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OPEL ANUARIO del EHS 10, Tn, 1995 MICRO-ANALISIS Y CONSTRUCCION DE LO SOCIAL” Jacques Revel * El procedimiento micro-hist6rico se ha convertido, en los dltimos afios, en uno de los, ‘spucios importantes del debate epistemol6gico entre los historiadores. Hecha esta afirma- ‘i6n, conviene delimitar inmediatamente su alcance: pues este debate ha quedado concentrado al interior de un nimero relativamente restringido de grupos, de instituciones, de equipos de investigacién (cuya cartografia, por lo demés, seria interesante hacer). Es necesario ‘eonocer también que la interpretacién y las apuestas de la opcién micro-histrica no fueron soncebidas en todas partes en términos homélogos, sino todo lo contrario. Para tomar s6lo uu ejemplo, se confrontard y opondré la recepcién americana y la versi6n francesa del, debate. La primera se centra en el eparadigma del indicio» propuesio recientemente por Carlo Ginzburg y se ha definido, en buena medida, como un comentario sobre su obra'. La ‘Segunda prefiere tomar la micro-historia como una interrogaci6n sobre la historia social y |e construcciéa de sus objetos*, En verdad estas modulaciones particulares del tema micro- histrico, ya estén presentes en los trabajos de los historiadoresitalianos quienes fueron los Primeros en intentar experiencias con este procedimiento, si bien se subrayaron en sus 'eformulaciones ulteriores. Ellas no son gratuitas ni indiferemtes. Cada una remite a una configuraciGn historiogréfica especifica dentro de la cual el tema ha actuado como un revelador. No es aqui el lugar de emprender la referencia y el andlisis, pero es conveniente * Versiones recientes de este arcu hun sido publicadas en alemiéa y.en iliano, "" Boole des Hautes Ends en Sciences Sociales. 1 Calo Ginzburg, "Spe: radii di un paradigms indziatio", en A, Gargani (ed), Cast DELLA RAGIONE, 1a, 1973, pp. 87-105, (wed Crencess: “Signe, ces, pes racine dun paadigme e Made” Le Denar, 4188, pp. 84a) Un buen ejemplo reciente de extarecepcin americana & ln noducién de Edward Muir, ‘Dei a pai veatoade for dard Mal Gado Ruggere, MICROMSTORY 90 TE Lust PORES OF EANOYE, Ballnore Londres, 19h, pp. VIIXXVIL 2 Sobre este punto remito a fa presentacién que, bajo el tuo: *Lihstoire au ras du sol", be dado a Is ‘aducién francesa ‘del tibro de Giovanni Levi, LE FOUVOIR AU VILLAGE, Paris, 1989, pp, | OCXI (original ‘es: ERED powcr Canna uy onc el Pleo. SCE To, Tua OES ver bin leon coletvo de ered de Amal, Tetons Vexpeence', ANNALES ESC, 6,198, pp. rs. ~125- reconocer que las péginas que siguen brindan una de las posibles versiones de! debate hoy en curso, La diversidad de las lecturas propuestas remite sin duda a la de los contextos de recepci6n. Pero también debe relacionarse con las caracteristicas propias del proyecto micro- hist6rico en sf. Este naci6 recientemente, en el curso de los aos setenla, de un conjunto de preguatas y propuestas formuladas por un pequeiio grupo de historiadores italianos ‘comprometidos en empresas comunes (una revista: Quaderni Storii; a partir de 1980 una colecciGn dirigida por C. Ginzburg y G. Levi editada por Einaudi: Microstorie) pero cuyas investigaciones personales podian ser muy diferentes entre s{. Es de la confrostacién eate esias experiencias de investigaci6n heterogéness, de wna reflexiGn critica sobre la producci6a histérica contemporénes, de una gama muy ampli de lecturas (paticularmente antropol6gi- ‘as, pero tambiéa en campos menos esperados, por ejemplo, Ia historia del arte) que poco ‘1 poco emergieron las formulaciones (interrogaciones, una temélica, sugerencias) comunes. El carécier tan emplrico del proceso explica que no exista un texto fundador, estatulos {e6ricose de Ia micro-historia’. Esta no consttuye un cuerpo de proposiciones unificadas, ni uua escuela, menos atin una disciplina surénoma, como se ha querido creer con demasiada frecuencia. Es inseparable de una préctca de historiador, de los obstaculos y las incertidum- bres experimentados en intentos por lo demss muy diversos, on una palabra: de unt experiencia de investigacién. Este primado de la préctica remite, probablemente, a las preferenciss instintivas de una disciplina que con frecuencia desconfia de las formulaciones generates y de la abstracci6n. Pero mas allé de estos hébitos profesionales aqui puede reconocerse una opcién voluntaristz: la micto-historia nacié como una reacci6n, como una toma de posicién frente a cierto estado de la historia social de la que sugiero reformular ciertas concepciones, exigencias y procedimientos. Desde este punto de vista, puede tener valor de sintoma historiogrfico. 2 Una de las versiones dominantes pero no la inica~ de fa historia social es la definida primero en Francia, y luego ampliamente fuera de ella, en toruo a Annales, Su formulaci6a zo ha sido constante a lo largo de sescata afios. De todas formas, presents rasgos relativa- ‘mente consiantes que podemos legitimamente reférir al programa erftico que, un cuarto de siglo antes del nacimicnto de Annales, el durkheimiano Frangois Simiand habla elaborado para los historiadores*, Simiand les recordaba las reglas del método sociol6gico destinado, segin él, a regir una ciencia social unificada donde las diferentes disciplinas no propondrfaa mis que modalidades particulares. Lo importante en lo sucesivo era abandonsr lo Gnico, lo 3 Govanei Levi, “On Miero-istery*, en Peer Burke (4), NEW PERSPECTIVES ON HISTORICAL WRITE, Contr, 19 po St. Hayne nena "See mri nF Bae (FoR DEA ‘ron, Medd, Aliana, 1993. pp. 119449) Eltexo de Gastar, Sines, nes, pts cde nn {uve a antici de fundar an novo paradigina istrco. Tuyo gran acogiday ample cculci interoainal. ‘Sia cobrno, no reo que perma rendhr cuenta dela prodiccignmiro-hiatrca que he seguido a su publica, 4 rangois Simian, "Méthode historique et scence sociale, Revue SviTss msTORIOUE, 1903; sobre la importanea de a mari durthelvans en los origenes de ARNALES, cf J. Revel, Histoire et sciences sci es paradigms des Annales", ANNALES ESC, 6, 1979, pp. 1360-1376. 