LA DIGNIDAD HUMANA
La dignidad humana es una perfección intrínseca y constitutiva, esto significa que depende
de las características esenciales de su ser, de lo más íntimo de la persona humana y no de
cuestiones o aspectos externos. La dignidad pone al ser humano en un plano distinto y
superior, al plano de la personalidad y del espíritu. La persona humana es un valor absoluto
superior a cualquier otro valor que esté a su entorno (la naturaleza o medio ambiente,
animales, bienes materiales o espirituales), es alguien irrepetible, no intercambiable, no
manipulable y no sustituible por nada. La persona es un valor en sí mismo, es un fin en sí
mismo y no un medio para alcanzar otro fin. De ahí que no puede ser instrumentalizada y la
actitud adecuada hacia ella es de respeto, reconocimiento y promoción (Burgos, 2003). El ser
humano es superior al mundo material y no es una partícula de la naturaleza ni elemento
anónimo de la ciudad humana. Esta superioridad se debe a su interioridad, donde retorna
para decidir su propio destino y donde se encuentra a solas con Dios, su Creador (cfr.
Gaudium et Spes, n. 14).
La Rerum Novarum, primera encíclica social, publicada por el Papa León XIII en el año 1891,
se refiere a la persona humana y a su dignidad de la manera siguiente: hace una diferencia
entre la naturaleza de los animales y la naturaleza del ser humano. En efecto, expone que
los animales no se gobiernan a sí mismos, les gobierna dos instintos principales: el de la
propia conservación y el de la conservación de la especie, son seres limitados, para
1
Este contenido es fruto de un minucioso estudio realizado desde las diversas cartas encíclicas sociales y otros
documentos que versan sobre la dignidad humana. Cuya finalidad es reconocer el valor de la persona humana,
respetarla y promoverla.
2 Siglas de la Constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.
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conseguir sus fines les basta las cosas ya existentes que están a su alcance, se mueven sólo
por los sentidos y por las sensaciones particulares de las cosas, son seres inferiores que
están al servicio del hombre; en cambio la persona humana, bajo la ley eterna y bajo la
providencia divina se gobierna a sí mismo con su libre albedrío, es dueño de sus acciones y
se rige por la razón, es sujeto de derechos y deberes, tiene la plenitud de la vida sensitiva y
por ello puede gozar de los bienes de la naturaleza material, es capaz de poseer y dominar
los frutos de la tierra y la tierra misma. Ha sido creado por Dios, está llamado a crecer y a
multiplicarse, posee una alta dignidad que lo pone por encina de todos los demás seres
creados en la tierra, ha sido herido en su naturaleza por el pecado original, el cual a su vez
es causa de los males sociales; pero también ha sido redimido por Jesucristo y elevado a la
dignidad de hijo de Dios. Por tan grande valor de la persona humana, señala el papa, que la
empresa y el trabajo deben estar en función del hombre y no a la inversa, por lo mismo, los
patronos no han de tener por esclavos a los obreros sino tratarlos con dignidad de persona
humana (cfr. nn. 13, 14, 22, 32, 42, 56).
Más tarde Pío XI, en la encíclica Quadragesimo Anno, publicada en el año 1931, señala que
la persona humana ha sido creada por Dios y colocada en la tierra para que, “viviendo en
sociedad y bajo una autoridad ordenada por Dios, cultive y desarrolle plenamente todas sus
facultades para alabanza y gloria del Creador” (n. 118). El hombre debe buscar en todas sus
acciones el fin supremo y último que es Dios y subordinar todos los fines intermedios a este
fin, en otras palabras, debe ascender a través de los fines intermedios para alcanzar el fin
último que Dios (cfr. n. 43). Sostiene que es necesario reconocer la dignidad humana del
trabajador, quien no puede venderse ni comprarse como una mercancía (cfr. n. 83).
Posteriormente en la Divini Redemptoris, publicada en el año 1937, frente a los errores del
comunismo ateo que se fundamenta en los principios marxistas de materialismo dialéctico y
materialismo histórico3, afirma: “El hombre tiene un alma espiritual e inmortal; es una
persona, dotada admirablemente por el Creador con dones de cuerpo y de espíritu; es…un
´pequeño mundo´ que supera extraordinariamente en valor a todo el inmenso mundo
3
Esta doctrina enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución,
llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana, por su parte, no es más que una apariencia y una
forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo
conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin ciases. En esta doctrina, como es evidente, no
queda lugar ninguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo y
el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una
vida futura. (Divini Redemptoris, n. 9.).
