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CAPERUSITA ROJA

Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les ayudaba
en todo lo que podía y como era tan buena el día de su cumpleaños su abuela le regaló
una caperuza roja. Como le gustaba tanto e iba con ella a todas partes, pronto todos
empezaron a llamarla Caperucita roja.
Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, enfermó y la madre de Caperucita
le pidió que le llevara una cesta con una torta y un tarro de mantequilla. Caperucita aceptó
encantada.
- Ten mucho cuidado Caperucita, y no te entretengas en el bosque.
- ¡Sí mamá!
La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se acercó a ella.
- ¿Dónde vas Caperucita?
- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
- Yo también quería ir a verla…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú ve por
ese camino de aquí que yo iré por este otro.
- ¡Vale!
El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a casa de la
abuelita. De modo que se hizo pasar por la pequeña y llamó a la puerta. Aunque lo que no
sabía es que un cazador lo había visto llegar.
- ¿Quién es?, contestó la abuelita
- Soy yo, Caperucita
- dijo el lobo
- Que bien hija mía. Pasa, pasa
El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado. Se puso su
camisón y se metió en la cama a esperar a que llegara Caperucita.
La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo avellanas y flores y por eso tardó en
llegar un poco más. Al llegar llamó a la puerta.
- ¿Quién es?, contestó el lobo tratando de afinar su voz
- Soy yo, Caperucita. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
- Qué bien hija mía. Pasa, pasa
Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien porqué.
- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!
- Sí, son para verte mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- ¡¡Son para comerte mejor!!
En cuanto dijo esto el lobo se lanzó sobre Caperucita y se la comió también. Su estómago
estaba tan lleno que el lobo se quedó dormido.
En ese momento el cazador que lo había visto entrar en la casa de la abuelita comenzó a
preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de un lobo…¡Dios sabía que podía
haber pasado! De modo que entró dentro de la casa. Cuando llegó allí y vio al lobo con la
panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal
para sacar a Caperucita y su abuelita.

- Hay que darle un buen castigo a este lobo, pensó el cazador.


De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el lobo despertó de
su siesta tenía mucha sed y al acercarse al río, ¡zas! se cayó dentro y se ahogó.
Caperucita volvió a ver a su madre y su abuelita y desde entonces prometió hacer
siempre caso a lo que le dijera su madre.
LOS DOS GEMELOS Y LA CAJA MAGICA
Érase una vez dos hermanos gemelos que se llamaban Juanito y Miguelito. Tenían el
mismo color de pelo, los mismos ojos y la misma sonrisa. Además su madre siempre los
vestía igual. Pero había algo que los diferenciaba: uno era más travieso que otro. Juanito
siempre hacía rabiar a Miguelito hasta que lo hacía llorar.
En vacaciones fueron a visitar a sus abuelos. Ellos vivían en una casa en mitad del
bosque donde había muchos árboles y sitios para jugar. Un día, mientras corrían al lado
del río, Juanito hacía rabiar a su hermano continuamente así que al final Miguelito decidió
esconderse en una casita de madera que encontró por el camino.
Se quedó allí un rato esperando a que Juanito lo dejara tranquilo cuando, de repente,
encontró una caja que brillaba mucho. Era una caja preciosa, bastante pequeña y pintada
con muchos dibujos antiguos. Miguelito se acercó a la caja y la miró detenidamente hasta
que la cogió y la abrió muy despacio. Al abrir la caja, una voz muy dulce le dijo:
- Soy la caja mágica de los deseos. Puedes pedirme todo lo que quieras pero has de ser
bueno y no ser egoísta, sino me iré apagando poco a poco hasta no poder hacer realidad
los deseos de ningún otro niño nunca jamás.
Miguelito soltó la caja porque se asustó mucho al oír aquella voz, pero rápidamente se
acercó de nuevo y volvió a abrirla.
- Pídeme un deseo y te lo concederé, pero piénsalo bien porque tiene que ser un deseo
importante - dijo la caja.
Miguelito cerró la caja y la guardó en su mochila. Cuando llegó a casa de sus abuelos la
escondió debajo de la cama sin darse cuenta de que su hermano Juanito, estaba
espiándole desde la ventana.
Cuando Miguelito salió de la habitación, Juanito fue a buscar lo que su hermano había
escondido y se encontró con aquella preciosa caja. Cuando la abrió, la caja le dijo:
- Soy la caja mágica de los deseos. Puedes pedirme todo lo que quieras pero has de ser
bueno y no ser egoísta, sino me iré apagando poco a poco hasta no poder hacer realidad
los deseos de ningún otro niño nunca jamás.
Juanito, rápidamente, pidió a la caja que aquella habitación se llenase de golosinas para
él sólo y la caja le concedió el deseo.
Empezó a comer y comer hasta que llegó su hermano Miguelito. Éste vio todas aquellas
chucherías y pidió a Juanito que le dejara comer alguna, pero su hermano le dijo que
todas eran para él porque así se lo había pedido a la caja mágica.
Miguelito se enfadó mucho porque su hermano le había quitado la caja y porque además
estaba siendo egoísta al no querer compartir con él ninguna golosina. Tenía miedo de que
la caja se enfadara así que fue corriendo a abrirla y fue cuando vio que la cajita ya no
brillaba tanto.

