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Políticas Públicas de Cultura.

Una visión a partir del proceso de


institucionalización cultural1
Eduardo Nivón Bolán/ UAM-I
Julio 2016

En septiembre de 2015 el presidente de la república anunció la creación de una


Secretaría de Cultura del gobierno federal mexicano. A quien se haya acercado a la
vida cultural mexicana el anuncio le hubiera podido parecer extraño porque tal vez
supondría que dado que México cuenta con un impresionante conjunto de
instituciones culturales de gran presencia nacional e internacional ya debía haber
habido una secretaría o ministerio de cultura. No era así. El organismo responsable
de la política cultural era, hasta diciembre del año pasado, el Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes (CONACULTA), un aparato que coordinaba un robusto
conjunto de instituciones nada despreciable. Para poner algunos números: El
Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que es el ente responsable de
los monumentos arqueológicos e históricos del país, contaba en 2014 con 7 708
trabajadores. Sólo los investigadores eran 800 entre arqueólogos, antropólogos
sociales, antropólogos físicos, lingüistas e historiadores. Los arquitectos,
restauradores, museógrafos y otros especialistas son 400 más.2 Con este personal el
INAH atiende casi 300 centros de trabajo entre zonas arqueológicas, museos, talleres
y oficinas. Observado el conjunto de instituciones que junto con el INAH pasaron a
formar parte de la nueva Secretaría el panorama no puede ser menos impresionante
pues abarca las áreas de radio y televisión cultural, cinematografía (estudios,
cineteca y festivales), libros, lectura y bibliotecas, patrimonio, educación artística,
fondos de inversión y muchísimos proyectos especiales.

Una consideración frecuente sobre el aparato cultural mexicano es que éste


representaba desde varias décadas atrás una estructura de ministerio semejante a las
de Europa continental. Esto es más evidente si sólo se mira la ciudad de México,
centro de la vida cultural del país. Hace 20 años un historiador francés que trabajó
muchos años en el INAH escribió una historia de la capital mexicana en la que
reflexionaba sobre la impresionante infraestructura cultural:

“… hasta el día de hoy, la vida cultural de la ciudad de México ha


permanecido esencialmente en manos del Estado. En este sentido, la capital

1
Seminario virtual Políticas Culturales e Institucionalidad Cultural. Especialización en Políticas
Culturales y Gestión Cultural/ VIRTUAMI, Julio 2016, México.
2 Israde, Yanireth “Ahoga al INAH su burocracia”, Reforma 15-02-2016
http://www.reforma.com/aplicaciones/articulo/default.aspx?id=767359

1
mexicana es una ciudad latina, casi francesa, de ninguna manera
anglosajona…” (Gruzinski 2004: 25).

Pero si el paso del antiguo CONACULTA a Secretaría de Estado pudiera parecer


natural, no lo fue tanto para muchos actores culturales especialmente para los más
involucrados en el desarrollo de las instituciones que lo componían: los
investigadores y gestores de los distintos aparatos culturales. Entender sus razones
parece importante y en todo caso comprender su racionalidad y las esperanzas y
temores depositados en este cambio sirve para reflexionar sobre los retos de la nueva
institucionalidad cultural. Es también el principio de una reflexión sobre la
institucionalidad cultural que en muchas ocasiones ha permanecido oculto ante el
fulgor de los discursos y las actividades culturales.

La institucionalidad cultural

El punto de partida de este trabajo es que la forma institucional que asume la


actividad cultural del Estado no es neutra. En los estados modernos son múltiples
los entes que intervienen en la cultura como ocurre en ámbitos como la educación,
la salud o el trabajo, pero ello no excluye que existan organismos definidos en torno
a estas actividades públicas. Las diversas modalidades institucionales -e incluso su
inexistencia- nos indican, en primer término, la forma como el estado quiere
intervenir en un tema público, como ha de dividir el trabajo, los aparatos de que ha
de disponer, las sujeciones o la capacidad autónoma de los mismos. En otras
palabras establece los recursos de que dispondrá el estado para atender una
problemática. Pero, además de las pautas de funcionamiento orgánico del Estado,
nos introducen el objetivo de la legitimidad del estado. Veamos un ejemplo. En el
campo educativo, México diseñó una política que transformó radicalmente el
acuerdo revolucionario de 1917. En ese momento sólo se acordó que la “instrucción”,
como se denominaba en ese momento a la educación, sería libre y que la que
impartiera el Estado debería ser laica. El modelo institucional que se diseñó en ese
momento imponía un sistema descentralizado para la educación básica y
centralizado para la educación universitaria. De hecho en la restructuración que se
hizo del Estado posteriormente a la firma de la Constitución se suprimió la Secretaría
de Instrucción Pública y Bellas Artes y en su lugar se erigió el Departamento
Universitario y de Bellas Artes, una entidad jerárquicamente menor a una Secretaría
(Carrillo Castro 2011: 89). La educación básica quedó en manos de los municipios y
de los gobiernos estatales y sólo la universidad y las grandes instituciones culturales
y educativas fueron asignadas a la responsabilidad del Departamento. Fue José
Vasconcelos el que en poco tiempo logró revertir totalmente esa situación. Sus
argumentos y su pasión política lograron convencer a las máximas autoridades del
país de los efectos negativos de la institucionalidad vigente e impulsó por ello una

2
reforma que otorgó al Gobierno federal la facultad de “establecer, organizar y
sostener en toda la República escuelas rurales, elementales, superiores, secundarias
y profesionales, de investigación científica, de bellas artes y de enseñanza
técnica…”3

Para hacer más notoria las condiciones que la nueva institucionalidad educativa
supuso, puede servir el contraste con la institucionalidad educativa en los Estados
Unidos. El actual Departamento de Educación de ese país está por cumplir 50 años.
Fue creado en el ambiente de transformaciones derivadas de los movimientos
igualitarios por los derechos civiles. Aunque existe un precedente con el mismo
nombre creado casi un siglo antes, en 1867, fue el temor a una excesiva injerencia del
gobierno federal lo que determinó su supresión al año siguiente para convertirlo en
una Oficina de Educación del presidente del país. La política educativa
estadounidense responde a la conocida flexibilidad y autonomía de los estados de
la Unión. En su página informativa el U.S. Department of Education señala que en
2010 sólo contaba con 4,300 empleados y 60 billones de dólares de presupuesto.4 El
perfil de sus políticas responde a un esquema de colaboración y subsidios
respetando la autonomía de los estados y el fuerte movimiento social levantado por
padres de familia en torno a la libre elección de escuelas. Básicamente su
intervención en el ámbito local es a través de apoyos financieros para la educación
que suponen la firma de convenios con las escuelas públicas (charter schools) para
desarrollar programas específicos y la oferta de bonos (vouchers) a la ciudadanía
para tener acceso a las escuelas privadas (Pini y Anderson 1999). Como se puede
entender, estas políticas son muy distintas a las de aquellos países que defienden el
sistema educativo como instrumento de homologación social y cultural y que por
tanto imponen al Estado un modelo centralizado e intervencionista en la educación.