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inanimado”. (n. 27). Es un individuo sagrado y espiritual, dotado de dignidad, libertad y
derechos; y que por la gracia santificante, ha sido elevado al grado de hijo de Dios (cfr. nn.
11, 14, 27). Por otra parte, en la carta encíclica Mit Brennender Sorge, publicada también en
el año 1937, expone que: habiendo caído por el pecado, el hombre, ha sido redimido por
Cristo y elevado a la dignidad de hijo de Dios (cfr. nn. 30, 31, 33).
En La Solennitá (radiomensaje del 1 de junio del año 1941), Su Santidad Pío XII, destaca
que la persona humana es alguien dotado de razón, que por su dignidad es sujeto de
derechos y deberes. Entre sus derechos principales se encuentran el derecho al trabajo y a
la propiedad privada. Todo ello para el bien físico, espiritual y religioso de cada hombre y de
su familia y para que pueda cumplir con el conjunto de sus deberes personales y familiares
(cfr. nn. 13, 14, 15, 19, 22).
El Papa Juan XXIII, En la Mater Et Magistra, publicada en el año 1961, explica que: el
hombre, aunque es un ser imperfecto, vulnerable a la enfermedad y al dolor, tiene la dignidad
de haber sido creado por Dios y elevado a la filiación divina. Está constituido de alma y
cuerpo, inteligencia y voluntad, tiene un profundo e invencible sentido religioso y puede
elevarse con su mente de las condiciones transitorias de la vida terrena hasta la vida eterna.
Es un ser con una alta y sagrada dignidad (cfr. nn. 1, 2, 212, 215, 220). De ahí que, “el
hombre es necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el
hombre, repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a un orden
sobrenatural” (n. 219).
Además, Su Santidad Juan XXIII, en la encíclica Pacem In Terris que hizo pública en el año
1963, detalla que el hombre posee una intrínseca dignidad, ha sido creado por Dios a su
imagen y semejanza. Dios lo ha dotado de inteligencia y libertad y lo ha constituido en señor
del universo. A la luz de la Revelación, el hombre, por haber sido redimido con la sangre de
Cristo, hecho hijo y amigo de Dios y heredero de la gloria eterna, goza de un mayor grado de
dignidad. Es sujeto de derechos y deberes, los cuales dimanan de su propia naturaleza
humana y son universales, inviolables e irrenunciables. Aspira establecer la paz en la tierra,
lo cual puede lograr si respeta fielmente el orden establecido por Dios, que descubre en sí
mismo y en la creación (cfr. nn. 1, 2, 3, 5, 9, 10).
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Otro aporte muy iluminador es el de Su Santidad el Papa Pablo VI, quien nos ofrece su
doctrina sobre la persona humana y su dignidad en tres importantes encíclicas: Populorum
Progressio (1967), Humanae Vitae (1968) y Octogesima Adveniens (1971).
En el primer documento, el Papa, reconoce que el hombre ha sido creado por Dios a imagen
suya, le ha dotado de inteligencia, voluntad y libertad, le ha llamado a cooperar en la
perfección de la creación mediante su trabajo ejercido dignamente y a llevar una vida digna
de hijos de Dios. Tiene unos derechos fundamentales y deberes que cumplir. Explica que es
digno del hombre lograr su verdadero y pleno desarrollo, que es pasar de condiciones de
vida menos humanas a condiciones de vida más humanas, lo que supone: salir de la miseria,
acceder a la cultura, reconocer la dignidad de los demás, vivir el espíritu de pobreza,
cooperar con el bien común y en la instauración de la paz, reconocer los valores supremos y
a Dios fuente y fin de todo, tener fe en Dios y participar en la vida del Dios vivo. Además, por
ser el hombre autor de su propio desarrollo, debe ser protagonista del mismo; y por su
dignidad, todo plan de desarrollo debe estar a su servicio. Pero el hombre no se desarrolla ni
alcanza su plenitud en la soledad, sino dentro de la sociedad y especialmente dentro de la
familia, establecida según los designios de Dios (cfr. Populorum Progresio, nn. 14, 15, 20, 21,
22, 23, 24, 26, 27, 33, 34, 35, 36, 37, 82).
