Está en la página 1de 1

El Sombrero café

El café es un color diciente en mi vida. Desde pequeño el aroma del café penetraba mis pulmones,
incitándome al deseo de beberlo y por mi edad, no me era permitido. Cuando por primera vez
sentí su sabor metálico recuerdo como mi lengua, ya desde antaño, anhelaba la invasión de su
carácter fuerte en mi interior. Quizá sea ese sabor, ese color, el dueño de mi carácter de mi fuerza
al enfrentar mi vida, en esa amalgama que hay junto al cigarrillo, y de ahí crear esa
argumentación justificante para no dejar semejante vicio, ridículo, desagradable, lastimero y
necesario.

Contemplo el sombrero café que dejó mi abuelo tras su partida, y todo lo que ese color representa
se manifiesta en mi cuerpo. Deseo un tinto, un cigarrillo y el placer miserable que me produce.
Hay placeres semejantes, placeres donde a pesar de sentirse una satisfacción triunfal… su
resultado destroza la conciencia, la vida, la ridícula autoestima, que seguramente la sociedad
globalizante le ofrece a conciencias repetidas. El placer y el color café en mi vida están juntas.
Seguramente soy un hedonista un discípulo de Sade moralizado, pero es lo que soy, un color café
ansioso de ser sentido, disfrutado y maldecido.

Este Sombrero trajo la oportunidad de expresar lo retenido, el alma también necesita de execrar,
la mente abrirse y reconocerse. Mi abuelo al fallecer, me dejó un buen recuerdo lleno de unicidad,
de representación, de poder, de personalidad. El café que a diario corroe el interior de mi ser, en
cuerpo y alma, he decido hacerlo mi color. La bandera de mi vida, la representación del peso de mi
alma y el desgarro con el que anda. He decidido ser café y enorgullecerme de ser ese color como
el sombrero de mi abuelo.

También podría gustarte