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09/05/18 CONSEJO PONTIFICIO DE CULTURA 1

CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Señores cardenales; queridos hermanos en el episcopado; queridos amigos:

1. Con alegría os acojo esta mañana, miembros, consultores y colaboradores del Consejo pontificio para la cultura, reunidos
bajo la presidencia del cardenal Paul Poupard durante esta primera asamblea plenaria del dicasterio, tal como quedó
constituido después de la uníón de los anteriores Consejos pontificios para el diálogo con los no creyentes y para la cultura,
según el motu proprio Inde a pontificatus, del 25 de marzo de 1993.

Sabéis bien que, desde comienzos de mi pontificado, he insistido en la gran importancia de las relaciones entre la Iglesia y
la cultura. En la carta de fundación del Consejo pontificio para la cultura, recordé que «una fe que no se hace cultura es una
fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida» (Carta del 20 de mayo de 1982: cf. L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

Una doble constatación se impone: la mayoría de los países de tradición cristiana tienen la experiencia de una grave ruptura
entre el Evangelio y amplios sectores de la cultura, mientras que en las Iglesias jóvenes se plantea con agudeza el problema
del encuentro del Evangelio con las culturas autóctonas. Esta situación indica ya la orientación de vuestra tarea: evangelizar
las culturas e inculturar la fe. Permitidme explicitar ciertos puntos que me parecen particularmente importantes.

2. El fenómeno de la no-creencia, con sus consecuencias prácticas que son la secularización de la vida social y privada, la
indiferencia religiosa o, incluso, el rechazo explícito de toda religión, sigue siendo uno de los temas prioritarios de vuestra
reflexión y de vuestras preocupaciones pastorales: conviene buscar sus causas históricas, culturales, sociales e intelectuales
y, al mismo tiempo, promover un diálogo respetuoso y abierto con los que no creen en Dios o no profesan ninguna religión;
la organización de encuentros y de intercambios con ellos, como habéis hecho en el pasado, puede dar seguramente fruto.

3. La inculturación de la fe es la otra grande tarea de vuestro dicasterio. Los centros especializados de investigación podrían
ayudar a su realización. Pero no hay que olvidarse de que «es un quehacer de todo el pueblo de Dios, no sólo de algunos
expertos, porque se sabe que el pueblo refleja el auténtico sentido de la fe» (Redemptoris missio, 54). La Iglesia, mediante a
un largo proceso de profundización, toma poco a poco conciencia de toda la riqueza del depósito de la fe a través de la vida
del pueblo de Dios: en el proceso de la inculturación, se pasa de lo implícito vivido a lo explícito conocido. De manera
análoga, la experiencia de los bautizados, que viven en el Espíritu Santo el misterio de Cristo, bajo la guía de sus pastores,
los inducen a discernir progresivamente los elementos de las diversas culturas, compatibles con la fe católica y a renunciar a
los otros. Esta lenta maduración requiere de mucha paciencia y sabiduría, una gran apertura de corazón, un sentido ya
advertido por la Tradición y una gran audacia apostólica, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, de los Padres y de los
Doctores de la Iglesia.

4. Al crear el Consejo pontificio para la cultura, he querido «dar a toda la Iglesia un impulso común en el encuentro,
incesantemente renovado, del mensaje de salvación del Evangelio con la pluralidad de las culturas». Le confié también el
mandato de «participar en las preocupaciones culturales que los dicasterios de la Santa Sede encuentran en su trabajo, de
modo que se facilite la coordinación de sus tareas para la evangelización de las culturas, y se asegure la cooperación de las
instituciones culturales de la Santa Sede» (Carta del 20 de mayo de 1982). En esta perspectiva, os he encomendado la
misión de seguir y coordinar la actividad de las Academias pontificias, de acuerdo con sus objetivos propios y sus estatutos,
y mantener contactos regulares con la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia, «a fin de asegurar una
sintonía de finalidades y una fecunda colaboración recíproca» (Motu proprio Inde a pontificatus, 25 de marzo de 1993; cf.
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de mayo de 1993, p. 5).

5. Para realizar mejor vuestra misión, estáis llamados a entablar relaciones más estrechas con las Conferencias episcopales
y, especialmente, con las comisiones para la cultura, que deberían existir en el seno de todas las Conferencias, como habéis
solicitado recientemente. Esas comisiones están llamadas a ser focos de promoción de la cultura cristiana en los diferentes
países, y centros de diálogo con las culturas extrañas al cristianismo. Los organismos privilegiados de promoción de la
cultura cristiana y de diálogo con los medios culturales no cristianos son, seguramente, los centros culturales católicos,
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numerosos en todo el mundo, cuya acción sostenéis y favorecéis la irradiación. A este respecto, el primer encuentro
internacional que acabáis de organizar en Chantilly permite esperar de otros intercambios fructíferos.

6. En el mismo orden de ideas, colaboráis con las Organizaciones Internacionales católicas, especialmente aquellas que
agrupan a los intelectuales, a los científicos y a los artistas, promoviendo «iniciativas adecuadas concernientes al diálogo
entre la fe y las culturas, y el diálogo intercultural». (cf. Motu proprio Inde a pontificatus, art. 3).

Además, seguís la política y la acción cultural de los gobiernos y de las Organizaciones internacionales, tales como la
UNESCO, el Consejo de cooperación cultural del Consejo de Europa y otros organismos, preocupados de dar una
dimensión plenamente humana a su política cultural.

7. Vuestra acción, directa o indirecta, en los ambientes donde se elaboran las grandes corrientes del pensamiento del tercer
milenio, procura dar un nuevo impulso a la actividad de los cristianos en materia cultural, que tiene su puesto en el conjunto
del mundo contemporáneo. En esta vasta empresa, tan urgente como necesaria, tenéis que dirigir un diálogo, que parece
lleno de promesas, con los representantes de las corrientes agnósticas o con los no-creyentes, que se inspiran en antiguas
civilizaciones o en planteamientos intelectuales mas recientes.

8. «El cristianismo es creador de cultura en su mismo fundamento», (Discurso a la UNESCO, 2 de junio de 1980). En el
mundo cristiano, una cultura realmente prestigiosa se ha extendido a lo largo de los siglos, tanto en el campo de las letras y
de la filosofía, como en el de las ciencias y de las artes. El sentido mismo de la belleza en la antigua Europa es ampliamente
tributario de la cultura cristiana de sus pueblos, y su paisaje ha sido modelado a su imagen. El centro en torno al cual se ha
construido esta cultura es el corazón de nuestra fe: el misterio eucarístico. Las catedrales al igual que las humildes iglesias
de los campos, la música religiosa como la arquitectura, la escultura y la pintura, irradian el misterio del verum Corpus,
natum de Maria Virgine, hacia el cual todo converge en un movimiento de admiración. Por lo que concierne a la música,
recordaré con mucho gusto, éste año a Giovanni Pierluigi da Palestrina, con ocasión del cuarto centenario de su muerte.
Parecería que en su arte, después de un período de confusión, la Iglesia vuelve a encontrar una voz pacifica por la
contemplación del misterio eucarístico, como una serena respiración del alma que se sabe amada de Dios.

La cultura cristiana refleja admirablemente la relación del hombre con Dios, renovada en la Redención. Ella abre a la
contemplación del Señor, verdadero Dios y verdadero hombre. Esta cultura se halla vivificada por el amor que Cristo
derrama en los corazones (cf. Rm 5, 5), y por la experiencia de los discípulos llamados a imitar a su Maestro. De tales
fuentes han nacido una conciencia intensa del sentido de la existencia, una gran fuerza de carácter alegre en el corazón de
las familias cristianas y una fina sensibilidad, antes desconocida. La gracia despierta, libera, purifica, ordena y dilata las
potencias creativas del hombre. Y, si invita a la ascesis y a la renuncia, es para liberar el corazón, libertad eminentemente
favorable tanto para la creación artística como para el pensamiento y la acción fundados en la verdad.

9. Así, en esta cultura, el influjo ejercido por los santos y las santas es determinante: por la luz que irradian, por su libertad
interior y por la fuerza de su personalidad, marcan el pensamiento y la expresión artística de períodos enteros de nuestra
historia. Basta recordar aquí a san Francisco de Asís: tenía un temperamento de poeta, algo que testimonian ampliamente
sus palabras, sus actitudes y su sentido innato del gesto simbólico. Aunque se situo bien lejos de toda preocupación literaria,
no es menos creador de una nueva cultura, en el campo del pensamiento y la expresión artística. San Buenaventura y Giotto
no se habrían realizado sin él.

Es decir, queridos amigos, allí reside la verdadera exigencia de la cultura cristiana. Esta maravillosa creación del hombre
sólo puede surgir de la contemplación del misterio de Cristo y de la escucha de su palabra, puesta en práctica con una total
sinceridad y con un compromiso sin reservas, a ejemplo de la Virgen María. La fe libera el pensamiento y abre nuevos
horizontes al lenguaje del arte poético y literario, a la filosofía y a la teología, así como a otras formas de creación propias
del genio humano.

Es en la expansión y en la promoción de esta cultura que: unos son llamados mediante el diálogo con los no-creyentes: otros
mediante la búsqueda de nuevas expresiones del ser cristiano, todos mediante una irradiación cultural más vigorosa de la
Iglesia en este mundo en búsqueda de la belleza y de la verdad, de unidad y de amor.

Para cumplir vuestra tarea, así bella, así noble y así necesaria, os acompañe mi bendición apostólica, con mi afectuosa
gratitud.
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18 de marzo 1994
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Señores cardenales; queridos amigos:

1. Os acojo con alegría y os doy la bienvenida. Me complace saludaros y manifestaros mi reconocimiento por vuestra
dedicación a la Iglesia y su misión de evangelización. Os agradezco igualmente vuestra competencia que ponéis al servicio
de la Santa Sede, bajo la dirección del Cardenal Paul Poupard, junto con los Cardenales Eugênio de Araújo Sales y
Hyacinthe Thiandoum, del Comité de presidencia, y la ayuda de los colaboradores y colaboradoras que realizan en Roma un
trabajo de calidad. Dentro de unos meses, el Pontificio Consejo para la Cultura, uno de los dicasterios más jóvenes de la
Curia romana, celebrará su décimo aniversario de fundación. En el curso de este primer decenio habéis testimoniado
mediante vuestro trabajo, que la cultura es un elemento constitutivo de la vida de las comunidades cristianas, como de toda
sociedad verdaderamente humana. Según las orientaciones dadas el 20 de mayo de 1982 en la Carta de fundación y
confirmadas por la constitución apostólica Pastor Bonus (art. 166-168), os dedicáis decididamente a la reflexión y la acción.

2. Habéis desarrollado progresivamente una fructuosa colaboración con diversos dicasterios de la Curia romana y muchos
otros organismos, como el Comité Pontificio de las Ciencias históricas y la Academia pontificia de las Ciencias. Espero que
se intensifique vuestra colaboración con las Iglesias locales, a fin de promover las propias iniciativas para estimular la
evangelización de las culturas y la inculturación de la fe. Vuestro boletín Iglesia y Culturas extiende el radio de los
numerosos y diversificados logros, de alcance internacional, de los que vosotros os encargáis de informar. Colaboráis con
las Organizaciones Internacionales Católicas, con la UNESCO y el Consejo de Europa. Habéis participado en numerosas
manifestaciones - algunas organizadas por vosotros - y habéis desarrollado una reflexión valiosa sobre los medios de
comunicación social, las artes, las ediciones, las universidades católicas, el papel de la mujer en el desarrollo cultural, la
inculturación de la fe en Africa y Asia, la evangelización de América y la construcción de la nueva Europa.

3. Desde hace varios años, está en marcha el diseño de una nueva Europa, en medio de sombras y luces, alegrías y dolores.
La caída de los muros ideológicos y políticos ha producido una alegría intensa y suscitado grandes esperanzas, pero otros
muros dividen de nuevo el continente. Así, pues, os agradezco que, acogiendo una petición mía con el fin de preparar la
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, hayáis organizado el Simposio pre-sinodal Cristianismo y
cultura en Europa. Memoria, conciencia, proyecto. Habéis ayudado a los Obispos y, a través de ellos, a toda la Iglesia a
reavivar nuestra memoria cristiana milenaria y a discernir mejor los fundamentos culturales del renacimiento de una Europa
espiritualmente unida, en la que queremos ser «testigos de Cristo que nos ha librado» (cf. Ga 5,1).

