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A partir del siglo XX la incógnita sobre cómo se propaga la luz fue resolvida
introduciendo lo que conocemos hoy como física moderna. Durante el nacimiento
de la física clásica o newtoniana, el debate sobre si la luz era una partícula o una
onda no encontraba un fundamento sólido.
El físico Max Planck afirmaba, en este sentido, que la luz se propaga en paquetes
de energía y la energía de cada paquete era inversamente proporcional a la
longitud de onda determinada en la constante de Planck.
Por otro lado, Albert Einstein en 1905, con su Teoría de relatividad, postula que
tanto el tiempo como el espacio son relativos y constata que la velocidad de la luz
es una constante fundamental de la naturaleza. De esta forma, Einstein refuerza la
idea de Planck sobre la propagación de la luz como partículas de energías y que
dichas partículas son fotones que siempre viajan a la velocidad de la luz.
Para que los fotones viajen a la velocidad de la luz, su masa siempre será 0
porque si una partícula es masiva necesitaría energía infinita para moverse, como
postula la Primera ley de Newton de la física clásica. Por lo tanto, sólo una
partícula sin masa puede viajar a la velocidad de la luz y poseer energía infinita
definiendo así un cuanto de campo electromagnético.