La institucionalidad entonces tiene fines públicos y no responde sólo a una


racionalidad instrumental. Entonces ¿cuál es el sentido de la institucionalidad
cultural en una sociedad moderna en el entendido de que debe quedar atrás el
intervencionismo estatal en el contenido de la creación artística? Mi respuesta es que
la institucionalidad es el lugar en el que es posible que se encuentren los actores
culturales a fin de elaborar, coordinar y llevar a cabo la política cultural y el diálogo
e intercambio entre ellos. Cada sociedad define los campos en los que el estado tiene
responsabilidad en la cultura. En México, como en muchas otras sociedades, éstos
se han venido definiendo poco a poco con el tiempo. El más relevante ha sido el
fomento, protección, difusión y desarrollo del patrimonio cultural, pero con la
ampliación de las oportunidades educativas, el intercambio cultural, el aumento del

3 Artículo 73-XXVII reformado de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos 1921.
4 Ver http://www2.ed.gov/about/overview/focus/what_pg2.html#whatis

3
tiempo libre y la extensión de los medios de comunicación, los intereses creativos de
la sociedad han crecido en todos sentidos. Hacer accesibles los bienes culturales a
toda la sociedad es otra de las responsabilidades del Estado, pues con ello se expresa
la búsqueda de equidad e igualdad de oportunidades y se pone en escena la libertad
y la diversidad de la sociedad. Cabe en este sentido hacer especial énfasis en que la
creatividad y el acceso a los bienes culturales no son sólo aspiraciones individuales
sino que pueden suponer para algunas colectividades un recurso de actividad
económica y un pozo en donde abreve su identidad y la cohesión frente a otros
grupos, la nación o la comunidad internacional.

En resumen, patrimonio, creatividad, acceso-participación y desarrollo social,


económico y cultural son las responsabilidades del estado en materia de cultura en
México. Ahora bien, una vez ubicados los campos de intervención, los diversos
modelos de institucionalidad cultural han tratado de satisfacer dos aspectos. El
primero es la adaptación de sus estructuras a las demandas que buscan atender. Si
había que desarrollar la formación de artistas se creaban conservatorios, academias
o universidades de las artes, en tanto que si se trataba del patrimonio se fundaron
organismos para su investigación, protección y difusión. No sólo eso. A veces había
que solucionar a través de una institución conflictos o deficiencias de profundo
calado. En 1932 la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuvo que resolver una
controversia sobre la constitucionalidad de una ley estatal sobre el dominio y
jurisdicción de los monumentos arqueológicos ubicados en el territorio de Oaxaca.
El fallo de la corte que rechazó la constitucionalidad de dicha ley ocasionó que el
gobierno federal tuviera que crear una institucionalidad orgánica a partir de la cual
desarrollaría una política pública sobre los monumentos que dejaba en su manos en
forma exclusiva la gestión de ese tipo de patrimonio. En años posteriores hubo de
realizarse diversas reformas que terminaron de dar forma a un modelo de gestión
pública de los monumentos arqueológicos, históricos y artísticos que es propio de
nuestro país. Se produjo así, al lado de la institucionalidad orgánica, una
institucionalidad normativa.5

La característica fundamental de la institucionalidad orgánica es el diseño y


desarrollo de políticas públicas y en el caso de la cultura esto asume características
específicas. La primera es la identificar y hacer accesible una entidad de
interlocución con el estado. Si bien ésta puede ser un objetivo compartido con otras

5 Manuel Antonio Garretón ha propuesto la distinción entre estos dos tipos de institucionalidad
Garretón 1993) aunque debe comprenderse que ambas están ligadas y sólo existan distintos ritmos
de su desarrollo. En México por ejemplo un especialista estableció a principio de siglo XXI lo que
podrá ser un programa legislativo que pusiera al día la normatividad cultural e superara los fallos o
incongruencias de la institucionalidad orgánica (Dorantes 2003). Mirado su “programa” con cierta
apertura podría decirse que poco a poco se ha ido satisfaciendo.

4
áreas de la administración, por las características de la política cultural el
acercamiento con los ciudadanos debe hacerse lo más inmediato posible. También
debe servir para que las entidades privadas y los organismos internacionales
cuenten con un interlocutor para el desarrollo de sus políticas. Es importante
igualmente que los diversos organismos culturales de un país tengan un referente
que propicie la colaboración y coordinación y para favorecer la inversión en cultura.
En este último punto habrá que reconocer que sin un organismo cultural visible
difícilmente se podrá establecer una política de financiamiento público o privado.

La institucionalidad normativa supone un trabajo de ordenamiento, definiciones y


obligaciones que se han ido construyendo en la modernidad. Con frecuencia las
normas se desfasan del desarrollo institucional lo que obliga por tanto a una revisión
constante. Por ejemplo la ley que rige la actuación del estado mexicano en materia
de patrimonio monumental (Ley Federal sobre Monumentos y Zonas
Arqueológicos, Artísticos e Históricos) fue publicada en 1972. Tres años después una
Ley General de Asentamientos Humanos hacía un nuevo reparto de funciones en
materia territorial entre el gobierno federal, los estados y los municipios que afectaba
algunas de las definiciones de 1972.6 Otro caso: las precisiones constitucionales sobre
el derecho de audiencia realizadas en la primera década de este siglo como parte del
sistema de seguridad jurídica de los ciudadanos llevó, en otro momento, a reformas
a la ley de monumentos mencionada arriba a fin armonizarla con estos principios
jurídicos.7

En general el derecho cultural, como muchas otras áreas jurídicas, requiere un


esfuerzo constante e renovación en virtud de que tanto la evolución misma del
derecho como de las instituciones públicas y de la sociedad están en constante
cambio.

