la regla por los mismos
que dicen ser, gracias a ella, los portadores de la experiencia
simbólica. La transgresión final, constituida por la aceptación de una
décima tercera sesión, significa el mantenimiento del equipo
intérprete en la ilusión grupal, así como el acuerdo implícito dado por
ella a la institución del grupo bajo el juramento de fidelidad del
fantasma al líder.

c) Podemos, pues, interrogarnos sobre el sentido de la


evocación de la satisfacción de los participantes [12,5; 12,6; 12,9]:
se ha mantenido y alimentado la ilusión, y la transgresión se
ha realizado de diversas maneras, tanto por el monitor como por los
observadores, debido a la abstención pasiva del primero y al
hecho de que los segundos se sumen al grupo de la mesa. Pero a lo
largo de todo el tiempo de la temporada no han dejado los
participantes de transgredir la regla, por resistencia; en la medida
en que a esa transgresión, adosada a la función del liderazgo, no
se la interpreta, se la siente como si recibiera el acuerdo del monitor.
Este «padre cruel, todopoderoso», obstaculiza el acceso a lo simbólico
porque no hace funcionar la ley. La satisfacción experimentada, no
sin culpabilidad, es la del funcionamiento del proceso primario
y de las tendencias defensivas; éstas motivan en varias
ocasiones, y desde la sexta sesión, los llamados dirigidos al monitor-

224
padre ausente. Paralelamente, el narcisismo grupal establecido por la
ideología queda parcialmente satisfecho, tal y como el narcisismo
individual al que el primero protege y garantiza. En rigor, la sa-
tisfacción parece provenir de no haber sido cambiado, reducido,
castrado, como Nicolas. Además, y en relación con esto, Léonore ha
conservado su función resistencial e imaginaria de madre todo-
poderosa, que protege al grupo y a cada cual contra el monitor y
contra la muerte. Solicitada como representante de la resistencia de
cada cual, para huir del aquí-ahora, Léonore es, desde la primera
sesión, la imagen materna de la que se asegura que ha quedado
satisfecha por la ronda de toda la mesa. El nudo se ha cerrado, del
mismo modo como la tentativa de transgresión de la primera sesión
(elegir observadores dentro del grupo) se realiza al final de la
duodécima. Al concluir ésta, oficialmente prevista, todo ocurre en el
trastrueque de las relaciones, en la ilusión: el monitor y los
observadores son los «sujetos» pasivos y obedientes de esa alteración
de los roles, en la que triunfan la ley de Léonore y el deseo de los
participantes. La doble transgresión da el finiquito a todas las
«actuaciones» que se han afirmado en el curso de la temporada;
finalmente, da el poder a la madre omnipotente, temible y temida.
La decisión de proponer tanto una introducción de los observadores
en el grupo cuanto una sesión suplementaria se adopta con el
pretexto racionalizante de responder a «tres asuntos no resueltos».
Ahora aparece con mayor claridad que esa decisión es una respuesta
a la demanda de Léonore y su grupo. La fascinación que a lo largo de
toda la temporada ha mantenido la ilusión grupal y la posición
ideológica no deja de ejercerse, tornando vana toda interpretación
ulterior.

COMENTARIOS DE DA

a) He encontrado —la encuentro aún— a esta sesión más


auténtica que la precedente: la angustia de la muerte del grupo, la
angustia de la separación en cada cual y el miedo de volver a caer en
la realidad después de haber como despertado de un sueño son
intensamente vividos, pero muy tardíamente expresados y no se los
puede, por tanto, preelaborar de manera suficiente.

