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Un buen día la mamá cabra les dice a sus hijas que debía ir de compras y que ellas se quedarían

solas por algunas horas.

 ¡No abran la puerta! Recuerden que el lobo querrá entrar y devorarlas a cada una de ustedes,
haciéndose pasar por mí, pero deben recordar que el lobo tiene una voz muy ronca y unas
patas negras. Así lo podrán reconocer con facilidad.

 Descuida, madre. No le abriremos la puerta. Él no logrará engañarnos –


respondieron las cabritas al unísono.

Así salió la mamá cabra hacia el mercado, cuando pronto se escuchó una voz
del otro lado de la puerta de la cabaña:

 ¡Hijas mías abran la puerta que soy su madre!


Pero las hijas (muy listas) respondieron rápidamente:

 Tú no eres nuestra madre. Tú eres el lobo porque tienes la voz


ronca y nuestra madre tiene la voz dulce. No te abriremos, así que ¡vete de aquí!

El lobo, enojado por haber sido descubierto, se marchó de prisa. Pensó y pensó cómo podría engañar a las cabritas y
pronto recordó que si comía un pedazo de yeso, se le aclararía la voz.
Así lo hizo, regresó hasta la casa de las cabritas y repitió:
 Hijas mías, abran la puerta que soy su madre.

Pero las cabritas habían visto como el lobo posaba su enorme y negra pata en la ventana y reconocieron rápidamente el
engaño del lobo.

 No te abriremos pues hemos visto tu pata y no eres nuestra madre. Ella tiene las patas blancas y tú tienes unas patas
negras y feas.

El lobo, aún más furioso que antes, se retiró de la puerta para idear un plan mucho más grande y poder engañar a las
cabritas.

Luego de pensar mucho, llegó a la conclusión de que debía conseguir harina para pintar sus patas y que parezcan blancas
como las patas de la madre de las cabritas.

Así, en busca de su próxima maldad, llegó hasta una casa donde consiguió robar harina y blanquear sus enormes patas.

Luego se dirigió hacia a la casa de las cabritas y repitió:

 Hijas mías, abran la puerta que soy su madre.


Las cabritas respondieron:
 Muéstranos tus patas para que veamos que eres nuestra madre.

El lobo mostró su pata y, al verla completamente blanca, las cabritas abrieron la puerta.

El lobo no tardó en abalanzarse sobre ellas y devorarlas una por una. Sólo logró salvarse la más pequeñita quien se
escondió en el reloj…

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