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DE LA
EDAD MEDIA
Hay quienes denominan como Antigüedad Tardía al periodo comprendido entre los siglos III y VIII ya que
consideran que se trata de una etapa de transición entre ambas edades.
La Edad Media, por otra parte, puede dividirse en Alta Edad Media (el periodo que abarca los primeros
siglos) y Baja Edad Media (los últimos siglos de la Edad Media).
La Alta Edad Media podemos establecer, por tanto, que es el periodo que tiene lugar entre los siglos V y
X. Se trata de una etapa ante todo de mucho cambio cultural y de mucha lucha de poder que dio lugar a
que tomaran protagonismo y fuerza en todo el mundo los reinos germanorromanos, el Imperio bizantino o
el Imperio Carolingio.
Todo ello sin olvidar que en este periodo citado se produjo un importante hecho: la expansión del Islam,
que trajo consigo que España se viera especialmente afectada por dicho fenómeno, naciendo así Al-
Ándalus, que contó con rincones y momentos de gran esplendor como el conseguido por el Califato de
córdoba durante el cual se creó su sorprendente Mezquita.
La Baja Edad Media, por su parte, es el periodo comprendido entre los siglo XI y XV. Un tiempo aquel
donde tomaron protagonismo hechos o acontecimientos tales como la expansión del sistema feudal, las
cruzadas, el nacimiento de la burguesía, la creación y expansión de la Universidad, el parlamentarismo,
reformas monásticas de diversa índole o todo un conjunto de innovaciones religiosas en materia
dogmática y devocional.
Entre los cambios sucedidos durante la Edad Media, puede mencionarse la aparición del modo de
producción feudal (en reemplazo del esclavismo), la desaparición de la noción de ciudadanía romana y
el auge de las culturas teocéntricas (como el Islam y el cristianismo) en lugar de la cultura clásica.
Las ciudades medievales se caracterizaron por la construcción de grandes murallas, castillos, fortalezas y
puentes defensivos, lo que supone un reflejo de los conflictos bélicos de la época.
A partir de la transición del feudalismo hacia el capitalismo, la Edad Media comenzó una etapa de
decadencia que derivó en el inicio de la Edad Moderna, la cual se extiende hasta la Revolución Francesa
y luego da lugar a la Edad Contemporánea.
El ocaso de la Edad Media podemos establecer que se produce en la etapa final, entre los siglos XIV y
XV. La aparición del Capitalismo, como hemos mencionado, fue una de las principales causas que acabó
con este periodo histórico pero no fue la única. Otros de los motivos de su debacle fueron las distintas
controversias que se generaron en el ámbito religioso, la aparición de ejércitos profesionales y diversas
guerras de fuerte calado.
IMPERIO BIZANTINO
El Imperio bizantino o Bizancio fue la parte oriental del Imperio romano que pervivió durante toda
la Edad Media y el comienzo del Renacimiento y se ubicaba en el Mediterráneo oriental. Su capital se
encontraba en Constantinopla (en griego: Κωνσταντινούπολις, actual Estambul), cuyo nombre más
antiguo era Bizancio. También se conoce al Imperio bizantino como Imperio romano de Oriente,
especialmente para hacer referencia a sus primeros siglos de existencia, durante la Antigüedad tardía,
época en que el Imperio romano de Occidente todavía existía.
A lo largo de su dilatada historia, el Imperio bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de territorio,
especialmente durante las guerras romano-sasánidas y las guerras árabo-bizantinas. Aunque su
influencia en África del Norte y Oriente Próximo había entrado en declive como resultado de estos
conflictos, continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y
el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última recuperación de su
pasado poder durante la época de la dinastía Comneno, en el siglo XII, el Imperio comenzó una
prolongada decadencia durante las guerras otomano-bizantinas que culminó con la toma de
Constantinopla y la conquista del resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo
XV.
Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, e impidió el avance del islam
hacia Europa Occidental. Fue uno de los principales centros comerciales del mundo, estableciendo una
moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las
leyes, los sistemas políticos y las costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él
se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras
culturas.