En el umbral del tercer milenio, la misión apostólica de la Iglesia la compromete a una nueva evangelización, en la cual la
cultura reviste una importancia primordial. Los Padres del reciente Sínodo lo pusieron de relieve: el número de cristianos
aumenta, pero, al mismo tiempo, se acentúa la presión de una cultura sin anclaje espiritual. La descristianización ha
engendrado sociedades que no tienen referencia a Dios. El reflujo del marxismo-leninismo ateo como sistema político
totalitario en Europa está lejos de solucionar los dramas que ha provocado en estos tres cuartos de siglo. Todos los que han
sido afectados por este sistema totalitario de un modo u otro, sus responsables y sus partidarios, como sus más extremos
opositores, se han convertido en sus víctimas. Quienes han sacrificado por la utopía comunista su familia, sus energías y su
dignidad comienzan a tomar conciencia de haber sido arrastrados en una mentira que ha herido profundamente la naturaleza
humana. Los demás encuentran una libertad para la cual no estaban preparados y cuyo uso permanece hipotético, pues viven
en condiciones políticas, sociales y económicas precarias, y experimentan una situación cultural confusa, con el despertar
sangriento de los antagonismos nacionalistas.

En su conclusión el Simposio pre-sinodal os preguntaba ¿hacia dónde y hacia quién se dirigirán aquellos cuyas esperanzas
utópicas acaban de desvanecerse? El vacío espiritual que mina la sociedad es, ante todo, un vacío cultural. Y es la
conciencia moral, renovada por el Evangelio de Cristo, que puede llenarlo verdaderamente. Únicamente, en la fidelidad
creadora a su patrimonio heredado del pasado y siempre vivo, Europa estará capacidada para afrontar el futuro con un
proyecto que sea un verdadero encuentro entre la Palabra de Vida y las culturas en búsqueda del amor y de la verdad para el
hombre. Aprovecho la ocasión que hoy se me ofrece, para renovar a todos aquellos que han sido artífices de este Simposio
mi expresión de reconocimiento por su cooperación con los trabajos del Sínodo.
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4. En este año 1992 se celebra el quinto centenario de la evangelización de América. He querido de modo particular que la
«cultura cristiana» sea uno de los ejes principales de este jubileo, en el cual la Iglesia propondrá verdaderamente el
Evangelio de Cristo a los hombres en la medida en que se dirija a cada hombre en su cultura y en que la fe de los cristianos
muestre su capacidad de fecundar las culturas emergentes, que llevan consigo la esperanza para el futuro. América Latina
representa casi la mitad de los católicos del mundo. El reto de su nueva evangelización está estrechamente unido a un
diálogo renovado entre las culturas y la fe. También el Pontificio Consejo de la cultura, seguirá aportando su experiencia a
las Conferencias episcopales que lo soliciten, con el CELAM.

5. El próximo Sínodo de los obispos para Africa dará un puesto central al gran desafío de la implantación del Evangelio en
las culturas africanas. Los documentos preparatorios ya han estudiado de cerca las relaciones entre evangelización e
inculturación. Desde hace más de un siglo, los misioneros han gastado generosamente sus energías y han sacrificado con
frecuencia su propia vida a fin de que el Evangelio salvador alegrara al africano en el corazón de su ser. La inculturación es
un proceso lento, que abarca en toda la extensión de la vida misionera. Y una mirada de conjunto dirigida hacia la
humanidad muestra que esta misión está aún en sus comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras fuerzas a
su servicio (cf. Redemptoris missio, 52 y 1). En vísperas de este Sínodo, las Iglesias de Africa, amenazadas por el
sincretismo y las sectas, encuentran un nuevo impulso para anunciar el Evangelio y acogerlo en función de sus culturas, en
el marco de la catequesis, de la formación de los sacerdotes y de los catequistas, de la liturgia y de la vida de las
comunidades cristianas. Esto requiere tiempo: todo proceso de inculturación auténtica de la fe es un acto de «tradición», que
debe hallar su inspiración y sus normas en la única Tradición. Supone una profundización teológica y antropológica del
mensaje de la Redención y, a la vez, el testimonio vivo e irreemplazable de las comunidades cristianas, felices de poder
compartir su amor ferviente de Cristo.

6. Os espera una labor urgente: restablecer los lazos que se han debilitado, y a veces roto, entre los valores culturales de
nuestro tiempo y su fundamento cristiano permanente. Los cambios políticos, los trastornos económicos, y las
transformaciones culturales de estos últimos años han contribuido ampliamente a una toma de conciencia moral, dolorosa y
lúcida. Tras decenios de opresión totalitaria, hombres y mujeres nos dan su testimonio desgarrador: es a la conciencia moral,
guardiana de su identidad profunda, que ellos deben su supervivencia personal. Muchos son hoy los jóvenes y menos
jóvenes de las naciones industrializadas que claman, por todos los medios, su insatisfacción frente al «tener» que asfixia al
«ser». Por doquier, los pueblos exigen que se respeten su cultura y su derecho a una vida plenamente humana. Gracias a la
cultura se hace realidad la expresión de Pascal: «El hombre supera infinitamente al hombre».

7. Una situación cultural nueva deriva principalmente del desarrollo de las ciencias y de las técnicas. Conscientes de la
reflexión renovada que pide de parte de la Iglesia, habéis ideado un congreso en Tokio sobre Ciencia tecnología y valores
espirituales. Un enfoque asiático de la modernización, y otro en la misma Ciudad del Vaticano, en colaboración con la
Academia Pontificia de las Ciencias, sobre La ciencia en el marco de la cultura humana. La fragmentación de los
conocimientos como su aplicación técnica hace más difícil la visión orgánica y armoniosa del hombre en su unidad
ontológica. Lejos de ser extraña a la cultura científica, la Iglesia se alegra por los descubrimientos y las aplicaciones
técnicas capaces de mejorar las condiciones y la calidad de vida de nuestros contemporáneos. Ella recuerda sin cesar el
carácter único y la dignidad del ser humano contra toda tentación de abusar del poder que confiere la técnica. Espero que
prosigáis el diálogo iniciado en el curso de estos últimos años con los representantes de la cultura científica, de la ciencias
exactas y de las ciencias del hombre. Los progresos de la ciencia y de la técnica reclaman una conciencia renovada y una
exigencia ética al corazón de la cultura, que los hombres de todas las culturas puedan beneficiarse de ellas con equidad, en
un esfuerzo perseverante de solidaridad.

8. Las aspiraciones fundamentales del hombre encierran un sentido. Expresan, de múltiples modos, a veces confusos, la
vocación a «ser», inscrita por Dios en el corazón de cada hombre. En medio de las incertidumbres y angustias de nuestro
tiempo, la misión os llama a ofrecer lo mejor de vosotros mismos para desarrollar una verdadera cultura de la esperanza,
fundada en la Revelación y la Salvación de Jesucristo.

La libertad es plenamente valorada cuando la acogida de la verdad y el amor que Dios llega a todo hombre. Para los
cristianos es un inmenso desafío: testimoniar el amor, que es la fuente y la realización de toda cultura, en Jesucristo que nos
ha liberado.

9. Humanizar con el Evangelio la sociedad y sus instituciones, y dar nuevamente a la familia, a las ciudades y a los pueblos
un alma digna del hombre creado a imagen de Dios, tal es el desafío del siglo XXI. La Iglesia puede contar con los hombres
y las mujeres de cultura para ayudar a los pueblos a recuperar su memoria, reavivar su conciencia y preparar su porvenir. El
fermento cristiano fecundará y extenderá las culturas y sus valores. De este modo Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6),
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Él que ha dado «novedad a todas las cosas, al darse Él mismo», como escribió Ireneo de Lión (Adv. haer., IV, 34, 1). De
allí, la importancia de la educación y la necesidad de profesores que sean auténticos formadores de la persona. La necesidad
de investigadores y de sabios cristianos, cuya capacidad científica sea reconocida y apreciada, para dar sentido a los
descubrimientos de la ciencia y a las invenciones de la técnica. El mundo tiene necesidad de sacerdotes, de religiosos, de
religiosas y de laicos seriamente formados en el conocimiento de la heredad doctrinal de la Iglesia, rica de su patrimonio
cultural bimilenario, fuente siempre fecunda de artistas y poetas, capaces de ayudar al pueblo de Dios a vivir el misterio
inagotable de Cristo, celebrado en la belleza, meditado en la oración y encarnado en la santidad.

10. Señores Cardenales, queridos amigos, que este encuentro con el Sucesor de Pedro os fortalezca en la conciencia de
vuestra misión. La cultura es del hombre, por el hombre y para el hombre. La vocación del Pontificio Consejo para la
Cultura, vuestra vocación, en este final del siglo y del milenio, consiste en suscitar una nueva cultura del amor y de la
esperanza inspirada en la verdad que nos hace libres en Jesucristo. Éste es el objetivo de la inculturación, prioridad para la
nueva evangelización. El arraigo del Evangelio en el seno de las culturas es una exigencia de la misión, tal como lo recordé
recientemente en la encíclica Redemptoris missio. Sed sus artífices auténticos, en comunión profunda con la Santa Sede y
con toda la Iglesia, en el seno de las Iglesias locales, bajo la guía de sus Pastores.

Con mis fervientes deseos para vosotros y para todos vuestros seres queridos, os aseguro mi agradecimiento y mi oración
por la fecundidad de vuestros trabajos. En prenda de mi afecto, os imparto de todo corazón mi bendición apostólica.

10 de enero 1992
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Señores Cardenales,queridos amigos:

1. Me alegro de daros la bienvenida. Reunidos en torno al cardenal Paul Poupard y sus colaboradores, una vez más, os
habéis hecho eco ante la Santa Sede de los grandes cambios culturales que sacuden el mundo. Así ayudáis a la Iglesia a
discernir mejor los signos de los tiempos y los nuevos caminos de la inculturación del Evangelio y de la evangelización de
las culturas. Sobre este asunto, el año que acaba de pasar ha sido rico en acontecimientos excepcionales que hacen fijar
nuestra atención precisamente en esta última década de nuestro milenio.

Un sentimiento común parece dominar hoy a la gran familia humana. Todos se preguntan qué futuro hay que construir en
paz y solidaridad, en este paso de una época cultural a otra. Las grandes ideologías han mostrado su fracaso ante la dura
prueba de los acontecimientos. Sistemas, que se dicen científicos de renovación social, incluso de redención del hombre por
sí mismo, mitos de la realización revolucionaria del hombre, se han revelado a los ojos del mundo entero como lo que eran:
trágicas utopías que han producido una regresión sin precedentes en la historia atormentada de la humanidad. En medio de
sus hermanos, la resistencia heroica de las comunidades cristianas contra el totalitarismo inhumano ha suscitado la
admiración. El mundo actual redescubre que la fe en Cristo, lejos de ser el opio de los pueblos, es la mejor garantía y el
estímulo de su libertad.

2. Se han derrumbado muros. Se han abierto fronteras. Pero aún se levantan barreras enormes entre las esperanzas de
justicia y sus realizaciones, entre la opulencia y la miseria, mientras que las rivalidades renacen desde el momento en que la
lucha por el tener aventaja al respeto al ser. Un mesianismo terrestre se ha desplomado y la sed de una nueva justicia brota
en el mundo. Surge una nueva esperanza de libertad, de responsabilidad, de solidaridad, de espiritualidad. Todos reclaman
una nueva civilización plenamente humana, en esta hora privilegiada en que vivimos. Esta inmensa esperanza de la
humanidad no debe quedar frustrada: todos nosotros tenemos que responder a las expectativas de una nueva cultura
humana. Esta tarea exige vuestra reflexión y reclama vuestras propuestas. No faltan nuevos riesgos de espejismos y
decepciones. La ética laica ha demostrado sus límites y se muestra impotente ante los temibles experimentos que se efectúan
sobre seres humanos considerados como simples objetos de laboratorio. El hombre se siente amenazado de una forma
radical ante las políticas que deciden arbitrariamente el derecho a la vida o el momento de la muerte, mientras que las leyes
del sistema económico pesan gravemente en su vida familiar. La ciencia manifiesta su impotencia para responder a los
grandes interrogantes del sentido de la vida, del amor, de la vida social, de la muerte. Y, los mismos hombres parecen dudar
sobre los caminos que se han de emprender para construir un mundo fraternal y solidario que todos nuestros
contemporáneos desean ardientemente, tanto en el interior de las naciones como a escala continental.

