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La Vacuidad

S
angre, eso fue lo primero que vi; al principio una carmín línea
sobre los cortes ya hechos, luego un continuo fluir de aquel
tibio liquido rojo. Lo vi mientras se deslizaba por mis trémulos
brazos y se derramaba sobre la blanca alfombra de mamá al tiempo que
la navaja caía al piso.
Días antes la abuela había muerto, el desgarrador dolor que sentí al
recibir la noticia jamás tendrá comparación. Mi abuela, la única persona
que se había preocupado por mí, la única que me hacia compañía se
había ido; cuánto lloré implorando su regreso afanado en creer que solo
dormía.
La casa se encontraba vacía pues mis padres habían salido de
compras, y ahí estaba yo sumido en la desesperación, en aquella tristeza
que solo la ausencia puede provocar; tomé navaja en mano e hice dos
limpios cortes... Caí, absorto en mis pensamientos olvidé mantenerme en
pie; la vorágine de recuerdos, mi infancia, algunos de mis cumpleaños y
muchos otros recuerdos rápidamente iban y venían; mi abuela
descendiendo a la tierra en su féretro, aquello fue lo ultimo que vi antes
de que mi vista se nublara, y sintiera vértigo mientras caía en la
oscuridad.
Voces, muchas voces desconocidas revoloteaban a mi alrededor;
poco a poco la visión se me fue aclarando y lo primero que vi fue una
brillante luz que me desconcertó hasta que caí en cuenta de que sólo era
un foco sobre el blanco techo. Levanté mi cabeza cavilando sobre el
lugar en que me encontraría; al ver mis brazos suturados y el catéter que
gota a gota restablecía la sangre a mi cuerpo lo comprendí.
Mi mamá entró al tiempo que me recostaba por el cansancio,
lloraba repitiendo mi nombre y me abrazó; poco después entró mi padre,
visiblemente aturdido y también me abrazo, ambos dijeron que me
amaban y que solo querían mi bienestar, pero que por el momento sólo
descansara y salieron.
La abrasadora necesidad de morir que la sima de la soledad me dio
había pasado dejando la vacuidad en su lugar, mas tal sentimiento fue
pronto suplantado. ¡Cómo fue posible tal humillación!, haber intentado
morir y quedar solo en el intento me causó tanta frustración que en ese
momento quise reabrir mis heridas y extraer el catéter de mi brazo; mas
el cansancio y un hórrito dolor me lo impidieron.
Tres días después me encontraba en la salida del hospital esperando
que papá firmara mi alta, mientras mamá me explicaba el valor de la
vida. ¡Ja! como si ella pudiese decirme el valor de la vida, siendo la suya
aun más vacía que la mía, o ¿acaso casarse a los dieciséis años por una
imprudencia y vivir infeliz le da más sentido a la vida que vislumbrar la
realidad e intentar terminarla?; de cualquier forma sus palabras en ese
momento eran para mí lo mismo que el viento, solo pasaban.
Al llegar a casa nos dirigimos a la sala, ellos para hablar sobre lo
sucedido, yo por la inercia que la falta de voluntad causaba. Absorto en
la imagen de la sangre brotando por mis brazos sus palabras jamás
llegaron a mí, en algunos momentos que cobraba conciencia de la
realidad los vi: sus ojos llorosos mientras hablaban me recordaron
muchas de las ocasiones en que yo acudí así con la abuela, presa de algún
miedo infantil, pero aquello nunca duró lo suficiente para que yo los
escuchase.
Cuando terminaron de hablar los oí decirme que fuera a mi cuarto y
que reflexionara sobre lo que me habían dicho; cual si fuese un títere me
dirigí a mi cuarto y me dejé caer sobre mi cama, fue en ese momento que
recobre conciencia de la realidad: vi los vendajes que cubrían las largas
cicatrices de mis brazos, mi piel, pálida por la cuantiosa pérdida de
sangre.Mas lo peor fue el caer en cuenta del despojo que me había
quedado por mente, un vortex de emociones y sentimientos que surgían y
perecían al mismo instante.
Me sentí morir, aquel vacío que me llevó al intento de suicidio
súbitamente se transformó en odio, un enorme odio hacia mis padres; sí,
aquellos individuos que coartaron mi libertad al llevarme al hospital una
vez que me encontraron tirado en el piso de su cuarto, aquellos seres
desdeñables que intentan controlar mi vida, siendo que ni siquiera
pueden tomar la rienda de las suyas, y aún menos de sus emociones.
La navaja, esa fue la primera palabra que se me vino a la mente,
supuse que ya se habrían desecho de ella tras lo sucedido; así que me
dirigí al cuarto de herramientas de papá donde encontré una larga y
afilada daga, no sé que hacía eso ahí, mas eso ya no importaba.
Con cadencioso paso me dirigí a su habitación, muchas emociones
se arremolinaban en mi ser mientras caminaba: odio, rencor, frustración,
pero aun así, me sentía totalmente solo. Entré, vi en la cómoda la caja de
pastillas para dormir de mamá, me acerque; él verlos ahí durmiendo en
su vacío existir sólo alimentó mi rencor. El límpido corte de la daga al
pasar por el cuello de papá hizo que su sangre brotara con gran fluidez;
me dirigí al lado de la cama donde dormía mamá y recordé cuando hacia
eso en las noches tormentosas preso del terror, otro corte y mamá se
encontró en la misma situación que papá. Antes de salir de su habitación
me detuve a contemplarlos, el pensamiento que vino a mi mente tal vez
haya sido bizarro, pero en esos momentos se me figuraron una graciosa
fuente.
Salí, aquel amasijo de emociones había sido liberado; mas ahora no
sabía que era lo que seguía, así que decidí salir a caminar. Salir del
terreno que abarcaba la casa fue rápido pese a que éste tuviera una gran
extensión, recorrí varias calles sin rumbo alguno cuando levanté mi
cabeza y vi un alto edificio; sentí el deseo de observar la ciudad desde
otro punto por lo que subí.
Y aquí me encuentro, una fuerte brisa refresca la noche y la ciudad
se presenta ante mí como una conglomeración de pequeñas luces, dirijo
mi mirada hacia abajo y veo la distancia hasta el piso; la vacuidad me
invade y su asfixiante pesar me invita a aventarme, lo hago. Se que estoy
cayendo, mas la inmensa paz interior me reconforta. Siento cuando me
impacto en la acera y hay un pequeño momento de dolor, luego veo rojo
y ahora todo es ya negro.

Ramsés Juárez 2000

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