126 accidental (e1individuo, el acontecimiento, el caso singular) para consagrarse s6lo a aquello ‘que podta ser objeto de un estudio cientifico: Lo repetitivo y sus variaciones, las regularida- des observables a partir de las cuales serfa posible inducir leyes. Esta eleccién inicial, ‘omada en cuenta por los fundadores de Annales y sus sucesores, permite comprender los ‘aracteres originales de la historia social ala francesa: el privilegio dado al estudio de ‘gregados tan masivos como sea posible; la prioridad de la medicién en el andlisis de los {enémenos sociales; la eleccién de una duracién suficientemente larga para permit observar 'as trasformaciones globales (con el corolario del andlisis de temporalidades diferenciales). De estas exigencias de partida se desprendfan consecuencias que han marcado de manera durable los procedimientos puestos en marcha. La elecci6n de la serie y el ntimero requeria 4a invenci6n de fuentes adecuadas (0 el tratamiento ad hoc de fuentes tradicionales), pero también la definici6n de indicadores simples 0 simplificados que servirian para abstraer, del documento de archivo, una cantidad limitada de propiedades, de rasgos particulares cuyas Yaraciones en el tiempo debian estudiarse: al comienzo precios o ingresos, Iuego niveles de fortuna, las distribuciones profesionales, los nacimientos, los matrimonios, las muertes, firmas y titulos de obras 0 de géneros editorales, los gestos de devocidn, etcttera. De estos fndices, era posible estudiar las evoluciones particulares, pero también y sobre todo, como Simiand lo habia hecho con los salarios y luego Ernest Labrousse, en 1923, en el Esquisse, Podtan ser usados en Ia construccién de modelos més 0 menos complejos. De Simiand y de los durkheimianos, Bloch, Febvre, y luego en la generacion siguiente, Labrousse o Braudel, mantuvieron también una forma de voluntarismo cientifico: no hay otro ‘objeto que el que se construye segin procedimientos explicitos, en funcién de una hipétesis, sometida a validacién empirica. Estas reglas elementales de método dieron luego la impresign de haber sido perdidas de vista. Ciertamente, los procedimientos de trabajo se han ‘welo cada vez. més sofisticados. Pero, probablemente a causa de fa dindmica misma de la investigaci6n, su status de experimentacién ha sido a menudo olvidado. Los objetos considerados por el bistoriador continuaban siendo hip6tesis sobre la realidad, pero habfa una leadencia creciente a considerarlos como cosas. Esta desviacién comenz6 muy temprano en ‘ierios casos*. Ha sido denunciada algunas veces, a propésito de la historia de los precios, del uso de unidades espaciales de observacién, de las categorias socio-profesionales, pero sin que las advertencias bastaran para quebrar la tendencia general. Notemos también que ¢sios procedimientos se inscribfan globalmente dentro de una perspectiva macrohistérica que ‘to explicitaban ni testeaban. Més exactamente, consideraban que la escala de observacién to constitufa una de las variables de la experiementacién porque suponfan, técitamente al ‘menos, una continuidad de hecho de lo social que autorizaba a yuxtaponer los resultados cya organizacién no parecfa un problema: la parroquia, el conjunto regional o el departa- mento, la ciudad 0 la profesién parecian asi poder servir como cuadros neutros, aceptados como eran recibidos por la acumulacién de datos*, 5 cx, Jean-Yves Grenier y Bemard Lepeit,"Expérience historique: a propos de CE. Labrousse’, ANNALES SC, 6, 1989, pp. 1337-1360. CF. tas refleceiones sm icidas de Iscques: Rowse. Fawr ea eee de Freer ‘ress ESC, "1, 1966, pp. 178193: y de Christophe Chase, “Histor professionnelle, histoire socal?” ‘Ati ESC 4, 1975, 15 Bp. 87-794, Ea'eh isto sentido ver el debate de medados dels A stent sobre Lt el ethourtano apart dea tei de ea Claude Pero Sobre GEMESED UNE VILE MODERNE: CAEN ‘nm aes Pe, 178. Ry Este modelo de historia social entré en crisis a fines de los afios setenta y comienzos de los ochenta, es decir, por una extrafa ironfa, en el momento en que aparecia triunfante, cuando sus resullados se imponian més allé de las fronteras de la profesi6n y el «lerritorio del historiador» parecta poder ampliarse indefinidamente. El sentimiento de una crisis se insinué muy lentamente y no es evidente que sea hoy mayoritario entre los historiadores Podemos decir, més modestamente, que fue entonces cuando la critica al modelo dominanie se hizo més insistente (incluso si a menudo fue hecha desordenadamente). Varias razones de diverso orden han contribuido a esta toma de conciencia, Mientras que la informstica hacla posible el registro, almacenamiento y tratamiento de datos considerablemente més masivos que en el pasado, eatre muchos se impuso la sensacién de que los interrogantes no habian sido renovados al mismo ritmo y que los grandes estudios cuantitativs eslaban amenazados, en Lo sucesivo, de rendimientos decrecientes. Al mismo tiempo, la consolidaciOn de especializaciones més marcadas tendfa a compartimentar desde el interior un campo Ye investigaciGn que se pensaba definitivamente abierto y unificado. Los efectos de ests evoluci6a se amplificaban porque los paradigmas unificadores de las disciplinas que constituyem las ciencias sociales (0 que, al menos, le servian de punto de referencia) eran severamente cuestionados, y con ellos algunas de las modalidades de! intercambio interdis- plinario. La duda que se impuso en nuestras sociedades enfrentadas en esos afios a formas de crisis que no sabian comprender ni incluso, a menudo, describir, ha contribuido, por supuesto, a difundir la conviccién que el proyecto de una intligibilidad global de lo social