b) La temporada, que no llega a cerrarse, me ha apasionado,


me ha sorprendido, despistado, solicitado, cuestionado. He guar-

225
dado un recuerdo muy vivo de ella (en el que se reconoce el efecto
Zeigarnik, que hace que se memoricen mejor los problemas en los que
uno se ha interesado, pero respecto de los cuales uno se ha
interrumpido antes de haberlos resuelto); he vuelto a hablar de ella
con René Kaës (no así con Marc, a quien no he vuelto a ver); la he
citado en varios artículos, pues me ha proporcionado la intuición
primera de lo que hube de denominar, ese mismo año de 1965,
analogía del grupo y el sueño, y luego, en 1971, ilusión grupal. René
Kaës, por su parte, encontró en ella el presentimiento de lo que
posteriormente enunció a propósito del mito y la ideología como
formaciones de compromiso específicamente grupales y hasta de lo
que, más cerca de nosotros, ha teorizado con los términos de aparato
psíquico grupal. Tal es la razón por la que la elección de esta
temporada se impuso a nosotros, no obstante las torpezas, las
incertidumbres y los errores de mi parte desplegados al respecto,
cuando Kaës y yo mismo consideramos necesario completar nuestros
escritos teóricos sobre el grupo con la publicación de una observación
clínica completa y sistemáticamente comentada. No he alterado en
absoluto el texto de mis intervenciones, cualesquiera que hayan
podido ser mi molestia o mi malestar al releer literalmente algunas
de ellas. Me he sentido recompensado por el sabor de vida y verdad
que emana del protocolo, redactado por René Kaës a partir de sus
notas y las mías; sí, un grupo es esto. O por lo menos suele serlo. Y es
legítimo que me exponga al publicar lo que he dicho, como se
expusieron los participantes, como se expusieron los observadores
que me acompañaron.

c) Después de diez años nos resulta fácil reconocer en esta


duodécima sesión lo que René Kaës ya ha mostrado en su comen-
tario: la ilusión grupal, la defensa ideológica, la escisión de la
transferencia negativa concentrada en el monitor o en Nicolas, su
sustituto, y la de la transferencia positiva concentrada en el objeto-
grupo, así como al fantasma individual de Léonore convirtiéndose
nuevamente en el organizador psíquico inconsciente del grupo, como
ya lo había sido en oportunidad de las primeras sesiones.
Yo podría recordar, a propósito de la dinámica de este grupo
que no quiere morir, lo que en el capítulo titulado «La fantasma-
tique de la formation psychanalytique», del libro Fantasme et
formation (1973), he denominado «ilusión formativa»: deseo de om-
nipotencia narcisista, rechazo del saber en la medida en que intro-
duce diferencias, deseo de eternidad. Pero repito que la ilusión,

226
grupal o formativa (y en este grupo fueron ambas), no es de deplorar,
denigrar o combatir. Quiéraselo o no se lo quiera, es. No se puede
hacer grupo, como se dice, o emprender una formación sin
encontrarla. Hacerse esclavo de ella es una cosa: extraer de ella un
nuevo nacimiento, otra.

d) ¿Cuáles son los resultados de esta temporada, al menos los


conocidos? La mayoría de los participantes continuaron el grupo
entre ellos durante un lapso bastante prolongado, cuyo término ig-
noramos Kaës y yo. Ello responde al proyecto explícito de la Aso-
ciación Regional de Psicología, organizadora de esta temporada, o por
lo menos de algunos de sus miembros que participaron en ésta: hacer
más activa, más viva a la Asociación. Yo ya había observado un
efecto análogo en Estrasburgo. Como allí era docente, no podía
animar, a pesar del deseo de ellos, un grupo de diagnóstico para los
psicólogos locales, algunos de los cuales eran colaboradores míos.
Hice que se llevara por un año, como profesora asociada, a la
lamentada Lily Herbert, quien tradujo entonces el libro de Bion
acerca de los grupos y reunió en grupo a los mencionados psicólogos,
a razón de una velada por semana y durante un año lectivo. La
mayoría de los participantes continuaron reuniéndose con posteridad
a su partida, y la Asociación de Psicólogos del Este halló en ellos un
equipo dirigente dinámico. En cierto sentido, me alegro del
paralelismo de los resultados: los métodos de formación psicológica
por el grupo han podido beneficiar, en dos regiones de Francia, a los
propios psicólogos para una mejor solidaridad y una defensa
profesional más activa.
El equipo intérprete de la presente temporada conoció, por lo
demás, un destino simétrico del de los participantes. De tres de ellos,
dos anudaron un nuevo tipo de relaciones humanas y científicas. En
efecto, a partir de aquella temporada comenzamos René Kaës y yo a
encontrarnos de una manera que iba a hacerse cada vez más regular
a fin de colaborar en la realización de otras temporadas, en el
análisis de nuestra intertransferencia, en una reflexión teórica y
técnica rigurosa y, por fin, en publicaciones. Desde este punto de
vista, la transferencia especularía que corre a través de esta
temporada se continuó en sus prolongaciones y efectos retroactivos.
Volvamos a la duodécima sesión. Suelda definitivamente el
fantasma inconsciente de Léonore de ser la madre fálica-narcisista
de un grupo con el proyecto consciente de los representantes de la