A las mujeres y a los hombres de cultura, incumbe pensar en este futuro a la luz de la fe cristiana que los inspira. La
sociedad de mañana deberá ser diferente en un mundo que no tolera más las estructuras estáticas inhumanas. De Oriente a
Occidente, de Norte a Sur, la historia en movimiento pone en tela de juicio un orden que descansaba principalmente sobre la
fuerza y el miedo. Esta apertura hacia nuevos equilibrios requiere sabia meditación y audaz previsión.

3. Europa entera se interroga sobre su futuro, cuando el derrumbamiento de los sistemas totalitarios reclama una profunda
renovación de las politicas y provoca un retorno vigoroso de las aspiraciones espirituales de los pueblos. Europa, por
necesidad, busca redefinir su identidad más allá de los sistemas políticos y de las alianzas militares. Y se descubre como un
continente de cultura, una tierra regada por la fe cristiana milenaria y, al mismo tiempo, alimentada por un humanismo
secular atravesado por corrientes contradictorias. En este momento de crisis, Europa podría tener la tentación de replegarse
sobre sí misma descuidando momentáneamente los lazos que la unen al amplio mundo. Pero grandes voces, de Oriente a
Occidente, la invitan a elevarse a la dimensión de su vocación histórica, en esta hora a la vez dramática y grandiosa. Os
incumbe, desde vuestro lugar ayudarla a reencontrar sus raíces y a construir su futuro en la medida de su ideal y de su
generosidad. Los jóvenes que encontré con alegría en el camino de Santiago de Compostela han manifestado con
entusiasmo que este ideal vive en ellos.

4. En la otra orilla del Mediterráneo, Africa atormentada, con sus contrastes, a veces hambrienta, se hace más cercana,
proclamando siempre con vigor su identidad propia y su lugar específico en el concierto de las naciones. La próxima
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Asamblea Especial para Africa del Sínodo de los Obispos, en comunión con la Iglesia universal, permitirá a este continente
del futuro mostrar cómo el Evangelio en nuestro tiempo es un fermento de cultura incomparable en el desarrollo integral y
solidario de las personas y de los pueblos. En el corazón de la iglesia, Africa es creadora de culturas enraizadas en la
sabiduría milenaria de los antiguos, y renovadas por la fuerza de la levadura evangélica de la cual las comunidades
cristianas son portadoras.

5. América Latina se prepara para celebrar con fervor el quinto Centenario de su evangelización. Ya se anuncia para 1992 la
IV Conferencia general de sus obispos que estará orientada hacia una nueva etapa de la evangelización de sus pueblos y de
sus culturas, y que dará un nuevo impulso a este continente de la esperanza. Entre la angustia y la esperanza, el futuro de la
sociedad, como el de la Iglesia se juega, especialmente junto a los más pobres. Entre América del sur comprometida en un
proceso de renovación, y América del Norte rica en potencialidades económicas incomparables, América Central intenta
vivir su vocación en la confluencia y en el crisol de las culturas. Los cristianos, que son ampliamente mayorritarios en el
conjunto del continente americano, tienen por ese motivo una vocación cultural y espiritual a la medida de sus inmensas
posibilidades. El Pontificio Consejo de la Cultura, por su parte, sabrá ayudarles a tomar su puesto en este proceso tan
prometedor, superando las tentaciones egoístas y a los repliegues nacionalistas. Estoy contento porque nuevos miembros de
vuestro Consejo vengan a contribuir a la realización de esta tarea indispensable.

6. Los contrastes que se observan en las grandes riberas del Pacífico llaman la atención del mundo entero. Un desarrollo
económico sin precedentes da a esta zona geográfica un papel nuevo en la historia humana, con un peso inmenso en los
asuntos internacionales. Al mismo tiempo, en numerosas regiones las poblaciones se esfuerzan por liberarse de la miseria
inhumana. China está en busca de un nuevo destino a la medida de su cultura milenaria. No hay duda de que sus riquezas
humanas y su esperanza de una comunión renovada con las culturas del mundo actual le aportan nuevas energías. Espero
que un día podáis enriquecer singularmente con este aporte apreciable vuestro diálogo de las culturas y del Evangelio.

7. Queridos amigos: éstos son los temas que alimentan vuestras reflexiones en el ocaso de un siglo que ha conocido
demasiado de horror y de terror y que vuelve a aspirar a una cultura plenamente humana.

Si el futuro es incierto, nos invade una certeza. Este futuro será el que los hombres hagan, con su libertad responsable
sostenida por la gracia de Dios. Para nosotros cristianos, el hombre al que queremos ayudar a crecer en el corazón de todas
las culturas es una persona de una dignidad incomparable, imagen y semejanza de Dios, de este Dios que ha tomado rostro
de hombre en Jesucristo. El hombre puede parecer hoy vacilante, a veces agobiado por su pasado, inquieto por su futuro,
pero también es cierto que un hombre nuevo emerge con una estatura nueva sobre el escenario del mundo. Su profunda
esperanza es la de afirmarse en su libertad, avanzar con su responsabilidad, y actuar en favor de la solidaridad. En esta
encrucijada de la historia en busca de esperanza, la Iglesia le anuncia la savia siempre nueva del Evangelio, creador de
cultura, fuente de humanidad, al mismo tiempo que promesa de eternidad. Su secreto es el Amor. Es la necesidad primordial
de toda cultura humana. Y el nombre de este Amor es Jesús, Hijo de María. Queridos amigos, llevadlo, como ella, con
confianza, por todos los caminos de los hombres, al corazón de las nuevas culturas que tenemos que construir entre los
hombres, con los hombres. Estad convencidos: la fuerza del Evangelio es capaz de transformar las culturas de nuestro
tiempo por su fermento de justicia y de caridad en la verdad y la solidaridad. Esta fe que llega a ser cultura es fuente de
esperanza. Firme en esta esperanza, y contento de veros así en el trabajo, pido al Señor que os bendiga.

12 enero 1990
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Señores cardenales, queridos amigos:

1. Estoy feliz esta mañana, de desearos la más cordial bienvenida, a todos vosotros, que habéis venido de diversas partes del
mundo para participar en la reunión del Consejo Pontificio para la Cultura. Es el séptimo año consecutivo que tengo el
placer de acoger a este Consejo. En la Constitución Pastor Bonus, que precisa las tareas y la organización de la Curia
Romana, he querido confirmar que "el Consejo favorece las relaciones entre la Santa Sede y el mundo de la cultura, anima
particularmente el diálogo con las diversas culturas de nuestro tiempo, a fin de que la civilización del hombre se abra
siempre más al Evangelio y quienes cultivan las ciencias, las letras y las artes se sientan reconocidos por la Iglesia como
personas dedicadas al servicio de la verdad, de la bondad y de la belleza" (art. 166).

Vuestra sesión anual representa un tiempo fuerte en vuestra reflexión y compromiso comunes para promover concretamente
el encuentro de la Iglesia con todas las culturas humanas, según el espíritu del Concilio Vaticano II y de los Sínodos de los
Obispos. De acuerdo con el encargo que os he confiado, cada año procedéis a un amplio examen de las principales
corrientes culturales que marcan los ambientes, las regiones y las disciplinas que representáis. De este modo os hacéis eco,
ante el Papa y la Santa Sede, de las tendencias y de las aspiraciones, de las angustias y esperanzas, de las necesidades
culturales de la familia humana, y os preguntáis sobre el mejor modo, para la Iglesia, de responder a los decisivos
interrogantes planteados por el espíritu contemporáneo. El diagnóstico que ofrecéis sobre el estado de las culturas actuales
representa un gran servicio a la Iglesia, y os animo a perfeccionarlo sin cesar. Además de vuestro testimonio y de vuestras
experiencias personales, estáis invitados, en efecto, con otras personas y grupos competentes, a un discernimiento espiritual
respecto a las corrientes culturales que condicionan a los hombres y mujeres de hoy. Por medio de encuentros, de
investigaciones y de publicaciones, dais, en la Iglesia un nuevo impulso para responder a los desafíos que representan la
evangelización de las culturas y la inculturación del Evangelio. Este discernimiento es urgente para poder comprender mejor
las actuales mentalidades, y descubrir la sed de verdad y de amor que tan sólo Jesucristo puede saciar plenamente, y
encontrar los caminos para una nueva evangelización mediante una auténtica pastoral de la cultura.

2. Contemplando el mundo desde un punto de vista universal, captáis mejor el significado apostólico de vuestros trabajos y
encontráis un motivo sólido para proseguir con vuestra misión. Mediante este trabajo de discernimiento evangélico, la
Iglesia no tiene otro objetivo que a anunciar mejor a toda cultura la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo. Porque la
realidad humana, individual y social, ha sido liberada por Cristo: las personas, como las actividades humanas, de ahí que la
cultura es la expresión más eminente y la más encarnada.

La acción salvífica de la Iglesia con las culturas se ejerce primeramente por intermedio de las personas, de las familias y de
los educadores. También una adecuada formación es indispensable para que los cristianos aprendan a manifestar con
claridad cómo el fermento evangélico tiene el poder de purificar y elevar los modos de pensar, de juzgar y de actuar que
constituyen una determinada cultura. Jesucristo, nuestro Salvador, ofrece su luz y su esperanza a todos aquellos y aquellas
que se dedican a las ciencias, las artes, las letras y a los innumerables campos desarrollados por la cultura moderna. Todos
los hijos e hijas de la Iglesia deben entonces tomar conciencia de su misión y descubrir cómo la fuerza del Evangelio puede
penetrar y regenerar las mentalidades y los valores dominantes que inspiran a cada una de las culturas, así como las
opiniones y las actitudes que de ellas se derivan. Cada uno en la Iglesia, mediante la oración y la reflexión, podrá aportar la
luz del Evangelio y la irradiación de su ideal ético y espiritual. De este modo, por medio de este paciente trabajo de
gestación, humilde y escondido, los frutos de la Redención penetrarán poco a poco las culturas y les otorgarán abrirse en
plenitud a las riquezas de la gracia de Cristo.

3. El Consejo Pontificio para la Cultura está realizando un esfuerzo que estimula a la Iglesia en esta grande empresa de
nuestra época que constituyen la evangelización de las culturas y la promoción cultural de todos los hombres. Habéis sabido
establecer una prometedora cooperación con las Conferencias Episcopales, con las Organizaciones Internacionales
Católicas, con los Institutos religiosos, con las asociaciones y movimientos católicos, con los centros culturales y
universitarios. En estrecha y fecunda colaboración con ellos, habéis tenido encuentros en diversas partes del mundo, y
notables resultados se han obtenido, de los cuales testimonian muchas publicaciones, como vuestro boletín.
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Constato también que vuestro trabajo se desarrolla en relación con varios organismos de la Santa Sede, de modo que se hace
más visible la dimensión cultural que es un importante componente de la misión apostólica de la Curia Romana.

4. Entre los proyectos en curso, dos iniciativas merecen una especial atención, en primer lugar por su propia importancia, y
también porque se realizan en cooperación con diversos organismos de la Santa Sede, en el espíritu de la reforma de la
Curia Romana.

