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Todo a es b
V Ningún c es a
Luego: Ningún c es b
donde a, b y c representan «conceptos» cualesquiera, a condición de que, dentro de un
mismo esquema, cada letra represente siempre el mismo concepto y distinto del que
representa cualquier otra letra. Para determinar si hay o no argumentación válida, en cuanto a
la forma, no importa qué conceptos sean a, b y c; sin embargo, esto sí importa para
determinar si cada proposición es o no verdadera, es decir: para calificar de verdadera o falsa
la materia, no la forma.
Así, pues, la forma de cada uno de los ejemplos de argumentación (o de presunta
argumentación) mencionados hasta aquí se deja exponer suficientemente del siguiente modo
(teniendo en cuenta las observaciones que hacemos figurar lateralmente):
Todo a no es b
Todo c es a I (vale)
Luego: Todo c no es b
Todo a es b
Todo c no es b II (vale)
Luego: Todo c no es a
Todo a es b
Todo c no es a III-IV-V
Luego: Todo c no es b (no vale)
Para mayor claridad en lo que sigue, ponemos todas las proposiciones en la forma gramatical
sujeto-atributo unidos ambos términos por «es» o «no es»; por ejemplo: «es habitante del
mar» en vez de «vive en el mar». Además, para que quede claro cuándo hay «es» y cuándo
«no es», ponemos «Todo a no es b» en vez de «Ningún a es b». Importa no confundir «To-
do a no es b» (== «Ningún a es b») con «No todo a es b», que equivaldría a «Algún a no
es b». Finalmente, es obvio que «La ballena es...» equivale a «Toda ballena es...».
Otros ejemplos de forma válida podrían ser:
Todo a es b Todo a no es b
VI Todo a es c VII Algún c es b
Luego: Algún c es b Luego: Algún c no
es a
El estudio de las condiciones de la forma de la argumentación (esto es: de cómo tiene que ser
una argumentación para que sea verdaderamente una argumentación) es lo que se llama
tradicionalmente lógica.
Se suele decir que el «fundador» de la lógica fue el filósofo griego Aristóteles (384-322 a. C),
con lo cual se quiere decir que fue Aristóteles quien estableció el concepto de una disciplina
intelectual que estudiaría las condiciones de la forma de la argumentación; también se suele
decir que Aristóteles entendió la lógica como un «instrumento» (en griego órganon) de la cien-
cia en general, puesto que la lógica debe servir para saber qué conclusiones pueden
obtenerse de premisas dadas y para distinguir las conclusiones legítimas de las ilegítimas.
Todo esto se suele decir. Sobre lo que dijo y lo que no dijo Aristóteles al respecto, no
podemos tratar seriamente aquí, porque ello nos llevaría fuera del nivel en el que estamos. En
todo caso, ni Aristóteles estableció y delimitó formalmente la disciplina en cuestión, ni las
palabras «lógica» y «órganon» son suyas.
La mencionada noción de «lógica», inclusive su caracterización como órganon, procede de
los comentarios a las obras de Aristóteles hechos por diversos autores de época y cultura
«helenística» (es decir: siglos ni a. C. y siguientes), los cuales actuaban en un medio en el que
los problemas que se planteaban no eran ya los de Aristóteles. La lógica que surgió de esos
comentarios, ampliada y revisada a lo largo de la Edad Media, y enseñada aún hoy, es lo que
llamaremos «lógica tradicional»; evitamos la usual expresión «lógica aristotélica», porque, si
bien una gran cantidad de los elementos que maneja esa lógica procede materialmente de la
obra de Aristóteles, no ocurre lo mismo con el sentido general de la doctrina en cuestión ni con
el concepto mismo de «lógica».
Continuando, pues, con la lógica, observemos que todas las argumentaciones del tipo que
hemos visto hasta aquí tienen las siguientes características: las premisas son dos
proposiciones, cada una de las cuales consiste en un enlace de dos términos (en calidad de
sujeto y predicado respectivamente). Por «término» entendemos aquí el punto final al que se
llega en el análisis de la argumentación (esto es: lo que hemos representado por a, b,
c, etc.). A una argumentación de este tipo se le llama tradicionalmente silogismo.
