Está en la página 1de 204

RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

La Psicología Educacional en diálogo


con otras disciplinas

Editores
Eugenio Saavedra
Gonzalo Salas
Claudia Cornejo
Patricia Morales
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA
La Psicología Educacional en diálogo con otras disciplinas

Editores:
Eugenio Saavedra
Gonzalo Salas
Claudia Cornejo
Patricia Morales

Primera Edición: Agosto 2015


ISBN: 978-956-358-893-4

Para contactar a los autores:


esaavedr@ucm.cl

Diseño y diagramación:
Alejandro Abufom Heresi
abufom@gmail.com

Ilustración de portada:
Marcos Amador Rojas
marcos.amador.rojas@gmail.com

Universidad Católica del Maule


Facultad de Ciencias de la Salud
Departamento de Psicología
Área de Psicología Educacional
ÍNDICE

Prólogo
María Angélica Kotliarenco, Directora CEANIM. 7

Conversando en torno al concepto de Resiliencia,


los derechos del niño y su relación
Stefan Vanistendael, BICE-Ginebra.
Eugenio Saavedra, Universidad Católica del Maule, Chile. 11

Trauma y resiliencia: la resiliencia infantil en


contextos de desigualdades sociales y de género
Jorge Barudy Labrin, Centro médico psicosocial para víctimas
de violaciones de los derechos humanos con sedes en Bélgica,
España y Chile. 23

Resiliencia y bienestar: un viaje por la subjetividad


José Luis Rubio Rabal y Gema Puig Esteve,
Asociación para la promoción y desarrollo de la resiliencia,
ADDIMA. 37

Resiliencia y condiciones de posibilidad. Alcances


y resonancias de una propuesta conceptual
Roberto A. Contreras Ramírez, Universidad Católica del
Maule, Chile. 47

Nadie nace civilizado: Hacia una crítica del


pathos escolar
Gonzalo Salas, Universidad Católica del Maule, Chile.
Hernán Scholten, Universidad de Buenos Aires, Argentina.
César Rey-Anacona, Universidad Pedagógica y Tecnológica
de Colombia. 61

¿Merece el bienestar subjetivo un espacio en la


escuela chilena? Revisión del concepto y propuestas
de análisis para el escenario educativo actual
José Sandoval Díaz, Sebastián Ligüeño Espinoza y Diego
Palacios Díaz, Universidad de Chile. 75
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Construyendo un modelo de Calidad de Vida Escolar


Carlos Ossa, Ingrid Quintana y Rodolfo Mendoza
Universidad del Bío Bío, Chile. 95

Educación emocional: Una real discapacidad


Patricia Morales y Yanina Gutiérrez, Universidad Católica
del Maule, Chile. 109

Explorando los factores protectores y la resiliencia


frente al estrés académico en estudiantes de Trabajo
Social
Nélida Ramírez Naranjo, Universidad Católica del Maule,
Chile. 125

Narraciones sobre Resiliencia y Re-Existencia:


Una lectura desde lo psicosocial y lo educativo
Liliana Echeverry Restrepo, Universidad Cooperativa de
Colombia. Jhoana Alexandra Patiño López, Universidad de
Caldas, Colombia. 137

Controversias asociadas al término Fracaso Escolar:


Oportunidades desde la resiliencia
Ingrid Quintana Avello y Mónica Pino Muñoz, Universidad
del Bío Bío, Chile. 153

Escuela Afectiva: Consideraciones para el desarrollo


de estudiantes con talentos académicos
Claudia Cornejo, Universidad Católica del Maule, Chile.
Emilia Benavides, Liceo Pablo Neruda, Chile. 169

El lugar de lo estético en el aprendizaje escolar:


Notas para la consideración de los procesos de
subjetivación en la escuela
Antonia Larrain, Universidad Alberto Hurtado, Chile. 183

Sobre los editores 199

6
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

PRÓLOGO

Reflexiones sobre como la “creencia” en la potencialidad


del ser humano se convirtió en “evidencia”.

Agradezco a mi querido y respetado amigo Eugenio Saave-


dra, quien me solicitó escribir este prólogo, lo que me significa
sin duda, una “honrosa y engorrosa” tarea. ¿Por qué honrosa?
Desde el momento en que me encontré con Eugenio, he podido
apreciar su acelerado y potente crecimiento en diferentes áreas
como son la investigación, evaluación, docencia y en los años
recientes en las publicaciones.
Ni hablar de las dimensiones más íntimas, como son la de
ser un notable y excelente compañero y esposo de Ana, así como
padre “querendón” y guía de dos distinguidos profesionales,
Andrés y Pamela. A la vez he podido observar como ha querido
y respetado a sus padres.
Del mismo modo me siento honrada por la invitación y hago
un público reconocimiento a la totalidad del Equipo Editorial
compuesto por el Dr. Gonzalo Salas, Mg. Claudia Cornejo y
Mg. Patricia Morales, quienes han demostrado un eficiente y
prolijo trabajo, sabiendo convocar a diferentes autores, reunidos
en esta hermosa tarea. Vaya para todos/as mis más sinceras
felicitaciones.
¿Por qué engorrosa? A través de estas líneas —ardua tarea—
espero respetar los aportes que cada uno de Uds. nos ofrecen
en esta publicación. Los escucho, los leo, los entiendo como
resultado de una motivación manifiesta de quienes —como
uno más— han aportado en la línea del compromiso social.
Vaya este compromiso, inmerso en el supuesto de que éste ha
sido fruto de percibir, visualizar, ser sensible y empatizar con el
dolor de otros, como una realidad tangible de muchos y muchas.
Además, este compromiso social, se hace presente en esta
publicación, donde la acumulación de experiencias vividas, así
como de los conocimientos adquiridos a lo largo de años de trabajo

7
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

y ejercicio profesional los hace parte de quienes —tal vez sin


advertirlo— leen la realidad “bajo el paraguas de la resiliencia”.
Los partícipes del escenario que ofrece el “paragua de la
resiliencia”, han estado con frecuencia cara a cara con quienes
viven hoy —o vivieron ayer— situaciones de adversidad, situa-
ciones de dolor, de desencanto y en tantas ocasiones de falta
de fe y esperanza. Han mirado de cerca la flagrante vulnerabi-
lidad psicosocial, compartida la más de las veces con pobreza
y miseria económica, la que estaba en la mayor parte de las
personas, grupos y comunidades, aún presente. Además, de la
creciente discriminación y marcada vulneración de derechos
que se hace evidente a nivel de toda América Latina así como
internacionalmente.
El “grupo bajo el paraguas” lo conforman estudiosos y
académicos de la resiliencia, así como quienes son parte de la
investigación, la reflexión, la acción y la práctica basada en este
concepto. Además —y por sobre todo— quienes se sumaron
históricamente en los años ‘80, a la convicción de que el nivel
de crecimiento y el desarrollo potencial, como lo señalara Ste-
fan Vanistendael, es inherente a todo ser humano. Hoy esta
“creencia” se ha convertido en “evidencia”.
En las últimas décadas, especialmente la del ‘90, surge el
“festín” de los notables avances de la tecnología y las posibi-
lidades que ésta brinda, de avanzar en la comprensión de los
“por qué” y los “cómo”, del ser humano.
La tecnología permitió llevar a cabo investigaciones, con una
velocidad desconocida, los resultados de los múltiples estudios
de esos tiempos, se divulgaron con rapidez y se esparcieron a
nivel mundial. La tecnología avanzaba a pasos agigantados y
permitió —entre otros— develar en parte el cómo ocurre la
vida, cuán dinámico y flexible es el cerebro, cómo sucede la
adaptación o cómo tiene lugar la desadaptación.
Por primera vez se observó al ser humano inserto en la
integralidad y realidad de su vida. Esto facilitó e hizo posible
el percibir, sentir y escuchar la vida en movimiento. Ello como
resultado de meses, años y décadas de asombro frente a los

8
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

atrevidos avances de la neurociencia. Tanto así que Michael


Rutter se refiere a esta década, como la “década del cerebro”.
Esta viene hoy a desnudar la realidad de la inter-conexión
entre los sistemas sociales, comunitarios, escolares, familiares e
individuales, bioneurológicos, ecológicos entre otros. La primera
“chispa” la prendió, ya hace más de tres décadas la tecnología,
tras la cual avanzaron y continúan avanzando, a pasos agigan-
tados, un número significativo de investigadores, estudiosos
de múltiples disciplinas y en términos generales la academia
internacional. Este momento constituye un hito en el conoci-
miento en diversas disciplinas, como lo son, a modo de ejemplo,
la psicología, la psiquiatría, la antropología, la ecología social,
la sociología y en forma muy importante la bio-neurofisiología.
Esto constituye un evento —a mi parecer— trascendental,
aunque incompleto aún, sobre el desarrollo del ser humano, a la
vez que, permite la integración de los sub-sistemas y sistemas
en el ámbito de la curiosidad universal. Curiosidad respecto
de cómo es el ser humano. Ofrece, a la vez, posibilidades de
implementar mayor cantidad y de mejor calidad de evidencia
empírica, sobre los tantas interrogantes vigentes hoy en día.
Llegando este momento a constituirse en un pedestal o base
certera, sobre la cual los neurocientíficos pudieron observar
la magnificencia del cerebro, su potencialidad, su plasticidad,
dinamismo y funcionamiento, abriéndose en esos días la dis-
cusión respecto de la interconexión entre lo que Boris Cyrulnik
llamó “inter-conexión entre el alma y el cuerpo” y que más
recientemente, Dan Siegel describe como interconexión entre
el alma, el espíritu y el cuerpo.
La condición en la que se encuentran las ciencias sociales,
en este momento, de inserción en la globalidad de las ciencias,
nos plantea nuevos y más fuertes desafíos, nos exige analizar,
comprender, compartir y especialmente tener un “compromiso
social” en tanto nos asigna el deber moral de avanzar en la
aplicabilidad de los nuevos conocimientos y ello sin duda nos
demanda asumir más responsabilidades frente a la sociedad
a la que pertenecemos, a través de diseño de intervenciones

9
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

psicosociales, basadas en datos empíricos y por sobre todo


implementar estrategias de promoción de salud mental y física
así como —y con urgencia— modelos de prevención que sean
posibles de evaluar para avanzar pronto hacia un terreno más
certero en esta urgente dimensión.
Sin embargo, la posibilidad de alcanzar esta meta descansa
en quienes como nosotros —personas parte de esta sociedad y
su cultura— aportemos “semillas de fe y esperanza”, de forma
de colaborar fervientemente en que esta posibilidad florezca.
Tenemos frente a nosotros una tarea noble e inmensa. Ta-
rea no fácil de implementar, en tanto representa un gigantesco
desafío en el plano de las políticas sociales, así como de cada
una de las personas, grupos, comunidades, países y gobiernos.
Y hoy, más que nunca, de la comunidad internacional en su
conjunto. ¡La Resiliencia nos llama y convoca!

Dra. María Angélica Kotliarenco


Directora CEANIM

Santiago de Chile, julio de 2015.

10
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 1

Conversando en torno al concepto de Resiliencia,


los derechos del niño y su relación1

Stefan Vanistendael2
BICE-Ginebra
Eugenio Saavedra3
Universidad Católica del Maule

El enfoque de la resiliencia, que se ha desarrollado desde


hace más de 30 años, genera adherentes y detractores. Hoy en
día es indudable que han aumentado las publicaciones en for-
mato paper, libros y manuales acerca del tema, constituyendo
un campo tanto de discusión como de investigación.
Por un lado, se han generado diversas definiciones del
concepto, estableciendo distintos énfasis y focos de atención,
y por otro han surgido voces críticas frente a la pertinencia del
concepto, su precisión y su aplicabilidad en el mundo social.
Una serie de preguntas surgen en los diversos escenarios
académicos en que nos movemos, tales como congresos, confe-
rencias, seminarios y cursos en torno a la resiliencia, y también
en el dialogo con los actores en diversos campos de acción y
diferentes países, haciendo pertinente el plantearlas en este
momento, como una forma de desarrollar la reflexión y discusión:

1. Texto basado en el documento original “Derechos del niño y resiliencia:


dos enfoques fecundos que se enriquecen mutuamente” escrito por Stefan
Vanistendael, cuaderno BICE, Bruselas, 2010.
2. Sociólogo y demógrafo, BICE, Ginebra. Correspondencia dirigirla a:
stefan.vanistendael@bice.org
3. Doctor en Educación. Académico Departamento de Psicología. Facultad
de Ciencias de la Salud, Universidad Católica del Maule, Chile.
Correspondencia dirigirla a: esaavedr@ucm.cl

11
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

w¿La resiliencia es sinónimo de invulnerabilidad?


w¿La resiliencia es una característica permanente o tiene fluc-
tuaciones?
w¿Existe la posibilidad de aprender o desarrollar esta cualidad?
w¿Es posible fomentar la resiliencia intencionadamente?
w¿Todos pueden desarrollar resiliencia al mismo nivel o existen
diferencias entre los sujetos?
w¿Para fomentar la resiliencia es necesario “endurecer” a los
niños?
w¿Se trata de un enfoque individual que no se hace cargo de
lo social?
w¿La resiliencia soluciona los problemas estructurales de la
sociedad?
w¿Si tenemos conductas resilientes no necesitamos de la pro-
tección social?
w¿El enfoque de la resiliencia “adormece” el pensamiento crítico
en las personas?
w¿El enfoque de la resiliencia toma en cuenta los contextos
socio políticos en que las personas se desarrollan?

Las respuestas a estas preguntas no son fáciles y se hace


necesario precisarlas y aclararlas, para contribuir a la mejor
comprensión de este enfoque.
Del mismo modo, reflexionar en torno a los derechos de
los niños, nos puede iluminar hacia una mejor comprensión y
aplicabilidad de los mismos. Al respecto también surgen algunas
interrogantes:

w¿El respeto a los derechos de los niños, garantiza su felicidad?


w¿El derecho jurídico es suficiente para garantizar un buen
desarrollo en los niños?
w¿Es lo mismo el derecho jurídico, que el derecho moral?
w¿Es suficiente sólo con el derecho moral, para asegurar un
buen desarrollo en las personas?

Esperamos dar respuesta a estas interrogantes en las próxi-

12
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

mas páginas, o al menos generar la inquietud para reflexionar


en torno a ellas.

Dos vertientes complementarias en el campo de la infancia

Los derechos del niño y la resiliencia aparecen en el siglo


XX como dos inspiraciones, que si bien son desarrolladas de
manera independiente, van encaminadas a mejorar la vida de
las personas y en especial la vida de los niños.
Para iniciar la reflexión nos surge la pregunta, que puede
parecer alejada de la discusión, pero que veremos está en el
centro: ¿a qué llamamos un país desarrollado- civilizado? Para
dar respuesta a esta interrogante, el pedagogo Hugh Hawes
plantea que “Desarrollado es un país en el que un niño puede
vivir y crecer bien”. Dicho de otra manera, debemos pregun-
tarnos acerca del nivel de felicidad que desarrolla ese niño en
la sociedad que le tocó vivir.
Claramente esta definición nos plantea un camino alter-
nativo a los conceptos tradicionales de desarrollo más cercanos
a la economía, el dinero o la tecnología como indicadores de
bienestar.
Entonces, ¿qué hace que un niño sea feliz? Podemos dar
una respuesta basados en una mirada empírica y señalar los
hechos concretos que aportan al bienestar de ese infante y que
contribuirán a su felicidad, o también formular qué criterios
o necesidades objetivas deben ser satisfechas para asegurar el
bienestar de esos niños, en este sentido sería un criterio más
normativo. Veremos que la primera situación se refiere a lo que
llamamos resiliencia y la segunda situación son los derechos del
niño.

Resiliencia

La resiliencia humana es ante todo una realidad que podemos


observar. Algunos dramáticos testimonios en la vida de perso-
najes como Ana Frank o en el testimonio de Nelson Mandela.

13
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Ciertamente tenemos ejemplos más cercanos en nuestras


vidas, como amigos familiares o conocidos que han tenido
experiencias difíciles de enfrentar y han salido airosos de esas
dificultades. Al parecer estas situaciones de personas que salen
adelante, luego de vencer los obstáculos, están presentes en
diferentes culturas y diversos países.
Si recurrimos a una de las definiciones mayormente con-
sensuadas de resiliencia, diremos que se trata de una capacidad
que tiene un individuo o un grupo para superar grandes dificul-
tades y crecer a partir de ellas. La diversidad de obstáculos que
pueden interferir en el camino de un sujeto va desde situaciones
permanentes y estructurales, como la pobreza, hasta situacio-
nes puntuales y personales como una enfermedad grave o un
duelo importante.
El desarrollo de la resiliencia ante esas situaciones es
muy probable que sea discontinuo o pase por fluctuaciones.
Del mismo modo se tratará de una capacidad que va más allá
de la resistencia, sino que implica el proyectarse a partir de la
dificultad, a veces hasta transformando una situación negativa,
en algo positivo que facilita el crecimiento.
Tampoco la resiliencia es una condición absoluta, que se
tiene o no. Es siempre dinámica y en constante construcción,
que se desarrolla en la interacción con los otros y el entorno
que rodea a los sujetos.
La resiliencia por tanto no estará ajena al contexto en que
vive la persona y muy por el contrario, tomará en cuenta los
elementos alrededor del sujeto, tanto de su ambiente inmediato,
como de los ambientes más distantes. En esta misma dirección
la resiliencia no aparece como una “solución mágica” ante los
problemas, ni reemplaza a una política económica o social. Más
bien se trata de una capacidad para movilizar recursos internos
y externos de la persona.
Entendido así ayudará a enfrentar esas dificultades, el
tener acceso a una aceptación incondicional de otras personas,
encontrar sentido o construir un sentido a la vida, tener refe-
rentes en quienes apoyarme, tener algún nivel de control sobre

14
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

mi vida, una autoimagen positiva, competencias o habilidades


sociales, un sentido del humor constructivo y un respeto por
mi persona y por los otros.
Por tanto, la resiliencia no la debemos mirar como una
simple técnica de intervención, que nos ayuda a reparar un
daño, sino que se trata de una mirada global diferente, que
busca a partir del problema generar recursos para reconstruir
—reinventar— nuestra vida.

Los Derechos del niño

Un derecho es la expresión de una fidelidad de la sociedad


a la dignidad de cada uno de sus miembros. En este sentido, la
sociedad reconoce que existen algunas necesidades que son
tan importantes, que su satisfacción no puede depender de
voluntades específicas o de la fortuna que tenga un determinado
sujeto. Así la persona, podrá reclamar lo que por la sociedad es
reconocido como un derecho.
Para reconocer e implementar esos derechos, la comunidad
establece declaraciones de principios o fija normas a respetar
por sus miembros. Es así como en 1924 se genera la Declaración
de los Derechos del Niño, que formula en un texto breve y con-
creto algunos principios importantes expresando un respecto
fundamental de los niños, texto aceptado por la Sociedad de
las Naciones en 1924, pero todavía no son derechos jurídicos
exigibles. En 1989, las Naciones Unidas han aceptado la Con-
vención sobre los Derechos del Niño, que formula derechos
exigibles, para los miembros que la suscribieron, que son casi
todos los países del mundo.
Esta Convención se refiere a lo que llamamos un derecho
jurídico, vale decir aquel derecho que exige e impone la auto-
ridad pública, en contraste a lo que llamamos derecho moral,
referido a principios no necesariamente garantizados por dicha
autoridad. Un ejemplo de esto último es el derecho de todo niño
a ser amado, cuestión imposible de exigir de manera jurídica,
sin embargo, es deseable que se dé.

15
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Un error común sería jerarquizar estos derechos, de modo de


creer que un derecho jurídico es más importante que un derecho
moral. Si nos detenemos en el derecho a ser amado, veremos
cómo este elemento se hace fundamental para el desarrollo
positivo de un niño, sin embargo el Estado no puede exigirles
a sus miembros que amen a ese niño. Sería inconcebible pensar
que un Gobierno reglamentara o legislara dicho aspecto. Sin
embargo, dicho Gobierno puede crear las condiciones que facili-
ten la generación y desarrollo de ese principio o derecho moral.
Ambos derechos, el jurídico y el moral, funcionan de maneras
diferentes en la sociedad, pero resultan ser complementarios
y necesarios.

Diálogo entre los Derechos del Niño y la Resiliencia



Entendemos a la resiliencia como una dinámica de vida,
que da forma concreta a los derechos del niño. Con la finalidad
que un derecho se concrete verdaderamente, requiere que ese
derecho sea asumido por la persona conscientemente, de modo
tal de hacerlo efectivo en su vida y exigirlo. De otra forma, este
derecho no pasa más allá de ser “letra muerta” en algún código.
Desde otra mirada, un niño puede demostrar tener caracte-
rísticas resilientes, pero en la sociedad en que habita sus dere-
chos más fundamentales pueden ser violados y como sabemos
nadie es invulnerable, por tanto dicho niño podrá sucumbir
ante estos atropellos.
Por tanto, los derechos jurídicos y morales, además de la
resiliencia resultan ser complementarios y ninguno por si sólo
puede asegurar el buen desarrollo de aquel niño. Se requiere
entonces del marco normativo y también de una dinámica de
vida que le permita al niño desenvolverse en un ambiente que
favorece un crecimiento sano y viable, en armonía con niveles
aceptables de felicidad.
Otro aspecto en común entre los Derechos del Niño y la
Resiliencia, es el carácter universal de ambos. En este sentido,
el amplio número de países que adhieren a la Convención de los

16
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Derechos del Niño, nos hace pensar que esta normativa jurídica
es considerada necesaria en la mayoría de las naciones. De igual
forma, la resiliencia aparece como una característica del ser hu-
mano, que potencialmente puede desarrollarse independiente
de la raza, ambiente social o nacionalidad, en que se fomente.
Otro aspecto a destacar es que tanto los Derechos del Niño,
como la Resiliencia, deben estar en armonía con los contextos
en que se dan. Si bien acabamos de señalar la universalidad
de los Derechos, la aplicación concreta y la implementación
de los Derechos, deberá tomar en cuenta las particularidades
específicas de cada cultura. En ocasiones esta tarea es delicada
ya que algunas tradiciones culturales, entrarán en colisión con
los derechos de las personas, protegidas por la Convención.
Será entonces la primacía de lo jurídico, lo que resuelva esta
contradicción.
Por otro lado, la expresión concreta de la resiliencia,
adoptará formas diferentes dependiendo de la cultura a la
que se pertenece. Una acción en un ambiente social, podrá ser
catalogada como resiliente, sin embargo, en otro ambiente
perderá esta definición. Dicho de otra forma, el concepto de
felicidad pudiera ser distinto dependiendo de la cultura en que
se desarrolla la persona.
Al respecto diremos que los Derechos del Niño sólo asegu-
ran un marco jurídico mínimo, que respete la dignidad de los
sujetos, sin embargo, no asegura su nivel de felicidad. Del mismo
modo, diremos que la resiliencia no soluciona los problemas
estructurales y sociales de una comunidad, pero abre caminos
para ver desde otra perspectiva nuestra realidad.
Ambos conceptos, los Derechos del Niño y la Resiliencia,
están apoyados en una ética encaminada a respetar la dignidad
de la persona. Muchas veces deberemos seguir este imperativo
ético, por sobre normativas puntuales, frente a acciones que si
bien pueden resultar fuera de los marcos legales, son compren-
sibles y aceptables desde una perspectiva ética. Un ejemplo en
esta línea lo refleja esta pregunta: ¿Debemos castigar a aquel
niño o joven que roba comida para alimentar a su familia?

17
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

A esta altura de nuestra reflexión, nos damos cuenta que la


resiliencia es un fenómeno que se desarrolla a diferentes nive-
les, desde lo individual, pasando por lo familiar y comunitario,
hasta el nivel social. La resiliencia siempre se desarrolla a través
de la interacción con otros, ya sea que estén presentes, estén
distantes o bien pertenezcan a nuestro pasado. La resiliencia
es un fenómeno interaccional–social.
La resiliencia al tener este carácter, nos invita a ver esta
relación entre niveles, desde lo individual a lo social, articu-
lando las responsabilidades que a cada uno de estos niveles
les corresponde. Entonces, no podemos pretender abordar
eficazmente un problema estructural como la pobreza, desde
un nivel individual. Del mismo modo, desde el ámbito social
no podemos pretender desarrollar los caminos individuales
que cada uno debe construir. Un Estado no puede “decretar” la
felicidad de sus habitantes, será cada persona la que construya
dicho camino.

Algunos errores conceptuales frecuentes

Muchas veces al hablar de resiliencia, estamos utilizando


de manera equivocada el concepto. Si pensamos por ejemplo en
la superación de una adversidad, ¿esto por sí mismo es resilien-
cia? No necesariamente. Dependerá de los costos emocionales
que tenga para el sujeto dicha superación. Una persona puede
“endurecerse” frente a la vida y perder sensibilidad frente al
mundo y claramente esto no es resiliencia. Por otra parte, un
sujeto puede salir adelante sin considerar los daños provocados
a las personas que le rodean. No puede existir una superación
de la adversidad “a cualquier costo”. Alguien que no toma en
cuenta esta dimensión social-ética, no está actuando de manera
resiliente y sin embargo supera su adversidad.
Otro error conceptual frecuente, es que las personas creen
que todos los sujetos pueden comportarse de manera resilien-
te, si son sometidos a circunstancias parecidas. Vale decir, si
fomentamos resiliencia en un grupo y todos se esfuerzan de la

18
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

misma forma, esperaríamos resultados similares. Lo anterior


no ocurre así, ya que operan diferencias individuales que van
desde nuestra estructura biológica, hasta diferencias a nivel de
personalidad, pasando por las historias de vida de cada uno. Si
quisiéramos estandarizar un programa de fomento de la resi-
liencia, al poco andar nos daríamos cuenta que cada sujeto va
a construir una realidad diferente frente a ese programa, cada
uno hará una lectura particular de esa experiencia.
Un tercer error frecuente es pensar que la resiliencia, re-
emplaza la acción del Estado en lo social. En esta dirección si
tenemos una comunidad que actúa resilientemente ¿para qué
necesitamos de políticas sociales que protegen a las personas?
Aquí nuevamente está la confusión entre la acción de las per-
sonas y los deberes del Estado. El actuar de manera resiliente,
no exime al Estado de sus deberes sociales. Cada uno tiene
que tomar sus responsabilidades a su nivel propio, desde la
persona individual hasta el gobierno del país, y a veces hasta
la comunidad internacional, y estas responsabilidades tienen
que articularse y si posible reforzarse mutualmente.

A modo de resumen

Nuestra mirada en torno a los niños debe cambiar. Los
niños no son sólo sujetos que requieren de nuestros cuidados
y atención. Son personas con derechos —y deberes— que me-
recen el respeto de toda la sociedad, son personas con opinión
y con visiones particulares de la vida. A menudo, las decisiones
que tomamos cotidianamente están basadas en los criterios
adultos, las prioridades están definidas desde los adultos, las
acciones están orientadas desde el mundo adulto.
¿Qué pasa entonces con la visión de los niños? ¿Qué pasa
con sus opiniones? ¿Tienen menor valor sus ideas? Claramente
hemos tenido hasta ahora una mirada centrada en los adultos,
que toma en cuenta la perspectiva preferentemente de los su-
jetos mayores en la sociedad.
Lo anterior nos pone una tarea de inclusión. ¿Cómo inte-

19
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

grar efectivamente a los niños en la construcción de nuestro


mundo? Quizás parte de la respuesta está en las reflexiones
anteriores, a saber:
Reconocer a los niños como personas completas, no frag-
mentarlos en diagnósticos o problemas, no desintegrar su rica
complejidad en elementos de análisis separados.
Tomar al niño en relación con su entorno, lo que viva un
niño estará en interacción con otros niveles más amplios: fa-
milia, comunidad y sociedad, etc. Debemos estar conscientes
de los recursos de los niños y no sólo en su déficit. Debemos
además, enfrentar los problemas con la lógica de la construcción
colectiva, más que en la acción solitaria de los sujetos.
Sería entonces, deseable, pasar de concepciones deterministas
y muchas veces fatalistas —que naturalizan los problemas—,
hacia una visión de mundo más realista, crítica y con esperanza.
No podemos confundir irreversibilidad en el tiempo, que permite
todavía muchas evoluciones futuras distintas, y determinismo.
Claramente, el reflexionar en torno los Derechos de los
Niños y la Resiliencia, nos abre caminos de discusión, que como
profesionales deberemos ser capaces de traducir en acciones
concretas y viables, que contribuyan a mejorar las condiciones
en que se desarrollan las personas y en especial las nuevas
generaciones.
Si la sociedad reconoce ya los derechos y la resiliencia de los
niños, tal vez comprenderá un día que necesita de los niños, no
solamente por razones demográficas o para asegurar su futuro.
La participación de ellos es un enriquecimiento, no una tarea
molesta. Nos enseña a ver el mundo como un nuevo horizonte.

Bibliografía recomendada para la reflexión

Barudy, J., & Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos en la


infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.
Barudy, J., & Dantagnan, M. (2011). La fiesta mágica y realista
de la resiliencia infantil. Barcelona: Gedisa.

20
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Cyrulnik, B. (2007). De cuerpo y alma. Neuronas y afectos: la


conquista del bienestar. Barcelona: Gedisa.
Cyrulnik, B. (2009). Autobiografía de un espantapájaros. Testi-
monios de resiliencia: el retorno a la vida. Barcelona: Gedisa.
Grotberg, E. (1999). Resilience and mental health. The George
Washington University: Washington D.C.
Kotliarenco, M. A. (1997). La resiliencia como adjetivación del
proceso de desarrollo infantil. Santiago: CEANIM.
Saavedra, E., & Villalta, M. (2008). Escala de Resiliencia SV-RES
para jóvenes y adultos. Santiago: CEANIM.
Saavedra, E., & Castro, A. (2009). Escala de Resiliencia Escolar.
Santiago, Chile: CEANIM.
Saavedra, E. (2011). Investigación en resiliencia. Algunos estudios
cualitativos y cuantitativos. Saarbrukeen: Editorial Acadé-
mica Española.
Vanistendael, S. (1995). Cómo crecer superando los percances.
Ginebra, Cuadernos BICE.
Vanistendael, S. (2004). Resiliencia y sentido de vida. Buenos
Aires: Paidós.

21
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 2

Trauma y resiliencia: la resiliencia infantil en


contextos de desigualdades sociales y de género

Jorge Barudy Labrin1


Centro médico psicosocial para víctimas de
violaciones a los derechos humanos.

Los contextos de desigualdades sociales productores de po-


breza infantil, afectiva y/o económica, así como las desigualdades
de género, origen de la violencia machista sobre las mujeres en
particular las madres, crean graves contextos de riesgos para
los niños y niñas, que son uno de los obstáculos fundamentales
para asegurar la calidad de vida para millones de ellos. Los casos
más graves son los que sufren procesos traumáticos complejos y
acumulativos, sobre todo si se trata de bebés y/o niños o niñas
entre 0 y 3 años, porque se producen traumas tempranos con
graves consecuencias para su desarrollo, algunas irreversibles.
Estos traumas se expresan clínicamente por casi todos los sín-
tomas y signos inventariados en las clasificaciones propuestas,
en los tratados y manuales de psicopatología infantil.