En tanto que es la continuación de la parte oriental del Imperio romano, su transformación en una entidad
cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el
emperador Constantino I el Grande trasladó la capital a la antigua Bizancio (que entonces rebautizó
como Nueva Roma, y más tarde se denominaría Constantinopla); continuó con la escisión definitiva del
Imperio romano en dos partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en 476,
del Imperio romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el
emperador Heraclio I, con cuyas reformas (sobre todo, la reorganización del ejército y la adopción
del griego como lengua oficial), el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente al del
viejo Imperio romano. Algunos académicos, como Theodor Mommsen, han afirmado que
hasta Heraclio puede hablarse con propiedad del Imperio romano de Oriente y más adelante de Imperio
bizantino, que duró hasta 1453, ya que Heraclio sustituyó el antiguo título imperial de «augusto» por el
de basileus (palabra griega que significa 'rey' o 'emperador') y reemplazó el latín por el griego como
lengua administrativa en 620, después de lo cual el Imperio tuvo un marcado carácter helénico.
En todo caso, el término Imperio bizantino fue creado por la erudición ilustrada de los siglos XVII y XVIII y
nunca fue utilizado por los habitantes de este imperio, que prefirieron denominarlo siempre Imperio
romano (griego: Βασιλεία Ῥωμαίων, Basileia Rhōmaiōn; latín: Imperium Romanum) o Romania (Ῥωμανία)
durante toda su existencia.
IMPERIO ROMANO GERMANO
El Sacro Imperio Romano Germánico1 (en alemán: Heiliges Römisches Reich; en latín: Sacrum
Romanum Imperium o Sacrum Imperium Romanum2—para distinguirlo del Reich alemán de 1871—, y
también conocido como el Primer Reich o Imperio antiguo) fue una agrupación política ubicada en
la Europa occidental y central, cuyo ámbito de poder recayó en el emperador romano germánico desde
la Edad Media hasta inicios de la Edad Contemporánea.
Su nombre deriva de la pretensión de los gobernantes medievales de continuar la tradición del Imperio
carolingio (desaparecido en el siglo X), el cual había revivido el título de Emperador romano
en Occidente,3 como una forma de conservar el prestigio del antiguo Imperio romano. El adjetivo «sacro»
no fue empleado sino hasta el reinado de Federico Barbarroja (sancionado en 1157) para legitimar su
existencia como la santa voluntad divina en el sentido cristiano. Así, la designación Sacrum Imperium fue
documentada por primera vez en 1157,4 mientras que el título Sacrum Romanum Imperium apareció
hacia 11844 y fue usado de manera definitiva desde 1254. El complemento Deutscher Nation (en
latín: Nationis Germanicæ) fue añadido en el siglo XV.
El Imperio se formó en 962 bajo la dinastía sajona a partir de la antigua Francia Oriental (una de las tres
partes en que se dividió el Imperio carolingio). Desde su creación, el Sacro Imperio se convirtió en la
entidad predominante en la Europa central durante casi un milenio hasta su disolución en 1806. En el
curso de los siglos, sus fronteras fueron considerablemente modificadas. En el momento de su mayor
expansión, el Imperio comprendía casi todo el territorio de la actual Europa central, así como partes
de Europa del sur. Así, a inicios del siglo XVI, en tiempos del emperador Carlos V, además del territorio
de Holstein, el Sacro Imperio comprendía Bohemia, Moravia y Silesia. Por el sur se extendía
hasta Carniola en las costas del Adriático; por el oeste, abarcaba el condado libre de Borgoña (Franco-
Condado) y Saboya, fuera de Génova, Lombardía y Toscana en tierras italianas. También estaba
integrada en el Imperio la mayor parte de los Países Bajos, con la excepción del Artois y Flandes, al
oeste del Escalda.
Debido a su carácter supranacional, el Sacro Imperio nunca se convirtió en un Estado nación o en
un Estado moderno; más bien, mantuvo un gobierno monárquico y una tradición imperial estamental.
En 1648, los Estados vecinos fueron constitucionalmente integrados como Estados imperiales. El Imperio
debía asegurar la estabilidad política y la resolución pacífica de los conflictos mediante la restricción de la
dinámica del poder: ofrecía protección a los súbditos contra la arbitrariedad de los señores, así como a
los estamentos más bajos contra toda infracción a los derechos cometida por los estamentos más altos o
por el propio Imperio.
