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VIOLENCI

A
INTRAFAMILIA
R
Ramírez Contreras, Noelia Magaly

Int. Psicología

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INDICE
PAGINA

INDICE 2

INTRODUCCION 3

DEFINICION 4

CATEGORIAS DE LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR 5

FORMAS DE VIOLENCIA 7

CAUSAS 10

FACTORS DE RIESGO 12

CONSECUENCIAS Y EFECTOS DE LA VIOLENCIA 14

INDICADORES DE MALTRATO 17

CICLO DE LA VIOLENCIA 19

MITOS Y ESTERIOTIPOS 22

LOS INVOLUCRADOS 24

LA REHABILITACION 31

PREVENCION 32

PREVENCION DEL MALTRATO INFANTIL 39

CLASIFICACION CIE 10 41

BIBLIOGRAFIA 42

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INTRODUCCION
En la literatura relativa a la problemática de la violencia intrafamiliar y
fundamentalmente en la concerniente a las distintas formas que adopta la
violencia, coexisten, junto al de violencia intrafamiliar y violencia familiar, otras
definiciones como violencia de género, violencia doméstica y violencia conyugal, las
que aparentemente se superponen y plantean permanentes dudas en relación a la
pertinencia de su aplicación. Las definiciones propuestas y utilizadas en este
trabajo no pretenden ser determinantes o excluyentes ni cerrar la discusión al
respecto, sino aclarar este panorama para permitir una mejor comprensión y
abordaje del tema y unificar criterios al menos para la lectura de la información
aquí expuesta, comenzando por los conceptos de familia, violencia intrafamiliar,
violencia de género y violencia doméstica.

La violencia es una acción ejercida por una o varias personas en donde se


somete de manera intencional al maltrato, presión sufrimiento, manipulación u otra
acción que atente contra la integridad tanto físico como psicológica y moral de
cualquier persona o grupo de personas".

La forma más común de violencia contra la mujer es la violencia en el hogar o


en la familia. Las investigaciones demuestran sistemáticamente que una mujer
tiene mayor probabilidad de ser lastimada, violada o asesinada por su compañero
actual o anterior que por otra persona.

La violencia en la familia se da principalmente porque no se tienen respeto


los integrantes de esta, por el machismo, por la incredulidad de las mujeres, y/o
por la impotencia de estos.

Se puede presentar en cualquier familia, de cualquier clase social, una forma


de prevenirla, es alentando a toda la comunidad a que hay que tenerse respeto, que
todos somos iguales y que a pesar de todos nuestros problemas, nuestra familia es
la única que siempre nos apoyará en todo, por eso hay que respetarla y protegerla,
aunque seamos los menores de esta, todos somos elementos importantes, y si
sufrimos de violencia, hay mucha gente que nos ayudará a pasar el mal rato y salir
de este problema.

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DEFINICION

Violencia Intrafamiliar
Por violencia intrafamiliar nos referimos a todas las situaciones o formas de abuso
de poder o maltrato (físico o psicológico) de un miembro de la familia sobre otro o
que se desarrollan en el contexto de las relaciones familiares y que ocasionan
diversos niveles de daño a las víctimas de esos abusos.

Puede manifestarse a través de golpes, insultos, manejo económico, amenazas,


chantajes, control, abuso sexual, aislamiento de familiares y amistades,
prohibiciones, abandono afectivo, humillaciones o al no respetar las opiniones, son
estas las formas en que se expresa la violencia intrafamiliar, comúnmente en las
relaciones de abuso suelen encontrarse combinadas, generándose daño como
consecuencia de una o varios tipos de maltrato.

Quienes la sufren se encuentran principalmente en los grupos definidos


culturalmente como los sectores con menor poder dentro de la estructura
jerárquica de la familia, donde las variables de género y generación (edad) han sido
decisivas para establecer la distribución del poder en el contexto de la cultura
patriarcal. De esta manera las mujeres, los menores de edad (niños y niñas) y a los
ancianos se identifican como los miembros de estos grupos en riesgo o víctimas
más frecuentes, a quienes se agregan los discapacitados (físicos y mentales) por su
particular condición de vulnerabilidad. Los actos de violencia dirigidos hacia cada
uno de ellos constituyen las diferentes categorías de la violencia intrafamiliar.

Si bien muchas acciones de violencia intrafamiliar son evidentes, otras pueden


pasar desapercibidas, lo fundamental para identificarla es determinar si la pareja
o familia usa la violencia como mecanismo para enfrentar y resolver las diferencias
de opinión. Un ejemplo frecuente es una familia donde cada vez que dos de sus
integrantes tienen diferencias de opinión, uno le grita o golpea al otro para lograr
que "le haga caso" (sea niño, adulto o anciano el que resulte agredido).

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CATEGORÍAS DE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR
Las categorías de la violencia intrafamiliar se definen según el contexto en que
ocurren los actos y fundamentalmente de acuerdo a la identidad de la víctima, la
que generalmente se encuentra dentro de los grupos definidos culturalmente como
los de menor poder en la estructura jerárquica de la familia.

Dado que en el marco de una cultura patriarcal las variables decisivas para
establecer la distribución del poder son género y edad, los miembros de la familia
en mayor riesgo y quienes son las víctimas más frecuentes determinan las distintas
categorías de la violencia intrafamiliar, estas son: La violencia hacia la mujer (y en
la pareja), el maltrato infantil, el maltrato al adulto mayor y la violencia hacia los
discapacitados (físicos y mentales), estos últimos se consideran como una
categoría individual dada su particular condición de vulnerabilidad.

Violencia hacia la mujer y en la pareja

La violencia en la pareja constituye una de las modalidades más frecuentes y


relevantes entre las categorías de la violencia intrafamiliar. Es una forma de
relación de abuso entre quienes sostienen o han sostenido un vínculo afectivo
relativamente estable, incluyendo relaciones de matrimonio, noviazgo, pareja (con o
sin convivencia) o los vínculos con ex parejas o ex cónyuges. Se enmarca en un
contexto de desequilibrio de poder e implica un conjunto de acciones, conductas y
actitudes que se mantienen como estilo relacional y de interacción imperante en la
pareja donde una de las partes, por acción u omisión, ocasiona daño físico y/o
psicológico a la otra.

La violencia en la pareja es ejercida mayoritariamente hacia la mujer, realidad que


es constatable y cruda, a nivel de estudios e investigaciones en casi la totalidad de
los países que registran algún dato al respecto, se señala que en al menos el 75% de
los casos esta se presenta como una acción unidireccional del hombre hacia la
mujer y salvo un 2% (razón por la cual no es considerado un problema social)
representativo de los casos en que son los varones los agredidos física y en su
mayoría psicológicamente, el porcentaje restante hace referencia a la violencia
bidireccional (también denominada recíproca o cruzada) que es aquella donde
ambos miembros de la pareja se agreden mutuamente. Se debe resaltar que para
utilizar esta última clasificación, es necesario que exista simetría en los ataques y
paridad de fuerzas físicas y psicológicas entre los involucrados.

Las cifras explican y justifican los esfuerzos e iniciativas que apuntan a la mujer
como víctima principal y dado que el espacio de mayor riesgo de una mujer para
sufrir violencia es su propio hogar, contrario al de los hombres para quienes el
espacio de mayor riesgo es la calle, en la variada literatura existente al referirse a

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la violencia hacia la mujer en el contexto doméstico o al interior de la pareja se
suelen utilizar los conceptos de violencia doméstica, violencia conyugal e incluso
violencia intrafamiliar.

La violencia sobre la mujer puede tomar muchas formas, desde las más sutiles y
difíciles de diferenciar hasta las más brutales. Puede ocurrir en cualquier etapa de
su vida, incluyendo el embarazo y afectar tanto su nivel físico como mental.

La violencia hacia el varón al interior de la pareja, dada la excepcionalidad de los


casos, no se consideran un problema social y menos una categoría específica de la
violencia intrafamiliar. Todo lo anterior a los ojos de un hombre que sufre
maltratos puede resultar irrelevante, además se debe considerar que gran parte
de los resultados expuestos se basan en la cantidad y tipo de denuncias recibidas y
es un hecho establecido que el hombre agredido en general no denuncia las
situaciones de maltrato.

En que no se produzcan estas denuncias influyen la ignorancia de la ley, la escasez


de instituciones relacionadas dirigidas a los varones, su prejuicio hacia la
imparcialidad de los, y principalmente, las profesionales (asistentes sociales,
psicólogas, etc.), pero son determinantes los aspectos socioculturales como el
machismo y la vergüenza, consecuencia de una ideología patriarcal de estereotipos
rígidos con respecto a lo que se espera del varón dentro de la relación de pareja.
Otras razones, y que también limitan a la mujer, son el amor a la pareja, a los hijos
o el temor a las consecuencias económicas y judiciales que puede implicar una
separación.

Maltrato infantil

El maltrato infantil, de manera general, puede definirse como todo acto no


accidental, único o repetido, que por acción u omisión (falta de la respuesta o
acción apropiada) provoca daño físico o psicológico a una persona menor de edad, ya
sea por parte de sus padres, otros miembros de la familia o cuidadores que, aunque
externos a la familia, deben ser supervisados por esta.

El maltrato infantil incluye el abandono completo o parcial y todo comportamiento o


discurso adulto que infrinja o interfiera con los Derechos del Niño (Declaración
Universal de la ONU, 1959). La violencia, ya sea física, sexual o emocional es una de
las más graves infracciones a estos derechos, por las consecuencias inmediatas, a
mediano y largo plazo que generan en el desarrollo del menor.

Dentro de esta categoría podemos clasificar también el abuso fetal que ocurre
cuando la futura madre ingiere, deliberadamente, alcohol o drogas, estando el feto
en su vientre. Producto de lo cual el niño(a) puede nacer con adicciones,
malformaciones o retraso severo, entre otros problemas.

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Violencia hacia el adulto mayor

La violencia o el maltrato al adulto mayor, de manera general, puede definirse como


todo acto no accidental, único o repetido, que por acción u omisión (falta de la
respuesta o acción apropiada) provoca daño físico o psicológico a una persona
anciana, ya sea por parte de sus hijos, otros miembros de la familia o de
cuidadores que, aunque externos a la familia, deben ser supervisados por esta.
Estas situaciones de maltrato son una causa importante de lesiones, enfermedades,
pérdida de productividad, aislamiento y desesperación.

El maltrato hacia los ancianos es producto de una deformación en nuestra cultura,


que siente que lo viejo es inservible e inútil. Los ancianos son sentidos como
estorbos o como una carga que se debe llevar a cuestas además de la familia a
sostener, por eso no es de extrañar que el tipo más frecuente de maltrato sea el
abandono y la falta de cuidados.

Por otra parte la ausencia de registros o estimaciones reales de la dimensión de


este problema, así como la escasez de denuncias, debido al miedo, la depresión, la
incapacidad de moverse por si mismos y la poca credibilidad, ha permitido que este
fenómeno sea casi invisible.

Violencia hacia los discapacitados

La violencia o el maltrato a los discapacitados, de manera general, puede definirse


como todo acto que por acción u omisión provoca daño físico o psicológico a
personas que padecen temporal o permanentemente una disminución en sus
facultades físicas, mentales o sensoriales, ya sea por parte de miembros de la
familia o de cuidadores que, aunque externos a la familia, deben ser supervisados
por esta. Este tipo de violencia afecta a personas que por su condición de mayor
vulnerabilidad se encuentran en una posición de dependencia que los ubica en una
situación de mayor riesgo en relación al maltrato.

FORMAS DE VIOLENCIA
Algunas acciones de maltrato entre los miembros de la familia son evidentes,
generalmente las de que tienen implicancia física, otras pueden pasar
desapercibidas, sin embargo todas dejan profundas secuelas. la violencia
intrafamiliar puede adoptar una o varias de las siguientes formas: violencia física,
violencia psicológica, abandono, abuso sexual y abuso económico.

Violencia física

La violencia, maltrato o abuso físico es la forma más obvia de violencia, de manera


general se puede definir como toda acción de agresión no accidental en la que se
utiliza la fuerza física, alguna parte del cuerpo (puños, pies, etc.), objeto, arma o

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sustancia con la que se causa daño físico o enfermedad a un miembro de la familia.
La intensidad puede variar desde lesiones como hematomas, quemaduras y
fracturas, causadas por empujones, bofetadas, puñetazos, patadas o golpes con
objetos, hasta lesiones internas e incluso la muerte.

Violencia psicológica

La violencia psicológica o emocional, de manera general, se puede definir como un


conjunto de comportamientos que produce daño o trastorno psicológico o emocional
a un miembro de la familia. La violencia psicológica no produce un traumatismo de
manera inmediata sino que es un daño que se va acentuando, creciendo y
consolidando en el tiempo. Tienen por objeto intimidar y/o controlar a la víctima la
que, sometida a este clima emocional, sufre una progresiva debilitación psicológica
y presenta cuadros depresivos que en su grado máximo pueden desembocar en el
suicidio.

