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DEUDA INTERNA

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Cuando Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia de la República, los bonos
gubernamentales en circulación ascendían a 4.39 billones de pesos (un billón, en español, es un millón
de millones; billion, en inglés, son mil millones). Hoy, la deuda interna en bonos asciende a 6.33 billones
de pesos, es decir, 45% de aumento.

La diferencia nominal es casi de dos billones. ¿Esta cantidad es igual o menor que la inversión pública fija
desembolsada del gobierno federal durante los años del actual sexenio? Pues no. Esto quiere decir que
la deuda de los bonos es inconstitucional, al menos en parte, porque la Carta Magna obliga a invertir ese
dinero en obras que produzcan incrementos en los ingresos públicos, para asegurar su pago (art. 73,
fracc. VIII).

Debe decirse que la deuda externa es un capítulo que se cuece aparte, del cual podremos hablar algún
otro día.

Los comunicadores, políticos y empresarios que se dicen preocupados por el “populismo”, no lo están,
sin embargo, con el loco incremento de la deuda interna. Éste era el “populismo” de los años 70, 80 y 90
del siglo pasado. Ahora ya no lo es, debido a que, en nuestros días, por “populismo” se entiende tener
programa social y procurar medios propios para su financiamiento.

Lo que Peña ha hecho es aumentar otra vez los gastos de operación del gobierno, disecar a Pemex,
apoyar a los gobiernos locales priistas y a otros amigos comprometidos, derrochar muchos millones en
gastos de propaganda e impulsar proyectos especiales de inspiración presidencial. Estamos en realidad
en el viejo populismo, lo que se confirma con el hecho de que no hay plan porque no hay objetivos
nacionales. Como país, no sabemos a dónde se quiere ir.

Del total de bonos colocados en el mercado interno (6.33 billones), dos billones se encuentran en manos
de extranjeros. Esta última cantidad corresponde en su mayor parte al presente sexenio, ya que hasta el
año 2012 sólo estaban en manos foráneas menos de 500 mil millones de pesos.
Se diría que el riesgo es el mismo porque, como sabemos, los inversionistas mexicanos (tienen 70 mil
millones de dólares en el exterior) pueden sacar su dinero del país cuando lo desean (muchos de ellos ni
siquiera suelen pagar impuesto sobre la renta), al igual que los extranjeros, vendiendo sus bonos y
cambiando sus pesos por dólares, pero es mucho más sencillo para los fondos internacionales tomar
decisiones rápidas y sorpresivas, con las cuales podrían crear un problema mayor a la economía
mexicana. De los dos billones de incremento total de los bonos desde el año de 2012, los inversionistas
extranjeros han tomado 1.66 billones, cantidad no tan lejana al monto de la reserva internacional
disponible del Banco de México. Mejor no recordar los Tesobonos de Salinas.

La subvaluación del peso, efecto del proceso de desvalorizaciones durante del actual sexenio, se debió a
una extraordinaria demanda de divisas que no provenía de necesidades de pago, sino justamente de la
venta de bonos gubernamentales y de retiros de inversiones de bolsa.

Recién han vuelto algunos, excitados por el aumento de los intereses. La tasa de riesgo mexicana
(diferencial neto de interés entre México y EU) se encuentra ya en un nivel inusitado en muchos años. Lo
peor de todo es que el crecimiento del rédito dificulta las inversiones productivas cuando la economía
sigue atorada. El Banco de México tendrá que aumentar otra vez su tasa de referencia a partir del
incremento decidido por la FED (Banco Central de Estados Unidos) de 0.25%, con el fin de “proteger” la
desdichada tasa de riesgo que pagamos los mexicanos para que no nos presione el capital rentista, sólo
por ser “pobres e inseguros”. Pero Agustín Carstens podría decidir un mayor aumento para seguir
cubriendo una inflación que contrasta ya demasiado con la estadunidense, la cual se está volviendo a
ubicar en el 2%, frente al 6% en México.

Debido a la deuda errónea e ilegítima de Peña, se decretó un “superávit primario” para el presente año.
Pero, como van las cosas, es difícil que se logre el monto previsto porque la tasa de interés sigue
subiendo y, con ésta, el costo financiero de la deuda. Los errores de estos años no se resuelven con un
“superávit”, sino se empeoran, porque éste no es otra cosa que hacer crecer la parte del ingreso que el
Estado no le regresa a la sociedad.

Entre los países grandes, el Estado mexicano es uno de los fiscalmente más pobres, es decir, con un bajo
porcentaje de su Producto Interno Bruto para ser destinado a gastos comunes. Si este asunto no se
resuelve, los demás temas siempre serán demasiado complicados. Por ejemplo, México tendría que
duplicar el número de estudiantes universitarios tan sólo para alcanzar un nivel internacional mediocre
en esta materia.
El problema está en la política económica estructuralmente equivocada que padece el país. Los
gobernantes sólo se preocupan de que las cosas no vayan peor, mas con frecuencia también fracasan en
ese empeño.

La solución empezará cuando el Estado promueva la inversión, el crecimiento de la economía, el


aumento salarial, la redistribución del ingreso y el desarrollo social. Aunque a esto se le llama
“populismo”, al menos no llevaría, como lo ha hecho Peña, a ahogar al país en una deuda ilegítima con
un entorno de estancamiento y pobreza.

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