227
Asociación Regional de Psicología de tener una vida de grupo más
unida y activa. Así nos proporciona la ocasión, bastante rara, de
asistir al paso de un grupo artificial u ocasional a un grupo natural o
real. Y, por lo tanto, de verificar que las hipótesis extraídas de la
observación de los pequeños grupos efímeros de formación son
trasladables a los pequeños grupos sociales duraderos.

e) ¿Por qué acepté la décima tercera sesión, supernumeraria?


Para no hurtar el bulto: a lo hecho, pecho. Yo era en parte cons-
ciente de las insuficiencias en mi conducción del grupo y comple-
tamente consciente del estancamiento de éste desde la reiniciación
de esa mañana, en la undécima sesión. El dibujo del barco en el
encerado, el día anterior, había marcado en rigor el fin de su
dinámica evolutiva, fin que el dibujo del Edén, esa mañana, había
repetido y confirmado a pesar del forcing que intenté, in fine, con
mis incontables intervenciones, acaso demasiado calculadas. Por lo
tanto, si los participantes aún podían comprender algo de lo que
faltaba decir, ya que lo solicitaban, y puesto que yo había dejado
pasar la hora del fin de la temporada, consentí en una prolongación
que limité expresamente a media hora y tres asuntos.
Posteriormente, una vez que mis compañeros de equipo y yo
mismo llegamos a estar más seguros de las reglas que hay que
observar y de las interpretaciones que hay que dar, ya no volvimos
a conocer dificultades para concluir una temporada a la hora pre-
vista. En 1965 todavía éramos los herederos de una práctica: la de
la jornada de rememoración, que se había realizado más o menos
un mes después de un seminario o de una temporada, práctica
bastante sistemática en oportunidad de los comienzos del grupo de
diagnóstico en Francia y a la que había renunciado progresi-
vamente en razón de su perfecta inutilidad. Algunos participantes
estaban por cierto al corriente de aquella práctica, y mi aceptación
de una décima tercera sesión fue un compromiso entre la adición
de una sesión rememorativa y el respeto puro y simple del término
fijado.
¿Por qué haber admitido a los observadores a la mesa del
grupo? No siempre tengo doctrina formada a este respecto, y bien
podría formular al revés la pregunta: ¿por qué no admitirlos?
Varias veces he comprobado que, si la angustia persecutiva de los
participantes respecto de los observadores —y respecto, también,
de los demás miembros, en la medida en que también éstos los

228
observan—, está suficientemente superada, la integración de los
observadores al grupo en ocasión de la última sesión se efectúa
con toda naturalidad. ¿Tal vez la no analizada intertransferencia
entre ellos y yo me hizo desear violentamente ponerlos a su vez a
la prueba —a la que yo me había largamente sometido— de tener
que exponerse a hablarle al grupo?

229
230
IDÉCIMA TERCERA SESIÓN (SUPLEMENTARIA)

Domingo, de 12 y 45 a 13 y 15.