El papel del entorno y la calidad de vida para el desarrollo


infantil

A la hora actual existe suficiente información científica,


para asegurar la existencia de un proceso interactivo perma-
nente entre el sujeto biogenético y su entorno vital. Por lo
tanto nadie puede negar que los contextos de vida, ya sean los

1. Neuropsiquiatra, Psiquiatra infantil, Master en Psicoterapia y Terapia


Familiar. Fundador y director de la ONG EXIL, Centro médico psicosocial
para víctimas de violaciones de los derechos humanos con sedes en Bélgica,
España y Chile. Correspondencia dirigirla a: ifiv2000@yahoo.com

23
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

del pasado como los del presente influyen en la construcción


de la personalidad de un niño o de una niña. Así las relaciones
afectivas, la cultura, los contextos sociales y económicos e
incluso los políticos influyen en la calidad de vida y por ende
el desarrollo infantil. Nuestras experiencias clínicas e investi-
gaciones nos han proporcionado suficiente información, para
afirmar que las potencialidades de desarrollo sano con que
los niños y niñas nacen, se concretizan solo si se les ofrece un
conjunto de interacciones interpersonales, que corresponde lo
que hemos denominado contextos de “buenos tratos” (Barudy &
Dantagnan, 2005). Esto por supuesto descartando las anomalías
genéticas, que consideramos una injusticia de la naturaleza, o el
daño provocado en el acompañamiento perinatal muchas veces
responsabilidad de accidentes o malas prácticas profesionales.
Lo contrario explica el sufrimiento y el daño en el desarrollo
infantil y en los casos más graves que este se truncara. Los
malos tratos y malas condiciones de vida de la infancia, son
responsabilidad no solo de sus padres, sino del conjunto de la
sociedad y en particular del estado. Desgraciadamente, para
muchos niños y niñas, la ecología uterina ya les fue desfavora-
ble, por el alcohol o las drogas que consumían sus madres, o del
estrés crónico durante el embarazo y/o la violencia machista
de sus parejas. El nacimiento y la infancia temprana de estos
niños y niñas está inundada de actos de negligencia extrema,
malos tratos físicos precoces o abusos sexuales. A esto se agrega,
en diversos casos la indiferencia de adultos, muchos de ellos
profesionales: médicos, enfermeras, matronas, profesores,
psicólogos, que no fueron y no han sido capaces de conectarse
con el sufrimiento manifestado precozmente por estos niños,
para ofrecerles apoyo y protección.
Estos niños supervivientes del desamor, en búsqueda casi
permanente de arraigo y pertenencia, desarrollan diferentes
estrategias para resistir y sobrevivir. A menudo se les atribuye
el origen de sus síntomas estigmatizándoles y expulsándoles
de esta manera del tejido social humano.
Atribuirles a estos niños y niñas la culpa de sus sufrimientos

24
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

y de lo que les pasa invocando por ejemplo factores innatos,


muestra la incapacidad de parte del mundo adulto de asumir la
responsabilidad por el tipo de entorno desfavorable que se está
ofreciendo a sus crías. En vez de asumirlo, optan por explica-
ciones que hacen de los niños y niñas más desfavorecidos, los
chivos expiatorios de sus incapacidades, injusticias y violencias,
en tanto adultos.

El “adultismo”: el marco ideológico de los malos tratos


familiares y sociales a la infancia.

Desgraciadamente, las falsas creencias sobre la naturaleza


de los niños y niñas son parte de los entornos de mala calidad
de vida para la infancia. Estas falsas creencias los confunden y
en muchos casos legitiman la violencia, entre otras la violen-
cia hacia las madres y los malos tratos infantiles no solo en la
familia, sino que también en la escuela y en diversos sectores
de la sociedad. Un ejemplo de esto son los roles abusivos im-
puestos a las mujeres y emocionalmente alienantes para los
hombres contenidos en la cultura patriarcal. Por otra parte,
también existe en muchos padres y madres, el olvido de sus
propios sufrimientos infantiles, como una forma de protegerse
del dolor de los contenidos traumáticos de sus infancias. En
muchos casos, por la edad en que ocurrieron, su gravedad o
simplemente por la dependencia vital del niño a los adultos
que se los infringieron, estas experiencias no se registraron
como recuerdos explícitos. Pero ellas son parte de la historia y
forman parte de lo que hoy se conoce como memoria emocional.
La mayoría de las veces son inaccesibles a la conciencia, lo que
explica que para algunos padres o madres u otros adultos de la
red socioafectiva de los niños se les reactivan sus experiencias
traumáticas, por determinadas características o comportamiento
del niño o de la niña. Un ejemplo es la desesperación frente al
llanto de un niño, o la agresividad que pueden despertar en
algunos adultos sus conductas normales de oposición. Para
resguardarse de la activación de sus propios traumas infantiles,

25
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

hay adultos que se protegen, echándole mano a las creencias


“adultistas” presentes en la cultura. Al contrario cuando el niño
o niña que habita al adulto ha sido cuidado y bien tratado por
sus padres, por sus vecinos, por sus profesores, éste tendrá
más recursos para comprender y satisfacer las necesidades de
los niños, respetando sus derechos.
Una madre africana decía “que el niño o la niña que habita
en cada adulto tiene su residencia más cerca del corazón que del
cerebro”. En diferentes culturas el corazón es designado como
la fuente del amor. Esta imagen, nos sirve para sostener que es
la buena calidad de los cuidados que hemos recibido en nuestra
infancia, lo que le permite al niño o a la niña que habita cerca
de nuestro corazón darnos el valor de identificarnos con los
niños y niñas que sufren.
En otros trabajos, hemos nombrado “adultista” (Barudy,
1997) a la posición auto-referencial que impide a ciertos adultos
conectarse con el niño que vive en sus corazones. Esta postura
es lo que los mantiene emocionalmente lejos de los niños ne-
cesitados de apoyo y de protección. Lo anterior puede explicar
que muchos investigadores que han estudiado la infancia no
siempre han presentado modelos explicativos justos y accesi-
bles, para sensibilizar al mundo adulto sobre la existencia y las
manifestaciones peculiares del sufrimiento infantil. Muchas de
sus teorías se expresan con un lenguaje retórico que, en lugar
de acercar los adultos al mundo de los niños y niñas, les separa
aún más. A menudo son discursos teóricos que reducen a los
niños, sus necesidades y su proceso de desarrollo a conceptos
abstractos. Conceptos que al ser muy lejanos del lenguaje natural
de los padres, amplifican la sensación de que los niños son seres
complicados, difíciles e incluso peligrosos. Afortunadamente,
diferentes autores a partir de una observación naturalista del
desarrollo infantil nos han permitido acceder a informaciones
más válidas a propósito de los niños2.

2. Los trabajos de Berger (1992, 1999b, 2003), Bolwby (1998), Brazelton


(1990), Cyrulnick (1994, 2001, 2003), Masson (1981), Manciaux (2003)

26
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

En estas últimas décadas, existen innumerables inves-


tigaciones que muestran que los trastornos psíquicos y los
problemas de comportamiento de niñas, niños y jóvenes, son
la consecuencia de una “carrera de niños maltratados”. En
muchas ocasiones, son la única forma que tienen los niños de
denunciar y de resistir a la violencia de los adultos (Barudy,
1998; Cyrulnick, 2001; Manciaux, 2003).
Una de las consecuencias más graves de los malos tratos
son, los trastornos del apego, que según nuestro modelo son
la causa fundamental de la vivencia que genera en los niños y
niñas una desconfianza significativa con los adultos. Los niños
y niñas maltratadas antes de confiar necesitan la prueba que
el otro no les hará daño ni les frustrará una vez más en la sa-
tisfacción de sus necesidades fundamentales (Bentovim, 2000;
Berger, 1992, 1999a, 2003).
Al no tomar en cuenta el daño exógeno proveniente de la
familia, escuela, instituciones, sociedad, no sólo se responsabiliza
o culpabiliza a los niños y a los jóvenes como los causantes de
su sufrimiento, sino que además se les priva de la posibilidad de
participar en acciones destinadas a modificar estos contextos.
La opción de explicar los trastornos psicológicos de los niños
y adolescentes sin incluir la exploración y la intervención en
sus ámbitos de vida, hace que los profesionales sean cómplices
indirectos de aquellos que producen los malos tratos.
La propuesta alternativa no es tampoco de estigmatizar a
los padres encerrándoles en un adjetivo de maldad o de “psiquia-
trizarlos” a través de un diagnóstico de malvados o enfermos
mentales. El desafío es poder ofrecerles un programa educativo
y terapéutico para comprender con ellos, qué es lo que les ha

Winnicott (1984) y también Stern (1997, 1991) están expresados en un


lenguaje que permite una mirada realista e humanizada de los niños. Sus
descripciones y explicaciones ayudan a dar sentido a lo que parece complejo
y misterioso. Otros clínicos-investigadores nos dan suficiente información
para concebir a los niños como sujetos de relación, es decir, personas que
participan activamente en la construcción de su destino, incluso ya en la
vida intra-uterina (Barudy, 1998; Cyrulnik, 1994, 2001, 2003).

27
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

privado de poder desarrollar las competencias parentales nece-


sarias para cuidar a sus hijos. Los procesos terapéuticos pueden
permitirles descubrir los condicionantes de sus historias que
les han dañado, de tal modo que ellos hacen lo mismo con sus
hijos. Esto es uno de los pilares para facilitar y apoyar en ellos
la resiliencia personal y parental.
Uno de los desafíos actuales y para el futuro sigue siendo
la necesidad de introducir en la formación de psicólogos, médi-
cos, pediatras, psiquiatras, profesores, educadores y asistentes
sociales, los conocimientos que las investigaciones sobre los
efectos de los malos tratos en los niños, así como formarles en
los métodos terapéuticos y educativos adaptados a la reparación
del daño producido por los malos tratos en los niños.
Nos hemos encontrado en nuestras prácticas con demasia-
dos niños y niñas, que han sido “revictimizados” en sesiones
terapéuticas que ocurrieron de una manera y en contextos
inadecuados. Para proteger la validez de sus teorías, y justificar
los escasos resultados de sus tratamientos, los terapeutas de
estos niños los encerraron en diagnósticos como TDH; psicosis
o psicopatías, produciéndoles más confusión y culpabilidad,
porque por su dependencia de los adultos, estos tienen pocas
posibilidades para descubrir por ellos mismos las verdaderas
causas de su sufrimiento.

Desigualdades sociales, trauma y resiliencia infantil

Afortunadamente y gracias a las investigaciones sobre


los factores resilientes, es decir, aquellos recursos sociales que
permiten a los niños y niñas enfrentar mejor el daño que se les
hace, muchos profesionales están integrando la importancia de
ayudar a los niños maltratados a reconocerse como víctimas. La
toma de conciencia que el sufrimiento es causado por los malos
tratos, resultado de la violencia de los adultos es un factor de
protección para la salud mental infantil. Los niños y niñas tienen
el derecho a saber y comprender que ellos no son culpables de
los malos tratos que han recibido o de sus malas condiciones

28
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

de vida. Cuando son sus padres los que les han hecho daño, es
importante apoyarles para que integren que la causa principal,
puede estar en que ellos no tuvieron la oportunidad ni familiar
ni social de aprender a ser padres competentes. Esto también
es válido para los y las profesionales cuando éstos son incom-
petentes y les hacen daño.
Otro ejemplo de esta dificultad de los adultos a actuar con
empatía y en consonancia con las necesidades infantiles, es
el hecho que muchas medidas para proteger a los niños son
tomadas por jueces o responsables de servicios sociales que ni
siquiera les conocen. Estas personas no tratan con niños y con
adolescentes, sino con expedientes.
Junto con reconocer lo anterior es pertinente reconocer
que el desequilibrio económico mundial, resultado del modelo
neo-liberal dominante, incontrolado y “mundializado”, es una
de las causas fundamentales del sufrimiento de los niños y de
las niñas pobres de los países ricos y sobre todo de la infancia
afectada mayoritariamente por la pobreza infantil en los países
pobres del planeta (Barudy, 2002).
Los niños y niñas, tanto de los países ricos como de los
países pobres sufren de la incapacidad de los adultos de ofre-
cerles un mundo donde sea grato echar raíces y pertenecer.
El siglo XX se terminó con el alarde de los poderosos por los
logros de las nuevas tecnologías, el progreso económico y el
avance científico, pero con la cobardía de no reconocer y pedir
disculpas a los niños y niñas por las perspectivas con la que se
encontrarían en el siglo XXI. Un mundo donde las desigual-
dades sociales no hacen más que crecer, las diferentes formas
de violencia se expanden, las guerras son presentadas como
fenómenos necesarios para el bien de la humanidad y existen
las fórmulas más diversas de veneración del dinero y el lujo.
Los que se apropian del poder y abusan de él, son presentados
como héroes, por sus capacidades de lograr lo que la ideología
dominante, presenta como éxito social.
Los niños y niñas, son acosados desde que nacen por
campañas de publicidad que les predican que para poder ser hay

29
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

que tener cosas y ser competitivos. Las estrategias de mercado


a través de la televisión, internet y otros medios de comunica-
ción, manipulan a los niños y jóvenes para lanzarles al consumo,
fomentando el individualismo e hipertrofiando la satisfacción
de sus deseos en desmedro de la solidaridad y la pertenencia
social. Esto tiene una traducción, en la emergencia de una nueva
morbilidad mental en los niños y niñas de los países ricos, que
se traduce en un intenso sentimiento de desarraigo. Esta se
manifiesta por trastornos alimenticios como bulimia y anore-
xia que responden a la presión social por parecer, el consumo
de alcohol y drogas que junto con la depresión, tentativas de
suicidio y suicidios. Además, los niños y jóvenes presentan una
tendencia a no aceptar las competencias, ni la autoridad de los
adultos, lo que se expresa por una desobediencia arbitraria en
la familia y en la escuela, comportamientos abusivos y violentos
entre pares. Todo esto se traduce en la búsqueda de un bienestar
superficial e ilusorio, acompañado de una gran soledad afectiva,
una falta de sentido y de arraigo, agravada por la desintegración
de los tejidos familiares y sociales consecuencias del modelo
económico imperante.
Los niños y niñas de los países pobres lo tienen aún más
difícil, sus sufrimientos son sobre todo la consecuencia del
hambre, la miseria, la desnutrición, el alto riesgo de mortalidad
por la violencia de los conflictos bélicos, la discriminación, el
no-acceso a la educación, a la salud. En estos últimos años se
agrega la cobardía masiva de militares o paramilitares que les
fuerzan a ser niños y niñas soldados y a estas últimas, víctimas
de explotación sexual.
Con respecto al drama de la infancia Boris Cyrulnick (2004),
psiquiatra y etólogo francés, conocido por sus trabajos sobre
resiliencia escribe en el prefacio de nuestro libro Hijos e hijas
de madres resilientes (2004): “La vergüenza del siglo XX habrá
sido la existencia de los campos de la muerte. La vergüenza
que se prepara para el siglo XXI ¿será acaso la de la masacre
de niños y niñas? El imperio del dinero se mundializa más que
nunca gracias a la tecnología. El triunfo de los unos conlleva

30
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

el hundimiento de los otros y cuando el fuego alcanza la casa,


los moradores huyen, los pueblos se desplazan e incluso los que
quieren apagar el fuego deben salir corriendo para sobrevivir.
Los desplazamientos de población constituirán probablemente
un inmenso problema en el siglo que acaba de nacer…” (p. 211).
Nosotros nos referimos no solo al riesgo de exterminio
físico de niñas y niños, sino al “infanticidio” psíquico y social de
la infancia, por la imposición de una cultura, que preconiza el
individualismo, la violencia, la insolidaridad y el consumismo.
Argumentar y fundamentar esta realidad escapa a los objetivos
de este artículo, pero los lectores solo tienen que acceder a los
múltiples documentos editados entre otros por la UNICEF,
Save The Children y la ONU que denuncian la grave situación
de la infancia en el mundo. Afortunadamente para la infancia,
un porcentaje aún significativo de la población adulta, hacen
lo posible para ofrecer estos buenos tratos. En este grupo des-
tacamos sobre todo a las mujeres, madres, abuelas, hermanas,
vecinas y tías que intentan criar y sacar adelante a los niños y
niñas de su comunidad, aun en contextos tan adversos como la
precariedad social, los conflictos bélicos y/o las desigualdades
sociales extremas (Barudy & Marquebreuq, 2006).

El impacto de los contextos de violencia de género para


el desarrollo infantil

El mero hecho de vivir en un contexto de violencia de gé-


nero y ser testigo, por ejemplo, de las agresiones de un hombre
a una mujer en el ámbito familiar, tiene graves consecuencias
para la salud mental de los niños y puede alterar gravemente su
desarrollo. Estas experiencias provocan un impacto traumático
similar —y, en ocasiones, aún más grave— a los que resultan
de los malos tratos que les afectan directamente —físicos,
psicológicos y abusos sexuales—.
En la mayoría de los casos es un tipo de violencia de los
hombres hacia las mujeres que se sustenta en la ideología
patriarcal —aún dominante en la cultura— que transmite y

31
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

legitima a través de mensajes no verbales y discursos la supre-


macía de lo masculino sobre lo femenino. Esto crea el riesgo de
que los niños y niñas afectados puedan normalizar lo que están
observando o sufriendo, e integren y repitan estos modelos de
relación en su vida adulta.
Los problemas emocionales y conductuales de los niños
y niñas expuestos a violencia de género han interesado a
investigadores y clínicos desde mediados de los años 70´ del
siglo pasado (Holden, 1998), pasando de la invisibilidad social
e institucional a ser objeto de estudios sistematizados, tanto
para estudiar sus génesis como para encontrar modelos de
prevención y tratamiento.
En los últimos diez años el aumento del número y la cali-
dad de las investigaciones, y las publicaciones de las mismas,
proporcionan una base científica —aún en desarrollo— (Jaffe,
Baker & Cunningham, 2004) que permite confirmar la gravedad
de las consecuencias en los niños y niñas de la exposición a
esta violencia. Los resultados de estos estudios han permitido,
además, establecer las bases para el desarrollo de programas de
prevención y de reparación terapéutica.

Los diferentes tipos de exposición de los hijos e hijas a


la violencia contra la pareja

Actualmente está unánimemente aceptado, que los contextos


que se enumeran, por el clima de carencias, inseguridad y estrés
permanente que generan, hacen sufrir y dañan severamente a
los niños y niñas expuestos a ella, para lo cual se enumerarán los
criterios de exposición a esta violencia sugeridos a continuación
por Holden en el año 2003.
1. La exposición perinatal que corresponde a la exposición
del feto cuando la violencia física o psicológica ejercida contra
la madre ocurre durante el embarazo.
2. La exposición por intervención que ocurre, cuando los niños
o niñas, intentan hacer o decir algo para proteger a su madre
interponiéndose entre el agresor y la víctima.

32
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

3. La exposición por victimización directa es decir, los hijos son


objeto de violencia psicológica o física por el adulto que agrede.
4. El niño o la niña son obligados a participar en las estra-
tegias de agresión impuestas por el padre o el actual cónyuge a la
madre. Por ejemplo, vigilar a la madre a petición del agresor,
colaborar en las desvalorizaciones hacia ella o darle la razón al
adulto agresor.
5. La exposición en tanto testigo(a) presencial. Esto ocurre
cuando la agresión ocurre delante de los hijos y/o estos escu-
chan lo que ocurre —gritos, lamentaciones, insultos, ruido de
golpes etc.,— por ejemplo desde otra habitación.
6. Cuando el niño o la niña son testigos y tienen que testi-
moniar de las lesiones en el rostro u otras regiones del cuerpo de
la madre, así como de otros signos consecuencias inmediatas
a la agresión. Por ejemplo, moratones y heridas, objetos y mo-
biliarios rotos, ambulancias y policía, reacciones emocionales
intensas en adultos.
7. Los niños y niñas sufren por las secuelas que las agresiones
provocan a sus madres. Ejemplos: sintomatología depresiva y/o
agresiva de la madre materna consecuencia de la violencia,
huida de la madre, separación y fin de la convivencia, cambios
de residencia, lucha por la guardia y custodia, etc.
8. Tener que escuchar repetidamente los contenidos de lo
que ha sucedido. Por ejemplo, los hijos e hijas, habiendo o no
presenciado las agresiones, pueden escuchar o seguir escuchan-
do de la afectada así como personas del entorno, descripciones
de los hechos concretos de la violencia, sus consecuencias, los
temores de la agredida, las amenazas posibles…
9. Exposición a mentiras, secretos y relatos que esconde la
realidad de lo ocurrido.
10. Otra forma de exposición, aunque parezca paradojal, es
cuando las agresiones ocurren en ausencia de los hijos o hijas, lejos
de la residencia familiar. Los niños y niñas al enterarse, pueden
vivir con impotencia y culpabilidad lo ocurrido.

Los niños y las niñas pueden, para un mismo aconteci-

33
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

miento violento, experimentar varias de estas categorías, pero


también que a lo largo de la historia familiar, la escalada de la
violencia puede conllevar que, por ejemplo, pasen de observar
los hechos a tratar de intervenir para detenerlos y por esto ser
agredidos directamente.
Por otra parte, los efectos de la exposición a esta violencia
no solo tiene que ver con los incidentes y agresiones físicas o
psicológicas descritas, sino que estos implican también un im-
pacto para el desarrollo de la personalidad de los hijos e hijas
debido a la exposición al sistema de creencias y al estilo parental
y conyugal del agresor en su vida diaria (Bancroft & Silverman,
2002). A menudo el agresor sigue ejerciendo violencia tras la
separación, como por ejemplo, a través de descalificaciones e
insultos a la madre o a la nueva pareja de esta, a las que los hijos
están expuestos durante las visitas y/o las falsas denuncias a
la madre por malos tratos a sus hijos y/o el incumplimiento
premeditado de la pensión de alimentos.

Conclusión

La neurociencia ha demostrado que la organización y el


funcionamiento del cerebro humano dependen no solo del mapa
genético de cada sujeto, sino que también, de sus interacciones
de con el entorno familiar y social en que le toca vivir. Por tanto,
los contextos donde los niños y niñas viven y se desarrollan,
son determinantes para el funcionamiento de sus mentes. La
mayor lección que hemos aprendido de nuestras prácticas e
investigaciones sobre el cerebro es que los comportamientos
humanos son el resultado de una interacción entre el cerebro
y su entorno.
Las mismas investigaciones sobre el desarrollo del cerebro
han mostrado que a pesar del daño precoz el cerebro es flexi-
ble, por lo que se puede estimular nuevos circuitos y recuperar
funciones perdidas. Existen, por lo tanto, herramientas que
reducen el impacto destructor de la violencia y los malos tratos
en los niños y jóvenes. Esto es factible si existe por lo menos

34
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

una persona que los trate con amor y respeto incondicional. Las
y los adultos, profesores, vecinos, profesionales sanitarios, a
través de una relación de buen trato estructurada y coherente,
pueden dar ejemplo de que el mundo adulto no es sólo agresión,
carencias y violencia, estimulando así los recursos personales de
los niños y niñas con quien se relacionan. Cuando esto ocurre
los niños y niñas afectados por los llamados contextos de riesgos
podrán tener acceso al fenómeno conocido como resiliencia.
Por lo tanto, los contextos de riesgo o de malos tratos dañan,
pero no tienen por qué determinar la vida de los niños o niñas
afectados por estos. Que esto ocurra o no, depende del compro-
miso con la infancia de los adultos, que nos autodenominamos
tutores o tutoras de resiliencia y de nuestras capacidades para
permitirles que accedan al valor terapéutico de la afectividad
el amor, la educación y la solidaridad.

Referencias Bibliográficas

Bancroft, L., & Silverman, J. (2002). The batterer as parent: Ad-


dressing the impact of domestic violence on family dynamics.
Thousand Oaks, CA: Sage.
Barudy, J. (1997). Los desafíos invisibles de ser padre o madre.
Barcelona, Gedisa.
Barudy, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura
ecosistémica. Barcelona: Paidós.
Barudy, J. (2002). Discurso en ocasión del Premio Houtman 2002.
Bruselas.
Barudy J., & Dantagnan, M. (2005). Los Buenos tratos a la in-
fancia: Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona. Gedisa.
Barudy, J., & Marquebreucq, A. P. (2006). Hijas e hijos de ma-
dres resilientes. Traumas infantiles en situaciones extremas:
violencia de género, guerra, genocidio, persecución y exilio.
Barcelona: Gedisa.
Bentovim, A. (2000). Sistemas organizados por traumas: el abuso
físico y sexual en las familias. México D.F: Paidós.

35
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Berger, M. (1992). Les séparations parents –enfant à but théra-


peutique. Paris: Ed. Dunod.
Berger, M. (1999a). El niño hiperactivo y con trastornos de aten-
ción: un enfoque clínico y terapéutico. Madrid: Ed. Síntesis.
Berger, M. (1999b). L`enfant instable, Diagnostic et price en
charge de la patholgie du mouvement, coll “Enfances”. París.
Editorial Dunod.
Berger, M. (2003). L’échec de la protection de l`enfance. París:
Ed. Dunod.
Cyrulnick, B. (1994). Los alimentos afectivos. Buenos Aires:
Nueva Visión.
Cyrulnick, B. (2001). Los patitos feos. La resiliencia; una infancia
infeliz no determina la vida. Barcelona: Gedisa.
Cyrulnick, B. (2003). El murmullo de los fantasmas: volver a la
vida después de un trauma. Barcelona: Gedisa.
Cyrulnik, B. (2004). Del gesto a la palabra. Barcelona. Gedisa.
Holden, G.W. (1998). Introduction: The Development of Re-
search into Another Consequence of Family Violence. En
Holden,G.W., Geffner,R., & Jouriles, E.N. (eds.). Children
Exposed to Marital Violence: Theory, Research, and Applied
Issues. Washington: American Psychological Association.
Holden, G.W. (2003). Children Exposed to Domestic Violence
and Child Abuse: Terminology and Taxonomy. Clinical Child
and Family Psychology Review, 6(3), 151-160.
Jaffe, P., Baker, L., & Cunningham, A. (2004). Protecting children
from domestic violence. New York. Guilford Press.
Manciaux, M. (2003). La resiliencia: resistir y rehacerse. Barce-
lona: Gedisa.

36
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 3

Resiliencia y bienestar:
un viaje por la subjetividad

José Luis Rubio Rabal1 y Gema Puig Esteve2


Asociación para la promoción y desarrollo
de la resiliencia, ADDIMA.

Testimonios. Un mismo momento histórico, dos lecturas

Primer testimonio:
“Nacimos al borde de la extinción. Los de nuestra generación
(1972) tomábamos el postre con las guerras de Oriente Medio
—Beirut, Irán-Irak, Afganistán—. Cenábamos con “La guerra
de las galaxias”. En nuestra ignorancia yo pensaba en Han Solo,
cuando en realidad el protagonista era otro, un tal Ronald Rea-
gan que fantaseaba con un plan de “defensa” estratégico con el
que protegerse de los cientos de cabezas nucleares con las que
los Soviéticos terminarían, sin duda, bombardeándonos. Hoy
en día la gente aspira a tener un apartamento en la playa, pero
por aquel entonces muchos soñaban con un refugio nuclear.
En mi ciudad —Zaragoza— teníamos instalada una base
norteamericana de utilización conjunta. Para la generación de
mis padres “la base” supuso prosperidad — calidad de vida—,
llegaron sofisticados electrodomésticos —lavadora, aspiradores,
batidoras, etc— y en mi infancia zapatillas deportivas que sólo
veíamos a través de las primeras retrasmisiones de la NBA.
Sin embargo, la base, poco a poco fue convirtiéndose en una
amenaza. Recuerdo bien un artículo en el periódico local, antes

1. Psicólogo. ADDIMA, promoción y desarrollo de la Resiliencia. Zaragoza.


España. Correspondencia dirigirla a: addima@gmail.com
2. Psicóloga. ADDIMA, promoción y desarrollo de la Resiliencia. Zaragoza.
España.

37
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

de mi comunión, en el que a doble página en el dominical, se


desplegaba un titular:
¿Qué pasaría si la URSS atacara con un arma nuclear Zaragoza?
La infografía de la época situaba el epicentro de la explosión en
la Plaza del Pilar. Craso error de los rusos —la base debe estar
como a unos 15 kms— que terminaba situándome en un dilema:
Si la bomba atómica caía en la Plaza del Pilar arrasaría mi casa,
si acertaban en la base me quedaba sin mi regalo de primera
comunión: unas zapatillas Converse que vestía el mismísimo
Magic Johnson.
En este caldo de cultivo, donde la extinción era cuestión de
semanas, ya fuera por el holocausto nuclear, catástrofes natu-
rales, excesos industriales que agotaban los recursos naturales,
empezaban a aflorar las primeras fantasías apocalípticas. El
cine se encargó de alimentar estas fantasías y surgió todo un
género, del que me reconozco seguidor: El cine de desastres.
Los seres humanos habíamos decidido olvidarnos de que per-
tenecíamos a algo más grande: la Tierra. Y ésta, en un ejercicio
de autodefensa, se encargaba de arrasar nuestra civilización. Y
eso cuando no eran los extraterrestres los que venían de fuera
para darnos un ultimátum.
Con todo, siempre me quedaba la duda de cómo se re-
construirían esos grupos de supervivientes. ¿Con arreglo a
qué valores volverían a organizarse esas nuevas sociedades?,
¿Habríamos aprendido algo sobre lo que nos había conducido
al borde de la extinción o seguiríamos pensando en nuestras
zapatillas Converse?

Segundo Testimonio:
“Nací en el final de una guerra (1939). Sé, por lo que me
contaron mis padres, que quedaron muchos en el camino, fami-
liares a los que no llegué a conocer. Mis primeros recuerdos son
las filas de racionamiento, y ese pan duro y negro que, agrade-
cidos, y tras remojarlo en una fuente, conseguíamos meter a la
boca día tras día. Fueron años difíciles, pero nuestro esfuerzo
dio sus frutos. Muchos superamos con creces la esperanza de

38
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

vida que se nos había vaticinado. Formamos nuestras familias,


y pudimos dar a nuestros hijos lo que nosotros no tuvimos. Es
cierto que había guerras en el mundo, pero a nosotros ya nos
había tocado. Años después, llegaron los americanos a mi ciu-
dad, Zaragoza, con su ejército y sus aviones, lo cual nos hacía
estar más seguros, además de mostrarnos lo que nuestros hijos,
con esfuerzo, podrían conseguir: un mundo seguro, donde
no les faltase de nada. Nos permitieron descubrir que la vida
podía ser más fácil —¡anda que no se ahorraba tiempo con la
lavadora!—, que si uno se esforzaba y trabajaba duro, podía
permitirse tener ciertos lujos para disfrutar de la vida. Incluso
algunos soñábamos con tener coche propio.
Teníamos clara la necesidad de que se formasen para poder
tener un trabajo, un sueldo, una casa y una familia. Si había que
trabajar más para conseguirle a nuestro hijo las zapatillas de
esas que salían por la televisión, con las que soñaba, lo haríamos
con gusto. El esfuerzo tenía su recompensa. Así es como, poco
a poco, conseguimos pagar la casa, sus estudios, e incluso, años
después, comprarnos una casita en la playa”.