quedaba -al menos provisoriamente— entre paréntesis. Aqui solamente se sugieren algunas lineas de reflexién para un antlisis que se resiste a construrse, Ellas emiten a evoluciones ‘uyos puntos de partida pueden haber sido muy diferentes, pero cuyos efectos fueron en el mismo sentido y se han, evidentemente, influenciado mutuamente, Todas juntas coniribuye: ron @ cuestionar las certezas de un enfoque macro-socal que habia sido poco discutido asta entonces. La propuesta micro-histérica ba sido el sintoma de esta crisis de confianza al mismo tiempo que contribuia, de manera central, a formularla y precisarla, 3. cambio de la Importa comprender bien su significacién y sus apuestas. Como los antrop6logos, los historiadores acostumbran a trabajar sobre conjunios pequefios y bien delimilados’, que no couslnyra sepess (ve cuando dado hace 20 ahs, aciacion Gola expected ‘einol6gica aparece iasistentemente en Ia historia). Més prosaicameate la mouograla, forma privlegiada de la investigacion, estéasociada a las condiciones y reglas profsionales de ux trabajo: exigencia de una documentaciéa cohereat, familiarided que se supone garantz el dominio del objeto de andlisis y una represeataci6n de lo real que muchas veces pare requerir ubicar el problema dentro de una unidad «concreia», tangible, visible. El cuadro 7 seri interesante seguir en parclo ts formulacicn de ctor problemas cn historia y en anos, extn i en ee Aan ano. Cota Bower, ‘Dv grand a pe ara Rite tae che aay das Five cre ehnoke ea ce Ct Ue ‘Brot tx wanom, Pars, 1987, pp- 67-58 8 ‘monogréfico es pensado habitualmente como un enfoque préctico, donde se agrupan datos ‘Se coustruyen prucbas (es también donde se recomienda pasar las pruebas). Pero, como Ya dijimos, se lo supone inerte, Centenares de monografias construidas a partir de un ‘evestionario general han servido de cimiento a la historia socal. El problema planteado por cada una no era el'de la escala de observacién, sino el de la representatividad de cada iuestra respecio sl conjunto en que buscaba integrerse, como una picza debe hallar su lugar en un rompecabes. Por lo tanto no hay ninguna duda fundamental sobre la posibilidad de ubicar los resultados de la investigaciOn monogréficarespecto a un valor medio o una moda, dentro de una tipologia, elcétera. La via micro-histrica es profundamente diferente tanto en sus intenciones como en sus procedimientos. Eila toma como principio que la cleccién le observacion ‘Particular tiene efectos de couocimiento y puede ser puesta ai se estrategias de ‘qonocimfenis, Cambiar el foco del objetivo no es solamente aumeniar (0 disminuir) el {amaio del objeio en el visor, sino también modifica la forma y la trama. En oto sisiema de coordenadas, modificar las escalas en cartografia no lleva a represeniar, en diferentes tamatios, una realidad constante, sino a transformar el contenido de la representaciGn (es decir, clegir lo representable). Digamos ya que, en este sentido, la dimension micro no goza de ningin privilegio panicular. Lo importante es el principio de la variacién, no la eleccion de una escala en particular. Es cierto también que la 6ptica micro-hist6rica ha tenido, en estos dtimos aos, una fortuna particular. La eoyuntura historiogréfica que hemos resumido brevemente més ariba permite comprenderl se, en primer lugar, comprenderse ‘como la expresién de un distanciamienlorespecto al modelo expiado, el de una ‘historia Social desde el origen inscrita iia o (cada ves més) implicitamente ea un nivel permitié quebrar hébitos adquiridos y posibilitar una mirada critica ‘Sobre los instruments y procedimientos del anilisis socio-hist6rion. Pero, en segundo lugar, ‘nr sido Ie figura historiogr4 que se ha prestado una ateucién nueva sl problema, ma de las escalas de andliss en historia (como haba sido el caso, un poco antes, en Es conveniente refictionar, en este punto, sobre los efacias de conocimicato asociados (0, al menos, esperados del) pasaje e la escala micro. Partamos de algunos de los raros textos programéticos que han contribuido a dibujar el contoruo y las ambiciones del projecto ‘micro-bisiérico. En un articulo publicedo en 1977, E, Grendi observa que la historia social dominante, debido a que he optado por organizar sus datos dentro de categorfas que permiten su méxima agregacién (niveles de fortuna, profesiones, ec.), deja escapar todo lo concer- niente a los comportamientos y la experiencia social, a la constitucién de idemtidades de ‘grupo porque hace imposible, por su procedimiento mismo, la integracién de los datos més * conven stale inporsnia r ral en miopokgia sglaajons. a teteion de Fre Banh (ctf Barth (ed) ScaLz AND SOCAL ranncarion Onsen 9K, Proc aNd ona SOCIAL LR Landis 18) 1h endo en muchos microhistoiadores, ms all de a nluencia més 9 diversificados. A este procedimiento, opone el de la antropologia (esencialmente anglosajona) ‘aya originalidad reside, segdn él, «menos en la meiodologia que en cl significativo acento puesto en el enfoque holistico de los comportamientoss?. Dejemos de lado esta afirmacién demasiado general y conten'émonos con relener una preocupacion: desarrollar una estrategia de investigaciOn que no se fundaria ya prioritariamente en la medici6n de propiedades abstractas de la realidad hist6rica sina que, inversamente, procederfa déndose por regla el integrar y articular entre si la mayor cantidad de estas propiedades. Esta decision se ve ‘confirmada, al afio siguiente, en un texto algo provocador de C. Ginzburg y C. Poni™ que propone trabajar sobre mbres ~del nombre propio, es decir, la referencia mas individual, la menos repetible- el marcador que permitiré construir una nueva modalidad de historia social atenta a los individuos te ‘en us relaciones con otros individuos. ‘Aguila eleccién de lo individual no est& pensada como contradicioria con la de lo social: ella