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Características comunes en las parejas violentas

Cárdenas, I y Ortiz, D
Esc. de Terapia Familiar del Hospital Sant Pau de Barcelona

Toda relación humana está llena de complejidad y de matices. Así, al hablar de


las parejas en que se ha instalado el maltrato, podemos constatar que no
tienen conflictos muy diferentes a los que se encuentran en parejas donde está
ausente. Las posibilidades de que se adentren en el camino del maltrato están
directamente relacionadas con la presencia de los factores a los que hacíamos
referencia en el capítulo dos: socioculturales, familiares e individuales.

 Cuanto más arraigados estén los valores machistas, tanto


en el hombre como en la mujer, cuanto mayor haya sido el
maltrato recibido en la familia de origen y cuanto más baja
sea la autoestima y la seguridad de los participantes,
mayor probabilidad habrá de que la violencia haga
irrupción.

La pareja, como entidad viva, pasa por diferentes etapas, presentando cada
una de ellas nuevos retos: la consolidación, la llegada de los hijos, compaginar
el hecho de ser padres y seguir siendo pareja, el reencuentro cuando los hijos
se independizan y, por último la vejez. Cada pasaje de una etapa a la otra
implica un aumento de la tensión, ya que los integrantes tendrán que hacer
movimientos diferentes para adaptarse a las nuevas necesidades. Y eso sin
hablar de la necesidad de la pareja de ir actualizando el contrato de la relación
para pasar a un amor más maduro.

Es en estos pasajes cuando aumenta la tensión, cuando hay más posibilidades


de que la violencia aparezca o aumente significativamente.

Muchas de las parejas con maltrato en la relación se niegan a aceptar pasar


del enamoramiento al amor más maduro en intentan eternizarse en la etapa de
fusión. Pero la fusión no es real, es artificial, por lo que las inevitables crisis
invaden la vida cotidiana.

Dependencia emocional

La dependencia significa estar pendiente del otro esperando que sea éste
quien resuelva o solucione la vida. Cada persona piensa que su vida no es
posible sin la otra, necesitando su aprobación de forma constante. La
independencia y la dependencia son los extremos de un mismo eje.

Los seres humanos tenemos unas necesidades básicas, que han de ser
satisfechas para mantener un buen equilibrio mental. Entre ellas se encuentra
la necesidad de formar parte de un grupo, así como la de ser aceptados,
reconocidos, valorados y queridos.

Toda pareja, y en general toda relación, tiene un grado mayor o menor de


dependencia mutua, lo cual significa que ambos necesitan de la mirada del
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otro para lograr el bienestar, y esto no es algo patológico, sino humano. Tanto
el hombre como la mujer dependen uno del otro y necesitan sentir apoyo
incondicional. Ya apuntábamos que, en los orígenes de toda pareja, hay un
inicio de fusión y, por lo tanto, de mayor dependencia, necesario para su
constitución.

Enrique y Marisa son dos personas con carácter, que han conseguido una
relación más o menos funcional, pero que, periódicamente, entran en crisis y
luchas por el poder que siempre acaban en tablas.

Él necesita mucha valoración y reconocimiento por parte de los que le rodean,


y no siempre los recibe de su mujer, que pone más acento en la crítica. Él no
soporta ser cuestionado porque siente que se desmonta y, por eso, depende
más de lo que cree de la valoración de su mujer. A veces siente que, como
cabeza de familia, tiene unos derechos que su mujer no respeta.

Marisa se siente muy herida cada vez que Enrique utiliza, como arma para
salirse con la suya, los gritos, los portazos y las desapariciones de casa sin
decir a dónde va. Él no toma en consideración los sentimientos de ella cuando
le dice lo mucho que le duele y, por el contrario, los juzga inadecuados. Piensa
que ella no debería sentirse así, que esas conductas suyas no deberían
afectarle y tiene dificultades para empatizar con ella, lo que contribuye a
aumentar el dolor y la rabia de Marisa.

Ninguno de los dos ha aprendido a poner el foco en sí mismo, a comunicar con


tranquilidad y claridad lo que desea y, en definitiva, a negociar. En cambio se
adentran con mucha facilidad en escaladas competitivas, donde ninguno
quiere abandonar el campo de batalla.

