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De amor, dolor, vida y muerte

Lizbeth Martínez

Ninguna vida está libre de dolor. Tarde o temprano éste llega; a veces se anuncia, a veces entra

sin hacer ruido y al darse la vuelta, está sentado al lado, acompañando en el tiempo. Se dice que

el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Depende de cómo se asuma la desgracia.

El amor, el dolor, la vida y la muerte conviven en la película “Sabrás qué hacer conmigo”. Esta

frase, extraída de la novela “El largo adiós”, de Raymond Chandler, se sumerge al fondo de la

historia, como los protagonistas lo hacen en la profundidad del mar y en una relación amorosa

que les golpea de pronto, sin anuncio. Como el dolor en el que ambos conviven. Nicolás, por la

enfermedad; Isabel, por un duelo no superado por su madre y por ella misma.

Él, sin embargo, ama la vida y la concibe como lo que es, un ciclo que sólo puede atraparse y

contarse por pequeños instantes en una fotografía. Ella sobrevive, hundida en el dolor familiar por

la pérdida, que genera una carga de años sobre sí misma, impidiéndole sentir la vida. El choque

del encuentro es complicado. La historia se cuenta por capítulos, desde la perspectiva de cada

uno, luego, desde una en común. La enfermedad y el duelo son las caras del sufrimiento en la

vida de Nicolás e Isabel, quienes pronto se hallan empatizando con la desgracia del otro. Cada

uno con una cojera emocional arraigada, se sostiene del otro, mientras va soltando el miedo.

“Sabrás qué hacer conmigo” se adentra en ese vaivén, mostrando sin sentimentalismo

innecesario, cómo el amor es capaz de tomar de la mano al sufrimiento y llevarlo con todo cuidado

fuera de la vida.

El amor es capaz de dar confianza, de sanar, de hacer crecer. El amor, como dice Victor Frankl en

“El hombre en busca de sentido”, no solamente hace tolerable hasta el más infame de los

sufrimientos; el amor trasciende el tiempo, el espacio y la vida.

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