debe hacer posible un enfoque diferente, siguiendo el hilo de un destino particular ~el de wa hombre, de un grupo de hombres y con él la multiplicidad de espacios y de tiempos, la madeja de relaciones donde se inscribe. Los dos autores estén, atin aqui, obnubilados por ela complejidad de las relaciones sociales reconstruidas por el antrop6logo en su trabajo de campo [que] contrasta con el cardcter unilateral de los datos de archivos sobre los que e! historiador trabaja ...] Pero si el campo de investigacién esté sulicientemente delimitado, las series documentales partculeres pueden superponerse en duracién y espacio, permitiendo ‘encontrar al mismo individuo en contextos sociales diferentes». Ex el fondo es el viejo suefio de una historia total, pero esta vez reconstruida a partir de la base, que redescubren ‘Ginzburg y Poni. Ellos Ia ven inseparable de una «recoustrucci6n de lo vividos que ella hace posible: a esta formulaci6n algo vaga y finalmente ambigua, puede preferrse el programa de un andlisis de las condiciones de la experiencia social, resttuidas en su mayor complej- dad. No continuar abstrayendo sino, al principio, enriquecer si se desea lo real considerando los aspectos més diversificados de la experiencia social. Es el procedimiento que iustra, por ejemplo, G. Levi en su libro Le Pouvoir au village. En un cuadro limitado, recurre a una ‘técnica intensiva recogiendo «todos los sucesos biogréficos que todos los habitantes del pueblo de Santena que han dejado una huella documental» durante cincuenta aéios, a fines del siglo XVII e inicios del XVIIL. El proyecto es hacer aparecer, detrés de la tendencia general nds visible, las estrategias sociales desarrolladas por los diferentes actores en funcién de su posicin y de sus recursos respectivos, individuales, familiares, de grupo, etoétera. Es cierto que «a Ia larga, todas las estrategias personales o familiares tienden, quizés, a aparecer atenuadas para fundirse en el equilibrio relativo que resulta de ellas. Pero la participaci6n de cada uno en a historia general, en la formacién y modificacién de estructuras que sostienen la realiddd social no puede ser evaludada solamente sobre fa base de los resultados tangibles: 2 lo largo de la vida de cads uno, cicicamente, nacen problemas, incertidumbres, 9° E. Grendi, "Micro-anlie storia scile", Quapenn STONCY, 35, 1977, pp. 506-520; ver también dl mismo auio, le presentacion del nimero especial sobre FaMIGLA E COMDMUNTA, SroRIct, 33, 1976, pp. 881-591 nome eilcome. Merato storiografcoescambio dinuguae’, parcial en francs. "Le nom ela maniere', Le DEBT, 17, 1981, 9p lecciones, una politic de la vida cotidiana centrada en Ia uilizaci6n estratégica de la reglas sociales», Es el mismo camino presentado por M. Gribaudi para el estudio de la formaciéa dela clase obrera ea Torino a comienzos del sigho XX, un lugar geogréficamente cercano, pero histbrica ¢ historiogréficamente muy alejado™. Allf donde se insistia esencialmente en ‘una comunidad de experiencias (inmigraci6n urbana, trabajo, lucha social, couciencia politica, et.) que fundari la unided, ta identidad y la conciencia de la clase obrera, el autor se impone seguir itinerarios individuales que muestran la multiplicidad de experiencias, la pluralidad de contextos de referencia donde se inscriben, las contradicciones internas y externas de las que son portadoras. La reconstituci6n de los itinerarios geogréficos y profesionales, de 1os comportamientos demogriticos, de las esirategias relacionales que compatfian el pasaje de la campaiia ala ciudad y a la ffbrica. Siguiendo 2 muchos otros, Gribaudi habia partido de la idea de una cultura obrera homogénea 0, en todo caso, que homogencizaba los comportamientos. Durante el trabajo (perticularmente recogiendo los, {estimonios orales sobre el pasado familiar de los protagonists de la histora que estudiaba), descubrié Ia diversidad de las formas de entrada y de vida en la condicion obrera: «Se trataba de ver mediante qué elementos cada familia de la mucstra habia negociado su propio erario y su propia identidad social; qué mecanismos habfan determinado la fiuidez de unos y el estancamiento de otros; mediante qué modalidades se modificaron, muchas veces drésticamente, las orientaciones y estrategias de cada individuo. En otros términos, y presentando el problema desde el punto de vista de la condici6n obrera, esto significaba investigar sobre los diferentes materiales con los que se construyeron las diversas experien- clas y fisonomfas obreras y de explicar asi las dinimicas que permitieron tanto las agregacio- tes como las desagregaciones». Puede verse que el enfoque micro-histérico se propone enriquecer el anslisis social haciendo las variables més numerosas, més complejas y también més méviles. Pero este individualismo metodol6gico tiene limites porque es siempre necesario defini las reglas de consiitucion y funcfonsmiento de un conjunto social 0, mejor, de una experiencia colectiva. En su versi6n «clésicay, la historia social es,concebida mayoritariamente como una historia de las entidades sociales: 1a comunidad de residencia (pueblo, parroquie, ciudad, barrio, etc.), el grupo profesional, el orden, ta clase. Ciertamente, se podia discutir los limites, y més ain, la coherencia y la signficaciGn socio-hisiérica de estas entidades, pero en Jo fundamental no se las cuestionabal?, De alli surge fa impresién, al recorrer el enorme capital de conocimientos acumulado durante irinta o cuareata afios, de wn cierto «déja vue 11 pdauraio Gribaudi,IrmeiRams OUVRIS. HSPACES ET OROUPES SoCLAUK A TURIN AU DEBUT DU 20, swbcus, Trad. francesa, Par, 1987. 