[13,1] El monitor indica que la sesión terminará a las 13 y 15,


pase lo que pasare con la discusión. Se interroga a los dos ob-
servadores acerca de la manera en que han vivido personalmente
estos tres días. Léonore, Michel, Antoine, Roger y Marguerite for-
mulan las preguntas que expresan el temor de que los observadores
hayan desempeñado el papel de jueces o de espías en detrimento de
los participantes contándole al monitor lo que pensaban de éstos. Las
preguntas recaen también sobre las emociones que han podido vivir,
mudos, los observadores, sin posibilidad de verbalizar sus reacciones:
¿era difícil? ¿Soportable? ¿Interesante? ¿Fastidioso? Los observadores
responden de un modo harto evasivo. Siento muy desagradable esta
situación.
[13,2] Un segundo problema, no resuelto, es el de saber cómo
lo que el grupo ha hecho y ha sido se puede comparar con los otros
grupos cuya experiencia posee el monitor. El monitor responde que
este grupo de ahora ha madurado, como todo grupo, por su
determinismo interno y que este determinismo consistía en tratar de
conocer a los otros y ofrecerse a ser conocido en su verdad. El grupo
ha tratado los inevitables conflictos nacidos en su seno en términos
de relaciones interindividuales, y no, por ejemplo, en términos de
filosofía política.
[13,3] La tercera pregunta que formulan los participantes es
ésta: al interesarse unos en otros, ¿no han aprendido nada sobre el
grupo y los fenómenos de grupo? El monitor propone una
interpretación de lo imaginario del grupo que el dibujo ha expresado
en la metáfora del Paraíso terrenal perdido. Para los participantes

231
del grupo, únicamente el monitor podía tener el conocimiento de lo
que está bien y de lo que está mal; este conocimiento parece vedado a
los vulgares miembros ordinarios. El hombre y la mujer están
desnudos bajo el árbol del conocimiento, es decir, son ignorantes y
carecen de los instrumentos del conocimiento. A la mujer se la ha
dibujado sin brazos, no, como se ha dicho, para evitar tener que
resistirse a las empresas galantes del varón, sino porque sin manos
no puede coger la manzana del saber culpable y ofrecerla al hombre.
Los participantes oyen decir al monitor que en la dinámica de
los grupos no hay —no más que en otras partes— ningún saber
culpable o reservado, que únicamente el grupo en su totalidad puede
conocerse, gracias a la comunidad de las evaluaciones de cada cual
sobre lo que siente y obtiene del grupo, y que el conocimiento del
grupo por él mismo se efectúa de acuerdo con un criterio laico que en
nada contradice a la fe propia de cada cual. El monitor no es una
serpiente ni tiene la estatura de un dios.
La sesión y la temporada terminan a las 13 y 15.
[13,4] Permanecemos los tres en la sala, aliviados, cansados e
inquisitivos. ¿Se ha comprendido la última intervención del monitor?
Nos preguntamos si esta sesión suplementaria era realmente útil.
¿Realmente era necesario que nos integrásemos al círculo del grupo?
Sí. El comentario sobre el mito bíblico era bienvenido, esclareeedor,
útil, desculpabilizante... No, sin embargo, porque hemos sido
cómplices de la transgresión, y debido a ello no se ha podido elaborar
o interpretar varios asuntos fundamentales: la transferencia sobre el
monitor, la relación con el grupo y con los observadores. El símbolo
de Adán y Eva, interpretado como la renuncia de cada participante al
grupo-Paraíso y su renacimiento al mundo exterior (cada cual se
apresta a regresar al mundo y a su medio, sin dejar de ser hijo o hija
del grupo), no ha sido explorado en cuanto a la figuración de los
fantasmas originarios que soporta. El monitor tendrá su ilusión
retroactivamente, y los participantes continuarán obrando durante
algún tiempo el fantasma del líder.
[13,5] En efecto, los participantes se reunieron en varias
oportunidades, con la ausencia del monitor y los observadores y a lo
largo de varios meses. No tuve información acerca de lo que ocurrió
en esas reuniones. Algunas semanas después de la temporada el
monitor recibió, envuelto, un cartón en el que se había dibujado un
barco barrigón que llevaba un mástil en cuyo extremo ondeaba
la bandera con un corazón estampado. El dibujo iba suscrito por

232
«El grupo». Por la misma época recibí una tarjeta postal, firmada «El
grupo», con el dibujo de una bandera blanca con un corazón rojo. En
el dorso, la tarjeta representaba la siguiente escena: un campesino,
horquilla en mano, sorprende detrás de un seto a un hombre y una
mujer medio desnudos. Una leyenda dice: «¡Eh, ricurita, no tenía que
alterarse por mí! No hago más que mirar...».