Miguelito había pensado su deseo, así que cuando la cajita le habló, le dijo:
- Cajita mágica, me encantaría que me ayudases a hacer que mi hermano se portase
mejor conmigo, con mis papás y con nuestros amigos y que no fuera tan egoísta.
La caja le concedió el deseo y, por sorpresa, todas aquellas golosinas de la habitación
desaparecieron. Juanito se sorprendió mucho, pero algo había cambiado. En vez de
enfadarse con Miguelito, se acercó a él y dándole un abrazo fuerte le pidió perdón por
haberse portado mal con él.
Miguelito estaba muy feliz, porque la caja mágica había cumplido su deseo. Ahora su
hermano Juanito se portaba muy bien con todos y jugaba con él sin hacerle rabiar.
Los dos hermanos guardaron la caja mágica y siguieron pidiéndole deseos. Siempre
pedían juntos buenos deseos para su familia y sus amigos y la preciosa caja mágica
nunca dejaba de brillar.
LOS TRES CERDITOS
Había una vez tres hermanos cerditos que vivían en el bosque. Como el malvado lobo
siempre los estaba persiguiendo para comérselos dijo un día el mayor:
- Tenemos que hacer una casa para protegernos de lobo. Así podremos escondernos
dentro de ella cada vez que el lobo aparezca por aquí.
A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían de acuerdo respecto a qué
material utilizar. Al final, y para no discutir, decidieron que cada uno la hiciera de lo que
quisiese.
El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a jugar después.
El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la paja y tampoco le
llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que aunque tardara más que sus
hermanos, lo mejor era hacer una casa resistente y fuerte con ladrillos.
- Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme en invierno, pensó el
cerdito.
Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la suya y entonces apareció
por ahí el malvado lobo. Se dirigió a la de paja y llamó a la puerta:

- Anda cerdito se bueno y déjame entrar...


- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!
- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó viniéndose abajo. Pero el
cerdito echó a correr y se refugió en la casa de su hermano mediano, que estaba hecha
de madera.
- Anda cerditos sed buenos y dejarme entrar...
- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!, dijeron los dos
- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

El lobo empezó a soplar y a estornudar y aunque esta vez tuvo que hacer más esfuerzos
para derribar la casa, al final la madera acabó cediendo y los cerditos salieron corriendo
en dirección hacia la casa de su hermano mayor.

El lobo estaba cada vez más hambriento así que sopló y sopló con todas sus fuerzas,
pero esta vez no tenía nada que hacer porque la casa no se movía ni siquiera un poco.
Dentro los cerditos celebraban la resistencia de la casa de su hermano y cantaban
alegres por haberse librado del lobo:

- ¿Quien teme al lobo feroz? ¡No, no, no!

Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta que decidió
parar para descansar y entonces reparó en que la casa tenía una chimenea.
- ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me los comeré a los
tres!
Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron la chimenea de leña y
pusieron al fuego un gran caldero con agua.

Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó tal quemazo
que salió gritando de la casa y no volvió a comer cerditos en una larga temporada.
EL CONEJO SOÑADOR
Había una vez un conejito soñador que vivía en una casita en medio del bosque, rodeado
de libros y fantasía, pero no tenía amigos. Todos le habían dado de lado porque se
pasaba el día contando historias imaginarias sobre hazañas caballerescas, aventuras
submarinas y expediciones extraterrestres. Siempre estaba inventando aventuras como si
las hubiera vivido de verdad, hasta que sus amigos se cansaron de escucharle y acabó
quedándose solo.

Al principio el conejito se sintió muy triste y empezó a pensar que sus historias eran muy
aburridas y por eso nadie las quería escuchar. Pero pese a eso continuó escribiendo.

Las historias del conejito eran increíbles y le permitían vivir todo tipo de aventuras. Se
imaginaba vestido de caballero salvando a inocentes princesas o sintiendo el frío del mar
sobre su traje de buzo mientras exploraba las profundidades del océano.

Se pasaba el día escribiendo historias y dibujando los lugares que imaginaba. De vez en
cuando, salía al bosque a leer en voz alta, por si alguien estaba interesado en compartir
sus relatos.

Un día, mientras el conejito soñador leía entusiasmado su último relato, apareció por allí
una hermosa conejita que parecía perdida. Pero nuestro amigo estaba tan entregado a la
interpretación de sus propios cuentos que ni se enteró de que alguien lo escuchaba.
Cuando acabó, la conejita le aplaudió con entusiasmo.
-Vaya, no sabía que tenía público- dijo el conejito soñador a la recién llegada -. ¿Te ha
gustado mi historia?
-Ha sido muy emocionante -respondió ella-. ¿Sabes más historias?
-¡Claro!- dijo emocionado el conejito -. Yo mismo las escribo.
- ¿De verdad? ¿Y son todas tan apasionantes?
- ¿Tu crees que son apasionantes? Todo el mundo dice que son aburridísimas…
- Pues eso no es cierto, a mi me ha gustado mucho. Ojalá yo supiera saber escribir
historias como la tuya pero no se...