12 hid, p.25; nuevamente Is referencias invocadas pr el autor remiten ala anropologiaanglosajona F. ‘Banh yx stad, yds anpiameat «os ands interacts, "Recor le sb po Lata ca es ascent ca oo al proyecto duit conrprada de as burgucsas cutopens, la dics “oy peta ho een te B. Labrouse RPMs sobre orden yee a 131 yy de inercia clasifcatoria. De un lugar a otro, obviamente, las distribuciones varfan, pero los personajes de la obra, ellos, no cambian, Seré necesario algin dia interrogarse sobre las razones, probablemente miitiples, que puedan explicar este deslizamiento hacia la sociografia, descriptiva. En todo caso, fue suficientemente fuerte como para retardar durablemente la influencia de un libro que, como el de E.P. Thompson, The Making of the English Working Class (publicado en 1963, pero iraducido al francés reciéa en 1988), se negaba a partir de una definiciOn pre-construida (o supuestamente adquirida) de la clase obrera para insistir en los mecanismos de su formacién". Tardiamente, a partir de trabajos inicialmente aislados™, poco a poco se ha impuesto la conviccién de que el anslisis no podia realizarse solamente en términos de distribuciones, y esto por dos razones principales que deben ser distinguidas, si bien se interfieren en parte. La primera remite a) problema, planteado desde hace mucho ‘lempo, de la naturaleza de los criterios de clasificaci6n sobre los que se fundan las laxonomias histéricas; la segunda al acento que la historiograffa ha puesto, mis recientemes- te, sobre el rol de los fenémenos de inter-relaciones en la produccién de la sociedad. En ambos casos, la eleccién de una éptica micro-hist6rica tiene una importancia decisiva. Tratindose de la naturaleza de las categortas df andlisis de lo social, es segurames- te a nivel local que la diferencia entre categorias generales (0 ex6genas) y calegorias end6genas es més marcada. Reconocido desde hace tiempo, el problema se ha vuelto més sensible en los éltimos aiios por la influencia de ciertas probleméticas antropol6gicas (ea particular de la antropologia cultural norteamericana) que se ha ejercido, preferentemente, sobre los anélisis locales, No es este ef momento para entrar en Jos detalles de las sobuciones Dbosquejadas. Retengamos al menos que el balance de esta revisién necesaria (y por lo demés inconclusa) es ambiguo. Ciertamente, ha permitido una revisin crftica de la utilizaci6n de criterios y particiones cuya pertinencia aparecta, con demasiada frecuencia, como evident. Pero, ala inversa, tiende a animar un relativismo de tipo culturalista que es uno de los efectos tendenciales del egeertzismos en historia socal. ‘La Segunda direcci6n de investigaci6n, aquella que invita a reformular el andlisis socio- histérico en término de procesos, sugiere una salida a este debate. Sostiene que no basta con que el historiador se apropie del leaguaje de los actores que estudia, sino que debe uilizarlo como indicio en un trabajo a la vez mis amplio y més profundo: el de la construccién de identidades sociales plurales y plisticas que se efectéa a través de wna densa red de relaciones (de competenci, solidaridad,alianza,etcétera). La complejidad de las operaciones de andlisis requeridas por este tipo de procedimiento impone de hecho una reducci6n del ‘campo de observaci6n. Pero los micro-historiadores no se limitan a registrar esta limilaci6n factual; la transforman en wit principio epistemol6gico ya que es a partir de los comporti- 1 award P. Thompion, La FORMATION 8 LA CLASSE QUVRERE ANCLABE, tnd. Cances, 1988 Recordemor qe e studio de Thompson se insrbe dento Ge una perspeciva macro socal. (Hay veri Sta Rin vo Beta Cue ones. Ica T8060, Baw 73 tomes) 15 Cuemos, por ejemplo, a tess de Michelle Pero, Les OUVRURS EN OREVE, Pais, 1974; de e-Cude ers, Gant vs aden pc odode slg, ema de ar Bolan, CAD, 16 Usa preseacitn de exos debates puede encotran en a inrducrfa det bro de Sano Cera, LA ‘Vue Er LSS METERS Nase "UN LANGHOE COMPORATIF (TURN, LTB6E SIECLS), Pat 199, pp. 72 132 imientos de los individuos que struir. as modalidades de agregacion (0 de desagregacién) social. El reciente trabajo de Simona Cerutti sobre los oficios y las corparactones en Torino en los siglos XVI y XVIII puede servirnos de ejemplo. Sin duda, ninguna historiogratia es mAs espoaténeamente organicista que la de los ofcios y las asociaciones de oficios: so tratarla de comunidades evidents, funcionales, y que se suponen tan poderosament integradoras que se volverian casi naturales en la socieded urbana del ‘Antiguo Régimen. La apuesta meiodoligica de S. Cerutti consiste en revocar estas certezas Yy mostra, a partir del juego de las estrateyias individuales y familiares y de sus interaccio- res, que las ideatidades profesionales y sus traducciones institucionales, lejos de ser adquirdas, son objeto de-un trabajo consiante de elaboraciGn y de redefinici6n. Lejos de Ia imagen consensual y escucialmente estable que daban las descripciones tradicionales del ‘mundo de los oficios, todo es cucsti6n de conficios, de negociaciones, de transacciones provisorias. Pero, a la inversa, las estrategias personales o familiares no son poramenic instrumentales:ellas estén socializadas en tanto son inseparables de represeataciones del espacio relacional urbano, de los recursos que ofrece y de las resiricciones que impone, a parti de los cuales los actores sociales se orientan y hacen sus opciones. La cuesti6n es ‘eatonces desnaturalizar -o al menos desbanalizar—los mecanismos de agregaci6n y de ssociaci6n insisiendo sobre las modalidades relaciovales que los hacen posibles detectando las mediaciones existentes entre «la racionalidad individual y la identidad colectiva El degplazamiento que implican estas elecciones es probablemente més sensible a los historiadores que a los antrop6logos, porque Ia historia de las problemiticas y de los procedimientos de las dos disciplinas es asimétrica”, Este desplazamiento me parece ser portador de varias redefniciones cuya importancia no es despreciable: ~ redefinicién de los presupuestos del andlisis socio-hstérico, cuyos rasgos