Está en la página 1de 2

Tu ex me dijo...

Encontré al hombre responsable de tu horror, al que quisiste apenas; al que trituró tu


autoestima como si de papel se tratase. Él no sabía quién era yo, sin embargo, yo deseaba
que supiese el motivo por el cual mis ojos lo estaban masacrando en aquel bar.

Me acerqué y tomé asiento a su lado. Tú sabes cuánto me encanta chingar cuando pierdo
la sensatez y me vuelvo un poco idiota. No tenía nada que perder. Una golpiza más o una
menos, ¿cuál sería la diferencia? Yo saldría ganando. Estaba seguro.

De mis labios salió tu nombre. Salió la felicidad que se evaporaba en tu cuerpo, cuando por
primera vez conocías lo que es el amor de una boca hambrienta de tus deseos. También se
me escaparon algunos agradecimientos: «Gracias por hacerla mierda. Gracias por usarla.
Gracias por inculcarle miedo hacia los hombres como tú. Gracias por ser el ejemplo de todo
el mal, que jamás en mi vida le causaré». Y para rematar le formulé un par de preguntas:
«¿Por qué no la amaste? ¿Por qué te gustó tanto esclavizarla? ¿Por qué no te dignaste en
confiar en ella? ¿Pensabas que sería una basura como tú, que sólo piensa en su
comodidad?».

El hijo de puta se levantó y su vaso de whisky cayó al suelo. Era más alto que yo, fornido,
intimidante y estaba punto de explotar de rabia. Me puse de pie con calma. Estaba listo
para ser linchado. ¿Qué podían hacer mis brazos flacuchos contra esa mole de odio? Aún
con ello, estaba confiado en que yo ganaría.

Quince golpes en mi rostro, diez patadas en mi estómago, dos huesos rotos, cinco mililitros
de sangre —escurriendo en mi boca y en mi nariz— y un muy doloroso pisotón en mis
testículos, fueron suficientes para que desquitar su furia.

A pesar de sufrir tal violencia, no pude contenerme y volví a abrir la boca:

—Tú no sabes golpear. Para herirme necesitas odio genuino. La fuerza bruta déjasela a los
animales. Estos puñetazos se curarán en unos días, o antes, gracias a los cuidados de quien
antes fue tu mujer. Mira y aprende, cabrón.

Tu ex se puso en guardia, esperando un frenético contraataque digno de antología, pero tú


sabes, mi amor, como me maneja la locura.

Mis puños fueron directo a mi cara, duros y recios, sin dar tiempo a la duda, mientras la risa
me atacaba de frente. Lo encantador de esto, fue que esa misma risa atacó a los
parroquianos del lugar, después de vencer su estupefacción. Aquella madriza que sufrí se
transformó en una broma y tu ex se convirtió en un gran payaso.

Llegado el momento, escupí tres dientes y volví a preguntar:


—¿Por qué no la hiciste feliz? Yo no tengo todo lo que tú tienes: dinero, carro, negocios,
ropa nueva, zapatos impecables, músculos y físico varonil, y he logrado que ella se sienta
bien consigo misma y que se mire al espejo, y se sienta la mujer más bella de todas, al
saberse amada hasta médula —respiré hondo y junté saliva ensangrentada para escupirle
en sus pantalones—. ¿No te saca de quicio que un muerto de hambre como yo, débil y
enclenque, que apenas tiene para beber una cerveza y rentar un departamento, haya
tomado tu lugar entre sus cobijas y su alma?

Ya estaba preparado para otro escarmiento. Sería una reacción natural después de
escucharme. No obstante, él sólo me retuvo la mirada por unos segundos. Fue entonces
cuando tu ex me dijo lo único que le que quedaba decir:

—Lo que haga ella no me importa. Tú coges con las migajas que dejé y mujeres siempre
habrá para mí. Yo la hice gemir primero, engendré vida con ella y la tuve comiendo de mi
mano por mucho tiempo. Sé que me amaba, pues en todo me obedecía... Lástima me das,
pendejo.

Las risas se acallaron. Él se dio la vuelta para aproximarse tres pasos hacia la salida.
Entretanto, me aferré a la barra para sentarme en un banquillo.

—Dices que no te importa, pero te das el lujo de machacarme el rostro. Y todo lo que te
queda es presumir el miedo que te prodigaban y esa descendencia que ahora te aborrece.
No sé cuánto debieron de dolerte los golpes que yo te di, para defenderte con verdades tan
vacías.

Luego de escucharme prosiguió su huida. Pedí una cerveza oscura y le pedí al barman que
pusieran «Héroes» de David Bowie en la rockola. Quería celebrar... Quería celebrar los
golpes que le di a ese idiota, con lo único que tenía: palabras. Como te dije, amor, sabía que
yo iba a ganar. Y así fue.

Jonathan Haller
27 de marzo del 2017
México

También podría gustarte