No incluimos en la noción de silogismo nada más que lo que acabamos de decir, porque todo
lo demás que puede decirse del silogismo (inclusive el que las dos premisas hayan de tener
un término común) es consecuencia necesaria de eso y de la exigencia de que la
argumentación sea válida, es decir: todo será respuesta a la pregunta «¿cómo tiene que ser
una argumentación de las características dichas para que sea verdaderamente una
argumentación (esto es: para que sea verdadera en cuanto a la forma)?». Pero para poder ver
esto tenemos primeramente que decir algo acerca de la proposición en sí misma.
Toda proposición tiene una de las siguientes formas (designaremos cada una de ellas con el
nombre o la letra mayúscula que colocamos entre paréntesis a su derecha):
Todo a es b (Universal afirmativa; A)
Todo a no es b (Universal negativa; E)
Algún a es b (Particular afirmativa; I)
Algún a no es b (Particular negativa; O)
Estamos suponiendo que a y b son «universales» (es decir: como «hombre», «caballo»,
«animal»). Cabe pensar qué ocurre si en una proposición aparece como sujeto un individuo,
como «Pedro» o «esta silla»; esto sería lo que se llama una «proposición singular»: «Juan es
calvo», «Esta silla está rota». Ahora bien, de hecho la teoría tradicional del silogismo se
construye en principio para proposiciones universales («Todo...») y particulares («Algún...»),
añadiendo después la indicación de cómo se comportan las proposiciones singulares. La
razón de ello es que Aristóteles (en virtud de la distinta noción que tenía de lo que es todo esto
que llamamos «lógica») excluyó de sus silogismos las proposiciones singulares, y los lógicos
de la Edad Media adoptaron en lo fundamental esquemas aristotélicos, pero añadiendo (entre
otras cosas) observaciones sobre lo que ocurre cuando se introducen proposiciones
singulares en el esquema de un silogismo.
Las proposiciones de los tipos A, E, I y O que pueden formularse con un mismo sujeto y
un mismo predicado están entre sí en ciertas relaciones que se llaman de oposición; a
saber: A con O, así como E con I son contradictorias, lo cual quiere decir que no pueden ser
las dos verdaderas a la vez ni las dos falsas a la vez. A y E son entre sí contrarias, lo cual
quiere decir que pueden ser las dos falsas a la vez, pero no verdaderas a la vez. Estos dos
modos de oposición (contradicción y contrariedad) fueron establecidos por Aristóteles y ello
tiene el siguiente sentido:
Podría pensarse que hay una noción general de proposición, válida de la misma manera para
los cuatro tipos (del mismo modo que la noción «animal» es igualmente válida para
vertebrados e invertebrados) y que la serie de los cuatro tipos es una posterior división de las
proposiciones (como la dualidad vertebrado-invertebrado es una posible división de los
animales) pero al menos en Aristóteles, esto no es así, sino que la noción, el tipo mismo, de
proposición es la forma A, y los demás tipos son proposiciones en virtud de la relación que
tienen con A, es decir: en virtud que E es lo contrario de A, O lo contradictorio e I lo
contradictorio de lo contrario. Para entender por qué A es la noción misma de proposición,
vamos a ver qué quiere decir exactamente la fórmula «Todo a es b»:
Quizás nos imaginamos que «Todo a es b» significa lo siguiente: que, si vemos uno por uno
todos los individuos que responden al concepto a, encontramos que todos tienen la nota b. Sin
embargo, a es por definici5n un «universal», es decir: una designación que vale para una
infinidad de individuos; infinidad, porque «todo a es b» no se refiere sólo a los a que hayan
podido ser observados de hecho, sino a todo a posible; por ejemplo: «Todo hombre es
capaz de llorar» no quiere decir que de todos los hombres que se han visto se haya com-
probado que son capaces de llorar; quiere decir que todo lo que sea hombre tendrá que ser
—por el hecho de ser hombre— capaz de llorar. Esta distinción importa en primer lugar por el
siguiente motivo: si quisiésemos decir «Todos los hombres (esto es: uno y el otro y el otro y
así sucesivamente hasta contarlos todos) son capaces de llorar», deberíamos imaginar la
fundamentación de esta tesis como una serie de constataciones de datos de la experiencia, y
la tesis misma como la expresión resumida de una serie de observaciones de hecho: vemos