Algunas de estas acciones son obvias, otras muy sutiles y difíciles de detectar, sin
embargo todas dejan secuelas. Un caso particular de este tipo de abuso son los
niños testigos de la violencia entre sus padres, los que sufren similares
consecuencias y trastornos a los sometidos a abusos de manera directa.

La violencia psicológica presenta características que permiten clasificarla en tres


categorías:

Maltrato: puede ser pasivo (definido como abandono) o activo que consiste en un
trato degradante continuado que ataca la dignidad de la persona. Generalmente se
presenta bajo la forma de hostilidad verbal, como gritos, insultos,
descalificaciones, desprecios, burlas, ironías, críticas permanentes y amenazas.
También se aprecia en actitudes como portazos, abusos de silencio, engaños,
celotipia (celos patológicos), control de los actos cotidianos, bloqueo de las
iniciativas, prohibiciones, condicionamientos e imposiciones.

Acoso: se ejerce con una estrategia, una metodología y un objetivo, la víctima es


perseguida con críticas, amenazas, injurias, calumnias y acciones para socavar su
seguridad y autoestima y lograr que caiga en un estado de desesperación, malestar
y depresión que la haga abandonar el ejercicio de un derecho o someterse a la
voluntad del agresor.

Para poder calificar una situación como acoso tiene que existir un asedio continuo,
una estrategia de violencia (como cuando el agresor se propone convencer a la
víctima que es ella la culpable de la situación) y el consentimiento del resto del
grupo familiar (auque también de amigos o vecinos) que colaboran o son testigos
silenciosos del maltrato, ya sea por temor a represalias, por satisfacción personal o
simplemente por egoísmo al no ser ellos los afectados.

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El acoso afectivo, que forma parte del acoso psicológico, es una situación donde el
acosador depende emocionalmente de su víctima, le roba la intimidad, la
tranquilidad y el tiempo para realizar sus tareas y actividades, interrumpiéndola
constantemente con sus demandas de cariño o manifestaciones continuas,
exageradas e inoportunas de afecto. Si la víctima rechaza someterse a esta forma
de acoso, el agresor se queja, llora, se desespera, implora y acude al chantaje
emocional como estrategia, amenazando a la víctima con retirarle su afecto o con
agredirse a si mismo, puede llegar a perpetrar intentos de suicidio u otras
manifestaciones extremas que justifica utilizando el amor como argumento.

Manipulación: es una forma de maltrato psicológico donde el agresor desprecia el


valor de la víctima como ser humano negándole la libertad, autonomía y derecho a
tomar decisiones acerca de su propia vida y sus propios valores. La manipulación
hace uso del chantaje afectivo, amenazas y críticas para generar miedo,
desesperación, culpa o vergüenza. Estas actitudes tienen por objeto controlar u
obligar a la víctima según los deseos del manipulador.

Abandono

El abandono se manifiesta principalmente hacia los niños, adultos mayores y


discapacitados, de manera general, se puede definir como el maltrato pasivo que
ocurre cuando sus necesidades físicas como la alimentación, abrigo, higiene,
protección y cuidados médicos, entre otras, no son atendidas en forma temporaria
o permanente. El abandono también puede ser emocional, este ocurre cuando son
desatendidas las necesidades de contacto afectivo o ante la indiferencia a los
estados anímicos.

Abuso sexual

El abuso sexual dentro de una relación de pareja, de manera general se puede


definir como la imposición de actos o preferencias de carácter sexual, la
manipulación o el chantaje a través de la sexualidad, y la violación, donde se fuerza
a la mujer a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad, esta última acción
puede ocurrir aún dentro del matrimonio pues este no da derecho a ninguno de los
cónyuges a forzar estas relaciones y puede desencadenar la maternidad forzada a
través de un embarazo producto de coerción sexual.

El abuso sexual afecta también a niños y adolescentes cuando un familiar adulto o


un cuidador los utiliza para obtener algún grado de satisfacción sexual. Estas
conductas abusivas pueden implicar o no el contacto físico, su intensidad puede
variar desde el exhibicionismo, el pedido de realizar actividades sexuales o de
participar en material pornográfico, hasta la violación. Discapacitados y adultos
mayores pueden verse afectados de igual forma, al ser violentados sexualmente
por familiares o cuidadores sirviéndose de su incapacidad física o mental.

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Abuso económico

El abuso económico ocurre al no cubrir las necesidades básicas de los miembros de


la familia en caso de que esto corresponda, como con los hijos menores de edad y
estudiantes, la mujer que no posee trabajo remunerado, los adultos mayores u
otros miembros dependientes. También sucede cuando se ejerce control,
manipulación o chantaje a través de recursos económicos, se utiliza el dinero,
propiedades y otras pertenencias de forma inapropiada o ilegal o al apropiarse
indebidamente de los bienes de otros miembros de la familia sin su consentimiento
o aprovechándose de su incapacidad.

CAUSAS
La causa de la aparición y mantención de la violencia intrafamiliar es compleja y
multifactorial, se relacionan con ella actitudes socioculturales como la desigualdad
de género, las condiciones sociales, conflictos familiares, conyugales y los aspectos
biográficos como la personalidad e historia de abusos en la familia de origen.

La historia nos muestra que las formas de maltrato familiar existieron desde la
antigüedad en diversas culturas donde los hijos eran considerados propiedad
privada de los padres, estos tenían derecho sobre su vida y muerte, pudiendo
decretar además su estado de libertad o esclavitud.

Derechos similares poseían los hombres sobre las mujeres, las que se encontraban
ancladas en relaciones de sumisión y dependencia con un limitado rol a nivel social y
donde la violencia masculina era aceptada y tolerada por la sociedad e incluso por la
mujer.

La violencia ha sido y es utilizada como un instrumento de poder y dominio del


fuerte frente al débil, del adulto frente al niño, del hombre frente a la mujer, su
meta es ejercer control sobre la conducta del otro, lo cual se evidencia en los
objetivos como "disciplinar", "educar", "hacer entrar en razón", "poner límites",
"proteger", "tranquilizar", etc., con que quienes ejercen violencia y también muchas
víctimas intentan justificarla.

La estructuración de jerarquías que avalan el uso de la fuerza como forma de


ejercicio del poder es uno de los ejes conceptuales del proceso de naturalización
de la violencia el cual históricamente ha dificultado su comprensión y
reconocimiento al instaurar pautas culturales que permiten una percepción social
de la violencia como natural y legítima favoreciendo su mantención.

La naturalización de la violencia suele materializarse en expresiones populares o


mitos que recogen la pauta cultural. La fuerza del mito radica en que es
invulnerable a las pruebas racionales que lo desmienten, de ese modo las víctimas

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suelen quedar atrapadas en medio de un consenso social que las culpabiliza y les
impide ser concientes de sus derechos y del modo en que están siendo vulnerados.

Las instituciones no son ajenas a la construcción de significados que estructuran


nuestro modo de percibir la realidad y contribuyen a naturalizar la violencia,
pasaron siglos antes de que existieran leyes de protección a las víctimas; las
instituciones educativas durante gran parte de la historia utilizaron métodos
disciplinarios que incluían el castigo físico; en variadas organizaciones se resisten
aún a reconocer el efecto de la violencia sobre la salud física y psicológica de las
personas; los medios de comunicación continúan exhibiendo violencia
cotidianamente.

Todo ello, junto a la transmisión de los estereotipos de género a lo cual también


contribuye la familia, forma un conjunto de acciones y omisiones que tiene como
resultado la percepción de la violencia como un modo natural de resolver conflictos
interpersonales y sienta las bases para el desequilibrio de poder que se plantea en
la constitución de sociedades privadas como el noviazgo, el matrimonio y la
convivencia.

De igual forma, el proceso de invisibilización del problema de la violencia,


relacionado con variados obstáculos epistemológicos (fundamentos y métodos del
conocimiento científico) ha estructurado las dificultades para identificarla y ha
permitido perpetuarla.

El proceso de invisibilización considera que para que un fenómeno resulte visible


deben existir inscripciones materiales que lo hagan perceptible, a su vez el
observador (en este caso el campo social) debe disponer de las herramientas o
instrumentos necesarios para percibirlo.

Respecto a las acciones violentas y sus consecuencias, durante la mayor parte de la


historia solo se consideraron los daños materiales producidos, de esta forma en los
casos de violencia interpersonal, se consideró como daño sólo aquél que tuviera una
inscripción corporal permaneciendo invisibles todas aquellas formas de maltrato
que no eran sensorialmente perceptibles. De hecho las primeras referencias a las
víctimas de la violencia en las relaciones privadas utilizaron terminología referida
exclusivamente al maltrato físico (Kempe, H., Síndrome del Niño Apaleado. JAMA,
Cincinnati, 1962; Lenore E. Walter, Síndrome de la Mujer Golpeada. Harper
Colophon Books, Nueva York, 1979).

La histórica y sesgada visión de la familia y su realidad, entendida como el espacio


privado por excelencia y definida en un contexto idealizado como proveedora de
seguridad, alimentación, afecto, límites y estímulos; retrasó en muchos años la
posibilidad de visualizar la otra cara de la familia, como un entorno potencialmente
peligroso en el cual también se pueden violar los derechos humanos, experimentar
miedo e inseguridad y en el que se aprende la resolución violenta de conflictos
interpersonales.

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En el campo social, la invisibilización estuvo directamente vinculada con la ausencia
de herramientas conceptuales que permitieran identificarla, definirla y
establecerla como objeto de estudio, se ignoró su existencia hasta que las
investigaciones específicas, conjuntamente con los cambios sociales de las últimas
décadas respecto al papel de la mujer, tanto en el ámbito privado (pareja, familia)
como público (laboral, social), hacia una relación más igualitaria con el hombre la
sacaron a la luz, mostrando su magnitud, formas y consecuencias. Esto permitió una
mayor sensibilidad social respecto al problema, una mayor conciencia de la mujer y
víctimas en general respecto a sus derechos y su papel en la pareja y la familia y ha
dejado de considerarse un "asunto privado" para empezar a reconocerse como un
problema social.

Al referirse a la mantención de la violencia intrafamiliar no se puede dejar de


mencionar el retraso o la ausencia de las denuncias que impiden determinar la real
magnitud del problema, detener el ciclo y su avance. Como causas de la demora se
esgrime: la esperanza de la víctima de que la situación cambie, el miedo a
represalias, la vergüenza ante la sensación de fracaso o culpa, la tolerancia a los
comportamientos violentos, la dependencia económica de la víctima respecto a su
pareja, su situación psicológica, sentimientos de ambivalencia o inseguridad, miedo
e ignorancia del aparato judicial y los servicios de protección y la falta de apoyo
familiar, social o económico.

Evidentemente la violencia intrafamiliar no es un problema nuevo aunque sin duda


es cada vez más próximo. Junto con lo expuesto coexisten muchas razones
mediante las cuales se intenta explicar, y los agresores justificar, el maltrato,
como los problemas económicos, el stress o cansancio, la ignorancia respecto a
como criar y educar a los hijos o cuidar y atender a los discapacitados y adultos
mayores, sin embargo estas situaciones de especial vulnerabilidad no originan el
maltrato aunque si representan factores de riesgo para su aparición y mantención.

En general podrá considerarse que los dos factores epidemiológicos o


circunstancias más importantes que pueden indicar aumento del riesgo para la
aparición de violencia intrafamiliar son la relación de desigual y desequilibrio de
poder en las relaciones humanas, principalmente entre el hombre y la mujer, tanto
en el ámbito personal como social y la existencia de una cultura que supone la
aceptación de la violencia en la resolución de conflictos.

FACTORES DE RIESGO
Existen factores de riesgo y situaciones de especial vulnerabilidad que explicarían
por qué en contextos similares, en ocasiones se producen situaciones de violencia y
en otras no. La identificación de estos factores, asociados con las distintas formas
que adopta la violencia intrafamiliar resulta decisiva a la hora de elaborar
propuestas o realizar alguna intervención, tanto en lo que respecta a la atención del

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problema como a su prevención. Los factores riesgo no son los causantes de la
violencia pero inciden en su aparición y mantención.

Si bien cualquier persona puede verse afectada por la violencia intrafamiliar, ya


que esta se da en todas las culturas, sin distinción de sexo, edad, raza, religión o
clase social, el ser mujer, menor de edad, discapacitado o adulto mayor y
encontrarse en una relación de pareja con desequilibrio de poder o al interior de
una familia de estructura rígida, con un alto grado de control entre sus miembros y
con valores culturales que favorezcan una división jerárquica vertical y
autocrática; supone un mayor riesgo de sufrirla pues se es más vulnerable mientras
menor poder se tiene dentro de la estructura jerárquica familiar o al ser física y/o
psicológicamente dependiente.