mayores reciéa cevocamos. A la uiilizacion de sistemas de clasificacién fundados sobre los crterios explicitos (Generales o locales), e1 micro-andliss ls sustituye por la consideracién de los comporta- smienios a través de Ios cuales las ideatidades colectivas se constiyen y deforman. Esto no implica que se ignoren ni se descuiden las propiedades eobjetivas» de la poblaciOn estudiada, sino que se las trate como recursos diferenciales cuya importancia y signifcacién debeu set evaluadas dentro de los usos sociales de que son objeto ~es decir dentro de su actuaizaci¢a. ~ redefinicién de la noci6n de estrategia social. Fl histriador, al contrario que el antropGilo- g0 0 el socidlogo, trabaja Sabre el hecho consumado sobre slo que efecivamente ocurti6y— Y que, por definicién, no es repetible. Es excepcional que las fuentes presenten las ‘hernativas y, con mayor raz60, las incersidumbres enfreniadas por los actores sociales del pasado. De allfel recurso frecueate y ambiguo a la nocién de estrategia: ella sirve a menudo cde reemplazo de una hip6tesis general funcionalista (que permanece, generalmente implicita); ¥y en ocasiones para calificar, més prosaicamente, los comportamientos de los actores, individuales 0 colectivos que tuvieron éxito (que son, en general, los que conocemos mejor). 1 cto son bao como cl de Mare Abit cbr formas y ls apusts de la policaocalea Francia eoemporins (JES TRANUULLIS EX 8, Part, 188) elon vy in eed previ maps de lo eas {Sens ormaldlones propuces, eel mano momen, pore inicr-tinoriadores.Fullarts earl peas UCAbates cn el debate ttropolgiaanalan Ta reception sel Hor en Su ted profesional. 123 Desde este punto de vista la posicién resueltamente anti-funcionatista adoptada por los icrohistoriadores esté lena de significacién. Considerando en sus andlsis una pluralidad de destinos particulares, buscan reconstituir un espacio de posibles ~en funcidn de los recursos propios a cada individuo o a cada grupo dentro de una configuracién dada. G. Levi ¢s sin duda quien ha ido més lejos en este sentido al reintroducir las nociones de fracaso, de incertidumbre y de racionalidad limitada en su estudio de las estra ‘campesinas desarrolladas en torno al mercado de la tierra en el siglo XVII". ~ redefinicién de la nocién de contexto. Esta fue a menudo objeto de un uso cémodo ¥ ppetezoso en las ciencies sociales y, en particular eo la historia. Uso retérico: cl comtexto, a ‘menudo presentado al comienzo del estudio, produce un efecto de realidad alrededor del objeto de la investigsci6n, Uso argumentativo: el contexto presenta las condiciones generales dentro de las cuales encuentra su lugar una realidad, atm si no siempre se va més allé de ‘comparar simplemente dos niveles de observacién, Mas raramente, uso interpretativo: del Contexio se exiraen, a veces, las razones generales que permitirfan comprendcr situaciones particulares. Mas allé de la micro-historia, buena parte de la historiografia de los Gltimos veinte afios ha manifestado su insatisfacci6n frente a estos diversos usos e intentado reconstruir, segin diversas modalidedes, las articulaciones del texto al contexto. La originalidad del enfoque micro-histrico parece ser la de rechazar la certidumbre que subyace ‘en todos 10s usos mencionados segin la cual exisiria ua contexto unificado, homogéneo, ea ¢l interior del cual y en funcin del cual los actores determinarian sus opciones. Este rechaz0 puede entenderse de dos maneras complementarias: como un recordatorio de la multipticidad de las experiencias y representaciones sociales, en parte contradictorias, en todo caso ambiguas, mediante [as cuales los hombres construyen el mundo y sus acciones (es el eje de la attica @ Geertz que propone Levi"; pero también, en un andlisis més profundo, como une invitacion a invertir el procedimiento més kabitual del historiador que consiste em partir de tun contexio global para situar ¢ interpretar su texto. Lo que se propone es, al contrario, consttuir 1a multipicidad de contexios que son necesarios a la vez a su identificacién y a la comprensién de comportamientos observados. Aqui nos reencontramos, por supueste, con el problema de las escalas de observacién, ~ es el dkimo punto el que, me parece, es objeto de una revisié dréstca. A la jerarquta de los niveles de observacién, los historiadores instintivamente se refieren a una jerarqufa de les apuestas (enjeu) histricas: para expresar las cosas trivialmente, ala escala de la nacién se hace historia nacional, a nivel local, historia local (lo que en sf mismo no compromele necesariamente wna jerargufa en fa importancia, en particular desde el punto de vista de Ia historia social). La historia de un conjuato social tomada «au ras du sole se dispersa, eu apariencia, en una miriada de acontecimientos mindsculos, dificles de organizar. La concepcién tradicional de la monografia busca hacerlo proponiéndose como tarea la verificaci6n local de hipStesis y resultados generles. El trabajo de contextualizaci6n miltiple 186. Levi, Le pouvom au vLAGe, op.cit, exp. 2 19, Levi, "on Micro-Hstay, ci, p. 202; ef. también" peicol del Geeraiomo", QUADERNI STORC), 1985, pp. 369-277 14 practicado por los micro-historiadores parte de premisas muy diferentes. Plantea, en primer lugar, que cada actor hist6rico participa, de cerca o de lejos, en procesos -y entonces se inscribe en contextos~ de dimensiones y niveles diferentes, del més local al més global. No ‘existe entonces un corte, ni menos ain oposicién, entre historia local e historia global. Lo que la experiencia de un individuo, de un grupo, de un espacio permite aprehender es una ‘modulaci6n particular de la historia global. Particular y original: pues lo que el punto de vista micro-bist6rico ofrece a la observacién no ¢s una versi6n alenuada, parcial o mutilada de realidades macro-socials: es, y es el segundo punto, una versién