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EL BUEN NEGOCIO DE LA EDUCACIÓN

NARRADORA: En una mañana de verano, por allá, por el año 1940, una particular escena se desarrollaba en algún lugar del cantón Puyango.

Se acerca la hora del desayuno, y don Arce recibió la visita de Pedro, a quien apodaban “Camaleón”, y de la señora Encarna, mujer de avanzada
gordura. El motivo de esta reunión era analizar seriamente la noticia que circulaba en la comunidad, que todos los padres de
familia están en la obligación de llevar a sus hijos a la escuela.

Antes de entrar al tema, don Arce invitó a servirse el desayuno a sus huéspedes, luego les habló así:

DON ARCE: Mi querido Pedrito y señora Encarnita, los mandé a llamar porque hay un asunto de gravísimo peligro que debemos tratar y es
necesario pensarlo muy pero muy bien. Ya sabrán ustedes que dicen que es obligación darles estudio a los hijos, pero eso de la
escuela, creo yo, no trae ninguna ventaja para nosotros. Yo no sé nada de esas cosas, no he estudiado nada y mírenme, tengo plata
por montones y presto a buen interés. Todos saben que soy rico, es pues hora de defendernos. Qué dices Pedrito al respecto.

PEDRO: Yo pienso igual que usted don Arce, eso de las letras es un mero pasatiempo. Yo ya tengo pensado todo clarito: “cuando las
churringas se casen les daré un pedazo de mi cafetal para que trabajen allí, siembren guineo, yuca, zarandaja, y con eso vivan.

ENCARNA: les cuento que la semana pasada llegó un joven a mi casa. Era muy culto el muchacho, y ahí lo encontré conversa y conversa con mi
marido, y fíjense que lo tenía convencido para que mis patojas vayan a estudiar. Pero gracias a taitico Dios que llegué en ese
momento y les dije clarito que no me vengan con ese cuento. Las muchachas tienen aprender a moler maíz para los pollos, criar
chanchos, ordeñar las vacas, cocinar el sancocho, atizar el fogón, apear el burro, eso deben saber, no cuentos de estudio y estudio.

ARCE: cómo me agrada que ustedes piensen igual que yo. Pero a pesar de ello hay gente tan pero tan tonta que se han comido el
cuento ese de la escuela. Ahí lo tienen a Bruno, mi peón, ayer nomás me ha pedido 200 sucres de urgencia. Dice que quiere
comprarles a sus tres churringos los libros, cuadernos, y no sé qué otras tonterías, porque los va a poner a la escuela. Y no hay
quien lo haga entender, y fíjense que no quiere escuela de campo, los va a mandar a la escuela de Alamor, la Eloy Alfaro.

PEDRO: Pero don Arce, cómo usted va a permitir eso. En sus manos está acabar con esa necedad de su empleado, no le preste el
dinero y asunto resuelto.

ARCE: no, no no. No puedo hacer eso, Pedrito. Bruno es muy responsable en su trabajo, limpia bien los cafetales, hace el trabajo por
dos, y además es un hombre muy honrado.

EFECTO: GOLPE DE PUERTA

ARCE: Si, adelante pase.

BRUNO: Patrón, buenos días, perdone la interrupción, he venido por el ruego que le hice.

ARCE: Y dale la burra al trigo, ¿sigues con esas ideotas, Bruno? Ven mejor, siéntate y escucha lo que estamos hablando, razonando
sobre esa tontería de mandar los hijos a escuela. Eso es un gasto tonto. Para qué estudio, dime. Mira a mis dos hijos, buenos
cholos, buenos mozos, tienen plata, mulares, y en el pueblo los respetan porque tienen plata. Oye nuestro consejo, déjate de
tonterías.

BRUNO: Perdone usted don Arce, pero mi esposa y yo ya hemos tomado la decisión y vamos a poner a nuestros muchachos a que estudien.

NARRADOR: Don Arce, moviendo su cabeza como negando tal decisión, metió su mano al bolsillo y sacó un tongo de billetes, contó los 200
sucres y se los entregó a Bruno. Luego lo despidió y el empleado salió dando las gracias por el favor recibido.