Aunque dado el bajo índice de detección, probablemente muchas víctimas de


maltrato no respondan a un perfil determinado, en la persona, principalmente
mujer, con mayor riesgo de convertirse en víctima se pueden encontrar
características como: un bajo nivel cultural y educacional, baja autoestima,
actitudes de sumisión y dependencia debido a una concepción rígida y
estereotipada del papel del hombre y la mujer, nivel socioeconómico de pobreza
(de gran relevancia en cuanto a medios y posibilidades para poder escapar o no de
una situación de violencia) y un aislamiento social que impide acceder a fuentes de
apoyo externas ya sean familiares o comunitarias; además podrían presentarse
situaciones de consumo o dependencia de alcohol o drogas.

El embarazo también suele representar una mayor proporción de riesgo, en muchas


ocasiones el primer episodio de agresión física ocurre en ese período pues el
agresor lo percibe como una amenaza para su dominio, esto genera un mayor
número de abortos, complicaciones en el embarazo, partos prematuros y retrasos
en la asistencia.

El factor que más se relaciona con las mujeres maltratadas y a la vez uno de los
más claramente vinculados con la aparición de conductas agresivas en el hombre
hace referencia a la historia, vivencias de violencia o exposición a la misma que
hayan tenido en la niñez o adolescencia, en sus respectivas familias de origen, ya
sea como víctimas directas de maltrato o como testigos de actos violentos. La
violencia puede transmitirse de una generación a otra al repetir modelos basados
en pautas culturales que mantienen la desigualdad entre los géneros y la legitiman,
tanto en la crianza de los hijos, como en las relaciones interpersonales y resolución
de conflictos. Los varones tendrán más posibilidades de convertirse en hombres
violentos y las niñas en víctimas al aprender que la sociedad acepta la violencia
hacia las mujeres.

Otros factores que incrementan el riesgo y están asociados al agresor,


principalmente hombre son: el consumo y la dependencia de sustancias psicoactivas
como las drogas y el alcohol que pueden extremar la personalidad, la tensión o el
stress que genera el desempleo, la inestabilidad laboral y las crisis económicas o

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afectivas, estados depresivos profundos, baja autoestima, un bajo nivel cultural,
educacional y socioeconómico, ya que aunque la violencia no hace distinción de
clases sociales, la pobreza acarrea un stress social al que contribuyen situaciones
como el hacinamiento y las dificultades económicas.

Si bien el agresor es generalmente un individuo sin trastornos psicopatológicos


evidentes la violencia puede emerger de cualquier estructura de personalidad
psicótica (no tiene verdadera conciencia de sus actos), psicopática o perversa
(autoritarios, narcisistas y manipuladores, no sienten culpa) o neurótica (pueden
actuar impulsivamente como una manera de compensar frustraciones y luego
arrepentirse), siendo por lo general mas grave cuando mayor sea el trastorno.

Existen otras situaciones como el embarazo precoz o no deseado, las depresiones


post parto, la ignorancia o incomprensión de las necesidades (fundamentalmente de
ancianos, discapacitados u otros miembros de la familia dependientes o
semidependientes) y el cansancio o agobio por el exceso de tareas a atender, que
son claros factores de riesgo para la aparición de abusos y negligencias.

Algunos factores como la inadecuada respuesta institucional y/o comunitaria a los


casos de violencia intrafamiliar debido a la naturalización de la violencia o a la falta
de capacitación o formación, la ausencia de legislación adecuada o dificultades en
la aplicación de la existente y la ausencia de redes comunitarias de apoyo generan
también un riesgo importante al actuar como elementos perpetuadores de la
violencia.

CONSECUENCIAS Y EFECTOS DE LA VIOLENCIA

La gravedad de sus consecuencias físicas y psicológicas, tanto para la víctima como


para la familia, hacen de la violencia intrafamiliar un importante problema de salud
con intensa repercusión social.

Para la víctima, las principales consecuencias a nivel físico son cefaleas, dolores de
espalda, trastornos gastrointestinales, disfunciones respiratorias, palpitaciones,
hiperventilación y lesiones de todo tipo como traumatismos, heridas, quemaduras,
enfermedades de transmisión sexual y/o embarazos no deseados debido a
relaciones sexuales forzadas, embarazos de riesgo y abortos. Las mujeres
maltratadas durante el embarazo tienen mas complicaciones (hemorragias,
infecciones y otras) durante el parto y post-parto y, generalmente, los bebés

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nacidos bajo esta situación tienden a ser de bajo peso o con trastornos que ponen
en riesgo su supervivencia y con secuelas que influyen en su crecimiento y
desarrollo posterior. Por lo demás la violencia puede acarrear para la víctima
incluso consecuencias letales mediante el homicidio o el suicidio.

A nivel psicológico se generan efectos profundos tanto a corto como a largo plazo.
La reacción inmediata suele ser de conmoción, paralización temporal y negación de
lo sucedido, seguidas de aturdimiento, desorientación y sentimientos de soledad,
depresión, vulnerabilidad e impotencia. Luego los sentimientos de la víctima pueden
pasar del miedo a la rabia, de la tristeza a la euforia, de la compasión de sí misma
al sentimiento de culpa. A mediano plazo, pueden presentar ideas obsesivas,
incapacidad para concentrarse, insomnio, pesadillas, llanto incontrolado, mayor
consumo de fármacos y adicciones.

También puede presentarse una reacción tardía descripta como Síndrome de


Estrés Post-traumático, consiste en una serie de trastornos emocionales, que no
necesariamente aparecen temporalmente asociados con la situación que los originó,
pero que constituyen una secuela de situaciones traumáticas vividas, tales como
haber estado sometida a situaciones de maltrato físico o psicológico. Algunos de
sus síntomas son: trastornos del sueño (pesadillas e insomnio), trastornos
amnésicos, depresión, ansiedad, sentimientos de culpa, trastornos por
somatización, fobias y miedos diversos, disfunciones sexuales y el uso de la
violencia hacia otros como con los propios hijos.

A nivel social puede ocurrir un deterioro de las relaciones personales, aislamiento


social y la pérdida del empleo debido al incremento del ausentismo y a la
disminución del rendimiento laboral.

Cuando la víctima sea un menor de edad, se generarán además trastornos del


desarrollo físico y psicológico que pueden desembocar en fugas del hogar,
embarazo adolescente y prostitución. En el ámbito de la educación aumentará el
ausentismo y la deserción escolar, los trastornos de conducta y de aprendizaje y la
violencia en el ámbito escolar.

Los hijos o menores que sin haber sido víctimas directas de la violencia la han
presenciado como testigos sufrirán de igual forma riesgos de alteración de su
desarrollo integral, sentimientos de amenaza (su equilibrio emocional y su salud
física están en peligro ante la vivencia de escenas de violencia y tensión),
dificultades de aprendizaje, dificultades en la socialización, adopción de
comportamientos violentos con los compañeros, mayor frecuencia de enfermedades
psicosomáticas y otros trastornos psicopatológicos secundarios.

A largo plazo estos menores presentarán una alta tolerancia a situaciones de


violencia y probablemente serán adultos maltratadores en el hogar y/o violentos en
el medio social ya que es el comportamiento que han interiorizado como natural en
su proceso de socialización primaria, lo que llamamos violencia transgeneracional,

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En otros ámbitos de la realidad social los modelos violentos en el contexto privado
generan un problema de seguridad ciudadana, al aumentar la violencia social y
juvenil, las conductas antisociales, los homicidios, lesiones y los delitos sexuales. La
economía se ve afectada al incrementarse el gasto en los sectores salud,
educación, seguridad y justicia y al disminuir la producción.

Para el agresor las principales consecuencias serán la incapacidad para vivir una
intimidad gratificante con su pareja, el riesgo de perder a su familia,
principalmente esposa e hijos, el rechazo familiar y social, aislamiento y pérdida de
reconocimiento social, riesgo de detención y condena, sentimientos de fracaso,
frustración o resentimiento y dificultad para pedir ayuda psicológica y psiquiátrica.

Los efectos de la violencia pueden ubicarse en 6 (seis) niveles de acuerdo a la


combinación de dos variables: el nivel de amenaza percibido por la persona
agredida y el grado de habitualidad de la conducta violenta (Sluzki, C., Violencia
Familiar y Violencia Política, Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad. Paidós,
Buenos Aires, 1995.), estos son:

 Disonancia cognitiva
 Ataque o fuga
 Inundación o Parálisis
 Socialización cotidiana
 Lavado de cerebro
 Embotamiento o Sumisión

Disonancia cognitiva: Ocurre cuando se produce una situación de violencia de


baja intensidad en un contexto o en un momento inesperado (como la luna de miel).
La reacción es de sorpresa, de imposibilidad de integrar el nuevo dato a la
experiencia propia.

Ataque o fuga: Ocurre cuando se produce una situación de violencia de alta


intensidad de un modo abrupto e inesperado. En estos casos se desencadena una
reacción psicofisiológica de alerta, pudiendo reaccionar con una posición defensiva,
escapándose del lugar; u ofensiva, enfrentando la amenaza. La sorpresa obra a
modo de disparador de conductas.

Inundación o Parálisis: Ocurre cuando se produce una situación de violencia


extrema, que implica un alto riesgo percibido para la integridad o la vida. La
reacción puede incluir alteraciones del estado de conciencia, desorientación y ser
el antecedente para la posterior aparición del Síndrome de Estrés Post-
traumático. Frecuentemente las víctimas relatan esta experiencia de paralización
frente a situaciones tales como amenazas con armas, intentos de estrangulamiento
o violación marital.

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Socialización cotidiana: Ocurre cuando las situaciones de maltrato de baja
intensidad se transforman en habituales, se produce el fenómeno de la
naturalización. Las víctimas, principalmente mujeres, se acostumbran a que no se
tengan en cuenta sus opiniones, que las decisiones importantes las tome el hombre,
a ser humillada mediante bromas descalificadoras, etc., pasando todas estas
experiencias a formar parte de una especie de telón de fondo cotidiano que tiene
efecto anestesiante ante la violencia.

Lavado de cerebro: Cuando las amenazas, coerciones y mensajes humillantes son


intensos y persistentes, la víctima suele incorporar esos mismos argumentos y
sistemas de creencias como un modo defensivo frente a la amenaza potencial que
implicaría defenderse o refutarlos, cree que la obediencia automática la salvará del
sufrimiento. Llegado a este punto, asume y puede repetir ante quien intente
ayudarla, que ella tiene toda la culpa, que se merece el trato que recibe, etc.

Embotamiento o Sumisión: Cuando las experiencias aterrorizantes son


extremas y reiteradas, el efecto es un "entumecimiento psíquico" en el que las
víctimas se desconectan de sus propios sentimientos y se vuelven sumisas al
extremo. En estos casos, la justificación de la conducta del agresor y la
autoinmolación alcanzan niveles máximos.

En todos los casos los efectos de la violencia intrafamiliar están acompañados por
la sintomatología descrita a nivel físico y psicológico, siendo visibles estas
consecuencias a través de los indicadores o señales de maltrato.

INDICADORES DE MALTRATO
La violencia intrafamiliar es un problema social que todos debemos conocer y
enfrentar, afecta a un alto porcentaje de familias, sin distinción de niveles
sociales, económicos o culturales. A las víctimas les cuesta mucho relatar lo que les
sucede pues tienen miedo, vergüenza y por lo general, tienden a culparse de la
situación.

Desde la posición de víctima suele ser fácil detectar las acciones de maltrato
físico o sexual pues producen dolor y daños evidentes. Detectar la violencia
psicológica o emocional puede ser mas complejo porque a menudo desarrollamos
mecanismos psicológicos que ocultan la realidad cuando esta nos resulta
excesivamente desagradable, sin embargo el sorprenderse realizando
determinados actos o en ciertas situaciones puede evidenciar el hecho.

Si sufres en silencio una situación dolorosa, esperas que las cosas se solucionen por
sí mismas o que el agresor deponga espontáneamente su actitud; si deseas que
alguien acuda en tu ayuda; si te sorprendes haciendo algo que no quieres hacer, que
va contra tus principios o que te desagrada y te sientes incapaz de negarte o; si
has llegado a la conclusión de que la situación dolorosa que sufres no tiene solución

17
y que lo mereces porque te lo has buscado; podrías considerar que estás siendo
víctima de abuso, manipulación y/o acoso psicológico.