diferente, 6 ‘Tomemos un ejemplo que ha retenido la atencién de varios micro-historiadores. Se puede analizar la dindmica de un macro-proceso, como la afirmacién del Estado moderno en Europa entre los siglos XV y XIX, en términos muy diferentes. Por mucho tiempo los historiadores se interesaron sobre todo en quienes, de manera visible, habian hecho la historia, Luego, bajo el impulso de los grandes te6ricos del siglo XIX, descubrieron la importancia de las evoluciones masivas y annimas. Entre ellos se impuso muy ampliamente la convicciéa que la verdadera historia es la de lo colectivo y lo numeroso. Esta mutacin puede explicar que a sus ojos las encarnaciones hist6ricas del poder se han transformado sustancialmente. En los afios 1880, se cxaminaba exteasivamente la politica de Richelieu y Iaimperiosa vuelta al orden politico, administrativo, religioso, fiscal, cultural que ella impuso en la Francia de principios del siglo XVII. Hoy se habla habitualmente de la afirmacién impersonal del Estado absolutista tal como se inscribe inevitablemente en la larga duracién, entre el siglo XIV y XVIII; se evoca, siguiendo a Max Weber, el lento proceso de racionalizaci6n que ha afectado las sociedades occidentales; se evoca, siguiendo a Norbert Elias, el doble monopotio sobre el fisco y la violencia que adquiri6, entre la Edad Media y la modernidad, la monarquia francesa; se sigue, con Kanlorowicz, la emancipacién de una insiancia Iaicizada en el corazén mismo de la ctisiandad medieval, Todas estas lecturas (y ‘an otras) son précieuses y a menudo convincentes. Han enriquecido considerablemente ‘nuestra comprensién del pasado. Todas o casi -se deberia poner a parte, aqui, el caso de Elias comparten sin embargo el aceptar como tal la existencia de macro-fenémenos cuya ficacia es evidente. Lo que antes se atribuia ala majestad, al prestigio, a la autoridad, al talento de un personaje singular, hoy se sta atin més cémodamente en la logica de grandes ordenamientos anénimos que cSmodamente se denominan Estado, modernizaci6n, formas del ‘progreso ~pero también de modo més sectoral, los fendmenos clésicos como la guerra, a difusién de la cultura escrita, la indusriaizacién, la urbanizaci6n, entre muchos otros. Estos fenémenos son extraordinariamente complejos, se sabe, al punto que generalmente les es imposible a los historiadores marcar sus limites. éDénde se detiene la esfera del Estado, dénde los efectos inducidos por el trabajo y la producci6n industrial, dénde aquellos de los cuales el libro es portador? Ya cuando se describen, podemos dudar sobre su morfologia, sobre la descripcién de su articulacién interna. Pero es asombroso ver que su cficacia, al menos tendencial, no es puesta en duda casi nunca. Las «méquinas» del poder se apoyan sobre su propia autoridad y cllas son eficentes precisamente porque son méquinas. (Geria mas exacto deci: ellas som eficientes a los ojos de los hitoriadores solamente porque 135 éstos las imaginan como méquinas). Se tenders a buscar entonces en la regulaci6n de la misma méquina la explicaci6n de sus actuaciones, atribuyéndole ingenuamente una ideologfa de la racionalizaci6n y de la modernizaci6n que pertenece al sistema que se ha propuesto En el mejor de los casos se busca identificar a quienes a través de estas grandes transformaciones, se han dedicado a denunciarlas y a bloquearlas en nombre de los valores sociales alternativos. Sin duda no es un azar si la misma generacién intelectual que, hace ‘veinte aos, solemnizaba los aparaios del poder es también la més entusiasmada por los marginales, los rechazados, los alternativos de la historia, bandidos de honor y brujas, hheterodoxos y anarquistas, excluidos de todo tipo. Pero era atin una manera de reconocer y sefialar la realidad masiva del poder, ya que s6lo una minor‘a dispersa de héroes habia sido ‘capaz de levantarse contra ella, desde afuera y sin verdadera esperanza. ‘Aceptar esta visi6n de las cosas, tal dstribuciGn de roles, en los hechos es acepiar que separada de la Logica mayoritaria de los aparatos, fuera de las formas residuales de resistencia a su afirmacién, los actores sociales estén masivamente ausentes, 0 atin que son sy se han sometido, hist6ricamente, a la voluntad del gran Leviathan que englobaba 4 todos. Esta puesta en escena de la fuerza y de la debilidad es inaceptable. No por.razones ‘morales, sino porque esté, una vez ms, demasiado ligada a las representaciones que no han ccesado de sugerir las mismas l6gicas del poder, que quisieran dictar hasta la manera de ‘ponerse a ellas; y porque incluso si se acepta la hipétesis de una eficiencia global de los aparatos y de las autoridades, falta comprender enteramente cOmo esta eficiencia ha sido posible es decir c6mo han sido retranscriptas, en contextos eternamente variables y hheterogéneos, las érdenes expresas del poder. lanteer el problema en estos términos lleva a rechazar el pensarlo en términos simples: fuerza/debilidad, autoridad/resistencia, centro/periferia; y a establecer el anslisis de los fenémenos de circulacién, de negociaci6n, de apropiacién en todos los niveles. Es importante ser claro aqut: la mayor parte de los historiadores trabajan sobre sociedades fuertemente jerarquizadas y desigualtarias, donde el principio mismo de la jerarquia y de la desigualdad esté profundamente internalizado. Seria ridiculo negar estas realidades y simular que las operaciones que venimos de citar ~circulaci6n, negociacién, apropiacién— puedan ser pensadas fuera de estos efectos de poder. Todo lo contrario, yo quisiera sugerir aqui que cllas son inseparables y que han sido maneras de pactar con los poderes; pero también que elas deformaron los efectos inscribiéudolos en contextos y plegéndolos a l6gicas sociales rentes de las que eran las suyas al inicio. Retomemos el ejemplo del Estado monarquico en la edad moderna. Visto