La necesidad de contextualizar las subjetividades

Dos testimonios tan dispares, coexistiendo en una misma


dimensión espacio temporal, nos obligan a contemplar otras
variables a la hora de interpretar los sucesos. Centrándonos en
el primer testimonio, en un entorno tan hostil como el recogido
en lo que denomina “cine de desastres”, repleto de epopeyas
donde la Humanidad estaba al borde de la extinción, parecía
que la unión fortuita de un grupo de humanos ante una adver-
sidad demoledora, era lo único que garantizaba la continuidad
de nuestra especie.
Para muchos de los guionistas de este género, la catástrofe
que asolaba a la especie humana era la respuesta natural de una
Tierra —pangea— que se revelaba frente al virus de la codicia.
Codicia encarnada, en numerosos films, por el magnate villano
y psicópata que, con el objeto de engrosar sus cuentas, era capaz

39
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

de renunciar a su dosis de humanidad y exprimir al prójimo


como a un limón.
En el segundo testimonio, que arranca en la postguerra
de la guerra civil española, la expectativa de un mañana era
suficiente motivación como para luchar, para superarse y
dignificar la vida, mediante la inclusión de objetos materiales
que, al simplificar las tareas cotidianas, permitían dedicarse
con mayor intensidad al disfrute de la familia. Un contexto en
el que la asociación del bienestar a la tenencia de bienes ma-
teriales resulta casi inevitable, y que contribuyó a consolidar
una forma de vida fundamentada en el “tener” frente al “ser”,
asemejando casi de forma perversa la calidad de vida con el
estatus económico. Expresiones como “prosperar”, “ganarse el
pan con el sudor de la frente”, “ser el mejor”, se enraizaron en
una sociedad vapuleada, silenciada y condenada durante años
a la autarquía por la dictadura (Gómez, 2000), que necesitaba,
como en otros casos, reconectar con la vida y redignificar al
ser humano. Y para hacerlo, era necesario garantizar que las
necesidades básicas estaban bien cubiertas.
Por tanto, una lección que nos recuerda la necesidad de huir
de los juicios demoledores, y avanzar en la contextualización
de las vivencias, desde el conocimiento de cómo cada persona
da sentido a lo ocurrido, definiendo además el colectivo o
población determinada que, con su discurso social, enmarca
las subjetividades. Más aún, cuando paradójicamente, desde
que las barreras intercontinentales fueron dinamitadas por
la globalización, emerge con fuerza la necesidad de buscar un
nexo común entre las culturas, más allá de lo contextual. Y la
resiliencia es un buen ejemplo de esas conexiones, que trascien-
den la cultura, que tejen nuestra condición humana.

La multidimensionalidad de la calidad de vida

Revisando la literatura al respecto del constructo calidad


de vida, entendida ésta como el resultado entre las condiciones
objetivas de la vida humana y la percepción de ellas por parte del

40
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

sujeto (Cabedo, 2003), se constata la dificultad de operativizar


este concepto, dado que abarca la totalidad de los aspectos de
la vida. Por ello, resulta necesario descomponerlo para valorar
los distintos factores que lo conforman —materiales, ambien-
tales, psicológicos y físicos—, que algunos autores resumen en
riqueza, amor —entendido como apoyo social—, comodidad y
estado de salud, tanto física como psicológica (Barriga, 1988;
Diener, 1984).
Como hemos visto, actualmente, en una buena parte de
nuestras sociedades, asociado al concepto de calidad de vida, toma
fuerza el nivel económico, medido por la cantidad de medios y
recursos materiales disponibles, concepto que algunos autores
amplían al de bienestar, que podríamos definir como la cualidad
de obtener satisfacción a través de los recursos disponibles y
no sólo de su mera posesión (Palomba, 2002). Esta concepción
reduccionista, fruto de las sociedades capitalistas, ha ido incor-
porándose de tal forma en el ideario social, que un nivel de vida
que permita cubrir las necesidades económicas —creadas— se
ha convertido en un peaje para alcanzar la felicidad.
Así, aunque desde el plano de la investigación social la inter-
pretación de los recursos que se poseen ya forma parte ineludible
del concepto de calidad de vida, no ocurre en la misma medida
en el discurso social. Tener más y mejor sigue siendo sinónimo
de calidad de vida. Esto se amplifica aun más si el “más y mejor”
se consiguen con poco esfuerzo. Para Espinosa (2004), el trabajo
ha ido adquiriendo un sentido estrictamente instrumental —
más si cabe en este último periodo de crisis— alejándose de la
vocación, del desarrollo personal, para acercarse a lo que colo-
quialmente conocemos como un “curro”, algo que proporciona
dinero momentáneamente. La confusión es tal que podemos
considerar un centro comercial como un centro de ocio, o tener
una segunda vivienda como el seguro de vida de nuestros hijos.
Otros elementos constituyentes de la calidad de vida sobre
los que hay acuerdo son el incremento de la esperanza de vida,
el bienestar físico, la productividad o las relaciones sociales.
Incluso algunos autores, como Manguas (citada en Garduño

41
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

et al., 2005) asocian la cultura como referente fundamental


de bienestar subjetivo, distinguiendo entre calidad de vida
potencial y calidad de vida consecuencial.
No obstante, la experiencia nos devuelve la dificultad para
medir la calidad de vida atendiendo a indicadores objetivos,
puesto que poseer los mismos índices objetivos de riqueza, de
salud o de condiciones sociales no garantiza una misma vivencia
de bienestar. En este sentido, la resiliencia nos recuerda que,
frente a determinadas situaciones que, de manera objetiva,
deberían mermar la calidad de vida —por ejemplo, una enfer-
medad crónica—, las personas son capaces de sublimar el dolor
y reconstruir sobre él una vida plena (Puig & Rubio, 2011).
Por tanto, esta interpretación individual —de carácter
puramente subjetivo— que se hace de los recursos, tiene una
importante conexión con la resiliencia. Sería, de hecho, muy
difícil hablar de calidad de vida entre un determinado grupo en
términos globales, haciéndose necesario, por tanto, realizar el
análisis de los distintos componentes que, como hemos descrito,
constituyen el constructo “calidad de vida”, para evitar caer en
generalidades y reduccionismos.
“A menudo ocurre que un mismo suceso sacude a dos perso-
nas o a una familia o incluso a toda una comunidad. Durante un
tiempo todos están atrapados en el planeta “Próblemon” —un
planeta muy pesado y por tanto de enorme gravedad— pero
al poco, hay quien hace las maletas. Por contra, hay quien no
puede o sabe dejar atrás el planeta (Rubio & Puig, 2015).

Cuando todo se desmorona... emerge la esencia

Siguiendo el hilo de la reflexión anterior, la pregunta que


nos surge si defendemos la vivencia subjetiva de la calidad de
vida, es de qué va a depender el que las personas alcancen la
satisfacción que se asocia al bienestar subjetivo, dado que, por lo
que comprobamos día tras día, no es directamente proporcional
a la cantidad de recursos personales ni ambientales disponibles.
Huyendo de lógicas ordinarias (Nardone & Balbi, 2009) que nos

42
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

avocan a buscar una causa única, nos inclinamos a defender que


se trata más bien de la interacción entre factores, entre los que
se incluye también el propio criterio del observador.
Llevándolo al extremo, podemos analizar qué sucede cuando
la calidad de vida está en entredicho, debido a una situación
desestructurante para el individuo. La adversidad pone en
jaque la calidad de vida, de tal forma que las respuestas ante el
acontecimiento pueden suponer el bloqueo, la enfermedad, la
desesperación o la pérdida de sentido. Pero, como sabemos, la
resiliencia, la reintegración resiliente (Richardson, Neiger, Jen-
sen & Kumpfer, 1990) aparece como un punto de inflexión. Se
resiente la calidad de vida ante la adversidad, se tambalean los
cimientos que se creían seguros y perpetuos; pero la resiliencia
aparece como opción para recuperar el equilibrio y trascender
al trauma, de manera que la persona resurge y construye su
calidad de vida en base a otros parámetros.

La presencia del otro en la génesis del bienestar

En esta confusión alienante, fruto de la asimilación de un


concepto materialista de la calidad de vida, experimentamos
una disociación de nuestra esencia, dado que nos separa de lo
que realmente nos hace humanos: la presencia de un otro. Todos
los cambios rápidos en una sociedad pueden desestabilizarla
hasta el punto de acabar con ella, puesto que la velocidad de
cambio impide la adaptación a las nuevas condiciones de vida
(Rygaard, 2008). De esta forma, la revalorización de la fuerza
interna —tu puedes, we can, el poder está en tí— ha sustituido
a la manada, olvidando que somos lo que somos por todo lo
que han sido otros en mi, que somos seres únicos gracias a los
átomos de aquellos que nos rodean. La dificultad es cómo encajar
este principio fundamental para el ser humano durante lo que
podríamos llamar “el reinado de la comida rápida”, en el que la
felicidad envasada es efímera e indigesta, generando una falsa
sensación de plenitud que, cual comida basura, desemboca en
un insaciable vacío.

43
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Afortunadamente, coexisten otros elementos que no son


efímeros y que, a pesar de haber sido relegados, siguen latentes
en nuestra esencia, esperando la oportunidad para emerger
con fuerza. Que alimentan, nutren y perduran como parte es-
tructural del ser humano. Un alimento que se digiere despacio,
procesualmente, generando sensación de bienestar y plenitud.
Así, es en momentos de crisis social, de crisis del sistema
capitalista, cuando emergen los fundamentos sociales de la
calidad de vida. La presencia de otros nos genera bienestar
(Rubio & Puig, 2015) —vivir en manada—. A lo largo de la
vida, aparecen distintos “otros” que nos hacen la vida más fácil
y nos generan bienestar. Algunos surgen en contextos adversos
o frente a situaciones traumáticas. Y es que, como comproba-
mos en nuestras propias vidas, lo que nos hace más felices es
ver más felices a los demás. Esto explica que, en contextos de
crisis, cobre fuerza una concepción de calidad de vida apoyada
en los procesos sociales, más que en los económicos.
En este sentido, la resiliencia viene a confirmar que, en
esa situación, en un momento de derrumbe, hay recursos que
sujetan , que ayudan a recuperar la calidad de vida, entre las que
se repite la presencia de un otro significativo, y la resignificación
que las personas del entorno hacen del trauma. Necesitamos a
un otro que nos permita reconstruirnos. Y es que, incluso las
personas de éxito reconocen que los momentos más importantes
de la vida tienen relación con lo social (Orcasita & Uribe, 2012;
Vivaldi & Barra, 2012).
Son, pues, las relaciones sociales las que sujetan, contienen
y acompañan la reconstrucción frente al trauma. Relaciones
construidas sobre un vínculo, que, como un patchwork (Rubio
& Puig, 2015) se teje en presencia del otro, con tiempo, con
amor, con esmero, con la posibilidad de estar con los tuyos, con
la fuerza de la familia. Por ello, la calidad de vida no tiene que
ver con la inmediatez, sino con el sustrato, que nos da la posibi-
lidad de ir tejiendo nuestro patchwork a lo largo de nuestra vida.

44
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

En conclusión

Desde una concepción multidimensional de la calidad de vida,


más allá de la concepción materialista tan arraigada en nuestras
sociedades, es imprescindible incorporar en nuestro ideario
colectivo factores como las relaciones sociales, la satisfacción
personal o el equilibrio emocional como claves fundamentales
en la consecución de la calidad de vida.
Así, frente a momentos de crisis social y situaciones que
ponen en jaque la calidad de vida, la resiliencia nos proporciona
la posibilidad de resurgir y reconstruir el bienestar sobre unos
cimientos sólidos, distintos, fruto del replanteamiento de la
existencia y la modificación de prioridades.
Por otra parte, como hemos visto, se hace necesaria la
contextualización de las vivencias, no sólo teniendo en cuenta
la resignificación individual de lo sucedido, sino también con-
templando el discurso social y la manera en que éste enmarca
las subjetividades.

Referencias Bibliográficas

Barriga, S. (1988). Los indicadores del bienestar. En J. Rodrí-


guez Marín (Comp.), Aspectos Psicosociales de la Salud y la
Comunidad, (pp. 175-190). Barcelona: PPU.
Cabedo, S. (2003). Hacia un concepto integral de calidad de vida: la
Universidad y los mayores. Castellón: Universidad Jaume I.
Diener, E. (1984). Subjetive well-being. Psychological Bulletin,
95(3), 542-575.
Espinosa, M. (2004). La gran transformación de la sociedad espa-
ñola contemporánea. Murcia: Tres Fronteras.
Garduño Estrada, L. et al. (2005). Calidad de vida y bienestar
subjetivo en México. Barcelona: Plaza y Valdés.
Gómez, A. (2000). De mitos y milagros el Instituto nacional de
autarquía (1941-1963). Barcelona: Universidad de Barcelona.
Nardone, G., & Balbi, E. (2009). Surcar el mar sin que el cielo lo
sepa. Lecciones sobre el cambio terapéutico y las lógicas no

45
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

ordinarias. Barcelona: Herder.


Orcasita, L., & Uribe, A. (2012). La importancia del apoyo social
en el bienestar de los adolescentes. Psychologia: avances de
la disciplina, 4(2), 69-82.
Palomba, R. (2002). Calidad de Vida: Conceptos y medidas. Taller
sobre calidad de vida y redes de apoyo de las personas adultas
mayores. Santiago, Chile.
Puig, G., & Rubio, J. L. (2011). Manual de resiliencia aplicada.
Barcelona: Gedisa.
Richardson, G. E., Neiger, B., Jensen, S., & Kumpfer, K. (1990).
The resiliency model. USA: Health Education.
Rygaard, N.E. (2008). El niño abandonado. Barcelona: Gedisa.
Rubio, J.L., & Puig, G. (2015). Tutores de resiliencia. Dame un
punto de apoyo y moveré mi mundo. Barcelona: Gedisa.
Vivaldi, F., & Barra, E. (2012). Bienestar Psicológico, Apoyo
Social Percibido y Percepción de Salud en Adultos Mayores.
Terapia Psicológica, 30(2), 23-29.

46
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 4

Resiliencia y condiciones de posibilidad.


Alcances y resonancias de una
propuesta conceptual

Roberto A. Contreras Ramírez1


Universidad Católica del Maule

La necesidad de definir referentes que nos ofrezcan algún


rango de estabilidad o seguridad ha sido ampliamente recono-
cida como una de las necesidades fundamentales de los seres
humanos, muchas veces planteada de manera inmediatamente
sucesiva en importancia, después de las necesidades fisiológi-
cas o de subsistencia (Maslow, 1963). Este comportamiento
se traduce en requerimientos de cuidados, orden y control del
ambiente, de manera de asegurar condiciones mínimas para la
adaptación del sujeto.
La manifestación de esta necesidad y su respectiva satis-
facción, es posible de apreciar en diversos aspectos del desa-
rrollo de un individuo, así como en variadas dimensiones de la
construcción y herencia sociocultural de la realidad. De igual
modo, podemos reconocerlo en la predisposición a establecer
categorías y referentes en el entorno, de manera de distinguir
perceptualmente los elementos más significativos y lograr
adaptarse más eficazmente, a partir de este reconocimiento
del medio.
En torno a esta necesidad de establecer claridades y controles
respecto del mundo que nos rodea, existen varias tendencias
específicas, aparentemente asociadas a nuestras capacidades

1. Doctor (c) en Ciencias Humanas Aplicadas. Académico Departamento de


Psicología, Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad Católica del Maule,
Talca, Chile. Correspondencia dirigirla a: rcontrer@ucm.cl

47
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

y pretensiones de establecer relaciones entre los elementos de


la realidad e intentar, de este modo, hacerlo más inteligible y
factible de intervenir. Dentro de estas características, proba-
blemente definidas filogenéticamente, encontramos exquisitas
potencialidades asociadas al lenguaje, al aprendizaje y a las
capacidades de operación en el entorno; pero también tenden-
cias que nos limitan, tales como las ilusiones perceptuales, los
errores de atribución básicos, además de los sesgos asociados a
los esquemas específicos de desarrollo actualizados de acuerdo
a cada contexto sociocultural (Rodrigo & Correa, 2001).
Para aproximarnos a un conocimiento más riguroso y un
operar más efectivo, dentro de nuestros procesos adaptativos y
del desarrollo, se hace deseable, por lo tanto, despejar aquellas
prácticas que conducen a error y seguir, en cambio, las orienta-
ciones que la epistemología y la ciencia nos ofrecen para ello. En
el mismo sentido, hacia la comprensión de las configuraciones
estructurales que favorecen este desarrollo —en las condiciones
óptimas que permitan alcanzar las capacidades de inteligencia
del mundo y adaptación a la realidad—, se hace necesario
reconocer los criterios y procedimientos que contribuyan a la
definición de modelos explicativos o comprensivos mayormente
rigurosos y abarcativos respecto de los fenómenos observados,
de modo de velar por la validez de los constructos relativos y
asociados a los mismos.
En el presente capítulo, revisaremos cómo, tanto la creación
de la noción de resiliencia así como los fenómenos que significa
o a los cuales se asocia, dan cuenta de esta necesidad de inteligir
la realidad y de algunas eventuales limitaciones implicadas en
su concepción a partir de sus derivas teóricas y aplicadas.
Para ello, revisaremos sintéticamente, en un proceso decons-
tructivo del concepto, tanto los elementos lógico-epistémicos
y teórico-conceptuales que le fundamentan, como los procesos
ideológico-representacionales y socioculturales asociados a la
construcción de las prácticas de producción social que favorecen
las condiciones efectivas de emergencia de lo planteado en la
noción misma y en sus implicancias.

48
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Del reconocimiento fenoménico empírico a la construcción


teórico conceptual

Desde la optimista ilusión de control que adquiere la cien-


cia positivista en el desarrollo industrial del siglo XIX, emerge
un imaginario que reivindica fuertemente los planteamientos
empiristas de la tecnología y la ciencia aplicada. Estas com-
prensiones seguirán el curso de socialización en los sistemas
educacionales formales, en la cadencia del rodaje cultural de la
época, de modo de incorporarse en un discurso aún con resa-
bios enciclopedistas, incluso hasta entrada la década que pone
un provisorio término a la modernidad o al menos define los
inicios de la postmodernidad (Lyotard, 1989).
Los sesgos asociados a las representaciones sociales positi-
vas de la ciencia, fortalecieron nociones de objetividad y control
de los factores asociados, en una comprensión determinista de
la realidad. De este modo, en un curso paralelo a los debates
de las comunidades académicas que se enfrentaron a fuertes
cuestionamientos y profundas revisiones en las fronteras de
diversas disciplinas científicas y la filosofía, fue dándose un
proceso educativo y de socialización marcado por la inercia de
la difusión del conocimiento hacia la comunidad, que insistía
en las primeras nociones de la ciencia positivista. Esta misma
deriva, sin embargo, no deja de tener una suerte de efecto re-
fractario u osmótico en la renovación propia de la comunidad
académica y científica, anquilosando prácticas y comprensiones
que se entrampan, de vez en vez, en nociones ilusorias que no
se corresponden con los aprendizajes alcanzados durante el
siglo XX, que ya daban cuenta, en la vanguardia del desarrollo
científico, de concepciones tales como las de complejidad,
de incertidumbre e indeterminismo, entre otras; finalmente
apropiadas y ya características de la ciencia del actual milenio.
Vale el esfuerzo, por lo tanto, de recordar los criterios que
ingeniosamente Bateson (1982) nos recuerda en su capítulo
“Todo escolar sabe”, o que Magritte nos desafía en la ilusión

49
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

de las imágenes que representa en su pipa2 (Foucault, 1981).


Primero, hay que recordar que cualquier representación de la
realidad, incluidos los modelos explicativos o conceptuales, no
son sino que una representación y no la realidad misma; y que
dentro de ese entendido tanto los conceptos como los símbolos
numéricos intentarán aproximarse y representar lo nombrado o
la cantidad, pero que no se corresponderán jamás, en términos
absolutos de identidad lógica. En segundo lugar, es atendible
observar que la puntualización y secuencia de hechos no es un
dado externo al observador, sino que es una construcción que
éste hace, consecuente al ordenamiento que construye a partir
de sus esquemas y de la configuración compleja y dinámica de
la experiencia observada, en la cual muchas veces se encuentra
inmerso o, al menos, es ineludiblemente significada y recono-
cida, léase percibida, a partir de los relatos y significados que
el observador mismo le asigna.
Sobre la base de esta comprensión, por lo tanto, podemos
reconocer las limitaciones que condicionan y constriñen tanto la
construcción de un objeto empírico, como el sesgo atribucional
de relación o causa que asociamos al fenómeno. Asumiendo
que estos límites son insalvables en cuanto a la aproximación
al objeto, sabemos que podemos acercarnos a un mayor rigor
en la medida que reconstruimos crítica y exhaustivamente la
propia experiencia del fenómeno, contrastándola con el parecer
reflexivo de otros observadores que hayan realizado el mismo
ejercicio de rigor. Las prácticas de las comunidades científicas
concretan, de este modo, la construcción consensual de objetos de
estudio, en una acción que equivale a una extensa triangulación
o definición de acuerdos respecto de la realidad. Este quehacer,
sin embargo, no asegura quedar exento de errores ni sesgos,
tal como se evidencia en diversos episodios que en la historia
de la ciencia así lo develan; a partir de lo cual se han planteado

2. La imagen de una pipa en cuya base se lee una leyenda que dice “esto no
es una pipa”, llevando a reconocer que es sólo la representación o el dibujo
de una pipa.

50
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

lúcidas propuestas, como es el principio de falsación (Popper,


1983), que intenta resguardar la rigurosidad de las afirmaciones
construidas en torno a cada fenómeno y cada cuerpo teórico
que intenta explicarlo.
Desde estas salvedades, abordamos el análisis del curso del
desarrollo científico que contribuye a la generación de nociones
y conceptos como el que nos convoca. Es posible distinguir que a
partir de las expectativas de control de variables y el determinis-
mo de la ciencia, se fueron planteando nociones que dieron pie
a la identificación de factores de riesgo y factores de protección,
asociado a la emergencia de determinados comportamientos o
cursos de desarrollo planteados como más o menos adecuados.
De una lógica causal lineal, se avanza hasta alcanzar una com-
prensión multifactorial que integra elementos estructurales y
dinámicos en la construcción de los mecanismos explicativos.
Sin embargo, se tiende a conservar lógicas dualistas o diádicas
respecto del modelo de funcionamiento del tipo causa-efecto,
acción-reacción o estímulo-respuesta (Moscovici, 1985). En con-
secuencia, esta forma de ordenamiento de la realidad percibida y
del conocimiento asociado, mantiene las tendencias a puntualizar
y objetivar los fenómenos estableciendo relaciones de atribución
causal en la bidimensionalidad de las lógicas planteadas.
Es pertinente reconocer, sin embargo, la ineludible difi-
cultad de asociar el paso del tiempo y la secuencialidad de las
experiencias, a una representación encadenada de los sucesos
distinguibles; asimismo, la propensión a objetivar o concretar
la significación del concepto en torno al signo o palabra que
lo nombra. Conforme a esta declaración, es posible admitir la
indudable utilidad práctica o didáctica de la integración fenomé-
nica que logra un concepto, siempre y cuando no se pierda de
vista que no es sino un ejercicio de síntesis y no confundamos
el mapa con el territorio.
En consecuencia, la calidad de un concepto, que se puede
entender como una representación general y abstracta de un
objeto o un conjunto de objetos, se supedita a la capacidad des-
criptiva o explicativa del mismo. Esto hace referencia a que debe

51
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

adaptarse a innumerables casos mayor o menormente parecidos


pero que jamás corresponderán a situaciones idénticas. En una
tendencia falaz de generalización a partir de ello, además de
tender a concretizar el fenómeno asociado a la palabra elegida,
otra dificultad es que puede llevar a la reificación o cosificación
también de los procesos o propiedades del fenómeno. Debere-
mos volver a recordar, por lo tanto, que el nombre no es la cosa
nombrada (Bateson, 1982).

Trayectorias e implicancias de una construcción conceptual

Desde la primera utilización del término en el ámbito de la


psicología en el año 1942, (Kalawski & Haz, 2003) se ha hecho
referencia al efecto de determinadas situaciones adversas o de
crisis en las personas, distinguiendo aquellos sujetos o condicio-
nes que, habiendo vivido dichas experiencias, presentan mayor
o menor impacto. Si evaluamos las circunstancias históricas o
el Zeitgeist de la época, es posible apreciar la innegable huella
de la guerra y postguerra en el mundo occidental; con extensas
poblaciones haciéndose cargo de un proceso de reconstrucción
tras este traumático episodio. A partir de esto, es al menos posible
hipotetizar alguna asociación entre los énfasis y poblaciones a
los cuales se refieren los estudios realizados y las circunstancias
de la realidad contingente.
Las primeras investigaciones se orientan a identificar con-
diciones asociadas a rasgos de personalidad o temperamento
que distinguen capacidades de adaptación ante situaciones
adversas. Si bien en diversos estudios se incorporan factores y
variables como el apoyo externo, las funciones familiares y las
características de las experiencias o situaciones de vida, entre
otros; la conceptualización se centra en reconocer cualidades
individuales de invulnerabilidad, particularmente en los niños,
siempre frente a eventos negativos o adversos (Becoña, 2006).
Esta tendencia focalizada en la resistencia a eventos negativos
o críticos, pasa por la concepción ampliamente difundida de
eventos vitales de Holmes & Rahe (1967), que tiende a proponer

52
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

pasivamente al sujeto ante la circunstancia crítica o estresante


vivida por éste (Latorre, 2008).
Esta primera noción va derivando, a principio de los años
80`, hacia las comprensiones asociadas a la resistencia al estrés
y la cualidad de una personalidad resistente. Se acuña el con-
cepto de dureza o robustez —hardiness— todavía relativos a
una cualidad que permite adaptarse exitosamente a condiciones
ambientales adversas, pero que llevan a cuestionadas nociones
tales como la fuerza del ego, el control del ego o la ego resiliencia,
que comienzan a plantear la elasticidad o capacidad dinámica
de un individuo para lograr control interno y para afrontar
favorablemente los cambios vitales (Becoña, 2006). De manera
creciente, van aumentando los estudios que intentan identificar
habilidades y características que parecen contribuir en esta
capacidad de recuperarse de eventos negativos y de restaurar
el equilibrio (Reich, Zaura & Hall, 2010). Emergen estudios
que identifican variables como compromiso, desafío, locus de
control, flexibilidad, perseverancia, disposición de recursos,
autoconfianza, curiosidad, autodisciplina, autoestima, etc.;
todos intentando identificar en su configuración, los elementos
determinantes en dicha cualidad.
La evolución en la precisión del concepto lleva a cambiar el
foco desde la invulnerabilidad, resistencia o dureza, a la habili-
dad de recuperarse de eventos negativos, más bien asociado al
desarrollo normal de competencias bajo condiciones difíciles
o de adversidad. A partir de esta misma revisión de la prolife-
ración investigativa, a mediados de los años 90` comienzan los
primeros esfuerzos de sistematización y síntesis conceptual que,
reconociendo y manteniendo la diversidad de propuestas, cla-
ramente presentan un giro que integra la noción de factores no
sólo protectores o de riesgo sino que de recuperación y, a partir
del nuevo milenio, integra una condición que evidentemente
no sólo tiene que ver con afrontar o resistir lo negativo, sino
también patrones de adaptación positiva donde se es capaz de
obtener buenos resultados a pesar de significativas adversidades
presentes en el contexto vital.

53
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

La deriva del término implicó su extensión a diversos ni-


veles y significó su paulatina instalación en múltiples ámbitos.
Dada la configuración de elementos involucrados, rápidamente
supera el nivel individual y se comienza a hablar de resiliencia
familiar; para llegar a plantearse, en seguida, la resiliencia co-
munitaria y finalmente es integrada a nivel organizacional. Del
mismo modo, va a pasar de ámbitos como la salud, la psicología
y servicio social, a su aplicación en campos de la educación, la
intervención social, la antropología y la resiliencia socioecoló-
gica, entre otros, desde los cuales abarca una gran diversidad
temática tal como la evaluación, diagnóstico e intervención
social, psicológica, en salud, para diversos grupos sociales y
desde diversas especialidades (Escalera & Ruiz, 2011; Gómez
& Kotliarenco, 2010).
Las características y dimensiones asociadas al concepto en
torno a la configuración relativa al individuo, van dado paso
paulatinamente a la identificación de analogías en los otros
sistemas a los cuales se aplica. El término es usado para referirse
a cualidades elásticas de adaptación, pero no logra consenso
ya que se habla de una combinación de factores que varían la
aplicación de su planteamiento desde el individuo hasta los sis-
temas sociales, y que lleva frecuentemente a confusión en tanto
es concebido como resultado y como proceso de adaptación.
Las principales críticas al concepto se asocian a ello y al
error de plantearle en términos tautológicos, en la medida
que no hace mayor distinción y es abordado indistintamente
en ambas comprensiones (Kalawski & Haz, 2003). Adicional
a esto, desde los planteamientos enunciados inicialmente en
el capítulo, podemos reconocer el riesgo de caer en sesgos y
errores tales como: el confundir la herramienta conceptual con
la realidad misma, cosificando el fenómeno y generalizando
relaciones a partir de analogías asociadas a las propiedades que
supuestamente poseería en tanto objeto; puntualizándolo como
condición de origen de las propiedades y características que la
describen, o concluyendo efectos y resultados a partir de una
atribución causal lineal; pretendiendo generalizar y homoge-

54
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

neizar cualquier caso o realidad a partir del modelo conceptual,


perdiendo de vista las variaciones y dinámica de los procesos
involucrados en el fenómeno estudiado.

