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El utilitarismo político de hoy

JULIO A. RAMOS

Jeremy Bentham y John Stuart Mill


En los años 1800 tres filósofos británicos, Jeremy Bentham,James Mill y, sobre
todo, el hijo de éste John Stuart Millintrodujeron como principio de la moral, la
legislación y las costumbres el utilitarismo, lo que sería luego el empirismoy,
modernamente, a los que identificamos comopragmáticos. De aquellos filósofos,
sobre todo de Stuart Mill, surgió un axioma cínico pero de enorme practicidad que
se resume así: «Si creo en Dios y Dios existe gano; si creo en Dios y no existe no
pierdo. Si no creo en Dios y existe pierdo. Por tanto, por posibilidades, me
conviene creer en Dios».

Tal vez sin conocer a Bentham ni a los Mill muchos políticos, sindicalistas,
periodistas e intelectuales argentinos se han encaminado, en mayor o menor
grado, hacia este utilitarismo: oponerse a Néstor Kirchner cuando domina todas
las «cajas», a raíz de un momento externo absolutamente excepcional para el
país, es aislarse sin beneficio, autocondenarse a perder. Si adhiero gano, dijeron
primero los gobernadores y ahora hasta los intendentes, inclusive el tan veterano
como rebelde titular de la comuna de Lanús, Manuel Quindimil. Si le adhiero y no
me concede nada, porque le provoco rechazo, no gano pero quedo igual que
antes. Lo deben de haber pensado Carlos Ruckauf, Carlos Corach, Alfredo
Atanasof y otros recientes «borocoteados» o «boros», por lo menos.

Hay adversarios frontales con oposiciones grabadas a fuego a los que ni les cabe
pensar -se supone-en el axioma, como Macri, Sobisch, López Murphy, Roberto
Iglesias, Carlos Menem, Elisa Carrió. La propia Iglesia Católica nunca aceptó tal
perverso pensamiento decimonónico de los filósofos. En la política argentina es
distinto.

Los legisladores -sobre todo los que no vuelven a requerir votos por cuatro años-
bajo el paraguas agujereado del Partido Justicialista lo pueden hacer con la
excusa de la «afinidad». Lossindicalistas burócratas, «gordos» y «flacos»,
fueron utilitarios siempre e, históricamente, asistieron a la asunción de gobiernos
militares antidemocráticos y democráticos.

Además, no tienen ética que defender ni imagen que resguardar frente a la


sociedad. Lo mismo que el diario «Clarín», que siempre adhirió a todos,
uniformados o civiles, y es quizá en el país el que mejor aplicó el punto uno del
axioma: «Escribo que creo en Kirchner y ganaré». Ganó.

Los medios y los periodistas en más de 85% se acoplaron a este pragmatismo que
planteó la actualidad, sobre todo después de los comicios del 23 de octubre
último. El periodismo argentino, sin embargo, a diferencia de los políticos -aunque
nada es excusa- son endebles, económicamente, o dependen de medios que
también lo son.

Los empresarios están en una posición igualmente distinta de la de los otros


sectores sociales porque creer no los hace ganar en un gobierno que no los
quiere. Dicen que creen -aunque privadamente no lo sientan ni expresen así- por
el riesgo sobre capital, rentabilidad y hasta subsistencia de sus empresas.

Consecuentemente, el gobierno Kirchner se ha ganado en el país un consenso


político, aunque sin espontaneidad e interesado, sin precedentes en décadas. Qué
le sirva y cuánto le sirva ya es otra cuestión. Que dude del apoyo que posee lo da,
por ejemplo, el empecinamiento del gobierno en modificar, pese al repudio
generalizado de la sociedad, el Consejo de la Magistratura para poder tener
dominio sobre los futuros jueces nacionales.

Detrás del intento está la intención de no sobrellevar ante cualquier eventual


cambio político futuro las penosas «giras» ante los Tribunales que caracterizaron
siempre a los ex funcionarios. Inclusive los que terminaron sin tantos rencores
sembrados como los que alguna vez dejará el kirchnerismo. Intento ingenuo,
además, porque con la estrategia de «despegarse» lo atacarán igual si trastabilla
y, sobre todo, se ensañarán en el futuro los mismos ahora obligados a apoyarlo
para tratar de subsistir en la vida pública, empezando por el hoy obsecuente
«Clarín» que siempre traicionó a quienes lo llenaron de prebendas, si hay certeza
de que no retornarán.