Detectar la violencia, física y/o emocional, que sufre otra persona es generalmente
más fácil si nos preocupamos de observar y escuchar. Todos los seres humanos
expresamos los sufrimientos, temores o problemas de algún modo. Muchas víctimas
no delatarán a su agresor abiertamente por temor a represalias o a empeorar la
situación, es el caso de mujeres y niños que además dependen de él. Otras, como
los ancianos o los discapacitados, pueden no contar con la capacidad de expresión
para denunciar lo que les sucede, sin embargo existen varios indicadores o señales
que permiten detectar una posible situación de violencia intrafamiliar.

Indicadores físicos: Los indicadores físicos son frecuentemente más visibles,


aparecen en forma de lesiones físicas, generalmente múltiples, hematomas,
arañazos, mordeduras, quemaduras e irritaciones en la piel, marcas y cicatrices en
el cuerpo, fracturas, dislocaciones, torceduras, movilidad y/o pérdida de los
dientes. Si la víctima ha sido abusada sexualmente pueden presentar además
enfermedades de transmisión sexual, irritaciones o hemorragias en la zona genital
o anal y dificultad para caminar o sentarse, situación que es aún más evidente
cuando el afectado es un niño(a).

Cuando el maltrato consiste en el abandono o la falta de atención a las necesidades


físicas suelen haber síntomas de desnutrición, deshidratación, falta de higiene
corporal y dental y enfermedades, generalmente de tipo respiratorio o
dermatológico de frecuente aparición en ancianos, discapacitados y niños que
carecen de cuidados.

Indicadores emocionales y conductuales: Estos indicadores se presentan en


forma de llanto, sentimientos de culpa o vergüenza, temor, tristeza, angustia,
depresión, ansiedad, insomnio, irritabilidad, cambios de humor, olvidos o falta de
concentración, confusión, desorientación y aislamiento, enfermedades como la
anorexia y la bulimia, baja autoestima, ideas o conductas suicidas.

Cuando la víctima es un niño(a) pueden presentarse además problemas en el


lenguaje, cambios bruscos e inesperados de conducta, temor al contacto con
adultos o rechazo a determinadas personas o situaciones, resistencia al contacto
físico, alteraciones del sueño, del apetito o de la evacuación, agresividad,
retraimiento, aislamiento, erotización de la conducta y de las relaciones, baja
inesperada del rendimiento escolar, lenguaje y comportamientos que denotan el
conocimiento de actos sexuales inapropiados a su edad y fugas del hogar. Se debe
estar atento además a expresiones como: "Estuve solo todo el fin de semana", "mi
hermano no me dejó dormir anoche", "la niñera me estuvo molestando", "El Sr. X
usa calzoncillos divertidos" que puedan dar señales indirectas de abuso.

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Una víctima de maltrato físico o emocional, convencida de que su caso no tiene
solución, puede desarrollar mecanismos de defensa, inconscientes y mecánicos,
para adaptarse a la situación y lograr su supervivencia, existen varios indicadores
en su forma comportarse:

Mantiene una relación con su agresor al que agradece intensamente sus pequeñas
amabilidades; suele negar que haya violencia contra ella y si la admite la justifica;
niega que sienta ira o malestar hacia el agresor; está siempre dispuesta a
mantenerlo contento; intenta averiguar lo que piensa y lo que desea, llegándose a
identificar con él. Cree que las personas que desean ayudarla están equivocadas y
que su agresor tiene la razón y la protege. Le resulta difícil abandonarlo y tiene
miedo de que regrese por ella aún cuando este se encuentre en la cárcel o incluso
muerto.

El reconocimiento de estos síntomas puede permitir la identificación, el


tratamiento precoz y la prevención de problemas futuros, por lo que ante la menor
aparición o sospecha de maltrato es imprescindible una seria investigación, si bien
esta corresponde a las autoridades, todos podemos y debemos tomar ciertas
medidas de reacción.

CICLO DE LA VIOLENCIA
Podemos encontrar distintos comportamientos de naturaleza cíclica dentro de las
distintas categorías de la violencia intrafamiliar: los padres pueden llegar a
maltratar a sus hijos cuando sus exageradas expectativas no logran ser cubiertas
por estos, luego frustrados, los castigan y pueden llegar a agredirlos, para
posteriormente con la esperanza de haberlos aleccionado, renovar las expectativas
y reiniciar el ciclo. Sin embargo la violencia en la pareja y principalmente hacia la
mujer es en sí un ciclo de tres fases que difieren en duración según los casos
(Walter L. E., Síndrome de la Mujer Golpeada. Harper Colophon Books, Nueva York,
1979), estos son:

 Acumulación de tensiones
 Crisis o episodio agudo de violencia
 Arrepentimiento y reconciliación

Acumulación de tensiones (Primera fase): Es el período que antecede a una


crisis o un episodio agudo de violencia. Su extensión varía en cada pareja y puede
prolongarse mucho, por lo que en ocasiones resulta invisible como etapa. Se
caracteriza por la aparición o un leve incremento del comportamiento agresivo, con
breves acciones violentas dirigidas más habitualmente hacia objetos que hacia la
pareja, conducta que es reforzada por un pequeño alivio de la tensión luego del
acto violento, a medida que esta tensión aumenta, se acumula y la violencia se
mueve desde las cosas hacia la pareja mediante el abuso verbal y físico en menor
medida.

19
La víctima intenta modificar su comportamiento a fin de evitar la violencia, intenta
controlar y manejar la situación a través de los recursos que posee, que ha
aprendido y que antes le han servido, acepta los abusos como una forma de bajar la
tensión evitando que su pareja explote, todas sus conductas están centradas en
evitar una crisis mayor, por lo que presta poca atención a lo que siente, ya sea
rabia, impotencia o dolor. Tiende a minimizar y justificar las agresiones
atribuyéndolas a factores externos, los que intenta controlar al máximo. Se siente
responsable por el abuso y lo soporta con la creencia de que es lo mejor que puede
hacer.

Si bien en esta fase el agresor no intenta controlarse, tiene cierta conciencia de lo


inapropiado de su conducta, esto aumenta su inseguridad y el temor a ser
abandonado, lo que refuerza sus conductas opresivas, posesivas y sus celos, trata
de aislar a la víctima de su familia y amistades e intenta ejercer el máximo de
control.

Crisis o episodio agudo de violencia (Segunda fase): En este momento


aparece la necesidad de descargar las tensiones acumuladas, lo que se produce con
tal nivel de destrucción y violencia que resulta fácil de diferenciar respecto de los
hechos ocurridos en la fase anterior.

El nivel de ansiedad y temor en la víctima ante la proximidad de una crisis y la


creencia de que tras el episodio agudo llegará la calma, puede provocar que esta,
generalmente de manera inconciente, lo propicie para tener algún control sobre la
situación, la anticipación de la crisis se acompaña en las mujeres de sintomatología
ansiosa y psicosomática como insomnio, inapetencia, cefaleas y alzas de presión.

Durante el episodio de violencia en la víctima suele primar la sensación de que es


inútil resistirse o tratar de escapar a las agresiones, que no está en sus manos
detener la conducta de su pareja, optando por no ofrecer resistencia. Un
mecanismo frecuentemente presente para sobrevivir al acto violento es la
disociación, mediante la cual la víctima siente como si no fuera ella quien está
recibiendo el ataque. En el agresor prevalecen sentimientos de intensa ira y
pareciera perder el control, sin embargo aún cuando tuviese la voluntad disminuida
(como sucede al consumir alcohol o drogas) la agresión es su propia elección. El
acto de violencia solo se detiene cuando la tensión y el stress han sido
descargados, lo que haga o no la víctima, como defenderse, aguantar, gritar o
llorar, pueden exponerla indistintamente a una mayor agresión. Ante la
intervención policial el agresor suele mostrarse calmo y relajado, en tanto que la
víctima, principalmente mujer, aparece confundida e histérica debido a la violencia
padecida.

Cuando finaliza el episodio violento suele haber un estado de shock que se


caracteriza por la negación e incredulidad sobre lo ocurrido, es frecuente
encontrar sintomatología de estrés post-traumático (miedo, angustia, depresión,

20
sentimientos de desamparo). En las ocasiones en que se busca ayuda se hace días
después del incidente (a menos que haya lesiones graves), el sentimiento que
acompaña esta búsqueda suele ser de desesperanza y es muy esperable encontrar
ambivalencias tanto en lo que la víctima desea, como en las acciones que realiza
para lograrlo, esto se relaciona con distintos aspectos, como su vinculación afectiva
con la pareja, su esperanza de que no ocurran nuevos episodios, el miedo de que sus
acciones se vuelvan en su contra y el arrepentimiento de su pareja, que evidencia la
entrada a la próxima fase del ciclo.

Arrepentimiento y reconciliación (Tercera fase): Esta etapa de calma,


también denominada "luna de miel", se caracteriza por el arrepentimiento del
agresor, las demostraciones de afecto y las promesas de no repetir el hecho. El
hombre intenta reparar el daño inflingido, entrega esperanzas de cambio y puede
que tome a su cargo parte de la responsabilidad, ante la amenaza o el hecho
concreto de que su pareja lo abandone puede buscar ayuda y/o aliados en el
entorno más cercano para recuperarla.

Por otra parte la tensión ha sido descargada y ya no está presente, siendo este un
momento muy deseado por ambos miembros de la pareja, pueden actuar como si
nada hubiera sucedido y comprometerse a buscar ayuda y no volver a repetir el
incidente. En la víctima existe una fuerte necesidad de creer que no volverá a ser
maltratada, que su pareja realmente ha cambiado como lo demuestra con sus
conductas, comienza entonces a idealizar este aspecto de la relación reforzada
además por la creencia de que todo es superable con amor, que también depende de
ella y del apoyo incondicional a su pareja, aparece una percepción de si misma como
refugio y salvación de su agresor.

En esta etapa suele haber una mayor apertura del problema hacia el entorno, es
entonces cuando familiares, amigos y la sociedad en general deben evitar reforzar
el ciclo de la violencia a través de acciones, ideas o consejos que tienden a
mantener la situación y por el contrario deben propiciar una intervención que evite
una escalada de la violencia.

Escalada de violencia: Este es un concepto complementario al de ciclo de


violencia y se define como un proceso de ascenso paulatino de la intensidad y
duración de la agresión en cada ciclo consecutivo.

El agresor no se detendrá por si solo de no mediar una intervención, ya sea policial,


judicial, psiquiátrica y psicológica o la separación, el ciclo volverá a repetirse cada
vez con mayor severidad pues hay una tendencia al aumento de la gravedad de la
violencia en el transcurso del tiempo y una relación entre la escalada de violencia y
la aparición sucesiva de distintas manifestaciones de agresión, siendo frecuentes
en el inicio las de índole psicológica, incorporándose progresivamente el abuso
físico y económico y por último las de tipo sexual, consideradas el indicador de

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mayor gravedad. Mientras menor sea la intensidad de la escalada, menores serán
los riesgos y mejores las posibilidades que tendrá una intervención.

MITOS Y ESTEREOTIPOS
Un paso importante y previo a la prevención y erradicación de la violencia
intrafamiliar implica develar los mitos y estereotipos culturales en que esta se
sostiene, que la perpetúan.

La fuerza del mito radica en que es invulnerable a las pruebas racionales que lo
desmienten, de ese modo las víctimas suelen quedar atrapadas en medio de un
consenso social que las culpabiliza y les impide ser concientes de sus derechos y
del modo en que están siendo vulnerados.

Los mitos en general cumplen tres funciones:

 Culpabilizan a la víctima (mitos acerca de la provocación, el masoquismo,


etc.).
 Naturalizan la violencia ("el matrimonio es así", "los celos son el condimento
del amor").
 Impiden a la víctima salir de la situación (mitos acerca de la familia, el amor,
la abnegación, la maternidad, etc.).

Los siguientes son solo algunos de los muchos y comunes mitos sobre la violencia
intrafamiliar que perpetúan una visión distorsionada de su naturaleza, sus causas y
de los cuales debemos deshacernos:

- "Si la mujer quisiera detener la agresión se defendería o dejaría al hombre


que la maltrata, si no lo hace es porque es masoquista".

Falso. La realidad es que generalmente cuando una mujer trata de defenderse, es


golpeada con mayor fuerza, a nadie le gusta ser amenazada o golpeada, existen
razones sociales, culturales, religiosas y económicas que mantienen a las mujeres
dentro de la relación, el miedo es otra de estas razones. Los peores episodios de
violencia suceden cuando intentan abandonar a su pareja. Los agresores tratan de
evitar de evitar esto mediante chantajes y amenazas de suicidio o de lastimarlas a
ellas o a los niños. También influyen las actitudes sociales, tales como la creencia
de que el éxito del matrimonio es responsabilidad de la mujer o que no deben
separarse por el bien de los hijos.

- "La violencia intrafamiliar es provocada por el alcohol y las drogas".