Institucionalidad y fines sociales.

Toda política de institucionalización supone el establecimiento de fines y objetivos.


Por definición la creación de una institución no puede ser una acción que responda
a necesidades de un momento, pero también es cierto que a pesar de buscar construir

6 “Esta ley, en sus artículos 6o. y 7o., establece que las atribuciones en materia de ordenamiento
territorial de los asentamientos humanos y de desarrollo urbano de los centros de población, que
tiene el Estado a su cargo, serán ejercidas de manera concurrente por la Federación, entidades
federativas y municipios” (Lima, 2003).
7 El boletín informativo de la Cámara de Diputados explica con cierto detalle el sentido de estas

reformas que consiste en otorgar a los ciudadanos derecho de audiencia ante actos de autoridad del
INAH en cuanto a las declaratorias de monumentos y otros actos. Ver
http://www5.diputados.gob.mx/index.php/esl/Comunicacion/Agencia-de-Noticias/2014/04-
Abril/29/6696-Reforman-diputados-Ley-Federal-sobre-Monumentos-y-Zonas-Arqueologicos-
Artisticos-e-Historicos-en-materia-de-derecho-de-audiencia-de-particulares

5
organismos de largo aliento en muchas ocasiones se ha construido una
institucionalidad inestable en cuanto a lo que el Estado busca lograr con ella. Esto
podría explicar las rupturas y discontinuidades de la institucionalidad cultural en
México.

Puedo presentar el desarrollo de la institucionalidad cultural en México los últimos


100 años cinco etapas:

6
I La cultura en la institucionalidad educativa 1921-1939. Como he mencionado, a
partir del impulso de José Vasconcelos se creó, en 1921, la Secretaría de Educación
Pública (SEP). Ésta tuvo cuatro departamentos originales: Departamento de
bibliotecas y archivos, Departamento escolar, Departamento de educación y cultura
para la raza indígena y Departamento de bellas artes. Quedaron incorporadas a la
Secretaría la Universidad Nacional y todo su sistema de extensión, que ya para ese
tiempo comprendía también un conjunto de instituciones de capación tecnológica;
los museos, conservatorios y académicas de bellas artes que se hubieran creado con
fondos federales; la Inspección General de monumentos, el Teatro Nacional, los
Talleres gráficos de la Nación. También se integró a la Secretaría la “propiedad
literaria, dramática y artística” y “la exposición de obras de arte y la propaganda
cultural por medio del cinematógrafo y todos los demás medios similares y las
representaciones y concursos teatrales, artísticos o culturales en cualquiera parte del
país”.8 Más tarde pasó a la Secretaría la Dirección de Antropología que hasta
entonces había dependido de la Secretaría de Agricultura y Fomento.

En realidad la mayoría de estas instituciones existía desde mucho tiempo atrás e


incluso ya habían sido reunidas en la antigua Secretaría de Instrucción Pública y
Bellas Artes creada por Porfirio Díaz en 1905 y en el Departamento Universitario y
de Bellas Artes instituido por Venustiano Carranza en 1917. Pero la novedad, sin
duda, fue el espíritu con que en esta ocasión fueron reunidas: el impuso a un
proyecto educativa que buscaba en los individuos un desarrollo integral de la
educación y cultura con el trabajo práctico y productivo.

… los pueblos civilizados procuran formar buenos ciudadanos, es decir,


hombres y mujeres libres, capaces de juzgar la vida desde un punto de vista
propio, de producir su sustento y de forjar la sociedad de tal manera que todo
hombre de trabajo esté en condiciones de conquistar una cómoda manera de
vivir. Éste es el tipo de hombre que tratamos de crear en México y ése ha sido
el propósito de nuestra reforma educacional (Vasconcelos, 2011: 225).

Con el mecenazgo del Estado este proyecto dio impulso a deslumbrantes


expresiones creativas en la plástica, la música e incluso el cine. Aunque adoleció de
un paulatino encajonamiento en lo que luego se llamó nacionalismo cultural. El
arrebato de la gestión de Vasconcelos que no llegó a durar tres años al frente de la
SEP fue continuado en gran medida por los responsables posteriores, pero muchas
de las acciones se debieron menos a una clara política concertada por el Estado y

8Artículo 2º del “Decreto estableciendo una Secretaría de Estado que se denominará Secretaría de
Educación Pública” Diario Oficial 3-10-1921, 469-470.

7
más al impulso de muchos intelectuales y artistas que personificaron el aliento
revolucionario de los movimientos sociales en México y del mundo.

II El impulso al patrimonio y la creación de organismos desconcentrados 1939-


1960. A partir de la necesaria elaboración de una política federal para los
monumentos arqueológicos e históricos, el gobierno mexicano creó en 1939 el
Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) como un organismo
desconcentrado de la Secretaría de Educación Pública con personalidad jurídica
propia.9 Otro tanto ocurre en 1946 cuando se funda el Instituto Nacional de Bellas
Artes y Literatura, responsable de los monumentos artísticos. Aunque en todo ese
periodo se establecieron otras instituciones culturales la fortaleza de estos dos
aparatos es indiscutible. Estos hicieron posible una intervención del estado en la
investigación, las artes, la educación y, fundamentalmente, en la gestión y
protección del patrimonio. Con estos aparatos se puso en ejercicio un proyecto de
dotar de capacidad jurídica a dos organismos públicos que en ciertos momentos han
desafiado no sólo a actores privados, especialmente empresarios o miembros de las
élites locales, sino a sectores del mismo estado como cuando el INAH detuvo la
construcción de una línea del metro en la ciudad de México que estaba diseñada
para cruzar por el centro histórico. La aprobación de proyectos urbanísticos en zonas
patrimoniales debe ser otorgadas por alguno de estos institutos lo que muchas veces
se ha traducido en enfrentamientos entre las autoridades locales y la federación. En
la práctica ambas instituciones han mostrado una vigorosa autonomía siempre
sujeta a tensiones y conflictos.