Por fin, en el curso de una terapia, para Marisa resulta importante darse cuenta
del resentimiento que ha ido acumulando a lo largo de los años de convivencia
y que potencia todavía más sus tendencias críticas. En cuanto a Enrique,
también acaba comprendiendo que no se toma en serio los sentimientos de su
mujer y deja de juzgarlos para hacer el esfuerzo de ponerse en su lugar y
aceptar la opinión de ella, aunque no la comparta. La situación empieza a
cambiar.

Fue necesario que Marisa y Enrique se hicieran cargo cada uno de sí mismos
y de su actitud frente al otro para darle un giro a la situación.

 Dos personas establecerán una relación de mayor


dependencia en la medida en que ambas se sientan más
vulnerables, inseguras de sí mismas o crean que no
pueden vivir sin el otro.

El río subterráneo que transcurre por debajo de estas parejas es el miedo en


mayúsculas, conformado por la suma de varios miedos: miedo a no ser
querido, a ser abandonado, a la soledad, a ser dañado...

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Centrándonos en las relaciones donde existe maltrato, en general, al ser


personas inseguras y de baja autoestima, establecerán relaciones de más
dependencia. Ésta será mutua: ambas personas dependerán la una de la otra,
aunque a primera vista pudiera parecer que no es así. En el fondo, los dos
esperan que sea el otro el que les haga sentirse mejor y les dé energía para ir
por la vida.

Si añadimos a este tipo de relación los factores que favorecen la aparición del
maltrato (culturales, familiares e individuales), las posibilidades de traspasar la
línea del respeto mutuo y de las agresiones psicológicas o físicas en uno o
ambos sentidos, son muchas. Bastará un aumento de la tensión para que
estalle la violencia.

A veces también, las personas pueden quedar enganchadas en una relación


de dependencia y violencia, aunque no tengan graves antecedentes de
maltrato, si se dejan tentar por errores tan clásicos y frecuentes como
pretender salvar al otro. No es raro que se ponga a prueba la capacidad de
cambiar al cónyuge en un proceso de conquista que se parece mucho a la
colonización: se pretende obtener de él algo que uno cree poseer y venderle
algo que se piensa que le falta, rescatándolo de sabe Dios qué carencias y
peligros. Pero así las cosas no suelen funcionar.

Las personas que se ven involucradas en una relación con un alto grado de
dependencia se preguntan por qué se han metido en ésta, sobre todo la
persona que se somete, generalmente la mujer. En ocasiones se sorprenden
ellas mismas, dado que en otros ámbitos de la vida pueden ser muy fuertes y
sentirse muy seguras e incluso describirse a sí mismas como personas con
carácter. Llegan a obsesionarse y preguntarse qué falla en ellas para que
hayan tolerado determinadas situaciones.

Si profundizamos en este tipo de relaciones, descubrimos que un factor


determinante para que se establezca esta dependencia es el hecho de que
una de las partes pone el amor al otro por encima del amor a sí mismo.

 El contrato de la relación, que está sellado con sangre,


dice que todas las inquietudes y necesidades deben
satisfacerse exclusivamente dentro de la pareja.

En una pareja con dificultades de maltrato, la dependencia emocional tendrá


que ver con el contrato inicial de la relación y en él estará estipulado
implícitamente que las demandas, necesidades e inquietudes personales
deberán ser satisfechas todas en la relación de pareja. Dónde termina uno y
empieza el otro no está claro. Son parejas en las que distinguir las emociones
o pensamientos de cada uno es una tarea difícil de realizar, porque ellos
mismos se contemplan como extensiones de un único cuerpo. Creen que se
complementan y mantienen la situación durante el tiempo que ambos se
sienten gratificados y cumplen sus expectativas.

Es curioso cómo algunas de estas mujeres cuidan de sus maridos como


madres que atienden las rabietas de sus hijos mimados. Se sienten

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responsables y protectoras de quien las ha maltratado. Centran su atención en


el bienestar de la pareja y obtienen como recompensa la sensación de ser
unas buenas mujeres que pretenden llenar todos sus vacíos haciéndose
imprescindibles para sus maridos. Lo cual es cierto. Ellos no pueden vivir sin
ellas o, al menos, eso sienten. Estos hombres supeditan su equilibrio
emocional a ser obedecidos, no cuestionados. En realidad, son unos hombres
muy frágiles, que necesitan que sean ellas quienes fortalezcan sus pilares. Es
fácil pensar por el otro, en el caso de las mujeres y absorber los estados
emocionales de su pareja, haciéndolos suyos y ocupándose de buscarles
salida; y, en el caso de los hombres, extralimitándose y abarcando el espacio
con sus decisiones y mandatos que, evidentemente, las incluyen a ellas.