Derivas del concepto hacia una operativa didáctica crítica


del fenómeno

Si avanzamos hacia una suerte de análisis biográfico de la


noción, integrando sus aristas ideológicas y los sesgos propios
de los procesos productivos de las comunidades académicas
(Latour & Woolgar, 1995) podemos formular un exploración
que de cuenta del escenario sociohistórico que lo antecede e
instala en las últimas cinco décadas.
Como gran antecedente encontramos la ya referida disposi-
ción a reconocer los factores condicionantes de la realidad social
en la expectativa de control de los mecanismos explicativos o
generadores de ésta. De la mano de esta tendencia, es posible
encontrar también el afán de lograr modelos generalizables
en una supuesta realidad homogénea, en que la diversidad es
también identificada como parte de su distribución normal.
Estas tendencias llevan a reconocer los ya frecuentemente
citados factores de riesgo y de protección, que efectivamente
han dado cuenta de algunos elementos de la configuración de
determinados sistemas y fenómenos a prevenir o controlar. A
la base de estos planteamientos, sin embargo, sigue aparecien-
do un énfasis determinista de la comprensión de la realidad,
pretendiendo cerrar debates a partir de la formulación de estos
modelos explicativos. Es posible apreciar así, en la evolución de
esta concepción teórica, como otras, una asociación relativa al
desarrollo de esquemas y propuestas conceptuales en función
de los contextos históricos que los justifican, en la medida que
ofrecen respuesta a la emergencia de problemas sociales que se
imponen por su urgente necesidad de atención. Una vez formu-
lada una propuesta o modelo, parecen continuar en un curso
característico de los procesos de producción y difusión científica
que recibe no sólo los influjos de las comunidades académicas

55
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

sino que también las influencias políticas y económicas que van


definiendo los énfasis en los procesos de estructuración social
(Bourdieu, 2000).
En el reconocimiento de estas tendencias presentes en los
entornos que generan la noción de resiliencia, es posible identi-
ficar un sesgo ideológico individualista que tiende a prevalecer
incluso en las comprensiones en las que involucra colectivos
humanos a un nivel de corte social más amplio. Inicialmente,
es evidente la tendencia a plantear la relación atribucional a
las capacidades del individuo, que lo puntualiza y distingue
de su entorno. Si bien se van integrando nuevos elementos
asociados a la configuración en que se presenta la cualidad del
fenómeno reconocida en el concepto, seguirá planteándose esta
distinción, también en la comprensión de resiliencia familiar
y comunitaria, que la separa y define de modo independiente
de los otros miembros y elementos de los cuales se distingue.
Paralelamente, política e ideológicamente es posible apre-
ciar también una variación y evolución de las concepciones que
aluden, en mayor o menor grado, al individuo, sus capacidades,
necesidades y cursos de desarrollo. Esto impactará tanto en las
tendencias de algunas disciplinas, como en la definición de pa-
radigmas sociales de producción social (Silver, 1994). Sabemos
que ha existido un proceso de cambio social, en occidente, que
desde mediados del siglo XX variará desde un Estado Bene-
factor hacia la flexibilización y apertura de los mercados. Este
proceso de liberalización de la economía se basa en la idea de
generar una estructura de oportunidades que satisfagan las
necesidades de los individuos asegurando la libertad de éstos
en sus opciones de consumo y desarrollo. Para esta propuesta
ideológica es fundamental la inserción de los miembros en la
medida que logren una especialización que les permita parti-
cipar en el mercado. Aunque ha habido intentos de ampliar la
mirada, como es la propuesta de necesidades y satisfactores
“a escala humana” (Max-Neef, Elizalde & Hopenhayn 1994);
finalmente se instala y prevalece a nivel internacional la pro-
puesta que vuelve a recuperar las capacidades y los derechos,

56
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

garantizados a nivel social pero vistos individualmente, para


asegurar el acceso a dichas oportunidades (Sen, 1999).
No parece ser casual que emerjan nociones asociadas,
tales como las de competencia social, capital social, capital
psicológico (Omar, Salessi & Urteaga, 2014), entre otras; para
dar cuenta del acceso a estas condiciones en los individuos o
grupos estudiados. Si bien se mantienen resabios de los para-
digmas justicialistas o solidaristas que estaban a la base del
Estado Providencia, fuertemente arraigados en las prácticas
de caridad y en los modelos funcionales de equilibrios sociales
y comunitarios, parece prevalecer un sesgo —aparentemente
muy propio humano— que se sigue enfocando y puntualizando
en el individuo, en el objeto, supuestamente aislado e indepen-
dientemente responsable de sus comportamientos.
En el ámbito educacional, asimismo, es posible observar
cómo se mantienen estos errores atribucionales, instalados
como una trampa ideológica que tiende a mantener y reproducir
la distinción y exclusión en uno de los principales centros de la
producción social y civil de la sociedad, como es el aula. Tanto
dentro como fuera de ella, caemos en el error de puntualizar no
sólo en la discriminación positiva de los estudiantes definidos
como exitosos, sino que perpetuamos la peyorativa metáfora
de la manzana podrida, al segregar al niño o familia problema
en los términos característicos del sesgo. La trampa ideológica
se constituye, por lo tanto, desde que concebimos que tanto
el estudiante exitoso o el que fracasa es absoluta, individual y
aisladamente responsable de su desempeño. Se le atribuye la
responsabilidad al sujeto, en una comprensión de éste como un
ser aislado e independiente de su entorno y los demás.
Perdemos de vista, entonces, la cualidad colectiva que nos
define ineludiblemente como seres-en-relación, y que llegamos
a serlo a partir de condiciones estructurales y materiales que
posibilitan el desarrollo y desempeño de cada uno. Debemos
comprender que el mérito del logro de cada individuo involucra
una disposición compleja de personas y condiciones del entorno
y su historia que lo permiten; los que, en su ausencia, generan

57
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

las condiciones para su fracaso. Es posible rescatar, por lo tan-


to, las comprensiones ecológico-sistémicas que identifican la
co-participación de una gran diversidad de elementos estructu-
rales y dinámicos de ciertas configuraciones que hacen posible
la emergencia del fenómeno. Hablamos así, en consecuencia,
de condicionantes sociales que permiten mayor o menormente
lo posible, en la medida que se presentan en circunstancias de
oportunidad y pertinencia que lo hagan factible; vale decir,
condiciones de posibilidad (Castel & Haroche, 2003).
Volviendo sobre el concepto de resiliencia, entonces, son
destacables todos los esfuerzos que le identifiquen como una
herramienta de síntesis operativa de una serie de dimensiones
e indicadores, tales como redes sociales, sentido de vida o me-
tas, afectividad, etc. (Kotliarenco, Cáceres & Fontecilla. 1997;
Saavedra & Villalta, 2008); así como aquellas que identifican la
presencia de patrones disposicionales, relacionales, situacionales
y hasta filosóficos (Becoña, 2006) como parte de la compleja
configuración que le genera; cuidando de no reificarlo ni con-
fundirse en dicho proceso.
Hacia este propósito tanto didáctico como práctico, es
posible apreciar una suerte de evolución de su comprensión
desde las nociones de factores, capacidades y proceso, hasta
aquellas de configuración —de sistemas complejos— y condi-
ciones de posibilidad. A partir de esta comprensión reflexiva
en torno al concepto, no queda más que instar por continuar
el desarrollo de investigaciones que, sin perder de vista la com-
plejidad de los escenarios ni las limitaciones del investigador,
vayan alcanzando mayores evidencias que permitan precisar el
valor de cada variable, configuración o proceso para fortalecer
las condiciones de desarrollo de las personas ante los diversos
escenarios y entornos; particularmente en términos del aporte
que pueda significar en los contextos educativos.

58
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Referencias Bibliográficas

Bateson, G. (1982). Espíritu y Naturaleza. Buenos Aires: Amorrortu.


Becoña, E. (2006). Resiliencia: Definición, características y
utilidad del concepto. Revista de psicopatología y psicología
clínica, 11 (3), 125-146.
Bourdieu, P. (2000). Los usos sociales de la ciencia. Buenos Aires:
Nueva Visión.
Castel, R., & Haroche, C. (2003). Propiedad privada, propiedad
social, propiedad de sí mismo. Buenos Aires: Homo Sapiens.
Escalera, J., & Ruiz, E. (2011). Resiliencia socioecológica:
aportaciones desde la antropología. Revista de Antropología
Social, 20, 109-135.
Foucault, M. (1981). Esto no es una pipa. Barcelona: Anagrama.
Gómez, E., & Kotliarenco, M. (2010). Resiliencia Familiar:
Un enfoque de investigación e intervención con familias
multiproblemáticas. Revista de psicología, 19 (2), 103-131.
Holmes, T., & Rahe, R. (1967). The social readjustment ratings
cale. Journal of Psychosomatic research, 11, 213-218.
Kalawski, J., & Haz, A. (2003). Y… ¿Dónde está la Resiliencia?
Una reflexión conceptual. Revista Interamericana de Psico-
logía, 37(2) 365-372.
Kotliarenco, M., Cáceres, I., & Fontecilla, M. (1997). Estado de
arte en resiliencia. Washington DC: Organización Paname-
ricana de la salud.
Latorre, J. (2008). El enfoque de personalidad resistente en el
ámbito de la psicología de la salud: Una revisión de publica-
ciones en español. Psicología y Salud, 18(2), 267-274.
Latour, B., & Woolgar, S. (1995). La vida en el laboratorio: la cons-
trucción de los hechos científicos. Madrid: Alianza Editorial.
Lyotard, J. (1989). La condición postmoderna: informe sobre el
saber. Madrid: Cátedra.
Maslow, A. (1963). Motivación y personalidad. Barcelona: Sagitario.
Max-Neef, M., Elizalde, A., & Hopenhayn, M. (1994). Desarrollo
a escala humana: conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones.
Barcelona: Icaria.

59
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Moscovici, S. (1985). Psicología social. Barcelona: Paidós.


Omar, A., Salessi, S., & Urteaga, F. (2014). Diseño y validación
de la escala CAPPSI para medir capital psicológico. Liberabit,
20 (2) 315-323.
Popper, K. (1983). Conjeturas y refutaciones: el desarrollo del
conocimiento científico. Barcelona: Paidós.
Reich, J., Zaura, A., & Hall, J. (2010). Handbook of adult resilience.
New York: Gilford.
Rodrigo, M., & Correa, N. (2001). Representación y procesos
cognitivos: esquemas y modelos mentales. Desarrollo psi-
cológico y educación, 2, 117-136.
Saavedra, E., & Villalta, M. (2008). Medición de las característi-
cas resilientes. Un estudio comparativo en personas entre
15 y 65 años. Liberabit, 14, 31-40.
Sen, A. (1999). Development as freedom. Oxford University Press.
Silver, H. (1994). Exclusión social y solidaridad social: tres para-
digmas. Revista Internacional del trabajo, 113(5-6), 607-662.

60
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 5

Nadie nace civilizado:


Hacia una crítica del pathos escolar

Gonzalo Salas1
Universidad Católica del Maule
Hernán Scholten2
Universidad de Buenos Aires
César Rey-Anacona3
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia

Están por cumplirse cien años desde que el sociólogo alemán


Norbert Elias (1897-1990) publicó su voluminosa investiga-
ción sobre lo que el mismo denominó “proceso civilizatorio”.
La pregunta que plantea en el prólogo de aquel libro permite
precisar con bastante claridad el núcleo de su abordaje: ¿Por
qué los sujetos occidentales nos comportamos en la actualidad
de manera tan diferente a nuestros antepasados, al punto de
que si viajáramos unas pocas centurias hacia épocas pretéritas
sentiríamos aversión por muchas de las conductas típicas de
nuestros abuelos o bisabuelos? De hecho, nuestros compor-
tamientos se han modificado no sólo en su faceta visible sino
también en lo que hace a nuestra apreciación del mundo que
nos rodea: nuestra propia sensibilidad, aquello que nos causa
asco, temor o placer, está moldeado históricamente. En este
sentido, a partir de su fuente bibliográfica privilegiada —los

1. Doctor en Educación, especialidad mediación pedagógica. Académico


Departamento de Psicología, Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad
Católica del Maule, Talca, Chile. Correspondencia dirigirla a: gsalas@ucm.cl
2. Licenciado en Psicología. Académico Facultad de Psicología, Universidad
de Buenos Aires.
3. Doctor en Psicología de la Salud, Académico Departamento de Psicología,
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.

61
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

“manuales de courtoise” tan comunes y valorados desde finales


del medioevo hasta el siglo XVIII-XIX—, Elias (1987) logra dar
cuenta de un amplio proceso, en el cual identifica una orien-
tación general de esas modificaciones y transformaciones que
apuntan a una civilización de los comportamientos. Para este autor,
el proceso civilizatorio tiene una doble vía determinante que
lo define y motoriza. Por una parte, tiene una vertiente causal
sociológica, una sociogénesis, que remite a la constitución de los
estados nacionales modernos y su consecuente monopolio de la
violencia. A diferencia del desborde impulsivo que caracteriza el
comportamiento típico del caballero medieval, los individuos son
incitados a resolver sus conflictos por otros medios y el recurso
a la violencia queda cada vez más restringido y condenado4.
En este sentido, la cuestión que intriga a Elias no es tanto por
qué se cometen asesinatos o crímenes violentos sino más bien
cómo es que millones de personas logran vivir de una manera
tan pacífica —fenómeno históricamente inédito—. En otras
palabras, cómo es que la civilización moderna ha permitido que
se conforme lo que este autor denomina “sociedades pacificadas”.
Por otra parte, las transformaciones propias de la civiliza-
ción occidental modernas tienen también una psicogénesis en
tanto tienen como condición ciertos cambios en la estructura
del psiquismo de los hombres. En relación con estas cuestiones,
Elias se apoya en la teoría freudiana, más específicamente en la
segunda tópica conformada por el yo, ello y superyó, interesán-
dose particularmente en lo referido al conflicto entre estas dos
últimas instancias —es decir entre nuestros impulsos, deseos y
necesidades elementales y las normativas ético-morales—. Dicho
en otras palabras, las coacciones sociales externas resultarían
insuficientes o ineficaces si la propia psiqué de los sujetos no les
fuera funcional o, al revés, solamente cierto tipo de estructura

4. A grandes rasgos, el ejército y la policía serían, en última instancia las


dos instituciones que bajo el control del Estado, están legítimamente ha-
bilitadas para utilizar la violencia en caso de conflictos externos e internos
respectivamente.

62
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

psíquica puede permitir que una sociedad imponga ciertas


coacciones o imposiciones.
En otras palabras, el sociólogo alemán no presenta un
esquema lineal y sucesivo en el cual los factores sociológicos
se imponen, determinan lo psicológico o donde un individuo
o grupo de individuos impone sus designios. Postula una com-
plementariedad entre sociogénesis y psicogénesis, que están
co-presentes en los comportamientos de los hombres al modo
de las hojas de una página o las caras de la moneda, y que se
refuerzan una a la otra (Elias, 1987).
Ahora bien, entre las características generales de las civili-
zaciones occidentales modernas5, destaca un distanciamiento
cada vez mayor, una distinción cada vez más amplia entre las
conductas infantiles y el comportamiento adulto. De hecho,
algunos autores ubican el surgimiento de la infancia en Occiden-
te hacia el siglo XVII, como es el caso de Phillipe Ariès (1992),
justamente en esa época en la que el escaso control de los im-
pulsos y de la emotividad definirán un tipo de comportamiento
que sería propio y aceptable para esa etapa vital mientras que
los adultos deberán establecer una amplia autocoacción de los
instintos y un elevado control de sus emociones6. Dicho de otro
modo, aquellos comportamientos que actualmente considera-
mos propios de la infancia, inmaduros, incluso patológicos o
criminales, no corresponderían a pautas universales y eternas, ni
siquiera a patrones propios de la sociedad occidental en general,
sino a este proceso civilizatorio, histórico y variable que nos
impone una cada vez mayor autocoacción de nuestro impulsos.
“Nadie nace civilizado”, sería entonces la consigna eliasiana
que, siguiendo los postulados de la teoría de la recapitulación,
sostiene que todo sujeto humano debe reproducir, en su propio

5. Para este autor el proceso civilizatorio no muestra un recorrido teleológi-


co, progresivo o predecible sino que admite variaciones, adelantos, retroce-
sos, etc., como lo demuestra claramente su libro sobre Los alemanes.
6. Elias lo muestra en reiteradas ocasiones a partir del contraste entre los
comportamientos típicos de los caballeros medievales y los cortesanos en los
siglos XVII y XVIII en la mesa, en el dormitorio, respecto de las mujeres, etc.

63
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

desarrollo individual, el recorrido civilizatorio que ya transita-


ron las sociedades occidentales. El niño debe ser moldeado, su
conducta debe ser orientada para que responda a los estándares
de “civilidad” propios de la sociedad de la que forma parte. Esto
supone, evidentemente que la exigencia durante la etapa infantil
es mucho mayor a partir de la Modernidad, y que se incremen-
tará aún más en la medida en que se amplíe esa distancia entre
lo infantil y lo adulto.
Llegados a este punto resulta pertinente preguntarse
respecto de los agentes civilizatorios, es decir quiénes son los
encargados de producir, o intentar producir, en cada sujeto este
distanciamiento entre lo infantil y lo adulto. Si bien Elias no
aborda específicamente esta cuestión en su obra mayor (Elias,
1987), resulta a todas luces evidente que la familia cumple, o
debería cumplir, un papel fundamental7. La familia que comienza
a configurarse a partir de la modernidad no solamente cumple
una función de cuidado, sino que la mirada y sanción paternal
juegan un rol sustancial para encaminar la conducta de esa
criatura que llega al mundo totalmente desvalida, en un estado
de absoluta dependencia para poder sobrevivir.
No obstante, para Elias, la pedagogía occidental moderna
va mucho más allá de la estricta limitación al círculo familiar:
eso es lo que muestra, aunque de forma paradójica, el Edipo
freudiano en tanto sigue ligado a las figuras del padre y la ma-
dre pero de manera internalizada bajo la forma del superyó
—heredero del complejo de Edipo—. Ya no los padres sino la
“voz de la conciencia” será quien juzgue y valore las acciones y
pensamientos del sujeto: establecer que debe o puede hacer y,
ante todo, lo que no puede ni debe hacer. Sobre estas cuestiones
hay una referencia muy interesante, que proviene de una de las
principales fuentes que utiliza Elias para su estudio sobre el pro-
ceso civilizatorio: se trata del De civilitate morum puerilum —De
la urbanidad en las maneras de los niños— escrito por Erasmo

7. Aunque con evidentes matices para los diferentes estratos o clases socia-
les, cuestión que no se abordará en el presente texto.

64
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

de Rotterdam hacia 1530. Este breve tratado, presuntamente


dedicado al joven Enrique de Borgoña, hijo del príncipe de Veere,
presenta un extenso catálogo de pautas de conducta que toda
persona civilizada debe respetar. Por ejemplo, en el caso de la
risa: “Reírse uno solo o por ningún motivo manifiesto, bien se
atribuye a necedad o bien a demencia. Con todo, si algo de eso
le hubiere ocurrido a uno, de urbanidad será manifestarles a los
otros el motivo de la risa, o si no juzga uno que deba revelarse,
aducir algún motivo inventado, no vaya alguien a sospechar
que es por él la risa” (Erasmo, 2006, p. 27). Otros ejemplos,
más escatológicos, revelan como hasta las necesidades más
naturales están cada vez más normalizadas y codificadas por
la civilización occidental: “Retener la orina es dañoso para la
salud; verterla en secreto es verecundo. Los hay que aconsejan
que los niños, comprimiendo las nalgas, retengan el flato del
vientre; pero por cierto que no es civilizado, por afanarte en
parecer urbano, acarrearte enfermedad” (Erasmo, 2006, p.33).
Lo que interesa destacar aquí es que, si bien Erasmo (2006)
obviamente no se refiere al superyó, sostiene que este decoro
debe ser mantenido de manera permanente, incluso cuando
el niño se encuentre solo en tanto los ángeles están siempre
presentes y nada les agrada más en un muchacho que el pudor,
el compañero y guardián del comportamiento decente. Desde
niño, uno se encuentra en todo momento expuesto a esa mi-
rada ajena que se ejerce de modo permanente, a la manera del
panóptico foucaultiano.
Resulta posible entonces apreciar que, en las sociedades
occidentales, la educación desborda ampliamente el marco
familiar, se vuelve cada vez más independiente de ella y aspira
a volverse permanente. En realidad, no es este aspecto el que
resulta original sino más bien el hecho de que exista una exigen-
cia tácita y una oferta cada vez más amplia para que los padres
releguen cada vez más el cuidado de los niños a otros agentes, a
otros espacios, a otros ámbitos, a instituciones ajenas al círculo
familiar que actúan como una prolongación, profundización y
ampliación de un proceso que se inicia desde el nacimiento de

65
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

la criatura humana. Desde las salas maternales que albergan


bebés de escasos meses de vida a los kinder, los espacios y los
agentes extrafamiliares de educación y cuidados de los niños
se incrementan8.
En esta continuidad, la escuela ha pasado a ocupar un
lugar muy significativo en nuestras sociedades capitalistas
modernas: en la mayor parte de los países occidentales existen
leyes de obligatoriedad de la instrucción que, en los hechos, se
traducen en la imposición de la escuela como espacio donde los
niños pasan gran parte de sus días. Es lo que expresa, desde
su particular perspectiva teórica, el filósofo francés Louis Al-
thusser al caracterizar a la escuela como el aparato ideológico de
Estado dominante en las sociedades de hoy, en tanto dispone
por años “de la audiencia obligatoria, 5 a 6 días sobre 7 a razón
de 8 horas diarias, de formación social capitalista” (Althusser,
2005, p. 37). Dicho de otro modo, vivimos en sociedades donde
es obligatorio insertarse en el sistema educativo escolar. ¿Para
qué? ¿Qué hace un niño de seis años, o incluso menor, en el
marco de tan particular institución, con su disposición arqui-
tectónica centrada en el espacio del aula? Esta cuestión resulta
más o menos obvia y ha promovido numerosos debates de tipo
teórico e incluso ideológico. “Es posible llegar hasta un punto
más o menos avanzado de los estudios, pero de todas maneras
se aprende a leer, escribir y contar, o sea algunas técnicas,
y también otras cosas (…) Se aprenden “habilidades” —sa-
voir-faire—. Pero al mismo tiempo, (…) se aprende las “reglas”
del buen uso, es decir de las conveniencias que debe observar
todo agente de la división del trabajo, según el puesto que está
“destinado” a ocupar: reglas de moral, de conciencia cívica y
profesional, lo que significa en realidad reglas del respeto a
la división social-técnica del trabajo y, en definitiva, reglas
del orden establecido por la dominación de clase” (Althusser,

8. Sobre este aspecto, véase el trabajo de Elias sobre “La civilización de los
padres” además del interesante trabajo de Arlie Russell Hochschild (2009).
La mercantilización de la vida íntima, Buenos Aires: Katz.

66
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

2005, p. 14). Ahora bien, este aprendizaje promueve a su vez


ciertas “cualidades” por parte de sus destinatarios. Un ejemplo,
entre muchos otros posibles: el mero hecho de que un grupo
de niños de 5-6 años de edad permanezcan sentados, quietos y
silenciosos en sus pupitres durante el transcurso completo de
una clase, supone como condición ciertos “logros civilizatorios”
previos, cierta mínima contención de su impulsividad que ya
comenzó a ser domesticada previamente en el marco del hogar,
como por ejemplo, los horarios pautados para las comidas. En
este sentido, es necesario precisar que la escuela es un espacio
surcado por tensiones particulares: se trata de una institución
atravesada por resistencias, por esas resistencias propias que
el mismo proceso civilizatorio puede promover en los sujetos
al imponer diques, trabas, contenciones a esa impulsividad
humana innata que se busca reorientar por otros caminos.
En un sentido todavía más preciso, es necesario tener claro
que la educación moderna, y la escuela en particular pueden
considerarse tanto una herramienta civilizatoria como dispo-
sitivos que producen aquello que se ocupará de excluir que son,
precisamente los que escapan al dominio que ella intenta im-
poner. En efecto, como lo señala Foucault en sus análisis de las
sociedades disciplinarias, la escuela genera sus propios residuos:
“desde el momento en que hay disciplina escolar, vemos surgir
al débil mental (…) el irreductible a la disciplina escolar sólo
puede existir con respecto a esa disciplina; quien no aprende a
leer y escribir sólo puede manifestarse como problema, como
límite, a partir del momento en que la escuela sigue el esquema
disciplinario” (Foucault, 2006, pp. 75-76).
¿Qué sucede con estos “residuos”? ¿Qué pasa con aque-
llos que parecen resistirse a este proceso civilizatorio? Por lo
general, son etiquetados y su suerte queda echada a diferentes
mecanismos de inclusión o “normalización”.
“Hoy es tan fuerte el círculo de preceptos y regulaciones en
torno a los seres humanos, es tan fuerte la censura y la presión
de la vida social que forman sus hábitos, que los niños no tienen
más que una alternativa: o bien se someten a la conformación

67
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

socialmente exigida del comportamiento, o bien quedan excluidos


de la vida en la sociedad ‘moralizada’. El niño que no consigue
alcanzar el grado de configuración emocional socialmente exigida
es considerado como ‘enfermo’, ‘anormal’, ‘criminal’ o simple-
mente ‘imposible’ en distintas gradaciones y siempre desde el
punto de vista de una casta o clase determinadas de cuya vida,
en consecuencia, queda excluido” (Elias, 1987, p. 183).
En este sentido, si bien la finalidad de la escuela es formar
hombres capaces de actuar con independencia en la vida (Adler,
1947), sin embargo, la institución escolar cada vez se acerca
más al imago de una cárcel, en un sistema que tiene la función
de reflejar los barrotes del sistema capitalista y asociado a esto
mismo, intenta disciplinarnos para sobrellevar un mundo cada
vez más competitivo. Como se mencionó anteriormente, no solo
ingresamos a la escuela a los seis años, sino que pasamos en ella
largos años. En este proceso, algunos niños y adolescentes se
adaptan fácilmente; mientras otros luchan, se resisten y generan
malestar. Los que se adaptan fácilmente están muchas veces
inoculados y dirigidos hacia la meta de sobrevivir socialmente,
en un futuro donde la universidad actual es hoy una realidad
posible y los que no se adaptan son discriminados y excluidos,
aunque el pseudorespeto por la diversidad actual apelará por
ellos. A partir de esta observación, el sujeto actual sigue estando
sujetado, no obstante, tiene la posibilidad de soltarse, ya que la
noción de sujeto muestra esa doble faz, esa fisonomía conjunta
de acción y pasividad, esa posibilidad de libertad en un entorno
determinista. El sujeto en la escuela no solo mantiene atado a
los estudiantes, sino también a los profesores, donde la cultura
escolar captura como una telaraña a todos sus integrantes. Los
profesores que claman disciplina en sus estudiantes, son exigidos
por sus directivos quienes también controlan el cumplimiento
de planificaciones, puntajes en pruebas estandarizadas y ma-
nejo de grupos.
Francisco Gutiérrez, educador español radicado en Costa
Rica, arguyó en este sentido que es necesario desnudar a la
escuela y no necesariamente por manía o placer, sino por la

68
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

imperiosa necesidad de percibir más allá de la capa superficial


de su estructura (Gutiérrez, 1981). Así nos encontramos con
que el docente se suma al sistema y no le queda más remedio
que reproducirlo, alienándose, sintiéndose maltratado y maltra-
tando. Un maltrato que por supuesto, es sutil, no obstante, está
amparado en la modernidad, en la disciplina como eje central
de su propuesta, que genera falsas ilusiones de libertad. Atrás
quedaron los modelos de Yasnaia Poliana (Tolstoi, 1888) y Sum-
merhill (Neill, 1997). El primero de los modelos fue forjado en
Rusia, aproximadamente en 1860 por el escritor León Tolstoi,
quien estaba convencido de que la escuela no debía intervenir
en la educación, la cual debía ser de incumbencia de la familia.
La escuela, en sus palabras, no debe castigar ni recompensar
y su principal filosofía consiste en dejar a los estudiantes en
absoluta libertad para aprender y arreglarse entre ellos como
mejor les parezca. El segundo modelo se desarrolló en Inglate-
rra desde 1921 y también forjó una pedagogía antiautoritaria
en donde la educación debe forjar la felicidad y donde sentir
es más importante que saber. La pérdida de estos modelos, o
mejor dicho, la aparición de estas filosofías como un ideal en
la actualidad, fue percibida como un espacio de locos, gente
extraña o grupos revolucionarios. En el mejor de los casos, lo
comprendían como un ejercicio utópico “sin pies ni cabeza”,
que alejaba la organización escolar de sus fines.
En la actualidad, parece que las escuelas o grupos de es-
cuelas que retoman una organización similar son resilientes
ante el sistema, lo cual es denominado resiliencia escolar, en la
que su entorno y su estructura no quiere seguir enlodándose,
sino que incorpora una resistencia ante la presión, una forma
de evitar la destrucción y lograr capacidades positivas en un
espacio que ha caído generalizadamente en la necedad. La ca-
pacidad de hacer frente y poner una barrera ante las presiones
del medio, inoperancia y residuos disciplinarios. La escuela
que logra modificarse, cree que es posible la desescolarización,
por lo que está en condiciones de crear un nuevo proceso civi-
lizatorio, que considere el ethos y no ignore al pathos, pero lo

69
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

supere desde una envoltura positiva, consciente y razonable. En


palabras de Calvo (2007), estamos en condiciones de disoñar9
una escuela que recupera su condición educadora y que no sea
mera simuladora de la educación. Las transformaciones no
requieren cambios de infraestructura ni nuevos libros de texto
o ayuda de computadores y audiovisuales, ya que todos ellos
son convenientes pero no necesarios. Este disoñar, es posible a
partir de la resiliencia escolar, que permite provocar y generar
mecanismos protectores ante la vulnerabilidad naturalizada.
La resiliencia de los sistemas es permeada por las resiliencias
individuales y viceversa, propagando un estado de flujo que
aumenta las posibilidades de cambio en la escuela.
Como experiencia piloto que lleva muy poco tiempo,
parece interesante el modelo que los jesuitas están llevando a
cabo hace unos meses en Cataluña. El proyecto denominado
Horizonte 202010, elimina las asignaturas, los exámenes y los
horarios en sus colegios, lo cual se fundamenta en el aburri-
miento y desconexión de los estudiantes del sistema tradicio-
nal. La metodología elimina también los pupitres, derribando
las paredes de las aulas, transformando los espacios escolares
en grandes ágoras, enfatizando el trabajo grupal a partir del
desarrollo de proyectos, donde se involucra la participación de
toda la comunidad.
La escuela podría perfectamente contribuir a la humani-
zación del hombre, integrando un sentido emancipatorio en
sus acciones, generando nuevas posibilidades; sin embargo, la
cultura neoliberal pretende mantener el status quo, estancando

9. Disoñar, es un neogologismo creado por los participantes de la Asociación


para el Desarrollo campesino (ADC) en la Laguna la Cocha —Pasto, Colom-
bia—, para expresar que su trabajo lo han diseñado a partir del diálogo co-
lectivo buscando hacer realidad sus sueños de una sociedad justa y solidaria.
El neologismo refleja tan adecuadamente el trabajo que han realizado que
le otorga derecho a guiar el diseño de los sueños que queremos respecto a la
educación y la escuela (Calvo, 2007).
10. Para mayor información se sugiere revisar el sitio web: http://www.edu-
cacionjesuitas.es

70
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

al estudiante y profesor, lo cual simboliza un pacto tácito de


estimular, en el cual la institución escolar sabe operar y solo
espera sanear lo cotidiano para resolver las emergencias, sin ir
al fondo del asunto. Se carece, entonces de una reflexión episte-
mológica profunda, conducente a proyectar la escuela más allá
de su rol de fábrica, para enfatizar la heterogeneidad y permitir
un cambio en el modo de pensar. Quizás desde la misma escuela,
surja el cambio que alguna vez ideó el pansofismo de Comenio,
que permitía cultivar lo verdaderamente humano en el hombre,
para esto el rol del maestro es esencial, “ya que instruye con la
palabra, pero educa con su propia presencia, con la decencia de
su traje y con la modestia” (Rivarola, 1941, p.128).
Se podría entonces intentar poner en marcha un análi-
sis que no se preocupe tanto por el fracaso escolar, más aun
cuando este fracaso ha sido erróneamente aducido a los niños
y no a la institución escolar (Salas, 2015). Este fracaso ha sido
traspasado hacia el caso particular del niño díscolo o el que
no cumple con las pautas diseñadas e implementadas por los
sistemas educativos. Se trataría más bien de dirigir nuestro
cuestionamiento hacia esa inmensa maquinaria escolar que se
empeña en llevar cada vez más lejos los límites de la toleran-
cia y nuestras sensibilidades. Dicho de otro modo, la escuela
debería intentar dar cuenta de los efectos que una enseñanza
obligatoria impartida en las escuelas modernas tiene sobre
los niños occidentales. Claparéde (1960) tenía razón cuando
planteó que el niño trabaja para la escuela, no para él. Realizar
el giro y pensar en una escuela para los estudiantes, permitirá
hacer de esta un espacio genuino de sensibilidades y un lugar
con altura de miras, que enriquezca a los estudiantes —y no al
sistema— considerando su presente y futuro.
A modo de conclusión, y retomando la consigna del título
de este artículo, se vuelve preciso reconsiderar el problema de la
escuela desde una perspectiva distinta. Si, como se buscó mostrar
aquí, la escuela que surge con la modernidad es un elemento
civilizador, un dispositivo disciplinario, un aparato ideológico
dominante, es inevitable que genere resistencias. Marcuse plan-

71
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

tea (1969) —de acuerdo con Freud— que toda cultura y toda
sociedad se constituye a partir de ciertos mecanismos represi-
vos, lo cual tendría relación con una característica propia de las
sociedades capitalistas contemporáneas: una represión excedente
con efectos patológicos específicos. No obstante, aún más, que
la institución escolar siga manteniendo —pese a propuestas
de cambio que introducen a modo de maquillaje— desde hace
siglos esa misma estructura y función en un mundo que se
ha transformado drásticamente, que atravesó revoluciones y
guerras mundiales, no puede más que profundizar los efectos
de resistencia.
Mientras el foco esté puesto en civilizar, disciplinar masi-
vamente a los niños, esto será inevitable. Pero no se trata de
pensar en un mundo sin escuela: lo que se precisa es otra escuela.
Un paso fundamental en este sentido es pasar, como se refirió
anteriormente, a reconsiderar el pathos como ethos, introducir
un cambio de perspectiva que ponga el foco en el padecimiento
de los escolares como producto de una institución que está al
servicio de una función que debería considerarse caduca y/o
retrógrada, como una manifestación ética de una disfunción
escolar. Esto exige, indudablemente, un esfuerzo colectivo de
reflexión y prácticas que coloque el foco en el problema del su-
jeto escolar, en el doble sentido al que se refirió anteriormente
—como sujetador y como subjetivante—, que impulse en los
escolares la apropiación activa de la educación. Una escuela
que ofrezca, como sucede en los parques japoneses, un espacio
donde crear sus propios senderos y no simplemente obligue a
recorrer caminos prefijados en base a criterios generalmente
cuestionables, sino desconocidos. En ese sentido, sería preciso
retomar, y eventualmente revisar, el espíritu de la propuesta
jesuita Horizonte 2020, todo lo cual permita una activa par-
ticipación de los sujetos en el diseño e impulso del currículo
escolar, lo cual implicará repensar y transformar también la
formación y el rol docente.