El conejito se dio cuenta de que la conejita se había puesto de repente muy triste así que
se acercó y, pasándole la patita por encima del hombro, le dijo con dulzura:

- Yo puedo enseñarte si quieres a escribirlas. Seguro que aprendes muy rápido


- ¿Sí? ¿Me lo dices en serio?
- ¡Claro que sí! ¡Hasta podríamos escribirlas juntos!
- ¡Genial! Estoy deseando explorar esos lugares, viajar a esos mundos y conocer a todos
esos villanos y malandrines -dijo la conejita-

Los conejitos se hicieron muy amigos y compartieron juegos y escribieron cientos de


libros que leyeron a niños de todo el mundo.
Sus historias jamás contadas y peripecias se hicieron muy famosas y el conejito no volvió
jamás a sentirse solo ni tampoco a dudar de sus historias.
UNA PLAYA CON SORPRESA
No había nadie en aquella playa que no hubiera oído hablar de Pinzaslocas, terror de
pulgares, el cangrejo más temido de este lado del mar. Cada año algún turista despistado
se llevaba un buen pellizco que le quitaba las ganas de volver. Tal era el miedo que
provocaba en los bañistas, que a menudo se organizaban para intentar cazarlo. Pero
cada vez que creían que lo habían atrapado reaparecían los pellizcos unos días
después, demostrando que habían atrapado al cangrejo equivocado.
El caso es que Pinzaslocas solo era un cangrejo con muy mal carácter, pero muy
habilidoso. Así que, en lugar de esconderse y pasar desapercibido como hacían los
demás cangrejos, él se ocultaba en la arena para preparar sus ataques. Y es que
Pinzaslocas era un poco rencoroso, porque de pequeño un niño le había pisado una pata
y la había perdido. Luego le había vuelto a crecer, pero como era un poco más pequeña
que las demás, cada vez que la miraba sentía muchísima rabia.
Estaba recordando las maldades de los bañistas cuando descubrió su siguiente víctima.
Era un pulgar gordísimo y brillante, y su dueño apenas se movía. ¡Qué fácil! así podría
pellizcar con todas sus fuerzas. Y recordó los pasos: asomar, avanzar, pellizcar,
soltar, retroceder y ocultarse en la arena de nuevo. ¡A por él!

Pero algo falló. Pinzaslocas se atascó en el cuarto paso. No había forma de soltar el
pulgar. El pellizco fue tan fuerte que atravesó la piel y se atascó en la carne. ¿Carne? No
podía ser, no había sangre. Y Pinzaslocas lo comprendió todo: ¡había caído en una
trampa!
Pero como siempre Pinzaslocas estaba exagerando. Nadie había sido tan listo como para
prepararle una trampa con un pie falso. Era el pie falso de Vera, una niña que había
perdido su pierna en un accidente cuando era pequeña. Vera no se dio cuenta de que
llevaba a Pinzaslocas colgado de su dedo hasta que salió del agua y se puso a jugar en la
arena. La niña soltó al cangrejo, pero este no escapó porque estaba muerto de miedo.
Vera descubrió entonces la pata pequeñita de Pinzaslocas y sintió pena por él, así que
decidió ayudarlo, preparándole una casita estupenda con rocas y buscándole bichitos
para comer.
¡Menudo festín! Aquella niña sí sabía cuidar a un cangrejo. Era alegre, divertida y,
además, lo devolvió al mar antes de irse.
- Qué niña más agradable -pensó aquella noche- me gustaría tener tan buen carácter. Si
no tuviera esta patita corta…
Fue justo entonces cuando se dio cuenta de que a Vera no le había vuelto a crecer su
pierna, y eso que los niños no son como los cangrejos y tienen solo dos. Y aún así, era un
encanto. Decididamente, podía ser un cangrejo alegre aunque le hubieran pasado cosas
malas.
El día siguiente, y todos los demás de aquel verano, Pinzaslocas atacó el pie de Vera
para volver a jugar todo el día con ella. Juntos aprendieron a cambiar los pellizcos por
cosquillas y el mal carácter por buen humor. Al final, el cangrejo de Vera se hizo muy
famoso en aquella playa aunque, eso sí, nadie sospechaba que fuera el mismísimo
Pinzaslocas. Y mejor que fuera así, porque por allí quedaban algunos que aún no habían
aprendido que no es necesario guardar rencor y tener mal carácter, por muy fuerte que un
cangrejo te pellizque…
UN PAPA MUY DURO
Ramón era el tipo duro del colegio porque su papá era un tipo duro. Si alguien se atrevía
a desobedecerle, se llevaba una buena.
Hasta que llegó Víctor. Nadie diría que Víctor o su padre tuvieran pinta de duros: eran
delgaduchos y sin músculo. Pero eso dijo Víctor cuando Ramón fue a asustarle.
- Hola niño nuevo. Que sepas que aquí quien manda soy yo, que soy el tipo más duro.
- Puede que seas tú quien manda, pero aquí el tipo más duro soy yo.
Así fue como Víctor se ganó su primera paliza. La segunda llegó el día que Ramón quería
robarle el bocadillo a una niña.

- Esta niña es amiga del tipo más duro del colegio, que soy yo, y no te dará su bocadillo -
fue lo último que dijo Víctor antes de empezar a recibir golpes.
Y la tercera paliza llegó cuando fue él mismo quien no quiso darle el bocadillo.
- Los tipos duros como mi padre y yo no robamos ¿y tú quieres ser un tipo duro? - había
sido su respuesta.

Víctor seguía llevándose golpes con frecuencia, pero nunca volvía la cara. Su valentía
para defender a aquellos más débiles comenzó a impresionar al resto de compañeros, y
pronto se convirtió en un niño admirado. Comenzó a ir siempre acompañado por muchos
amigos, de forma que Ramón cada vez tenía menos oportunidades de pegar a Víctor o a
otros niños, y cada vez menos niños tenían miedo de Ramón. Aparecieron nuevos niños y
niñas valientes que copiaban la actitud de Víctor, y el patio del recreo se convirtió en un
lugar mejor.