 Algunas mujeres centran su vida en el bienestar de la


pareja y así se hacen imprescindibles para sus cónyuges.
A su vez, éstos necesitarán la obediencia de ellas para
disfrazar su propia fragilidad y sentirse fuertes.

Esta dinámica también puede establecerse en otro tipo de parejas, donde las
diferencias se resuelven de manera más pacífica, o donde las peleas o
discusiones son más limpias. El status quo se mantiene sin necesidad de
recurrir a la violencia y pone en marcha otras estrategias.

La violencia sería una estrategia más de las que se usan para someter al otro,
pero cada persona se pone el límite de lo permitido en función, entre otras
cosas, de las normas interiorizadas y aprendidas en su familia y cultura
(capítulo 2). Sentir rabia, odio, ganas de agredir al otro o incluso que
desaparezca de nuestra vida son sentimientos normales, fáciles de encontrar
en la mayoría de las parejas en algún momento crítico del ciclo vital. Pero
también es verdad que la mayoría logra reconducirlos y neutralizarlos.

Toni “se pone de los nervios” cada vez que Lola queda a cenar con sus
compañeros de trabajo. Cuando ella le comunica que ha quedado para salir,
una oleada de malestar le recorre el cuerpo, pero, como él piensa que no
debería sentir lo que siente, no se hace caso e intenta funcionar como si no
pasase nada. El malestar va en aumento a medida que se acerca el día e,
inevitablemente, antes o después de este acontecimiento, Toni estalla y
descarga toda su rabia rompiendo lo que encuentra a su paso.

Durante un tiempo, Lola, para evitar la explosión de su marido, opta por no


salir con los compañeros de trabajo ni con nadie, pero el resentimiento va
creciendo en su interior como una carcoma que destruye el amor. Los
sentimientos que prevalecen hacia su marido son una mezcla de miedo y
rabia.

Toni no se permitía aceptar su rabia porque creía que no debía sentirla. Se


debatía entre sus pensamientos del tipo “no pasa nada porque salga un día” y
otros como “me siento el último de la fila en sus prioridades”. Si hubiera
abordado este dilema, ya sea sólo hablándolo con Lola para afrontar juntos los
miedos y los sentimientos de inseguridad, ello les habría ayudado a entender

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más lo que les pasaba, y tal vez Toni no hubiera visto como una amenaza a los
compañeros de trabajo de Lola.

 Las emociones son siempre legítimas, no así la manera de


expresarlas, y nos orientan en el camino de la
comprensión de las dificultades.

Las emociones o sentimientos nos dan información sobre nosotros mismos. El


hecho de aceptar estos sentimientos como legítimos (no podemos evitar
sentirlos) nos permite explorarlos con más tranquilidad y aumentar nuestra
comprensión respecto a cuál es el desencadenante y buscar soluciones.

Una pareja funcional, en la que no es posible el maltrato, sería aquella donde


ambos miembros están seguros de sí mismos, tienen una alta autoestima,
saben qué es lo que esperan del otro y lo piden con claridad. Las necesidades
del otro las tienen presentes, empatizan con ellas, intentan satisfacerlas
siempre y cuando el bienestar del otro esté en el mismo nivel que el personal.
Negocian cuándo y cómo satisfacerse. Cuando se sienten heridos, lo
manifiestan, dejando claro al otro que no se está dispuesto a aceptar cualquier
propuesta de relación.