Entonces, el Imperio cumplió igualmente una función pacificadora en el sistema de potencias europeas;
sin embargo, desde la Edad Moderna, fue estructuralmente incapaz de emprender guerras ofensivas,
extender su poder o su territorio. Así, a partir de mediados del siglo XVIII, el Imperio ya no fue capaz de
seguir protegiendo a sus miembros de las políticas expansionistas de las potencias internas y externas.
Esta fue su mayor carencia y una de las causas de su declive. La defensa del derecho y la conservación
de la paz se convirtieron en sus objetivos fundamentales. Las guerras napoleónicas y el consiguiente
establecimiento de la Confederación del Rin demostraron la debilidad del Sacro Imperio, el cual se
convirtió en un conjunto incapaz de actuar. El Sacro Imperio Romano Germánico desapareció el 6 de
agosto de 1806 cuando Francisco II renunció a la corona imperial para mantenerse únicamente
como emperador austríaco, debido a las derrotas sufridas a manos de Napoleón I.
Estados Imperiales
Una entidad era considerada como un Reichsstand (Estado imperial) si, conforme a las leyes feudales, no
tenía más autoridad por encima que la del emperador del Sacro Imperio. Entre dichos Estados se
contaban:
Territorios gobernados por un príncipe o duque, y en algunos casos reyes. (A los gobernadores del
Sacro Imperio, con la excepción de la Corona de Bohemia, no se les permitía ser reyes de territorios
dentro del Imperio, pero algunos gobernaron reinos fuera del mismo, como ocurrió durante algún
tiempo con el reino de la Gran Bretaña, cuyo rey era también Príncipe elector de Brunswick-
Luneburgo.)
Territorios eclesiásticos dirigidos por un obispo o príncipe-obispo. En el primer caso, el territorio era
con frecuencia idéntico al de la diócesis, recayendo en el obispo tanto los poderes mundanos como
los eclesiásticos. Un ejemplo, entre muchos otros, podría ser el de Osnabrück. Por su parte, un
príncipe-obispo de notable importancia en el Sacro Imperio fue el obispo de Maguncia, cuya sede
episcopalse encontraba en la catedral de esa ciudad.
El Consejo de los electores, que incluía a los 8 electores del Sacro Imperio Romano Germánico.
El Consejo de los príncipes, que incluía tanto a laicos como a eclesiásticos.
El brazo laico o secular: 91 Príncipes (con título de príncipe, gran duque, duque, conde palatino,
margrave o landgrave) tenían derecho a voto; algunos tenían varios votos al poseer el gobierno
de más de un territorio con derecho a voto. Asimismo, el Consejo incluía cuatro colegios que
agrupaban a unos 100 condes (Grafen) y Señores (Herren): Renania, Suabia, Franconia y
Westfalia. Cada colegio podía emitir un voto conjunto.
El brazo eclesiástico: Arzobispos, algunos abades y los dos grandes maestres de la orden de los
Caballeros Teutones y de los Caballeros Hospitalarios (Orden de San Juan)tenían cada uno de
ellos un voto (33 a fines del s. XVIII). Varios abades y prelados más (unos 40) estaban agrupados
en dos colegios: Suabia y Renania. Cada colegio tenía un voto colectivo.
El Consejo de las 51 ciudades imperiales, que incluía representantes de las ciudades imperiales
agrupados en dos colegios: Suabia y Renania, teniendo cada uno un voto colectivo. El Consejo de las
ciudades imperiales, no obstante, no era totalmente igual al resto, ya que no tenía derecho de voto en
diversas materias, como el de la admisión de nuevos territorios.
Cortes imperialeS
El Imperio también contaba con dos cortes: el Reichshofrat (conocido asimismo como Consejo Áulico) en
la corte del rey/emperador (con posterioridad asentado en Viena), y la Reichskammergericht, establecida
mediante la Reforma imperial de 1495.
Querella de las Investiduras
La llamada querella de las investiduras tiene su origen bajo el primer emperador, Otón I, que, dentro de
su política para imponerse a sus súbditos feudales, se atribuye a sí mismo el derecho a nombrar a los
obispos del Imperio. Los papas no estuvieron nunca de acuerdo con la existencia de dicho derecho
imperial, sino que pretendían tener ellos la última palabra en los nombramientos episcopales.