Un día, a la salida, el gigantesco papá de Ramón le preguntó quién era Víctor.


- ¿Y este delgaducho es el tipo duro que hace que ya no seas quien manda en el patio?
¡Eres un inútil! ¡Te voy a dar yo para que te enteres de lo que es un tipo duro!
No era la primera vez que Ramón iba a recibir una paliza, pero sí la primera que estaba
por allí el papá de Víctor para impedirla.

- Los tipos duros como nosotros no pegamos a los niños, ¿verdad? - dijo el papá de
Víctor, poniéndose en medio. El papá de Ramón pensó en atizarle, pero observó que
aquel hombrecillo delgado estaba muy seguro de lo que decía, y que varias familias
estaban allí para ponerse de su lado. Además, después de todo, tenía razón, no parecía
que pegar a los niños fuera propio de tipos duros.

Fue entonces cuando el papá de Ramón comprendió por qué Víctor decía que su padre
era un tipo duro: estaba dispuesto a aguantar con valentía todo lo malo que le pudiera
ocurrir por defender lo que era correcto. Él también quería ser así de duro, de modo que
aquel día estuvieron charlando toda la tarde y se despidieron como amigos, habiendo
aprendido que los tipos duros lo son sobre todo por dentro, porque de ahí surge su fuerza
para aguantar y luchar contra las injusticias.

Y así, gracias a un chico que no parecía muy duro, Ramón y su papá, y muchos otros,
terminaron por llenar el colegio de tipos duros, pero de los de verdad: esos capaces de
aguantar lo que sea para defender lo que está bien.
UN ENCIGÜEÑADO DÍA DE BODA
Érase una vez una cigüeña muy presumida que un día vio brillar un anillo desde el cielo.
Su dueño, un conejo que iba a casarse ese día, entró a una madriguera dejando el anillo
fuera, y la cigüeña aprovechó para probárselo rápidamente sin pedir permiso. Pero al ir a
quitárselo el anillo se atascó en su dedo, y la cigüeña pensó:
- Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.
Y aprovechando que nadie la había visto, salió volando de allí con la idea de devolver el
anillo cuando pudiera quitárselo. El conejo se llevó un gran disgusto al descubrir el robo.
Pero era un gran detective,y rápidamente todos en el bosque buscaban un pájaro con un
anillo. Cuando la cigüeña se enteró, se dijo:
- Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.
Y decidió ocultar el anillo metiendo rápidamente sus patas en un barril de pintura negra
que encontró cerca de donde se preparaba la boda. Pero mientras huía volando, buena
parte de la pintura goteó sobre los manteles y el vestido de la novia, estropeándolos
terriblemente. Cuando llegó el conejo y descubrió el desastre se puso furioso, y olvidando
el anillo puso a todos a buscar un pájaro con las patas pintadas de negro. Al enterarse, la
cigüeña dijo:
- Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.
Y decidió vendarse las patas, y fingir que había tenido un accidente. Pensaba la cigüeña
que así había resuelto el problema, pero cuando poco después se encontró precisamente
con el conejo, este sintió pena de ver una cigüeña tan herida, e insistió tanto en
acompañarla al hospital para hacerse una radiografía que la cigüeña no pudo negarse.
Esta sabía que si le hacían una radiografía se descubriría el anillo, y que si le quitaban el
vendaje verían la pintura, y se dijo:
- Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.
Y aprovechando que su casa estaba camino del hospital, le pidió al conejo que esperase
mientras subía a recoger algunas cosas. Una vez en casa, se quitó las vendas y cubrió
sus patas con unas placas de plomo para ocultar el anillo en la radiografía, y luego las
tapó con tantas vendas y pegamento que resultaría imposible quitárselas. Pensaba la
cigüeña que así podría ir al médico sin ser descubierta, y que más adelante encontraría la
forma de devolver el anillo.Ya más tranquila, la cigüeña echó a volar para reunirse con el
conejo, sin darse cuenta de que nunca podría volar con tantísimo peso en sus patas. Y
tan pronto saltó del nido, cayó como una piedra, sin poder hacer nada para evitar darse el
mayor de los batacazos. Pero no contra el suelo, sino contra el pobre conejo, que no tuvo
tiempo de apartarse. Allí acudieron ambulancias, médicos, policías y cientos de
animales, preguntándose qué habría pasado para que la cigüeña cayera sobre el conejo.
Y al descubrir las vendas, el plomo, la pintura y el anillo todos pensaron que el golpe era
la última parte del despiadado plan de la cigüeña para arruinar la boda del conejo. Y en
una sola mañana, la cigüeña se convirtió en el animal más odiado del bosque, y perdió a
todos sus amigos. Solo mucho tiempo después se atrevió el conejo a visitar a la cigüeña,
pues aún no comprendía por qué se había empeñado en fastidiar su boda. Esta,
arrepentida, le pidió perdón, y le contó la historia del anillo y todo lo que había ocurrido
después. - Nunca me habría imaginado que todo eso pudiera ocurrir solo por probarse un
anillo sin permiso- dijo con buen humor el conejo.
- Es que no fue por eso - replicó avergonzada la cigüeña-, sino por lo que tuve que hacer
para ocultarlo una y otra vez. Nunca te habrías enfadado tanto si me hubieras descubierto
probándome el anillo y hubieras tenido que ayudarme a quitármelo. Y viendo la valiosa
lección que había aprendido la cigüeña, el conejo la perdonó públicamente para que
pudiera recuperar a sus amigos y contar su historia, y así ayudar a todos a comprender
que lo verdaderamente malo de las pequeñas mentiras son las grandes mentiras que hay
que inventar para ocultarlas.
DIBUJITOS DE HALLOWEN
Hubo una vez un brujo malo, malísimamente malo, que tuvo la nefasta idea de utilizar
todas sus piedras mágicas para conseguir el conjuro más aterrador. Pero quería que
fuese algo tan terrible y siniestro que nada le parecía suficientemente malvado. Hasta que
un día observó a unos niños pequeños dibujando en la escuela. Cualquier persona normal
hubiera pensado que aquellos dibujos de líneas torcidas y un poco difíciles de entender
eran una maravilla habiéndolos hecho unos niños tan pequeños, pero los malvados ojos
de aquel brujo vieron una cosa muy distinta: ¡una aterradora fábrica de monstruos!
Supongo que algo de razón tendría: después de todo, los dibujos de los niños suelen
tener las cabezas grandes, peludas y deformes; o demasiados brazos y piernas; y
además casi siempre están llenos de colores, y tienen ojos inmensos, dedos larguísimos y
bocas torcidas.
Entusiasmado, el brujo corrió a su guarida, juntó tanta magia negra como pudo y, al caer
la noche, gritó su hechizo a las sombras:
- “Criaturas de la noche,
Criaturas del papel,
Las que dibujan los niños
Un poco más mal que bien
Cada año, en esta noche