COMENTARIOS SOBRE LA DÉCIMA TERCERA SESIÓN (RK)

Habida cuenta de sus antecedentes, esta sesión sólo puede estar


en la ilusión (y la tentativa de disiparla al participar en ello lo
prueba) y en la regresión (lo atestigua el proyecto de ser «construc-
tivo»).

a) Los participantes realizan el trastrueque de los roles en la


transgresión, a la que los observadores dan su acuerdo activo di-
ciendo su vivencia, reintegrando el grupo, identificándose con los
participantes: «Somos como vosotros; hemos sufrido». Resulta no-
table que sean los principales líderes quienes formulen las pre-
guntas [13,1]. Así se disipa el temor y hay tranquilidad, y a lo
imaginario buscado, provocado, ahora se lo niega. Hay en ello un
regreso agresivo a las prácticas y a las normas psicosociológicas: ya
no se trata de desembarazarse de la idelogía y el mito, sino de
mantenerlos conservando al grupo. La incomodidad de los obser-
vadores tiene que ver con el hecho de que el fantasma contra el
cual han podido defenderse durante toda la temporada se realiza
sin que ellos lo sepan y con su participación.
También el monitor da prueba de sumisión. Da una explica-
ción en lugar de lo que ya no es posible: interpretar. Una
explicación abstracta y general de la dinámica grupal a partir de
conceptos psicosociológicos (relaciones interpersonales opuestas a
la filosofía política) o de psicología filosófica (conocer a los demás,
ser conocido en su verdad). Los «inevitables conflictos» no se
relacionan con la transferencia y las resistencias, ni con los fan-
tasmas relativos al monitor, al grupo y a la formación. La demanda
de los participantes a propósito de «compararse con los otros grupos
cuya experiencia posee el monitor» [13,2] no es interrogada por lo
que expresa de pedido de amor y preferencia, pero también de
actitud infantil ante la omnipotencia parental. La respuesta a
este segundo «asunto no resuelto» obstruye todo análisis del re-

233
greso de lo reprimido en esa demanda. Además, dirigiéndose al
profesor y al conferenciante antes que al intérprete, los participantes
reciben del primero la respuesta que les protege contra su
persistente dependencia y que solicita el narcisismo de los docentes
que vuelven a ser el monitor y los observadores.
Los participantes aprenden de él, en efecto, a comprender re-
troactivamente, pero sin captar lo que de ello les ha concernido en la
transferencia, la significación del mito [13,3]. Lo que le falta a esta
lección se mantiene en el desconocimiento de lo vivido: los actores y
los promotores del mito se hallan eximidos de estar en el origen de
éste. Todo sucede como si nos atuviésemos a lo manifiesto del relato,
no obstante una interesantísima tentativa de interpretar hasta el fin
la omnipotencia, el temor persecutivo, la defensa ideológico-mítica, la
resistencia contra la formación: no querer saber nada de su
inconsciente, de los papeles que se desempeñan, de sus proyecciones,
de su agresividad; negar todo ello con la ideología de la igualdad y la
nivelación, resistirse a asumir las diferencias sexuales, protegerse
con ello de los deseos incestuosos, culpabilizados frente al monitor.
Las últimas intervenciones retoman el discurso psicosociológico y se
unen a la ideología del grupo: «...únicamente el grupo en su
totalidad...»: ciertamente es «el grupo» quien posee el poder y quien
puede evaluar, no el equipo intérprete y especialmente el monitor.
Decir que el conocimiento del grupo se efectúa de acuerdo con un
criterio laico que no contradice en nada a la fe propia de cada cual es
a la vez justo y abstracto; lo que aquí se ahorra es una temible
transformación de los participantes, que han logrado ¡hacer creer que
eran frágiles, que estaban expuestos a angustias persecutivás reales
y que de ese modo mantienen al monitor en la omnipotencia: se trata,
luego, de asegurarse gracias a la trivialización de la experiencia que
se consuma y gracias, también, a la negación de la omnipotencia (ni
Dios) y de la maldad (ni el Diablo) del monitor.
Quedamos inquisitivos, cansados y aliviados después de esta
sesión [13,4] en la semiceguera de quienes tienen la sensación aguda
y difusa de haber sido vividos por otros antes que de haber podido
estar presentes en lo que pasaba. Los participantes dan una
respuesta a nuestras preguntas:
—El grupo continúa, con lo que realiza el fantasma que los
participantes han acreditado en Léonore. La ilusión grupal se man-
tiene.
—La transgresión continúa: la tarjeta postal indica que el grupo
dibujado es, por cierto, el de los participantes, grupo que se ofre-