Ha de tenerse en cuenta que el nombramiento de obispos era diferente en cada diócesis, siendo lo más
habitual que los mismos fueran nombrados por elección entre determinados grupos de la diócesis (con
más razón si se tiene presente que después de 1078 se anulan los llamados «beneficios», por el que los
laicos no podían nombrar a cargos eclesiásticos, cuestión ya repensada desde el Concilio de 1059). El
desacuerdo continúa e incluso aumenta con los sucesores de Otón I.
Este enfrentamiento prosiguió durante largo tiempo: el monje Hildebrando, por ejemplo, inicia un
movimiento basado en la afirmación de que «la Iglesia debe ser purificada», intentando desligar a la
Iglesia de los asuntos políticos. En 1073 Hildebrando fue elegido papa y asumió el nombre de Gregorio
VII, iniciando la llamada reforma gregoriana que, entre otras cosas, tenía como finalidad defender la
independencia del papado respecto de las autoridades temporales (dictatus papae). Esto hizo que la
querella de las investiduras llegara a su punto álgido.
El emperador Enrique IV siguió nombrando obispos en ciudades imperiales, por lo que el papa le
amenazó con la excomunión y el emperador, a su vez, declaró depuesto al papa Gregorio (Sínodo de
Worms). El papa excomulgó al emperador en un sínodo de obispos y sacerdotes que convocó en Roma
en 1076.
La excomunión era un problema muy serio para el emperador, ya que el sistema feudal se basaba en que
los feudatarios estaban ligados a su señor por el juramento de fidelidad, pero si su señor era
excomulgado, los súbditos podían considerarse desligados del vínculo feudal y no reconocer a su señor.
Por tanto el emperador tuvo que ceder e hizo penitencia en la nieve a las puertas de donde estaba el
papa, en el Castillo de Canossa, durante tres días hasta que éste le levantó la excomunión (1077).
Se recuerda que el papa puede excomulgar al emperador o, en casos más leves a un estrato de nivel
jerárquico inferior (para evitar las pretensiones de éste). Sin embargo, el emperador se vio obligado, para
recuperar el poder, a utilizar la violencia contra algunos de sus vasallos, lo que se consideró una violación
de sus obligaciones feudales y dio lugar a una nueva excomunión. Recuérdese el contrato de vasallaje
mediante el acto de homenaje, por el cual el señor se liga recíprocamente con el vasallo, otorgando el
señor al vasallo un beneficio (cesión de feudos, tierras y trabajo) a cambio de que el vasallo preste al
señor ayuda (militar) y consejo (político).
Ante esto, el emperador marchó sobre Roma y declaró depuesto al papa, poniendo en su lugar
al antipapa Clemente III que coronó al emperador (1084). Gregorio VII (el mismo que participó en el
Concilio de 1059 de Roma y fue elegido papa en 1073) resistió un tiempo en el Castillo de
Sant'Angelo hasta que fue rescatado por el rey normando de SiciliaRoberto Guiscardo, muriendo en el
exilio en este Reino.
La solución aparente de este conflicto se produce en el concordato de Worms, firmado el 23 de
septiembre de 1122 entre el emperador Enrique V y el papa Calixto II. Mediante este concordato el
emperador se comprometía a respetar la elección de los obispos según el Derecho Canónico y la
costumbre del lugar, restituir los bienes del papado arrebatados durante la controversia y auxiliar al papa
cuando fuera requerido para ello. El papa otorgaba al emperador, a su vez, el derecho a supervisar las
elecciones episcopales dentro del territorio del Imperio con el fin de garantizar la limpieza del proceso
ARABIA
La Cultura Arabe se ubicó en Arabia, una península situada entre el Mar Rojo y el Golfo Pérsico, al
suroeste de Asia. Por su clima árido, Arabia es un desierto donde la agricultura sólo es posible en
algunos lugares de la costa y en los oasis del interior.
Hasta el siglo VII, la Península de Arabia estuvo apartada de los grandes centros históricos: sólo era un
lugar de paso de las rutas de caravanas que venían de Oriente trayendo especias, sedas y otras
mercancías.
Los árabes que habitaban la península era de raza semita. La mayoría eran beduinos: nómades
dedicados al pastoreo de cabras y camellos. Por eso existían pocas ciudades en Arabia: Yatrib y la meca
eran los centros comerciales más importantes.
