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En el mundo de los negocios, se pueden usar diversas tretas para sacar provecho

económico unilateral, ocultando o inflando datos. Es posible entender que la

aplicación de los principios éticos no brinda buenos resultados, debido a que el sentido

ético y moral nos orienta a buscar un justiprecio y una satisfacción de ambas partes y

en el sentido económico se busca obtener ventajas, a veces debido al

desconocimiento o la ingenuidad del otro lado. Bajo este punto de vista, se podría

pensar equivocadamente que la ética no es un elemento para el éxito empresarial.

Los negocios deben de llevarse a cabo en un ambiente de mutua satisfacción.

exponiendo la información pertinente a ambas partes. Caso contrario la asimetría de

información no contribuiría a una justa negociación.

En el mundo de los negocios empresariales existe una despiadada competencia, donde

muchas veces los principios éticos quedan en un segundo plano, y las estrategias se

enfocan generalmente en la aceptación del consumidor, y en una mayor participación

del mercado. Los valores y la ética no pueden estar desligados del mundo de los

negocios, debido a que forma parte de la vida cotidiana de las sociedades.

Leer más:

http://www.monografias.com/trabajos11/exetica/exetica.shtml#ixzz35ek42IAz
Por: *Hernando de Soto* El presidente Barack Obama acaba de lanzar su plan de

rescate económico y Timothy Geithner, su secretario del Tesoro, ha presentado los

detalles. Este no había terminado de hablar y ya se podía oír el desencanto de Wall

Street. La crítica principal: faltan detalles. Pero más importante es lo que se le escapó a

Wall Street… Finalmente, la Casa Blanca ha centrado la atención de los EE.UU. en lo

que considero la causa primera de la crisis económica en curso: trillones de dólares en

documentos financieros envilecidos, llamados papeles tóxicos, en los balances de las

instituciones hoy espantan a acreedores e inversionistas potenciales impedidos de

comprender el contenido de todos esos papeles, cuántos hay, quiénes los tienen y cuán

riesgosos son. Obama parece estar empezando a vislumbrar cuál es el verdadero

enemigo: el envilecimiento de los documentos financieros legales creados para

representar y transferir valor, y evaluar riesgo. Miren en derredor: todas sus propiedades

de valor —los títulos de su casa y de su automóvil, su hipoteca, su cuenta bancaria, sus

contratos, patentes, las deudas de otros, incluidos los instrumentos financieros apoyados

en la propiedad sobre activos (derivados)— están documentadas sobre papel. Usted

puede poseer, transferir, evaluar y certificar el valor de tales activos solo mediante

documentos legalmente autentificados por un sistema global de reglas, procedimientos y

estándares. Para que la relación entre esos documentos y cada uno de los activos

independientes que ellos representan nunca sea envilecida existe un formidable sistema

de derechos de propiedad legal. Este sistema es global —insisto— y produce la

confianza gracias a la cual el crédito y el capital fluyen y los mercados funcionan. Es

mediante el derecho y el papel legal en el cual este se materializa que nos

interconectamos y conocemos la economía global. Es imposible hacer negocios

importantes en el plano nacional —no se diga ya en un mercado globalizado— sin

documentación legal confiable. Pero esta red mundial de confianza se está


desplomando. En los últimos años los gobiernos han envilecido ese papel legal al

permitir que ingrese al mercado un descontrolado tsunami de instrumentos financieros

derivados de hipotecas (tóxicas unas, saludables otras) cuyo valor nominal es de unos

US$600 trillones o más, el triple que todo el resto del papel legal en el mundo, sea este

representado en efectivo, activos financieros tradicionales, o propiedad, tangible o

intangible. La asombrosa cantidad de estos instrumentos financieros derivados y el que

estén tan enredados y mal registrados dificultan determinar cuántos hay, qué valen, o

quiénes los tienen. Dado que el volumen de estos derivados empequeñece el de todos

los demás papeles, el caos resultante está socavando también uno de los mayores logros

de la ley de propiedad: el poder de identificar y aislar con precisión cada activo y cada

interés particular de ese activo. Es así que un mero siete por ciento de incumplimiento

en hipotecas de alto riesgo o sub prime que fueron financiadas o aseguradas con

instrumentos derivados —quizás apenas unos cuantos cientos de billones de dólares de

papel tóxico— está envileciendo el resto de los instrumentos financieros y

contaminando la economía entera, como una epidemia. Como esta toxicidad del papel

se refiere al crédito y al capital, y no solo a una burbuja inmobiliaria, afecta toda la

actividad económica; la pérdida de confianza no perdona a nadie y se expande en todas

las direcciones y más allá de sectores económicos específicos por todo el hemisferio

norte y hacia los mercados emergentes. Nos encontramos, pues, frente a lo que podría

ser la peor recesión de la historia contemporánea. A las autoridades europeas y de