Aislamiento social

Cada persona posee unos códigos culturales propios del grupo al que
pertenece que ayudan a situarse en la realidad y en la comunidad con la que
se convive y que se ponen a prueba constantemente en las relaciones, tanto
con los otros como consigo mismos. Si se viaja a otro país y se observan
formas de funcionamiento diferentes, que parecen interesantes, se las
incorpora y, de esta manera, se influye en la comunidad. O si se conoce, por
ejemplo, a una pareja con un estilo diferente al propio, se hace una
comparación con ellos y, eventualmente, se modifica alguna cosa de la
relación. La apertura al mundo externo es una virtud que, llevada al exceso,
puede ser contraproducente, y lo mismo pasa con la rigidez o la cerrazón.
Porque si se es una persona demasiado abierta, es fácil perderse en el camino
y no saber quién se es o qué se quiere. En cambio, si se es muy cerrada y se
cree que sólo lo propio está bien, se produce un empobrecimiento y un
aumento del riesgo de perder los límites, dentro de la pareja o de la familia. La
clave es una posición intermedia y fluctuante. Es decir, habrá momentos en los
que sea necesario cerrarse en sí mismos, para formar una pareja, pero habrá
otros en los que abrirse para que entre aire fresco (amigos, familiares, otros
intereses) sea una cuestión de supervivencia.

 Cuando el maltrato penetra en una pareja, las ventanas


están cerradas y el aire viciado. La concepción del mundo
se centra en ellos mismos, hasta el punto de que incluso
las familias quedan fuera.

Lourdes había intentado dejarle dos o tres veces, más de las que Julio era
capaz de recordar sin dolor. ¿Es que no veía que sin ella se moría? Cada vez
que intentaba dejarle, él se partía en dos, fulminado por ese dolor en el

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estómago que se le instalaba de noche y de día. En esas circunstancias, hacer


cualquier esfuerzo para mantenerse era imposible. Dejaba de probar bocado y
descuidaba la higiene. Al fin y al cabo, ¿para qué comer, asearse o cuidarse si
no la tenía a ella, que era la razón de su vida? Se acuartelaba en el sofá frente
al televisor y allí dejaba que pasara la vida. Cuando Lourdes le veía así, algo
en su interior rebullía: no soportaba la idea de que estuviera tan desaseado y
sin comer, como si fuera un crío que no supiera cuidarse solo y que la
necesitara, a ella, sólo a ella, para ser feliz. Todo era por su culpa, pensaba,
por esa idea loca de alejarse. Era evidente que Julio no podía vivir sin ella,
como un pez fuera del agua, y se le partía el corazón al contemplarle en un
estado tan miserable, por lo que terminaba volviendo. Durante un tiempo las
cosas no iban del todo mal, pero una vez que Julio se recuperaba, retornaba a
las viejas andanzas que le sacaban de quicio: que si vestía de tal manera que
provocaba las miradas lujuriosas de los hombres, que si se le ocurría
peregrinamente la idea de salir con alguna amiga sin ninguna necesidad, que
si le llamaba su hermana, que se gastaba mucho en el teléfono, que para qué
tenía que trabajar, si él ya se lo proporcionaba todo. En otras palabras, no
podía hacer nada que no fuera con él. Ella había ido cediendo, para que no se
molestara y para hacerle feliz. Había cortado relaciones con los amigos de
juventud y, como su familia vivía lejos, tampoco era necesario verles tanto ni
llamarles. Sólo se tenían el uno al otro, como él decía. Lo malo era que ella, de
tanto en tanto, se despertaba la inquietud de tener algo más. Pero cada vez
que lo manifestaba, ardía Troya.

¿Qué fue primero, el aislamiento, la dependencia emocional o el maltrato?


Julio y Lourdes se habían adentrado en el camino del maltrato sin percatarse
siquiera. Se querían tanto que, poco a poco, fueron cortando los lazos con el
mundo exterior. Lourdes había renunciado a sus otros roles de mujer
(trabajadora, amiga, hermana, etc) para estar con él y hacerle feliz. Las
fronteras externas las habían construido desde los inicios, como cualquier
pareja con estas características. Habían puesto un mar de por medio para que
cualquiera que intentara acercarse a su isla perdiera completamente el interés.
No tenían con quién contrastar su modelo de relación de pareja. Quizá, si
hubieran tenido otras parejas a quienes les hubieran permitido cruzar el
océano, habrían actuado de manera más sensata.

 La soledad facilita que se viva como normal la dominación


y el maltrato.