Falso. La realidad es que el alcohol y las drogas son factores de riesgo ya que
reducen los umbrales de inhibición. La combinación de modos violentos para la
resolución de conflictos con adicciones o alcoholismo suele aumentar el grado de

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violencia y su frecuencia, pero muchos golpeadores no ingieren drogas ni abuzan del
alcohol y no todos los drogadictos o alcohólicos son violentos. Son dos problemas
diferentes y que deben ser tratados por separado.

- "Cuando alguien se porta mal merece ser golpeado".

Falso. La realidad es que nadie merece ser golpeado, no importa qué haya hecho.
Los golpeadores comúnmente culpan de su comportamiento a sus frustraciones, el
stress, el alcohol, las drogas o a su pareja por lo que pudo haber dicho o hecho. La
violencia, sin embargo, es su propia elección y no puede ni debe estar justificada en
ningún caso. Cualquiera sean las circunstancias una persona golpeada siempre será
la víctima y el golpeador el victimario.

- "La violencia intrafamiliar solo concierne a la familia".

Falso. La realidad es que la violencia intrafamiliar es un problema que involucra a


toda la sociedad. Todos debemos proponernos detenerla. El agresor, no por ser
parte de la familia tiene derecho a agredir y dañar al interior de esta, esto además
de estar mal es ilegal, las víctimas deben tener y sentir el apoyo social para que
pierdan el miedo y se decidan a denunciar.

- "La violencia intrafamiliar es un problema de familias pobres y sin


educación".

Falso. La realidad es que la violencia intrafamiliar se produce en todas las clases


sociales, sin distinción de factores educacionales, raciales, económicos o religiosos.
Las mujeres maltratadas de menores recursos económicos son más visibles debido
a que buscan ayuda en las entidades estatales y figuran en las estadísticas. Suelen
tener menores inhibiciones para hablar de este problema, al que muchas veces
consideran como algo normal. Las mujeres con mayores recursos buscan apoyo en el
ámbito privado, cuanto mayor es el nivel socioeconómico de la víctima sus
dificultades para develar el problema son mayores. Sin embargo debemos tener en
cuenta que la carencia de recursos es un factor de riesgo ya que implica un mayor
aislamiento social.

- "La violencia en una relación generalmente sucede solo una vez o de manera
muy ocasional".

Falso. La realidad es que el incidente de maltrato rara vez es un hecho aislado, la


mayor parte de las víctimas mujeres que consulta o denuncia lo hace después de
haber padecido años de violencia. La mayoría de las agresiones se suceden una y
otra vez como una escalada en frecuencia e intensidad con el agravante de tener un
comienzo insidioso pues la víctima no lo nota al principio.

- "Los abusadores pierden el control sobre su temperamento".

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Falso. La realidad es que un acto de violencia no es la pérdida del control sino el
ejercicio del poder de un miembro de la familia sobre otro. Los abusadores
generalmente son sólo violentos al interior de la familia, ejercen el abuso a puerta
cerrada y se cercioran de que otras personas no se enteren, asegurándose de que
nadie denuncie o hable al respecto y cometiendo los actos de abuso físico en
partes del cuerpo que quedan cubiertas por la ropa o en general dejando marcas
menos obvias. Muchos de los abusos son planeados y pueden durar horas.

LOS INVOLUCRADOS
LAS FAMILIAS QUE SUFREN VIOLENCIA

Cuando se forma una familia sus integrantes buscan vivir juntos para protegerse,
quererse y apoyarse mutuamente. Esta es la definición cultural que está detrás de
la decisión de convivir de una pareja. Sin embargo muchas familias terminan en un
verdadero infierno, maltratándose mutuamente o dónde los que tienen más poder
usan la violencia para imponer sus criterios y decisiones.

Investigaciones sociales han identificado factores que pueden incrementar el


riesgo potencial de violencia dentro de una familia (Straus, M.; Gelles, R.;
Steinmetz, S., A Puertas Cerradas: Violencia en las Familias Norteamericanas.
Anchor Books, Garden City, NY., 1981), estos son:

 Duración del período de riesgo, entendido como la cantidad de tiempo que


los miembros de una familia están juntos.
 Gama de actividades y temas de interés, referido a la interacción entre los
miembros de una familia.
 Intensidad de los vínculos interpersonales.
 Conflictos de actividades, entendido como las diferencias de opinión en las
decisiones que afectan a todos los miembros.
 Derecho culturalmente adquirido a influenciar los valores, comportamientos
y actitudes de los otros miembros de la familia.
 Diferencias de edad, sexo y roles atribuidos en función de estas.
 Carácter privado del medio familiar.
 Pertenencia involuntaria, entendido como el hecho de no haber elegido a la
familia.
 Stress atribuible al ciclo vital como cambios socioeconómicos y otros.
 Conocimiento íntimo de la vida de cada uno de los otros miembros, de sus
puntos débiles, de sus temores y preferencias.

Estos factores incrementan la vulnerabilidad de la familia y transforman el


conflicto, inherente a toda interacción, en un factor de riesgo para la violencia.
Para conceptualizar a la familia como un espacio propicio para las interacciones
violentas podemos analizar dos variables en torno a las cuales se organiza el
funcionamiento familiar: el poder y el género.

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Ambas categorías aluden a una particular organización jerárquica, según la cual la
estructura del poder tiende a ser vertical de acuerdo a los criterios de género y
generación o edad. Por ejemplo, encontramos que en estas familias el concepto de
"Jefe de familia" suele corresponder al varón adulto o que en muchas culturas y
subculturas, cuando viaja o muere el padre, su lugar pasa a ser ocupado por el
mayor de los hijos varones, independientemente de la existencia de la madre y/o
hermanas mayores.

Elementos tales como la verticalidad, disciplina, obediencia, jerarquía, respeto y


castigo pueden resultar funcionales para la organización dentro de instituciones
como las militares, sin embargo cuando estos fundamentos sirven de base para
regular las relaciones intrafamiliares se genera un modelo autoritario de familia, el
cual, inserto en una cultura patriarcal cargada de estereotipos culturales y de
género, se caracterizará por la unidireccionalidad, ya que en este modelo el
concepto de respeto no es entendido como una categoría que requiere
reciprocidad, sino que es definido a partir de una estructura de poder en la cual la
dirección establecida es vertical ascendente (de "abajo" hacia "arriba", ejemplos:
"Los hijos deben obedecer a los padres", "las faltas a la obediencia y al respeto
deben ser castigadas", "La mujer debe seguir al marido"). La aceptación de esta
norma legitima diversas formas de violencia intrafamiliar.

En una estructura familiar vertical, se suele poner el acento en las obligaciones,


más que en los derechos de los miembros. Por lo tanto, los más débiles tienen una
oscura conciencia de sus opciones y facultades. De ahí que su dependencia con
respecto a los más fuertes se acentúe y su autonomía personal se vea recortada.

Para evaluar el potencial de violencia en una familia se requiere la consideración de


los siguientes elementos:

 Grado de verticalidad de la estructura familiar.


 Grado de rigidez de las jerarquías.
 Creencias en torno a la obediencia y el respeto.
 Creencias en torno a la disciplina y al valor del castigo.
 Grado de adhesión a los estereotipos de género.
 Grado de autonomía relativa de los miembros.

Las familias que presentan problemas de violencia muestran un predominio de


estructuras familiares de corte autoritario, en las que la distribución del poder
sigue los parámetros dictados por los estereotipos culturales. Habitualmente, este
estilo vertical no es percibido por una mirada externa ya que la imagen social de la
familia puede ser sustancialmente distinta de la imagen privada. Esta disociación
entre lo público y lo privado, para ser mantenida, necesita de cierto grado de
aislamiento social que permite sustraer el fenómeno de la violencia de la mirada de
otros.

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Los antecedentes que emergen de la historia personal de quienes están
involucrados en relaciones violentas muestran un alto porcentaje de contextos
violentos en las familias de origen. Estos modelos violentos tienen un efecto
cruzado cuando consideramos la variable género. Los hombres violentos en su hogar
suelen haber sido niños maltratados o, al menos, testigos de la violencia, luego se
identifican con el agresor incorporando activamente en su conducta lo que alguna
vez sufrieron activa o pasivamente. Las mujeres maltratadas también tienden a
tener historias de maltrato y llevan a cabo un verdadero aprendizaje de la
indefensión.

Cuando la violencia en la familia de origen ha servido como modelo de resolución de


conflictos interpersonales y ha ejercido el efecto de normalización de la violencia,
la recurrencia a tales conductas percibidas a lo largo de la vida, las ha convertido
en algo corriente, a tal punto que muchas víctimas no son concientes del maltrato
que sufren y muchos agresores no comprenden el daño que ocasionan.

LA VÍCTIMA

De acuerdo al concepto de violencia intrafamiliar, quienes la sufren se encuentran


principalmente en los grupos definidos culturalmente como los sectores con menor
poder dentro de la estructura jerárquica de la familia como las mujeres, los
menores de edad (niños y niñas), los ancianos y los discapacitados.

Un factor común en quienes han sufrido situaciones de violencia en la infancia, sean


hombres o mujeres es la baja autoestima. Esta, por efecto de la socialización de
género se manifiesta de manera distinta según el sexo: en las mujeres incrementa
los sentimientos de indefensión, originados tras los intentos fallidos de salida de la
situación de maltrato, y la culpabilidad; en los hombres, activa mecanismos de
sobrecompensación que lo llevan a estructurar una imagen externa dura.

En un nivel emocional la víctima posee sentimientos de desesperanza, se percibe a


sí misma sin posibilidades de salir de la situación en la que se encuentra. Tiene una
idea hipertrofiada acerca del poder del agresor, el mundo se le presenta como
hostil y cree que nunca podrá valerse por sí misma.

En general la víctima suele sentir vergüenza por los actos de violencia de su pareja,
actitud denominada "delegaciones emocionales" (Ravazzola M.C., Historias
Infames: Los Maltratos en las Relaciones. Paidós, Buenos Aires, 1998) y definida
como aquella circunstancia en las que un miembro de la familia siente el malestar
que debiera sentir otro. De igual forma suelen sentirse culpables del fracaso de su
relación, atribuyéndose muchas veces la responsabilidad de ser maltratadas
mediante las mismas justificaciones que utiliza el agresor, reforzando así sus
conductas.

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Cuando el maltrato es muy grave y prolongado la víctima puede tener ideas de
suicidio o de homicidio, se refuerzan los sentimientos de desvalorización y
comienza a verse a sí misma como inútil, tonta o loca, tal como se le repite
constantemente. Muchas veces puede llegar a dudar de sus propias ideas o
percepciones, esta pérdida de confianza le dificulta excesivamente tomar
decisiones aún aquellas del ámbito más cotidiano y doméstico.

El miedo es una emoción frecuente en las personas que viven violencia, se relaciona
con la vivencia de los episodios violentos y generalmente actúa inmovilizando, en
muchos casos le impedirá a la víctima salir de la situación de abuso, pedir ayuda y
buscar soluciones.

En la dimensión conductual, la víctima tiende al aislamiento y a ocultar al entorno,


lo que vive en su relación de pareja y/o familiar. Suele tener conductas temerosas
y expresar dependencia y sumisión, experimenta un verdadero conflicto entre su
necesidad de expresar sus sentimientos y el temor que le provoca la posible
reacción de su agresor. Al mismo tiempo, mantiene diversas conductas de apoyo,
cuidado y protección hacia su agresor. Su comportamiento puede aparecer
contradictorio y expresa ambivalencias (por ejemplo, denunciar el maltrato y luego
retirar la denuncia).

La víctima tiende a ubicarse en un lugar secundario o postergado en sus relaciones,


en este sentido se orienta a los otros, percibiéndose poco central o protagónica en
los sistemas en que vive, por el contrario, atribuye a su agresor un gran poder, lo
asume como dueño de la verdad, le atribuye autoridad y frecuentemente justifica
los abusos, ya sea por sentirse responsable de ellos o porque asume que al haber
sido su agresor víctima de otros abusos, queda liberado de su responsabilidad.

Otras características, al no ser generales, son identificadas como factores de


riego, entre ellas el bajo nivel cultural y educacional, nivel socioeconómico de
pobreza, de gran relevancia en cuanto a medios y posibilidades para poder escapar
o no de una situación de violencia y un aislamiento social que le impide acceder a
fuentes de apoyo externas ya sean familiares o comunitarias.

La represión de las necesidades emocionales lleva a menudo a canalizar la expresión


de lo reprimido a través de síntomas psicosomáticos. A nivel sintomático lo más
frecuente es encontrar depresión (abierta o larvada), las personas que viven
violencia se sienten prisioneras entre la agresión y la impotencia. Por otra parte es
frecuente el aumento del consumo de alcohol y drogas como parte de las conductas
autodestructivas o de las anestesiadoras.