Organizados en tribus rivales, los árabes no formaban un país. Cada tribu tenía sus propios intereses y
sus propias creencias; algunos era fetichistas; otros, en cambio, politeístas. Sin embargo, la mayoría le
rendía culto a una misteriosa piedra: la Piedra Negra, en el santuario de la Kaaba, en la Meca. Este rudo
pueblo estuvo destinado a difundir una brillante civilización desde que fue unido por una religión común
predicada por un profeta: Mahoma.
En esta etapa de la Edad Media uno de los hechos más destacados lo constituyó el ideal religioso de
defensa de los Santos Lugares (donde había vivido Cristo) conquistados por los musulmanes, lo que
se vio reflejado en la realización de una de las mayores empresas de la cristiandad medieval: las
cruzadas. Ellas sirvieron para aumentar los límites del poder europeo, desarrollar el comercio
mediterráneo y aliviar la presión musulmana sobre el imperio bizantino.
La primera cruzada tuvo lugar en el siglo XI por autorización del Papa Urbano II y culminó con la
conquista de Jerusalén por los expedicionarios. Más tarde, en los siglos XII y XIII, se llevaron a cabo
nuevas cruzadas, que dieron como resultado la fundación de efímeros reinos cristianos en el cercano
oriente, que terminaron en poder de los turcos otomanos.
Dentro de la expansión territorial de Europa se destaca la colonización de los alemanes en el este del
continente y el avance de la reconquista en España, empresas cuyo gran sentido religioso propició el
surgimiento de las órdenes de caballería.
En el siglo XII las monarquías europeas empezaron a imponer su autoridad sobre los señores
feudales, para lo cual se aliaron con la burguesía de las ciudades.
Los estados instituyeron nuevas organizaciones políticas, llamadas cortes oparlamentos, que
aprobaban las leyes e impuestos que debían aplicarse en todo el territorio de los respectivos reinos.
Durante la segunda mitad del siglo XII, el emperador alemán Federico I Barbarroja impuso su poder
sobre el papado de Roma; pero a finales del siglo el Papa Inocencio III logró imponer el poder de la
iglesia sobre todos los reinos cristianos.
A lo largo del siglo XIV tuvo lugar una profunda crisis económica, social y espiritual, detonada por
factores como el aumento demográfico, las revueltas campesinas contra los señores, la guerra de los
Cien Años entre Francia e Inglaterra, la gran epidemia de la peste, y la división de la Iglesia católica
conocida como Gran Cisma, cuando había simultáneamente dos o tres papas rivales.
El debilitamiento del sistema feudal y la estructura gremial repercutió en una mayor libertad comercial,
que poco a poco dio paso a la conformación del sistema económico capitalista.
La caída de Constantinopla en poder de los turcos otomanos en el año 1453 significó el cierre de las
actividades comerciales con el Mediterráneo oriental, por lo que la burguesía europea tuvo que buscar
nuevas rutas comerciales hacia el oeste, fomentando así el desarrollo de las técnicas de navegación
que posteriormente facilitarían los grandes descubrimientos geográficos.
Las cruzadas
Se denominaron cruzadas a las expediciones que emprendieron los cristianos de Europa occidental
entre los siglos XI y XIII para rescatar a Jerusalén y el sepulcro de Cristo, caídos en poder de los
turcos. Se les dio el nombre de cruzadas porque los hombres que tomaban parte en ellas
adoptaban como señal distintiva una cruz de tela roja cosida a sus vestidos.
La causa principal de las cruzadas fue la aparición en Oriente de un pueblo musulmán llamado turcos
seldyúcidas, quienes luego de destruir el imperio árabe de Bagdad atacaron el imperio bizantino y se
tomaron el Asia Menor, dejando amenazada Constantinopla.
Se realizaron ocho cruzadas, dos de las cuales fueron preparadas y dirigidas exclusivamente por
señores; las otras seis se convirtieron en verdaderas expediciones reales.
• Primera cruzada: decidida en el concilio de Clermont por el Papa Urbano II, dio como resultado la
conquista de Jerusalén y la creación de un reino francés en Palestina.
• Cuarta cruzada: fue organizada por los señores franceses y venecianos, dando como resultado la
toma de Constantinopla, la destrucción del imperio griego y la creación de un imperio latino que duró
casi medio siglo.
• Quinta cruzada: dirigida por el señor francés Juan de Brienne y el rey de Hungría. No dio ningún
resultado.