72
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Referencias Bibliográficas

Adler, A. (1947). La psicología individual y la escuela. Buenos


Aires: Losada.
Althusser, L. (2005). Ideología y aparatos ideológicos de Estado.
Freud y Lacan. Buenos Aires: Nueva Visión.
Ariés, P. (1992). El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen.
Madrid: Taurus.
Calvo, C. (2007). Del mapa escolar al territorio educativo. Disoñan-
do la escuela desde la educación. La Serena: Nueva Mirada.
Claparéde, E. (1960). La escuela y la psicología. Buenos Aires:
Losada.
Elias, N. (1987). El proceso de la civilización. Investigaciones so-
ciogenéticas y psicogenéticas. Madrid: FCE.
Erasmo de Rotterdam. (2006). De la urbanidad en las maneras
de los niños. Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia.
Foucault, M. (2006). El poder psiquiátrico. Buenos Aires: FCE.
Gutiérrez, F. (1981). El streptease de la escuela. Heredia, Costa
Rica: Editorial Pec.
Marcuse, H. (1969). Eros y civilización. Barcelona: Seix Barral.
Neill, A.S. (1997). El nuevo Summerhill. México D.F.: Fondo de
Cultura Económica.
Rivarola, R. (1941). Selección de estudios pedagógicos. Buenos
Aires: Universidad de Buenos Aires.
Russell, A. (2009). La mercantilización de la vida íntima. Buenos
Aires: Katz.
Salas, G. (2015). El Síndrome de necedad escolar y su contexto.
En L. Ocampo (Comp). Rostros del malestar. Crispación, dolor
y abandono (pp.89-96). Sinaloa, México: Ediciones del Lirio.
Tolstoi, L. (1888). L´ Ecole de Yasnaia Poliana. Paris: Albert Savine.

73
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 6

¿Merece el bienestar subjetivo un espacio


en la escuela chilena?
Revisión del concepto y propuestas de análisis
para el escenario educativo actual

José Sandoval Díaz1


Sebastián Ligüeño Espinoza2
Diego Palacios Díaz3
Universidad de Chile

En el presente capítulo, en primer lugar, se presentan los


antecedentes, políticos/académicos en torno a la discusión que
vincula, calidad de vida y desarrollo humano. Posteriormente
se revisa el constructo de bienestar subjetivo —en adelante
BS— y los dos principales modelos conceptuales utilizados en
psicología, enfatizando, sus implicancias y efectos en contextos
educativos. A partir de esto, se presentan las implicancias epis-
temológicas, metodológicas y prácticas del uso del constructo
de BS. Por último, a modo de cierre de capítulo, se analizan dos
fenómenos educativos a partir de los antecedentes presentados:
la nueva carrera docente y los otros indicadores de la calidad
de la educación del SIMCE, ambos en el marco del contexto
educativo chileno.

1. Doctor (c) en Psicología, Universidad de Chile. Universidad de Tarapacá y


Universidad Santo Tomas sede Arica. Becario CONICYT. Dirigir correspon-
dencia a: josesandovald@gmail.com
2. Doctor (c) en Psicología, Universidad de Chile. Becario CONICYT.
3. Doctor (c) en Psicología, Universidad de Chile. Becario CONICYT.

75
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

¿Por qué y cómo, el Bienestar Humano se ha convertido


en foco de interés político?

Para la perspectiva capitalista actual, la noción de desarro-


llo, tanto económico como social, es definida y equiparada con
crecimiento económico, maximización productiva y riqueza
material (González, 2014). Para este enfoque, el Producto In-
terno Bruto (PIB), se ha instalado como la unidad de medida,
“necesaria y suficiente”, para valorar el desarrollo o “progreso”
de las naciones.
A partir de esta concepción limitada de desarrollo, han
surgido una serie de críticas, tanto por su unidimensionalidad
estructural centrada en lo económico-productivo, así como en
la unidad de análisis remitida, en este caso el país, por sobre
los habitantes, grupos y colectivos que componen el territorio.
A partir de estos antecedentes, se han levantado perspectivas
alternativas al PIB, destacándose por sobre todas estas pro-
puestas, el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este indicador dirige
su análisis a la relación entre capacidades humanas y oportuni-
dades del entorno, tensionando así, el vínculo unidimensional
y despersonalizado entre crecimiento económico y desarrollo
(González, Campos, Cea & Parada, 2010)4. Es a partir de esta
disputa por la significación de la noción de “Desarrollo”, que
tanto el PNUD como otros organismos vinculados, han insta-
lado la importancia de hablar de la Calidad de Vida, por sobre
los términos tradicionales del Bienestar económico (Helliwell,
Layard & Sachs, 2013; OCDE, 2013).

4. En efecto, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2009)


introduce la noción de desarrollo humano, la cual se refiere al “proceso a
través del cual la sociedad busca la ampliación de las opciones de las per-
sonas y el aumento de sus capacidades para realizar los modos de vida que
consideran deseables de acuerdo a sus valores, en el marco de sus opciones
democráticamente definidas por la sociedad en que viven. Estas opciones
deben estar siempre inspiradas por el respeto de los derechos” (p. 44).

76
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Neoliberalismo y Calidad de vida en Chile

En el contexto latinoamericano, y específicamente para el


caso chileno, la instalación del régimen neoliberal en la déca-
da de los ‘80, ha desprovisto a la población de bienes sociales
públicos conquistados aun cuando de manera parcial, durante
el siglo XX, tales como Educación, Salud y Trabajo. A partir de
esto, sectores inmersos en estas nuevas relaciones de produc-
ción, reproducción y exclusión, han manifestado activamente
su descontento y desconfianza hacia el modelo e instituciones
que sostiene el desarrollo neoliberal. De ahí entonces que en
las últimas décadas se ha presenciado el surgimiento de una
serie de “indicadores psicosociales”, los cuales pretenden dar
cuenta de estos niveles de malestar social. En esta línea, para
el PNUD en su Informe de Desarrollo Humano en Chile (2012)
(IDH 2012) estas expresiones de malestar y desconfianza ins-
titucional, obedecerían a la ausencia/omisión de la dimensión
subjetiva5 en los planes del desarrollo del país. Es así que esta
propuesta, enfocada en la calidad de vida de las personas, re-
leva el papel del espacio subjetivo en términos de necesidades,
aspiraciones, expectativas y valores, en la elección y evaluación
de las condiciones personales y del entorno percibido. A este
espacio vital personal, percibido en términos positivos, se le
denomina Bienestar Subjetivo (Díaz, 2001).
A partir de los antecedentes presentados, el siguiente apar-
tado profundizará sucintamente en los modelos, dimensiones
e implicancias del Bienestar Subjetivo (BS), como enfoque
psicosocial de la calidad de vida (Barrientos, 2005).

5. Este informe concibe la subjetividad como “el espacio y el proceso en el


que los individuos construyen una imagen de sí, de los otros y del mundo
en el contexto de sus experiencias sociales. Este ámbito estaría formado
por sus emociones, deseos y evaluaciones, entre otros elementos” (PNUD
& UNICEF, 2014, p.10).

77
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

El Bienestar subjetivo como aproximación a la Calidad


de Vida

Dos han sido los enfoques que han predominado en el estudio


disciplinar sobre el BS: el hedónico y el eudaimónico. Respecto
del primero, la tradición hedónica iguala la noción de BS con
felicidad, enfatizando la experiencia de placer versus el displacer
en todos los juicios acerca de los buenos/malos elementos de
la vida (Ryan & Deci, 2001).
Ed Diener ha sido uno de los autores precursores de la
perspectiva hedónica, así como también el que presenta mayor
desarrollo empírico en el área. Para este autor, el constructo
de BS se vincula a un alto grado de satisfacción con la vida y
un predominio de emociones positivas por sobre las negativas.
El instrumento de aproximación que propone es de autorre-
porte evaluativo, en el cual el informante “debiese” expresar
su idiosincrasia subjetiva hacia la vida en general y/o ámbitos
específicos de esta (Diener, 2000).
Por otro lado la perspectiva eudaimónica6, a diferencia de
la tradición hedónica, no considera la felicidad per se como el
principal criterio del BS, sino al proceso mismo de desarrollo,
operacionalizado en términos de capacidades y/o aptitudes
personales (Ryan & Deci, 2001).
Un ejemplo de esta perspectiva la constituye la propuesta,
antes citada, del PNUD en el IDH (2012). Según este informe,
el BS se define como la evaluación positiva individual, tanto de
sí mismo, en términos de satisfacción con la propia vida, como
de la sociedad en que se vive, en términos de satisfacción con

6. Los orígenes de la distinción conceptual entre hedónico y eudaimónico,


se vinculan a la discusión sobre la noción de felicidad de escuelas filosóficas
de la antigua Grecia. Por un lado, para los filósofos hedonistas, la felicidad
consistía en la acumulación de momentos agradables y la satisfacción de los
deseos. Posteriormente, Aristóteles buscó superar la concepción de felici-
dad como mera obtención de placer, fundamentándola en base al bienestar
eudaimónico, comprendido como el desarrollo armónico del potencial hu-
mano.

78
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

las condiciones y oportunidades que el entorno social provee:


por lo tanto, implica la compatibilización percibida entre sub-
jetividad y sociedad. De acuerdo a esto, el modelo eudaimónico
busca ir más allá de la tradición hedonista, que tiende sólo a
enfatizar la mirada del sujeto sobre sí mismo, agregando a
ésta la evaluación del entorno como espacio de oportunidad o
de amenaza del desarrollo personal. Según los resultados del
informe, la población chilena presentaría una desalineación
evaluativa entre ambas dimensiones, la cual se expresa en una
alta desconfianza hacia las oportunidades del entorno, frente
a una alta satisfacción con la propia vida (PNUD, 2012).
Como propuesta teórica y metodológica, el informe también
utiliza la noción de capacidad como elemento mediador entre
la estructura de oportunidades del entorno y el BS del agente7.
En este sentido, capacidad se entiende como la transformación
de las libertades reales en recursos para la acción, permitiendo
así que los propios individuos se conviertan en los agentes
constructores de sus proyectos de vida. Para este desarrollo
personal, la estructura social debe cumplir un rol esencial en
el acceso igualitario a distintas oportunidades, así como en la
creación de distintos escenarios sociales, en los cuales se pon-
drán en juego las apropiaciones y actuaciones de capacidades8
elegidas por los propios agentes.

7. Aquí se utilizara la noción de agente desarrollada por Amartya Sen,


economista inspirador y asesor de la propuesta de desarrollo humano del
PNUD. Para este autor la noción de agente se entiende como “la persona
que actúa y provoca cambios y cuyos logros pueden juzgarse en función de
sus propios valores y objetivos independientemente de que los evaluemos o
no, también en función de otros criterios externos” (Sen, 2000, p.35).
8. El IDH 2012 identifica once capacidades vinculadas al logro del BS en los
chilenos: 1. gozar de una buena salud; 2. tener cubiertas las necesidades
físicas y materiales básicas; 3. conocerse a sí mismo y tener vida interior; 4.
sentirse seguro y libre de amenazas; 5. participar e influir en la sociedad en
que uno vive, 6. experimentar placer y emociones; 7. tener vínculos signifi-
cativos con los demás; 8. ser reconocido y respetado en dignidad y derechos;
9. conocer y comprender el mundo en el que se vive; 10. disfrutar y sentirse
parte de la naturaleza y 11. tener y desarrollar un proyecto de vida propio.

79
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Otro de los resultados señalados por el informe, es la


diferenciación por grupo socioeconómico sobre la valoración
de las capacidades importantes. Los grupos con bajo nivel
socioeconómico tienden a valorar capacidades vinculadas a
la satisfacción básica de necesidades materiales, a diferencia
de los grupos más acomodados, quienes valoran aspectos
vinculados a la autonomía e individuación. Esto último deja
en evidencia la desigualdad distributiva en Chile, en torno a
las capacidades vinculadas al BS, siendo sólo posible imaginar
y concretar proyectos de vida personales, necesariamente a
partir de que se encuentren satisfechas las necesidades de
base, en concordancia con lo propuesto por Maslow (1991) en
su pirámide de las necesidades humanas. Otra conclusión del
Informe es que, en general, los chilenos(as) son más tácticos
que estratégicos a la hora de construir su BS. Es decir, la ma-
yoría de las veces realizan ajustes y adaptaciones en el marco
de sus condiciones de existencia, pero no acometen acciones
sustantivas para transformarlas (PNUD, 2012). Sin embargo,
a partir de los resultados del reciente IDH 2015 titulado “Los
tiempos de la politización”, los resultados sugieren una tensión
en este último aspecto, evidenciando la relevancia estratégica
de la “politización” de exigencias ciudadanas colectivas, por
sobre las tácticas individuales y privadas de reproducción de
las condiciones de existencia (PNUD, 2015).
A modo de síntesis de los antecedentes presentados, en
la perspectiva eudaimónica del BS destacamos tres ventajas
comparativas relevantes frente a la hedónica: a) Pone énfasis
en el desarrollo integral del individuo, en donde la noción de
agencia lo constituye como un actor activo en el proceso, b)
Establece un nexo entre el individuo y entorno, por medio del
concepto de capacidad y c) Las capacidades o libertades reales,
son valoraciones y elecciones que el propio individuo realiza.
Sin embargo, si bien este modelo presenta ventajas impor-
tantes frente al modelo hedónico, desde nuestra postura, esta
perspectiva presenta las siguientes limitaciones:

80
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

a) Predominio del desarrollo individual por sobre lo colectivo:


El énfasis en la autonomía y los proyectos de vida individuales
reduce a la sociedad y a lo colectivo a un mero agregado de
individuos que interactúan entre sí. No hay fines ni proyectos
públicos, todo se reduce a lo privado, aun cuando proyectado
hacia lo público.
b) Sumado a lo anterior, sigue observándose un predominio
de cierto individualismo metodológico, en donde la unidad analítica
sigue siendo el individuo, con lo cual la evaluación y pondera-
ción de otros dominios que transcienden lo individual —como
los colectivos, grupos, instituciones— son consideradas como
factor, pero no como campo de estudio en sí mismo. Esto es
muy relevante, toda vez que en el neoliberalismo tardío hay una
reconversión de las instituciones, un cambio en las posiciones
sociales que ocupan los grupos, y si se aprecia detenidamente
el caso chileno en los últimos años, son los actores colectivos
los que han cuestionado la institucionalidad y el modelo de
desarrollo neoliberal. Por lo tanto, se torna relevante dar én-
fasis investigativo a objetos de estudio que, incorporando la
dimensión individual, la trasciendan y complementen.
c) La omisión de lo cultural e histórico en la constitución de lo
subjetivo: Si bien el modelo define la subjetividad en términos
relacionales, esta se comprende como un proceso abstraído de
lo sociocultural. En la actualidad, las posibilidades de pensar lo
local sin lo global es prácticamente imposible. Sin embargo las
condiciones socio-culturales matizan la expresión de lo local: un
ejemplo de este lo constituye el significado de calidad de vida. La
emergencia de este concepto se remota a los Estados de Bienestar
Europeos, los cuales al tener cobertura universal garantizada de
derechos sociales básicos —vivienda, salud y educación—, se
comienzan a preguntar por los aspectos sociales y/o subjetivos
de los ciudadanos. A partir de esto, algunas de las preguntas que
nos surgen son: ¿en qué términos podemos hablar de calidad
de vida bajo un régimen de Estado Subsidiario, como es el caso
de Chile, con un sistema de protección social focalizado, en
donde el mercado regula el acceso a servicios y bienes básicos?

81
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

¿Cuál es la relación entre estos derechos sociales básicos, y sus


respectivas instituciones, con el bienestar subjetivo?
A partir de esta última pregunta, en el siguiente apartado se
presentan los antecedentes teóricos y empíricos, que vinculan
educación con el bienestar subjetivo.

Bienestar subjetivo en estudiantes: El papel de la escuela


en la formación del bienestar subjetivo.

Parte importante de las investigaciones sobre BS en niñez


y adolescencia han puesto el énfasis en el tránsito exitoso de
este periodo, ponderando el papel que juega la escuela en esta
etapa (Adler, 2013). En Chile, la dimensión del bienestar ha sido
abordada preferentemente desde el ámbito de la salud mental;
así, iniciativas gubernamentales como programas de prevención
y promoción de la salud infantil, han ido tomado relevancia en
los últimos años. Este vínculo entre salud mental y bienestar
ha sido parte del discurso de entidades como la OMS (2004), el
cual enfatiza la relación existente entre la promoción de salud
mental positiva, en términos de bienestar psicológico, capaci-
dades y fortaleza emocional, relevando condiciones y entornos
favorables para el desarrollo. Por ejemplo, una de las iniciativas
emblemáticas que reflejan los modos de gestión de la subjetividad
en el ámbito de la salud mental, aplicadas al ámbito educativo, ha
sido el Programa Habilidades para la Vida, promovido e instalado
por la Junta Nacional de Auxilio y Becas, JUNAEB, institución
gubernamental dependiente del Ministerio de Educación (George,
Guzmán, Flotts, Squicciarini & Guzmán, 2012).
Por otro lado, algunas investigaciones plantean que existi-
rían grandes dificultades para promover un desarrollo positivo
al interior de las escuelas (Bilbao, 2014). En línea con estos
antecedentes el PNUD y la UNICEF, en pleno debate político
en el año 2014 sobre los anuncios de reforma de la coalición
gobernante en Educación9, publica el Informe denominado: El

9. La coalición de partidos gobernantes declarada de centroizquierda, la

82
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

papel de la educación en la formación del bienestar subjetivo para


el desarrollo humano. Este documento de investigación busca
evidenciar el rol que juega —o debería jugar— la institución
escolar en la promoción y formación de capacidades para el BS,
así como las probabilidades reales de que la experiencia escolar
aborde dicha formación en el currículum educativo (PNUD &
UNICEF, 2014).
En cuanto a los resultados, el informe deja en evidencia
la débil formación integral de niños y niñas, por parte del
sistema educacional chileno; asimismo, el documento enfati-
za la existencia de una marcada política educativa, orientada
predominantemente a la adquisición de conocimientos, en
desmedro de otras capacidades tales como la participación y
autonomía. Esta evidente desalineación en el desarrollo de
capacidades, a su vez, se acentúa por el creciente interés de
participación estudiantil, frente a la ausencia de espacios de
desarrollo y apropiación de esta capacidad, al interior de las
escuelas. Otra valoración estudiantil soslayada por el sistema
educativo es el escaso abordaje curricular, de conocimientos y
habilidades conducentes a “tener y desarrollar un proyecto de
vida propio” (PNUD & UNICEF, 2014, p.51). Si bien esta capa-
cidad se encuentra presente curricularmente en el subsector de
Orientación, en la práctica, debido a su escasa sistematicidad y
frecuencia, su apropiación resulta frágil y parcial.
El informe también consulta la opinión de expertos en
educación acerca de las capacidades necesarias para el BS en
Educación: éstos, del total de las 11 capacidades identificadas
como necesarias para el logro del BS (PNUD, 2012), declaran
que cuatro debieran ser promovidas explícitamente por el
currículo escolar: 1. comprender el entorno en el cual se vive;
2. ser reconocidos en dignidad y derechos; 3. poder participar
en la sociedad que uno vive y 4. propiciar un proyecto de vida

Nueva Mayoría, en su discurso programático hizo alusión a una serie de


medidas en clave de “reformas”, en el cual uno de los ámbitos centrales sería
justamente el campo educativo.

83
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

propio. De éstas, sólo la primera —comprender el entorno en


el cual se vive—, se encuentra presente transversalmente en
todo el currículum en comparación con las otras, que aparecen
de forma parcial o directamente no están presentes. Este énfasis
educativo, limitado estrictamente a la formación de la com-
prensión del entorno, en la práctica, ha tendido a profundizar
un tipo de enseñanza restringido a los contenidos cognitivos,
lo que algunos autores denominan concepción estrecha del
currículum, la cual predomina en sistemas educativos basados
en mecanismos de mercado (Apple, 2006).
En síntesis, podemos apreciar que el discurso del BS propuesto
por el PNUD y UNICEF, al implicar una determinada concepción
del desarrollo personal y social, puede constituir una ganancia
en términos de crítica a visiones sobre la educación asentadas
en el enfoque economicista del capital humano10 y sobre un
tipo de educación constituida sobre la base de mecanismos de
mercado que no responde a las necesidades de las mayorías
(Assael, Cornejo, González, Redondo, Sánchez & Sobarzo,
2011). Sin embargo, si bien este “discurso político/académico”
releva el papel del currículum y de las prácticas educativas en
el desarrollo y promoción de capacidades para el BS, pero sin
tensionar —y por tanto, omitiendo o inclusive promoviendo
inintencionadamente— las bases estructurales, institucionales
y jurídicas del neoliberalismo en Educación, aquélla a la que
justamente impugna el malestar social ciudadano.

Aspectos críticos a la noción de bienestar subjetivo

En líneas generales, la investigación sobre el constructo de


BS ha evidenciado una fundamentación positivista11, tanto en los

10. Ver Brunner y Elacqua, 2003, para un ejemplo de esto en Chile.


11. Con positivismo, nos remitimos a la doctrina empirista del siglo XIX,
la cual comprende que todo conocimiento humano se ha de referir a lo po-
sitivo, es decir, a los hechos que se muestran a la percepción. En tanto, la
vertiente científica, pone énfasis en el “como” del conocer, fundamentada
en la observación y la experiencia como posibilidad de acceso y expresado, a

84
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

supuestos que lo sostienen como en la tecnología que la produce y


analiza (Díaz, 2001). Por un lado, la tendencia a la segmentación
en dimensiones y atributos universales ha soslayado el papel de
la historicidad en la constitución de lo subjetivo. Este hecho,
de (re)considerar al BS como resultado de procesos históricos y
sistémicos, requiere relevar el uso del pensamiento dialéctico,
debido a la compleja y dinámica interacción entre los distintos
elementos que la componen, posibilitando así un constructo
que no puede ser reducido a la aditividad de sus componentes
ni a la deducción de premisas universales preestablecidas (Díaz,
2001). Desde nuestra perspectiva, apreciamos que la utilización
de la noción de BS apela a un discurso amplio, compuesto por
diversas dimensiones, pero que en la práctica se reduce a una
expresión abstracta, predominantemente individual —hacia
sí mismo— y acultural.
En el ámbito metodológico, la temática del BS se enfrenta
a una serie de problemas ligados a la aproximación y medición
del concepto. El primer problema radica en si el BS puede ser
medido y, si esto es posible, cual es la vía, estrategia o camino
para hacerlo (Barrientos, 2005). Este problema es abordado,
sin mayores dificultades —ni reflexiones— por la investigación
social cuantitativa, predominante en el campo de estudio del
BS, justificando y legitimando tecnológicamente la posibilidad
de aprehensión vía medición. Para nosotros, un constructo fun-
dado en mediciones cuantitativas, sin vigilancia epistemológica
(Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 2004) presenta una serie
de limitaciones, las cuales son importantes de identificar. A
propósito de un concepto afín, Sisto (2013) ha señalado como
uno de los peligros de los estudios que pretenden “medir” la
felicidad, la supuesta neutralidad de los ítems utilizados, sos-
layando el papel social que jugaría el ser feliz en la sociedad
actual, a los cuales los sujetos podrían responder en función
de la deseabilidad social que promueve el término en cuestión.
A nivel práctico y aplicado, una de las interrogantes que

través, del recurso de la matemática.

85
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

nos surge del uso de conceptos como BS o conceptos vincula-


dos a este es: ¿pueden las instituciones educativas y entidades
gubernamentales promover el bienestar? Ésta es una pregunta
compleja, pues si bien la perspectiva eudaimónica introduce a la
discusión la importancia del desarrollo individual y grupal, como
medidas compensatorias, también se vuelve necesario incorporar
las diversas vulnerabilidades y conflictos históricos, a nivel de
estructura social y económica. Al considerar los resultados del
estudio de la UNICEF/PNUD sobre el BS, una interrogante a
considerar, es si es posible pensarla sin considerar la dimensión
de la participación auténtica, tal como la plantea Anderson
(2001), es decir, aquélla que involucra aspectos sensibles en
la toma de decisiones, no sólo en términos de individuos, sino
de comunidades con sus proyectos educativos. Estimamos que
no hay dimensión importante para considerar proyectos de
vida individuales y colectivos, si a la vez en los espacios en los
cuales dichos proyectos pueden y deben desarrollarse, no son
considerados los intereses comunes de los actores educativos.

Proyecciones para la discusión del bienestar: las políticas


hacia los docentes y los otros indicadores de calidad

Recientemente, después de largas luchas y un ingente


número de investigaciones, hemos sido testigos de las actuales
propuestas sobre el “bienestar docente”, en el marco de ley
de la “nueva carrera docente”. La actualidad de la discusión,
evidencia la relevancia de esta dimensión, a propósito de las
condicionantes estructurales que afectan el ejercicio docente,
y que han sido denominadas como Agobio Laboral Docente
(Colegio de Profesores, A.G., 2015), así como su necesidad, de
ser posicionada en el debate de políticas públicas en el ámbito
educativo. Uno de los ejemplos ha sido el Plan Maestro, docu-
mento acuerdo para superar décadas de precarización laboral
del profesorado (precursor al proyecto de ley sobre Carrera
Docente enviado este 2015), el cual señala que “las condiciones
del ejercicio profesional inciden en la salud de los docentes y

86
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

en el proceso de enseñanza-aprendizaje: las condiciones en


las que los docentes realizan sus labores afectan su estado de
salud, lo que repercute en su ánimo y capacidades, afectando el
proceso de enseñanza-aprendizaje de las niñas, niños y jóvenes”
(MINEDUC, 2014a, p. 60). Por lo tanto, se plantea favorecer
condiciones óptimas para los profesores, lo cual permite no sólo
beneficiarlos a ellos, sino también a los estudiantes.
Tomado como ejemplo de lo que ha sido el discurso hacia
el bienestar del profesorado, la lectura del Plan Maestro nos
permite visualizar algunos de los matices discordantes que tiene
la discusión en la política educativa actual. Por ejemplo, en el
mismo documento abundan referencias a considerar al profesor
como gran responsable de los procesos educativos y como un
ejercicio del apostolado, desconociendo la complejidad del pro-
ceso educativo. Planteado de esta forma, el texto sugiere que los
problemas de BS de los profesores obedecen a una problemática
personal susceptible de cambios a nivel individual, sin conside-
rar el excesivo número de horas destinadas a trabajo en aula y
al trabajo fuera de ésta, la falta de apoyo, la intensificación del
trabajo docente y el cambio en los roles, tecnificándolo y despro-
fesionalizándolo (Cornejo, 2012; Parra, 2005). Nos preguntamos,
en este sentido, de qué manera lo estructural se vincula con la
dimensión subjetiva o bien, seguimos considerando de forma
separada el BS y las condiciones para su realización.
Por otra parte, recientemente han sido objeto de la política
educativa los llamados “Otros Indicadores de Calidad” —en
adelante OIC—, los cuales representan “un conjunto de índices
que entregan información relacionada con el desarrollo personal
y social de los estudiantes de un establecimiento, de manera
complementaria a los resultados en la prueba SIMCE y al logro
de los Estándares de Aprendizaje. Así, estos indicadores amplían
el concepto de calidad de la educación al incluir aspectos que
van más allá del conocimiento académico” (MINEDUC 2014b,
2014, p. 3)12.

