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¡Qué deli! Está muy rico, una marraqueta con su paltita. Casera me da dos marraquetas por favor.

Un quintal de harina. 1200 marraquetas. Nota pegada en la pizarra.

3 muchachos y un anciano ingresan a la panadería, son las 2 de la mañana, la temperatura


ambiente en la calle es de 2 grados bajo cero.

El anciano después de encender el horno, toma un soplete y apunta a la boca del horno, la llama
viva que expulsa el soplete acelera la temperatura, en solo quince minutos, la temperatura
ambiente subió a 30 grados.

Mientras tanto, los jóvenes empiezan con la faena, cargan los quintales, realizan la mezcla (harina,
agua, sal). La levadura, por el inminente calor, acelera su crecimiento. El anciano recorre por la
mesa de madera y lanza las latas, las acomoda en segundos. Cientos de bolillos pequeños duplican
su tamaño, una hoja filosa de metal las abre del medio, en unos minutos duplican su tamaño. Las
primeras 50 latas ingresan al horno. Repiten toda la rutina por lo menos 4 veces.

Son las cinco de la mañana una hilera de señoras y algunos “aparaphitas” están prestos para llevar
las 4000 marraquetas por la ciudad, por lo menos por los dos barrios, donde los comensales
esperan.

Las dueñas de las tiendas de barrio o más conocidas como las “caseritas” esperan y negocian el
vendaje.

- Estoy llevando 200 marraquetas, dame veinte de vendaje, no se gana nada, no sea malito.
Vendo a 50 centavos y tú me das a 45 centavos, me tienes que dar 20 marraquetas más.

El dueño de la panadería solo sonríe, y unas cuantas palabras salen de su boca.

- Yo gano 5 centavos por marraqueta doña Emilia.

Se repiten las negociaciones con cada señora.

Son las seis de la mañana los muchachos y el anciano esperan al dueño, le entrega doscientos
bolivianos al anciano.

En la tienda los comensales esperan y reclaman.

Tan pequeño el pan, y tan caro.

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