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Teorías del aprendizaje:

Condicionamiento Clásico y
Condicionamiento Operante

Condicionamiento Clásico y Condicionamiento Operante


El aprendizaje no solo es la habilidad o capacidad para adquirir conocimientos, conducir o
saber jugar al tenis, sino sacar provecho de nuestras experiencias para adaptarnos al
mundo que nos rodea de una forma eficaz. Gracias a nuestra capacidad de aprendizaje,
podemos rectificar nuestro comportamiento, moldear la personalidad, adquirir habilidades
sociales, manejar los miedos o modificar nuestras creencias y actitudes.

Contenido [esconder]
 1 ¿Qué es el aprendizaje?
 2 El Condicionamiento Clásico
 3 El Condicionamiento Operante
¿Qué es el aprendizaje?

Partiendo de que el don más importante que nos ha dado la naturaleza es el de la adaptabilidad,
la capacidad para aprender formas nuevas de comportamiento que nos permitan afrontar las
circunstancias siempre cambiantes de la vida, el aprendizaje sería definido entonces como
un cambio relativamente permanente en nuestro comportamiento provocado por una
experiencia.

Esperanza para el futuro

El aprendizaje es, por encima de todo, una fuente de esperanza para el futuro. Lo que podamos
aprender ahora quizás lo necesitaremos más tarde (como padres, amigos, educadores…). Lo
que en este momento nos condiciona quizás pueda modificarse con otro aprendizaje que
permita adquirir nuevas estrategias, curarnos de nuestras ansiedades o rehabilitarnos.

Vamos, el hecho de que ahora seamos poco afortunados en algo, timidillos, con dificultades
para ser cariñosos no tiene porque durar siempre. Así que el aprendizaje es la garantía de un
devenir más equilibrado porque los seres humanos somos los que tenemos más capacidad de
modificar nuestro comportamiento a través de ésta original herramienta, los únicos que
podemos confiar en que hoy es el primer día del resto de nuestra vida y que estamos dispuestos
a seguir aprendiendo para mejorar.

Sabiendo esto ya de antemano, podemos entrar a darle un repaso a las teorías más relevantes
sobre este tema y entendiéndolo desde un punto de vista más cercano, sin tantos tecnicismos,
con ejemplos que nos pasen a todos. Aquí vamos.

El Condicionamiento Clásico

Supón que estas esperando tu turno en una larga fila ante una de las cajas del supermercado
(ese mismo que estas pensando). Es pleno invierno, la temperatura afuera es muy baja. Cada
vez que se abre la puerta automática de entrada, penetra una ráfaga de aire frio en el interior y
te da en la cara. Cuando esto sucede, claro, tú te estremeces y te encoges. Ahora bien, supón
que inmediatamente antes de que se abra la puerta, escuchas el sonido amortiguado del
mecanismo que la hace funcionar. Al principio quizás lo ignores, pero después de que te pegue
el airazo en la cara un par de veces comenzarás a estremecerte y a encogerte al escuchar el
mecanismo, antes de que la puerta se abra y entre el viento.

Iván Pavlov (1849-1936), premio nobel de medicina, probó en uno de sus experimentos que si
a un estímulo neutro, como es la comida, se le asocia uno condicionado, como puede ser una
campanilla, el animal acabará salivando al percibir el sonido de la campanilla aunque no haya
comida a la vista.

I. Pavlov: Condicionamiento Clásico

La anticipación al miedo

Ahora supón que viajas en el metro. De golpe se apagan las luces y queda el vehículo atrapado
en un túnel entre dos estaciones. Nadie puede salir, claro. La situación dura lo suficiente como
para que se desencadene en ti una respuesta de angustia (temblores, palpitaciones, escalofríos,
sensación de ahogo y miedo intenso). El metro se pone en marcha, y bajas despavorido en la
próxima estación que no es la tuya. Desde entonces, cada vez que bajas las escaleras del metro
ya tienes una sensación desagradable de ansiedad; si evitaras subir al metro, podrías desarrollar
una fobia a éste.

Un ejemplo muy famoso es el del pequeño Albert (en 1924). Un estudio, por desgracia, con
consecuencias desastrosas. Este estudio demostraba cómo se inician ciertos temores
específicos, ciertas fobias. El sujeto escogido fue un niño de once meses, Albert, que como la
mayoría de los niños, tenía miedo de los ruidos pero no así de las ratas. Entonces le mostraban
una rata blanca, y cuando el pobre extendía la mano para tocarla, golpeaban un martillo contra
una barra de acero situada detrás de su cabecita. A los cinco días se observo que el niño
generalizaba su respuesta condicionada, pues reaccionaba atemorizado cuando le mostraban un
chucho, un conejo, e incluso ¡un abrigo de piel! Curiosamente, no mostró esa reacción frente a
los juguetes, peluches o similares.

Discriminación

Es necesario que distingamos entre estímulos de apariencia similares. Pongamos el ejemplo de


un individuo que diariamente escucha el tic-tac de su despertador y el ruido del termostato de
su refrigerador. Los sonidos reproducidos por su el reloj van acompañados invariablemente por
otro fuerte y molesto del despertador, por lo cual no tardan en lograr que emitamos respuestas
condicionadas (reacciones de fastidio o incluso de ansiedad moderada). No ocurrirá así con el
refrigerador y el resultado final será que la persona adquirirá poco a poco la capacidad de
discriminar con mucha precisión estímulos relativamente similares.