Con satisfacción señalo, en primer lugar, el estudio sobre la Iglesia y la cultura universitaria, que lleváis adelante con las
Conferencias Episcopales, en colaboración con la Congregación para la Educación Católica y el Consejo Pontificio para los
Laicos. Habéis publicado ya un informe de síntesis que ilustra las tendencias significativas y las necesidades espirituales de
los ambientes universitarios, así como los nuevos aspectos de la pastoral universitaria de las Iglesias locales. Os animo a
continuar esta reflexión común que suscitará, estoy seguro, recomendaciones concretas y beneficiosos intercambios de
experiencias apostólicas. La Iglesia encuentra en el mundo universitario un lugar privilegiado para dialogar con las
corrientes de espíritu y los estilos de pensamiento que marcarán la cultura del mañana. La esperanza cristiana se ha de poner
delante de las nuevas aspiraciones de las conciencias y ha de animar los espíritus de los jóvenes universitarios que pronto
estarán frente a tantas responsabilidades, "para que la civilización del hombre se abra siempre más al Evangelio".

Aliento de todo corazón esta pastoral universitaria que da a los estudiantes la posibilidad concreta de reflexionar sobre su fe
a un nivel intelectual equivalente al de sus progresos científicos y humanísticos en las otras disciplinas, y que les ayuda a
vivirla con las comunidades de fe y de oración.

5. Finalmente, quiero destacar la activa participación que el Consejo Pontificio para la Cultura ha tomado en los trabajos de
la Comisión Teológica Internacional sobre la fe y la inculturación. Habéis participado muy de cerca en la elaboración del
documento que ha sido preparado con este título y que permitirá comprender mejor el significado bíblico, histórico,
antropológico, eclesial y misionero que reviste la inculturación de la fe cristiana. Presenta una posición decisiva para la
acción de la Iglesia, tanto en el corazón de las diversas culturas tradicionales, como en las complejas formas de la cultura
moderna. Vuestra responsabilidad es ahora traducir estas orientaciones teológicas en programas concretos de pastoral
cultural, y me alegra que varias Conferencias Episcopales piensen dedicarse a ello, especialmente en América Latina y en
Africa. Animo estas experiencias pastorales y deseo que sus resultados sean compartidos con el conjunto de la Iglesia.

6. Con frecuencia he tenido ocasión de decirlo, pero quiero aún repetirlo: el hombre vive una vida verdaderamente humana
gracias a la cultura. Y el lazo fundamental del mensaje de Cristo y de la Iglesia con el hombre en su misma humanidad es
creador de cultura en su íntimo fundamento. Esto quiere decir que las conmociones culturales de nuestro tiempo nos invitan
a volver a lo esencial y a encontrar nuevamente la preocupación fundamental que es el hombre en todas sus dimensiones,
políticas y sociales, ciertamente, pero también, culturales, morales y espirituales. De ello depende, en efecto, el mismo
futuro de la humanidad. Inculturar el Evangelio, no es reconducirlo a lo efímero y reducirlo a lo superficial agitado por la
cambiante actualidad. Por el contrario, con una audacia totalmente espiritual, insertar la fuerza del fermento evangélico y su
novedad más joven que toda modernidad, en el corazón mismo de las sacudidas de nuestro tiempo, en gestación de nuevos
modos de pensar, de actuar y de vivir. Es la fidelidad a la alianza con la eterna sabiduría la que es la fuente incesante de
renacimiento de nuevas culturas. Quienes han recibido la novedad del Evangelio se lo apropian e interiorizan de tal modo
que lo vuelven a expresar en su vivencia cotidiana, según su propia índole. Así, la inculturación del Evangelio en las
culturas va a la par con su renovación y las conduce a su auténtica promoción, tanto en la Iglesia como en la ciudad.

7. Sólo me queda dar gracias a Dios por la tarea de discernimiento apostólico y de inculturación evangélica a la cual
contribuye vuestro Consejo al servicio de la Iglesia. Y, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y
de la Iglesia, invoco las luces y la fuerza del Espíritu Santo sobre vuestros trabajos.

Todos mis mejores deseos os acompañan, comenzando por vosotros, Señores Cardenales: el cardenal Paul Poupard, a quien
pedí tomase el relevo del querido cardenal Garrone en la presidencia del Consejo, el cardenal Eugénio de Araújo Sales, que
sigue haciéndonos beneficiarios de su experiencia; y el cardenal Hyacinthe Thiandoum, que siente no haber podido
participar en esta asamblea. Y aseguro mi oración a todos los miembros del Consejo internacional, así como a vuestros
colaboradores en San Calixto.

Como signo de mi afecto hacia vuestras personas, vuestras familias y todos aquellos y aquellas que son motivo de vuestra
solicitud, os doy de todo corazón mi bendición apostólica.

13 de enero de 1989
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Señores cardenales, queridos amigos:

1. Es un placer para mi recibiros aquí con ocasión de la reunión anual del Consejo Pontificio para la Cultura. Después de un
primer quinquenio, rico en realizaciones y promesas, se abre una nueva etapa para vuestro joven dicasterio, y me siento feliz
de saludar entre vosotros a los miembros recientemente nombrados. América del Norte y América Latina, Africa y Asia,
Europa dan testimonio por medio de vosotros de la vitalidad y diversidad de las culturas, como de la presencia de la Iglesia
en los vastos ámbitos donde se despliega la actividad humana. El dinamismo evangélico está presente en las más grandes
realizaciones de la cultura: la filosofía y la teología, la literatura y la historia, la ciencia y el arte, la arquitectura y la pintura,
la poesía y el canto, las leyes, la economía y la universidad. Queridos amigos, os toca ser, al mismo tiempo, los testigos
activos de las culturas de hoy en la Iglesia y los representantes visibles y activos del Consejo Pontificio para la Cultura en
todo el mundo.

2. El reciente Sínodo de los Obispos, dedicado a la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, veinte años
después del Concilio Vaticano II, ha subrayado la urgencia de formar a los laicos para hacer que el Evangelio esté más
presente en el entramado vivo de las culturas, en los ambientes que caracterizarán las mentalidades del mañana e inspirarán
las conductas: la familia, la empresa, la escuela, la universidad y los medios de comunicación social. Algunos de vosotros
habéis dado una contribución valiosa, subrayando la importancia de la acción que se debe realizar para abrir el mundo
intelectual y universitario a los valores evangélicos.

Los trabajos del Sínodo han hecho tomar conciencia aún más claramente de que el desafío de todos los bautizados es dar
testimonio de su fe con inteligencia y valentía, para ofrecer la salvación y la esperanza a través de las culturas de nuestro
tiempo. Os invito de nuevo a hacer comprender mejor a nuestros contemporáneos lo que significa concreta y vitalmente
evangelizar las culturas. La tarea es compleja y ardua, pero mi estímulo, mi apoyo y mi oración os acompañan en esta
misión a la cual concedo una importancia primordial.

3. Para que el Evangelio pueda fecundar las culturas de este mundo, en plena transformación, un impulso renovado debe
venir de todos los componentes de la Iglesia, bien de los organismos de la Santa Sede como de las Conferencias
Episcopales, de las Organizaciones internacionales católicas como de las comunidades religiosas y de los institutos
seculares; de los laicos comprometidos en la rica diversidad de los movimientos de apostolado, como también en el seno de
las instituciones civiles.

Vuestro Presidente ejecutivo me ha informado de los proyectos de encuentros, preparados desde hace mucho tiempo, que os
permiten poco a poco entrar en contacto con las realidades vivas dé la Iglesia en los diversos continentes. Pienso en
particular en el ya próximo coloquio africano debido a la hospitalidad de la señora Victoria Okoye, quien en Onitsha, os
permitirá reconocer el extraordinario compromiso de las mujeres africanas para transmitir la fe y la cultura, para encarnar
los valores del Evangelio en las generaciones venideras que serán el Africa del próximo milenio.

Dentro del marco de la actividad de la Santa Sede al lado de las Instituciones internacionales, empezando por la UNESCO y
el Consejo de Europa, tenéis contribución específica para dar según vuestras propias atribuciones, con el fin de hacer aún
más incisiva la presencia de los cristianos y de sus organizaciones en los grandes encuentros donde se debaten los
problemas de la educación, de la ciencia, de la información y de la cultura. Animo vivamente vuestra participación en las
iniciativas emprendidas por los dicasterios romanos interesados para realizar estos objetivos que responden a las
aspiraciones de nuestra época, tan sensible a la puesta en práctica de una cultura solidaria y fraterna.

4. Al término del primer quinquenio, es un placer rendir homenaje a todos aquellos que se han entregado sin medida para
crear el Consejo Pontificio para la Cultura, y asegurar su presencia, viva y activa en el mundo. El querido cardenal Garrone
y los miembros del Consejo de Presidencia, el cardenal Poupard y el Comité ejecutivo, el Consejo internacional, todos
habéis trabajado sin descanso para realizar el mandato que os confié el 20 de mayo de 1982 al instituir vuestra Consejo.
Como testimonian vuestro boletín y vuestras diversas publicaciones, este nuevo dicasterio de la Santa Sede ha sabido, con
su estilo propio, suscitar en la misma Roma como en todo el mundo, una red activa de corresponsales y emprender una
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acción capilar que comienza a dar sus frutos. Me agrada especialmente subrayar la utilidad de la colaboración con los otros
organismos de la Santa Sede, con las Conferencias Episcopales, las Organizaciones internacionales católicas y las
Conferencias de religiosos. Queridos amigos, con vuestra equipo renovado, continuad vuestra fructuosa cooperación, en
estrecha unión igualmente con la Pontificia Academia de las Ciencias, como ya he subrayado en muchas ocasiones.

Aprecio también vuestra colaboración con la Comisión Teológica Internacional. Los problemas concernientes con la fe y la
inculturación, que habéis comenzado a explorar juntos, merecen ciertamente un estudio profundo para clarificar una justa
pastoral de la cultura.

5. El proyecto "Iglesia y cultura universitaria" llevado conjuntamente con la Congregación para la Educación Católica y el
Consejo Pontificio para los Laicos, también llega a ser un medio eficaz de colaboración de la Iglesia en la promoción
cristiana de una civilización del amor y de la verdad, en vísperas del nuevo milenio. El mundo universitario constituye para
la Iglesia un campo privilegiado para su obra de evangelización y su presencia cultural ¿Qué valores humanos y religiosos
caracterizarán la cultura universitaria del mañana? ¿Quién no ve la gravedad de estas cuestiones para la salud intelectual y
moral de las nuevas generaciones? Se trata de una postura muy compleja que requiere una cooperación activa de todos en la
Iglesia. Me alegro también del estudio y de las reflexiones comunes que el Consejo Pontificio para la Cultura y los dos
dicasterios ya mencionados han suscitado, en colaboración con los Episcopados, las organizaciones de laicos y los institutos
religiosos, a fin de que la acción de la Iglesia cercana a la cultura universitaria responda verdaderamente a las exigencias de
nuestra época.

6. En este Año Mariano, ¡que Nuestra Señora sea vuestra estrella y vuestro modelo! Al darnos a su Hijo Jesús, nos lo ha
dado todo. En ella, los valores humanos han sido asumidos y transfigurados en un misterioso conjunto de interioridad y de
trascendencia. Que, según su ejemplo, vuestra cultura sea el reflejo de lo que habéis recibido y el crisol de lo que ofrecéis a
la Iglesia y al mundo, es decir, el testimonio de que el Reino anunciado por el Evangelio se vive en vuestra propia cultura!

Con mis mejores deseos para vosotros y para vuestras familias, os aseguro mi oración por el fruto de vuestro trabajo, sobre
el que invoco la abundancia de la gracia divina, al impartiros de todos corazón mi bendición apostólica.

15 de enero de 1988
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Queridos hermanos en el Episcopado,


queridos amigas:

1. Es con particular placer que acojo por quinto año consecutivo, al Consejo Pontificio para la Cultura. A cada uno y cada
una, personalmente, doy la más cordial bienvenida. Saludo en vuestras personas a los representantes cualificados de los
horizontes culturales tan numerosos y variados del mundo. Os doy las gracias por venir cada año a la Sede de Pedro, para un
intercambio fructuoso sobre las situaciones de la cultura y de las culturas, a fin de explorar juntos los caminos más
indicados para el encuentro de la Iglesia con las mentalidades y las aspiraciones de nuestra época.