• Sexta cruzada: tuvo la particularidad de que el jefe de la expedición estaba excomulgado, y en vez
de atacar a los musulmanes negoció con ellos, obteniendo que los peregrinos pudiesen visitar
Jerusalén.
• Séptima cruzada: tenía por objetivo Egipto, centro de un poderoso estado musulmán, pero los
cruzados fueron sorprendidos por una crecida del Nilo, diezmados por una epidemia y atacados por
los musulmanes, por lo que debieron rendirse.
• Octava cruzada: también llamada cruzada de Túnez, terminó con la muerte de Luis de Francia (más
tarde San Luis), víctima de la peste.
El feudalismo
El feudalismo reconocía dos valores esenciales: el hombre y la tierra; pues en países casi
exclusivamente agrícolas la tierra constituía el mayor de los bienes. De hecho los propietarios, al
encomendarse a un señor, solicitaban protección no solo personal sino también de sus tierras, por lo
que era frecuente que donaran dichos bienes, pero conservaran su usufructo (su explotación).
El régimen feudal
El elemento principal de este régimen fue el beneficio o feudo, que, como dijimos, era la entrega de
tierras por parte de los reyes y señores a cambio de la fidelidad y prestación militar y personal del
vasallo. Este contrato se suscribía durante la realización de un acto de gran solemnidad, que se
dividía en tres etapas:
1. Homenaje donde el vasallo se arrodillaba con la cabeza descubierta y sin armas, y colocaba sus
manos juntas entre las manos del señor. Luego pronunciaba la frase: “Señor, yo seré vuestro
hombre”.
2. Fe, que consistía en un juramento de fidelidad. El vasallo colocaba sus manos sobre las Sagradas
Escrituras o alguna reliquia.
3. Investidura, donde el señor investía al vasallo del feudo y le entregaba algún objeto que
simbolizaba la tierra, como por ejemplo una rama o un terrón.
Posteriormente, el servicio militar se limitó a solo cuarenta días al año; entonces el vasallo debía
prestar ayuda pecuniaria (en dinero efectivo), que podía utilizarse en distintas circunstancias, tales
como para pagar el rescate del señor caído prisionero o para el matrimonio de la hija mayor.
Además de tierras, con el tiempo también fueron entregados en feudo toda clase de funciones y
derechos públicos, por lo que el poder efectivo del señor feudal era bastante limitado, ya que solo
ejercía autoridad sobre sus dominios y los vasallos inmediatos.
La sociedad en el feudalismo
La Edad Media fue una época donde la sociedad se caracterizó por la gran desigualdad de clases.
Solamente había un grupo reducido de personas que eran libres; el resto se encontraba sometido y no
podía abandonar la tierra donde había nacido, sistema que se conoció como servidumbre.
Las clases sociales eran tres: la nobleza, el clero y la población campesina. El primer grupo o
nobleza lo constituía el rey, el señor y sus vasallos. Estaba constituida en su mayoría por
personas de origen franco o germánico.
El segundo grupo, o clero. Además de las funciones religiosas, tuvo un papel trascendental en la
sociedad y la cultura, debido a que sus miembros recibían una instrucción superior que les capacitaba
para dirigir la sociedad. Un aspecto interesante de la constitución clerical del medioevo es que, si bien
a menudo se conformaba con nobles, no excluía que humildes campesinos pudieran también
ordenarse sacerdotes.
El tercer grupo, o población campesina, era la base de la pirámide social. Sus integrantes —salvo
unos pocos que habían permanecido libres— dependían de algún señor, ya fuera por nacimiento o
por herencia. El campesino o siervo no era dueño de su persona, pues formaba parte de la gleba o
tierra, y no podía abandonarla sin el consentimiento del señor. Tal vez su mayor ventaja era la de no
poder ser arrancado de la hacienda, pues estaba unido a ella prácticamente como arrendatario
perpetuo.
La vida urbana
Entre los siglos XIII y XIV se produjo un aumento considerable de actividad, que dio como resultado
un mayor aprovechamiento de la industria y el comercio.
La industria en la Edad Media se caracterizó por las asociaciones de artesanos o gremios, a los
que debían pertenecer los obreros para poder ejercer su oficio. Esta organización era además una
sociedad de socorros mutuos, que protegía a los huérfanos y personas que por su edad quedaban
incapacitados de trabajar.
