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Si se mira un mapamundi, en general, Chile es difícil de ubicar.

Al costado
suroeste del continente aparece el país, casi reflejando la cordillera Argentina,
solo que más tenue y accidentado que los límites discretos de los mapas políticos.
A la mitad, la franja de tierra pierde continuidad, y lo que debiese ser una bahía
abierta para recibir las influencias del Pacifico se transforma en una serie
confusa de islas distantes y esporádicas. Cualquier obsevador razonable dudaría que
esos territorios disgregados conforman un único país. O que en Chile habita un
mismo pueblo. "Las islas chilenas -Pascua, Juan Fernández, Aysén, Magallanes-
absorben del agua que las aísla una inestabilidad que las descoloca, que las deja
fuera de nuestra imaginación territorial unitiva (¡ah, si Chile supiera que es un
archipiélago!" (Balcells, Mar, 518). Ignacio Balcells, poeta y arquitecto, intenta
escribir la literatura de ese pueblo. La empresa de Balcells es geopoética, el
poeta inventa con la palabra nuevas formas de imaginar el territorio. La tierra,
sin embargo, poco habla de los habitantes del mundo costero. La referencia a una
literatura nacional, constreñida a los límites definidos por el Estado, reduce las
prácticas literarias a una serie de obras funcionales a una historia política
concentrada en la capital mediterránea de Santiago.. Balcells Invierte la lógica
continental e inmunológica de la nación. En su lugar, las transacciones poéticas se
emplazan en el mar. El autor viaja cuatro veces por la costa chilena, con el fin de
cartografiar las rutas por las que los habitantes del territorio marino producen un
mundo en condiciones de insularidad.
¿Qué vincula una literatura a un territorio? La literatura ha acostumbrado sus
conceptos a la acción institucional del Estado. Literatura chilena, latina o
hispanomaericana, nombres cuyos relieves clasifican la producción cultural bajo los
límites del nacionalismo decimonónico. La constitución de una tradición literaria
vernácula demostraba desarrollo cultural (Bassnett 14). En Europa, especialmente,
la presión de los nacionalismos incipientes provocaron una especial forma de
pensamiento aporético que acompañó la emergencia de la literatura comparada. Por un
lado, se concebía la idea de una literatura mundial bajo criterios de valor
universales. Por otro, se afirmaba la particularidad única de la lengua nacional
para unificar la sensibilidad literaria en un único canon (Bassnett 20). La
distinción entre lenguas nacionales se convirtió en el criterio de comparación para
los estudios literarios. Francia encarnó más palpablemente las contradicciones
iniciales de la disciplina. La literatura comparada sirvió para justificar las
pretensiones de superioridad lingüística del impetio francés sobre el resto del
mundo. De ahí su énfasis en la universalidad de los valores literatios y la
pronunciada insistencia en la traducción. Alemania, por su parte, tenía la
necesidad de construir un relato de los orígenes de su existencia nacional. Por
esta razón, los comparatistas alemanes fijaron sus esfuerzos en el folklore y la
poesía tradicional de la región. Las literaturas se ordenaron en el orbe por medio
de una distribución sedentaria. Se desplagaron mediante "determinaciones fijas y
proporcionales, asimilables a 'propiedades' o territorios limitados en la
representación" (Deleuze, Diferencia y repetición, 73). El Aparato estatal ejercerá
la soberanía en los límites de lo literario estableciendo Las características de la
literatura canónica o la "buena literatura."
Paralelo a las primeras literaturas nacionales emerge su límite en el globo. Suele
hablarse de La crisis del Estado nacional producto de la globalización.
Probablemente, La ansiedad de la transformación cultural emana de una especie de
retraso. Vivimos la reacción de un proceso revolucionario. Hemos recibido la
globalización como un efecto económico, social y cultural. Antes que todo, es un
efecto óptico: la transformación del mundo en una esfera. La imagen de un mundo
abierto e inexplorado concita una actitud de peligro. Su emergencia en Occidente se
pierde en las primeras voces de los descubrimientos europeos. La ansiedad de la
transformación cultural emana de una especie de retraso. Vivimos la reacción de un
proceso revolucionario. Copérnico, Galileo, Kepler articulan la herencia de
criaturas más elementales. Navegantes de la corona, marinos renegados, piratas,
exploradores y comerciantes, cuya experiencia del mundo se contravenía con los
límites impuestos por la metafísica europea. A fines del siglo XV Europa reubica
sus coordenadas de sentido. Mientras que las tierras orientales y su conquista
estipulaban los límites de la soberanía europea, el centro se localizaba en las
fulgentes ciudades, ligas e instituciones de la Europa occidental. Hasta el
descubrimiento de América, el único centro en disputa era Jerusalén. El
cristianismo organizaba el Viejo Continente en una unidad cultural coherente. El
nacimiento de los estados nacionales y los imperios coloniales tardíos dan sus
primeros pasos en la homogeneidad religiosa. Y, si bien existía diversidad
religiosa, no era una coexistencia pacífica. No obedece a la pura casualidad que el
viaje de Colón coincida con la expulsión de los musulmanes de la península hispana.
El descubrimiento y conquista del Nuevo Continente perfecciona la primera etapa de
la revolución espacial. La globalización, en última instancia, se traduce en el
cambio de la imagen del mundo. En términos de Sloterdijk, es una catástrofe
inmunolgica en la que el ser humano queda al descubierto. La tierra natal no
cumplirá jamás otra vez la función de hogar. El cielo queda despoblado de paisajes
sagrados. Y el mundo terrestre queda reducido a una pequeña y frágil franja
habitable, cubierta por las inmensidades caóticas de las aguas. Se piensa en la
globalización como consecuencia de la crisis del Estado nación. Valdría la pena
pensar el movimiento inverso. Los estados nacionales intentan congregar comunidades
temerosas de perder la estabilidad de sus relaciones sociales a causa de la
apertura del mundo hacia el resto de los continentes.