Al crear el Consejo Pontificio para la Cultura, hace cinco años, mi intención era traducir en un programa de acción común la
voluntad original del Concilio Vaticano II, que miraba a promover el diálogo de salvación con las personas y sus ambientes.
Os alentaba, en nuestros encuentros de años pasados, a hallar los medios capaces de estimular en toda la Iglesia un impulso
renovado, para que el diálogo Evangelio-culturas llegue a ser una realidad visible. Os invitaba a prestar una atención
particular a los órganos más aptos para sostener este esfuerzo a la vez cultural y evangélico: los obispos y sus colaboradores,
los institutos religiosos y sus iniciativas, las Organizaciones Internacionales católicas y sus proyectos culturales y
apostólicos. En armonía con los otros organismos de la Santa Sede, vuestra finalidad primera es la de profundizar, de cara a
la Iglesia universal y a las Iglesias particulares, lo que significa la evangelización de las culturas en el mundo de hoy, tarea
ciertamente inmensa y compleja, pero de importancia vital para la misión futura de la Iglesia.

2. Cinco años después, deseo expresaros mi satisfacción por el trabajo que vosotros habéis logrado realizar. Hojeando
vuestro boletín Iglesia y Culturas, publicado en varias lenguas, aparece claramente que habéis realizado ya un importante
trabajo de consulta y de sensibilización entre las Conferencias Episcopales, los Institutos religiosos, las Organizaciones
Internacionales Católicas (OIC), entre un gran número de centros culturales, privados o públicos, y entre Organismos
Internacionales, como l'UNESCO y el Consejo de Europa.

Muchos Episcopados han respondido generosamente, creando servicios nuevos para promover un diálogo más incisivo con
las culturas. Los religiosos y las religiosas han colaborado activamente en una consulta internacional, que demuestra su
interés por la inculturación de su acción apostólica y la consolidación de la vida consagrada en el seno de las culturas en
evolución. Las Organizaciones Internacionales Católicas han también estrechado relaciones fecundas con el Consejo
Pontificio para la Cultura, al servicio de la promoción cultural y espiritual de los hombres y de las mujeres de hoy.

Gracias a la cooperación activa de los miembros del Consejo Internacional, han sido organizados Congresos regionales
sobre diversos problemas culturales que interesan a la Iglesia: en Notre Dame (Estados Unidos), en Río de Janeiro, Buenos
Aires, Munich, Bangalore. Otras Conferencias Internacionales se preparan en Europa, en Nigeria y en Japón. Os doy las
gracias por este esfuerzo y este compromiso concretos. Vuestro Consejo internacional asume así una eficaz significación,
que me agrada destacar.

Y con toda seguridad, como lo demanda la Constitución Regimini Ecclesiae, os preocupa suscitar una colaboración
fructuosa con los dicasterios romanos. Pienso, entre otras cosas en vuestra contribución al documento sobre las sectas y
movimientos religiosos.

3. Vosotros trabajáis, además, con la Congregación para la Educación Católica y con el Consejo Pontificio para los Laicos,
en un proyecto sobre "La Iglesia y la cultura universitaria". Con todas las instancias interesadas en la Iglesia, obispos,
religiosos, organizaciones diversas y personalidades laicas, buscáis hacer más presente la Iglesia en los medios
universitarios, por su acción pastoral directa, y también por una promoción más activa de los valores evangélicos en el seno
de las culturas en gestación dentro de las universidades. Estos problemas merecen todos vuestros esfuerzos, y os animo
vivamente a proseguir este importante trabajo emprendido en común. Un gran número de Pastores esperan luz y orientación,
en un campo donde están implicados innumerables estudiantes y profesores cristianos. La colaboración de todos los
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interesados en esta consulta sobre "La Iglesia y la cultura universitaria" permitirá beneficiar el conjunto de la Iglesia con la
experiencia adquirida por las iniciativas de unos y otros y las reflexiones comunes sobre esta adquisición.

Hago igualmente votos para que la colaboración, ya entablada con la Comisión Teológica Internacional, se traduzca en
resultados fecundos. Vuestra investigación conjunta sobre la fe y la inculturación responde a una petición explícita del
Sínodo Extraordinario de los Obispos, y será de grande importancia para la encarnación del Evangelio en el corazón de las
culturas de nuestro tiempo.

Queridos amigos, me siento obligado a dar las gracias sinceramente a todos aquellos y aquellas que se consagran con
generosidad a la misión que yo confié al Consejo Pontificio para la Cultura, en beneficio de toda la Iglesia.

4. Al felicitaros por las tareas realizadas, os pido que miréis el porvenir con mucha lucidez y esperanza. Permitidme sugerir
dos orientaciones principales que deberán inspirar vuestras esfuerzos, vuestras investigaciones, vuestras iniciativas y la
cooperación de todos aquellos con quienes estáis en relación.

Por una parte, os comprometo de nuevo a hacer madurar en los espíritus la urgencia de un encuentro efectivo del Evangelio
con las culturas vivas. La separación entre Buena Noticia de Jesucristo en zonas enteras de la humanidad permanece
inmensa y dramática. Numerosos medios culturales se mantienen cerrados, herméticos, u hostiles al Evangelio. Países
enteros están sometidos a políticas culturales que buscan excluir o limitar gravemente la acción de la Iglesia. Todo cristiano
sincero sufre profundamente por estas trabas para la proclamación de la Buena Noticia. En nombre de la promoción cultural
de todos los hombres y de todas las mujeres, proclamada como un objetivo por las instancias internacionales, es importante
hacer comprender a nuestros contemporáneos que el Evangelio de Cristo es fuente de progreso y de plenitud para todos los
hombres. Nosotros no hacemos violencia a alguna cultura al proponerle libremente este mensaje salvífico y liberador.

Junto con todos los hombres y todas las mujeres de buena voluntad, compartimos un amor desinteresado e incondicional por
cada persona humana. Incluso con aquellos y aquellas que no profesan nuestra fe, podemos encontrar un amplia espacio de
colaboración para el progreso cultural de las personas y de los grupos. Las culturas de hoy aspiran ardientemente a la paz y
a la fraternidad, a la dignidad y a la justicia, a la libertad y a la solidaridad. Este es un signo de los tiempos, ciertamente
providencial que, veinte años después de la Encíclica Populorum Progressio de mi predecesor Pablo VI, nos anima a
identificar las vías de una solidaridad nueva entre las personas, las familias espirituales, los centros de reflexión y de acción.
Podemos preguntarnos con valentía: Nosotros cristianos ¿Hemos puesto por obra suficientemente la creatividad cultural
preconizada por la Gaudium et Spes, para acelerar el encuentro efectivo de la Iglesia con el mundo de nuestro tiempo? ¿No
debemos estar más capacitados para el discernimiento, ser más creativos, más resueltos en nuestras empresas de
evangelización, más dispuestos también a las colaboraciones indispensables en este vasto campo de la acción cultural
asumida en nombre de nuestra fe?

5. Esto me conduce a hablar de nuevo, e insistir, sobre este objetivo igualmente central en vuestro trabajo y que constituye
el objeto de vuestra reflexión común con la Comisión Teológica Internacional: el de la inculturación. Yo mismo he
abordado el tema en muchos de mis recientes viajes apostólicos. Pues este neologismo encierra una toma de posición capital
para la Iglesia, sobre todo en los países de tradiciones cristianas. Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe
acoger todo lo que en las tradiciones de los pueblos es conciliable con el Evangelio para aportarles las riquezas de Cristo y
para enriquecerse ella misma con la sabiduría multiforme de las naciones de la tierra. Vosotros lo sabéis: la inculturación
coloca a la Iglesia en un camino difícil, pero necesario. Por tanto, los Pastores, los teólogos y los especialistas de las
ciencias humanas tienen que colaborar estrechamente a fin de que este proceso vital se lleve a cabo en beneficio, tanto de
los evangelizados como de los evangelizadores, y para que se evite toda simplificación o precipitación, que conduciría a un
sincretismo o a una reducción secularizada del anuncio evangélico. Proseguid valientemente vuestra investigación serena y
profunda sobre estas cuestiones, conscientes de que vuestros trabajos servirán a muchos en la Iglesia y no sólo en los
llamados "países de misión".

Efectivamente, no es un ejercicio intelectual abstracto que se os confía, sino una reflexión al servicio directo de la pastoral
comprendidas las naciones de la tradición cristiana, donde se está instaurando poco a poco una "cultura" marcada por la
indiferencia o el desinterés por la religión. Con todos mis hermanos en el Episcopado, reafirmo con insistencia la necesidad
de movilizar a toda la Iglesia en un esfuerzo creativo, en orden a una evangelización renovada de las personas y de las
culturas. Pues sólo mediante un esfuerzo concertado la Iglesia se pondrá en condición de llevar la esperanza de Cristo al
seno de las culturas y de las mentalidades actuales. Sepamos encontrar el lenguaje que reúna a los espíritus y a los
corazones de tantos hombres y mujeres que aspiran, quizás sin saberlo, a la paz de Cristo y a su mensaje liberador. Este es
un proyecto cultural y evangélico de primera importancia.
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6. Sin dejaros detener por las dificultades inherentes a una tal misión, proseguid incansablemente promoviendo las
colaboraciones voluntarias necesarias, para que, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos, organizaciones
culturales y educativas, se comprometan con este espíritu apostólico de diálogo querido por el Concilio Vaticano II,
reafirmado con tanta nitidez por el Sínodo Extraordinario de 1985, y puesta en práctica con iniciativas como aquella de la
Jornada de oración por la paz en Asís.

Os animo de modo muy particular a proseguir vuestras esfuerzos para comprometer a los laicos en esta tarea. Ellos están,
efectivamente, en el corazón de las culturas que impregnan la sociedad moderna. En gran parte, depende de ellos que el
Evangelio de Cristo sea el fermento capaz de purificar y de enriquecer las orientaciones culturales que decidirán el futuro de
la familia humana. De cara al próximo Sínodo de los Obispos, dedicado al apostolado de los laicos, vuestra contribución
presenta un interés particular.

En signo de mi afecto y de mi reconocimiento, y en prenda de la gracia del Señor, os doy a cada uno y cada una
personalmente, mi benedición.

17 de enero de 1987
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Queridos hermanos en el Episcopado, queridos amigos:

1. Os encuentro fieles a la cita romana anual del Consejo Pontificio para la Cultura. Habéis venido de Africa, de América
del Norte y de América Latina, de Asia y de Europa; vuestra presencia evoca para nosotros ese vasto panorama de las
culturas del mundo entero, algunas de las cuales han sido fecundadas permanentemente por el mensaje de Cristo. Otras
esperan aún la luz de la Revelación, pues toda cultura está abierta a las más altas aspiraciones del hombre y es capaz de
nuevas síntesis creadoras con el Evangelio.

En estos años en que se inscribe la realidad cotidiana de nuestro atormentado siglo, ya cercana la aurora de un nuevo
milenio, portador de esperanzas para la humanidad. El proceso histórico de inculturación del Evangelio y de evangelización
de las culturas está aún muy lejos de haber agotado todas sus energías latentes. La novedad eterna del Evangelio encuentra
los surgimientos de las culturas en génesis o en proceso de renovación. La aparición de nuevas culturas constituye con toda
evidencia una llamada a la valentía y a la inteligencia de todos los creyentes y de los hombres de buena voluntad.
Transformaciones sociales y culturales, cambios políticos, fermentaciones ideológicas, inquietudes religiosas,
investigaciones éticas: es todo un mundo en gestación que aspira a encontrar forma y orientación, síntesis orgánica y
renovación profética. Sepamos sacar respuestas nuevas del tesoro de nuestra esperanza.

Sacudidos por los desequilibrios socio-políticos, por los descubrimientos científicos no plenamente controlados, de los
inventos técnicos de una amplitud inusitada, los hombres perciben confusamente el ocaso de las viejas ideologías y el
deterioro de los viejos sistemas. Los pueblos nuevos provocan a las viejas sociedades, como para despertarlas de su hastío.
Los jóvenes en búsqueda del ideal aspiran a ofrecer un sentido que imprima valor a la aventura humana. Ni la droga ni la
violencia, ni la permisividad ni el nihilismo pueden colmar el vacío de la existencia. Las inteligencias y los corazones
buscan luz que ilumine y amor que reanime. Nuestra época nos revela descarnadamente el hambre espiritual y la inmensa
esperanza de las conciencias.