Debéis salir a correr”


Ojalá pudiera decir que era un brujo penoso y su hechizo no salió bien, pero no sería
verdad. Su hechizo fue perfecto, y esa noche todos los dibujos de los niños pequeños
cobraron vida, y se convirtieron en monstruos de boca torcida que asustaron a todo el
mundo. Eso sí, fue precisamente aquel brujo tonto quien más miedo pasó, y salió
huyendo de allí tan rápido que nadie volvió a verlo nunca. Y de esta forma, habiendo
desaparecido el brujo sin anular el hechizo, cada año, al llegar aquella noche, los dibujos
despertaban y aterrorizaban a todo el mundo.

Habían pasado casi cien años de sustos cuando Nora, una viejecita arrugada que aún
conservaba su alma de niña, reconoció en uno de aquellos monstruos el dibujo que había
hecho tantísimos años atrás. A la mañana siguiente, buscó entre sus viejísimos
cuadernos y encontró el dibujo. Al mirarlo, se dio cuenta de que lo había hecho con la
boca torcida, y que los gruñidos de aquella boca torcida incapaz de hablar eran lo que
más miedo le había dado del monstruo. Así que tomó una goma y un lápiz, y cambió la
boca torcida por una gran y perfecta sonrisa. Aunque era viejísima, esperó un año entero
sin morirse, y sin ponerse enferma ni siquiera un día, de tantas ganas que tenía de
comprobar si el cambio en su dibujo tendría algún efecto en el monstruo…

Y vaya si lo tuvo, porque esa noche hubo un monstruo que no andaba gruñendo ni dando
sustos, sino que se portaba de forma amable y sonriente. Y, sin perder ni un minuto, Nora
juntó a sus muchos nietos, biznietos y tataranietos, y les envió a buscar sus antiguos
cuadernos para cambiar hasta la última de las bocas torcidas por una gran sonrisa. Y, con
su nuevo aspecto amable y simpático, aquellos monstruos ya no daban nada de miedo,
sino que entraban ganas de regalarles dulces y golosinas.

Y así fue cómo los niños de todo el mundo aprendieron, a base de dibujar sonrisas, a
convertir cualquier tipo de monstruo en una criatura simpática y dulce, y convirtieron la
aterradora noche de Halloween en una gran fiesta.
LOS MALOS VECINOS
Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al trabajo, y justo al pasar
por delante de la puerta de la casa de su vecino, sin darse cuenta se le cayó un papel
importante. Su vecino, que miraba por la ventana en ese momento, vio caer el papel, y
pensó:

- ¡Qué descarado, el tío va y tira un papel para ensuciar mi puerta, disimulando


descaradamente!

Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche vació su papelera junto
a la puerta del primer vecino. Este estaba mirando por la ventana en ese momento y
cuando recogió los papeles encontró aquel papel tan importante que había perdido y que
le había supuesto un problemón aquel día. Estaba roto en mil pedazos, y pensó que su
vecino no sólo se lo había robado, sino que además lo había roto y tirado en la puerta de
su casa. Pero no quiso decirle nada, y se puso a preparar su venganza. Esa noche llamó
a una granja para hacer un pedido de diez cerdos y cien patos, y pidió que los llevaran a
la dirección de su vecino, que al día siguiente tuvo un buen problema para tratar de
librarse de los animales y sus malos olores. Pero éste, como estaba seguro de que
aquello era idea de su vecino, en cuanto se deshizo de los cerdos comenzó a planear su
venganza.

Y así, uno y otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez más exageradamente, y
de aquel simple papelito en la puerta llegaron a llamar a una banda de música, o una
sirena de bomberos, a estrellar un camión contra la tapia, lanzar una lluvia de piedras
contra los cristales, disparar un cañón del ejército y finalmente, una bomba-terremoto que
derrumbó las casas de los dos vecinos...