Con el paso del tiempo, vinieron mejores días para el cantón Puyango. Se había creado escuelas que funcionaban en las capillas de los barrios.
Funcionaban con profesores de nivel primario, pagados por los padres de familia. Como material escolar se utilizó pizarra y lápiz de
piedra. En algunos lugares utilizaban hojas de guineo para aprender a leer y escribir. Había muchísimas personas iletradas.

En algún momento, llegó a Alamor el ministro de educación de ese entonces, Dr. José Martínez Cobo, quien habló así a los comités de padres de
familia:

MINISTRO: Hoy no vengo a ofrecerles ni escuelas ni dinero para pagar a los profesores. Vengo a decirles que se organicen para que construyan
su local escolar con materiales del medio, deben aportar ustedes para pagarle al profesor. Solo así nuestros pueblos saldrán
adelante.
NARRADOR: El mensaje del ministro cayó en tierra fértil. La liberación del pueblo había comenzado con la educación.

Luego de algunos años, en el barrio Naranjal, mucha gente llegaba a la escuela de ese sector a celebrar el primero grito de la
independencia. Allí, en una banca del pueblo, estaban sentados tres personajes conocidos: don Arce, don Pedro y doña Encarna. Su
rostro mostraba el cansancio y sufrimiento que les habían dejado los años y los tiempos difíciles que enfrentaban.

De pronto, observaron que un vehículo se acercaba por la carretera. Ellos clavaron la mirada a esa camioneta Toyota color verde. El
carro detuvo su marcha y se bajaron, Bruno, sus dos hijos varones y una señorita. Todos elegantemente vestidos.

AFECTO: Llega el carro y se bajan los ocupantes.

ARCE: No puedo creerlo, esto es increíble. Pero, cómo puede ser posible, si eres tú, Bruno, o me equivoco.

BRUNO: Cómo están mis buenos amigos. Sí, don Arce, soy yo mismito, su antiguo empleado, Bruno.

ARCE: Qué alegría verte Bruno, cuéntanos, qué haces por aquí, y porqué has cambiado tanto.

BRUNO: Como ustedes recordarán amigos, mis hijos salieron a estudiar a Alamor. Ya que terminaron la escuela, el profesor me dijo que
ellos son muy inteligentes y que no los desperdicie. Así que seguí sus consejos y me fui con toda mi familia a Loja.

Allá trabajé en una parcela sembrando hortalizas. Mi esposa se puso un puesto de comida en el mercado. Mis hijos estudiaron el
colegio y yo lo hacía por las noches. Los muchachos estudiaron la universidad y se graduaron como profesionales.

PEDRO: Es increíble, entonces les ha ido muy bien. Nosotros creíamos que se habían muerto y que nunca les funcionó eso del estudio.

BRUNO: Nada de eso don Pedro. Les presento a mis dos hijos, ellos son ingenieros electricistas. Mi hija es visitadora social y también
costurera.

Pero, cuéntenme ustedes, qué es de su vida, cómo les ha ido en todo este tiempo.

ARCE: como ves Brunito, yo no hice caso a la razón. Me burlaba de ustedes y me opuse a todo lo que se llamaba educación. Hay bruno, los
resultados han sido muy amargos y tristes. Mis hijos, no supieron administrar tanto dinero, se metieron en malos negocios y ahora
están en la cárcel.

PEDRO: Hoy me doy cuenta del gran negocio de la educación, señor don Bruno. Yo cometí el disparate de seguir los consejos de don Arce y
allí están mis hijos montubios, que siempre que llega gente a visitarme a mis casa, salen corriendo como venados a esconderse. Y
de eso el culpable soy sólo yo.

ENCARNA: Taitito diosito y la virgencita del Cisne me castigaron por no haberlas puesto a mis churringas a la escuela. Usted las conoció a mis
cuatro hijas, lindas, hermosas. Pero cuando murió su padre vendieron toda la herencia baratísima, a precio de burro muerto. Se
dejaron engañar y al poco tiempo quedaron en la pobreza. Ahorita ni sé dónde estarán. El otro día llegó mi comadre y me dijo que
purai las han visto, por Celica, ques que están llenándose de hijos.

FIN

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