De igual modo la tercera encíclica confirma y amplía lo expuesto en la primera. Aquí el Papa
detalla que el ser humano, creado a imagen de Dios, aspira a la igualdad, a la participación,
a la justicia, a la paz y a la fraternidad. Reconoce que hombre y mujer son iguales en
dignidad, como también en derechos y deberes fundamentales. Afirma que el hombre
constituye el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones y ha de llevar una vida digna
en lo material, cultural y espiritual, esto implica: por una parte, eliminar las situaciones
degradantes de la persona humana y de su dignidad, realizando acciones concretas para
sacarlo de esas penosas situaciones; y por otra parte, establecer las condiciones para que
toda persona participe de manera activa en la vida económica, social, cultural y política.
Además, explica que el verdadero progreso debe fundamentarse en una visión global del
hombre y de la humanidad, debe medirse en términos cuantitativos y cualitativos. Sugiere
formar la conciencia moral para conducir al hombre a solidarizarse con los demás y a buscar
a Dios (cfr. Octogesima Adveniens, nn. 10, 11, 12, 13, 14, 16, 17, 22, 40, 46, 47, 48).
Unos aportes mucho más amplios y profundos respecto a la persona humana y su dignidad
son los de San Juan Pablo II, encontrados especialmente en las cartas encíclicas: Laborem
Exsercens (1981), Sollicitudo Rei Socialis (1987), Centesimus Annus (1991), Veritatis
Splendor (1993) y Evangelium Vitae (1995). Las dos últimas no son de carácter social en el
sentido pleno de la palabra, pero nos ofrecen una gran luz para el tema en cuestión.
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función del hombre y no a la inversa. En este sentido, todo trabajo debe medirse con el metro
de la dignidad del ser humano, en otras palabras, el trabajo debe dignificar a la persona,
elevar su dignidad y no degradarla. El trabajo debe beneficiar al trabajador y a su familia, y
permitirles alcanzar sus fines. El respeto de este y de los demás derechos es condición
fundamental para establecer la paz en el mundo (cfr. nn. 1, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 15, 16, 22).
En la Sollicitudo Rei Socialis, el Santo Padre, hace una descripción similar a la de la encíclica
anterior pero lo enriquece con otros elementos. En efecto, detalla que el hombre es un ser
personal, social y libre, sujeto de derechos y deberes, creado por Dios a su imagen y
semejanza, con naturaleza corporal y espiritual. Por ser imagen indestructible de Dios hay en
él una bondad fundamental, tiene una verdadera afinidad con Él y está llamado a participar
de la verdad y del bien que es Dios mismo. Dios le ha dado dominio sobre las cosas el cual
debe ejercerlo bajo la voluntad de Dios. Caído por el pecado fue redimido por Cristo y
santificado por el Espíritu Santo. De este modo, San Juan Pablo II, reconoce en este
documento la alta dignidad de la que el hombre ha sido revestido y según la cual debe vivir.
Esta dignidad debe ser reconocida, respetada, promovida y defendida en todos los hombres
para lograr un auténtico desarrollo. Este desarrollo abarca la dimensión cultural, moral,
espiritual, trascendente, religiosa, económica y demás dimensiones del hombre; y exige
eliminar las estructuras de pecado, respetar los derechos humanos, construir la paz y vivir la
solidaridad. Tales exigencias incumben a todo hombre como protagonista de su propio
desarrollo y como responsable de todos (cfr. nn. 26, 28, 29, 30, 33, 36, 37, 38, 39, 40, 41,
45, 46, 47).
Mucho más profunda y rica en contenido es la visión de hombre que el Papa Juan Pablo II,
presenta la carta encíclica Centesimus Annus, publicada en el año 1991. Este aporte se
puede resumir en tres aspectos principales, estos son: primero la visión de hombre, segundo
la dignidad del hombre y tercero las consecuencias deducidas de su dignidad. Respecto a lo
primero, el Papa, expone lo siguiente: el hombre es un ser creado por Dios a su imagen y
semejanza, ha sido redimido del pecado por Cristo, es un ser personal inteligente, libre y
abierto a la verdad y al bien, constituido como fin en sí mismo y no medio para alcanzar otros
fines, imagen visible de Dios invisible, criatura que Dios quiere por sí misma, colaborador de
Dios en la obra de la creación, don de Dios para sí mismo y para los demás, de naturaleza
social con capacidad de establecer relaciones de solidaridad y comunión con los demás
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hombres de quienes es corresponsable. Vinculado al primer aspecto está el segundo en el
que reconoce la eminente, trascendente y común dignidad de la persona. Esta esencial
dignidad la ha recibido de Dios y se manifiesta plenamente en el misterio del Verbo
encarnado. Y en el tercer aspecto, debido a su dignidad personal, el hombre es merecedor
de respeto, es sujeto de derechos inviolables los cuales deben ser defendidos y promovidos.
