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Reportaje de Ricardo Piglia a Rodolfo Walsh

(Selección - Marzo de 1970)

Contra una concepción burguesa de la literatura

—Otra cosa que me interesa ver es la relación entre cuento y novela, digamos, en términos generales, esta especie de novela
fragmentaria que vos proponés. Es una novela que se va leyendo en textos discontinuos, es el lector quien reconstruye distintos
momentos que van formando una sola historia y, a la vez, cierta particularidad en la estructura narrativa que siempre se ordena
alrededor de una acción breve; incluso relatos largos, como cartas, están armados sobre pequeñas situaciones. Yo no sé si vos has
pensado sobre esto.

—Sí, yo he pensado cosas muy contradictorias según mis estados de ánimo o, en fin, pasando por distintas etapas.
El mayor desafío que se le presenta hoy por hoy y que se le presenta sistemáticamente a un escritor de ficción es la
novela. Yo no sé bien de dónde procede eso, por qué esa exigencia y hasta qué punto la novela es la forma más
justificable, porque hasta cierto punto tiene una categoría artística superior, aunque hay excepciones; a Borges,
por ejemplo, nadie le pide una novela. Por otro lado esto nos lleva a un problema mucho más general sobre el
cual habría que indagar, es decir, no he terminado de convencerme ni de desconvencerme. Habría que ver hasta
qué punto el cuento, la ficción y la novela no son de por sí el arte literario correspondiente a una determinada
clase social en un determinado período de desarrollo, y en ese sentido y solamente en ese sentido es probable que
el arte de ficción esté alcanzando su esplendoroso final, esplendoroso como todos los finales, en el sentido
probable de que un nuevo tipo de sociedad y nuevas formas de producción exijan un nuevo tipo de arte más
documental, mucho más atenido a lo que es mostrable. Eso me preguntaron, me hicieron la pregunta cuando
apareció el libro de Rosendo. Un periodista me preguntó por qué no había hecho una novela con eso, que era un
tema formidable para una novela. Lo que evidentemente escondía la noción de que una novela con ese tema es
mejor o es una categoría superior a la de una denuncia con ese tema.
Yo creo que esa concepción es una concepción típicamente burguesa, de la burguesía y ¿por qué? Porque
evidentemente la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir, se
sacraliza como arte. Ahora, en el caso mío personal, es evidente que yo me he formado o me he criado dentro de
esa concepción burguesa de las categorías artísticas y me resulta difícil convencerme de que la novela no es en el
fondo una forma artística superior; de ahí que viva ambicionando tener el tiempo para escribir una novela a la que
indudablemente parto del presupuesto de que hay que dedicarle más tiempo, más atención y más cuidado que a la
denuncia periodística que vos escribís al correr de la máquina. Creo que es poderosa, lógicamente muy poderosa,
pero al mismo tiempo creo que gente más joven que se forma en sociedades distintas, en sociedades no
capitalistas o en sociedades que están en proceso de revolución, gente más joven va a aceptar con más facilidad la
idea de que el testimonio y la denuncia son categorías artísticas por lo menos equivalentes y merecedoras de los
mismos trabajos y esfuerzos que se le dedican a la ficción. En un futuro, tal vez, inclusive se inviertan los
términos: que lo que realmente se aprecie en cuanto a arte sea la elaboración del testimonio o del documento,
que, como todo el mundo sabe, admite cualquier grado de perfección. Evidentemente en el montaje, la
compaginación, la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades artísticas. Digo esto
porque pienso en trabajos como el de [Miguel] Barnet, por ejemplo, no tanto en el segundo como en el
primero, Biografía de un cimarrón… E inclusive aquí mismo, cuánta gente hay de cuyas vidas uno contaría la
historia con mucho gusto realmente y sin limitaciones en cuanto a lo que podés conseguir. No se trata de firmar el
certificado de defunción de la novela o de la ficción, pero es muy probable que se pueda caracterizar a la ficción
en general como el arte literario característico de la burguesía de los siglos XIX y XX principalmente, y por lo
tanto no como una forma eterna e indeleble, sino como una forma que puede ser transitoria. En este sentido es
necesario volver siempre y tomar como marco de referencia las cosas que a uno le hicieron creer. No hablo de las
cosas que a uno le hicieron creer cuando iba a la escuela, sino de las cosas que a uno le hicieron creer después,
cuando ya grande empezaba a escribir, a relacionarse con la literatura. Cosas que a uno lo condicionaron, lo
frustraron, lo inhibieron…, y son frustraciones e inhibiciones que llegan hasta el día de hoy por más que uno trate
de sacudírselas hasta cierto punto. ¡Cuando pienso en las imbecilidades que realmente uno oyó repetir durante
décadas y que incluso tímidamente repitió o no refutó acerca de la relación entre el arte y la política! Pensar que
aquí hasta hace poco tiempo hubo quien sostenía que el arte y la política no tenían nada que ver, que no podía
existir un arte en función de la política, algo que formaba una vez más parte de ese juego inconsciente en la
medida en que las estructuras sociales funcionan también como inconscientes; es parte de ese juego destinado a
quitarle toda peligrosidad al arte, toda acción sobre la vida, toda influencia real y directa sobre la vida del
momento…
Yo hoy pienso que no sólo es posible un arte que esté relacionado directamente con la política, sino que,
como retrospectivamente me molesta mucho esa muletilla que hemos usado durante años, yo quisiera invertir la
cosa y decir que no concibo hoy el arte si no está relacionado directamente con la política, con la situación del
momento que se vive en un país dado; si no está eso, para mí le falta algo para poder ser arte. No es una cosa
caprichosa, no es una cosa que yo simplemente la siento, sino que corresponde al desarrollo general de la
conciencia en este momento, que incluye por cierto la conciencia de algunos escritores e intelectuales y que
realmente se va a ver muy clara a medida que avancen los procesos sociales y políticos, porque es imposible hoy
en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política o hacer arte desvinculado de la política. Es decir, si
está desvinculado de la política, por esa sola definición ya no va a ser arte ni va a ser política.
Por eso, lo que yo dije antes no debe tomarse como un descarte aislado de las formas literarias
tradicionales de la novela, del cuento, para reemplazarlos siempre y definitivamente por el testimonio, pero sí
pienso que va a haber que usar esas formas de otra manera. Pienso que ya no se van a poder usar inocentemente
con una serie de convenciones que prácticamente ponen a toda la historia en el Limbo. Me siento incapaz de
imaginar, no digo de hacer, una novela o un cuento que no sea una denuncia y que por lo tanto no sea una
presentación sino una representación, un segundo término de la historia original, sino que tome abiertamente
partido dentro de la realidad y pueda influir en ella y cambiarla usando las formas tradicionales, pero usándolas
de otra manera. Por otra parte, es evidente que el solo deseo de hacer propaganda y agitación política no significa
que vayas a elegir la literatura para desacreditarla, es decir, porque hay otras maneras: si por ejemplo el cuero o el
tiempo no te dan, podés hacer política de otra manera, no necesitás ponerte a escribir una mala novela que le dé
la razón a la derecha, que diga: “Ven, esos tipos no saben escribir novelas”.