III La creación de un subsector cultural 1960-1988. Jaime Torres Bodet, durante su


segunda gestión al frete de la Secretaría de Educación Pública (1958-1964), llevó a
cabo una importante reestructuración de la secretaría. Creó, en 1960, tres
subsecretarias: la General de Coordinación Administrativa, la de Educación Técnica

9 Según la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, ésta última se integrará por
dependencias y entidades centralizadas y por entidades paraestatales. Las primeras son 1) Secretarías
de Estado; 2) Consejería Jurídica, y 3) Órganos Reguladores Coordinados en Materia Energética. Las
entidades paraestatales son 1) Organismos descentralizados; 2) Empresas de participación estatal,
instituciones nacionales de crédito, organizaciones auxiliares nacionales de crédito e instituciones
nacionales de seguros y de fianzas, y 3) Fideicomisos. Las Secretarías de estado podrán “contar con
órganos administrativos desconcentrados que les estarán jerárquicamente subordinados y tendrán
facultades específicas para resolver sobre la materia y dentro del ámbito territorial que se determine
en cada caso, de conformidad con las disposiciones legales aplicables.” (art. 17). Tanto el Instituto
Nacional de Antropología e Historia, como el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura son
entidades desconcentradas que dependieron originalmente de la Secretaría de Educación Pública y
ahora de la nueva Secretaría de Cultura.

8
y Superior y la de Asuntos Culturales.10 Esta subsecretaría fue ocupada por Amalia
del Castillo Ledón, primera mujer que alcanzó en México el rango de Subsecretaria
de Estado quien fue sucedida por un escritor, Mauricio Magdaleno. Es de suponerse
que con este cambio se buscaba dar a la cultura un cobijo específico en la secretaría
y destacar su especificidad frente a la tarea educativa del estado.

Diez años más tarde el presidente Luis Echeverría impulsó importantes políticas
sociales bajo un esquema autoritario. El cambio de nombre de la subsecretaría por
el de Subsecretaría de Cultura Popular y Educación Extraescolar muestra el gro que
intentó dar al trabajo cultural. El nuevo subsecretario fue el reconocido antropólogo
Gonzalo Aguirre Beltrán. En el siguiente periodo presidencial el aparato pasó a
denominarse primero Subsecretaría de Cultura y Difusión Popular (1977) y luego
Subsecretaría de Cultura y Recreación (1978). La subsecretaría estuvo ocupada por
Víctor Flores Olea y Roger Díaz de Cossío, ambos intelectuales respetados en el
campo de la cultura. Flores Olea, luego de dejar la subsecretaría, fue embajador de
México en la UNESCO y primer presidente del CONACULTA. Díaz de Cossío
destacó como era un hombre sumamente preocupado por la educación y la cultura
que distaba mucho de la frivolidad de las acciones culturales que en ese periodo se
emprendieron bajo la ampliación de la capacidad económica del estado a raíz de lo
que el presidente en turno llamó la “administración de la abundancia” petrolera. En
ese periodo las actividades de difusión y los grandes festivales como el Internacional
Cervantino, que se reestructuró en esa época, marcaron un periodo de grandes
emprendimientos culturales y la fundación de nuevos organismos culturales.

En 1983 bajo la presidencia de Miguel de la Madrid se crean tres grandes organismos


culturales descentralizados con algunos rasgos que los aproximan al campo
empresarial. Ellos son los Institutos Mexicanos de la Radio (IMER), de
cinematografía (IMCINE) y de Televisión (IMEVISIÓN). La importancia de éste
último es obvia por lo que implicaba el medio más relevante de esa época. 11 Esos
organismos quedaron fuera del campo cultural y se desarrollaron en estrecha
subordinación a la presidencia del República y al sector económico.

En general, el papel de la Subsecretaría de cultura en sus diversas modalidades fue


entre 1960 y 1988 sumamente discreto. Se centró en tareas editoriales y actividades
artísticas, pero poco hizo en cuanto a la coordinación de las instituciones culturales,

10 Nótese la semejanza del nombre de esta subsecretaría con el naciente Ministère des Affaires
culturelles de Francia. Torres Bodet, el Secretario de Educación Pública en ese momento, había sido
Secretario General de la UNESCO una década atrás.
11 Con la política de privatizaciones, en 1993 IMEVISIÓN cesó sus actividades y las instalaciones

fueron licitadas.

9
siempre inferior al que tenían los grandes institutos de cultura y otros organismos
del país. Podemos apreciar el escaso peso de este aparato observado su marginación
en algunos sucesos importantes. Por ejemplo para la Conferencia Intergubernamental
sobre los aspectos institucionales, administrativos y financieros de las políticas culturales
convocada por la UNESCO de 1970, la delegación mexicana fue encabezada por el
director del INBA. Otra ausencia notable es la falta de participación de la
Subsecretaría en el reporte con el que México presentó su política cultural ante la
UNESCO en 1977. El trabajo se tituló “La política cultural de México” y fue
elaborado por el Director de la Coordinación de Publicaciones de la Biblioteca de la
SEP, Eduardo Martínez. No sólo la subsecretaría se marginó de la elaboración de ese
texto, sino que no se menciona en ninguna de las páginas a ese organismo. La
participación de México en la importante Conferencia Intergubernamental sobre las
políticas culturales en América Latina y el Caribe de 1978 fue encabezada por personal
de la Dirección General de Relaciones Internacionales de la SEP. Sólo hasta la famosa
Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales que se realizó en México en 1982
asistió el subsecretario de Cultura, aunque el jefe de la delegación fue el Secretario
de Educación Pública, Fernando Solana. Para resaltar la diferencia se puede observar
que en el caso de la Conferencia Intergubernamental sobre políticas culturales para el
desarrollo en Estocolmo, en 1998, el jefe de la delegación mexicana fue el presidente
de CONACULTA.

En las décadas de los sesenta y setenta la actividad cultural del estado se centraba
en los lineamientos marcados por la política educativa: enseñanza de las bellas artes,
protección y difusión del patrimonio, vigorosos programas de difusión de la cultura,
desarrollo e impulso a sistemas de comunicación cultural de radio y televisión,
apoyo a la formación artística y a la creación, importantes obras de infraestructura
cultural. En el plano internacional se apoyaron programas muy interesantes de
cooperación e intercambio cultural como el programa de formación de restauradores
para alumnos latinoamericanos en la Escuela Nacional de Conservación,
Restauración y Museografía. Este programa tuvo un impacto hasta la fecha muy
apreciado.

Pueden servir las líneas con que Eduardo Martínez resume los “Lineamientos para
1977-1982” para identificar la política cultural de ese periodo. En el documento la
preeminencia de la atención al patrimonio es claramente manifiesta, pero también
se establece la atención a las bellas artes, las culturas populares, la cultura impresa,
la cultura y la educación audiovisual, las asociaciones culturales y la protección de
la obra artística e intelectual y los intercambios.