La Mar es ilegible por principios críticos del sedentarismo. Balcells escribe un


territorio móvil, en el que la soberanía no está en generar una buena literatura
sino imaginar el mundo y reetratar la vida junto al mar. Al discurrir sobre la idea
de un primer título piensa en Libro del Pueblo del Mar de Chile (14). Percibe la
disonancia entre su proyecto poético y el título grandilocuente. Lo embarga una
emoción de incomodidad, Como que a un caminate le donaran un castillo. Aquel título
lo "excluía radicalmente" de su propia escritura. Pueblo y Chile, elementos
centralizadores, presionan a una poética que se arrogue la representación de una
comunidad. El cuidado de Balcells está precisamente en negarse a universalizar su
experiencia de la comunidad política y abstraer las características particulares de
su itinerario costero. La única guía será capturar la imaginación del mar. Balcells
pone su sensibilidad a disposición de la experiencia trazada en el recorrido del
territorio marino. Constituirá así una geopoética, una nueva forma de imaginar el
territorio. en la imaginación nacionalista la tierra sirve de continente para la
vida humana, imposible en territorio marítimo. Balcells invierte esta relación.
Relativiza la estabilidad de la tierra y la lanza a la deriva marina,"Nos ha
faltado el mar, pero hemos maritimiAdo la tierra" (mar, 476). Será el mar y sus
límites inconstantes los que darán apoyo a la práctica literaria. Se transforma la
distribución del territorio literario hacia una litratura nómade, "sin propiedad,
cercado ni medida. En este caso, ya no hay reparto de un distribuido, sino más bien
repartición de quienes se distribuyen en un espacio abierto ilimitado, o, por lo
menos, sin límites precisos. Nada corresponde ni pertenece a nadie, pero todas las
personas están ubicadas aquí y allí, de modo de cubrir el mayor espacio posible"
(Deleuze, Diferencia y repetición, 73). El nomadismo territorial de una literatura
implica su renuncia al continente. Un nombre posible para esta continua conversión
en isla sería el de insularidad.

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