12. En el marco normativo vigente en que se inscribe esta propuesta, es

87
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

De esta forma, los OIC representan al menos una apertura


inicial hacia factores psicosociales que podrían ser relevantes
para el desarrollo de los procesos educativos. Estos indicadores
se construyen desde los datos obtenidos de cuestionarios anexos
a las pruebas SIMCE — indicadores de autoestima académica y
motivación escolar; clima de convivencia escolar; participación
y formación ciudadana; hábitos de vida saludable—; y desde
los registros del Ministerio de educación y de la Agencia de
Calidad —indicadores de asistencia escolar, retención escolar,
equidad de género, titulación técnico-profesional—.
La relevancia de estos indicadores para el bienestar educati-
vo, radica en que a la vez que definen qué elementos del ámbito
psicosocial son susceptibles de abordar, también delimitan su
influencia en la calidad de vida y, con ello, la necesidad de medirlos
para orientar la toma de decisiones. Por ejemplo, los indicadores
de autoestima académica y motivación escolar, definidos como,
autopercepción y autovaloración de los estudiantes sobre su
capacidad de aprender y sus actitudes hacia el aprendizaje/
logro académico, ambos son considerados como elementos
clave, para el desarrollo integral de niños y jóvenes, “pues no
influirían sólo en el rendimiento académico de los alumnos,
sino también en su salud, calidad de vida y nivel de bienestar”
(MINEDUC, 2014b, p. 18). Lo mismo se aprecia en el indicador
de clima de convivencia escolar, entendido como las percepcio-
nes y actitudes de todos los estamentos de la comunidad, con
respecto a la presencia de un ambiente de respeto, organizado y

preciso indicar que los OIC tienen las funciones de 1. entregar información
relevante a los establecimientos; 2. servir de insumo para la Ordenación de
los establecimientos educacionales; 3. identificar a los establecimientos que
requieren orientación y apoyo; 4. diseñar y evaluar políticas educativas. Sin
ser el propósito central de este escrito, conviene de todos modos expresar
que este nuevo desarrollo supone un paso más en el proceso de neolibera-
lización de la política educativa en Chile, toda vez que refuerza mecanis-
mos propios de la medición por estándares, examinación y ordenación de
instituciones escolares, rendición de cuentas y asignaciones por desempeño
(para una revisión detallada ver, p. e., Hargreaves & Shirley, 2009).

88
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

seguro en el establecimiento. En la misma línea, su pertinencia


se fundamenta en que “el clima de convivencia escolar afecta el
bienestar y desarrollo socioafectivo de los estudiantes e impacta
significativamente en la conducta, disposición y rendimiento
de los distintos actores de la comunidad educativa durante las
actividades escolares” (MINEDUC, 2014b, p. 28).
Creemos necesario ubicar este elemento emergente de la
política educativa nacional en un marco de prácticas sociocultu-
rales más amplias como lo es el capitalismo emocional (Illouz,
2007). Concretamente, sostenemos que el interés por generar
indicaciones de lo otro, es decir, aquello que escapa a los conte-
nidos escolares, representa un intento por configurar nuevos
mecanismos de control de la subjetividad. La objetivación y
cuantificación de elementos constitutivamente ambiguos y
ambivalentes como la autoestima, la motivación, la convivencia,
entre otros, promueve un cierto tipo de gerenciamiento edu-
cativo a la vida emocional de estudiantes y escuelas chilenas.
Esto representa el principio de funcionamiento básico del ca-
pitalismo emocional: situar la esfera emocional en las mismas
lógicas del mercado a través de relaciones de ganancia —pérdida
y medios— fines, lo cual permite transformarla en objeto de
cálculo y negociación.
En definitiva, lo que quisiéramos sostener en estas líneas, es
cómo el bienestar, en el marco normativo de los OIC, se asume
como un elemento a ser “afectado” por la presencia o ausencia
de ciertos indicadores —por cierto, medibles, individualizables
y estandarizables, y desde allí profundizar en las consecuencias
siempre planteadas en la dualidad positivas/negativas— de
desarrollar o no acciones en los ámbitos mencionados. Cree-
mos que siendo un elemento reciente de la política educativa
nacional, los OIC deben ser discutidos de modo abierto y am-
plio, especialmente en lo que refiere a las reales posibilidades
de aproximación e intervención en pos del bienestar de las
escuelas y de la calidad educativa, lo que sea que signifique esto
último. No debemos olvidar que la calidad aparece como un
discurso cerrado sobre sí mismo, pues no está del todo claro a

89
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

qué nos referimos con ella, pero resulta ser la única medida, en
el sentido estricto de la palabra, para tomar grandes decisiones
educativas en el país.
Lo mismo puede ocurrir con el bienestar en Educación: ¿o
es que acaso puede ser únicamente comprendido desde la medi-
ción por estándares? ¿O es que el estar-bien es la nueva forma
de gerenciamiento educativo, la cual permite clasificar, premiar
y castigar a las instituciones educativas en el actual momento
histórico de la educación chilena? Estimamos que la dimensión
del bienestar puede ser una ganancia teórica en términos de
comprensión de la subjetividad al interior de las instituciones
educativas, siempre y cuando realice una lectura situada y re-
lacione esa subjetividad con las condiciones de emergencia y
de existencia de la institucionalidad educativa y sus actores, y
desde aquí genere posibilidades para su transformación.

Referencias Bibliográficas

Adler, A. (2013). La educación positiva: un nuevo paradigma.


En Martínez, D., Ivanovic-Zuvic, F. y Unanue, W (Eds.).
La felicidad. Evidencias y experiencias para cambiar nuestro
mundo, (pp.267-276). Santiago: SONEPSYN.
Anderson, G. (2001). Hacia una participación auténtica: de-
construyendo los discursos de las reformas participativas
en educación. En M. Narodowski (Ed.) Nuevas tendencias
en políticas educativas. Buenos Aires: Temas/Fundación
Gobierno & Sociedad. Buenos Aires: Granica.
Apple, M. (2006). Educating the “right” way: Markets, standards,
God, and inequality. New York: Taylor & Francis.
Assael, J., Cornejo, R., González, J., Redondo, J., Sánchez,
R., & Sobarzo, M. (2011). La empresa educativa Chilena.
Educação y Sociedade, 32(115), 305–322. doi:10.1590/
S0101-73302011000200004.
Barrientos, J (2005). Calidad de vida, bienestar subjetivo: una
mirada psicosocial. Santiago de Chile: Universidad Diego
Portales.

90
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Bilbao, M. (2014). Tensiones y contradicciones para el desarrollo


del bienestar subjetivo en la escuela. En Oyanedel, J. C y
Mella, C (Eds.). Debates sobre el bienestar y la felicidad, (pp.
143-159). Santiago: Ril editores.
Bourdieu, P., Chamboredon, JC., & Passeron, JC. (2004). El
oficio del sociólogo. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Brunner, J., & Elacqua, G. (2003). Informe capital humano en
Chile. Santiago: Universidad Adolfo Ibáñez.
Colegio de Profesores de Chile, A. G. (2015). Informe de resultados
y conclusiones de mesa de agobio laboral docente. Recuperado
de: http://www.colegiodeprofesores.cl/images/noticias/
INFORME_DE_RESULTADOS_Y_CONCLUSIONES_DE_
MESA__1_.pdf
Cornejo, R. (2012). Nuevos sentidos del trabajo docente: Un
análisis psicosocial del bienestar/malestar, las condiciones de
trabajo y las subjetividades de los/as docentes en el Chile neo-
liberal. Tesis para optar al grado de Doctor en Psicología,
Universidad de Chile. Recuperado de http://tesis.uchile.
cl/handle/2250/111523
Díaz, G. (2001). El bienestar subjetivo: Actualidad y perspectivas.
Revista Cubana de Medicina General Integral, 17(6), 572-579.
Diener, E. (2000). Subjective well-being: The science of happiness
and a proposal for a national index. American psychologist
55(1), 34-43.
George, M. G., Guzman J., Flotts, M., Squicciarini, A., & Guz-
man, M. (2012). Salud mental en escuelas vulnerables:
evaluación del componente promocional de un programa
nacional. Revista de Psicología 21(2), 55-81.
González, P. (2014). Felicidad, subjetividad y desarrollo. En J. C.
Oyanedel, & C. Mella, Debates sobre el bienestar y la felicidad
(págs. 77-104). Santiago: RIL editores.
González, S., Campos, M., Cea, P., & Parada, C. (2010). Desarrollo
Humano, Oportunidades y Expansión de las Subjetividades:
Reflexiones a Partir del Informe de Desarrollo Humano
(2009) en Chile. Psicoperspectivas 9(1), 29-58.
Hargreaves, A., & Shirley, D. (2009). The fourth way: The inspiring

91
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

future for educational change. Thousand Oaks, CA: Corwin


Press.
Helliwell, J.F, Layard, R. & Sachs, J. (Eds.) (2013). World Happi-
ness Report 2013. New York: UN Sustainable Development
Solutions Network.
Illouz, E. (2007). Intimidades congeladas. Las emociones en el
capitalismo. Buenos Aires: Katz.
Maslow, A (1991). Motivación y personalidad. Madrid: Ediciones
Díaz de Santos, S.A.
MINEDUC (2014a). El plan maestro. Diálogos para la profesión
docente. Recuperado de http://www.elplanmaestro.cl/
wp-content/uploads/2015/03/Principios-y-Propuestas-
de-El-Plan-Maestro.pdf
MINEDUC (2014b). Otros indicadores de calidad educativa. San-
tiago de Chile: Unidad de Currículum y Evaluación.
OMS (2004). Invertir en la salud mental. Ginebra: Organización
Mundial de la Salud.
OCDE. Organización para la cooperación y el Desarrollo Econó-
micos (2013). Guidelines on measuring subjective well-being.
Recuperado de: http://www.oecd.org/estatistics/Guidelines
on Measuring Subjective Well-being.pdf
Parra, M. (2005). Condiciones de trabajo y salud en el trabajo
docente. Revista PRELAC 1, 135-145.
PNUD. (2009). Desarrollo humano en Chile: La manera de hacer
las cosas. Santiago: Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo.
PNUD. (2012). Desarrollo Humano en Chile Bienestar subjetivo:
el desafío de repensar el desarrollo. Santiago: Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo.
PNUD. (2015). Desarrollo Humano en Chile: Tiempos de la poli-
tizacion. Santiago: Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo.
PNUD & UNICEF. (2014). El papel de la educación en la forma-
ción del bienestar subjetivo para el desarrollo humano. Una
revisión al caso chileno. Recuperado de http://www.cl.undp.
org/content/chile/es/home/library/human_development/

92
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

el-papel-de-la-educacion-en-la-formacion-del-bienes-
tar-subjetivo.html
Ryan, R. M., & Deci, E. L. (2001). On happiness and human
potentials: A review of research on hedonic and eudaimo-
nic well-being. Annual Review of Psychology 52, 141–166.
Sen, A. (2000). Desarrollo como Libertad. Madrid: Editorial Planeta.
Sisto, V. (2013). Los peligros de la felicidad: sus silencios y
paradojas. En Instituto de Felicidad, Coca-Cola y RHM:
La felicidad en disputa. Santiago de Chile. Recuperado de
http://www.psiucv.cl/wp- Content/uploads/2014/01/
Sisto_Los_Peligros_de_la_Felicidad_-2013.pdf

93
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 7

Construyendo un modelo de
Calidad de Vida Escolar

Carlos Ossa1
Ingrid Quintana2
Rodolfo Mendoza3
Universidad del Bío-Bío

La calidad de vida es un concepto relevante hoy en día,


por estar centrado en la búsqueda del bienestar social de las
personas, considerando sus necesidades y derechos (Weintraub
& Bar Haim, 2009). Establece un marco de oportunidades para
el desarrollo de las personas y las comunidades, al considerar
elementos individuales como grupales —comunitarios—, que
permiten el reconocimiento del bienestar y la satisfacción de
la persona y de la comunidad en la que se inserta, como aspec-
tos fundamentales para la promoción en salud (De Vincezi &
Tudesco, 2009).
Si bien se ha trabajado el concepto tanto a nivel teórico
—buscando definirlo, caracterizarlo y modelar sus componen-
tes— como empírico —aplicando instrumentos y evaluando
las dimensiones de los modelos—, se observa que se busca
aplicar el modelo original al ámbito educativo, solo adecuando
sus dimensiones. Sin embargo, se plantea en este capítulo que,
sin desconocer la importancia de las propuestas tradicionales

1. Doctor (c) en Psicología. Académico Departamento de Ciencias de la


Educación. Universidad del Bío-Bío, Chile. Correspondencia dirigirla a:
cossa@ubiobio.cl
2. Doctora (c) en Educación, Planificación e Innovación Educativa. Académi-
ca Departamento de Ciencias Sociales. Universidad del Bío-Bío, Chile.
3. Magíster en Psicología Social. Académico Departamento de Ciencias So-
ciales, Universidad del Bío-Bío, Chile.

95
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

sobre calidad de vida, existiría un concepto propio de calidad


de vida escolar que no solo incorporaría aspectos de bienestar
físico y material, o condiciones psicológicas positivas para el
desarrollo de la persona, sino además, elementos interaccionales,
socioemocionales y culturales que son propios de los procesos
vinculados a la institución educativa. En relación a lo anterior,
se desea plantear que la calidad de vida escolar es un factor
de cambio individual y social, que permite el mejoramiento
de condiciones para la persona y la comunidad (De Vincezi &
Tudesco, 2009; Díaz Sánchez, 2001; Muntaner, 2013).
Es posible relacionar la calidad de vida escolar al concepto de
calidad educativa, ya que el logro de una calidad de vida escolar,
sería la base de una escuela que busca promover el desarrollo de
los estudiantes, docentes y personal del establecimiento educativo
(Muntaner, 2013), generando climas de convivencia adecuados,
entornos para un aprendizaje de calidad, condiciones para el
desarrollo saludable, respeto por la diversidad y articulación
con la comunidad para el logro de las políticas. Elementos que
ya han sido integrados en el nuevo modelo de calidad educativa
del Ministerio de Educación, MINEDUC (2013), y se señalan
como desafíos relevantes para la mejora educativa (OECD, 2010).
Es importante desarrollar un modelo de calidad de vida
en la escuela, ya que dos actores fundamentales del proceso
educativo, docentes y estudiantes, han demostrado grandes
dificultades respecto a su desarrollo y salud mental. En Chile,
los niños y adolescentes constituyen el 25,56% de la población
[4,41 millones de personas] (Ministerio de Desarrollo Social,
2014) de los cuales más de un tercio presenta algún trastorno
de salud mental diagnosticable en un periodo de 12 meses,
que en general están asociados a: disfunción familiar, ante-
cedentes de psicopatología en la familia, o no vivir con ambos
padres, y que en la mayoría de los casos no reciben atención
profesional (Vicente et al., 2012). Por su parte, los profesores
están expuestos a padecer del síndrome de quemarse en el tra-
bajo, el que se relaciona con: sobrecarga en el trabajo, conflictos
interpersonales en la comunidad laboral, monotonía y falta

96
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

de reconocimiento, la insatisfacción laboral, la falta de apoyo


social de los superiores y de los compañeros de trabajo, aparte
de lo que pueda experimentar asociado a temas extralaborales.

Calidad de vida y escolaridad

Existe un gran número de aproximaciones al concepto de


calidad de vida. La Organización mundial de la Salud, OMS (1996),
define la calidad de vida como la percepción del individuo de su
posición en la vida, en el contexto cultural y la esfera axiológica
en que vive, en relación con sus metas, objetivos, expectativas,
valores y preocupaciones. Esta perspectiva permite integrar las
influencias internas y externas desde la perspectiva del sujeto,
considerando su salud física, estado psicológico, interacciones
sociales y la relación que la persona establece con su entorno
(Jurado, 2009). Aunque existen numerosas propuestas sobre
el número y alcance de los dominios que componen este con-
cepto, se ha encontrado la existencia de cinco dimensiones que
se repiten en mayor medida en los distintos modelos teóricos
relacionadas a los llamados factores objetivos de la vida como
son: la salud, el bienestar material —condiciones de vida—, y
el empleo o cualquier otra forma de actividad productiva; y por
otro lado, a los llamados factores subjetivos, como el bienestar
emocional, y las relaciones familiares y sociales (Jurado, 2009;
Muntaner, 2013).
Estas dimensiones responderían a un proceso evolutivo
del concepto que habría ido complejizándose a lo largo de las
últimas décadas (Jurado, 2009; Singh & Junnarkar, 2015),
pues en un primer momento se habría visto como el conjunto
de condiciones objetivas de vida —como el ingreso y el acceso
a servicios—, para ser definido posteriormente como la satis-
facción del individuo con sus condiciones de vida, enfatizando
el aspecto subjetivo. Durante la década de los años ‘80 y ‘90
se desarrollaron modelos más equilibrados que lo concibieron
como la calidad de las condiciones de vida —aspectos objeti-
vos— más la satisfacción personal —aspectos subjetivos—;

97
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

hasta la actualidad en que es posible comprenderlo como el


nivel de calidad de las condiciones de vida, más la satisfacción
personal, y la asunción de valores de la persona en relación con
su cultura —como es el caso de la democracia y la autodeter-
minación— (Jurado, 2009; Schalock, 2000).
Para Keyes (2007) la salud mental de una persona sería la
comparación entre el bienestar social, el bienestar emocional
y el bienestar psicológico. El bienestar social está relacionado
con la aceptación social, contribución social, cohesión social e
integración social. El bienestar emocional se relaciona con los
afectos positivos y calidad de vida. Mientras que el bienestar
psicológico o funcionamiento psicológico positivo, estaría re-
lacionado con autoaceptación, crecimiento personal, propósito
en la vida, dominio del medio ambiente, autonomía y relaciones
positivas con los demás.
Si bien el concepto de calidad de vida ha ido logrando una
amplia penetración en el campo de las ciencias sociales y la
salud, últimamente se ha ido forjando un espacio relevante en
educación, pues es un modelo que permitiría desarrollar una
comprensión más amplia de los aspectos que requiere una co-
munidad para desarrollarse satisfactoriamente (Jurado, 2009;
Schalock, 2000). Actualmente pueden encontrarse modelos de
calidad de vida en educación relacionados fuertemente a eva-
luación de indicadores de bienestar/malestar en estudiantes y
docentes, en propuestas de educación ambiental y promoción
de ambientes saludables y, en propuestas de inclusión y promo-
ción de derechos de estudiantes con discapacidad (De Vicenzi &
Tudesco, 2009; Muntaner, 2013; Pedró, 2009; Verdugo, 2009;
Wehemeyer y Schalock, 2001; Zeballos, 2008) que proponen
incidir en la generación de cambios que promuevan mejoras en
las condiciones de participación y acceso a la educación de las
personas con discapacidad, como medio de mejoramiento de
sus indicadores de calidad de vida.
Así, su aparición en el campo educativo, debiera tener una
clara expresión en los procesos de planificación educacional y
en la construcción de políticas macroeducativas, que afecten

98
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

tanto a la estructura del sistema como al currículo, de manera


que estos grandes y relevantes ámbitos, sean funcionales y
contextualizados (Jurado, 2009), para permitir la provisión de
experiencias de aprendizaje significativas para los estudiantes
(Verdugo, 2001). No obstante, que permita también una ma-
yor vinculación de los docentes y funcionarios en el desarrollo
de los centros educativos; de ese modo, se podría generar una
influencia positiva en el incremento de la participación de los
todos los actores en los procesos y decisiones de la institución
(Jurado, 2009).
La aparición de modelos de calidad de vida en las ins-
tituciones educativas permitiría avanzar en el logro de una
educación integral, pues se abarcarían dimensiones relevantes
para el desarrollo de las personas, tanto en su individualidad
como en el desarrollo de relaciones sociales y metas académicas
(Muntaner, 2013). Se ha encontrado en algunos estudios, una
cercana relación entre calidad de vida, satisfacción escolar,
motivación al estudio, relaciones positivas con los docentes, y
logros académicos; y por el contrario, entornos escolares con
bajos indicadores de calidad de vida, han sido relacionados a
insatisfacción por la escuela, baja motivación, problemas con-
ductuales e interaccionales, y bajo rendimiento (Weintraub &
Bar Haim, 2009).
De la misma manera, estos modelos de calidad de vida
escolar podrían servir de referencia para el logro de cambios
y mejoras en la escuela (Muntaner, 2013), mediante el desa-
rrollo de estrategias y tareas que generen contextos escolares
que faciliten oportunidades de elección y la expresión de pre-
ferencias, las interacciones entre todos los alumnos, así como
entre ellos y sus profesores, el acceso a modelos positivos de
comportamiento adulto, y experiencias de éxito para todos los
estudiantes; así se amplían las experiencias de aprendizaje de
habilidades sociales que les permitan desarrollarse en su vida
cotidiana (Jurado, 2009; Verdugo, 2001).

99
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

La calidad de vida y su relación con el cambio escolar y


la calidad educativa

Desde los aportes de Gairín (2011), se desprende que el


cambio educativo es posible si conseguimos organizaciones más
abiertas y flexibles, lo cual exige una cultura de colaboración
por sobre el principio de competencia impuesto por los mode-
los clásicos de calidad orientados ciegamente al cumplimiento
de estándares, cuestión que en la práctica, se ha traducido en
el aislamiento del profesorado favoreciendo la distancia entre
profesores, estudiantes y familias, afectando la calidad de vida
educativa de sus miembros y la definición de propósitos ins-
titucionales pertinentes y su cumplimiento. En este sentido,
el cambio educativo supone nuevas y buenas prácticas, entre
ellas asumir explicita e implícitamente un conjunto de valores
compartidos y el levantamiento serio de las prioridades de cada
escuela, resultando fundamental en la gestión, generar instan-
cias y procedimientos orientados a develar la concepción que
han construido los docentes, estudiantes, otros funcionarios y
familias de su propio escenario educativo, de su realidad (Gairín
& Rodríguez, 2011) para de este modo construir la escuela que
se anhela, asumiendo la responsabilidad de sus resultados.
Las propuestas de aplicación del concepto calidad de vida
en la educación, han contribuido a que los centros escolares
puedan conocer mejor su realidad, juntamente con aspirar a
mejorarla, en un proceso dirigido a alcanzar un modelo de es-
cuela con niveles de calidad e inclusión (Muntaner et al., 2010).
La calidad de vida de los miembros de la comunidad educativa
depende en buena parte del reconocimiento e integración de las
identidades particulares y de los intereses de todos los partici-
pantes regulados por relaciones de solidaridad y cooperación
(Martínez, 2000). Así, la escuela debe reconocer en su interior
la presencia de diferentes maneras de entender el mundo, por
parte de los adolescentes y adultos, y como señala el mismo
autor, relacionar los intereses individuales con acciones peda-
gógicas orientadas al logro de competencias, que permitan a

100
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

las personas alcanzar condiciones y estándares que permitan


un nivel de vida digno.
El cambio educativo invita a superar la dimensión indivi-
dual que ha caracterizado tradicionalmente la actuación de los
profesores, expuestos a responder a prescripciones normativas
reformistas orientadas a la calidad o cumplimiento de estándares
nacionales e internacionales (Gairín, 1996). Lo anterior impli-
caría contar con un modelo de escuela flexible, donde se puedan
desarrollar diferentes itinerarios curriculares y de aprendizaje,
algunos escolares y otros no exclusivamente escolares, pero que
permitan atender especialmente al incremento en los niveles de
motivación y superación de los alumnos; requiriéndose de una
gestión educativa compleja e integradora, que pueda ocuparse
de la interacción entre la institución y el individuo, entre papel
y personalidad, entre expectativas burocráticas, necesidades y
disposiciones personales, de acuerdo con esta perspectiva de
naturaleza interdisciplinaria, la institución educativa está con-
cebida como un sistema abierto (Sander, 1996) para que pueda
dar respuesta a las complejas y dinámicas necesidades de este
siglo y dar cumplimiento a la calidad deseada, lo cual no ha sido,
en ocasiones, fácil ni claro (Martínez, 2000; Valdebenito, 2011).
En suma, se avanza a un concepto de la calidad en educación
que sienta las bases para promover decididamente aspectos
objetivos y subjetivos, desafío que insta a las escuelas a pro-
mover no sólo los resultados de aprendizaje prescritos desde
los estándares nacionales e internacionales (OECD, 2010),
sino también a promover decididamente la comunicación,
convivencia, respeto a la diversidad, relaciones interpersonales,
participación democrática, entre otros, requiriéndose enton-
ces nuevas formas de actuación y el diseño de estrategias de
promoción de lo que proponemos es la calidad de vida escolar,
concepto que respondería a las particularidades de escenarios
educativos que aseguren el bienestar de los integrantes de la
comunidad educativa como también a asumir la prevención de
factores de riesgo.
De lo anterior se desprende que la calidad de vida en la escuela,

101
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

dependerá de las orientaciones e implementación de políticas


ministeriales, de la gestión participativa de cada centro escolar
y de la calidad de las interacciones de sus miembros, resultando
fundamental la coherencia entre las metas institucionales y
el bienestar subjetivo de la comunidad educativa. Sumado a
lo anterior, en la actualidad, los elementos que componen el
modelo de calidad que ha desarrollado el Ministerio de Edu-
cación (MINEDUC, 2013), para ser promocionado y evaluado
por la agencia de calidad, incorpora no sólo aspectos objetivos
que tradicionalmente se han asociado a calidad educativa, sino
también incorpora elementos subjetivos e intersubjetivos —
como la convivencia escolar, el enfoque de género, autoestima,
participación y formación ciudadana—, que en complemento
con los primeros, pueden dar una visión mucho más completa
del fenómeno.
Braslavsky (2006) a su vez, nos señala la existencia de
elementos que debieran caracterizar a una educación de calidad
para todas las personas en el siglo XXI, centrados en: el foco
en la pertinencia personal y social, la convicción, la estima y la
autoestima de los involucrados, la fortaleza ética y profesional
de los maestros y profesores, la capacidad de conducción de los
directores e inspectores, el trabajo en equipo dentro de la escuela
y de los sistemas educativos, las alianzas entre las escuelas y los
otros agentes educativos, el desarrollo de un currículo en todos
sus niveles, la cantidad, calidad y disponibilidad de materiales
educativos, la pluralidad y calidad de las didácticas, y, materiales
básicos e incentivos socioeconómicos y culturales.

Elementos centrales de un concepto de calidad de vida


escolar

Desde una perspectiva sistémica, se puede plantear el mo-


delo conceptual de la calidad de vida como una relación entre
un Microsistema —valoración personal—, un Mesosistema
—evaluación funcional—, más un Macrosistema —indicadores
sociales— (Schalock & Verdugo en Muntaner et al., 2010). Más

102
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

que una propuesta finalizada, nuestra intención es señalar algunos


elementos que se debieran tener en cuenta para establecer un
modelo conceptual que permita comprender la complejidad del
fenómeno, al tiempo que se logren identificar las dimensiones
centrales para su evaluación e intervención en la realidad escolar;
así el modelo que se propone simplifica la interacción entre los
diferentes actores de la comunidad educativa, integrando en él
también los aspectos regulatorios.

Modelo sistémico de calidad de vida en la escuela

Figura 1. Elaboración original.

El marco regulatorio considera todas aquellas normas,


regulaciones, prescripciones legales y políticas necesarias
para que un establecimiento funcione, sentando las bases de
las interacciones entre los diferentes actores de la comunidad
educativa. La escuela considera la cultura de la organización,
los procedimientos, la gestión educacional, la implementación
de políticas de convivencia, comunicación y trabajo en equipo
entre profesores, asistentes y personal de apoyo; así mismo las
características físicas y de infraestructura. Los profesores por su

103
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

parte, encarnan el marco regulatorio y la escuela, en definitiva


son quienes aplican lo mencionado en los párrafos anteriores;
no es el objetivo de este trabajo profundizar en la importancia
de cómo ciertos factores como la edad, características de per-
sonalidad, la presencia del síndrome de quemarse en el trabajo,
la sobrecarga laboral de trabajo, entre otros, pueden afectar las
interacciones que establecen con la escuela y los alumnos; sin
embargo es necesario tenerlos en cuenta como un factor de
riesgo para el bienestar de esa población.
Los estudiantes por su parte, interactúan por sí solos, o
con los profesores, y principalmente, a través de estas interac-
ciones, con la escuela. Este grupo es crucial, porque es el que
se transforma en parámetro del desarrollo del niño, el apoyo
social que se pueda obtener de los pares, permitirá valorar bien o
mal una situación de interacción entre el niño y sus profesores,
o la interacción con este último, será retroalimentación para
valorar su interacción con sus pares. Hay además un espacio
de interacción personal entre el alumno y el profesor, el cual se
da como un espacio íntimo y de subjetividad privada, que está
marcado por las características de personalidad del niño y sus
experiencias de vida previas.
En relación a esto, también la familia interactúa con la
escuela a través de los profesores, el niño y las evaluaciones
que haga éste del desempeño de sus pares y profesores en la
convivencia, siendo el predisponente primario al proceso de
aprendizaje y la convivencia con los pares y profesores, en re-
laciones de participación activa y colaboradora. Las personas
deben ser la preocupación principal en este modelo de calidad
de vida educativa, puesto que las valoraciones que se tengan de
la interacción entre alumnos, entre profesores y entre alumnos
y profesores, contribuirá en parte a su forma de interactuar,
transformándose en una permanente influencia en su propia
conducta, y en una forma de impactar a sus pares y profesores.
Para finalizar, debemos señalar que el modelo de calidad
educativa propuesto, apunta a favorecer los resultados de apren-
dizaje de los estudiantes, en equilibrio con las capacidades de la

104
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

escuela, para conducir su propia mejora o cambio, resultando


clave la apertura, flexibilidad, la participación y el diálogo de
la comunidad educativa. Es preciso señalar además, que esta
propuesta es aun teórica, faltando su validación empírica, y su
testeo en las diversas realidades escolares, como además en
diferentes niveles educativos.

Referencias Bibliográficas

Braslavsky, C. (2006). Diez factores para una educación de calidad


para todos en el siglo XXI. Revista Electrónica Iberoamericana
sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación 4(2), 84-101.
De Vincezi, A., & Tudesco, F. (2009). La educación como proceso
de mejoramiento de la calidad de vida de los individuos y
de la comunidad. Revista Iberoamericana de Educación 49(7).
Diaz Sánchez, J. (2001). Juventud y calidad de vida. La forma-
ción como proyecto para mejorar la calidad de vida en los
jóvenes. Cuestiones Pedagógicas 15, 25-43.
Gairín, J. (1996). La organización escolar: contexto y texto de
actuación. Madrid: La Muralla.
Gairín, J., & Rodríguez, D. (2011). Cambio y Mejora en las
Organizaciones Educativas. Revista Educar 47(1), 31-50.
Jurado, P. (2009). Calidad de vida y procesos educativos. Revista
de Educación Inclusiva 2(2), 1-13. Recuperado de: http://
www.ujaen.es/revista/rei/linked/documentos/documen-
tos/3-6.pdf
Keyes, C.L.M. (2007). Promoting and predicting mental health
as flourishing: A complementary strategy for improving
national mental health. American Psychologist 62(2), 95-102.
Martínez, M. (2000). Reflexiones sobre el modelo escolar y la
calidad de vida del educando con dificultades para el logro
de éxito. Adenda a la ponencia 4. XIX Seminario Interuni-
versitario de Teoría de la Educación “Educación y Calidad de
Vida”. Universidad Complutense de Madrid.
Mineduc. (2013). Modelo de Calidad de la Gestión Escolar. Go-
bierno de Chile: Santiago. Recuperado de: http://www.

