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Cognicion Humana
Cognicion Humana
el más dulce de los pecados. Tanta era su belleza que Poseidón, dios del mar,
queda prendado de ella y no descansa hasta conseguir satisfacer su deseo, contra
voluntad de la muchacha, en el templo de Atenea.
Atenea, diosa de la pureza y castidad entre otras cosas, se ve terriblemente
ofendida y castiga a Medusa pues simbolizaba todo lo contrario a
ella...deseo...carnalidad...voluptuosidad.
Los cabellos de la joven se vuelven siseantes serpientes, sus ojos de una
intensidad tal que si los miras fijamente, te vuelves de piedra. Medusa se había
transformado en un monstruo pero aún se hacía valer por su andar provocador y
sensual que hipnotizaba casi tanto como su mirada.
Atenea, viendo que su castigo no había tomado los tintes que ella esperaba, envió
al valeroso Perseo a que cortara esa inmunda cabeza. Éste, muy
inteligentemente, usó su escudo a modo de espejo para que Medusa se reflejara
en él y de este modo pudiera vencerla y entregarla a la diosa.
Desde entonces la cabeza de Medusa fue imágen del escudo de la casta Atenea
como instrumento para atemorizar al enemigo. En ello se unía la perversión y la
virtud...porque nunca nada es tan bueno, ni a la vez tan malo.
La Maltos
Una de las leyendas clásicas más apasionantes de México, es sin duda éstas
cuyos hechos se desarrollaron en la muy leal, noble y aurífera ciudad de San Luis
Potosí.
La mayoría de los habitantes era gente sencilla, vestían indumentaria típica; faldas
largas de manta, sayales, rebozos, cobijas, pantalón de manta o de cuero, según
las posibilidades de cada quién; asimismo, había señores de casaca y chambergo,
en casos especiales usaban sombrero tricornio. Era una abigarrada población en
la que había personas de todas clases socioeconómicas, pero se distinguían
básicamente dos: los patrones de hacienda u los peones, servidores que a veces
llegaban a ser esclavos.
En el sitio que hoy ocupa el magnífico edificio Ipiña, había un pequeño manantial;
como el agua ha sido en San Luis un líquido preciado, alrededor de dicho
manantial germinó una enorme huerta, donde se erigieron diversas construcciones
coloniales; cuartos amplios, alta techumbre, corredores, soportales de
arquerías. Una de esas casas precisamente se destinó para recluir, aunque de
manera provisional, a las personas que tenían la desventura de caer en manos de
los inquisidores donde eran interrogados, torturados y por fin recibían la sentencia
que les aplicaban por herejía, lectura de libros prohibidos, prácticas de sectas
religiosas y hechicería.
Una mujer de muchas agallas, conocida como la Maltos, tuvo su residencia oficial
en la casa que acabamos de referir. Se decía que dicha mujer practicaba la
brujería, espiritismo, magia negra, y otras costumbres que hoy no son
perseguidas; inclusive a muchas personas cultas les ha dado por investigar.
Por paradójico que parezca, La Maltos llegó a obtener mando de inquisidora que
en aquellos tiempos significaba tener mucho poder, tanto, que a cualquier persona
que esta mujer quisiera perjudicar, bastaba que la acusara de alguno de esos
delitos tan perseguidos para hundirla, ya que sin más investigación, se le aplicaba
tormento y muchas veces era deportada o se le mataba en las mazmorras de
dicho edificio.
El sólo nombre de La Maltos infundía pavor, pues interrogaba a los reos con lujo
de crueldad y gustaba de sacrificar personalmente a sus víctimas. Como además
sabía malas artes, decían que tenía pacto con Satanás; en fin, era una mujer
diabólica. Por todo eso la gente le temía, aún los políticos y personas de
renombre, quienes preferían tener amistad con ella en lugar de tenerla como
enemiga, porque ya fuera en forma de acusación o por sus brujerías, estaba en
condiciones de perjudicar a quienes ella quisiera.
Se dice que hacía aparecer en el interior de sus aposentos caballos negros, perros
descomunales y hasta lobos, así como carretelas tiradas por caballos. Se cuenta
que solía salir por las calles de la ciudad a horas altas de la noche en un carro
tirado por briosos caballos, lo cual hacía de la siguiente manera: en el muro de su
habitación dibujaba un coche tirado por dos enormes caballos, se colocaba en el
supuesto asiento delantero empuñando simuladamente las riendas, pronunciaba
unas palabras cabalísticas y ordenaba a los caballos arrancar; entonces cobraban
vida, carruaje y corceles, mismos que en forma estrepitosa salían a rodar por las
empedradas calles de la ciudad, sacando enormes chispas de fuego: recorría los
caminos envuelta en llamas y la gente decía santiguándose: “ Allí va La Maltos, la
mujer infernal, la bruja “.
Sus fechorías no tenían freno, a tal grado que se complacía en destruir altas
personalidades. Al fin La Maltos cometió un error grave de funestas
consecuencias; ocurrió que se extralimitó en una ocasión al sacrificar a dos
personas de mucha influencia política y económica.
Entonces el alto mando inquisidor dio orden de arrestarla y enviarla a la Ciudad de
México. La policía rodeó la casa donde vivía La Maltos, las autoridades entraron a
capturarla, nada podía hacer que escapara de aquella sentencia; entonces se
refugió en el último reducto que era su amplia habitación; pero hasta allí llegó un
jefe de la policía acompañado de dos subalternos; la inquisidora destronada no
tuvo mas remedio que entregarse humildemente diciendo:
Al ver la tranquilidad de la reo, quedaron asombrados los hombres que iban con la
misión de aprehenderla y el Jefe de la Policía le contestó:
La hechicera, con el dedo índice de la mano derecha, trazó en la pared primero los
contornos de una carroza, luego las ruedas, las portezuela y dos grifos
gigantescos que la jalaban; al conjuro de unas palabras cabalísticas, la carroza
parecía moverse. Sonriendo la Maltos volteó hacia sus aprehensores diciéndoles:
“Os invito a que viajéis conmigo por lo ancho y largo de los continentes
conocidos“. Ante la mirada estupefacta de los hombres armados, que
permanecían como clavados en el piso, subió ágilmente y la carroza se fue
perdiendo en un horizonte sin límites.