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Con anterioridad al primer conflicto entre Cartago y Roma, las relaciones entre ambos pueblos

habían sido más o menos cordiales, tal y como demuestran los varios tratados que habían
firmado (509 a.C., 306 a.C. y 278 a.C. —este último para ofrecerse ayuda mutua ante los
ataques realizados por Pirro en la Magna Grecia y Sicilia—). Tras la expulsión de Pirro de la
zona, Roma ocupó el territorio del sur de la península, por lo que se vio obligada a defender los
intereses de las ciudades griegas frente a los cartagineses. A partir de aquí las buenas relaciones
entre ambas potencias se truncaron.

LA PRIMERA GUERRA PÚNICA. 265-241 a.C.


Durante las guerras contra Pirro en Sicilia, los mamertinos, grupo de mercenarios itálicos
contratados por Agatocles de Siracusa, habían colaborado estrechamente con los cartagineses.
Una vez licenciados se dedicaron a saquear las ciudades griegas del nordeste de Sicilia. Pero el
268 a.C. Hierón de Siracusa logró controlarlos. En el 264, una parte de los mamertinos pidió
ayuda a Cartago, pero otra solicitó la ayuda de Roma, ofreciendo la entrega incondicional de su
ciudad (deditio). Una vez las tropas romanas arribaron a Mesina, la guarnición cartaginesa de la
ciudad de Mesina se retiró. Mientras tanto, se había producido la alianza entre Siracusa y
Cartago y ambos ejércitos se dirigieron conjuntamente contra Mesina. La primera fase de las
operaciones culminó con la derrota de los siracusanos.
No obstante, Roma logró la victoria frente a Cartago y se vio dueña de la isla. La paz firmada en
el 241 a.C. determinaba que Cartago abandonaría la isla comprometiéndose, además, al pago de
una desorbitada indemnización bélica. Sicilia pasó a convertirse en provincia romana,
gobernada inicialmente por un quaestor.

PERÍODO DE ENTREGUERRAS.
Cartago mantuvo varias guerras contra los mercenarios —muchos de los cuales buscaron apoyo
en Roma—, cuyas consecuencias negativas supusieron que Cerdeña y Córcega pasaran el 238
a.C. a ser nuevas provincias romanas.
Tras la Primera Guerra Púnica los cartagineses recuperaron el poder militar y económico gracias
a la conquista de la Península Ibérica, mientras que los romanos afianzaron las fronteras
interiores de la Península Italiana. Los romanos querían eliminar a cualquier adversario sobre el
control del comercio del Mediterráneo y los cartagineses querían recuperar las posiciones
perdidas en la anterior guerra.
Ambas potencias necesitaban un casus belli y, para ello, Roma intervino en los asuntos de
Sagunto, ciudad de la órbita cartaginesa, hecho que contravenía el tratado del 241 a. C. entre
Roma y Cartago, que suponía la violación del respeto mutuo de los aliados de ambas potencias.
Sagunto se convirtió en la excusa perfecta para Roma. Tras sitiar Aníbal la ciudad de Sagunto,
Roma consideró que el tratado había sido violado, pues Sagunto tenía el estatus de aliada de
roma y por tanto, la acción militar contra ella contravenía los acuerdos del 241 a. C. En ese año
Sagunto no era aliada de Roma, pero los romanos interpretaron que el tratado incluía a los
futuros aliados, mientras que los cartagineses lo interpretaron como los aliados que tenían en el
momento de firmar el pacto entre Roma y Asdrúbal el 226 a.C. El río Ebro se convirtió en la
frontera entre romanos y cartagineses en Hispania. Los romanos firmaron el tratado del Ebro
porque no era el momento de enfrentarse a los cartagineses, ya que tenían problemas con las
tribus del Valle del Po y el conflicto con Iliria.

LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA. 218-201 a.C.