También se encuentra presente la sintomatología de stress post-traumático, cuyos


componentes principales son la tendencia a volver a experimentar el trauma,
expresado en pensamientos recurrentes, sueños e imágenes y sentimientos que
aparecen en forma súbita, pérdida de interés por el mundo externo, por las
actividades, sentir a las personas como extraños, inexpresividad afectiva, estado

27
de hipervigilancia, trastornos del sueño, dificultad de concentración y memoria,
entre otros. Otros signos serán visibles a través de los indicadores de maltrato o
de las consecuencias y efectos de la violencia intrafamiliar.

EL AGRESOR

Los agresores presentan ciertas características que contribuyen a describir cómo


se va organizando su comportamiento y los mecanismos que le permiten mantener
su posición. Frecuentemente quienes están involucrados en relaciones violentas
muestran un alto porcentaje de contextos violentos en sus familias de origen. Los
agresores suelen haber sido maltratados o abandonados en su infancia o, al menos,
testigos de actos de violencia intrafamiliar. La violencia en la familia de origen ha
servido de modelo de resolución de conflictos interpersonales y ha ejercido el
efecto de normalización de la violencia. La recurrencia de tales conductas,
percibidas a lo largo de la vida, las ha convertido en algo corriente, a tal punto que
muchos agresores no comprenden cuando se les señala que sus conductas ocasionan
daño.

El agresor, tanto el que maltrata a su pareja como a sus hijos u otros familiares,
suele ser una persona de baja autoestima, pobre control de impulsos y sin
trastornos psiquiátricos evidentes (aunque suele tener una fuerte tendencia a
confundir sus suposiciones imaginarias, como los celos, con la realidad), por tanto
su objetivo no es satisfacer algún tipo de necesidad sádica o psicopática que
proporcione placer a través del sometimiento del otro, sino emplear un recurso
definitivo que le permita instaurar o mantener el poder y control en la relación de
pareja o familiar.

El agresor tiende a eludir su responsabilidad a través de medios como la


externalización, mediante la cual justifica su actuar con extensas listas de razones
o culpando a fuerzas externas; y la negación, que le permite identificar a otros
como los causantes del problema y desligarse de las acciones necesarias para
superar sus dificultades. En el caso del abuso sexual el agresor tiene plena
conciencia de su actuar por lo que niega o encubre su conducta para poder
mantenerla. Todo lo anterior como una manera de proyección de la responsabilidad
y la culpa.

El aislamiento social tiende a ser una imposición a sí mismo pues percibe el entorno
más próximo como una amenaza a su necesidad de ejercer control, a pesar de esto
suele proyectar una imagen de excelente cónyuge, pareja, padre o hijo, al adoptar
modalidades conductuales disociadas: en el ámbito público se muestra como una
persona equilibrada, en la mayoría de los casos no trasunta en su conducta nada que
haga pensar en actitudes violentas, haciendo menos creíble una eventual denuncia.
En el ámbito privado, en cambio, se comporta de modo amenazante, utiliza
agresiones verbales y físicas, como si se tratase de otra persona. Su conducta es
posesiva y se caracteriza por estar siempre "a la defensiva".

28
Existen otras características que aunque principalmente se orientan a las víctimas,
algunas son asociadas al agresor, sin embargo al no ser generales, son identificadas
como factores de riego.

Abusador infantil

Las características generales, si bien no son suficientes para elaborar un perfil,


suelen ser comunes a los agresores. En cuanto a quien ejerce violencia hacia un
menor de edad, además de ellas, se puede agregar que este suele ser el padre o la
madre del niño(a), en ocasiones pueden ejercerla ambos, en todo caso
generalmente será un conocido o familiar, sin que exista otro rasgo específico de
su personalidad. Puede que ni siquiera desearan ser padres, en otras oportunidades
serán padres muy permisivos que se ven sobrepasados por los niños(as) al no fijar
normas claras y mantenerlas en el tiempo, luego al no poder validar su autoridad
recurren a gritos, descalificaciones e incluso golpes.

En cuanto a su comportamiento, además de lo expresado en las características


generales, rutinariamente emplean una disciplina inapropiada para la edad y
condición del niño(a), tienen expectativas irreales en cuanto él y demuestran falta
de preparación o inexperiencia en el ejercicio de la paternidad responsable.

Hombre que agrede a la mujer

Generalmente en una situación de violencia al interior de la pareja se identifica al


hombre como el miembro de la familia que la ejerce, estos se caracterizan por su
inexpresividad emocional y la escasa habilidad para la comunicación verbal de sus
sentimientos. Tienen miedo de perder a su pareja (miedos de dependencia), el cual
generalmente reprimen y la perciben a ella como la causante del hecho de sentirse
amenazados. Esta expresión inadecuada de emociones, que enmascara como rabia o
enfado la mayor parte de los miedos, ansiedades e inseguridades responde a lo
difícil que le resulta observarse y cuestionarse a sí mismo (resistencia al
autoconocimiento) debido a la internalización de un modelo masculino tradicional
donde se posiciona al hombre en una situación de privilegio sobre la mujer, en los
ámbitos político, jurídico, económico, psicológico, cultural y social y se validan los
mitos de superioridad del hombre en los aspectos biológico, intelectual, sexual y
emocional. Estas ideas suelen ser cerradas, con pocas posibilidades reales de ser
revisadas debido a una percepción rígida y estructurada de la realidad.

De una manera más específica, los hombres que ejercen violencia hacia su pareja
han sido clasificados en dos categorías: Cobras o Pit Bulls (concepto muy resistido
por quienes gustan de esta raza de perros).

"La cobra es una serpiente, tranquila y concentrada antes de atacar a sus víctimas
con poco o ningún aviso. La furia del Pit bull arde lentamente y crece, una vez que
sus dientes se hunden en su víctima, no la sueltan" (Jacobson, N.; Gottman J.,

29
When Men Batter Women: New insights into ending abusive relationships. Simon &
Schuster, New York, 1998).

A los hombres Pit bull sus miedos de dependencia los llevan a monitorear cada
movimiento de su pareja, sus celos los hacen ver traición en cada uno de ellos y
esto los enfurece, cuando su rabia se torna violenta parecen perder el control y
atacan, incluso públicamente.

Los hombres Cobra son fríos y calculadores, suelen presentar rasgos criminales y
antisociales, su violencia nace de una necesidad patológica de cumplir su objetivo
de ser el jefe y estar seguro de que todos, especialmente sus esposas o parejas, lo
sepan y actúen de acuerdo a ello, cuando piensan que su autoridad ha sido retada
luchan rápidamente y con furia llegando a amenazar con cuchillos o armas de fuego.
Aunque tienen mayor control que los Pit Bulls, suelen ser más violentos y dirigen su
agresividad no solo hacia quienes aman, como los Pit bulls, sino que también a
extraños, animales, amigos o compañeros de trabajo, calmándose internamente
mientras su violencia aumenta.

Las historias de vida de los Cobras y los Pit Bulls también tienden a ser diferentes,
los primeros casi siempre tuvieron infancias traumáticas y violentas, con
participación en actos delictuales y experiencias personales de abuso de alcohol y
drogas. Los Pit Bulls son menos propensos a tener historial criminal y presentan
mayor probabilidad de provenir de hogares violentos, en general suelen presentar
mejor potencial de rehabilitación que los Cobras.

De acuerdo a su personalidad, los agresores también han sido divididos en (Dutton,


D.; Golant, S., El golpeador: Un perfil psicológico. Paidos, Barcelona, 1997):

 Básicos o perfil básico del maltratador


 Psicopáticos
 Hipercontroladores

Básicos: Cíclicos, emocionales con episodios esporádicos y remordimientos, estados


de ánimo variables y de cambios intensos, inseguros, impulsivos, con pobres
relaciones interpersonales.

Psicopáticos: Con personalidad antisocial, generalmente con antecedentes penales


y violencia en otros contextos, agresión indiferenciada, ausencia de respuestas
emocionales, manipulación interesa de los demás, adicciones, agresividad en
general, irresponsabilidad persistente.

Hipercontroladores: Con personalidad paranoide, necesidad de control sobre su


pareja, desconfianza y sospecha generalizada, celos, percepciones de persecución o
complot, control del entorno preventivo, acciones violentas planificadas.

30
LA REHABILITACION
La rehabilitación es un proceso que debe comprender tanto a agresores como a
víctimas, las personas que han experimentado un evento de violencia intrafamiliar,
sufren en un primer momento un estado emocional de crisis, el cual debe ser
tratado psicológicamente por personal especializado que le permita recuperar su
estabilidad emocional, de igual forma se debe realizar la atención de seguimiento
psicológico a los eventos de crisis, a través de lo cual se logra una comprensión
amplia del problema por parte de las personas que lo sufren, y es un preámbulo
para la incorporación a las sesiones de terapia grupal.

Las personas que han sufrido una o varias experiencias de violencia intrafamiliar,
así como aquellas que generan la violencia, necesitan dentro de su tratamiento
emocional, incorporase a grupos terapéuticos y de auto ayuda, en los cuales se
desarrollan técnicas conjuntas entre personas que han experimentado el mismo
problema (víctima-víctima o agresor-agresor, la terapia víctima-agresor suele
estar contraindicada), logrando conocer la experiencia de otras, y aprender mas
sobre su situación. Es en estos grupos terapéuticos donde se desarrollan los
espacios necesarios para terminar de sanar las huellas emocionales de la violencia,
y poder recuperar la autoestima de cada persona, lo cual es indispensable para
continuar nuevos proyectos de vida.

Respecto a la rehabilitación de los agresores se ha reconocido que la atención de


los mismos es fundamental para romper el ciclo de la violencia y evitar su
reincidencia, pues aunque en muchos casos la víctima se separará del agresor (la
mujer se separará del marido violento, los hijos de los padres, etc.) un alto
porcentaje continuará viviendo con él. Además, en los casos de separación, el
agresor podrá formar una nueva pareja o tener nuevos hijos y existirá una alta
probabilidad de que se repita la situación anterior.

Sin embargo existe controversia respecto a los programas de rehabilitación pues


muchos sostienen que los escasos medios y los esfuerzos públicos deben destinarse
preferentemente a asistir a las víctimas. Esto, sumado al gran escepticismo
respecto de las posibilidades rehabilitadoras de los hombres maltratadores
(experiencias conocidas, en Europa y los Estados Unidos, presentan altos índices
de abandonos de la terapia aunque se ha de tener en cuenta que muchas de estas
intervenciones se hacen generalmente dentro de programas carcelarios, con
hombres convictos por delitos graves y obligados por orden judicial) hacen que en

31
la actualidad la vía más concreta para comenzar una rehabilitación voluntaria sea la
solicitud particular, por parte del agresor, de atención psiquiátrica y/o psicológica
en los sistemas de salud público o privado.

Por otra parte, tanto partidarios de los programas como detractores coinciden en
que los tratamientos de rehabilitación pueden ser complementarios pero nunca
sustitutivos de las medidas penales.

La rehabilitación se refiere a un complejo proceso de modificación de conductas


concientes, esta solamente puede enmarcarse en el contexto de un tratamiento
ejercido por profesionales con un adecuado enfoque teórico y metodológico que
guíe su actuación con el agresor.

Fuera de esto es posible modificar los actos de violencia psicológica que podamos
ejercer inconcientemente, si aplicamos los indicadores o señales de maltrato a
nuestras propias acciones podremos detectar la existencia de personas en nuestro
entorno a las que, sin darnos cuenta, estemos manipulando o maltratando. La mejor
forma de dilucidar si nos estamos comportando con alguien como agresor es
utilizar toda nuestra capacidad de empatía y nuestra humildad para ponernos en el
lugar de las personas y familiares que nos rodean y analizar nuestra conducta
frente a ellos.

A veces somos conscientes de la hostilidad que sentimos hacia una persona, pero no
del maltrato que le estamos infligiendo, sentir rabia, envidia o rencor contra otros
es casi siempre irremediable porque las emociones no se someten al raciocinio, lo
que si podemos someter al control de la razón son nuestras acciones. Por lo tanto
ejercer o no violencia hacia otros siempre será nuestra elección y quien maltrata
siempre será responsable de su proceder.

PREVENCION
DESARROLLO DE PROGRAMAS

La importancia del problema de la violencia intrafamiliar, su alta prevalencia,


carácter repetitivo y las dramáticas repercusiones en la víctima y en los distintos
miembros de la familia apoya la necesidad de comprometerse con su prevención y el
desarrollo de programas con este fin. Conceptualmente la prevención puede
definirse agrupando sus esfuerzos en tres categorías (Caplan, G., Principios de
psiquiatría preventiva. Paidós, Barcelona, 1985):

Prevención primaria: Es una intento por reducir la tasa de incidencia de un


determinado problema en la población atacando las causas identificadas del mismo
antes que éste pueda llegar a producirse. Su objetivo es reducir la probabilidad de
aparición del problema dirigiendo los esfuerzos tanto a transformar el entorno de
riesgo como a reforzar la habilidad del individuo para afrontarlo.