Ambos acabaron en el hospital, y se pasaron una buena temporada compartiendo


habitación. Al principio no se dirigían la palabra, pero un día, cansados del silencio,
comenzaron a hablar; con el tiempo, se fueron haciendo amigos hasta que finalmente, un
día se atrevieron a hablar del incidente del papel. Entonces se dieron cuenta de que todo
había sido una coincidencia, y de que si la primera vez hubieran hablado claramente, en
lugar de juzgar las malas intenciones de su vecino, se habrían dado cuenta de que todo
había ocurrido por casualidad, y ahora los dos tendrían su casa en pie...

Y así fue, hablando, como aquellos dos vecinos terminaron siendo amigos, lo que les fue
de gran ayuda para recuperarse de sus heridas y reconstruir sus maltrechas casas.
EL INSÓLITO LADRÓN DE TALENTOS
Hubo una vez un troll malvado que tenía el sueño de ser el mayor artista del mundo, y
planeó robar su talento a pintores, escultores, músicos y poetas. Pero como no encontró
la forma, terminó por atrapar y encadenar en su cueva a un anciano mago, obligándolo a
transformarle en el mejor de los artistas.

Convertido en el más magnífico dibujante, músico y escultor, el troll solo necesitó crear
una obra para ganar tal fama que comenzó a recorrer el mundo recibiendo fiestas y
homenajes. Tan entretenido estaba celebrando su fama, que olvidó su sueño de ser
artista y no volvió a crear nada.

Sin embargo, años después, durante uno de sus viajes, el troll se enamoró de tal forma
que no dudó en crear nuevas obras para dedicárselas a su amada. Pero cuando las
mostró ante todos, eran tan mediocres y vulgares que hizo el mayor de los ridículos, y la
troll se sintió tan avergonzada que nunca más quiso saber de él.

El troll, enfurecido, volvió a la cueva para exigir al mago que le devolviera su talento
artístico. Pero, a pesar de sus intentos, el mago no consiguió nada. Su varita estaba tan
polvorienta y seca por falta de uso que apenas quedaba nada de su brillo mágico.
- Me temo que he perdido mi don para la magia, malvado troll. Y parece que tú has
perdido también tu don para las artes.

- ¡Mentira! - rugió el troll mientras se ponía a dibujar-. Mira este dibujo: es magnífico.
Pero no lo era, y así se lo dijo el mago. Y volvió a decírselo cada una de las miles de
veces que el furioso troll le mostró un nuevo dibujo, su más reciente escultura o su última
melodía.

Hasta que un día el anciano mago, sintiéndose ya muy débil, suplicó al troll que lo
liberase.

- Si me liberas te devolveré tu arte- dijo.

El troll sabía que ya no quedaba nada de mágico en aquel hombre, y que no le devolvería
nada, pero sintió lástima y lo dejó libre. Entonces el anciano, sin decir nada, fue
recorriendo la cueva con calma, recogiendo uno a uno los cientos de dibujos que cubrían
el suelo. Luego, despacio y en silencio, los fue colocando uno tras otro en la pared, justo
en el orden en que el troll los había pintado.

Mientras lo hacía, el troll comenzó a maravillarse. Siguiendo los dibujos de lado a lado
pudo descubrir cómo unos dibujos torpes y vulgares se iban convirtiendo poco a poco en
cuadros decentes para terminar mostrando, en sus últimos trabajos, magníficas obras de
un arte insuperable.

Contemplando el gran artista en que se había convertido, el troll rompió a llorar de


felicidad con tanta emoción y alegría, que todo él se convirtió en lágrimas de un agua
brillante y cristalina. Y deseando que todos pudieran disfrutar aquel arte logrado con tanto
esfuerzo, y sabiendo que si dejaba de usar su talento lo perdería, viajó por las cuevas y
ríos del mundo modelando las rocas y creando los paisajes más bellos que aún hoy se
pueden encontrar en todos los rincones de nuestra amada tierra.
LOS PEQUEÑOS DETALLES
El alumno, según él, había terminado el cuadro. Llamó a su maestro para que lo evaluara.
Se acercó el maestro y observó la obra con detenimiento y concentración durante un rato.
Entonces, le pidió al alumno la paleta y los pinceles. Con gran destreza dio unos cuantos
trazos aquí y allá. Cuando el maestro le regresó las pinturas al alumno el cuadro había
cambiado notablemente.

El alumno quedó asombrado; ante sus propios ojos la obra había pasado de mediocre a
sublime. Casi con reverencia le dijo al maestro:
¿Cómo es posible que con unos cuantos toques, simples detalles, haya cambiado tanto el
cuadro?

Es que en esos pequeños detalles está el arte. Contestó el maestro.


