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¿Vé ,y por qué no te mueres y así pintas a Dios?

Por Javier Peña


Ludovico avanzó tres pasos y se lo confirmó: sí, tenía el dote angelical y siniestro de Rubens.
La imagen le cayó como una sentencia condenatoria. Los músculos de su cara se trocaron en
una mueca de dolor. Bajó de la acera y caminó hacia la plaza de la concordia, mientras miró
la punta de sus zapatos brillar con aquella certeza que conocía y que parecía impulsar su
caminar como si fuera otra persona. Conocer a un hombre con ese talento sobrenatural era
sobrecogedor y siniestro. Porque lo conocía en esta etapa de su vida?Todavía estaba aturdido
y juzgaba si aquella pintura era un sueño, ¿se podía pintar así en el siglo XX, quien podía
hacerlo así, que clase de condiciones espirituales, perversas y técnicas se habían conspirado
para dotar a un adminiculo de tan titánicas fuerzas? Sentía un recelo profundo por la
humanidad de aquel artista desconocido, sus calculados gestos de amabilidad y delicadeza
le alertaban de una fuerza contenida, pero, era evidente que la gente caía arrodillada ante
sus encantamientos.

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