El comercio era desempeñado por los traficantes, cuyo oficio era el más peligroso de todos, ya que
con frecuencia eran víctimas de bandoleros que robaban a mano armada las mercaderías y
apresaban al comerciante para cobrar por su rescate. A esto se sumaba el pago de derechos que
debían pagar por sus productos durante el trayecto, los que no eran pocos si se consideraba el cobro
de entrada, de salida, en cada señorío, en cada ciudad y en cada puente.
Dadas las difíciles condiciones de comunicación, era imprescindible durante la Edad Media
abastecerse de productos para un largo período de tiempo. De aquí la importancia de las ferias. Estas
se formaban cuando comerciantes procedentes de distintos países se reunían en fecha fija en ciertos
puntos llevando gran cantidad de mercaderías, y atrayendo a miles de compradores que no solo se
acercaban con el objeto de comprar sino también para divertirse con las presentaciones de acróbatas
y titiriteros.
Las habitantes medievales vivían prácticamente encerrados en las ciudades, debido a que se
construían entre murallas para evitar peligros de ataques. Las calles estaban mal diseñadas, porque
nadie se preocupaba de su alineamiento y cada cual construía su casa como mejor le pareciera. Por
lo general eran sucias, ya que la única alcantarilla o desagüe era un arroyo en medio de la calle, por
donde corría la sangre de los animales que mataba el carnicero y al que se echaba todo tipo de
basuras. Tampoco contaban con iluminación, y para salir de noche había que llevar una antorcha o
lámpara.
Como consecuencia de la forma como se edificaban las casas —una sobre otra— y la falta de
higiene, las poblaciones se encontraban siempre expuestas a los incendios y la propagación de
enfermedades. Así, no era poco frecuente que cuando una vivienda se incendiaba, el fuego se
extendiera por el barrio entero.
Cuando la peste o los incendios azotaban las poblaciones, las víctimas se contaban por millares. En el
año 1418, entre los meses de septiembre y diciembre, una terrible epidemia se dejó caer sobre París,
falleciendo más de cien mil personas. Sin embargo, a partir del siglo XIII la urbanización de las
poblaciones empezó a mejorar, y en Francia Felipe Augusto hizo cercar los cementerios, empedrar las
calles y edificar fuentes para distribuir el agua de manantial proveniente de colinas cercanas. Poco a
poco las casas de madera fueron sustituidas por casas de piedra, con lo que también comenzó a
introducirse el lujo en castillos y poblaciones.
El rol de la Iglesia
Uno de los acontecimientos más relevantes de la época medieval es la organización del Papado
(gobierno de la Iglesia). En ese período los papas lograron varios cambios destacados, entre los que
se cuentan la independencia de la Iglesia de la monarquía, y el intento de los papas de transformarse
en autoridades políticas universales, para gobernar igual que los reyes y emperadores.
En la Edad Media los países cristianos se encontraban divididos en diócesis, cada una de ellas
dirigida por un obispo.
Los obispos, sacerdotes y párrocos vivían entre los fieles, y se les denominaba seculares o seglares
porque pertenecían a la sociedad. Junto a este clero secular existía otro, cuyos miembros se sometían
a un estilo de vida con estrictas reglas que limitaban toda su existencia. Eran los llamados regulares o
monjes, quienes habitaban los monasterios o abadías, y cuya agrupación se conocía como orden. La
de los benedictinos era la más antigua, y la regla de su fundador —San Benito— sirvió de modelo a
los demás fundadores de órdenes.
Los benedictinos debían cumplir compromisos esenciales (votos), como la obediencia, la pobreza y el
trabajo. Su labor intelectual fue bastante destacada, por cuanto diariamente consagraban dos horas a
leer y escribir, siendo la base del saber medieval. Los franciscanos predicaron el ideal de pobreza y
humildad, mientras que los dominicos se ocuparon principalmente de la enseñanza y el estudio
teológico en las universidades.
Todos los libros y textos que se conservan de la literatura latina proceden de los manuscritos copiados
por los regulares, así como también las crónicas que nos cuentan sobre cómo era la vida en la Edad
Media.
Pero el aporte de los regulares no se limitó solo al saber intelectual. Su influencia además repercutió
en el desarrollo de poblaciones y en la asistencia social, ya que era la Iglesia quien se preocupaba de
los pobres, enfermos, viudas e indigentes. En el siglo XII y XIII se fundaron numerosos hospitales o
casas de Dios, incluso en los pueblos más pequeños.