Si lo vemos despacio, nos daremos cuenta que todo en la vida son detalles. Los grandes
acontecimientos nos deslumbran tanto que a veces nos impiden ver esos pequeños
milagros que nos rodean cada día. Un ave que canta, una flor que se abre, el beso de un
hijo en nuestra mejilla, son ejemplos de pequeños detalles que al sumarse pueden hacer
diferente nuestra existencia.
Todas las relaciones, familia, matrimonio, noviazgo o amistad, se basan en detalles.
Nadie espera que remontes el Océano Atlántico por él, aunque probablemente sí que le
hables el día de su cumpleaños. Nadie te pedirá que escales el Monte Everest para
probar tu amistad, pero sí que lo visites durante unos minutos cuando sabes que está
enfermo.
Hay quienes se pasan el tiempo esperando una oportunidad para demostrar de forma
heroica su amor por alguien. Lo triste es que mientras esperan esa gran ocasión dejan
pasar muchas otras, modestas pero significativas. Se puede pasar la vida sin que la otra
persona necesitara jamás que le donaras un riñón, aunque se quedó esperando que le
devolvieras la llamada.
Se piensa a veces que la felicidad es como sacarse la lotería, un suceso majestuoso que
de la noche a la mañana cambiará una vida miserable por una llena de dicha. Esto es
falso, en verdad la felicidad se finca en pequeñeces, en detalles que sazonan día a día
nuestra existencia.
Nos dejamos engañar con demasiada facilidad por la aparente simpleza. NO desestimes
jamás el poder de las cosas pequeñas: una flor, una carta, una palmada en el hombro,
una palabra de aliento o unas cuantas líneas en una tarjeta. Todas estas pueden parecer
poca cosa, pero no pienses que son insignificantes.
En los momentos de mayor dicha o de mayor dolor se convierten en el cemento que une
los ladrillos de esa construcción que llamamos relación. La flor se marchitará, las palabras
quizá se las llevará el viento, pero el recuerdo de ambas permanecerá durante mucho
tiempo en la mente y el corazón de quien las recibió.

¿Qué esperas entonces? Escribe esa carta, haz esa visita, levanta el teléfono.

Hazlo ahora, mientras la oportunidad aún es tuya. NO lo dejes para después por
parecerte poca cosa. En las relaciones no hay cosas pequeñas, únicamente existen las
que se hicieron y las que se quedaron en buenas intenciones...
EL CUERPO DE CRISTO
Nunca hable con él. No tuvimos oportunidad de hacerlo. Pero nos conocíamos de sobra,
por las numerosas veces que me dió la comunión en la misa
dominical de los Trinitarios de Algorta. Sosteniendo con la izquierda la copa llena de
Hostias Consagradas, tomaba con dos dedos de su mano derecha una de ellas, la alzaba
y sin dejar de mirarla, pronunciaba las preciosas palabras: "El Cuerpo de Cristo",
depositándola en el hueco de mi mano, al tiempo que yo respondía: "Amén".

Jose Marí Lidón ha muerto. Le han matado. Le han asesinado. Delante de su mujer. Sin
escrúpulos. Sin sentimientos. Sin nada. Como siempre, desde hace más de veinicinco
años. Y han sido los que se autoproclaman liberadores del pueblo vasco.

Los que aún reciben el calificativo de gudaris. Los que cuando son detectados y
separados de la sociedad, polarizan la compasión de algunos hasta la hipocresía más
abyecta, traducida en advertencias aún enemigo construido por ellos mismos, enemigo
necesario para su propia subsistencia. Subsistencia de los asesinos
y de sus justificadores. Y también de los que aparentando ansias de paz, lamentan los
éxitos de la policia que los captura. Que Dios les perdone a todos. Y que nos ayude a
nosotros a aprender como perdonarles en el futuro, cuando exista alguna recepción de
este hipotético perdón.

Los hijos de Jose Mari tienen una vida por delante. La horrible injusticia que están
sufriendo ahora no se les borrará jamás, aunque la misión de su propia existencia
centrará en gran parte su atención. Pero su viuda, la mujer que compartió con él toda su
vida, incluso su colaboración parroquial, la que también entregaba lo mejor de sí misma
en servicio de todo lo que lo necesitara, ella, ella no tiene nada a lo que pueda aferrarse,
nada que pueda suscitar en su interior un atisbo de ilusión, de alegría, de esperanza.

Y sin embargo, resurgirá. Levantará su espíritu, estoy convencido, como lo levantó mi


madre, cuando asesinaron a mi hermano. Porque tiene fe en el más allá. Porque sabe,
por convicción y por vivencia que Dios Padre, Abba, por encima del mal, por espantoso
que sea, nos quiere y cuida de nosotros, con medidas que se escapan de nuestra base de
datos, de nuestro entendimiento, de nuestro cerebro humano.

Se que un domingo de estos, más pronto o más tarde, no importa el tiempo, la viuda de
José Mari me dará la comunión. Desde aquí quiero decirle que si en ese momento,
cuando alce la Hostia consagrada ante mí y diga las palabras "El Cuerpo de Cristo", ve
que mis ojos están llenos de lágrimas, que sepa que son de alegría, que son de
esperanza, que son de agradecimiento a ella, y a nuestro Abba, nuestro Aitacho que nos
arropa con lo más grande que tenemos, nuesto único asidero, nuestra fuerza, nuestra fe.