El aislamiento propicia que se normalicen actitudes, como el control sobre el


otro, o la justificación de los episodios de violencia con “tenemos nuestras
discusiones como todas las parejas”. No, como todas las parejas, no. Existe
una gran diferencia entre discutir limpiamente y ensañarse con el otro. Existe
una gran diferencia entre querer al otro y controlar su vida. Existe una gran
diferencia entre una felicidad exclusivamente dependiente del otro y
responsabilizarse cada uno de sí mismo.

 Los celos son, muy a menudo, una consecuencia de este


caldo de cultivo, conformado con los ingredientes de la
dependencia emocional y el aislamiento social.

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Cada vez que uno de los dos intente satisfacer cualquier necesidad fuera de la
pareja, el otro se sentirá herido y abandonado. Entonces, el objeto de interés,
cualquiera que sea (relaciones con otros, aficiones, profesiones), será vivido
como “el amante” y podrá despertar las más oscuras sensaciones que
conforman los celos.

Cuando el maltrato entra por la puerta, existe la tendencia a guardar el secreto,


porque “los trapos sucios se lavan dentro”. Todos los participantes del juego
saben, aunque no se haya explicitado, que hay cosas de las que fuera no se
puede hablar. Y claro, van pasando los años con la sensación de que es
inevitable y que la vida es así.

Otras características

Deficiencias en la comunicación

No es de extrañar que uno de los puntos más flacos y endebles de las parejas
en las que deambula el maltrato sea la comunicación. Si de por sí, para dos
personas, es difícil hablar cuando hay un conflicto, cuando hay un maltrato en
las relaciones íntimas, el sentido común parece obnubilarse, a causa de las
nubes emocionales que los inundan.

Cuando el miedo se presenta, lo tiñe todo, absolutamente todo y, aunque


seguramente los dos miembros de la pareja sienten el temor a que se
produzca una agresión, no debemos negar que uno lo infunde y el otro lo sufre.
Hay un desnivel evidente, que imposibilita cualquier contacto relajado. Hasta
que el temor no haya disminuido, será imposible una comunicación clara y
sincera. ¿Para qué decir lo que se piensa, si eso puede desencadenar una
discusión monumental?

 Como emoción paralizante, no olvidemos que el miedo


actúa como una garra de león en el estómago, que impide
cualquier tipo de interacción fluida.

Los intentos realizados por la pareja para transmitirse sus inquietudes y


dificultades no han sido hasta entonces, del todo exitosos. Quizá ambos, con
un mayor o menor fundamento, se sienten lastimados por el otro y el
sentimiento de incomprensión les ronda por dentro. “¿Cómo no se da cuenta
ella de que lo único que quiero es ser lo primero en su vida?”, “¿cómo no se da
cuenta él de que con rugidos y malos humores no conseguirá que yo le
quiera?”. Uno y otro se piden cosas, pero la sordera se extiende como un muro
que sólo estimula su impotencia.

Es usual que sea más sencillo saber lo que se necesita que el otro haga para
uno encontrarse bien: “si me tratase con cuidado...”, “si me dijera las cosas de
tal manera...”. Pero mucho más complicada es la tarea de saber lo que cada
uno quiere de sí. Quizá la responsable de ello sea esa relación enmarañada o
de dependencia emocional, que dificulta dilucidar las necesidades propias.

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 ¿Cómo pueden manifestar lo que quieren si están


confundidos?

Esperan que sea el otro el que cambie, y así dejan a la deriva la oportunidad
de ser el actor principal de sus propias vidas.

Ponerse en contacto con lo que uno está sintiendo despierta inseguridades.


Las emociones entonces invaden y el malestar les llega de pronto sin saber
por qué. Los temas pendientes se van almacenando en el desván, sin resolver,
y aunque estén allí generando malestar, dejan de intentar que salgan a la luz
porque se ven incapaces de negociar en términos tranquilos. Sienten que
hablar del conflicto es abrir la caja de Pandora. Han aprendido a no hablar de
temas candentes, incluso de los progresos y mejoras, que también quedan
bajo los efectos evitativos.