No hay plan, no hay modelo, no hay ideología -salvo un confuso populismo de


centroizquierda-, no hay libro con sus ideas que le sume al gobierno
espontáneamente adherentes. Sólo el interés por el dominio de formidables
«cajas» de dinero público. De este gobierno «estar cerca es bueno» como decía
el lema del «Canal 13» cuyo dueño, el monopolio «Clarín», decidió aplicar primero
que todos al día siguiente de que ganara la elección de 2003.

Aunque no le vaya a servir este «tipo de consenso» en el futuro si pierde el poder.


¿Le conviene ahora? ¿Lo necesita así, tan amplio como falso? Si es para sacar
leyes en el Congreso ciertamente ni antes ni después de los comicios del 23 de
octubre tuvo mayores problemas para aprobarlas, inclusive superpoderes que de
ninguna manera la nueva situación económica del país requería. El «
borocotismo» de los políticos, sindicalistas y algunos periodistas argentinos no le
suple el cariño de masas que, al contrario, también optan por acercarse y ganar
pero que miran con ironía y desprecio tantas sumisiones.

Tampoco al gobierno le asegura futuro político este « consenso». Dinero siempre


va a tener porque el actual tan abundante no es fruto circunstancial de una sequía
en Rusia o Estados Unidos sino de países que como China y la India se han
lanzado al consumo y lo han logrado pero sólo para un cuarto de sus poblaciones
y pretenden llevarlo, pausadamente, a todos.

Además de un apellido de posible origen en Suiza necesitaría el actual presidente


argentino haberse criado en ese país para pedirle la voluntad de no captar poder
en base a la distribución de fondos nacionales al alcance de su mano.

Sobre todo si eso fue práctica de los gobiernos anteriores en el país. Claro, es
muy distinto el monto de aquellos escuálidos ATN (Adelantos del Tesoro Nacional)
que distribuía el ex ministro del Interior Carlos Corach durante el menemismo que
la formidable masa de dinero que hoy dispone Néstor Kirchner a partir de
impuestos del momento que antes no existían y que son tan aberrantes como el
vigente «al cheque», que complica y sobre todo negrea la economía nacional. U
obligar a las empresas a considerar « ganancias» también 11% anual de lo que
obtienen cuando es simple recuperación de la inflación en el período en ese
número y no renta pura. Lo mismo imponerles casi el doble de indemnización por
despido para forzar la baja de la desocupación cuando la descapitalización
empresaria y el riesgo que significa contratar personal agrava esa misma falta de
empleo. Una política así retrae la inversión externa. Todo en una ronda por
momentos alocada que sólo se explica en que el gobierno no cree poder conducir
el país en base a carismas, ideas o planes sino a « cajas» voluminosas para
compensar aquello de lo que carece.

En este contexto, ciertamente no sano porque al distribuir demasiado como único


sustento político y captador de adherentes obviamente se está perdiendo la
oportunidad de encaminar definitivamente el país. Es comprensible que hasta los
más descreídos gobernadores o intendentes tengan que adaptarse para no
marginar del beneficio del reparto -quizá efímero pero amplio hoy-a ciudadanos
bajo su égida. Permanecer o volver a las migajas del Poder, incapaces de
sobreponerse al síndrome de abstinencia, hace menos justificables a los otros,
políticos o sindicalistas.

El amplio consenso desde la billetera, así ganado por el gobierno, se pondrá a


prueba pronto, quizás a fin de año y más seguramente en el primer semestre del
año próximo, cuando comiencen a dirimirse candidatos y alianzas políticas para la
elección de 2007. Según la fuerza de lo que aparezca se comenzará a dudar o no
si Néstor Kirchner puede ganar la reelección presidencial y por tanto seguir
manejando «las cajas» que no tienen riesgo cercano de enflaquecer porque no es
pensable que los chinos vayan a dejar de crecer y comer más.

Tras los comicios recientes de octubre -aun antes y aunque lo perdiera-no había
duda de que por lo menos los dos años siguientes hasta 2007 Kirchner manejaría
los desbordantes fondos públicos. Para 2007 y lo que siga pueden surgir dudas
que alejen a muchos adherentes interesados de hoy con escasa vocación de
fidelidad. Todo dentro de la tradición política argentina con un presidente que les
hace tragar saliva y sedantes antes de sumársele.

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