10
En los lineamientos se plantea la imposibilidad de formular un proyecto de política
cultural basado en una sola concepción del mundo, dadas las múltiples y en vista de
las “en vista de las diversas tendencias tradicionales o recientes de los sectores que
integran el conglomerado cultural nacional, de las cuales el Estado se declara
respetuoso siempre y cuando esas tendencias coincidan con los principios
democráticos y de desarrollo de la justicia, la independencia y la libertad”

“En el Plan se declara que el Estado debe estar al servicio de la cultura y ésta
al de la mayoría, y que la tarea del poder público será impulsar una cultura
crítica y democrática, y establecer un puente entre ésta y la educación para
lograr, como lo postula la Constitución general de la República, el desarrollo
armónico de todas las facultades del ser humano; este vínculo entre cultura y
educación deberá realizarse tanto en el sistema escolar como en el
extraescolar, en modalidad formal o abierta, en las áreas de capacitación para
el trabajo y de capacitación magisterial” (Martínez, 1977: 72).

IV Consolidación del subsector cultura 1988 – 2000. Los movimientos sociales, las
transformaciones económicas internacionales, los debates internacionales sobre el
orden mundial de la información, las aspiraciones democráticas de la sociedad,
hicieron de la difícil década de los ochenta un escenario de transformación que en
México se expresa con la asunción del paradigma de la diversidad y los primeros
intentos por “constitucionalizar” el reconocimiento de la diversidad en nuestro país.
En este ambiente se crean el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Fondo
Nacional de las Artes, bajo las consideraciones, según se dice en el decreto que dio
origen al primero, de que existen nuevas exigencias y requerimientos en el orden
nacional; que la población, principalmente los jóvenes, disponen de más tiempo libre
y demandas una mejor calidad de vida; que una activa política cultural del Estado
supone el diálogo intenso con la comunidad artística e intelectual y con la sociedad
en su conjunto; que se debe estimular la creación artística y cultural con plena
libertad creativa y que se deben alentar las expresiones culturales de las distintas
regiones y grupos sociales del país y que se debe impulsar la descentralización.

En el marco de una cierta modernización del estado y del despliegue de los


movimientos sociales, se establecen nuevas formas de fomento a la cultura. El estado
encarga al FONCA la política de apoyo a la creación artística de modo que no fuera
el estado el que directamente seleccionara a los artistas a partir de sus simpatías
políticas o ideológicas. En cambio se promovieran criterios formales de evaluación
de las propuestas artísticas. En el campo de las culturas populares el Programa de
Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias fue la expresión de la renuncia a

11
diseñar programas desde las instituciones, por lo que se optó por apoyar las
iniciativas provenientes de los grupos populares.

En la búsqueda de democracia y mejoramiento de las condiciones de vida de los


grupos indígenas y de su exigencia de autonomía y respeto a sus formas de
convivencia social, se llevó a cabo la reforma al artículo 4º constitucional, en 1992.
Con este cambio se incorporó a la carta magna el principio de que la nación mexicana
tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos
indígenas. Dos años más tarde, el movimiento zapatista pondrá a prueba a estado,
a las instituciones mexicanas y en general al conjunto de la sociedad a aceptar este
principio.

Los contrastes en la política cultural o, al menos, la tensión entre sus diversos


objetivos son notables. No son irracionales las dudas de quienes ven en estas
transformaciones signos de modernización o de liberalización de la cultura. Las
contradicciones internacionales, nacionales y las del propio aparato estatal se
expresan en la cultura haciendo difícil caracterizar con claridad el sentido de las
muchas acciones emprendidas. Los cierto es que los años noventa son años de
contrastes: el estado reorganiza sus políticas de atención a las demandas sociales en
función de la crisis y la reducción de los recursos públicos y en ese sentido se
impulsa una reestructuración productiva en torno a la exportación manufacturera y
al mejoramiento de la gestión pública, lo que lo lleva a tratar de incorporar a la
administración pública algunas pautas de funcionamiento del sector privado. El
clima internacional de liberalización del comercio mundial derivará en nuestro país
en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con importantes debates en
torno a la cultura. La crisis de mediados de los noventa es en materia económica lo
que la crisis de legitimidad del sistema político mexicano es en la política. Se abre
un impaciente compás de espera por el cambio democrático que se va a plasmar a
medias en la alternancia presidencial.

V De los servicios a los derechos culturales. Periodo 2000 – 2016. El ascenso de las
nuevas tecnologías y las nuevas formas de creación y comercialización de la cultura
han conducido en el momento del cambio de siglo a una muy compleja
interconexión entre creatividad, propiedad intelectual, comercio de bienes
culturales y defensa del pluralismo cultural. La primera década del siglo XXI es el
tiempo en que la diversidad se convierte en políticas públicas nacionales e
internacionales a través de las convenciones de patrimonio inmaterial y de la
diversidad cultural.

12
Coinciden estas transformaciones con la alternancia presidencial. Este hecho político
servirá para observar que pese al cambio de partido en el poder muchas de las
definiciones en materia cultural se mantienen vigentes. La preeminencia del
patrimonio en la política cultural, los nuevos instrumentos de financiamiento y
apoyo a la creatividad, la aceptación del pluralismo y la diversidad cultural como
requisito para el diseño de las nuevas políticas culturales son pautas que provienen
de los años anteriores y que se conservan durante los años en que no gobernó el
Partido Revolucionario Institucional. Pero el verdadero reto ahora generar políticas
consistentes en materia de cultura que conviertan la diversidad existente en un
verdadero recurso de bienestar social, político y material.

Los actores en materia de cultura se multiplican. El Congreso de la Unión, a través


de sus comisiones de cultura, tendrá cada vez mayor relevancia en asuntos
legislativos y presupuestales. Así en 2001 se lleva a cabo una discutida reforma
constitucional que brinda reconocimiento y protección a la cultura y los derechos de
los indígenas, sus comunidades y sus pueblos (art. 1 y 2); en 2007 con la reforma al
artículo 6º se establecen los principios y bases del derecho a la información. En 2009
se eleva a rango constitucional el derecho de toda persona al acceso a la cultura y se
faculta al Congreso para legislar en esta materia. Por último, en 2011, se incorporan
a la constitución los derechos humanos de las personas y establece las garantías para
lograr su efectiva protección.

