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En el “Día del Agua”

Uno de cada cinco habitantes del planeta, algo así como 1.200 millones de personas, en su
mayoría de América Latina, África y Asia, no puede tener acceso a agua potable de manera
continua. Esa es la dramática conclusión del último Foro Mundial sobre el Agua que se realizó
recientemente y que centró sus deliberaciones en las posibles soluciones a la crisis de acceso,
disponibilidad y gestión hídrica en todo el mundo.

Pero hay algo todavía más dramático y es que solo el 40 % de la población mundial tiene acceso
restringido al vital líquido y apenas el 3 % de los recursos hídricos del planeta son utilizables.
Ahora, el agua no es inagotable. Las reservas disponibles irán disminuyendo a medida que
aumente la presión demográfica, y se espera que en 20 años los recursos hoy disponibles para una
persona, tendrán que repartirse entre más o menos tres habitantes del globo.

Todo esto significa pues, que estamos muy lejos de cumplir una de las “Metas del Milenio” fijadas
por la Organización de Naciones Unidas y que es reducir a la mitad, en los próximos diez años, el
número de personas que no tienen acceso al agua potable y obviamente a los beneficios de higiene
y salubridad que esta condición conlleva y que son fundamentales para la salud del mundo.

Porque no se puede pasar por alto que el año anterior las enfermedades diarreicas y el paludismo
acabaron con la vida de 3,1 millones de personas, de las cuales el 90 %, es decir unos 2,7 millones,
eran niños menores de cinco años, y que si se le brindara a esta población la posibilidad de acceder
al agua potable e instalaciones higiénicas, se podría salvar la vida cada año de 1,6 millones de estas
personas.

Ahora, a pesar de que Colombia hace parte de los cuatro países del mundo en donde se concentra
la mitad de los recursos hídricos renovables, no es ajena a la escasez de agua que vive todo el
mundo y tampoco a la calidad de la que se utiliza para el consumo humano. La falta de una política
seria que regule el consumo, la incontrolada deforestación, el abuso de los recursos hídricos y la
poca conciencia sobre la importancia del ahorro del agua, ha puesto al país ante la perspectiva de
un déficit del 70% dentro de 20 años.

De otro lado, hoy en el país mueren cada año cerca de 2600 pequeños entre uno y cinco años por
falta absoluta de agua o por mala calidad de la misma, constituyéndose esta en la segunda causa
de mortalidad en la niñez y en la primera generadora de gérmenes e infecciones productoras de
graves enfermedades intestinales que terminan cobrando la vida de los pacientes.

Nada, pues, más importante, cuando se celebra el “Día Mundial del Agua”, que una mirada atenta
a la grave situación de escasez del líquido que vive el mundo gracias al acelerado deterioro de las
posibilidades de acceso al agua potable y de los recursos hídricos del planeta; y, por supuesto, al
camino que en igual dirección está empezando a recorrer nuestro país. De la oportunidad y
responsabilidad con que se haga, depende mucho las condiciones en que van a vivir las
generaciones futuras.

CIELO ISIS PAUCAR ROJAS


LA TUBERCULOSIS
La tuberculosis (TBC) es una enfermedad que ha acompañado al hombre desde
siempre; y podría señalarse, sin temor a equivocaciones, que es la que más daño le ha
generado a la humanidad en términos de morbilidad y muerte. Hoy, pese a los
esfuerzos, sigue siendo un problema de salud pública de marca mayor.
Basta darle una mirada al informe que sobre el tema presentó esta semana la
Organización Mundial de la Salud (OMS), en el que se revela un aumento considerable
de casos nuevos; solo el año pasado, bordearon los 10,5 millones; y las muertes por
esta causa, los 1,8 millones de personas, con el agravante de que la tercera parte de
ellas correspondió a pacientes infectados con el virus del sida (VIH).
Los datos se tornan más preocupantes al evidenciar que la TBC mata más gente que el
sida y la malaria y que el mundo dejó de contar al menos 4,3 millones de enfermos que
deambulan propagando el bacilo que la causa, sin control. De ahí que la OMS insista en
llamar la atención para que todas las autoridades sanitarias del planeta no ahorren
esfuerzos en combatir esta mortal endemia.
Es claro que para entender su permanencia a lo largo de la historia se hace imperativa
la presencia de las ciencias sociales, que con su enfoque permiten un análisis desde
perspectivas diferentes y distantes del modelo con el cual se ha abordado desde
siempre y que, dados los resultados, ha demostrado ser ineficiente.
En ese contexto, no debe olvidarse que la pobreza, la marginalidad social, las
deficientes condiciones de la vivienda, el hacinamiento, los cambios demográficos, el
impacto del VIH, la resistencia bacteriana a los antibióticos y las inequidades de los
sistemas de salud son determinantes de primer orden en la incidencia y la prevalencia
de la TBC, por lo que es fundamental la intervención sobre ellos, a través de políticas
intersectoriales.

Ello debe formar parte ineludible de las herramientas para el cumplimiento de las metas
puestas sobre la mesa por los gobiernos para atenuar la patología, y que han sido
incluidas en la agenda de Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU), refrendada en la pasada Asamblea Mundial de la Salud. El compromiso
es global, y no se puede flaquear.

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