EE.UU. les resulta difícil creer que la causa fundamental de una recesión pueda ser un

sistema legal pobremente papelizado. Pero en los mercados emergentes, como este, la

relación entre la prosperidad y el orden legal es bastante obvia. La mayoría de nuestra

gente es pobre y vive bajo la anarquía de la economía informal, en la que sus activos y

contratos se amparan en papel endémicamente tóxico: no registrado, no estandarizado,


desactualizado, difícil de identificar, difícil de ubicar y con un valor real tan difícil de

determinar que la gente común no logra generar confianza mutua ni merecer la

confianza de los mercados globales. En las economías informales del mundo en

desarrollo y de la antigua URSS, la escasez del crédito y la crisis económica son una

condición crónica. De modo que cuando miro la recesión que ha comenzado en el

hemisferio norte (desatada por papel tóxico) me siento perfectamente en casa. El

principal desafío de Obama y Geithner es restaurar la confianza en el crédito. No me

refiero al dinero, que sí sabemos controlar, sino a los instrumentos financieros

vinculados a la propiedad sobre activos, que claramente no sabemos controlar. Esa

inmensa mayoría del crédito disponible se apoya en papel, como la propiedad fungible,

las hipotecas, los bonos e instrumentos derivados, todo lo cual no es dinero en sí mismo

pero tiene algunos de sus atributos. Lo que los economistas solían llaman “moneyness”

(“dineridad”). Para poder prevenir el envilecimiento del papel e inferir adecuadamente

su valor, la administración Obama tiene que asumir algunas fórmulas de éxito

comprobado en la administración de la propiedad y así asegurar su credibilidad. Los

instrumentos derivados dispersos entre miles de tipos idiosincrásicos de documentos

opacos deben ser ahora clarificados, categorizados, estandarizados e inscritos en

registros accesibles al público, como todos los demás documentos de propiedad; que la

ley tome en cuenta externalidades —la manera en que todas las transacciones

financieras afectan a terceros interesados (el antiguo principio legal de erga omnes,

“hacia todos”, históricamente desarrollado por el derecho para proteger a esos terceros

de las consecuencias negativas de acuerdos secretos entre aristócratas que no respondían

sino ante sí mismos—. Que cada acuerdo financiero debe corresponder a la performance

efectiva del activo original para que el monto de cualquier deuda asegurada sobre la

base de activos no se ubique peligrosamente fuera de escala respecto de los activos que
subyacen a esa deuda, que es la más prominente causa de recesión, según el economista

John Kenneth Galbraith; que la producción siempre tenga precedencia frente a las

finanzas que están allí para servirla; que los activos puedan ser apalancados y

reempacados, pero solo con la condición de que ello incremente el valor del activo

original; que la claridad y la precisión sean indispensables para crear crédito y capital

mediante papel. Los anteriores son los criterios para separar los activos tóxicos y

prevenir que cualquier futuro contagio cause otra recesión. El equipo Obama también

tendrá que educar a quienes todavía se aferran a la esperanza de que el mercado actual

eventualmente resolverá las cosas; de que solo se necesita recapitalizar los bancos, una

supervisión más estricta e inyectarle dinero a la economía. Eso no va a ser suficiente.

