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POLÍTICA, POLÍTICOS Y LECTURA.

Los políticos son personas que tienen como actividad primordial regir los
asuntos públicos y que, por lo tanto, participan en el gobierno y en los
negocios del Estado. Todo el mundo sabe que los políticos son un mal
necesario, pero podrían ser un bien necesario si se ocuparan realmente
del beneficio ciudadano. Alguien tiene que gobernar, presidir, dirigir y
representar, pero la profesión y el oficio políticos se han convertido en
ejercicios que, por lo general, privilegian el medro particular y no el bien
público.

En las páginas de “Esto no es un diario” (Paidós, 2015), Zygmunt Bauman


señala que “a diferencia de los grandes, afianzados y, en buena medida,
impersonales partidos de antaño, las parpadeantes y titilantes
“personalidades políticas” de hoy no inspiran confianza”, y esto se debe
simple y sencillamente a que no son dignos de ella. A decir del sociólogo
y filósofo polaco, es ilusorio que alguien se sienta “representado” por
ellos, como ilusoria es la denominada “participación ciudadana” de los
electores en los procesos políticos. No deja de ser una ilusión elegir a
alguien, para luego “pedirle cuentas”. Antes de la elección, el político
está dispuesto a jurar lo que sea; ya electo, no tendrá empacho en
retractarse e incluso negar que se haya comprometido socialmente a
algo.

Bauman nos recuerda lo que ya todos sabemos en relación con este


oficio: “A menos que los titulares de cargos políticos sean sorprendidos
in fraganti aceptando sobornos, haciendo trampas de algún informe de
cuentas o tomando parte en tratos ilícitos o escándalos sexuales, tienen
total libertad para hacer trizas sus programas electorales con la más
absoluta impunidad”. Pero hay algo peor: como ciudadanos y electores,
ya nada de esto nos extraña e incluso, resignadamente, lo aceptamos
como un asunto normal. Explica el autor de Vidas desperdiciadas y
Miedo líquido: “La mentira y el engaño no resultan ya escandalosos ni
indignantes; tampoco excluimos ya de la vida pública y de mutuo
acuerdo a los mentirosos ni a los timadores por el simple hecho de haber
quebrado nuestra confianza; “economizar con la verdad”, ser “selectivos
con los hechos”, sesgar o “manipular” las noticias o elaborar
informaciones falsas son el pan nuestro de cada día en la política actual.
Pocas expresiones de sorpresa (por no decir ninguna) despierta hoy en
día la noticia de que un “estadista” nos haya engañado…”.
Jorge Luis Borges definió a los políticos modernos y contemporáneos de
modo extraordinario: “Sé harto bien que los políticos son hombres que
han contraído el hábito de sonreír, el hábito de sobornar, el hábito de
estar de acuerdo con cualquier auditorio y el hábito de la profusa
popularidad. Son, creo, un mal menor”. Y nos dejó esta reflexión: “No sé
hasta dónde un país debe ser juzgado por sus políticos que, en general,
son la gente menos admirable que hay en cada país”.

A decir de Borges, lo que caracteriza a un político es que está buscando


siempre electores y dice lo que se espera que diga. En el caso del tema
que atañe al libro y a la lectura, no hay uno solo que no afirme que leer
es bueno y que la lectura es “una palanca para el desarrollo”. Lo afirman
hasta los políticos que no leen, que son abundantes, los que más
proliferan. Y lo dicen porque afirmar esto es “políticamente correcto”.
Ningún político (salvo los políticamente muy brutos) va a decir lo
contrario, en tanto que el tema de la lectura es una noción positiva y
rodeada de nobleza. Pero es obvio que nadie que no lea o que no tenga
un gusto por la lectura puede comprenderla verdaderamente.

Los políticos son políticos porque no son lectores. Tal es el principio


general, a manera de aforismo. La política los absorbe, del mismo modo
que los libros y la lectura absorben a los lectores. No quiere decir esto
que no existan políticos que leen, así sea de vez en cuando, pero leer no
es su pasión ni su profesión, tal como lo entendió y lo definió,
magistralmente, el filósofo y escritor Rob Riemen (fundador y presidente
del Instituto Nexus): “La mayoría de los dirigentes y gobernantes no leen
sino contenidos de entretenimiento. Hay que entender que en los
políticos no está la solución a los problemas, porque ellos son el
problema”.