2. El reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos, que hemos tenido la gracia de vivir en Roma, ha hecho tomar
conciencia renovada de estas esperanzas profundas de la humanidad y de la inspiración profética del Concilio Vaticano II,
ya hace 20 años. De acuerdo con la invitación del Papa Juan XXIII, padre de este Concilio de los tiempos modernos del cual
todos nosotros somos hijos, debemos poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificadoras del Evangelio (cf.
la Bula para la Convocatoria del Concilio Humanae salutis, Navidad de 1961).

Sí, estamos al comienzo de una gigantesca tarea de evangelización del mundo moderno, que se presenta en términos nuevos.
El mundo está entrando en una era de cambios profundos, debidos a la amplitud estupefaciente de las creaciones del
hombre, cuyas producciones amenazan con la destrucción si no las integra en una visión ética y espiritual. Entramos en un
período nuevo de la cultura humana y los cristianos se encuentran ante un inmenso desafío. Hoy comprendemos mejor la
amplitud de la llamada profética del Papa Juan XXIII al conjurarnos a eliminar a los profetas de desgracias y a ponernos a
trabajar valerosamente en esta tarea formidable: la renovación del mundo y su "encuentro con el rostro de Jesús resucitado...
que irradia a través de toda la Iglesia para salvar, alegrar e iluminar a las naciones humanas" (Mensaje Ecclesia Christi,
Lumen gentium, 11 de septiembre de 1962).

Mi predecesor Pablo VI asumió esta orientación fundamental y precisó el instrumento privilegiado: el Concilio trabajará
para lanzar un puente hacia el mundo contemporáneo (Alocución en la apertura de la 2a sesión, 29 de septiembre de 1963).
Yo mismo he querido crear el Consejo Pontificio para la Cultura, precisamente para ayudar y apoyar este trabajo (cf. mi
carta del 20 de mayo de 1982).

3. Desde entonces, estáis en el trabajo alegremente y el boletín Iglesia y Culturas ofrece regularmente en francés, inglés y
español el eco de la fecunda tarea emprendida: diálogo en curso con los obispos, los religiosos, las Organizaciones
Internacionales católicas, las Universidades, consultas, cuyos primeros frutos aparecen ya, red de corresponsales en las
diversas partes del mundo, iniciativas suscitadas en las Iglesias, a veces en todo un continente como testimonia la decisión
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reciente tomada por el CELAM de crear una "Sección para la Cultura", con el fin de dar a la Iglesia en América Latina un
nuevo impulso en su misión de evangelización de la cultura de acuerdo al espíritu de la Evangelii nuntiandi y de la opción
pastoral de Puebla. Cada Conferencia Episcopal ha sido invitada a crear un organismo ad hoc para la pastoral de la cultura,
y algunos de ellos ya están trabajando. En relación con otros organismos de la Santa Sede, seguís además atentamente la
actividad de las grandes organizaciones en encuentros internacionales que se ocupan de la cultura, de la ciencia, de la
educación, para ofrecer en ellos el punto de vista de la Iglesia.

Me alegro de todo corazón de la actividad del Consejo, atestiguada en el apretado programa de vuestra presente reunión en
San Calixto: orientaciones para el diálogo de la Iglesia con las culturas, a la luz del reciente Sínodo de los Obispos,
colaboración con los dicasterios romanos: fe y culturas, liturgia y culturas, evangelización y culturas, educación y culturas,
papel cultural de la Santa Sede ante los Organismos internacionales, coloquios e investigaciones, cuyos interesantes
resultados ya han sido publicados en las diferentes lenguas, en varios continentes. Otros coloquios en preparación os
conducirán sucesivamente a diversas partes de Europa y de América, también al encuentro con las antiguas civilizaciones
africanas y asiáticas; como al crisol de la modernidad y al reto de las artes, de las humanidades clásicas y de la iconografía
cristiana, ante el despertar de una civilización de lo universal.

4. Queridos amigos, proseguid esta tarea compleja, pero necesaria y urgente; estimulad en el mundo las energías en
expectativa y las voluntades en estado de alerta. El Sínodo de los Obispos nos ha comprometido a todos con ardor, en situar
decididamente la inculturación en el corazón de la misión de la Iglesia en el mundo: "La inculturación es otra cosa que una
simple adaptación externa: significa una transformación íntima de los auténticos valores culturales mediante su integración
en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas humanas" (Relación final del Sínodo
Extraordinario de los Obispos, 1985).

Toda la Iglesia prepara ya un futuro Sínodo sobre el apostolado de los laicos. Vosotros podéis comprometer vigorosamente
a los laicos, en el diálogo decisivo del Evangelio con las culturas, y de modo particular a los jóvenes. Me alegro de vuestra
colaboración activa con el Consejo Pontificio para los Laicos y con la Congregación para la Educación Católica, a fin de
estudiar conjuntamente los nuevos problemas planteados por el encuentro del Evangelio con el mundo de la educación y de
la cultura. Y sé que no dejaréis de emprender múltiples iniciativas nuevas para responder a la misión que os ha sido
confiada.

Mis votos os preceden en este camino exigente, mi oración os acompaña y mi apoyo os sostiene. De todo corazón invoco
sobre vosotros y sobre vuestro trabajo la gracia del Señor Todopoderoso, el único que debe inspirar nuestro humilde
servicio de Iglesia, impartiéndoos una particular bendición apostólica.

13 de enero de 1986
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Queridos hermanos en el episcopado, Queridos amigos:

1. Mi alegría es grande al acogeros esta mañana en Roma, con ocasión de la tercera reunió anual del Consejo Internacional
del Consejo Pontificio para la Cultura.

Os agradezco sinceramente vuestra presencia activa en el Consejo y el haber aceptado consagrar vuestro tiempo y vuestras
energías a esta estrecha colaboración con la Sede apostólica. Con particular afecto, saludo al Cardenal Gabriel-Marie
Garrone, Presidente de vuestra Comisión de Presidencia, así como al Cardenal Eugenio de Araújo Sales. Me dirijo
igualmente con agradecimiento a la Dirección Ejecutiva del Consejo Pontificio para la Cultura representada por su
Presidente Mons. Paul Poupard y su Secretario, P. Hervé Carrier, quienes, con sus celosos colaboradores y colaboradoras, se
dedican a realizar un trabajo abundante y de calidad.

2. El Consejo Pontificio para la Cultura, asume, según mi manera de ver, un significado simbólico y lleno de esperanza. En
efecto, veo en vosotros testigos calificados de la cultura católica en el mundo, con el cometido de reflexionar tanto sobre las
evoluciones y las esperanzas de las distintas culturas en las regiones, como de los sectores de actividad que os son propios.
Por la misión que os he confiado, estáis llamados a ayudar, con competencia, a la Sede apostólica para conocer mejor las
aspiraciones profundas y distintas de las culturas contemporáneas y a discernir mejor cómo puede la Iglesia universal darles
la respuesta. Pues, en el mundo, las orientaciones, las mentalidades, los modos de pensar y de concebir el sentido de la vida,
se modifican, se influencian mutuamente, se enfrentan sin duda, con mayor vigor que nunca en el pasado. Eso deja huellas
en todos los que se entregan con lealtad a la promoción del hombre. Es bueno que con vuestro trabajo de estudio, de
consulta y de animación -emprendido en conexión con otros Dicasterios romanos, con las Universidades, los Institutos
religiosos, las Organizaciones internacionales católicas y varios grandes organismos internacionales vinculados con la
promoción de las culturas- favorezcáis una toma de conciencia clara de las posturas que presenta la actividad cultural en el
sentido lato del término.

3. Más allá de esta acogida respetuosa y desinteresada de las realidades culturales para un mejor conocimiento, el cristiano
no puede hacer abstracción del problema de la evangelización. El Consejo Pontificio para la Cultura participa en la misión
de la Sede de Pedro para la evangelización de las culturas y vosotros estáis asociados a la responsabilidad de las Iglesias
particulares en las tareas apostólicas que requiere el encuentro del Evangelio con las culturas de nuestra época. Con este fin,
se pide un trabajo ingente a todos los cristianos y el desafío debe poner en movimiento sus energías en el corazón de cada
pueblo y de cada comunidad humana.

A vosotros, que habéis aceptado ayudar a la Santa Sede en su misión universal al lado de las culturas de nuestras días,
confío el cometido especial de estudiar y de profundizar lo que significa para la Iglesia la evangelización de las culturas
hoy. Ciertamente, la preocupación por evangelizar las culturas no es nueva para la Iglesia, pero presenta problemas que
tienen carácter de novedad en un mundo marcado por el pluralismo, por el choque de las ideologías y por profundos
cambios de las mentalidades. Debéis ayudar a la Iglesia a responder a esas cuestiones fundamentales para las culturas
actuales: ¿Cómo hacer accesible el mensaje de la Iglesia a las culturas nuevas, a las formas actuales de la inteligencia y de la
sensibilidad? ¿Cómo la Iglesia de Cristo puede hacerse entender por el espíritu moderno, que se ufana de sus realizaciones y
a la vez se preocupa por el futuro de la familia humana? ¿Quién es Jesucristo para los hombres y las ?mujeres de hoy?

Sí, la Iglesia en su totalidad debe plantearse esas cuestiones, con el espíritu de lo que decía mi predecesor Pablo VI al
concluir el Sínodo sobre la evangelización: "... lo que importa es evangelizar.... la cultura y las culturas del hombre en el
sentido rico y amplio que estos términos tienen en la Gaudium et Spes, tomando como punto de partida la persona y
teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios" (Evangelii Nuntiandi, N. 20). Y todavía
agregaba: "El Reino que anuncia el Evangelio, es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura y la
construcción del Reino no puede menos que tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas" (Ibid.).
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Hay por consiguiente, una tarea compleja pero esencial: ayudar a los cristianos a discernir en los rasgos de su cultura lo que
pueda contribuir a la justa expresión del mensaje evangélico y a la edificación del Reino de Dios y a denunciar lo que le es
contrario. Y, de este modo, el anuncio del Evangelio a los contemporáneos que no se adhieren a él, tendrá más posibilidades
de llevarse a cabo en un diálogo auténtico.

No podemos dejar de evangelizar: son tantas las regiones, tantos los ambientes culturales que permanecen insensibles a la
buena noticia de Jesucristo. Pienso en las culturas de extensas regiones del mundo todavía al margen de la fe cristiana. Pero
pienso también en los amplios sectores culturales en países de tradición cristiana que, hoy, parecen indiferentes -cuando no
refractarios- al Evangelio. Hablo, ciertamente de las apariencias, porque no hay que prejuzgar del misterio de las creencias
personales y de la acción secreta de la gracia. La Iglesia respeta a todas las culturas y no impone a ninguna su fe en
Jesucristo, pero invita a todas las personas de buena voluntad a promover una verdadera civilización del amor fundada en
los valores evangélicos de la fraternidad, de la justicia y de la dignidad para todos.

4. Todo esto exige un nuevo acercamiento de las culturas, de las actitudes, de los comportamientos, para dialogar en
profundidad con los ambientes culturales y para hacer fecundo su encuentro con el mensaje de Cristo. Este trabajo exige
también, por parte de los cristianos responsables, una fe iluminada por la reflexión que, sin cesar, sea confrontada con las
fuentes del mensaje de la Iglesia y un discernimiento espiritual que se prosigue sin pausa en la oración.

El Consejo Pontificio para la Cultura, por su parte, está llamado a profundizar los problemas importantes que los desafíos de
nuestra tiempo suscitan para la misión evangelizadora de la Iglesia. Por el estudio, por los encuentros, los grupos de
reflexión, las consultas, el intercambio de informaciones y de experiencias, por la colaboración de los numerosos
corresponsales que, han aceptado trabajar con vosotros en distintas partes del mundo, os exhorto vivamente a iluminar estas
nuevas dimensiones a la luz de la reflexión teológica, de la experiencia y del aporte de las ciencias humanas.