Además ha de vivir un estilo de vida adecuado a su dignidad, es decir, orientado al ser y no
al tener o subordinar el tener al ser. En tal estilo de vida las opciones de consumo, de
ahorros y de inversiones deben estar determinadas por la búsqueda de la verdad, de la
belleza, del bien y de la comunión entre los hombres para lograr un crecimiento común (cfr.
nn. 5, 11, 13, 22, 31, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 41, 44, 46, 47, 49, 51, 54, 55).
Y, no menos profundo que los anteriores, es el aporte que San Juan Pablo II ofrece en su
encíclica Evangelium Vitae, publicada en el año 1995. En tal documento presenta las
características esenciales de la persona, su dignidad y la defensa de la misma, y su vocación
fundamental. Respecto a lo primero, describe a la persona humana como un ser creado a
imagen y semejanza de Dios, realidad compuesta en una unidad substancial de alma y
cuerpo, es espiritual y corporal a la vez. Como ser espiritual es capaz de discernir el bien y el
mal, de conocer y amar libremente a su Creador, mediante su inteligencia y voluntad; es un
ser libre y, por serlo, Dios lo ha confiado en manos de su propia responsabilidad. En cuanto
ser corporal, su cuerpo es una realdad personal signo y lugar de las relaciones con los
demás, con Dios y con el mundo. Más aún, como realidad personal participa del reinado y
señorío de Dios sobre la creación y sobre sí mismo. Algo que no puede ocultarse es que el
hombre lleva dentro de sí la herida del pecado, que lo lleva a la muerte, el cual entró en su
existencia por envidia del diablo, pero Dios lo ha elevado a la participación de la excelencia y
grandeza de la vida divina por medio de la gracia. En cuanto a lo segundo, el hombre, todo
hombre, realidad personal concreta, goza de una sagrada, inviolable, trascendente,
intangible, indeleble, altísima, casi divina dignidad personal. Esta dignidad permite reconocer
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que la vida del hombre es preciosa a los ojos de Dios, es su don, imagen e impronta,
participación de su soplo vital, reflejo de la realidad misma de Dios, y, por tanto, toda persona
humana merece ser acogida, respetada, venerada, defendida, promovida, amada y servida,
desde su concepción hasta su muerte natural. Sólo haciendo esto, el hombre y la sociedad,
encontrará justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad, si hace lo contrario, la
persona y la sociedad se degrada a sí misma. Y respecto a lo tercero, el hombre está
llamado a una plenitud de vida, la cual va más allá de su existencia terrena y consiste en la
participación de la misma vida de Dios, su destino es entrar en comunión con Dios en su
conocimiento y amor, esta es su vocación fundamental. Ello es posible si el hombre busca y
vive la verdad y el bien, si se abre totalmente a Dios y se dona a los demás. Y esto significa
seguir a Jesucristo, que es quien libera a la persona humana, le devuelve su identidad de ser
imagen y semejanza de Dios y le conduce a su plenitud (cfr. nn. 1, 2, 3, 4, 5, 7, 8, 9, 11, 12,
16, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 28, 29, 31, 34, 36, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 49, 51, 52, 53, 56, 57,
60, 61, 80, 93).