En las últimas décadas, en todo el mundo, pero especialmente en los


países más atrasados cultural y educativamente, los políticos y
gobernantes han echado mano del tema de la lectura como parte de lo
que llaman rimbombantemente la agenda política. Resulta clara su
suposición de que quedar bien con los ciudadanos que leen y con los
potenciales electores que tienen gusto por los libros, les darán votos de
prestigio y, en consecuencia, avales de distinción. Pero sabemos que
para los políticos el voto prioritario es el popular: donde se concentra la
mayor población. De hecho, con quienes más sufren los políticos son los
sectores cultivados y lectores, que los someten a crítica y escrutinio y,
generalmente, no les aplauden. Los políticos y gobernantes suelen
equivocarse hasta en los nombres de los escritores (aun si sus asesores
se los escriben correctamente en las tarjetas que les preparan) por una
razón obvia: no los han leído y sólo saben de ellos de oídas. No sólo en
México; en muchos otros países las más altas autoridades confunden los
nombres de los escritores y hasta su sexo. Quien fuera presidente de
Colombia en la década del ochenta, el conservador Belisario Betancur,
confundió al escritor antillano Derek Walcott (Premio Nobel de
Literatura en 1992) con la modelo y actriz Bo Derek (protagonista de la
película 10, la mujer perfecta) y, en México, un aspirante panista a
gobernador de Guanajuato (el ex secretario de Salud José Ángel Córdoba
Villalobos) aseguró que le encanta leer y mencionó, entre sus lecturas
preferidas, el cliché previsible Cien años de soledad, de Gabriel García
Márquez, y ¡El principito, de Maquiavelo!

GOBERNAR VS. LEER:

Sabemos qué es lo que ocurre cuando los políticos y gobernantes tratan


de presumir sus lecturas; sabemos qué pasa cuando los interrogan sobre
los libros que han leído. Y no es extraño, por supuesto, que suden frío y
que tartamudeen para luego decir una barrabasada. Es natural: la
lectura de libros no es su fuerte. Habría que juzgarlos no por no ser
lectores, sino por el bien público que procuran. Aunque resulta obvio
que un poco de cultura libresca bien podría ayudarlos en su oficio,
sabemos que incluso leer los mejores libros no garantiza sabiduría
administrativa y política. Ahí están los casos de intelectuales que
incursionaron en la política y fueron tan malos políticos como los
carentes de cultura letrada.

De muy poco sirve a un gobernante haber leído y releído la Ilíada, los


Diálogos de Platón, el Quijote, la Divina comedia, Hamlet, El origen de
las especies, La interpretación de los sueños, El paraíso perdido, Moby
Dick, y muchos más, si no sabe atender y resolver los asuntos públicos.
Pero también, es cierto que de muy poco sirven muchos políticos y
gobernantes, no sólo analfabetos funcionales; sino también, incapaces
de atender el bien común.

http://campusmilenio.mx/index.php?option=com_k2&view=item&id=4593:politica-
politicos-y-lectura&Itemid=143
1. Según el texto, ¿Qué relación existe entre los políticos y la lectura?
2. ¿Desde tu punto de vista, nuestros representantes políticos son un
ejemplo a seguir? ¿Están relacionados a algún tema de
corrupción? Podrías mencionar algunos casos que conozcas.
3. ¿Piensas que los políticos de hoy se preocupan por el bien común,
sobre todo de los más necesitados? Fundamenta tu respuesta.
4. En nuestro país se escucha hablar de políticos que no cuentan con
estudios superiores o universitarios ni secundarios, ¿consideras
que los estudios son requisitos indispensables para ocupar algún
cargo político? ¿Por qué?
5. Si tú fueras un representante en la política de nuestro país ¿Qué
cambios realizarías en el Sistema Educativo?

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