Tras la toma de Sagunto y la declaración de guerra de Roma, romanos y cartagineses pasaron el
invierno preparando la guerra.
Los romanos tratarían de obligar a Aníbal a ir en ayuda de su patria africana, la ciudad de
Cartago. Para ello, Tiberio Sempronio Longo debía establecer en Sicilia su base de operaciones
para dar el salto a tierras africanas y atacar directamente Cartago. Por otra parte, Publio
Cornelio Escipión debía llevar sus tropas a Hispania y cortar los recursos a las tropas
cartaginesas.
Por su parte, Aníbal dejó unas guarniciones en Hispania bajo el mando de Hanón y Asdrúbal y
planeó llevar la guerra a territorio italiano. La primavera del 218 a.C. Aníbal partió de Cartago
Nova con más de 100.000 hombres cruzando el Ebro y en dos meses sometió a las tribus
filorromanas de la zona entre el Ebro y los Pirineos. La noticia de los planes de Aníbal
sorprendió a Roma que envió a Publio Cornelio Escipión al Ródano para detener el avance
cartaginés, pero llegó tarde. Publio Cornelio Escipión envió a su hermano Cneo a Hispania —
que desembarcó en Ampurias y capturó a Hanón— y él regresó a Italia, donde se uniría a
Sempronio y sus tropas en el Valle del Po, ya que estas ya no partirían a Cartago desde Sicilia.
Aníbal llegó al Valle del Po intentando sublevar a los territorios sometidos por los romanos e
incorporarlos como tropas auxiliares en su ejército. Roma presentó batalla precipitadamente y
los romanos fueron derrotados en el 218 a. C., junto al río Tesino. Semanas después, cuando se
unió Sempronio, volvieron a perder en las proximidades del río Trebia, pasándose numerosas
poblaciones galas al bando cartaginés.
En junio del 217 a. C., con los cónsules Cayo Flaminio y Cn. Servilio Gemino, Aníbal llegó al
centro de Italia, derrotando a Flaminio en el lago Trasimeno. Tras esta derrota se nombró
dictator a Quinto Fabio Máximo, que no llevó a cabo ninguna guerra frontal sino que desarrolló
una táctica más de desgaste mediante pequeñas escaramuzas. Al no conseguir ninguna gran
victoria, el senado lo destituyó y nombró un nuevo dictador, Marco Minicio Rufo.
En el 216 a. C., con la llegada al consulado de L. Emilio Paulo y C. Terencio Varrón, Roma
cambió de estrategia y prefirió el enfrentamiento directo con Aníbal y dirigieron sus ejércitos a
la Apulia. En agosto, Aníbal derrotó al ejercito romano cerca de la localidad de Cannas, siendo
una de las mayores derrotas sufridas por los romanos. Capua y Siracusa se pasaron al bando
cartaginés y Filipo de Macedonia reafirmó su pacto con Aníbal. A pesar de esto, las tropas
cartaginesas no recibieron el apoyo necesario de Hispania, Cartago y Grecia, que fueron
incapaces de hacérselo llegar.
Un año antes, el 217 a.C. Publio Cornelio Escipión se había unido a su hermano Cneo en
Hispania para contrarrestar el empuje cartaginés en la Península Ibérica y evitar el envío de
refuerzos a Aníbal en Italia. Lograron que muchos pueblos indígenas se aliaran con el bando
romano, y las fuerzas destinadas a ir en ayuda de Aníbal en Italia tuvieron que ser enviadas a
Hispania para evitar que fuese dominada por los romanos. Los romanos reconquistaron Sagunto
en el 212 a. C.
Magón, hermano de Aníbal y Asdrúbal Giscón recibieron la orden de reavivar la guerra en
Hispania, que estaba siendo dirigida por Asdrúbal Barca. Se enfrentaron en el 211 a. C. a Publio
Cornelio Escipión, que dividió el ejército y fue derrotado en la batalla de Cástulo, en la que
pereció. Un mes después lo hizo su hermano Cneo traicionado por las tropas celtíberas a manos
de Asdrúbal Barca en Lorca. De este modo perdieron los romanos las posiciones conquistadas al
sur del Ebro. En el 210 a. C. llegó Publio Cornelio Escipión hijo que conquistó Cartagena el 209
a.C. y atrajo diplomáticamente a numerosos pueblos hispanos. En el 208 se derrota a uno de los
tres ejércitos cartagineses en la batalla de Baecula (Bailén), pero la derrota no fue total y
Asdrúbal Barca dejó el mando en Hispania a Magón y Asdrúbal Giscón para ir a reunirse con
Aníbal, pero no lo logró al ser derrotado en Metauro en el 207 a. C. por C. Claudio Nerón y M.
Livio Salinator.
La batalla de Baecula marcó el declive púnico en la Península Ibérica. EL 206 a.C. Escipión
derrota de nuevo a los cartagineses en Ilipa y conquista Cádiz, que supuso la pérdida del control
de Cartago sobre Hispania.
Tras la batalla de Cannas hasta el final de la campaña en Hispania la situación en África e Italia
había permanecido en espera ya que los romanos no se atrevían a presentar batalla y los recursos
de Aníbal eran limitados, ya que nunca llegaron los refuerzos ni desde Hispania ni desde
Cartago, y Filipo de Macedonia nunca se atrevió a desembarcar en Italia, firmando incluso un
acuerdo con los romanos en el 205 a. C.
Aunque Aníbal había conquistado algunas ciudades griegas (Tarento el 212 a.C.), poco a poco
los cartagineses fueron perdiendo fuerza y en el 207 a. C. tras la batalla de Metauro, la suerte
estaba decidida a favor de Roma.
Con el desembarco de las tropas de Publio Cornelio Escipión el 204 a.C. en África se inició la
conquista romana de las ciudades cartaginesas, con las victorias romanas el 203 a.C. en las
batallas de Llanos Grandes, Útica, Túnez, Sifax... Cartago pidió ayuda a Aníbal que regresó y
fue finalmente derrotado en la batalla de Zama el 202 a. C. Los cartagineses se vieron obligados
a firmar unas duras condiciones de paz y a renunciar al dominio del Mediterráneo Occidental a
favor de Roma.

Consecuencias del final del conflicto


Roma se convierte en la principal potencia del Mediterráneo y sustituye a Cartago en los
principales mercados. En Hispania, que quedó dividida en dos provincias: la Hispania Citerior y
la Hispania Ulterior, las minas pasaron a manos de los romanos. Continuaron las luchas durante
dos siglos más contra las tribus locales. En Sicilia, el reino de Hierón II de Siracusa pasó a
formar parte de la provincia romana de esa isla. En la península sometieron a los galos y se
castigaron las ciudades que se habían aliado con Aníbal.
Tras la guerra, los romanos más que intentar dominar el Mediterráneo quisieron evitar que
Cartago se expandiera más allá de sus confines naturales reduciendo su flota a diez barcos y
fortaleciendo al enemigo cartaginés más próximo, Masinisa, rey de Numidia.

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