Continuando el recorrido por las encíclicas sociales, la atención del estudio se dirige ahora al
documento Papal Caritas In Veritate, escrita por el Sumo Pontífice emérito Benedicto XVI,
publicada en el año 2009. Aquí Benedicto XVI, en sintonía con sus predecesores, reconoce
que la persona humana es un ser creado a imagen de Dios, constituido de cuerpo y alma
espiritual e inmortal, con una naturaleza rica en significados y fines trascendentes, la cual es
manifestada con toda su plenitud en la persona de Jesucristo; es poseedor de características
personales, es decir, inteligencia, voluntad, sociabilidad y libertad, y, por lo mismo, es un
sujeto responsable de su propio desarrollo y del desarrollo de los demás. Tiene una
inviolable y trascendente dignidad personal que lo hace sujeto de derechos y deberes, como
también, merecedor de respeto, promoción y amor. Además, tal dignidad exige ser
reconocido como autor, centro y fin de toda la vida económico-social. Por otra parte, es un
ser abierto a Dios, que crece y se desarrolla en el diálogo consigo mismo y con Dios. Sin
Dios, el hombre, no sabe quién es, ni a dónde va, está inquieto y frágil. Su naturaleza está
destinada a trascenderse en una vida sobrenatural. De ahí que, está abierto a la verdad
natural y sobrenatural de la caridad. Su vocación fundamental consiste en vivir la caridad en
la verdad, que le lleva a donarse a los demás y a desarrollar su dimensión trascendente (cfr.
nn. 1, 3, 5, 8, 9, 11, 15, 17, 18, 19, 22, 25, 28, 29, 30, 32, 34, 37, 43, 44, 45, 48, 53, 63, 73,
74, 75, 76, 78).
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En el tiempo actual, con la misma firmeza y esplendor, el Papa Francisco da su aporte
respecto a la persona humana y su dignidad. En efecto, en la carta encíclica denominada
Laudato Si, publicada en el año 2015, el Santo Padre expone lo siguiente: cada ser humano
ha sido concebido en el corazón de Dios, es fruto del pensamiento de Dios, es querido y
amado por Dios, es creado por amor a imagen y semejanza de su Creador. Es un ser
personal dotado de inteligencia, voluntad, libertad y responsabilidad. Con capacidad de
conocer y conocerse, de auto poseerse. Capaz de entrar en diálogo y comunión con las otras
personas, y más aún, de donarse libremente en la generosidad, solidaridad, en el cuidado,
servicio y amor a los demás. Como ser personal posee una inalienable, especialísima,
peculiar, inmensa, infinita e igual dignidad humana. Y por su dignidad y carácter personal es,
por una parte, sujeto de derechos y deberes, autor, centro y fin de toda la vida económico-
social; y, por otra parte, es responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su
desarrollo espiritual. De ahí que, todo hombre está llamado a cuidar la hermana y madre
tierra, la casa común, herencia y don de Dios para todos. Está llamado a respetar la bondad
propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, y en definitiva, respecto
a la tierra, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador (cfr. nn. 1, 3, 6, 12, 13,
17, 30, 43, 53, 56, 58, 61, 64, 65, 67, 68, 69, 70, 78, 79, 83, 84, 90, 92, 93, 94, 103, 105, 108,
109, 111, 112, 118, 119, 127, 130, 139, 144, 152, 154, 155, 157, 158, 160, 164, 181, 185,
192, 193, 205, 228, 232, 237, 242, 243).
Teniendo el panorama completo, conviene destacar que todos los conceptos de las cartas
encíclicas sociales presentan tres elementos comunes, estos son: primero, la dimensión
religiosa del ser humano, expresado en el hecho de haber sido creado a imagen y semejanza
de Dios, por lo que se afirma que el hombre es un ser religioso por naturaleza; segundo, su
carácter personal, es decir, un ser constituido de alma y cuerpo, con inteligencia, voluntad y
libertad; y tercero, en estrecho vínculo con los dos anteriores, el reconocimiento y promoción
de su peculiar dignidad de persona humana. Estos elementos, aunque se mantienen en
esencia, son ampliados a medida que se va desarrollando el corpus doctrinal, según la
exigencia del contexto social del momento en que se publica cada encíclica. En este sentido,
si en un principio se dijo que el hombre es imagen y semejanza de Dios, más tarde se afirma
que es imagen visible de Dios invisible, un ser pensado y amado por Dios desde la eternidad,
alguien que habiendo caído en el pecado ha sido redimido por Cristo y elevado a la dignidad
de hijo de Dios y hecho partícipe de la vida divina; como también al carácter personal del ser
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humano, posteriormente se le vincula con su vocación al conocimiento, al amor, al trabajo, al
desarrollo integral, etc. Y por su peculiar dignidad, ulteriormente a la persona se le constituye
como fundamento, autor, sujeto, centro y fin de todas las instituciones sociales; además, tal
dignidad y la persona misma merece ser reconocida, respetada, promovida, defendida,
acogida, venerada, amada y servida, desde su concepción hasta su muerte natural.
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