La iglesia y la enseñanza
Las escuelas estaban abiertas a todo el mundo y gracias a ello fue que personas de muy baja
condición económica pudieron educarse y aprender materias como gramática, retórica,
teología, dialéctica, aritmética, astronomía y música.
A finales del siglo XII surgieron las universidades, como consecuencia de la evolución de las
principales escuelas catedralicias. Las primeras universidades nacidas fueron las de París, Bolonia,
Montpellier y Salerno, centros que desde su origen se especializaron en una determinada materia.
París en teología, Bolonia en derecho y las dos últimas en medicina.
La caballería
Sin duda uno de los personajes que más nos recuerdan la Edad Media son los caballeros. Esta
condición nació hacia el siglo XII, cuando la Iglesia intervino tratando de moderar el salvajismo de los
señores, lo que dio origen a la ceremonia de entrega de armas que investían al joven como caballero,
con el carácter moral y religioso que le faltaba.
El futuro caballero debía realizar una serie de rituales previos, como el ayuno, oración en la iglesia
durante una noche, la ceremonia de vigilia de armas, la confesión y la comunión.
Durante su permanencia en la iglesia se le hablaba sobre los deberes (honradez y protección) que
debía cumplir, y las distintas piezas de su armadura se colocaban sobre el altar, donde eran
bendecidas. Posteriormente, antes de colocarse la armadura, el futuro caballero juraba delante de su
padrino cumplir los deberes que el sacerdote había enunciado. El padrino tocaba el hombro de su
ahijado con su espada diciéndole: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te armo
caballero”. La caballería desarrolló el sentimiento del honor y creó, con el respeto y el culto a la mujer,
lo que se denominó cortesía, que sin embargo llegó a ser un privilegio de ciertas personas escogidas.
Entre los caballeros famosos destacó Ricardo Corazón de León, quien para vengar la derrota y
matanza de una parte de sus tropas, hizo sacar los ojos a quince caballeros franceses y los envió
donde Felipe Augusto con otro a quien había dejado tuerto.
La guerra, llamada Guerra de los 100 años, duro en realidad, ciento dieciséis años desde el año 1337
hasta el año 1453. Esta guerra se dio entre Francia e Inglaterra, el principal motivo fue la posesión de los
territorios franceses. Es la última guerra feudal y el ejemplo más perfecto de este tipo de guerras. Al inicio
Inglaterra tomo posesión de tierras francesas, pero al final de la guerra Francia logró recuperar los
territorios ocupados por los franceses, gracias a la intervención de Juana de Arco.
Reyes Ingleses
Durante la guerra reinaron en Inglaterra cinco reyes:
Eduardo III (1327-1377), hombre de sentido práctico, de carácter enérgico y que fue excelentemente
ayudado por su hijo el Principe Negro.
Ricardo II (1377-1399), su nieto, débil a pesar de sus crueldades, que le hicieron impopular y le costaron
la destitución y la vida, ya que murió encerrado en el castillo de York.
Enrique IV de Lancaster (1399-1413), nieto también de Eduardo III, legado al trono por una sublevación,
reorganizó el ejército, lo que aprovechó su hijo.
Enrique V (1387-1422), el gran rey inglés del siglo XV, notable militar y prudente político.
Enrique VI. El último rey inglés de la guerra, débil e irresoluto.
Reyes Franceses
En Francia reinaron igualmente cinco reyes. Los tres primero, contemporáneos de Eduardo III, fueron:
Felipe VI (1328-1350), caballeresco y brillante, símbolo de la indisciplinada nobleza francesa.
Juan el Bueno (1350-1364), impotente para dominar la anarquía nobiliaria.
Carlos V el Prudente (1364-1380), sagaz político.
El sucesor de Carlos V fue Carlos VI (1380-1422), cuyo reinado coincide co el de los tres reyes ingleses,
Ricardo II, Enrique IV y Enrique V. Carlos VI, afectado de locura a consecuencia de un accidente de caza,
llevó a Francia al borde de la ruina.
El último rey de la guerra en Francia fue Carlos VII (1422-1461), contemporáneo de Enrique VI y
restaurador de la nacionalidad francesa.
rey enrique v