105
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

agenciaeducacion.cl/wp-content/uploads/2013/02/Mo-
delo-de-Calidad-del-Gesti%C3%B3n-Escolar.pdf.
Ministerio de Desarrollo Social. (2014). Política Nacional de
Calle. Gobierno de Chile: Santiago. Recuperado de: http://
www.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/plancalle/docs/
Politica_Nacional_Calle_2014.pdf
Muntaner, J., Forteza, D., Rosselló, M.R., Verger, S., & De la
Iglesia, B. (2010). Estándares e indicadores para analizar la
calidad de vida del alumnado con discapacidad en su proceso
educativo. Edicions UIB. Cas Jai. Campus universitari: Illes
Balears
Muntaner, J. (2013). Calidad de vida en la escuela inclusiva.
Revista Iberoamericana de Educación 63, 35-49.
OECD. (2010). Improving health and social cohesion through edu-
cation. Centre for Educational Research end Innovation.
Recuperado de: http://www.oecd.org/edu/ceri/improvin-
ghealthandsocialcohesionthrougheducation.htm#2
Organización Mundial de la Salud. (1996). WHOQOL-BREF:
Introduction, administration, scoring and generic versión of
the assesment, field trial version. Geneva: World Health
Organization.
Pedró, F. (2009). El bienestar infantil y la calidad de vida escolar.
Cuadernos de pedagogía 394, 14-15.
Sander, B. (1996). Gestión Educativa y Calidad de Vida. En
Benno Sander, Gestión educativa en América Latina: cons-
trucción y reconstrucción del conocimiento, cap. 3. Buenos
Aires: Editorial Troquel.
Schalock, R. (2000). Three decades of quality of life. Focus on
Autism and Other Developmental Disabilities 15(2), 116-128.
Singh, K., & Junnarkar, M. (2015). Correlates and predictors of
positive mental health for school going children. Personality
and Individual Differences 76, 82-87.
Valdebenito, L. (2011). La calidad de la educación en Chile ¿Un
problema de concepto y praxis? Revisión del Concepto cali-
dad a partir de dos instancias de movilización estudiantil.
Revista del Centro Telúrico de Investigaciones Teóricas 1, 1-25.

106
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Verdugo, M.A. (2009). El cambio educativo desde una perspec-


tiva de calidad de vida. Revista de Educación 349, 23-43.
Vicente, B. Saldivia, S., de la Barra, F., Melipillán, R., Valdivia,
M., & Kohn, R. (2012). Salud mental infanto-juvenil en
Chile y brechas de atención sanitarias. Revista Médica de
Chile 140(4), 447-457.
Wehmeyer, M. L., & Schalock, R. (2001). Self-determination and
quality of life: Implications for special education services
and supports. Focus on Exceptional Children 33(8), 1-16.
Weintraub, N., & Bar-Haim, A. (2009). Quality of Life in School
(QoLS) Questionnaire: Development and Validity. The
American Journal of Occupational Therapy 63 (6), 724-731.
Zeballos, M. (2008). La educación ambiental y la calidad de vida
en la escuela. La experiencia del Fe y Alegría 43 - La Salle.
Educación 17(32), 81-90.

107
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 8

Educación emocional: una real discapacidad

Patricia Morales1
Yanina Gutiérrez2
Universidad Católica del Maule

El presente capítulo es un ejercicio reflexivo acerca de la


discapacidad intelectual como categoría diagnóstica discutible,
desde la perspectiva de la construcción social. Se abordan las
implicancias para la educación inclusiva, desde las dimensiones
del cuerpo y emociones. El texto pretende aportar a una visión
crítica, considerando una variedad de modelos que sustentan
diversas concepciones acerca de la discapacidad. Surge así la
revisión en torno a la temática de la educación y la discapacidad.
Se pone énfasis en la interacción humana y las emociones como
elemento transformador. Se trata de plantear una reflexión
respecto de algunas representaciones que se configuran sobre
personas que son catalogadas como discapacitadas intelectual
o cognitivamente.
El primer cuestionamiento es hacia la forma de concebir
la discapacidad intelectual que como sociedad se asume. Es
necesario en primer lugar revisar de qué se trata o cómo se en-
tiende la discapacidad en general y discapacidad intelectual en
particular. Se plantea en la discusión teórica, algunos elementos
que permiten cuestionar o al menos reflexionar acerca de la ex-
clusión, discriminación o rechazo como fenómeno psicosocial.

1. Magíster en Educación, mención en Curriculum y Administración. Acadé-


mica Departamento de Psicología, Facultad de Ciencias de la Salud. Universi-
dad Católica del Maule, Talca, Chile. Correspondencia dirigirla a:
pmorales@ucm.cl
2. Magíster en Psicología Comunitaria. Académica Departamento de Psicolo-
gía, Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad Católica del Maule, Talca.

109
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Finalmente, desde una perspectiva optimista dejar propuestas


que tiendan a un cambio de mirada centrado en la educación
inclusiva, esbozando algunas conclusiones al respecto.

Concepciones de ser humano

No es posible abordar una temática tan sensible sin sumer-


girse al menos en unas cuantas palabras, en la concepción de ser
humano para fundamentar las bases de la discusión y el análisis.
Maturana (1991) plantea que los seres vivos tienen dos dimen-
siones de existencia. En esta afirmación hace referencia por una
parte, a la estructura fisiológica de los seres vivos y, por otra, a
sus relaciones con otros. Es esta sumatoria de dimensiones lo
que constituye nuestra existencia como totalidad. En palabras
del mismo autor “lo que nos constituye como seres humanos es
nuestro modo particular de ser en este dominio relacional donde
se configura nuestro ser en el conversar, en el entrelazamiento
del “lenguajear” y emocionar” (Maturana, 1991, p. 23).
El papel de las emociones en las acciones humanas se ha
constituido en un factor extensamente estudiado, no obstante
reiteradamente olvidado en distintos ámbitos y en particular
desvalorizado en nuestra cultura escolar y en contraposición a
lo “racional” (Ibáñez, 2002). De ahí la importancia sustancial de
las relaciones humanas, las que pueden ser saludables y permitir
una convivencia armónica con el otro o coexistir en la amargura
de la interpelación permanente que niega al otro (Maturana,
1991). En este mismo sentido Naranjo (2007) afirma que “la
fuente de todos los males de nuestra sociedad y lo que nos ha
llevado a la crisis actual es nuestra limitada capacidad para las
relaciones sociales saludables” (p. 86).

Cognición y emoción

El ser humano se construye en la relación permanente


entre razón y emoción. Siguiendo con Maturana (1997) no hay
acción humana sin una emoción que la funde como tal y la haga

110
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

posible como acto. Enfatiza que es en esta interacción recursiva


con otros donde surge la experiencia de las emociones, donde
el ser humano se construye como tal en la convivencia. En este
sentido, plantea que no es la razón lo que nos lleva a la acción
sino la emoción. Los seres humanos no son seres racionales por
excelencia, lo que nos guía es la emoción (Maturana, 1991).
Como sociedad, sin embargo, privilegiamos el mundo de las
ideas y le asignamos un valor que posibilita diferenciar entre las
personas de acuerdo a cuan inteligentes son. Nuestros sistemas
educativos premian el desarrollo cognitivo, transformándose,
a veces, en el sentido de la educación.
Pero, como plantea Naranjo, “surge entonces la necesidad de
revisar algunas ideas acerca de la educación, sobre todo cuando
habiéndose vertido tantas palabras, estudios y reflexiones al
respecto, solo hay una conclusión en la que muchos coinciden,
y es que la educación está en “crisis” y ésta no es un fenómeno
aislado, sino el reflejo del funcionamiento de una sociedad
completa en crisis” (Naranjo, 2007, p. 179).
La cuestión central que surge al analizar las problemáticas
educativas, es que éstas van más allá de los recursos, las polí-
ticas públicas, las metodologías, etc. El origen del problema es
que la educación “es esencialmente una educación patriarcal,
lo que implica no sólo que está al servicio de un autoritarismo
tácito —que pervierte nuestras intenciones democráticas—
sino que conlleva una tiranía de lo racional sobre lo afectivo y
lo instintivo” (Naranjo, 2007, p. 180). Por otra parte, Maturana
sostiene que si bien pertenecemos a una cultura que habla del
amor, no obstante, “lo niega en la acción”. Lo que se transforma
en una dicotomía permanente y que se expresa en la educación
que se entrega actualmente (Maturana, 1991, p. 54).
En relación al concepto de capacidad, es interesante plan-
tear que la existencia humana individual se origina a partir de
la convivencia humana. Estas ideas convierten la educación
y el acto de educar, en un acontecimiento trascendental en el
desarrollo de un individuo, dado que es la interacción lo que en
definitiva constituye al ser humano, más que una determinación

111
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

del organismo (Maturana, 1997). Desde esta perspectiva, el


organismo biológico no tiene disfunciones, solo es diferente.
Es en el espacio de las relaciones humanas donde se produce
la limitación. Esta idea permite ver al otro en todas sus di-
mensiones como un ser completo, único y con potencial: “La
enfermedad o la limitación no pertenecen a la biología sino
que a la relación desde la cual el ser humano considera que un
organismo, un sistema, u otro ser humano, no satisfacen cierto
conjunto de expectativas (…) solamente en la medida en que
aceptemos la legitimidad de la biología del otro, vamos a poder
darnos cuenta del espacio en el cual le estamos pidiendo que
sea distinto de lo que es, y vamos a darnos cuenta del espacio
posible de encuentro con el otro en su legitimidad y no en su
negación” (Maturana, 1997, pp. 284-285).
Ser diferente no puede convertirse en un factor de des-
igualdad (Morales, 2014). A pesar de que existe legislación y
algunas políticas públicas básicas respecto de la situación de
discapacidad en nuestro país, es claro que persiste una constante
discriminación y exclusión en los espacios públicos respecto de
las personas que poseen diferencias en diversos aspectos. En
particular este escrito refiere a la diferencia cognitiva, llamada
discapacidad intelectual.
De acuerdo a las clasificaciones adoptadas en Chile desde
el 2010 se cambia el concepto de “retardo mental” por el de
“discapacidad intelectual”, asumiendo las recomendaciones de
la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la American
Association on Intellectual and Depelopmental Disabilities
(AAIID). Este concepto es utilizado tanto en el Ministerio de
Salud como en el de Educación, estimándose que en Chile la
cantidad de personas con discapacidad intelectual —o cognitiva—
constituye alrededor de un 9% de la población (Fonadis, 2005).
Como acciones desde la política pública nacional hacia la
población discapacitada, se encuentra la formación del Servicio
Nacional de Discapacidades, creado el año 2010, a propósito de
la promulgación de la ley 20.422 que establece normas sobre
igualdad de oportunidades e inclusión social de personas con

112
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

discapacidad. Al respecto, en el Artículo 5 de dicha ley se defi-


ne “persona con discapacidad como aquella que teniendo una
o más deficiencias físicas, mentales, sea por causa psíquica o
intelectual, o sensoriales, de carácter temporal o permanente,
al interactuar con diversas barreras presentes en el entorno, ve
impedida o restringida su participación plena y efectiva en la
sociedad, en igualdad de condiciones con las demás”.
Existe, desde la protección social, una legislación para las
personas portadoras de una discapacidad, que les permite recibir
ciertos beneficios. Para esto, la persona debe estar inscrita en el
Registro Nacional de Discapacidad, cuestión que se logra luego
de que una comisión experta avala el diagnóstico hecho por un
médico, quien determina el grado y tipo de discapacidad que
presenta. Desde el Ministerio de Salud, se incorpora en la red
de trabajo denominada Rehabilitación con Base Comunitaria
(RBC), entre otras, a las discapacidades intelectuales, siendo
su principal foco las discapacidades físicas. Cabe mencionar,
que el área de salud en nuestro país tiene un rol relevante en
la certificación para el ingreso al registro de discapacidad. La
persona registrada posee una credencial o carnet de discapacidad.
En el ámbito de la Educación en nuestro país, la Educación
Especial data de 1852, fecha en que se crea la primera escuela
para niñas y niños sordos de América Latina y en 1928 surge
la primera escuela para niños con deficiencia mental (Godoy,
Meza & Salazar, 2004). De acuerdo a las mismas autoras, des-
de sus inicios la Educación Especial —en Chile— ha estado
estrechamente vinculada con las ciencias de la medicina y la
psicología. Si se revisa la configuración de las escuelas especiales
en nuestro país a lo largo del tiempo, se observa una mejora
en la organización y uniformidad en los criterios y programas
escolares de esta modalidad educativa.
En Chile, las Escuelas Especiales tienen como límite máximo
de edad para la permanencia de personas con discapacidad, los 24
años, y si existen situaciones excepcionales se puede prolongar
hasta los 26 años. Luego de este tiempo, no hay claridad respecto
de la acción del Estado, en concreto se promueve la inserción

113
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

laboral bajo ciertas condiciones, pero ello no siempre es así. Más


bien las instituciones privadas sin fines de lucro, constituidas
por familiares de personas discapacitadas desarrollan una serie
de acciones que tratan de suplir lo que el Estado no satisface.

Discapacidad, cuerpo, emociones e inteligencia

Las discusiones acerca del concepto de discapacidad como


hoy se entiende, tiene sus aproximaciones desde una noción
bastante desfavorable, planteada por Vygotski en su trabajo los
Fundamentos de Defectología, escritos de 1924 a 1935, donde
utiliza este término para referirse a una variedad de deficiencias
sensoriales, cognitivas, físicas, etc. No obstante, lo planteado
por Vygotski debe ser situado y comprendido en el contexto
socio-histórico de la época (Salas, Gallegos & Caycho, 2014).
El concepto de discapacidad viene a reemplazar el de mi-
nusvalía, teniendo detrás la idea de que hay capacidades que la
persona no puede desarrollar por diferentes circunstancias, esto
quiere decir literalmente que la persona no tiene capacidades.
Como sustrato de esto, existe un presupuesto esperado social-
mente respecto de cómo las personas se deben desenvolver en
el medio, un criterio de normalización.
Al hacer una somera mirada histórica al concepto de disca-
pacidad, de acuerdo a Pedraza (2010), en la sociedad occidental
subyace el mito de Hefesto, quien siendo un dios era cojo.
Desde la lectura del mito, dice el autor, emerge el concepto de
dependencia, ser humano dependiente, en contraposición a la
idea de persona autónoma e independiente. En este sentido,
refiere que la discapacidad se encuentra más cerca del polo de
la animalidad. Esto es refrendado por Goffman (2006) cuando
dice que la persona que tiene un estigma no es considerada
totalmente humana. Igualmente, Pedraza (2010) observa la
presencia de emociones subyacentes, la vergüenza y el asco,
son base dice él, para la conformación de una cultura de la
discapacidad. Vergüenza del que es señalado como diferente
y asco del que señala al anterior. Nussbaum (2006) confirma

114
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

lo descrito, sumando que hay una ficción pública de que existe


una clara línea divisoria que separa a los “normales” de los “es-
tigmatizados”, esto, a su vez, refrenda a Goffman (2006) para
quien al final unos son parte de los otros.
Ferreira (2011), refiere que la discapacidad implica un
estigma, lo cual ya ha sido referenciado por el mencionado
Goffman (2006) y por Le Breton (2002). Este último dice al
respecto que ese estigma sería “un motivo sutil de evaluación
negativa de la persona” (p. 77). El mismo autor plantea que en
realidad hablamos de “ser” discapacitado, más que “tener” una
discapacidad, situación que lleva a plantearse si finalmente el
centro de interés o lo fundamental de la persona pasa a ser la
discapacidad, la diferencia, la cual invisibiliza todas las demás
características que posee.
Estas ideas quedan ejemplificadas en los movimientos de
discapacitados en Estados Unidos, que a partir del análisis de la
discapacidad reflejada en los medios de comunicación, descri-
ben diez estereotipos comunes: persona lastimosa y patética,
como objeto de curiosidad o violencia, siniestra o diabólica,
hiper lisiada, ridícula, como una carga, asexuada, incapaz de
participar de la vida cotidiana (Barnes, 1991; citado en Toboso
& Guzmán, 2010).
Es interesante retomar la idea de autonomía, sobre la cual
habría un mito del ciudadano como adulto independiente, com-
petente, un ideal de la perfección e independencia. En realidad,
se nace dependiente y en la vejez se necesita de diversas formas
de asistencia, temporalmente se cuenta con periodos de mayor
autonomía, sin embargo hay variabilidad en estos niveles de
dependencia (Nussbaum, 2006). Si de dependencia se trata,
todas las personas, —algunas en mayor o menor medida—,
necesitan de otras para desplazarse, proveerse, cuidarse, etc., sin
caer necesariamente en la categoría de “discapacidad”. Esto es
de especial interés al vincularlo con la discapacidad intelectual,
donde el aspecto central del déficit apunta a la inteligencia,
donde dependiendo del grado de hándicap existente, se hablará
de mayor o menor autonomía.

115
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Al concepto de autonomía se opone el de heteronomía, vin-


culado a Kant (1978) para especificar que cuando las personas
pierden la capacidad de autodeterminación de la conducta, esa
conducta no tiene valor moral. De acuerdo a Abergo (2008), la
heteronomía caracteriza las relaciones de ejercicio unilateral de
poder en la sociedad. Moralidad, inteligencia y autonomía apa-
recen vinculadas, mientras más déficit intelectual se presente,
menos autonomía tendría, y mayor heteronomía, porque ade-
más se presentaría una disminución de la capacidad moral. Al
parecer habría una dicotomía entre autonomía y heteronomía,
cuestión que en la vida cotidiana ocurre como una trayectoria,
en un continuo, las acciones no siempre están definidas por las
determinaciones internas, sino que mucho de ello tiene que ver
con el respeto al orden y normas sociales. Esto, trasladado al
plano de la discapacidad intelectual, parece también idealizado,
como si la normalidad implicara siempre un comportamiento
autónomo, y que la discapacidad a su vez, conllevara todo el
tiempo la heteronomía.
De acuerdo a Tamburrino (2009), la inteligencia está tan
poco definida, que permite que se globalice toda la vida de los
sujetos a partir de un déficit en este ámbito: sus emociones,
habilidades, voluntades, saberes, movimientos, posturas, moral
y su posibilidad de ser autónomo. Esta misma autora propone
que la inteligencia es una tecnología política que posibilita
diferenciar a las personas y producir desigualdad social, idea
que antes ya había desarrollado Foucault (2000) al hablar de
tecnologías del poder como parte de la biopolítica. Además, la
inteligencia tiene una valoración y se encuentra legitimada por
el saber y la práctica científica.
Prueba de esto es todo el proceso psicométrico que invo-
lucra su determinación, situación validada por los manuales de
clasificación diagnóstica —DSM V3 y CIE 104— de amplio uso
en Chile. A partir del circuito que se despliega desde la falta de

3. DSM V. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.


4. CIE 10. Clasificación Internacional de Enfermedades.

116
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

inteligencia, lo cual acarrea déficit en múltiples ámbitos —len-


guaje, abstracción, lógica, control de impulsos, etc—, se asimila
al que porta esta carencia con la condición infantil, primitiva o
animal (Tamburrino, 2009).

Discapacidad y el modelo social

La cuestión que hoy se está discutiendo es que la “discapa-


cidad” ha sido relevada como una cuestión biológica, orgánica,
“algo no funciona dentro de lo esperado”, quitándole el peso de
construcción social asociada a esta categoría. En este sentido,
Preciado (2011), dice que en el cuerpo discapacitado el grado
de opresión disciplinaria ha sido tan fuerte que resulta difícil
de comprender que la discapacidad es una construcción cul-
tural. Al final se termina viendo y aceptando como normal un
sustrato puramente fisiológico de la discapacidad (Rodríguez
& Ferreira, 2010a).
Respecto a lo anterior, la aceptación de lo puramente
biológico de la discapacidad, correspondería a una forma
de enfrentamiento ligada al “modelo médico rehabilitador”,
imperante en nuestro país y concordante con las políticas de
educación especial a nivel nacional. En este modelo, el cuerpo
es sólo el sustrato que sostiene la diferencia biológica de los
sujetos, luego de esto, el cuerpo desaparece y sólo permanece la
categoría designada. A partir de lo anterior se desprende que el
diagnóstico y el tratamiento son realizados de forma individual,
lo cual visibiliza una mirada reduccionista del asunto.
Frente a esta posición, aparece en otros países la concep-
ción del “modelo social” que entiende que el ambiente es el
que discapacita a las personas al no ser capaz de integrarlas,
las excluye e invisibiliza (Ferreira, 2008). La filósofa nortea-
mericana Martha Nussbaum (2006) se refiere al concepto de
discapacidad como un impedimento en algún área o áreas de la
función humana que puede existir sin la intervención humana,
pero sólo se convierte en discapacidad cuando la sociedad lo
considera de cierta manera.

117
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Los trabajos de varios autores acerca de la discapacidad como


una categoría socialmente construida, y los estudios acerca de la
opresión subyacente, resultaron ser un incentivo revolucionario
para los colectivos de personas con discapacidad, permitiendo,
además, que comenzara a surgir una identidad positiva de la
discapacidad (Toboso & Guzmán, 2010).
El modelo social de discapacidad, emerge primariamente a
fines de la década de los ‘60 entre Estados Unidos e Inglaterra
(Palacios, 2008). Específicamente Hunt, en el año 1966 (citado
en Toboso & Guzmán, 2010), plantea el paradigma del mode-
lo5. Hasta esos años se consideraba como una anormalidad,
un problema para la sociedad, una tragedia personal. En esta
misma época se genera un “movimiento de vida independien-
te”, impulsado por activistas discapacitados que comienzan a
hacer planteamientos políticos acerca de sus derechos civiles.
Ellos desarrollan críticas a lo biomédico, a la patologización, a
la perspectiva psiquiátrica tradicional, abogan por la desme-
dicalización y la desinstitucionalización, considerando que el
entorno es el discapacitador.
Respecto de los movimientos de vida independiente, es
interesante mencionar que para algunas autoras (Morris, 1996,
citado en Palacios, 2008; Preciado, 2011; Tamburrino, 2009), y
para activistas discapacitados (Palacios, 2008), habría una simi-
litud en las demandas y situación de los discapacitados y otros
movimientos relacionados por ejemplo con las demandas del
movimiento feminista. En particular, la historia de la construc-
ción del cuerpo discapacitado tiene elementos comunes con la
historia de la construcción del cuerpo homosexual y transexual,
en este aspecto, apela a la defensa del derecho a ser somática y
psíquicamente distintos (Preciado, 2011). Existirían similitudes,
desde el punto de vista de esta autora, en la politización desde

5. De acuerdo con el modelo social, se puede concebir la discapacidad como


una interacción problemática entre la persona con una deficiencia y el en-
torno diseñado, sin tener en cuenta, o en contra de esa deficiencia (Hunt,
1966, citado en Toboso & Guzmán, 2009).

118
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

los ‘70 y los ‘80 entre el movimiento de despatologización de los


discapacitados y movimientos sobre intersexualidad, incluso,
dice ella, habría similitudes en los protocolos técnicos —médi-
cos— que posibilitan la clasificación diagnóstica.
Retomando la idea del modelo social, éste se ha constitui-
do, en otros países, en una forma de mirar la discapacidad que
permite la inclusión, no obstante existen críticas significativas
desde los mismos activistas discapacitados, que se relacionan,
entre otras cosas, con el rechazo al concepto de “dis-capacidad”,
el que se traduce como “personas sin capacidad” (Rodríguez &
Ferreira, 2010a).
Otra crítica al modelo social, es la dicotomía entre lo social
y lo biológico, abandonando el cuerpo, el cual queda relegado a
ser sólo el sustrato. Sin embargo, es el cuerpo el que es clasifi-
cado, rechazado, jerarquizado en sus capacidades funcionales.
En este sentido, es este el cual queda en manos de dictámenes
y prácticas de la ciencia médica y no es puesto en escena como
elemento fundante del conflicto por la integración social (Fe-
rreira, 2009).
De acuerdo a diversos autores (Hughes & Paterson, 2008;
Shakespeare & Watson, 1997) la afirmación de que el cuerpo
debe estar presente como factor central en los estudios y dis-
cursos acerca de la discapacidad, se vuelve fundamental. La
desbiologización de la discapacidad, como estrategia del modelo
social, hace que el cuerpo se pierda como construcción social,
histórica, como espacio subjetivo, de acción.
Otro aspecto que es criticado del modelo social es que
está orientado a la funcionalidad, porque a lo que remite es a
las capacidades de las personas. Funcionamiento eficiente o
deficiente —discapacidad—, que a fin de cuentas remite a una
mirada capacitista. Esta sería aquella donde se dan por senta-
das algunas capacidades “inherentes”, que se pueden atribuir
a los sistemas biológicos, por lo tanto, de nuevo se vuelve a lo
normativo, en este caso al cuerpo normativo. El modelo social
estaría enfocando el tema de la discapacidad hacia la confor-
mación del ajuste hacia ese cuerpo normativo, promovería la

119
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

integración en cuanto a funcionar de acuerdo a lo que se espera,


privilegiando el desarrollo de algunas capacidades acorde a esto.
Desde estas críticas se ha ido construyendo el llamado “modelo
de diversidad funcional”, promovido desde el 2005 en España,
el cual tiene como base la filosofía de la vida independiente
(Rodríguez & Ferreira, 2010b). Sus ideas básicas tienen que
ver con el respeto a los modos y las formas de funcionamientos
diversos, sin que haya una jerarquización, ni negativización de
las diferencias.
Es indudable que existen otros modelos de la discapacidad
que no serán discutidos aquí; sin embargo, es cierto que quienes
están trabajando en las temáticas de discapacidad en nuestro
país, mantienen discursos y prácticas que al parecer se acercan
más al modelo médico rehabilitador. Al respecto, es importante
observar como en otros países, donde hay mayor legislación
y medidas de integración efectivas, ha habido previamente
movimientos sociales generados desde los mismos grupos de
personas portadoras de discapacidad y que han sido capaces de
generar políticas públicas al respecto.

Desafíos y educación emocional

La educación en la actualidad tiene el reto de responder


a las necesidades de todos los estudiantes, independiente de
sus características y capacidades, en este sentido la inclusión
implica poner en práctica el derecho a la educación. Esta nueva
perspectiva demanda la atención a la diversidad como un valor
intrínseco al acto de educar (Morales, 2014).
Desde aquí se propone una educación fundada en la
afectividad, donde su objetivo central sea el desarrollo de la
capacidad de amar. A partir de lo anterior, la salud y todas las
características asociadas al bienestar están dadas por la capacidad
de amarse a sí mismo y amar a los otros. En este sentido, es
categórico en plantear la necesidad de una pedagogía del amor
(Naranjo, 2007).
Por otra parte, Maturana (1991) propone, que si bien los

120
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

valores del respeto a sí mismo y a los otros, no aseguran una


vida de bienestar, sí respaldan “una vida en legitimidad social,
es decir, como responsables de sus actos porque aceptan sus
emociones” (p. 53).

Conclusiones

Las relaciones sensibles son invisibilizadas y no son valoradas


en lo social, cuando se enfocan desde el modelo rehabilitador. Sin
embargo, constituyen un potencial en el ámbito del lenguaje no
verbal, la emocionalidad y la posibilidad de vincularse a otros.
Es precisamente la capacidad emocional, la fuente de recursos
inagotables de los seres humanos.
Es una falacia pensar que somos totalmente independientes,
todos tenemos necesidades y demandas, simplemente somos
diferentes.
La discapacidad intelectual, remite a diversidad, a las dife-
rencias pero también a los puntos de encuentro. Es imperativo
considerar —en la educación— el peso social que contienen
las construcciones que nos permiten la clasificación entre las
personas, las cuales finalmente hacen valorar o desestimar
ciertas características/atributos o carencias.
Es necesario, seguir preguntándose, cómo lograr inclusión
real en la sociedad actual, donde aún no se llega a cuestionar los
actos de discriminación cotidianos, pero no por ello menores.
Es relevante y necesaria la reflexión desde las ciencias socia-
les, que signifiquen un aporte a la mirada propositiva enfocada
en el cambio y autocrítica, tendiente a una sociedad más justa,
tolerante, sana y amorosa en su convivencia.

Referencias Bibliográficas

Abergo, M. (2008). Moral y relaciones sociales. Heteronomía


y autonomía: de Kant a Piaget. Revista Espacios de Crítica
y Producción 39, 58–64.
Biblioteca del Congreso Nacional. Ley 20.422. Recuperado de

121
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

http://www.leychile.cl/Navegar?idLey=20422
Ferreira, M. (2008). La construcción social de la discapacidad:
Habitus, estereotipos y exclusión social. Nómadas. Revista
Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas 17(1),
Ferreira, M. (2009). “Discapacidad, corporalidad y dominación:
la lógica de las imposiciones clínicas”, Presentación XXVII
Congreso ALAS, agosto. Bs. Aires, Argentina. Recuperado de
http://www.um.es/discatif/TEORIA/ALAS09_Ferreira.pdf
Ferreira, M. (2011). Discapacidad, globalidad y educación: ¿una
nueva “política del cuerpo”? Revista Latinoamericana de
Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad 6, 6–19.
Fondo Nacional de Discapacidad (2005). Primer Estudio
Nacional de la Discapacidad en Chile. Gobierno de Chile.
Recuperado de http://www.bcn.cl/carpeta_temas/ te-
mas_portada.2005-10-4.2908836766/pdf/RESUMEN%20
ESTUDIO%20NACIONAL %20DE%20DISCAPACIDAD.pdf
Foucault, M. (2000). Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI.
Godoy, P., Meza, L., & Salazar, A. (2004). Antecedentes históricos,
presente y futuro de la Educación Especial en Chile. Ministerio
de Educación, Chile. Recuperado de http://www.mineduc.
cl/biblio/documento/200809081615000.Antechistoricos-
presenteyfuturodelaEduc.pdf
Goffman, E. (2006). Estigma. La identidad deteriorada. Buenos
Aires: Amorrortu Editores.
Hughes, B., & Paterson, K. (2008). El modelo social de la disca-
pacidad y la desaparición del cuerpo: hacia una sociología
del impedimento. En L. Barton (comp) Superar las barreras
de la discapacidad (pp. 107-123). Madrid, Morata.
Ibáñez, N. (2002). Las emociones en el aula. Estudios pedagó-
gicos 28, 31-45.
Kant, I. (1978). Crítica de la razón pura. Madrid: Ediciones
Alfaguara.
Le Breton, D. (2002). La sociología del cuerpo. Buenos Aires:
Nueva Visión.
Naranjo, C. (2007). Cambiar la educación para cambiar el mundo.
Santiago, Chile: Indigo. Cuarto Propio.