que este hombre es capaz de llorar, que aquel también y así sucesivamente, y resumimos
nuestras observaciones diciendo que todos los hombres (esto es: todos los que hemos visto o
de los que nos han informado) son capaces de llorar; pero entonces ocurre: a) que sólo
sabemos que de hecho ocurre así, no que tenga que ocurrir así y que no pueda ocurrir de otra
manera; b) que la proposición se refiere a «todos los hombres» que han sido observados, pero
no a todo hombre posible. En cambio, la proposición «Todo a es b» sólo es verdadera si
a a, por el hecho mismo de ser a, le pertenece b y si, por lo tanto, b pertenece a
todo a posible (no sólo a todos los que de hecho hay o hemos visto); en otras palabras: la
proposición «Todo a es b» expresa necesidad, expresa que a es necesariamente lo que la
nota b dice. La proposición «Todo hombre tiene un lunar en la barbilla» es falsa no sólo
porque haya hombres sin lunar en la barbilla, sino, antes de eso, porque, aunque se diese la
asombrosa casualidad de que todos los hombres tuviesen y hubiesen tenido un lunar en la
barbilla, la relación de ese predicado con ese sujeto seguiría siendo contingente (es decir:
no necesaria), seguiría siendo posible un hombre sin lunar en la barbilla. La proposición
«Todo a es b» significa que a a «por sí mismo» (no «por coincidencia») le pertenece el
predicado b.
Esta determinación del sentido de «Todo a es b» repercute sobre la determinación del sentido
de «Algún a es b». Ahora tampoco la proposición particular —por ejemplo: «Algún hombre es
manco»— significa que de hecho se haya encontrado algún hombre manco; lo que significa es
que un hombre puede —sin dejar de ser hombre— ser manco. Así como la proposición del
tipo A designa la pertenencia necesaria del predicado al sujeto, la proposición del tipo I
designa la no incompatibilidad (= posibilidad de coincidencia) del predicado con el
sujeto. En cambio, la proposición del tipo E designa la incompatibilidad; la del tipo O designa
la no necesidad de la pertenencia.
Así, pues, la noción a partir de la cual se definen los tipos de proposiciones es la
de necesidad (a saber: necesidad de la referencia del predicado al sujeto), cuya expresión
pura y simple es la proposición universal afirmativa (tipo A); los demás tipos de proposición se
definen por las nociones de «no necesidad» (O), «necesidad de que no» (E) y «no necesidad
de que no» (I) respectivamente, afectando estas nociones a la referencia del predicado al
sujeto; todos los tipos de proposición se definen, pues, a partir del tipo A. Queda así expuesta
la precedente tesis de que la noción pura y simple de proposición es la forma A.
Los administradores de la herencia de Aristóteles ampliaron el cuadro de
la «oposición» entre proposiciones con otros dos conceptos. Por una parte, a I y O las con-
sideraron «subcontrarias» entre sí, lo cual quiere decir que pueden ser verdaderas las dos a
la vez, pero no falsas las dos a la vez. Por otra parte, a I con respecto a A y O con respecto a
E las llamaron «subalternas», considerando que, en ambos casos, ocurre lo siguiente: a) si la
universal es verdadera, necesariamente la particular lo es también, por lo tanto: b) si la
particular es falsa, necesariamente lo es también la universal; en cambio, siendo falsa la
universal, la particular puede ser verdadera o falsa y, siendo verdadera la particular, puede la
universal ser verdadera o falsa.
(…)
Digamos finalmente que la lógica no es un procedimiento para obtener verdades, ni una
codificación de los procedimientos para obtener verdades; es parte de un esfuerzo por
entender cómo acontece y cómo está constituida la verdad en sí misma, es decir: cómo están
trabadas unas determinaciones con otras, cómo tienen unas su fundamento en otras, cómo la
validez de unas lleva consigo la de otras o la excluye. La lógica no es un «instrumento» para
discurrir bien; no puede serlo, porque precisamente supone que ya discurrimos bien; de lo
contrario, no podríamos saber que las cosas que dice la lógica son verdaderas. Lo mismo que
la gramática no enseña a hablar, sino que es una reflexión sobre cómo se habla, y da por
supuesto que se sabe hablar, igualmente la lógica da por supuesto el ejercicio de la capacidad
de pensar y constituye una reflexión sobre cómo se piensa.