32
Para que un programa pueda clasificarse como de prevención primaria debe
dirigirse a un grupo o comunidad en lugar de a individuos, debe intervenir antes de
que emerja el problema y estar dirigido a la población en riesgo o vulnerable y debe
apoyarse en sólidos conocimientos procedentes de la investigación del problema de
que se trate (Cowen, E. L., Primary prevention research: Barriers, needs and
opportunities. The Journal of Primary Prevention, New York, 1982).

Dado que las causas asociadas a la violencia intrafamiliar indican que el uso de la
violencia para la resolución de conflictos intrafamiliares está vinculado con el
aprendizaje a partir de modelos familiares, grupales, institucionales y culturales,
un programa de prevención primaria podría ser definido como: Un proceso que
informa, motiva y ayuda a la población a adoptar y mantener formas no violentas de
resolución de conflictos familiares, proporciona modelos de funcionamiento
familiar más democráticos y ampara los cambios en los contextos de riesgo
necesarios para facilitar esos objetivos, dirigiendo la formación profesional y la
investigación en esa misma dirección.

Prevención secundaria: Es un intento de reducir la tasa de prevalencia (número de


casos existentes) de un determinado problema. Los esfuerzos se dirigen a
asegurar una identificación precoz del problema y una intervención rápida y eficaz.

Identificados los factores de riesgo a partir de la investigación del problema de la


violencia intrafamiliar, tanto en los contextos como en los individuos, un programa
de prevención secundaria tenderá a elaborar estrategias de intervención que,
dirigidas a la población más vulnerable, le proporcione recursos para la
identificación temprana del problema y un apoyo social eficiente y accesible.

Prevención terciaria: Tiene como objetivo reducir los efectos o las secuelas de un
determinado problema, tratando de evitar las recidivas o recaídas. Los esfuerzos
se dirigen a proveer programas de recuperación y rehabilitación para quienes han
sido afectados por el problema.

La prevención terciaria consiste en asegurar los recursos asistenciales para una


adecuada respuesta médica, psicológica, social y legal a la población afectada por el
problema. Incluye medidas de protección a las víctimas y programas especializados
en la atención de víctimas y agresores. Las acciones deben emprenderse
simultáneamente en varios niveles y encontrarse interrelacionadas, lo cual implica
un compromiso multidisciplinario e interinstitucional.

Una respuesta adecuada a la violencia intrafamiliar, con la implementación de


programas de prevención requiere necesariamente la integración de recursos de
acuerdo a una política global que contemple acciones en los niveles legislativo,
judicial, policial, de salud, educación, seguridad social y empleo entre otros. Se
deberá por lo tanto identificar la etapa en que se encuentran nuestras
comunidades con relación a la percepción social del problema, el estado actual de la
investigación en torno a la problemática, la voluntad política existente para la

33
formulación de la mencionada política global y establecer dentro de los objetivos
de las intervenciones y acciones:

 Develar los mitos y estereotipos culturales en que se sostiene la violencia


utilizando los distintos medios de comunicación para informar y desmitificar
acerca del problema.
 Concienciar a la comunidad acerca de la violencia intrafamiliar entendida
como un problema social.
 Proponer modificaciones en la estructura y en los contenidos del sistema de
educación formal y proporcionar modelos alternativos de funcionamiento
familiar, más democráticos y menos autoritarios.
 Desarrollar programas de prevención dirigidos a niños de distintas edades,
con el fin de que identifiquen las distintas formas de abuso y se conecten
con formas alternativas de resolución de conflictos.
 Alentar la existencia de una legislación adecuada y específica para el
problema y promoverla.
 Promover la creación de redes de recursos comunitarios para proveer apoyo
y contención a las víctimas.
 Crear programas de capacitación para profesionales, educadores y otros
sectores involucrados, para prevenir una segunda victimización (o
victimización secundaria).
 Crear programas de tratamiento y recuperación para víctimas y agresores,
y orientar los tratamientos, en el nivel individual, hacia un incremento de la
autoestima, reducción del aislamiento social y configuración de vínculos más
igualitarios y menos posesivos.

Al enfocar todo lo anterior hacia las causas de la aparición de la violencia


intrafamiliar para cambiar las normas y valores que la toleran y fomentan, se
produciría un marco ideal de prevención; donde las acciones se realizarán de
acuerdo a un modelo ecológico que permite orientar los planes de trabajo a niveles
macro, meso y microsocial.

A nivel macrosocial, buscará intervenir en las políticas públicas y normas jurídicas,


en el Estado y Consejos Reguladores, los que adoptarán medidas para provocar
cambios en la conducta social tendientes a lograr la instauración y aceptación en la
conciencia colectiva de bases de comportamiento favorables; a nivel meso, se
construirán espacios y mecanismos de prevención y atención sectoriales (salud,
policía, legal, educación); y en el nivel microsocial, se mejorarán las condiciones del
entorno, en la comunidad y sus organizaciones, así como se potenciará a las familias
en el ejercicio de los derechos de cada uno de sus miembros.

A escala macro y mesosocial los principales agentes educativos responsables son la


escuela y los medios de comunicación mientras que en la escala microsocial es la
familia.

34
La escuela, entendida como la educación formal, deberá ser un espacio donde se
fomenten valores tales como el respeto, la igualdad dentro de la diversidad y
comprensión hacia los(as) que son diferentes. Por ser este un lugar donde se
aprende a pensar, descubrir y analizar el mundo, es una plaza idónea para prevenir
la violencia, educando para construir relaciones satisfactorias entre los humanos,
sin chantajes, paritarias, justas y solidarias, donde se defiendan los espacios
personales y colectivos de expresión y el diálogo entre lo diferente sea posible:
diferentes sexos, culturas, personalidades y generaciones.

Hablamos de una verdadera educación para la no violencia a modo de prevención


primaria dirigida a las nuevas generaciones. Teniendo en cuenta que la variable
género ha sido identificada como un factor relevante en el problema de la
violencia, resulta esencial el diseño de un modelo educativo no sexista que permita
flexibilizar los estereotipos culturales relativos al género y que, a la vez, incluya en
el currículum de la educación formal el aprendizaje de métodos no violentos para la
resolución de conflictos interpersonales. La intervención preventiva sobre
contextos de riesgo implica el entrenamiento de los futuros padres y madres en
métodos disciplinarios no violentos, como un modo de proporcionar a las nuevas
generaciones modelos alternativos de ejercicio del poder intrafamiliar.

Una manera de conseguir este cambio de modelo educativo y cultural sería


mediante la educación en igualdad de niños y niñas. Educar, tanto en igualdad de
derechos como de oportunidades supone que las actitudes y valores
tradicionalmente considerados como masculinos o femeninos pueden ser aceptados
y asumidos por personas de cualquier sexo facilitando el conocimiento y la
identificación con los derechos y necesidades de otros(as).

Es necesario que los colegios incorporen espacios de reflexión y educación sobre la


violencia y otros temas que puedan resultar inquietantes o amenazantes en los
cuales interactúen no solo alumnos y profesores sino también los padres.

A modo de prevención secundaria, la reconversión de los recursos profesionales y


de los agentes comunitarios (educadores, profesionales de la salud, religiosos,
policía, agentes judiciales) para que comprendan adecuadamente el problema e
instrumenten respuestas no victimizadoras y orientación adecuadas, deberá ser
tarea prioritaria. Formar, capacitar permanentemente y sensibilizar sobre el
problema de la violencia al interior de la familia facilitará la detección precoz por
parte de las organizaciones comunitarias (escuela, hospital, iglesia, policía,
instituciones recreativas, etc.).

Por su parte los medios de comunicación tales como la televisión, los periódicos, la
radio e incluso internet representan la mayor fuente de información para la
población en general (por sobre los libros, la educación formal u otras fuentes). De
ahí, y por su capacidad de influencia, la importancia que tienen en la formación de
opiniones, especialmente de los y las jóvenes, y la responsabilidad que ello conlleva
a la hora de tratar problemáticas sociales.

35
Es de vital importancia que los medios de comunicación adhieran a campañas de
solidaridad, atención y prevención de la violencia, drogadicción, alcoholismo, salud,
etc. Sin embargo una manera más eficaz de prevención sería ofrecer modelos
positivos que encarnen valores de igualdad y respeto, evitando los mensajes de
violencia, sexismo y competitividad actualmente presentes en producciones donde
personajes legitiman, de forma cada vez más sofisticada, el uso de la fuerza y la
opresión en pos de la consecución de objetivos o la resolución de conflictos. Las
noticias relativas a violencia intrafamiliar deberán abordarse globalmente,
analizando las causas que la provocan, con una definición editorial y el aporte de
opiniones diversas que permitan vislumbrar soluciones, evitando la morosidad y el
sensacionalismo.

Por su parte la publicidad podría transmitir una visión real del papel que las
mujeres desempeñan en la actualidad, así como del aporte de los adultos mayores y
discapacitados a la sociedad, cambiando la imagen que cotidianamente se ha
ofrecido a través de tópicos tradicionales o estereotipados basados en la juventud,
el éxito y la belleza, que se convierten en modelos a imitar y que refuerzan los
mitos que ayudan a perpetuar la violencia.

Prevenir la violencia intrafamiliar implica afrontar las causas estructurales y


sociales que sustentan las desigualdades de género, sociales, económicas y políticas
ancladas en la estructura de nuestra sociedad, pero no por ello inamovibles. En
éste contexto cada individuo y cada organización es solo un pequeño eslabón de la
gran cadena necesaria para abordar eficazmente el problema, pero eso no nos
exime de la parte de responsabilidad que nos concierne.

Aunque todo lo expuesto y el mismo concepto de prevención global pueda parecer


pretencioso por las dificultades objetivas que entraña, no debemos caer en la
impotencia a la que nos someten los objetivos utópicos, sino dar todos los pasos
posibles en la dirección apuntada, con la conciencia de que nuestra actuación solo
será efectiva si trabajamos en coordinación con los muchos profesionales e
instituciones que tienen un papel en el problema.

ACCIONES A NIVEL FAMILIAR

En la escala microsocial, donde la familia es el principal agente educativo en su


calidad de espacio para que el ser humano crezca y se desarrolle como individuo, es
donde se ubican las acciones que cada persona puede ejecutar para favorecer la
prevención de la violencia. Estas, de acuerdo a su objetivo, se dividen en acciones
para: la prevención de la violencia en las relaciones familiares, la prevención del
maltrato infantil y la prevención de personas dependientes o semidependientes
como los adultos mayores y los discapacitados.

Respecto a la prevención de la violencia en las relaciones familiares será


indispensable, en primer lugar, reconocer y aceptar como principios básicos que:

36
Todos los miembros de una familia tienen la obligación de tratarse con respeto, los
que la integran son distintos entre sí, pero esto no quiere decir que unos sean
superiores a otros pues todos somos iguales en cuanto a la dignidad y el respeto a
nuestros derechos.

Ningún argumento o razonamiento justifica el uso de la violencia, esta es


incompatible con la dinámica familiar y no es un método válido para resolver
conflictos pues solo sirve para someter y controlar.

Ninguno de los miembros de la familia tiene derecho a disponer de la libertad, la


integridad, ni la vida de otro, aún cuando, como en el caso de una pareja, uno de los
integrantes decida poner término a la relación pues esta nunca incluye la posesión o
pertenencia del cuerpo ni de los derechos de otros.

Luego podemos plantearnos como objetivo, propiciar un modelo de familia que sea
un espacio de encuentro gratificante, que potencie las capacidades y posibilidades
de todas las personas que lo integran, donde existan relaciones igualitarias entre
mujeres y hombres, equilibrio en la toma de decisiones, en la distribución del
tiempo, en el reparto de las responsabilidades, tareas domésticas y de cuidado a
los miembros dependientes como niños y niñas, ancianos y/o discapacitados, todo lo
cual hará que las relaciones interpersonales sean más placenteras.

Como lógicamente todas las familias funcionan mejor en algunas áreas que en otras,
debemos procurar analizar aquellas donde se producen mayores conflictos, un buen
ejercicio será revisar como se presentan los elementos más relevantes de la
interacción familiar, estos son: Respeto, afecto, confianza, cooperación, humor,
recreación, valores, reglas, flexibilidad y creatividad.