234
ce en espectáculo al equipo monitor-observadores. La escena de la
pareja y el campesino es una interpretación provocadora y espe-
cularía. El campesino es el monitor amenazante, diabólico (la hor-
quilla), propietario, veedor, irrisorio. Se le ha dado a ver cómo cada
cual acudía a ver, y ahora se revé. El monitor y los observadores
están constituidos como solicitantes perversos de ese espectáculo, «no
haciendo otra cosa que mirar», dando la seguridad de que no
molestarán [13,5].
Varios meses después de esta temporada, el monitor retomaba
la interpretación de uno de los fantasmas organizadores de las re-
laciones dentro del grupo: sacaba a luz que los dibujos del barco y la
isla expresaban el fantasma que desde un comienzo obstaculizaba la
progresión del grupo. Recordaba que este grupo de formación,
compuesto por psicólogos, psiquiatras y educadores, era un grupo al
que se había llegado para aprender la psicología de los grupos y para
perfeccionarse en la comprensión psicológica de los demás. Con todo,
la comprensión de los demás se ha visto obstruida por la declaración
de amor mutuo simbolizada por la bandera, y por lo demás el grupo
se ha negado obstinadamente a analizarse a sí mismo. El concepto de
ilusión grupal había sido forjado y confirmado por otras experiencias
(cf. Didier Anzieu, 1971).
A propósito de los dibujos señalaré esto: los dibujos expresaron,
sobre todo, lo que no había podido ser comprendido por el monitor y
los observadores, aquello a lo que éstos se resistían. A falta de haber
captado e interpretado el discurso latente —el fantasma de
«conocerse» y el deseo de arrebatarle la madre al padre, así como el
temor de ser cogido por ella—, el deseo y la defensa se expresan en el
contenido y en la forma misma de los dibujos, a su vez defensivos e
infantiles con respecto a la verbalización: dan a ver antes que a
saber. Que el grupo se niegue a analizarse no es asombroso: es el
caso de todo grupo, y es lo que ¡habrá de mantenerse mientras el
análisis intertransferencial no esclarezca la resistencia
intertransferencial de los intérpretes a desempeñar su papel y se
mantengan en la fascinación del proceso primario y de lo imaginario.
Por eso lo que el monitor dice de Citeres para los participantes se
aplica también, en el presente caso, a los intérpretes.
«Citeres —escribe Anzieu (1966)— es el sueño de las relaciones
humanas exclusivamente libidinales. Pero Citeres se ha
transformado bruscamente en Paraíso, donde Adán y Eva, avergonza-
dos de su desnudez, se mantienen bajo el árbol del conocimiento
del bien y el mal: conocen que el amor deseado está prohibido, y

235
se han separado. El fantasma que fundaba la resistencia dentro del
grupo era ése: conocerse los unos a los otros, conocer los fenómenos
del grupo, es gustar los frutos del árbol del conocimiento del bien y
el mal, es conocer el secreto del nacimiento, el misterio de la
procreación, y es, tratándose del niño, asistir a la escena primitiva,
es decir, el acto por el que sus padres lo han concebido. El
sentimiento de culpabilidad era allí tan robusto, que tornó
inaceptable la curiosidad de saber. Los participantes vivieron como
secreto inaccesible, como misterio prohibido, el conocimiento
psicológico en cuya busca habían acudido.»

COMENTARIO DE DA

Nada tengo que añadir, ni a las observaciones de René Kaës,


ni a los pasajes relativos al grupo citados por él de un artículo que
escribí algunos meses después de aquella temporada, ni a mis
comentarios de conjunto sobre ésta, que he mezclado con los de la
duodécima sesión. El lector posee todas las piezas. Toca a él, ahora
que su curiosidad lo ha llevado hasta el fin de nuestra crónica,
ejercer su inteligencia clínica sobre el texto, comprender sus
propias reacciones afectivas al grupo, al monitor y a los observa-
dores, y dar prueba de espíritu crítico tanto para con nosotros como
para consigo mismo.