Los mercados legales modernos solo funcionan si el papel es confiable y la gente tiene

acceso al crédito y a información explícita. “Dejen actuar al mercado” ahora significa,

de hecho, “dejen actuar a la economía informal”. Pero los principales beneficiarios de

una economía informal en EE.UU. y Europa son los capitalistas-buitres, que devoran a

los productores con buenos puntajes crediticios pero ningún crédito. Un desafío

adicional para Obama es que muchos de los dedicados a resolver la crisis ahora

sostienen que es virtualmente imposible identificar y valorar todo el papel tóxico que ha

pasado por los libros contables de las instituciones financieras. Sin embargo, los

abogados y tecnócratas europeos y de los EE.UU. han demostrado ser brillantes a la

hora de identificar papel tóxico cuando este se ha referido a malas deudas, reclamos

confusos y legislación opaca. Así, han llegado a desentrañar denuncios luego de la

fiebre del oro en California, recogido los añicos del orden precapitalista europeo,

convertido los enclaves feudales japoneses en una economía de mercado tras las

Segunda Guerra Mundial y reunificado Alemania luego de la caída del muro de Berlín.

Es el proceso del capitalismo: desintoxicación continua. El plan de rescate de Obama


también debe reconocer que la solución no está solo en manos de los especialistas

financieros encuadrados dentro del estrecho contexto de los mercados de derivados. En

su forma actual, las normas que rigen los derivados carecen de los estándares necesarios

para mantener el papel atado a la realidad, de los indicadores para medir el daño a

terceros, de los instrumentos para desbrozar los conflictos entre los poseedores de papel

derivado y el resto de la sociedad. Tampoco tiene la comunidad financiera la inclinación

ni el interés económico para realizar tarea tan insalubre. Siempre pondrán la carreta

financiera delante de los bueyes de la producción. Es rol del Gobierno establecer

estándares, fijar e imponer pesas y medidas, mantener registros, y obligar a toda

economía informal a colocarse bajo el imperio de la ley. Salir de la recesión exige

restaurar el orden, la precisión y la confianza en los papeles financieros. Este es el gran

desafío legal y político. La tarea dura de localizar, valorizar y aislar el papel tóxico, y de

calcular quién va a pagar la cuenta de las pérdidas (si contribuyentes, bancos o

capitalistas-buitres) se hará más fácil cuanto más pronto los políticos entiendan que la

alternativa podría ser el colapso del propio sistema que ha generado la mayor

prosperidad en la historia y el consiguiente pandemonio. (C)(2009), NEWSWEEK,

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Se ha afirmado que el fondo de la crisis es la falta de ética. Las decisiones que no

tuvieron un sustento moral o ético pueden explicar tal catástrofe. Antonio Argandoña

analiza esta situación. Analiza el problema en tres niveles. El primero es de los fallos

morales de las personas, manifestados en comportamientos inapropiados que pueden

conducir a la crisis. El segundo es el organizativo: cómo han influido en depresión las

organizaciones, las estrategias y la cultura de las empresas, bancos, fondos de

inversión, agenciad de rating, bancos centrales, reguladores, supervisores y gobiernos,

que muestran la existencia de fallos éticos de tipo organizativo. Y el tercer nivel es el de

la ética social, cuyos fallos han dificultado el funcionamiento de los mecanismos

correctivos o han agravado las consecuencias morales de las decisiones individuales o

corporativas.

Se afirma que la causa de esta crisis fue la codicia, donde no se pudo frenar la ambición

por ganar más, por aprovechar la oportunidad de éxito económico y social, y bloqueó

las mentes y los espíritus de quienes laboraban en el sistema financiero.

La soberbia, la autosuficiencia encegueció a los banqueros, a los entes reguladores y a

las autoridades económicas, quienes se consideraban por encima de los entes

reguladores y supervisores. Como afirma Torres en Argandoña “Mostraron que estaban

dispuestos a mentir, antes de refrenar sus deseos o reorientar sus valores.”

Coleman y Prinder llevaron a cabo un estudio en el cual identificaron, a raíz de

entrevistas a un conjunto de diversos directivos antes de la crisis, actitudes y acciones

como la inclinación por el corto plazo, pensaban que esta situación iba a ser diferentes a

anteriores, que eran capaces a enfrentar los riesgos, Argandoña.pp3

La prudencia, virtud elemental de los banqueros, fue difícil ejercitarla en un ambiente

de grandes oportunidades de ganancias, lo que condujo a grandes apalancamientos y


percepciones distorsionadas de la realidad, malas gestiones, las complacencias y las

conductas de rebaño, acentuaron la volatilidad y la dispersión, la caída como castillo de

naipes, y el pánico en los mercados más grandes del mundo. Argandoña

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