Respeto: El respeto no solo implica referirse a otros en buenos términos o con


adecuadas normas de educación, sino que supone aceptar que cada miembro de la
familia es valioso a pesar de las diferencias individuales y reconocer el derecho de
cada uno de tener sus propios deseos, sentimientos, opiniones e ideas y vivir de
acuerdo a ellos, siempre que esto no dañe a los demás. Es necesario que cada
integrante perciba la existencia de un marco de libertad para opinar y expresar lo
que realmente siente. Aceptar las diferencias dentro de la familia es el primer
paso para hacerlo fuera de ella, donde se deberá saber respetar, entre otras
cosas, la raza, religión, cultura, clase social y estilo de vida de las demás personas.

Afecto: El afecto es tan imprescindible como las necesidades físicas básicas de


abrigo y alimentación, puede ser expresado en variadas conductas como caricias,
abrazos, juegos y conversaciones.

Confianza: Los miembros de la familia deben poder confiar los unos en los otros y
establecer límites sanos entre ellos. La confianza se va desarrollando a medida que
las experiencias positivas van predominando sobre las negativas, también implica

37
creer en la capacidad que cada uno tiene de aprender de los errores y de cambiar
de manera positiva.

Cooperación: Todas las personas necesitan unas de las otras para poder vivir. Los
integrantes de la familia deben ayudarse mutuamente y entregarse cooperación
para resolver sus problemas, tanto materiales como afectivos.

Humor: El buen humor, aunque no siempre sea fácil de lograr, ayudará a minimizar
las tensiones propias de la vida y aceptar aquellas situaciones difíciles de
modificar, permite hacer frente a la adversidad y recobrarse del dolor con mayor
facilidad. El humor sano consiste en reír junto a otros y no a costa de otros; humor
no es avergonzar, criticar o molestar.

Recreación: Es importante pasar tiempo juntos en familia pues estos espacios


permiten enriquecer la convivencia, son múltiples las actividades de recreación que
pueden ser compartidas como vacaciones, comidas, juegos, compras, caminatas y
charlas.

Valores: La familia es trasmisora de los valores con que el individuo se integra a la


sociedad, estos deben ser claros y coherentes e involucrar diferentes aspectos de
la realidad, como el amor, la amistad, el honor, la amabilidad, la solidaridad y la
fidelidad. Deben ser transmitidos con paciencia, amor y delicadeza, de forma
verbal y mediante ejemplos prácticos. Desde niños(as), de manera progresiva y de
acuerdo a la edad, deberán inculcarse también a través de libros, juegos y
juguetes.

Reglas: Las reglas están basadas en los valores y al igual que estos, pueden ser
explícitas o no, pero siempre consistentes y con sentido, esto nos permitirá
conducirnos de manera adecuada en gran parte de la vida diaria sin tener que
detenernos a analizar cada cosa que hacemos; no obstante, deben ser
periódicamente examinadas.

Flexibilidad: Si bien las reglas son necesarias para que cada uno sepa cómo
comportarse y qué esperar de los demás, deben tener cierto grado de flexibilidad
pues siempre surgen necesidades y acontecimientos imprevistos a los que habrá
que dar una respuesta adecuada, tanto en las diversas situaciones de la vida
cotidiana como en las crisis vitales (esperables, propias del desarrollo humano) o
accidentales (inesperadas).

Creatividad: La creatividad está muy ligada a gran parte de los conceptos


mencionados y fomentarla posibilitará la aparición de ideas nuevas y diferentes
como respuesta a diversas situaciones y problemas de la vida.

El clima emocional de la familia se ve afectado por la habilidad que esta tenga para
resolver los problemas y conflictos diarios con los que se enfrenta. Las familias se

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harán más fuertes a medida que sus miembros aprendan a controlar su enojo,
expresar su amor mutuo, escucharse y llegar a acuerdos sin resentimientos.

Otras importantes acciones que puede realizar a nivel individual son: Compartir con
otros toda la información que ya posee sobre la violencia intrafamiliar; apoyar
programas educativos que promuevan la equidad por género; apoyar con adecuadas
medidas de reacción los esfuerzos de las mujeres y víctimas en general que desean
salir de una relación violenta; respaldar y divulgar las leyes que protegen a las
mujeres, la familia y combaten o favorecen estrategias de prevención. Sin embargo
para que todo esto sea eficaz es imperativo su compromiso personal con la
erradicación y prevención de la violencia intrafamiliar.

PREVENCIÓN DEL MALTRATO INFANTIL


La familia, a través de su estructura, funciones e interacción, debe permitir que el
niño(a) logre su más pleno desarrollo como individuo. Para esto es fundamental el
desarrollo de la autoestima, que comienza cuando el menor se siente aceptado y
querido por sus padres como alguien que además de ser parte de ellos, es también
único y diferente.

La crianza es una de las tareas más difíciles que existen, para realizarla los padres
pueden aprender nuevos y buenos métodos para educar y disciplinar a sus hijos,
que a la vez le ayuden al desarrollo de su autoestima. Las personas adultas nos
podemos reeducar, cuestionar la educación que hemos recibido es una forma de
comenzar el proceso de cambio, los grupos de padres son un espacio de reflexión y
análisis para lograrlo, organice o únase a uno. Platique con otros padres,
intercambien experiencias, ofrézcales su amistad y atención ya que muchos se
encontrarán en su misma situación.

Aprenda a tener expectativas realistas de lo que los niños y niñas pueden hacer de
acuerdo a su edad y mejore sus métodos de comunicación, esto le ayudará a
conversar, entenderse mejor con sus hijos y a emplear métodos de disciplina no
violentos. Aún así, la multiplicación y acumulación de la tensión y el stress pueden
generar ganas de golpear o gritarle al menor en alguna determinada ocasión,
¡Deténgase! Respire profundamente varias veces, cuente hasta veinte (hágalo,
funciona), realice la actividad física que pueda, como lagartijas (tiburones,
planchas o flexiones de brazos) y abdominales o llame, si necesita ayuda, a algún
familiar, amigo u organización que le socorra.

Sentirse "atrapada o atrapado" con el menor puede causarle stress, haga un tiempo
para usted y diviértase un poco cada día, intercambie el cuidado y la
responsabilidad del niño o niña con otros miembros de la familia o compatibilice su
tiempo con la guardería (sala cuna) o la escuela. Cuando por el contrario sus muchas
responsabilidades limitan su tiempo, preocúpese de apartar cada día un poco para
sus hijos e hijas, regálele abrazos, sonrisas y palabras de estímulo. Préstele más

39
atención a lo que hacen bien que a lo que hacen mal. ¡La atención positiva aumenta la
buena conducta! Elógielos cuando obedecen sus instrucciones, como recoger los
juguetes o cepillarse los dientes, pídales cosas en las que se puedan desempeñar
bien, déjelos ganar en algunos juegos. Ayúdelos a estar orgullosos de sí
mismos.Tenga presente que la mayoría de los casos de maltrato infantil al interior
de la familia ocurre cuando los padres cruzan la línea que separa la disciplina del
maltrato. Es inevitable que los padres cometan errores, además de lo expuesto
tenga en consideración ciertos criterios que puede aplicar al momento de
disciplinar:

Establezca los límites antes de hacerlos cumplir: El paso más importante en


cualquier proceso disciplinario es establecer expectativas y límites razonables con
anticipación. El niño o niña debe saber cuál es la conducta aceptable y cuál no es
antes de considerarlo responsable del cumplimiento de las reglas. Cuando le
desafíen de forma voluntaria, responda confiada y decisivamente: Una vez que
el niño o niña haya comprendido lo que se espera de él, debería sentirse
responsable de comportarse como corresponde. Esto parece fácil, pero realmente
no lo es, los y las menores muchas veces prefieren hacer exactamente lo contrario
de lo que le han dicho sus padres. Por tal motivo, al momento de ocurrir estos
enfrentamientos es sumamente importante que los adultos resuelvan de una forma
decisiva la situación. Nada es más destructivo para el liderazgo de los padres que
verse frustrados en el intento de disciplinar a sus hijos, llegando a recurrir a las
lágrimas y los gritos; entre otras evidencias de la pérdida del control. Distinga
entre el desafío voluntario de la irresponsabilidad infantil: El menor no debería
recibir un castigo por haber olvidado darle de comer al perro o arreglar su cama.
Hay que recordar que estas formas de conducta son típicas de la niñez. Sea amable
al enseñarle a hacer mejor las cosas. Si él no responde a la instrucción paciente,
entonces es el momento conveniente de administrar algún castigo bien definido,
quizás hacer algún trabajo para pagar lo que arruinó o extravió o no dejarle gozar
de algo como la televisión, en todo caso tenga siempre presente y mantenga
coherencia entre el castigo y la edad del niño o niña que debe disciplinar. Restaure
la confianza del niño e instrúyale: Después de un tiempo de conflicto, durante el
cual el padre o la madre han demostrado su derecho a dirigir (especialmente si el
niño o niña terminó llorando), es posible que quiera que se le exprese amor y la
confianza le sea restaurada. Por supuesto, ¡extiéndale los brazos y déjele venir a
usted!, abrácelo y dígale que lo ama y hágale saber, otra vez, por qué fue castigado
y cómo puede evitar volver a tener el mismo problema. Este momento de
comunicación fortalece el amor y la unión familiar.

Evite hacer exigencias que son imposibles: Asegúrese de que su hijo o hija tiene
la capacidad de hacer lo que usted está exigiendo. Nunca lo castigue por orinarse
involuntariamente en la cama o por no obtener buenas notas en la escuela cuando no
tenga la capacidad para lograr ese éxito. Estas exigencias, que son imposibles de
cumplir, ponen al niño en un conflicto que no puede resolver y le produce un daño
inevitable en su sistema emocional. Las expectativas poco realistas de los padres

40
pueden generar además un ciclo de violencia; al no ser cubiertas provocan un
sentimiento de frustración que puede desembocar en castigos y/o agresiones, para
posteriormente, con la esperanza de haber aleccionado al niño(a), renovar las
expectativas y reiniciar el ciclo. Es necesario mantener un ambiente equilibrado, en
el cual se hace uso de la disciplina cuando es necesaria pero siempre debe ir
acompañada de paciencia, cariño y respeto. Uno de los errores más grandes que
pueden cometer los padres al corregir a sus hijos es el uso inadecuado de la ira, no
hay método más ineficaz para influir en una persona (de cualquier edad) que el uso
de la irritación y el enojo. Durante la infancia conviene que tanto las niñas como los
niños ensayen distintos roles y situaciones, que expresen sentimientos como llorar,
reír, mostrar cariño y rebelarse. Aconsejable es, permitir que expresen sus
sentimientos, orientarlos en su cuidado y seguridad personal y nunca estimular en
ellos el temor y la desconfianza. Los padres a su vez deberán procurar prevenir los
actos de violencia que provengan de terceros, para esto deben conversar con sus
hijos e hijas, aprender a escuchar y a creerles, de esta forma y con métodos
sencillos, podrán enseñarles sobre sexualidad, reforzando que nadie les puede
tocar sus partes íntimas o genitales, ni realizar actos de significación sexual con
ellos. Es de suma importancia enseñar, desarrollar y reforzar en niños, niñas y/o
adolescentes la necesidad de autocuidado y darles a conocer formas de poner en
práctica estas estrategias. Puede resultar difícil enseñarle a los niños y niñas
cuándo es necesario decirle “no” a un adulto, porque también se les enseña a
respetarlos; déjeles claro que deberá respetar a los mayores siempre que la
conducta de éstos no le implique algún daño o perjuicio. Los menores tienen
derecho de protegerse a sí mismos y debemos desarrollar en ellos la capacidad de
evitar o disminuir situaciones de riesgo emocional, físico o sexual y de mostrarse
firmes y enérgicos ante una situación peligrosa, incómoda o confusa. Para que un
niño o niña pueda protegerse, primero debe sentirse valioso esto dependerá,
primero, del amor de los padres y otras figuras significativas y luego, de las metas
propuestas o ideales que puedan o no ser alcanzadas dependiendo de la edad,
capacidad y características del niño(a). Ante niños y niñas que padecen problemas
importantes de autoestima es indispensable la implementación de métodos
terapéuticos, lo cual siempre debe ser evaluado y orientado por un profesional. Un
modo de influir en la autoestima es centrarnos en un área problemática y tratar de
mejorarla, otro consiste en examinar las diferencias entre la percepción de uno
mismo y el ideal, por ejemplo: ayudarle a modificar su ideal por uno más adecuado a
sus posibilidades o a modificar la percepción de sí mismo en forma más benigna.

CLASIFICACION CIE 10

Problemas relacionados con el abuso o la negligencia (abusos físicos y


sexuales):

T74 Síndromes del maltrato


T74.0 Negligencia o abandono
T74.1 Abuso físico

41
T74.2 Abuso sexual
T74.3 Abuso psicológico
T74.8 Otros síndromes del maltrato
T74.9 Síndrome del maltrato, no especificado

BIBLIOGRAFIA
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