desde Paris y Versailles, Berlin, o Turin, se presenta como una especie de vasta arquitectura cuyas formas no cesan de multiplicarse, de ramificarse hasta penetrar en lo més profundo de la sociedad que él encuadra y que toma a su cargo. La realidad, lo sabemos bien, es un poco ‘més complicada y menos armoniosa. En los hechos, las instituciones se superponen, ‘compiten, a veces se oponen unas a otras; algunas estén ya foslizadas (pero, sogtin la Logica del Antiguo Régimen, ellas son reemplazadas sin ser suprimidas, lo que puede determinar inextricables enmarafamientos de autoridad, de competencia, de gestion); otras estén en pleno auge, ya sea porque son muy nuevas, ya sea porque estén provisoriameate mejor adapladas a una configuraci6n dada de Ia sociedad. También el pensamiento del Estado, el que tuvieron sus promotores en los siglos pasados tanto como el de los historiadores de hoy, es un pensamiento global que, a través de dudas, contradicciones, cambios de ritmo, 136 Feconoce un Gnico gran proceso en marcha a través de los siglos. Cuando se habla del crecimiento del Estado y se intenta dar una evaluaci6n aproximada (es el famoso «pesée globales caro a P. Chauinu), por ejemplo midiendo el peso de Ia fiscalidad pablica, o el ‘mero de funcionarios, o los progresos cuantitativos de la justcia real, se lo piensa sobre el modelo del crecimiento econémico proponiendo que una pequeia cantidad de indicadores clegidos permite dar cuenta de la evolucién de conjunto de un sistema que seria a la vez continuo ¢ integrado. Por supuesto, es més delicado intentar una medicién en términos de eficiencia: pero cuando la relacién entre el néimero de oficiales piblicos y la cifra de la poblacién global tiende a subir, se acepia casi sin discutir que resulta una mayor eficiencia, En todas estas operaciones, se plantea en todo caso como obvi la existencia de una logica comin que unificara el conjunto de las manifestaciones del Estado. Nada es menos seguro. Si se reuncia a esta perspectiva central que es aquella desde donde se enuncia el proyecto etético (y donde se produce la argumentacién ideolbgica que lo sostiene), si se cambia Ia escala de observaciOn, las realidades que aparecen pueden ser muy diferentes. Es lo que ha demostrado recientemente G. Levi en la investigacién, citada a menudo, que ha consagrado a una comunidad rural del Piamonte, Santena, a fines del siglo XVIL. {Qué sucede cuando se observa el proceso de consiruccién del Estado «au ras du sols, en sus més lejanas consecuencias? Los grandes movimicntos del siglo, la afirmacién tardia del Estado absolutista en Piamonte, la guerra europea, la competencia entre las grandes casas aristocréticas existen, ciertamente, incluso si Ia traza es detectable a través del polvo de acontecimieatos mindsculos. Pero a través de estos acontecimientos surge precisamente otra configuracién de las relaciones (entre el fuerte y el débil) del fuerte con el débil. Hubiese sido tentador reducir toda esta historia a lade las tensiones que oponen una comunidad periférica a las exigencias existentes de un absolutismo en pleno auge. Pero la escena tiene participantes mucho més numerosos. Entre Santena y Torino se interponen € interferen las pretensiones de Chieri, ciudad mediana y que cree tener algo para decir; las del arzobispo de Torino de donde depende la parroquia; las de los os principados feudatarios del lugar, rivales entre sf, que desean afirmar su preeminencia. La misma sociedad aldeans se descompone, se fractura en funcién de los intereses divergeates de los grupos particulares que la componen. Estos actores colectivos sc enfrentan, pero también se alian segdn sus posibilidades, ellas mismas cambiantes. Los frentes sociales (y «politicos», si se quiere) no cesan de dislocarse para recomponerse de otro modo. Es precisamente a la multiplicidad de intereses en cuestiOn, a la complejidad del juego social, que el burgo de Santena ha debido, durante la segunda mitad del siglo XVI, la suerte colectiva de permanecer un y Ja otra «micro». Ambas son everdaderas» (y muchas otras atin en niveles intermedios que convendria poner a prucba de manera experimental) y ninguna es realmente satisfactoria porque la coustruccién del Estado moderno esté precisamente heck del conjunto de estos niveles cayas articulaciones quedan por idemtificar y pensar. La apuesta de Ia experiencia ‘njero-social -y su opcién experimental, si se quiere~ es que la experiencia mis elemental, aquella del grupo pequeto, incluso del individuo, es la més esclarecedora porque es Ia més ccompleja y porque se inscribe en el mayor nimero de contexios diferentes. Esto plantca otro problema, que de hecho es consuslancial al proyecto mismo de una miero-bistoria. Admitamos que limilando el campo de observacién surgen datos no solameate ‘més numerosos, més finos, sino que ademés se organizan en configuraciones inéditas y hacen parecer otra cartografia de lo social. LCuAl puede ser Ia representatividad de una muestra tan acolada? {Qué puede ensedarnos que sca generalizable? La pregunta ha sido formulada temprenamente y a recibido respuestas que no reco- gicron mucha adhesién. En un arifculo ya antiguo Edoardo Grendi preventa Ia objeci6n forjando un elegante axymoron: proponia la nocin de eexoepcional normal, Este diamante ‘oscuro ha hecho correr mucha tinla. Ejerce la fascinaci6n de los concepios que se desearia, poder utilizar si se supicra definrlo con exacttud. (Debe verse en fo «excepcional normaly aan eco, en total consonancia con la sensibilidad de los afios posteriores a 1968, de la couviccién que los mérgenes de una sociedad dicen més sobre ésta que su centro?, que los locos, los marginales, los enfermos, las mujeres (y el conjunto de los grupos dominados) son {os privilegiados poseedores de una suerte de verdad social?

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