236
ANEXOS

Nota sobre el grupo de diagnóstico


dirigida a los participantes

Fines

Os proponemos realizar la experiencia de un grupo privilegiado en


el que podréis sensibilizaros a los fenómenos de grupo y conduciros,
por una parte, a hacer su diagnóstico (de ahí la expresión «grupo de
diagnóstico») y, por la otra, a descubrir medios apropiados para
resolver algunos de los problemas que se le plantean a todo grupo.
Son, pues, objetivos de formación.
Para llegar a ello, vosotros mismos vais a formar un grupo que
será íntegramente libre de hacer lo que le plazca. Si este grupo
tropieza con dificultades, buscará por sí solo los medios gracias a los
cuales pueda lograr que sea un grupo eficaz en su funcionamiento y
satisfactorio para sus miembros. Cada cual podrá extraer de allí
enseñanzas eventualmente trasladables a los grupos reales en los
que participa. En este sentido, el grupo de diagnóstico es un grupo de
autoformación.
Vuestro objetivo consistirá:
1.° En hacer funcionar el grupo de la manera más satisfactoria
para todos;
2° En lograr que el grupo proceda a su propia evaluación.

237
La situación
Los participantes están deseosos de sensibilizarse a los fenómenos
de grupo. Se sientan alrededor de una mesa. Tienen la absoluta
libertad de proceder como les parezca para alcanzar el fin propuesto
dentro de las reglas que se enuncian más adelante. Discuten
libremente en grupo durante las sesiones.
Experimentan por sí mismos cómo nace un grupo, cómo se
desarrolla, se organiza, trabaja, fija sus procedimientos, distribuye
funciones entre sus miembros, verifica sus resultados, controla el
grado de satisfacción de cada cual, resuelve las tensiones o sus
conflictos internos, analiza su evolución o evalúa en caliente lo que
ocurre.
-- Para cada sesión, el grupo elige dentro de él mismo un secretario
de sesión, encargado del informe, y un observador del fun-
cionamiento del grupo, que comunica sus observaciones antes de
finalizar la sesión.
El grupo de diagnóstico se inventó hacia 1947, en Bethel, Estados
Unidos de América. La forma en que lo vais a vivir es una
adaptación francesa ajustada por la ANDS H A.

El monitor

El monitor forma parte del grupo, pero es el único miembro de


éste que tiene un papel definido por anticipado. Conserva siempre
presentes los fines de formación y autoformación del grupo y se
preocupa por su realización. Debido justamente a esos fines, no
puede ser directivo, es decir, no puede impartir directivas; tampoco
podría proponer un programa o un orden del día. Facilita la
experiencia que vive el grupo con sus intervenciones. -Participa en
las evaluaciones del grupo relativas a los fenómenos de grupo, las
dificultades encontradas, la evolución del grupo. Sólo interviene
cuando lo juzga útil para la progresión del grupo; es posible que
intervenga poco. No puede hablar de la temporada con los
participantes fuera de las sesiones.
El observador oficial permanece fuera de la vida del grupo, en la
que no puede participar. Su papel consiste en ayudar al monitor en
la comprensión del grupo.

238
Las reglas

Tuteo: Es preferible que los participantes se llamen entre sí por su


nombre de pila y se tuteen.
Restitución: Los participantes informan al grupo lo que se ha dicho
entre participantes con respecto al grupo durante el intervalo de las
sesiones.
Lugar: El grupo no puede ocupar otra habitación que la suya
propia.
Horario: Las sesiones comienzan y terminan estrictamente a la
hora señalada.
Objeto: El grupo no puede realizar otras actividades que las que
implican intercambios verbales.

Recomendaciones

Asiduidad: Para beneficiarse con la formación dada, los par-


ticipantes tienen interés en asistir a todas las sesiones y permanecer
hasta el fin, pase lo que pasare.
Discreción: Los participantes se mantienen en la mayor discreción
fuera de la temporada sobre los asuntos mencionados por cada cual
en el curso de las sesiones.

Terminación

Cada sesión termina con un breve cuestionario escrito cuyos


resultados se comunicarán al final y que permite establecer una
especie de «hoja de temperatura» del grado de satisfacción de los
participantes.

239
II

Cuadro de las notas individuales de evaluación

240
BIBLIOGRAFIA

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242

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