Por su parte las entidades federativas promueven diversas políticas de


reglamentación de la participación de los grupos indígenas, programas relacionados
con el patrimonio intangible y se despliegan actividades de conservación de muchos
centros históricos y de creación de instituciones estatales de educativas artística y de
fomento a la creatividad.

Los riesgos de una institucionalidad fallida

En México durante el siglo XX pasamos por tres momentos relevantes: 1) la creación


de instituciones culturales sectoriales, un proceso que venía antiguo y que fue
continuó a lo largo del siglo, 2) la creación de un esquema organizador y
coordinador de estas instituciones que se consolidó en las sucesivas subsecretarías
de cultura que existieron en la SEP de 1960 a 1988 (subsecretaría de asuntos
culturales, subsecretaría de cultura popular y educación extraescolar, subsecretaría
de cultura y recreación y subsecretaría de cultura) y, a partir de esta fecha, 3) el
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, un proyecto de coordinación y
modernización de la política cultural del estado mexicano.

13
Entretanto ha ocurrido una transformación sustancial en la comprensión del papel
del Estado. En 2011 se ha terminado por reconocer en la ley fundamental mexicana
los derechos humanos, la paridad de nuestra legislación con los acuerdos
internacionales sobre esta materia firmados por el estado mexicano y la búsqueda
de mecanismos que garanticen su observancia y prevalencia: “En los Estados Unidos
Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta
Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea
parte, así como de las garantías para su protección.” (Art. 1 reformado en 2011). En
materia específicamente cultural previamente se había establecido en 2009 que
Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y
servicios que presta el Estado en la materia, así como el ejercicio de sus
derechos culturales. El Estado promoverá los medios para la difusión y
desarrollo de la cultura, atendiendo a la diversidad cultural en todas sus
manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa. La ley
establecerá los mecanismos para el acceso y participación a cualquier
manifestación cultural. (ART. 4)
Estos cambios no son solamente formales y hasta el momento no se ha logrado
clarificar con precisión lo que implican desde el punto de vista de la
institucionalidad cultural pues significan un cambio del papel del estado proveedor
de servicios –educativos, de salud, de seguridad, culturales, etcétera- a un estado
que debe garantizar derechos. Por lo que he tratado de presentar creo que puede
quedar claro que las instituciones culturales mexicanas se han distinguido más por
su interés en proporcionar servicios culturales altamente apreciados y menos por
garantizar derechos.
Este es uno de los riesgos de producir una institucionalidad fallida. La nueva
Secretaría de Cultura mexicana no se propuso con un proyecto claro. En el discurso
presidencial que la anunció el 02 de septiembre del año pasado sólo se aludió al
interés de los creadores culturales y la importancia que tiene la cultura para la
sociedad mexicana. Pero no se sustentó en un diagnóstico mínimo, ni se aludió a
una problemática institucional precisa. Tampoco pareció contar con una estrategia
clara para su aprobación. Cuando días más tarde se conoció el contenido de la
iniciativa de Reforma a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal que
iba a crear la Secretaría fue evidente que la ley ni siquiera tomaba en cuenta la
reforma reciente en materia de cultura que había constitucionalizado el derecho a la
cultura. Sólo se transferían al nuevo organismo las atribuciones de la Secretaría de
Cultura que tenían que ver con el campo cultural, pero esas atribuciones se
establecieron varias décadas atrás. Para colmo en las justificaciones que ofreció el
Secretario de Educación para trasladar la cultura a otro órgano de responsabilidad
eran de índole práctica y no sustantiva. Por último, la iniciativa se presentó en un
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momento político muy difícil en el ejercicio de gobierno de la actual administración
y en medio de una crisis económica que no permite pensar en un incremento notable
de los presupuestos si es que lo hubiera.

En medio de estos vacíos y defectos fue sorprendente que la Secretaría se aprobara


por unanimidad en la Cámara de Diputados y con oposición de dos senadores en la
cámara alta. La votación es sorprendente dado el pujante recazo que habían
manifestados los sindicatos del sector cultural. Este resultado tal vez pueda ser
explicable por dos razones: lo difícil que explicar a la sociedad el rechazo al proyecto
dado el carácter sublime de la cultura y a que la oposición a la ley de cultura
significaba en los hechos inmovilidad para reformar la institución.12
Mi posición en ese momento fue criticar le proyecto presidencial pero evitar
proponer alternativas regresivas para el sector cultural que evitara su puesta al día.
Por ello invitaba a tratar de dar contenido y profundidad al nuevo proyecto. Mi
propuesta era pensar una Secretaría de Cultura para el siglo XXI pero ¿en qué
consistiría esto?
Juan Luis Mejía hace una década hizo notar su preocupación sobre este cambio
aunque él puso énfasis en otro factor. Para él, en América Latina hemos pasado de
políticas administrativas que buscaban evitar la dispersión en que se encontraba la
actividad de los estados a políticas comprometidas con el desarrollo y por tanto se
empezó crear organismos integradores o de coordinación. Más tarde predominó el
interés por que el contenido de las políticas se adaptara a nuestras realidades e
involucrara a los diversos actores. Un tercer momento fue la aceptación de la
diversidad como paradigma dominante para la formulación de políticas, lo cual en
realidad ha significado un movimiento político y cultural para incorporar a todos
los actores sociales en el mismo plano de derechos y de representación social. Ante

12El rechazo se sostenía en diferentes razones: uno de ellos es que entre los sindicatos del sector
cultura se manejó desde su origen la tesis de que el CONACULTA era un órgano ilegal dado que el
INAH y el INBA fueron creados como dos organismos subordinados a la Secretaría de Educación
Pública. Al ser el CONACULTA un organismo creado por decreto presidencial aunque subordinado
a la SEP, se concluyó que no tenía capacidad justifica de coordinar a esos dos instituciones. La
conclusión fue por mucho tiempo que debía volverse al status quo previo a la creación del consejo,
es decir a una subsecretaría de cultura, una propuesta tal vez legal pero ciertamente regresiva para
la cultura. Este mismo espíritu regresivo se deducía de otros argumentos: la evidente unión que
existió en su origen entre las instituciones educativas y las culturales como se desprende claramente
del proyecto de Vasconcelos hace casi 100 años. Una razón más se derivaba de una crítica al
CONACULTA por no haber “resuelto” el problema de la política cultural lo que conducía a la idea
de que las definiciones políticas debían anteceder a las reformas institucionales y por último se
denunciaba la posible afectación a los derechos laborales de los trabajadores del llamado sector
cultura. Otras razones eran menos profundas el amiguismo, la falta de necesidad, los reducidos
recursos económicos…