Estad seguros de que, apoyaré con agrado, apoyaré los trabajos y las iniciativas que os permitan sensibilizar en estos
problemas a las distintas instancias de la Iglesia. Y, como garantía del apoyo que deseo dar a vuestra tarea tan útil para la
Iglesia, os imparto, así como a todos vuestros colaboradores y colaboradoras, y a vuestras familias, mi especial Bendición
Apostólica.

15 de enero de 1985
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Queridos hermanos en el Episcopado,


Queridos amigos:

Os doy la más cordial bienvenida, dichoso de encontraros con motivo de vuestra reunión anual en Roma, para un tiempo
privilegiado de reflexión y de orientación, en comunión con el Papa. Por medio de vuestras personas, es a los hombres de la
cultura de los diferentes continentes a quienes saludo con respeto. Conocéis la importancia vital que yo atribuyo al devenir
de las culturas de nuestro tiempo, y a su reencuentro fecundo con la palabra salvífica de Cristo liberador, fuente de gracias
también para las culturas.

1. Durante estas jornadas de trabajo, habéis concretado las actividades del Consejo Pontificio para la Cultura, a fin de
reflexionar sobre su acción futura, partiendo de una visión cristiana sobre las culturas hacia finales del siglo XX.

Yo deseo a este Consejo, el último nacido de los organismos de la curia romana, que asuma progresivamente su propio
papel, y os doy las gracias por todo cuanto habéis llevado a cabo desde la fundación en mayo de 1982. Doy las gracias
expresamente al cardenal Garrone, presidente del Comité de Presidencia; al cardenal Sales, a monseñor Paul Poupard,
presidente del Comité ejecutivo; a monseñor Antonio Javierre Ortas, consejero; al padre Carrier, secretario, y a sus
colaboradores, todos los cuales se consagran a sus primeras tareas de exploración y de realización; y a los distinguidos
miembros del Consejo Internacional, cuya colaboración cualificada es y será muy valiosa.

Ya la Santa Sede y la Iglesia, gracias a las universidades y academias eclesiásticas, a las comisiones especializadas, a las
bibliotecas y a los archivos han dado siempre al mundo una colaboración de primer orden, en el campo de la educación, de
la enseñanza y de la investigación, de las ciencias y de las artes sagradas.Diversos organismos de la Curia colaboran, y es,
ciertamente, deseable que su acción se desarrolle aún, como respuesta a las exigencias del mundo moderno, y sobre todo,
que sea más armónica y conocida. Vuestro Consejo tiene su parte original en esta actividad y en esta cooperación.

2. Vuestro papel es, sobre todo, de establecer las relaciones con el mundo de la cultura, en la Iglesia y fuera de las
instituciones eclesiales, con los obispos, los religiosos, los laicos comprometidos en este campo, o delegados de las
asociaciones culturales oficiales o privadas, los universitarios, los investigadores y artistas, todos aquellos que están
interesados en profundizar los problemas culturales de nuestra tiempo. En unión con las Iglesias locales, contribuís a que los
representantes cualificados den a conocer a la Iglesia el fruto de sus experiencias, investigaciones y realizaciones en
beneficio de la cultura -que la Iglesia no deberá ignorar en su diálogo pastoral y que son una fuente de enriquecimiento
humano- y también a que reciban a este respecto el testimonio de los cristianos.

3. Se piensa, naturalmente, en Organizaciones Internacionales, tales como la UNESCO y el Consejo de Europa, cuyas
actividades específicas quieren estar al servicio de la cultura y de la educación. Vuestro Consejo puede contribuir -tal como
ya se ha hecho- a reforzar la colaboración que conviene a tales organismos, los cuales están ya en relación con la Santa
Sede.

Estáis igualmente bien ubicados para participar, con otros representantes de la Santa Sede y de la Iglesia, en Congresos
importantes que tratan los problemas de la cultura y de las ciencias del hombre. En tales campos, la presencia de la Iglesia,
en la medida en que es invitada, es particularmente significativa y fuente de un gran enriquecimiento tanto para el mundo
como para ella, y es importante que consagre a la misma todos sus cuidados.

4. La actividad habitual del Consejo es también el estudio profundo de las grandes cuestiones culturales, en las cuales la fe
es interpelada y la Iglesia está particularmente implicada. Es un servicio apreciado por el Papa, la Santa Sede y la Iglesia. La
colección "Culturas y Diálogo" -de la cual se conocía ya el primero e interesante volumen sobre el caso Galileo- podría
contribuir útilmente, al igual que las diversas realizaciones que proyectáis al diálogo entre el Evangelio y las culturas.
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5. Para continuar vuestros proyectos es conveniente que os dirijáis -como ya tenéis cuidado de ello a las Conferencias
Episcopales a fin de recoger las iniciativas con las cuales llevan a la práctica en sus lugares los objetivos del Concilio
Vaticano II y particularmente de la Constitución Gaudium et Spes sobre la cultura. Conocer mejor cómo las Iglesias locales
captan las evoluciones de las mentalidades y de las culturas en sus países ayudará a orientar mejor su acción evangelizadora.
Experiencias pastorales interesantes se han intentado en este campo a partir del Concilio, que permiten a las Iglesias locales
afrontar con la luz del Evangelio, los problemas complejos planteados por el surgimiento de nuevas culturas y los retos de la
inculturación, las nuevas corrientes de pensamiento, el reencuentro a veces conflictivo de las culturas y la búsqueda leal del
diálogo entre ellas y la Iglesia.

Algunos episcopados han creado ya una comisión competente para la cultura.Algunas diócesis han nombrado un
responsable, a veces un obispo auxiliar, encargado de los problemas nuevos que plantea una pastoral moderna de la cultura.
Es esta la solución que yo mismo he considerado conveniente instituir, como sabéis, para la diócesis de Roma.

Será valioso hacer conocer los resultados que estas iniciativas han obtenido, suscitando de esta forma un útil intercambio de
información y una sana emulación.

6. Con todo derecho también, tratáis de colaborar con las Organizaciones Internacionales Católicas. Muchas de estas
organizaciones están particularmente interesadas en los problemas de la cultura, y ya han solicitado esta cooperación con
vosotros. Las OIC van adelente en la acción que desarrollan los católicos en la promoción de la cultura, de la educación, del
diálogo intercultural. Por esto, me alegro de la atención prestada por vuestro Consejo a este importante sector, en
colaboración con el Consejo Pontificio para los Laicos, que tiene competencia para seguir, en general, el apostolado de las
organizaciones internacionales católicas.

7. Por otra parte, muchos religiosos y religiosas despliegan una labor imoportante en el campo de la cultura. Muchos
Institutos religiosos consagrados a la obra de la educación y al progreso cultural, a la comprensión y a la evangelización de
las culturas, han manifestado su deseo de participar activamente en la misión del Consejo Pontificio para la Cultura, a fin de
buscar juntos, en un espíritu de colaboración fraterna, los mejores caminos para promover los objetivos del Concilio
Vaticano II en estos amplios campos. En unión con la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, vuestro
Consejo podrá contribuir a ayudar a los religiosas y a las religiosas en el trabajo específico de evangelización, del cual están
encargados para la promoción cultural del ser humano.

8. Con estas breves palabras se comprenderá fácilmente la importancia y la urgencia de la misión confiada al Consejo
Pontificio para la Cultura, misión que se enmarca en su sitio -y bajo un ángulo específico- en la de los organismos de la
Santa Sede y en la de toda la Iglesia, responsable de llevar la Buena Nueva a los hombres muy marcados por el progreso
cultural pero también por sus limitaciones. Más que nunca, en efecto, el hombre está gravemente amenazado por la
anticultura, que se manifiesta, entre otros hechos, en la violencia creciente, en los enfrentamientos mortales, en las
explotaciones de los instintos y de los intereses egoístas.

Al trabajar por el progreso de la cultura, la Iglesia busca, sin descanso, hacer que la sabiduría colectiva la eleve sobre los
intereses que dividen. Es necesario permitir a nuestras generaciones que construyan una cultura de la paz. ¡Ojalá puedan
nuestros contemporáneos volver a encontrar el gusto de la estima de la cultura, verdadera victoria de la razón, de la
comprensión fraterna, del respeto sagrado por el hombre, que es capaz de amor, de creatividad, de contemplación, de
solidaridad, de trascendencia!

En este Año Jubilar de la Redención que ya me ha otorgado el privilegio de acoger las peregrinaciones fervorosas de
numerosos hombres y mujeres de cultura, imploro las bendiciones del Señor sobre vuestra difícil y apasionante labor. ¡Que
el mensaje de reconciliación, de liberación y de amor, beba de las fuentes vivas del Evangelio, purifique e ilumine las
culturas de nuestros contemporáneos en búsqueda de esperanza!

16 de enero de 1984
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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Eminentísimos señores,
excelentísimos señores,
señoras, señores:

1. Me da especial alegría recibir por primera vez y oficialmente al Consejo Pontificio para la Cultura. Quiero ante todo dar
las gracias a los miembros del Consejo Internacional nombrados hace poco por mí, que han respondido con suma prontitud
a la invitación de reunirse en Roma para deliberar sobre la orientación y futuras actividades del Consejo Pontificio para la
Cultura. Su presencia en este Consejo constituye un honor y una esperanza para la Iglesia. Su fama, reconocida en distintos
sectores de la cultura, ciencias, letras, medios de información, universidades y disciplinas sagradas, permite esperar un
trabajo fecundo de este nuevo Consejo que he decidido crear movido por las directrices del Concilio Vaticano II.

2. Este Concilio imprimió un nuevo dinamismo a dicho sector, sobre todo con la Constitución Gaudium et Spes.
Ciertamente hoy es tarea ardua comprender la extrema variedad de culturas, costumbres, tradiciones y civilizaciones. A
primera vista el desafío parece sobrepasar nuestras fuerzas, sin embargo, ¿no está en la misma medida de nuestra fe y
nuestra esperanza? En el Concilio la Iglesia reconoció una ruptura dramática entre Iglesia y cultura. El mundo moderno está
deslumbrado por sus conquistas y sus logros científicos y técnicos. Pero con demasiada frecuencia cede ante ideologías y
criterios de ética práctica y comportamientos que están en contradicción con el Evangelio o, al menos, hacen caso omiso de
los valores cristianos.

3. En nombre de la fe cristiana el Concilio comprometió a la Iglesia entera a ponerse a la escucha del hombre moderno para
comprenderlo e inventar un nuevo tipo de diálogo que le permita introducir la originalidad del mensaje evangélico en el
corazón de la mentalidad actual. Hemos de encontrar de nuevo la creatividad apostólica y la potencia profética de los
primeros discípulos para afrontar las nuevas culturas. Es necesario presentar la palabra de Cristo en toda su lozanía a las
generaciones jóvenes, cuyas actitudes a veces son difíciles de comprender para los espíritus tradicionales, si bien están lejos
de cerrarse a los valores espirituales.

4. En varias ocasiones he querido afirmar que el diálogo de la Iglesia con las culturas reviste hoy importancia vital para el
porvenir de la Iglesia y del mundo. Permitidme volver a insistir en dos aspectos principales y complementarios que
corresponden a los dos niveles en los cuales la Iglesia ejerce su acción: el de la evangelización de las culturas y el de la
defensa del hombre y de su promoción cultural. Ambas tareas exigen definir nuevas caminos de diálogo entre la Iglesia y las
culturas de nuestra época.