122
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Nussbaum, M. (2006). El ocultamiento de lo humano. Repugnancia,


vergüenza y ley. Buenos Aires: Katz.
Maturana, H. (1991). El sentido de lo humano. Santiago, Chile:
J.C. Sáez, editor.
Maturana, H. (1997). Emociones y lenguaje en educación y política.
Santiago, Chile: Dolmen, ediciones.
Morales, P. (2014). La Zona De Desarrollo Próximo: un camino
hacia el aprendizaje y la inclusión. En Morales, P., Saavedra,
E., Salas, G. & Cornejo, C. (Eds.), Aprendizaje. Miradas desde
la Psicología Educacional, (pp. 147-158). Talca: Universidad
Católica del Maule.
Palacios, A. (2008). El modelo social de discapacidad: orígenes,
caracterización y plasmación en la Convención Internacional
sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Madrid:
Cinca. Recuperado en http://sid.usal.es/idocs/F8/FDO20632/
Elmodelosocialde discapacidad.pdf
Pedraza, P. (2010). El mito de Hefesto: La constitución ambivalen-
te de la discapacidad en los orígenes de la cultura occidental.
Proyecto de investigación para la obtención del Diploma
de Especialización Avanzado. Universidad Complutense
de Madrid. Recuperado de http://www.um.es/discatif/
TEORIA/Patricio_Hefesto.pdf
Preciado, B. (2011). Cuerpo impropio. Guía de modelos soma-
topolíticos y de sus posibles usos desviados. Seminario de
la Universidad Internacional de Andalucía, noviembre.
Recuperado de http://ayp.unia.es/index.php? option=-
com_content&task=view&id=703
Rodríguez, S., & Ferreira, M. (2010a). Desde la dis-capacidad
hacia la diversidad funcional. Un ejercicio de Dis-Norma-
lización. Revista Internacional de Sociología 68(2) 289–309.
Rodríguez, S., & Ferreira, M. (2010b). Diversidad funcional:
sobre lo normal y lo patológico en torno a la condición
social de la dis-capacidad. Cuadernos de Relaciones Laborales
28(1), 64–83.
Salas, G., Gallegos, M., & Caycho, T. (2014). El pensamiento de
Lev Vygotski en su artículo “El Defecto y la Compensación”

123
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

de 1924. En Morales, P., Saavedra, E., Salas, G. & Cornejo, C.


(Eds.), Aprendizaje. Miradas desde la Psicología Educacional,
(pp. 37-49). Talca: Universidad Católica del Maule.
Shakespeare, T.W., & Watson, N. (1997). Defending the social
model. Disability and Society 12, 2, 293-300.
Tamburrino, M. (2009). Contribución a una crítica epistemológica
de la discapacidad intelectual. Feminismo/s 13, 187–206.
Toboso, M., & Guzmán, F. (2010). Cuerpos, capacidades, exi-
gencias funcionales… y otros lechos de Procusto. Revista
Política y Sociedad 47(1), 67–83.

124
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 9

Explorando los factores protectores y


la resiliencia frente al estrés académico
en estudiantes de Trabajo Social

Nélida Ramírez Naranjo1


Universidad Católica del Maule

El ingreso a la educación superior representa para mu-


chos estudiantes un gran desafío, asociado en algunos casos
a las habilidades de adaptación de ellos a un nuevo contexto
cultural, al ajuste y resistencia frente a las nuevas demandas.
Las posibilidades de adaptación y pertenencia dependen tam-
bién de la capacidad de las universidades de responder a sus
expectativas, necesidades y de favorecer su ajuste al ámbito
académico superior.
Por lo anterior, para lograr el éxito académico los estudian-
tes no sólo deben fortalecer sus capacidades sino que además,
contar con el apoyo y soporte emocional de sus familias. En
los casos en que el estudiante no cuente con una red de apoyo,
no desarrolle y fortalezca sus habilidades, es probable que se
enfrente el estrés académico, lo cual afectaría su proceso de
aprendizaje.
Existe un número de factores que provocan el estrés académico
en estudiantes de educación superior: 1. Los requerimientos de
los cursos o asignaturas; 2. La gestión del tiempo; 3. Problemas
de financiamiento; 4. Ajustes al ambiente del campus y 5. Un
insuficiente soporte de la redes de apoyo (Kariv & Heiman,
2005; Misra, 2000; Von Ah, Ebert, Ngamvitroj, Park & Hang,
2004). Relacionado con el soporte de las redes de apoyo se puede

1. Doctora en Trabajo Social. Académica Escuela de Trabajo Social. Facultad


de Ciencias Sociales y Económicas. Universidad Católica del Maule. Corres-
pondencia dirigirla a: nramirez@ucm.cl

125
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

plantear el siguiente supuesto: la existencia o mejoramiento del


soporte social puede moderar en algún grado el estrés académi-
co. Así mismo, el soporte social es frecuentemente considerado
como una defensa en contra de los efectos negativos del estrés,
incluyendo el estrés académico (Steinhardt & Dolbier, 2008).
Complementariamente, Heiman (2006) indica que el éxito
académico de los estudiantes universitarios es en parte atribuible
a factores externos incluyendo las redes de apoyo más cercano.
Negga, Applewhite y Livingston (2007) muestran que un gran
nivel de soporte social está significativamente relacionado con
bajos niveles de estrés entre los estudiantes americanos de origen
africano en los collegues y las universidades. Otra investigación
realizada por MacGeorge, Samter y Gillihan (2005) indica que
existe un efecto moderado de las conductas de soporte y con-
tención desde la familia y amigos en la relación entre el estrés
académico y salud mental de los estudiantes universitarios.
No obstante, estos autores explican que “la asociación entre
estrés académico y depresión puede disminuir a medida que el
soporte social aumenta (p. 369). Cahir y Morris (1991) indican
que el principal componente del estrés entre los estudiantes de
psicología se puede limitar por el soporte emocional propor-
cionado por los amigos.
Un estudio realizado por Steinhardt y Dolbier (2008) en-
fatizan la relación interactiva entre estrés académico y soporte
social entre estudiantes de diferentes programas de postgrado.
Los autores indican que el ambiente estresante de los campus
universitarios hace necesaria la realización de investigaciones que
identifiquen ¿cuáles son las habilidades de las y los estudiantes
a adaptarse o superar las situaciones adversas? Por lo anterior,
éste artículo específicamente aborda temas relacionados con
los factores que permiten a los estudiantes de trabajo social
superar el estrés académico. De esta manera se examina en
primer lugar el estrés académico, en segundo lugar aborda el
concepto de resiliencia, riesgo y factores protectores y finalmente
en tercer lugar aborda el tema del soporte social para confron-
tar el estrés, todo lo cual permitiría una exitosa adaptación al

126
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

ambiente universitario, considerando a la resiliencia como un


componente fundamental.

Estrés académico

Para muchos estudiantes el llegar a la educación universi-


taria es un tiempo de transición marcado por nuevas demandas
conectadas con un nuevo contexto. El estrés académico es pro-
ducto de la combinación de desafíos académicos que exceden
los recursos de adaptación de una persona. Si un estudiante no
es apto para lidiar efectivamente con el estrés académico, luego
las consecuencias psicosociales y emocionales podrían aparecer
(Arthur, 1998; MacGeorge, Samter, & Gillihan, 2005; Tennant,
2002). Zaleski, Levey-Thors y Schiaffino (1998) indican que el
número de eventos estresantes en la vida aumentan para estu-
diantes universitarios, junto a esto los síntomas psicológicos
también aparecen. Estudiantes que experimentan problemas
de salud física y mental, tienen un alto riesgo de demostrar un
pobre desempeño académico, entonces el incremento del estrés
académico, la mantención del ciclo de estrés, poca adaptación
y compromiso de la salud se convierten en desafíos cotidianos
que enfrentar (Haines, Norris, & Kashy, 1996; Ward Struthers,
Perry & Menec, 2000). Los factores señalados están relacionados
con el desempeño de múltiples roles, entre los que se incluyen
relaciones interpersonales en su hogar o en su práctica. Estos
factores además requieren habilidades para el manejo del tiem-
po (Misra, McKean, West, & Russo, 2000) y la inquietudes que
surgen al ser un estudiante full time y combinarlo con otras
actividades, lo cual puede ser un nuevo factor de estrés entre la
población estudiantil (Ting, Morris, McFeaters & Eustice, 2006).
Ting et al. (2006) señalan que la tensión que genera el
ejercicio de múltiples roles es evidente entre los estudiantes de
trabajo social. Como otras profesiones centradas en la ayuda,
los estudiantes no sólo deben adaptarse a su rol de estudiantes,
sino que además a las obligaciones inherentes a su profesión
(Dziegielewski, Roest-Martl, & Turnage, 2004; Kamya, 2000).

127
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Los estudiantes de Trabajo Social son vulnerables a altos niveles


de estrés psicológico y el período de formación puede, en algunos
momentos, ser más estresante que el ejercicio profesional (Pottage
& Huxley, 1996; Tobin & Carson, 1994). Adicionalmente a los
factores estresantes que enfrentan los estudiantes de Trabajo
Social, se deben incluir las expectativas profesionales que serán
evaluadas en su ejercicio profesional. Sun (1999) encontró que
cuando los estudiantes realizan su primera práctica tienen que
confrontar algunas preocupaciones tales como: 1. role(s) en la
organizaciones donde realizan su práctica; 2. capacidades para
trabajar con las personas; 3. respuestas adecuadas ante las
necesidades (e.g., estereotipos); y 4. calidad de la supervisión
que ellos reciben.
El estrés académico se puede visualizar como un riesgo. El
riesgo implica una vulnerabilidad individual y ambiental que
aumenta la dificultad para obtener buenos resultados en la
universidad (Masten, 2001). El estrés académico es un factor
de riesgo que puede enfrentar a los estudiantes de trabajo social
a resultados negativos y particularmente puede tener efectos
psicológicos (Steinhardt & Dolbier, 2008). Pocos estudios han
examinado los recursos disponibles para los estudiantes de
Trabajo Social que deben enfrentar éste riesgo (Rompf, Royse,
& Dhooper, 1993; Gelman, 2004). En consecuencia una revisión
reciente de la literatura, muestra el déficit de investigaciones
de Trabajo Social que examinen la relación de factores de ayu-
da y el proceso de adaptación exitosa a la vida universitaria
(Tennant, 2002).

Resiliencia, riesgo y factores protectores

Resiliencia es una conducta adaptativa que permite superar


estresantes de la vida (Rutter, 1990). La resiliencia es a menudo
vista en el contexto psicológico y se refiere a la capacidad cognitiva
para confrontar dificultades (Tugade, Fredrickson & Barrett,
2004). Es un fenómeno psicológico de percepción profunda
de fortalezas, que permite una manifestación mental y física

128
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

de éstas, por ejemplo, recuperación rápida de la normalidad


desde una disrupción en el funcionamiento interno y externo,
es decir el retorno a la situación previa al momento complicado
(Carver, 1998; Steinhardt & Dolbier, 2008). Personas que tienen
alta resiliencia presentan capacidades adaptativas y a menudo
convierten los estresores en oportunidades para aprender y
desarrollarse. En una muestra de estudiantes, Campbell-Sills
(2006) encontró que la resiliencia está positivamente relacionada
con la orientación a la tarea o actividad permanente y la focali-
zación en los factores que causan los problemas y de éste modo
enfrentar los estresores (Kariv & Heiman, 2005). De manera
similar, Clifton, Perry, Stubbs y Roberts (2004) identificaron que
los factores demográficos y medioambientales, la focalización
en el problema, las estrategias de superación, así como control,
tienen un efecto considerable en los logros académicos de los
estudiantes. Ward Struthers et al., (2000) además encontra-
ron que estudiantes que usan estrategias de focalización en el
problema tienen un mejor desempeño académico comparado
con estudiantes que usan estrategias basadas principalmente
en la emocionalidad. Por lo tanto, es posible indicar que el nivel
de resiliencia y las manifestaciones de ésta, están relacionadas
con recursos adaptativos para enfrentar el estrés académico.
Los recursos adaptativos se pueden ver como protectivos en
el contexto de la resiliencia. Y estos factores se ven a menudo en
el polo opuesto de los factores de riesgo (Ortega, Beauchemin,
& Kaniskan, 2008). Rutter (1990) define un recurso resiliente
como interno y externo e indica que puede ser protectivo si
modera los riesgos y confronta el impacto negativo de los
estresores. Entre los recursos internos que se relacionan con
la superación del estrés se incluyen la fortaleza, autoestima y
autoeficacia (Kamya, 2000; Kobasa, 1979; Zaleski, Levey-Thors,
& Schiaffino, 1998). Estos factores no existen aisladamente, sino
que la asociación entre ellos es común. Algunas investigaciones
indican que las fortalezas están asociadas a altos niveles de au-
toestima entre estudiantes de trabajo social. Además, personas
que tienen alta autoestima tienen mejores herramientas para

129
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

enfrentar el estrés y lograr superarlo (Clifton, Perry, Stubbs, &


Roberts, 2004). La interrelación de estos conceptos sugiere la
existencia y el reconocimiento de fortalezas internas asociadas
a la resiliencia.
Junto con los factores protectores internos, factores externos
y medioambientales pueden interactuar con el estrés académi-
co como factores protectores. Werner y Smith (1992) señalan
que el soporte social puede ser un factor protector cuando las
personas confrontan las variadas formas de estrés. La pregunta
relevante en los estudios actuales debiera centrarse en verificar
si el soporte social funciona como un factor protectivo entre el
proceso que relaciona el estrés académico y la resiliencia.

Soporte Social

El impacto beneficioso del soporte social ha sido asociado


con resultados físicos y mentales. Altos niveles de soporte social
están asociados con bajos niveles de depresión, pocos episodios
negativos, mejor estado de ánimo y altos niveles de satisfacción
(Aldwin, 1994; Balk, 1995; Demakis & McAdams, 1994; Ford
& Procidano, 1990; Losel & Bliesener, 1990; Sarason, Shearin,
Pierce, & Sarason, 1987). En el contexto de educación superior,
se puede identificar el soporte social para los estudiantes. El
apoyo de los profesores y amigos se asocia positivamente con la
autoestima (Clifton, et al., 2004). También, la falta de soporte
social de parte de los profesores tiene efectos negativos en el
desempeño académico (Clifton, et., 2004). Las percepciones de
los estudiantes acerca de soporte social están positivamente
asociadas con la promoción de conductas saludables tales como
ejercicio, buena nutrición y el rechazo al consumo de sustancias
y drogas que dañan su salud (Hubbard, Muhlenkamp, & Brown,
1984; Martinelli, 1999). Por el contrario, investigaciones entre
estudiantes de algunas universidades sugieren que no tienen
soporte social y por tanto presentan baja satisfacción con el
entorno universitario (Mori, 2000). El soporte social se refie-
ra a la obtención de apoyo que proveen tanto la familia como

130
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

los amigos que permite asistir a las personas en su vida diaria


(Rayle, 2006). Otros artículos que abordan el soporte social,
publicados por Dolbier y Steinhardt (2000); Procidano y Heller
(1983) no solo limita la definición a los parámetros familiares
y amigos, sino que considera además a otros actores relevantes
para los estudiantes.
MacGeorge et al. (2005) destacan el impacto beneficioso de
la conducta de apoyo de la familia y los amigos en el bienestar
y la salud mental del estudiante. De manera similar Zaleski et
al. (1998) indican que el soporte social que proveen los amigos,
está positivamente asociado con el ajuste a la vida universitaria.
Investigaciones en el tema entre estudiantes de trabajo
social, incluso sugieren la naturaleza beneficiosa del soporte
social en el espacio familiar y contexto universitario. Forte
(1995) enfatiza el soporte de los compañeros de trabajo social
como un factor positivo frente a la ansiedad. Rosenblatt y
Mayer (1975) señalan que la guía y acompañamiento de otros
estudiantes como factor importante para que ellos puedan
confrontar el estrés.
El propósito del artículo se centró en obtener una mejor
comprensión de los factores que producen el estrés académico
y los factores protectores que permiten a los y las estudiantes
de Trabajo Social, superarlo. Los antecedentes presentados
permitirán a la autora diseñar una investigación para ampliar el
conocimiento en la temática y sugerir proyectos que permitan
a los estudiantes prevenir el estrés académico.

Referencias Bibliográficas

Aldwin, C. (1994). Stress, coping, and development: An integrative


perspective. New York: Guilford.
Arthur, N. (1998). The effects of stress, depression, and anxiety
on postsecondary students’ coping strategies. Journal of
College Student Development 39, 11-22.
Balk, D. (1995). Adolescent development: Early through late ado-
lescence. Monterrey, CA: Brooks/Cole.

131
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Cahir, N., & Morris, R. (1991). The psychology student stress


questionnaire. Journal of Clinical Psychology 47, 414-417.
Campbell-Sills, L., Cohan, S. L., & Stein, M. B. (2006). Rela-
tionship of resilience to personality, coping and psychiatric
symptoms in young adults. Behaviour Research and Therapy
44, 585-599.
Carver, C. (1998). Resilience and thriving: Issues, models, and
linkages. Journal of Social Issues 54, 245-266.
Clifton, R., Perry, R., Stubbs, C., & Roberts, L. (2004). Faculty
environments, psychosocial dispositions, and the acade-
mic achievement of college students. Research in Higher
Education 45, 801-828.
Demakis, G., & McAdams, D. (1994). Personality, social support
and well-being among first year college students. College
Student Journal 28, 235-243.
Dolbier, C., & Steinhardt, M. (2000). The development and va-
lidation of the sense of support scale. Behavioral Medicine
25(4), 169-179.
Dziegielewski, S., Roest-Martl, S., & Turnage, B. (2004). Ad-
dressing stress with social work students: A controlled
evaluation. Journal of Social Work Education 40, 105-119.
Ford, G., & Procidano, M. (1990). The relationship of self-ac-
tualization to social support, life stress, and adjustment.
Social Behavior and Personality 18, 41-51.
Forte, J. (1995). Teaching statistics without sadistic. Journal of
Social Work Education 31, 204-218.
Gelman, C. R. (2004). Anxiety experienced by foundation-year
MSW students entering field placement: Implications for
admissions, curriculum, and field education. Journal of
Social Work Education 40, 39-54.
Haines, M., Norris, M., & Kashy, D. (1996). The effects of de-
pressed mood on academic performance in college students.
Journal of College Student Development 37, 519-526.
Heiman, T. (2006). Social support networks, stress, sense of
coherence and academic stress of university students with
learning disabilities. Social Psychology of Education 9, 461-478.

132
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

Hubbard, P., Muhlenkamp, A., & Brown, N. (1984). The rela-


tionship between social support and self-care practices.
Nursing Research 33, 266-270.
Kamya, H. (2000). Hardiness and spiritual well-being among
social work students: Implications for social work education.
Journal of Social Work Education 36, 231-240.
Kariv, D., & Heiman, T. (2005). Task-oriented versus emo-
tion-oriented coping strategies: The case of college stu-
dents. College Student Journal. Retrieved February 9, 2007,
from http://www.findarticles.com/p/articles/mi_m0FCR/
is_1_39/ai_n13603935.
Kobasa, S. (1979). Stressful life events, personality, and health:
An inquiry into hardiness. Journal of Personality and Social
Psychology 37, 1-11.
Losel, F., & Bliesener, T. (1990). Resilience in adolescence: A
study on the generalizability of protective factors. In K.
Hurrelmann & F. Losel (Eds.), Health hazards in adolescence
(pp. 299-320). New York: deGruyter.
MacGeorge, E., Samter, W., & Gillihan, S. (2005). Academic
stress, supportive communication, and health. Communi-
cation Education 54, 365-372.
Martinelli, A. (1999). An explanatory model of variables in-
fluencing health promotion behaviors in smoking and
nonsmoking college students. Public Health Nursing 16(4),
263-269.
Masten, A. S. (2001). Ordinary magic: Resilience processes in
development. American Psychologist 56, 227-238.
Misra, R., McKean, M., West, S., & Russo, T. (2000). Academic
stress of college students: Comparison of student and
faculty perceptions. College Student Journal 34, 236-245.
Mori, S. (2000). Addressing the mental health concerns of
international students. Journal of Counseling and Develo-
pment 78, 137-144.
Negga, F., Applewhite, S., & Livingston, I. (2007). African
American college students and stress: School racial com-
position, self-esteem and social support. College Student

133
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

Journal 41, 823-830.


Ortega, S., Beauchemin, A., & Kaniskan, R. (2008). Building
resiliency in families with young children exposed to vio-
lence: The Safe Start Initiative pilot study. Best Practices in
Mental Health 4, 48-64.
Pottage, D., & Huxley, P. (1996). Stress and mental health social
work: A developmental perspective. International Journal
of Social Psychology 42, 124-131.
Procidano, M., & Heller, K. (1983). Measures of perceived social
support from friends and from family: Three validation
studies. American Journal of Community Psychology 11, 1–24.
Rayle, A. (2006). Mattering to others: Implications for the
counseling relationship. Journal of Counseling & Develop-
ment 84, 483-487.
Rompf, E., Royse, D., & Dhooper, S. (1993). Anxiety preceding
field work: What students worry about. Journal of Teaching
in Social Work 7, 81-95.
Rosenblatt, A., & Mayer, J. (1975). Objectionable supervisory
styles: Student views. Social Work 20, 184-189. Wilks/
Resilience Amid Academic Stress 124.
Rutter, M. (1990). Psychosocial resilience and protective mecha-
nisms. In J. Rolf, A. Masten, D. Cicchetti, K. Neuchterlein
& S. Weintraub (Eds.), Risk and protective factors in the
development of psychopathology (pp. 181-214). New York:
Cambridge University Press.
Sarason, B., Shearin, E., Pierce, G., & Sarason, I. (1987). In-
terrelations of social support measures: Theoretical and
practical implications. Journal of Personality and Social
Psychology 52, 813-832.
Steinhardt, M., & Dolbier, C. (2008). Evaluation of a resilience
intervention to enhance coping strategies and protective
factors and decrease symptomatology. Journal of American
College Health 56, 445-453.
Sun, A. (1999). Issues BSW interns experience in their first
semester’s practicum. The Clinical Supervisor 18, 105-123.
Tennant, C. (2002). Life events, stress, and depression. Austra-

134
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

lian and New Zealand. Journal of Psychiatry 36, 173-182.


Ting, L., Morris, K., McFeaters, S., & Eustice, L. (2006). Multiple
roles, stressors, and needs among baccalaureate social work
students: An exploratory study. Journal of Baccalaureate
Social Work 12, 39-55.
Tobin, P. J., & Carson, J. (1994). Stress and the student social
worker. Social Work & Social Sciences Review 5, 246-255.
Tugade, M., Fredrickson, B., & Barrett, L. (2004). Psychological
resilience and positive emotional granularity. Journal of
Personality 72, 1161-1190.
Von Ah, D., Ebert, S., Ngamvitroj, A., Park, N., & Kang, D. (2004).
Predictors of health behaviors in college students. Journal
of Advanced Nursing 48(5), 463-474.
Ward Struthers, C., Perry, R., & Menec, V. (2000). An exami-
nation of the relationship among academic stress, coping,
motivation, and performance in college. Research in Higher
Education 41(5), 581-592.
Werner, E., & Smith, R. (1992). Overcoming the odds: High risk
children from birth to adulthood. Ithaca, NY: Cornell Uni-
versity Press. Advances In Social Work, Fall 2008, 9(2) 125.
Zaleski, E., Levey-Thors, C., & Schiaffino, K. M. (1998). Coping
mechanisms, stress, social support, and health problems
in college students. Applied Developmental Science 2(3),
127-137.

135
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

CAPÍTULO 10

Narraciones sobre Resiliencia y Re-Existencia:


Una lectura desde lo psicosocial y lo educativo1

Liliana Echeverry Restrepo2


Universidad Cooperativa de Colombia
Jhoana Alexandra Patiño López3
Universidad de Caldas

El presente capitulo desarrolla parte de los resultados en


torno a las categorías de participación, liderazgo, resiliencia
y narrativa que se generaron a partir de la investigación de-
nominada, Caracterización de líderes comunitarios, sus prácticas
ciudadanas e incidencia en el Desarrollo social de la Comuna 18 del
municipio de Cali, Colombia. Su objetivo central fue compren-
der las distintas formas que adquiere el liderazgo comunal y
las prácticas ciudadanas y cómo estas inciden en el desarrollo
de sus comunidades. Partiendo de la tesis según la cual, los
líderes comunitarios expresan otras formas de agenciar y con-
cebir el liderazgo y la participación ciudadana y comunal, atra-
vesadas por la ética, la solidaridad y la voluntad para construir
vínculos afectivos, redes sociales y culturales, configurándose
en fuerzas de poder y de resistencia, ante los procesos globales
de desarrollo que tienden a desdibujar sus identidades y ante

1. El capítulo corresponde a parte de los resultados de la investigación “Ca-


racterización de líderes comunitarios, sus prácticas ciudadanas e incidencia
en el desarrollo social de la comuna 18 de Santiago de Cali” aprobada y fi-
nanciada por el Consejo Nacional de Investigación (CONADI) convocatoria
2010 de la Universidad Cooperativa de Colombia.
2. Magíster en Educación y Desarrollo Humano. Académica e Investigadora,
Universidad Cooperativa de Colombia sede Cali, Colombia. Corresponden-
cia dirigirla a: liechev@hotmail.com
3. Magíster en Educación y Desarrollo Humano. Académica e investigadora,
Universidad de Caldas.

137
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

una clase política tradicional que los excluye de experiencias


de desarrollo permanentes por la carencia de capacidades y
oportunidades a las que tienen acceso.
La investigación propuso como horizonte teórico y episte-
mológico el enfoque hermenéutico histórico, y la metodología
se trabajó desde el método de investigación acción participa-
tiva (IAP), recogiendo las narrativas de los agentes comunales
con la entrevista en profundidad y el análisis de frases textua-
les puestas en un juego de frases compuesto de tetralemas.
La investigación se realizó en la Comuna 18 del municipio
de Santiago de Cali, Colombia, con la participación de un gru-
po de 10 líderes, conformado por mujeres madres cabeza de
familia, hombres y mujeres jóvenes, niñas y niños y hombres
adultos. Para efectos de comprensión del lector, destacamos
algunas de las características del contexto y de los actores de
la investigación.
El estudio se centra en una comuna ubicada en el sur-oc-
cidente de la ciudad de Cali, en donde persisten zonas de asen-
tamientos irregulares, conformadas por familias desplazadas
de sus territorios de origen, en la mayoría de los casos, por
enfrentamientos entre los diferentes grupos alzados en armas
—paramilitares y guerrilla— y las fuerzas militares de Colom-
bia, en extensas zonas rurales del país.
Las tensiones que se dan entre la relación estado-comu-
nidad, provoca que el liderazgo comunitario emerja en sus
diversas manifestaciones, representado en otras formas de
participación local —distintas a las que se dan mediante los
mecanismos formales de participación ciudadana —y en otras
formas de construir acciones colectivas de resistencia, con las
cuales poner en evidencia la urgente necesidad de los pobla-
dores de ir en la búsqueda de soluciones a sus problemáticas
cotidianas de vida ante la decreciente cobertura y calidad de
los programas para el desarrollo local.
La condición de potencialidad y de dificultad que a la vez
representan las prácticas ciudadanas de liderazgo en Améri-
ca Latina hoy, está relacionada con el desplazamiento que ha

138
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

tenido el concepto de ciudadanía hacia el terreno de los dere-


chos y de la construcción del vínculo común como valor iden-
titario que nutre el sentido de comunidad ante los procesos
globales de crecimiento que tienden a violentar sus culturas y
sus territorios.
Finalmente, el capítulo se ha estructurado en cuatro apar-
tados. El primero, presenta la perspectiva epistemológica y
teórica desde la cual se asume el proceso de interpretación de
los relatos analizados en la investigación. Como marco general
se abordan algunos de los giros epistemológicos de las ciencias
sociales, que han dado paso a nuevas formas de acercamiento
a la realidad de los actores y a nuevas posibilidades metodoló-
gicas para su análisis. De igual forma, se muestra el potencial
de la opción narrativa desde los postulados del construccio-
nismo social. En un segundo apartado, el capítulo da paso a
las voces de los actores al dejar que hablen sobre las tramas de
sentido que han construido entorno a sus experiencias de re-
siliencia para dejar ver esas otras formas de comprensión so-
bre la ciudadanía, el liderazgo y la participación en contextos
de alta vulneración social. En un tercer momento del texto, se
aborda aquellas claves de sentido que emergen de las narrati-
vas de los líderes no institucionalizados respecto al liderazgo
solidario. Finalmente, en un cuarto apartado, se muestran al-
gunas reflexiones derivadas de la experiencia investigativa y el
contacto narrativo con sus actores.
La narrativa como una posible comprensión de las prác-
ticas de liderazgo comunitario no institucional en la Co-
muna 18 del municipio de Cali, Colombia
¿Desde dónde comprendemos las prácticas de liderazgo comu-
nal no institucionalizado? Construccionismo social, comprensión
y narrativa. Según Patiño (2012), ningún texto o práctica cul-
tural, puede ser comprendida de manera aislada, cualquiera
que ella sea tiene que interpretarse ligada al todo. Esto implica
que el investigador tendrá que dar cuenta del marco histórico,
social y cultural en el cual el texto social fue producido. De

139
E. Saavedra / G. Salas / C. Cornejo / P. Morales (Eds.)

acuerdo a lo anterior, es válido considerar que la interpreta-


ción que se busca reconstruir a partir de las narrativas y el
sentido de las vivencias de los grupos sociales, no puede pre-
tender generalizar los sentidos y experiencias, pues como bien
afirma Gadamer (1997) “el conocimiento histórico no busca
tomar el fenómeno concreto como caso de una regla general.
Lo individual no se limita a servir de confirmación a una lega-
lidad a partir de la cual pudieran, en sentido práctico hacer-
se predicciones (...) el objetivo no es confirmar y ampliar las
experiencias generales para alcanzar el conocimiento de una
ley del tipo, cómo se desarrollan los hombres, los pueblos, los
estados, sino comprender cómo es tal hombre, tal pueblo, tal
Estado, que se ha hecho de él o formular como ha podido ocu-
rrir que sea así” (p.33).
Al respecto el construccionismo social propone unos
principios epistemológicos que cobran gran relevancia para
proponer la narrativa como una opción de comprensión y de
transformación de las relaciones así como también de las con-
diciones de vida de los seres humanos en contextos particula-
res. Algunos de estos principios de acuerdo con Gergen (2012)
son “Vivimos en mundos de significado. Entendemos y valo-
ramos el  mundo y a nosotros mismos  en formas que  emer-
gen de nuestra historia personal y de la cultura compartida;
los mundos de  significado  están íntimamente relacionados
con  la acción; actuamos  principalmente en términos de lo
que interpretamos como real, racional, satisfactorio y bueno.
Sin significado no valdría la pena hacer algo; los mundos de
significado se construyen dentro de las relaciones; lo que se
necesita para ser real, racional, se da a luz en las relaciones;
sin las relaciones habría poco significado; nuevos mundos de
significado son posibles. No estamos poseídos o determinados
por el pasado. Podemos abandonar o disolver formas disfun-
cionales de vida, y juntos crear alternativas (p.25).
Desde los aportes de Heidegger, Arendt, Ricoeur y Macln-
tyre podemos considerar que la narración es la más política
de las expresiones humanas al estar anclada en la experien-

140
RESILIENCIA Y CALIDAD DE VIDA

cia, es decir, en la acción. Desde Arendt (1993) la narrativa es


el ámbito de revelación de la pluralidad de los hombres que
comparten una época. En ellas, los hombres son “lectores y
escritores de su propio tiempo” (Ricoeur, 1999, p. 24). Macln-
tyre (1987) plantea que la conversación es el rasgo propio de
la vida humana que da cuenta de las acciones e intenciones de
los sujetos en contextos en los cuales los actos verbales son in-
teligibles. La narración es acción creadora, no recreadora, por
ello, tiene la potencialidad de fundar alternativas y anticipar
el futuro. En la narrativa es posible nombrar aquello que aún