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este esquema Mejía se preocupa por la adaptación de los modelos institucionales a
una situación en la que “se postularon unos derechos sin un estado sólido que los
pueda garantizar” y concluye:

No tenemos un Estado que garantice los derechos culturales surgidos de las


constituciones y los haga efectivos; son débiles e incapaces de trabajar para
abolir las diferencias sociales. Resulta difícil pensar en un desarrollo
humano sin una garantía de los derechos humanos y culturales. Desde mi
perspectiva, esta tarea es imposible sin un Estado que los garantice. La
realidad de América Latina enfrenta, entonces, una gran encrucijada (Mejia
2004).

Estos cambios son significativos y abarcan muchos terrenos de los que menciono
tres que me parecen muy relevantes.

I Diversidad y mercado. En un periodo en que el estado ha de preocuparse tanto


por la provisión de servicios que por el derecho de los ciudadanos a vivir la
diversidad cabe preguntarse por si el debate entre el estado y el mercado no
debiera proponerse de otra manera. Reconocido el hecho de que los primeros
enemigos de la diversidad son los grandes consorcios de la comunicación y la
distribución de productos de la cultura de masas ante los cuales no cabe si el
rechazo y la construcción de políticas que permitan paliar sus efectos negativos, la
diversidad a la que aspiramos participar todos los ciudadanos no se reduce a lo
que el estado ofrece sino a todas aquellas acciones derivadas de la iniciativa
creativa de la sociedad.

II Conocimiento libre previo e informado.

Los defensores de los derechos humanos a impulsar una política que han
denominado de perspectiva de derechos humanos. Es decir, se trata de priorizar el
enfoque moral y político de los derechos humanos sobre el enfoque positivo, lo que
debe hacerse desde el mismo momento de diseño de las acciones o programas
culturales. Ya en las Directrices Operativas de la Convención de Patrimonio Mundial,
sobre todo en sus últimas versiones, es muy claro el criterio de la indispensable
participación de las comunidades en las nominaciones y en la gestión del
patrimonio. Incluso, algunos especialistas en derechos humanos propusieron que se
añadiera un cuarto organismo consultor a la Convención de Patrimonio Mundial
(CPM) que se denominaría Comité de Patrimonio Mundial de los Pueblos Indígenas,
quien velaría por garantizar la participación de las comunidades locales.

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Hay que decir con todo, que la vanguardia en cuanto a la participación de las
comunidades locales en tofos los aspectos relacionados con el patrimonio no está en
la Convención del Patrimonio Mundial de 1972, sino en la Convención sobre
Patrimonio Cultural Inmaterial (CPCI) de la UNESCO aprobada en 2003, es decir con
casi treinta años de diferencia.

En muchos campos de la política y la investigación se ha establecido la necesidad de


contar con el consentimiento libre, previo en informado de los personas o
comunidades con quienes se interactúa. En el caso de la investigación socio-
antropológica es ahora un principio básico del trabajo de campo. Años atrás no era
así, pero las condiciones actuales en que se realiza el trabajo etnográfico, con
“informantes” cada día más informados y más conscientes de sus derecho y, sobre
todo, con una participación más estrecha en las investigaciones han obligado a
establecer criterios altamente formalizado sobre este punto. También en el desarrollo
de programas públicos de salud, vivienda o infraestructura, seguridad, etcétera, es
cada día más frecuente la exigencia de la sociedad y de los usuarios de contar dicho
consentimiento.

Las investigadoras Rudolff y Raymonf (2013), recuerdan que es la CPCI el primer


instrumento legal que introdujo los conceptos de participación comunitaria
(community involvement) y consentimiento libre, previo e informado como
condición indispensable para la salvaguardia del patrimonio cultural intangible.

El concepto de conocimiento libre, previo e informado fue incorporado al sistema


de Naciones Unidas en el Pacto de los Derechos Civiles y Políticos de 1966 donde se
estableció que “Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En
virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen
asimismo a su desarrollo económico, social y cultural” (art. 1). Desde entonces, este
principio ha sido objeto de interpretación hasta llegar a sus formulaciones más
actuales como la que se encuentra en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los
Derechos de los Pueblos Indígenas de 2006 que en su artículo 20, dice:

Los Estados celebrarán consultas y cooperarán de buena fe con los pueblos


indígenas interesados por medio de sus instituciones representativas para
obtener su consentimiento previo, libre e informado antes de adoptar y
aplicar medidas legislativas y administrativas que los afecten.

El giro hacia dar mayor énfasis al involucramiento de las comunidades en la


Convención de 2003, según las autoras, puede ser visto como consecuencia de tres
factores.

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- Un cambio gradual pero firme en el paradigma académico del patrimonio
cultural ocurrido en los ochenta y los noventa. Cuando en 2003 se estableció
la CPCI, el concepto de patrimonio había cambiado radicalmente desde la
Convención de Patrimonio Mundial de 1972. Ahora las comunidades eran ya
vistas como parte y parcela del patrimonio. No sólo eran guardianes, sino
también como herederos, creadores y soportes.
- Otro factor han sido los cambios en la política internacional que tuvieron gran
influencia en el borrador de la Convención de 2003. Las autoras se refieren
especialmente a que durante más de 20 años tuvo lugar un notable esfuerzo
Foro Permanente de las Naciones Unidas sobre los Indígenas que finalmente
condujo a la Declaración sobre los Pueblos Indígenas ya mencionada. Las
repercusiones de la Declaración, tanto antes como después de su adopción,
se ha dejado sentir en muchos otros organismos de la ONU y, desde luego,
en las reglas operativas de la convención de patrimonio intangible y de
patrimonio mundial.
- Por otra parte hubo en la última década del siglo pasado un pequeño número
de casos problemáticos y controversiales de la convención de patrimonio
mundial que aumentaron la preocupación sobre la falta de involucramiento
de las comunidades en las iniciativas de patrimonio de la UNESCO,
especialmente en las expresiones de patrimonio de los pueblos indígenas. Por
lo tanto, se trató en la Convención de Patrimonio Inmaterial de evitar esos
fallos al incorporar un nuevo paradigma con referencia al derecho a la
participación de las comunidades en los trabajos. Esto ha dado por resultado
una convención que es mucho más participativa que otros instrumentos.