Para la Iglesia este diálogo es absolutamente indispensable, pues de lo contrario la evangelización se reduciría a letra
muerta. San Pablo no vacilaba en afirmarlo: "¡Ay de mí, si no evangelizara!". En este final del siglo XX, como en los
tiempos del Apóstol, la Iglesia debe hacerse toda para todos y acercarse con simpatía a las culturas de hoy. Aún existen
ambientes y mentalidades, países y regiones enteras por evangelizar; y esto requiere un proceso largo y valiente de
inculturación para que el Evangelio impregne el alma de las culturas vivas, responda a sus expectativas más altas y las haga
crecer incluso hasta la dimensión de la fe, la esperanza y la caridad cristianas. La Iglesia, en sus misioneros ha realizado una
obra incomparable en todos los continentes, pero el trabajo misionero no se termina nunca, porque a veces las culturas se
han tocado sólo superficialmente y, de todas maneras, por encontrarse éstas en trasformación incesante exigen un nuevo
acercamiento. Añadamos asimismo que este término noble de misión se aplica hoy a las antiguas civilizaciones marcadas
por el cristianismo, pero ahora están amenazadas por la indiferencia, el agnosticismo y la misma irreligión. Además, surgen
sectores nuevos en la cultura con objetivos, métodos y lenguajes diferentes. El diálogo intercultural se impone a los
cristianos en todos los países.

5. Para evangelizar eficazmente hay que adoptar resueltamente una actitud de reciprocidad y comprensión para simpatizar
con la identidad cultural de los pueblos, de los grupos étnicos y de los varios sectores de la sociedad moderna. Por otra
parte, hay que trabajar por el acercamiento de las culturas de modo que los valores universales del hombre sean acogidos
por doquier con un espíritu de fraternidad y solidaridad. Evangelizar supone penetrar en las identidades culturales
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específicas y, al mismo tiempo, favorecer el intercambio de culturas abriéndolas a los valores de la universalidad e incluso,
yo diría, de la catolicidad.

Pensando precisamente en esta seria responsabilidad he querido crear el Consejo Pontificio para la Cultura, con el fin de dar
a toda la Iglesia un impulso vigoroso y despertar en los responsables y en todos los fieles conscientes, el deber que nos
concierne a todos de estar a la escucha del hombre moderno, no para aprobar todos sus comportamientos, sino ante todo
para descubrir, en primer lugar, sus esperanzas y aspiraciones latentes. Por esta razón he invitado a los obispos, a quienes
están encargados de diversos servicios de la Santa Sede, a las Organizaciones católicas internacionales, a las universidades y
a todos los hombres de fe y de cultura, a comprometerse con convicción en el diálogo de las culturas y llevar la palabra
salvífica del Evangelio.

6. Además, no hemos de olvidar que en ésta relación dinámica de la Iglesia con el mundo contemporáneo, los cristianos
tienen mucho que recibir. El Concilio Vaticano II insistió en este punto, y es oportuno recordarlo. La Iglesia se ha
enriquecido grandemente con las adquisiciones de numerosas civilizaciones. La experiencia secular de gran número de
pueblos, el progreso de la ciencia, los tesoros ocultos de las diversas culturas por cuyo medio se descubre más plenamente la
naturaleza del hombre y se entreabren caminos nuevos hacia la verdad, todo esto redunda en provecho cierto para la Iglesia,
como lo reconoció el Concilio (cf. Gaudium et Spes, 44). Y este enriquecimiento continúa. En efecto, pensemos en los
resultados de las investigaciones científicas para un mejor conocimiento del universo, para una profundización del misterio
del hombre; recapacitemos en los beneficios que pueden proporcionar a la sociedad y a la Iglesia los nuevos medios de
comunicación y del encuentro entre los hombres, la capacidad de producir innumerables bienes económicos y culturales,
sobre todo, de promover la educación de masas, de curar enfermedades consideradas incurables en otro tiempo. ¡Qué
estupendos logros! Todo para honor del hombre. Y todo ha beneficiado grandemente a la misma Iglesia, en su vida, en su
organización, en su trabajo y en su obra propia. Es, pues, normal que el Pueblo de Dios, solidario del mundo en el cual vive,
reconozca los descubrimientos y las realizaciones de nuestros contemporáneos y participe en la medida de sus posibilidades,
para que el mismo hombre crezca y se desarrolle en plenitud. Esto supone profunda capacidad de acogida y admiración y, a
la vez, un lúcido sentido de discernimiento. Quisiera insistir en este último punto.

7. Al impulsarnos a evangelizar, nuestra fe nos incita a amar al hombre en sí mismo. Ahora bien, hoy más que nunca el
hombre necesita que se le defienda contra las amenazas que se ciernen sobre su desarrollo. El amor que brota de las fuentes
del Evangelio, en la estela del misterio de la Encarnación del Verbo nos impulsa a proclamar que el hombre merece honor y
amor para sí mismo y debe ser respetado en su dignidad. Así los hermanos deben volver a aprender a hablarse como
hermanos, respetarse y comprenderse para que el hombre mismo pueda sobrevivir y crecer en la dignidad, la libertad, y el
honor. En la medida en que sofoca el diálogo con las culturas, el mundo moderno se precipita hacia conflictos que corren el
riesgo de ser mortales para el porvenir de la civilización humana. Más allá de los prejuicios y de las barreras culturales y de
las diferencias raciales, lingüísticas, religiosas e ideológicas, los humanos deben reconocerse como hermanos y hermanas y
aceptarse en su diversidad.

8. La falta de comprensión entre los hombres los hace correr hacia un peligro fatal. Sin embargo, el hombre está igualmente
amenazado en su ser biológico por el deterioro irreversible del ambiente, por el riesgo de manipulaciones genéticas, por los
atentados contra la vida naciente, por la tortura que reina todavía gravemente en nuestros días. Nuestro amor al hombre nos
debe infundir el valor de denunciar las concepciones que reducen al ser humano a una cosa que se puede manipular,
humillar o eliminar arbitrariamente.

Asímismo el hombre sufre amenazas insidiosas en su ser moral, porque está sometido a corrientes hedonistas que le
exasperan sus instintos y lo deslumbran con ilusiones de consumo indiscriminado. La opinión pública es manipulada por las
sugerencias engañosas de la poderosa publicidad, cuyos valores unidimensionales debieran hacernos críticos y vigilantes.

Además, el hombre es humillado en nuestros días por sistemas económicos que explotan enteras colectividades. Por otra
parte, el hombre es la víctima de ciertos regímenes políticos o ideológicos que aprisionan el alma de los pueblos. Como
cristianos no podemos callar y debemos denunciar esta opresión cultural que impide a las personas y grupos étnicos ser ellos
mismos en consonancia con su profunda vocación. Gracias a estos valores culturales, el hombre individual o colectivamente
vive una vida verdaderamente humana y no se puede tolerar que se destruyan sus razones de vivir. La historia será severa
con nuestra época en la medida en que ésta sofoque, corrompa y avasalle brutalmente las culturas en muchas regiones del
mundo.

9. Es en este sentido que quise proclamar en la UNESCO, ante la Asamblea de todas las naciones, lo que me permito repetir
hoy ante vosotros: "Hay que afirmar al hombre por él mismo, y no por ningún otro motivo o razón: ¡Únicamente por él
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mismo! Más aún, hay que amar al hombre porque es hombre, hay que revindicar el amor por el hombre en razón de la
particular dignidad que posee. El conjunto de las afirmaciones que atañen al hombre pertenecen a la sustancia misma del
mensaje de Cristo y de la misión de la Iglesia, a pesar de todo lo que los espíritus críticos hayan podido declarar sobre est e
punto y a pesar de todo lo que hayan podido hacer las diversas corrientes opuestas a la religión en general, y al cristianismo
en particular (Discurso en la UNESCO, 2 de junio de 1980, n. 10; L'Osservatore Romano. Edición en Lengua Española, 15
de junio de 1980, pág. 12). Este mensaje es fundamental para hacer posible el trabajo de la Iglesia en el mundo actual. Por
esto, al final de la Encíclica Redemptor Hominis escribí que "el hombre es y se hace siempre la vía de la vida cotidiana de la
Iglesia" (n. 21). Sí, el hombre es el "camino de la Iglesia", pues sin este respeto al hombre y a su dignidad, ¿cómo
podríamos anunciarle las palabras de la vida y verdad?

10. Por tanto, recordándonos estos dos principios de orientación -evangelización de las culturas y defensa del hombre- , el
Consejo Pontificio para la Cultura realizará su propio trabajo. De una parte, se requiere que el evangelizador se familiarice
con los ambientes socio-culturales en que debe anunciar la Palabra de Dios; cuanto más sea el mismo Evangelio fermento
de cultura en la medida en la cual regocija al hombre en sus modos de pensar, de comportarse, de trabajar, de divertirse, es
decir, en su especificidad cultural. De otra parte, nuestra fe nos da una confianza en el hombre -el hombre creado a imagen
de Dios y rescatado por Cristo- que deseamos defenderlo y amarlo por él mismo, conscientes de que él no es hombre sino
por su cultura, es decir, por su libertad de crecer integralmente y con todas sus capacidades específicas. Es difícil la tarea de
ustedes, pero espléndida. Juntos deben contribuir a señalar los nuevos caminos del diálogo de la Iglesia con el mundo de
nuestro tiempo. ¿Cómo hablar al corazón y a la inteligencia del hombre moderno para anunciarle la palabra salvífica?
¿Cómo lograr que nuestros contemporáneos sean más sensibles al valor peculiar de la persona humana, a la dignidad de
cada individuo, a la riqueza escondida en cada cultura? La tarea de ustedes es grande, pues han de ayudar a la Iglesia a ser
creadora de cultura en su relación con el mundo moderno. Seríamos infieles a nuestra misión de evangelizar, a las
generaciones presentes si dejáramos a los cristianos en la incomprensión de las nuevas culturas. Seríamos igualmente
infieles a la caridad que nos debe animar, si no viéramos dónde hoy el hombre está amenazado en su humanidad, y si no
proclamáramos con nuestras palabras y nuestros gestos la necesidad de defender al hombre individual y colectivo, y librarlo
de las opresiones que lo esclavizan y humillan.

11. En vuestro trabajo estáis invitados a colaborar con todos los hombres de buena voluntad. Descubriréis que el Espíritu del
bien está misteriosamente en la acción de muchos contemporáneos nuestros, incluso en algunos que se confiesan sin
religión alguna, pero buscan cumplir honestamente su vocación humana con valentía. Pensemos en tantos padres y madres
de familia, en tantos educadores, estudiantes y obreros entregados a su tarea, en tantos hombres y mujeres dedicados a la
causa de la paz, del bien común, de la justicia y de la cooperación internacionales. Pensemos tambiém en todos los
investigadores que se consagran con constancia y rigor moral a sus trabajos útiles a la sociedad y en todos los artistas
sedientos y creadores de belleza. No vaciléis en dialogar con todas estas personas de buena voluntad, de las cuales muchas
esperan quizás secretamente el testimonio y el apoyo de la Iglesia para defender mejor e impulsar el progreso auténtico del
hombre.

12. Os agradezco ardientemente que hayáis venido a trabajar con nosotros. En nombre de la Iglesia, el Papa cuenta mucho
con vosotros, pues como lo dije en la carta con la cual cree vuestro Consejo "traerá regularmente a la Santa Sede la
resonancia de las grandes aspiraciones culturales alrededor del mundo, profundazando las expectativas de las civilizaciones
contemporáneas y explorando los caminos nuevos de diálogo cultural". Vuestro Consejo antes que todo, tendrá valor de
testimonio. Debéis manifestar ante los cristianos y el mundo el profundo interés que la Iglesia tiene por el progreso de la
cultura y por el diálogo fecundo de las culturas, como por su encuentro benéfico con el Evangelio. Vuestro papel no puede
definirse de una vez por todas y "a priori"; la experiencia os enseñará los modos de acción más eficaces y más aptos para las
circunstancias. Permaneced en relación periódica con la dirección ejecutiva del Consejo -que felicito y animo-
compartiendo su actividad y sus investigaciones, proponed vuestras iniciativas e informad de vuestras experiencias.
Evidentemente, lo que se pide al Consejo para la Cultura es ejercer su acción a modo de diálogo, de iniciación, de
testimonio, de búsqueda. Es ésta una manera particularmente fecunda para la Iglesia, de estar presente en el mundo para
revelar el mensaje nuevo de Cristo Redentor.

En las proximidades del Jubileo de la Redención, pido a Cristo os inspire y os asista para que vuestro trabajo sirva a su plan,
a su obra de salvación. De todo corazón os agradezco de antemano vuestra cooperación, os bendigo en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.

18 de enero de 1983
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