Que Jose Marí, desde la esencia de Dios en la que se encuentra, nos ayude a
mantenerla.
EL BUEN HERMANO
Acostumbrado como estaba a las constantes mudanzas, Héctor limpiaba con marcado
desgano el polvo de su colección de aviones a escala, y de pequeños soldaditos, antes
de envolverlos y meterlos en una caja de cartón.
Regadas por el suelo de su habitación ya había varias cajas selladas y rotuladas.
Juguetes, ropa de cama, libros, zapatos.
En realidad no comprendía bien a que se dedicaba su padre, solo sabia que tenían que
cambiar de casa muy seguido; aunque no le molestaba ser siempre el nuevo de la clase,
y nunca se había quejado de tal inestabilidad, le daba cierta nostalgia mirar las fotos que
le tomaran de bebe en casa de sus abuelos, y que guardaba celosamente bajo la
almohada. Una casa y unos abuelos a los que apenas recordaba pero que le dolía haber
dejado atrás.
Otra vez el ritual de despegar con toda la paciencia del mundo sus pegotines de colección
de las puertas interiores del closet, para repegarlas en las de la nueva casa.
Todo parecía lo mismo que todas las veces pasadas.
Hasta que su madre apareció con cara sombría en la puerta de su habitación para
anunciarle que a donde se mudarían esta vez, no se les tenía permitido llevar mascotas.
Adiós señor Gonzáles.
El señor Gonzáles había sido su gato y compañero fiel desde que ambos eran apenas
unos críos. ¿Cómo podría abandonarlo?
Si había sido el señor Gonzáles la única razón por la que todas las anteriores mudanzas
no habían significado casi nada, él hacia soportable cualquier traslado. No importaba a
donde fuera la familia si su pinto bigotón podía siempre acurrucarse sobre su regazo.
Su madre había intentado calmarlo diciéndole que podían dejarle el gato a la señora Pita,
una anciana vecina que ya poseía unos cuantos.

Pero eso no servia de consuelo.


Abandonar a tu mejor amigo, a tu único mas mejor amigo no es de gente. No se le deja un
niño a un anciano que apenas puede cuidar de si mismo. El señor Gonzáles y Héctor eran
de la misma edad, eran como hermanos.

“Es un niño igual que yo”


¿Cómo saber que la vieja, inútil y decrepita Pita cuidaría bien de él? ¿Qué sus demás
gatos hambreados no lo molestaran, como hacen en la escuela los niños mayores solo
por que es el chico nuevo? ¿Cómo confiarle a una casi desconocida tu cosa mas amada?
Lo único que has sentido tuyo.

Era casi como tener que arrancarte un brazo.


Nadie es capaz de arrancarse un brazo solo por que te lo digan los demás, aun si los
demás son tus propios padres.

Nadie abandona a un hermano.


La mañana de la mudanza Héctor estaba muy serio observando desde el asiento trasero
del auto de su padre, como los empleados de uniforme azul subían los muebles y las
decenas de cajas al enorme camión.
Casi al mismo tiempo de arrancar el auto se terminaba de subir el último tanto de cajas,
Héctor se sentó sobre sus rodillas para poder mirar hacia atrás.
La gente del camión subía para partir hacia la nueva casa en caravana y en el lago,
detrás de la casa, el cadáver del señor Gonzáles flotaba.
EL SOMBRERÓN
Al igual que la Llorona, El sombreron es una de las leyendas más populares en
Guatemala y por lo tanto, tiene varios elementos similares y varios elementos distintos en
cada uno de los relatos. Todas las leyendas concuerdan en que el sombreron era una
hombre de pequeña estatura, que usaba un sombrero muy grande, siempre estaba con
una guitarra y tenía una voz maravillosa. Cuentan las leyendas que el sombreron vio a
una mujer que lo deslumbro con su belleza, de ojos oscuros y pelo negro. Al verla no
puedo resistirse y quiso enamorarla, por lo que se acerco a su balcón y le cantó serenata.
La mujer, a quienes en algunas leyendas la llaman Celina, se enamoró de este pequeño
hombre con esta angelical voz a quien esperaba todos los días. Celina dejo de comer
esperando a la llegada del hombre con la voz melodiosa. Los padres de Celina,
preocupados, llaman a un sacerdote y al ver que este no podía ayudarla, la llevaron a un
convento. La muchacha murió de tristeza y el día del velorio apareció el sombreron
cantando y llorando de tristeza. Desde ese día, cuentan las leyendas que se puede
escuchar al sombreron cantar con su guitarra en las noches y busca a mujeres de pelo
negro y ojos oscuros. Así mismo, se dice que para ahuyentar al sombreron de una mujer
a la que persigue, a esta se le debe de cortar el pelo.

LA CIGUANABA
La ciguanaba, según cuentan la leyenda en su origen, era una mujer llamada Sihuehuet,
cuyo nombre significa mujer hermosa. Esta mujer tenía una relación con el hijo de un
Dios, del cual quedó embarazada. Pero Sihuehuet probo no ser una buena madre, al
contrario, fue una madre que no cumplia con sus obligaciones. A parte de ser una mala
madre, Sihuehuet tenía un amante. Al descubrir esto, el hijo del Dios, llamado Tlaloc,
maldijo a Sihuehuet. La maldición consiste en que la mujer sería bella de lejos pero una
vez las personas se acercaran y la vieran de cerca seria una mujer horrible. Esta leyenda
continua estando vigente, ya que, según cuentan los relatos, la ciguanaba es una mujer
que parece hermosa a primera vista pero al acercarse tiene cara de yegua o incluso de
calavera. Se dice que la ciguanaba persigue a los hombres que son infieles o
trasnochadores. Siguen contando las leyendas que la ciguanaba atrae a los hombres a
barrancos o lugares desiertos para que las personas mueran al seguirla. Otra de las
versiones es que la ciguanaba mata del susto a las personas o que, sino mueren, se
vuelven locas luego de verla.

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