Transmitirle al cónyuge lo que va bien es un arte, por desgracia poco


practicado, que actúa con mágicos efectos en la pareja. Si se está en la
dinámica de observar lo que el otro da, lo que hace bien, lo que gusta y lo que
enamora, se produce un efecto potenciador y multiplicador. Es decir, que si se
le devuelve una imagen positiva a la persona, es probable que ésta intente
confirmar esa visión que se le brinda. Además, ponerse las gafas de lo positivo
tiene la ventaja de poner aceite en los nudos más difíciles, que son los
conflictos.

Actitud hacia los conflictos

Bajo el signo de la violencia las personas mantienen distintas actitudes hacia


los conflictos, dependiendo del tipo de relación que predomine en la pareja. En
una relación complementaria, la persona que ocupa el lugar de maltratador
afronta los conflictos desde una posición de fuerza, y la mantiene con rigidez
hasta llevar las situaciones a los extremos. Como toleran grandes dosis de
tensión, someten al otro aumentando el volumen de voz, utilizando la
humillación, la amenaza o, directamente, la agresión física.

La persona que ocupa el lugar de víctima se pone muy tensa ante las
discusiones. Se le despierta el miedo ante la posibilidad de ser dañada. Esta
inseguridad está en la base de su actitud de huida de los conflictos, que no
afronta. Pone las necesidades del otro por encima de las propias, tiene más
presente los derechos del otro.

Minimiza su malestar. Si alguna vez defiende sus derechos y el otro se enfada,


se ven confirmados sus peores miedos. Se dice a sí misma: “es mejor callarse,
al fin y al cabo yo puedo aguantarlo”, lo que la conduce a un círculo vicioso.

Si se trata de una relación igualitaria, la tolerancia al conflicto es mucho mayor


en ambos. Tanto es así que, a veces, parece asistirse a una especie de
delectación, por parte de alguno de los dos, pero también se alternan ambos
en ese papel, en la provocación de conflictos más o menos artificiosos o
superfluos. Existe poca conciencia de que alimentar una atmósfera conflictiva
puede encender la mecha que conduzca a la explosión de la violencia.

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Toxicomanías y alcoholismo

Poco tenemos que decir de la relación entre la dependencia de las sustancias


y del alcohol con el maltrato. Evidentemente, no todas las personas que
consumen alguna sustancia presentan conductas agresivas, pero sí es cierto
que la drogodependencia o el alcoholismo aumentan las posibilidades de que
el maltrato se presente (algunos autores hablan del 20% y otros del 50%.

 Para poner en cintura al maltrato hay que tener los


sentidos despiertos y limpios.

Cuando se utiliza cualquier sustancia, el objetivo es sentir nuevas sensaciones


para salirse de sí mismo o para escapar de la realidad. Cuando empezamos a
trabajar con parejas y personas con problemas de violencia, el primer paso es
obtener un compromiso de autocontrol y, si hay utilización de sustancias, este
compromiso no es firme ni fiable. Se pueden tener muy buenas intenciones,
pero si se han consumido drogas, se da más fácilmente rienda suelta a las
pasiones y a las sensaciones, que hay que domesticar en el proceso de
cambio. El control de la violencia, por tanto, no puede estar disociado del
control de la drogodependencia o del alcoholismo.

Psicopatología

No es frecuente que ejercer el maltrato sobre la pareja tenga una relación


directa con la psicopatología. No acostumbran a ser enfermos mentales,
diagnosticados como psicóticos paranoides, por poner algún ejemplo. Ahora
bien, las personas que estén implicadas en una relación de pareja donde tratar
mal sea el común denominador, podrán presentar síntomas asociados, tales
como la depresión, problemas de control de la ira, impulsividad, baja
autoestima, inestabilidad emocional, etc.

 La violencia produce malestar que luego se transforma en


síntomas.

Susana pensaba que Nacho tenía que estar mal de la cabeza por la forma en
que la trataba. Sin embargo, cuando consultaron con un especialista, éste
preguntó si Nacho se comportaba agresivamente en el trabajo, con su familia,
con los amigos. “No, sólo conmigo es así”, contestó Susana. “Entonces,
señores, no existe un trastorno de la personalidad”.

Cuando hablamos de personas que sienten placer por hacer sufrir a otros,
como los genocidas o torturadores tan habituales en las guerras, estamos
hablando de personalidades antisociales. El maltrato que desarrollamos en el
presente libro no tiene relación con este tipo de patología.

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