Como la generalización, la discriminación es valiosa para la supervivencia. A estímulos


ligeramente diferentes siguen consecuencias muy diversas; y ello permite la adaptación.
Nuestro corazón puede sobresaltarse ante un ruido inesperado de un cohete, pero permanecer
indiferente al escuchar el ruido del tráfico.

El proceso de extinción

Si careciéramos de un mecanismo para suprimir las reacciones que ya no son indicios


fidedignos de la aparición de los fenómenos del acondicionamiento, rápidamente seríamos
fardos cargados de inútiles reacciones condicionadas. Afortunadamente, poseemos un medio
para eliminar esta clase de reacciones: el proceso de extinción.

Cada vez que un estímulo previamente condicionado (la famosa campanilla) se presenta si
el estímulo no condicionado con el que se asoció antes (el alimento), su capacidad de suscitar
respuestas condicionadas se debilita hasta desaparecer por completo. Solo podemos evitar este
final inexorable si, de vez en cuando, “recordamos” la situación inicial (proporcionando el
alimento).

Recuperación espontanea

Ésta se produce cuando el mismo estímulo condicionado, después de un período de


descanso, vuelve a presentarse tiempo después, provocando la respuesta que había sido
condicionada por ese mismo estímulo.

En un principio pues, la extinción frena la respuesta condicionada, más que eliminarla. Serán
necesarias más “desconexiones” entre el estímulo condicionado y el no condicionado para que
llegue el momento del cese definitivo de la recuperación espontánea. Este proceso hace que
sigamos reaccionando con angustia ante palabras “examen” tiempo después de terminar con
nuestra actividad académica, que miedos o fobias vuelvan a molestarnos cuando pensábamos
que ya estábamos curados o que sintamos otra vez el “gusanillo” del tabaco o del alcohol, a
pesar de habernos librado, en teoría de ellos. Estos ejemplos de la vida cotidiana están
sometidos a otros factores (adicciones, personalidad, fuerza de ciertos estímulos, etc.), sin
embargo la recuperación espontánea es un descubrimiento muy valioso para comprender
muchas cosas que nos acontecen en nuestro ir y venir de un aprendizaje a otro.

El Condicionamiento Operante

Durante los años que has ido a la escuela, a la universidad o incluso a algún curso, debes de
haber tenido contacto con decenas de maestros y profesores. Algunos de ellos probablemente
habrán sido muy estrictos, mientras otros habrán preferido premiar las conductas intelectuales
apropiadas antes que castigar las incorrectas, es decir, con la intención de incitar los pequeños
logros, paso a paso, prestando más atención a las actitudes positivas.
Los estudiantes que “sobrevivieron” al primer sistema habrán podido adquirir un sentido
“competitivo” y muy riguroso, con el cual su bagaje ante los retos constantes de la vida
académica les será a priori útil. Pero también habrán desarrollado más ansiedad de la deseable y
algunos expresarán aversión al método e incluso a todo lo que suene a “pedagogía”.

El otro grupo de profesores se habrá ganado un lugar cálido en el corazón de los alumnos; pero
el afecto por un maestro no garantiza necesariamente el aprendizaje de las aptitudes
básicas necesarias para ala adaptación a las futuras situaciones adversas.

Castigos y recompensas

Este ejemplo de la vida cotidiana nos muestra cómo nos movemos en un constante vaivén de
recompensas (esas las buscamos diariamente) y castigos (que pretendemos evitar), los cuales
guían nuestras conductas más complejas. Ya hemos visto cómo el condicionamiento clásico
vincula los estímulos neutros con las respuestas simples e involuntarias. Pero ¿cómo
aprendemos otras formas más variadas y voluntarias de comportamiento? Una cosa es enseñar a
salivar al gatito cuando escucha el bolso de las croquetas o a un niño a temer los vehículos en la
calle, y otra muy distinta es que un oso aprenda a bailar (aunque sea patosamente, como
muchos humanos) una rumba o que un niño aprenda inglés.

Muchas de estas funciones están reservadas a otro tipo de aprendizaje que se encarga de
inculcarnos esas formas de conducta. Se trata del condicionamiento instrumental u operante,
mediante el cual un sujeto tiene más probabilidades de repetir los comportamientos
premiados y menos de continuar con las formas de conducta castigadas.

Las acciones siempre traen consecuencias de uno u otro tipo. Por ejemplo, decirle “te quiero” a
alguien dará un resultado muy diferente al esperado si la frase se pronuncia tartamudeando.

En conclusión, hay una conexión directa e importante entre las acciones que ejecutamos y
las consecuencias que se derivan de ellas. Y éste es el proceso que conforma el
condicionamiento operante, porque el acto opera sobre el ambiente para obtener estímulos
compensatorios o positivos.
En la segunda parte de éste artículo recorreremos punto por punto los pasos de éste
aprendizaje así como la superstición, la indefensión aprendida y el control personal.

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