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EL CONCILIADOR, ESE DESCONOCIDO

Por: Carlos Castillo Rafael1

El Premio Nobel de Medicina Alexis Carrel escribió, en el periodo de entreguerras, un libro


titulado “El hombre, ese desconocido”. La tesis sugerida es simple: a pesar de los avances
científicos persiste la incógnita del hombre, se lo desconoce pero no por falta de
información, más bien por la extrema abundancia y confusión de nociones que la humanidad
ha tejido sobre sí misma.

Con el conciliador extrajudicial ocurre algo similar, se dice muchas cosas de él en la


normativa vigente pero, en definitiva ¿qué es aquello que lo define, casi convirtiéndose en
un slogan de su propia identidad? Al respecto sostengo que el conciliador es, ante todo, un
interlocutor válido, alguien que pone en práctica de manera ejemplar una “racionalidad
comunicativa”, en el sentido propuesto por el filósofo alemán Jürgen Habermas en su
importante obra, la “Teoría de la Acción Comunicativa”.

El conciliador es un dialogante, promueve y construye con las partes (los hablantes) una
relación intersubjetiva, una relación donde el uso racional y razonable del lenguaje permite
reconocer de mejor forma las distintas perspectivas o relatos que hay en torno a un conflicto.
El conciliador está entre (inter) los hablantes (locutores) para forjar, con el diálogo, el
conocimiento de su caso, comprendiendo el lenguaje del otro, conociendo, más que el
sentido literal de las palabras, a quién las dice, como representante de un particular entorno
social, cultural, familiar, etc., todo lo cual le da un sentido más rico a la narrativa de cada
conciliante, a sus argumentos, deseos, intereses, expresados de manera transparente, o
para justificar los propios o para disentir con las del otro. En esta relación dialógica, cada
interlocutor (partes y conciliador) ejerce por igual sus derechos, respetando los del otro y los
presupuestos indispensables del propio diálogo (no gritar o insultar, por ejemplo), sin
descalificar, manipular, acosar, constreñir, sobornar o intimidar a ningún hablante. Es una
comunicación donde el respeto y la tolerancia no ponen en entredicho la dignidad del
hablante, por el contrario, toma en cuenta sus intereses. Ese es el consenso o acuerdo
comunicativo que la conciliación extrajudicial nos enseña a respetar.

Según Habermas, el consenso forjado por la acción comunicativa sólo es posible si los
interlocutores aceptan y cumplen de manera ejemplar cuatro reglas, reglas de observancia
infaltable también en toda conciliación: el enunciado compartido en el diálogo debe ser
inteligible, comprensible para los demás; el interlocutor debe ser fiable, sus enunciados
expresan o son conformes a los criterios de verdad; los interlocutores al hablar y sobre lo
que se habla deben actuar con corrección, respetar el conjunto de normas vigentes; y, el
interlocutor debe expresar lo que en realidad piensa y siente.

El conciliador ayudaría a las partes en el cumplimiento de estas reglas, las mismas que -de
un modo menos programático- se encuentran descritas, bajo la descripción de algunos
principios éticos, tales como la buena fe, veracidad, etc. Sin embargo, antes de bridar esa
ayuda decisiva el conciliador debe primero apropiarse de estas reglas y convertirlas en la
pauta de sus propios actos de habla, dentro y fuera de las audiencias de conciliación. En
realidad, la conciliación practicada en los centros de conciliación no es más que el rumor de
las conciliaciones, arduas e inacabables, que hacemos en el mundo social todos los días, a
tiempo completo.

1Abogado, magister en Filosofía, profesor universitario y Presidente del Consejo Peruano de la Conciliación
Extrajudicial.

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