III Acceso y participación. Uno de los puntos medulares de la nueva


institucionaliad cultural es cómo garantizar lo que establece el el artículo 27 de la
Declaración Universal de Derechos Humanos que consagra no sólo el acceso a la
cultura, sino participar en la vida cultural.

Ahora bien ¿qué es participación? Este concepto puede tener diferentes acepciones:
en el sentido económico o financiero se relaciona con el beneficio obtenido en algún
proceso en virtud de integrar un grupo de inversionistas o bien el control de una
parte del mercado. También puede significar compartir algo haciéndolo común.
Otro significado es formar parte de un suceso como de una obra de teatro o de un
acto político. Puede también significar un acto comunicativo.

En el sentido cultural participación puede tener un sentido pasivo como el ser parte
de una audiencia aunque el sentido más ampliamente aceptado es su carácter activo
de tomar una decisión junto a otros. Esta última manera de entender la participación
se ha generalizado en los últimos años y en el campo de la cultura supone el rechazo

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a la toma unilateral de decisiones culturales. Más aún, en tanto que se fortalece la
sociedad civil y el sentido de ciudadanía más crece la participación o el interés en
hacerlo. Es importante pensar el carácter claramente intencional o consciente de la
participación y por tanto que los roles de los tomadores de decisión estén claramente
especificados. Así podemos pensar que la participación cultural son todas las formas
en que la sociedad se compromete con un actor artístico o con una actividad cultural
que es de interés común.

La fórmula “participación en la vida cultural” tiene la ventaja tener un interlocutor


preciso –la autoridad cultural- y supera el carácter programático que supone el
derecho de acceso a la cultura. Pero ¿cómo hacer efectivo el derecho a la
participación en la vida cultural? Observo que esto sólo es posible si se elaboran con
precisión protocolos que permitan escenificar la participación de los ciudadanos de
modo que en su cumplimiento todos los niveles y autoridades que más allá del
sector cultural intervengan en garantizar ese ejercicio.

Hacia una nueva institucionalidad cultural

La política cultural no es un proceso definitivo sino una actividad constante. Al


mismo tiempo se expresa en diferentes campos. Se define normativamente a partir
de leyes de diversa jerarquía, se fundamenta en principios generales sobre la vida
democrática, se expresa en los objetivos asignados a las instituciones y luego en la
iniciativa que despliegan éstas para el logro o la atención de problemas específicos.
Supone diversos momentos de planeación, se le exige atención a los debates
internacionales y debe mirar el rumbo que sigue en el día a día el quehacer cultural.
La política cultural debe tomar en cuenta elementos establecidos y permanentes que
se han plasmado en las leyes y acuerdos generales de nuestra vida social y también
atender a la dinámica del hacer cultual en el mundo moderno en que la cultura es
objeto de intercambio comercial, apoyo diplomático, prenda de identidad, cambio
permanente y transmutación constante por de las nuevas tecnologías. Esta mezcla
de criterios permanentes escritos en las leyes y los pactos generales de la vida
democrática y cambio constante y vertiginoso llevan a pensar de la política cultural
algo parecido a lo que Renán pensó en el siglo XIX sobre la nación: la política cultural
es un pacto cotidiano, nada que esté hecho para siempre y sí un tema en constante
transformación y discusión.
La nueva Secretaría de Cultura es hasta ahora un proyecto limitado que requiere de
una ingeniería institucional muy refinada. La propuesta aprobada es sumamente
precaria. Se presentó sin una clara explicación de sus causas salvo la de la
importancia que tiene la cultura para la sociedad mexicana y sin que se desprenda
del programa de desarrollo para este sexenio. No se sustentó en un diagnóstico
mínimo. No responde a una crisis institucional del sector cultura. Se presenta en un

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momento muy difícil en el ejercicio de gobierno de la actual administración. Hay
una crisis económica que no permite pensar en un incremento notable de los
presupuestos si es que lo hubiera. Pareció no contar con una estrategia clara para su
aprobación. La iniciativa no cuenta con una justificación precisa y adolece de errores
y lagunas notables.

Las deficiencias de la propuesta están a la vista y también hay que conceder algunas
bondades como la constitución de un organismo del máximo nivel que permita
moverse entre la administración pública tal vez no con mayor libertad pero sí con
una capacidad mayor de negociación. También es una oportunidad de ajuste de las
políticas culturales para dar mayor consistencia al campo cultural. La política
cultural es, entre otras cosas, demanda y exigencia y requiere por ello de una
contraparte en el campo del sector público. Mientras mejor dispuesto esté este
aparato, más exigido será por pate de los grupos e individuos que exigen la
intervención pública. Un sector cultural fuerte es también un requisito para traducir
a programas y reglamentos la enorme serie de transformaciones constitucionales
que México ha aprobado en las dos décadas pasadas.
Con estos planteamientos considero que es conveniente reconocer los fallos del
proyecto pero también intervenir en su fortalecimiento. Se trata de construir un
organismo que sea algo más que un aparato coordinador de instituciones culturales
sino un ente público abierto a la sociedad para estudia, debatir y proponer cauces
para fortalecer la vida cultural; democrática y participativa, ágil en la atención a los
problemas y flexible en las modalidades de hacerlo; debe mirar lo que sucede más
allá del centro del país y de las grandes instituciones culturales de modo que, con
respeto al federalismo y a la autonomía de las entidades locales, cada acción cultural
se convierta en sostén de la convivencia democrática; que se sustente en nuestro
sistema democrático de responsabilidades públicas, abierta a lo que sucede en el
mundo debe hacer posible que la cooperación cultural internacional sea accesible a
los ciudadanos de a pie; en fin, debe ser una Secretaría en diálogo con nuestro
tiempo debe combinar la atención del pasado con el fomento a la creatividad, la
valoración de los bienes artísticos más relevantes con las nuevas formas de creación
a base de las nuevas tecnologías y las redes sociales y el aprecio y valoración de los
bienes culturales tradicionales con una consistente atención del campo de la
comunicación y de la información modernas.

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Referencias

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centralizada tomo I, México, INAP.
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