Escritura y lucha política

—¿Cómo te instalarías desde esa perspectiva si tuvieras que leer la literatura que sale en este momento en la
Argentina?

—Yo estoy muy atrasado, porque debo confesar que leo muy poco; es decir, leo bastante más política que
literatura. Creo que el grueso de la literatura argentina, tanto de derecha como de izquierda, incluyendo -supongo-
la mía, salvo en los dos libros de testimonios, está todavía de este lado de la franja divisoria que yo tracé hace un
rato, es decir, ha sido literatura hecha por burgueses, aun por burgueses opositores, para consumo de la clase
burguesa y para afirmar todo el sistema. Creo que del grueso de la literatura nuestra se puede decir esto,
independientemente de sus valores como arte literario; es inútil que esto parezca una acusación contra los demás
escritores, porque debiera empezar por mí, pero ¿qué es lo que refleja nuestra literatura? Refleja los conflictos de
la pequeña clase media, y ni siquiera los conflictos reales de raíz económica, su lucha por el poder, los
generalmente llamados conflictos espirituales, íntimos, eróticos, amorosos, alguna parcela de eso. Nosotros no
tenemos en nuestra literatura una lucha obrera claramente representada, digamos; no hay ningún cuento, aunque
debe de haber alguno, que hable sobre una huelga o una revolución o sobre la Resistencia o sobre lo que está
pasando ahora; no tenemos nada. Si nuestra literatura fuera sometida a un marciano, un visitante de afuera, para
que a partir de ella desentrañara la realidad argentina, ese visitante se formaría una idea totalmente exótica;
quiero decir que más verdad se encuentra en los diarios, porque por lo menos está la foto. Pienso que eso va a
cambiar, debe haber ya signos de cambio, pero por ahora…

[…]

—Digamos que de algún modo entonces lo que hay que enfrentar al mismo tiempo es una idea de la literatura.

—O por lo menos desacralizarla un poquito, porque evidentemente Occidente ha hecho del escritor una imagen
tan monstruosa como la de la actriz: es la puta del barrio. Son sagrados los tipos. Ahora, para desacralizar a los
tipos tenés que cuestionar todo, para la utilidad de lo que están haciendo y sobre todo para poder desafiarlos con
su propia ambigüedad, salvo Borges, que preservó su literatura confesándose de derecha, que es una actitud lícita
para preservar su literatura y él no tiene ningún problema de conciencia. Vos viste que desde la derecha no hay
ningún problema para seguir haciendo literatura. Ningún escritor de derecha se plantea si en vez de hacer
literatura no es mejor entrar en la Legión Cívica. Solamente se plantea el problema de este lado; entonces vos
tenés que hablar, tenés que decir eso con los escritores de izquierda. Hay un dilema. De todos modos no es tarea
para un solo tipo, es una tarea para muchos tipos, para una generación o para media generación volver a convertir
la novela en un vehículo subversivo, si es que alguna vez lo fue. Desde los comienzos de la burguesía, la literatura
de ficción desempeñó un importante papel subversivo que hoy no lo está desempeñando, pero tienen que existir
muchas maneras de que vuelva a desempeñarlo y encontrarlas. Entonces, en ese caso, habrá una justificación
para el novelista en la medida en que se demuestre que sus libros mueven, subvierten. Por otro lado, mientras uno
está fuera de todo contacto con la acción política, ya sea directa o por el medio que te rodea, uno está alienado en
el concepto burgués de la literatura. Sos un inocente en realidad, vos estás en realidad compitiendo con estos
tipitos a ver quién hace mejor el dibujito cuando en realidad te importa un carajo, porque vas a estar compitiendo
con estos tipos… hasta que te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según cómo la manejás es
un abanico o es una pistola y podés utilizar la máquina de escribir para producir resultados tangibles, y no me
refiero a los resultados espectaculares, como es el caso de Rosendo, porque es una cosa muy rara que nadie se la
puede proponer como meta, ni yo me lo propuse, pero con cada máquina de escribir y un papel podés mover a la
gente en grado incalculable. No tengo la menor duda.

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