Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Codicia
La Codicia
3
In I Tim. VI, l. 2.
4
Idem.
5
Cfr. Aristóteles. “Ética a Nicómaco”. L. IV, c. 1, n. 1119b: “Atribuimos siempre la avaricia a los que se
esfuerzan por las riquezas más de lo debido”.
En cuanto implica un superfluo amor a la riqueza, la avaricia supone en defecto
en el dar a los demás y en exceso en tomar de los demás 6. Según estos dos aspectos,
Aristóteles distingue diversas especies de avaricia. Santo Tomás de Aquino ordena del
siguiente modo las especies de avaricia: “En efecto, puede uno ser iliberal o avaro por
defecto en el dar; y si da poco es parco, y si no da nada, mezquino, y si le cuesta mucho
dar, cominero (tacaño), que en griego se dice kimibilis - "vendedor del comino", porque
tiene en gran estima cosas insignificantes. A veces uno es iliberal o avaro por exceso en
el modo de conseguir el dinero. Y esto de dos modos. Uno, porque lo gana por medios
torpes: entregándose a trabajos viles mediante obras serviles o porque hace negocio de
actos pecaminosos, como el de la prostitución y otros parecidos, o porque saca interés
de lo que debe prestar gratis, como los usureros, o el que saca poco provecho de grandes
trabajos. Otro, porque lo gana con medios injustos: o usando de la violencia con los
vivos, como los ladrones, o despojando a los muertos; o enriqueciéndose a cuenta de los
amigos, como los jugadores.”7
Quedan por mencionar las “hijas” de la avaricia. El aquinate llama “hijas” de la
avaricia a los vicios que nacen de la avaricia. Y es que la codicia de las riquezas provoca
en el hombre, en lo que hace al dar a los demás, el endurecimiento contra la
misericordia. Este tiene lugar cuando nuestro corazón ni se inmuta a la hora de socorrer
con nuestras riquezas las miserias de los otros. En lo que hace a la adquisición de las
riquezas, la avaricia, por un lado, produce inquietud en los afectos del alma, lo contrario
de la paz interior. Por otro lado, y en relación con los efectos de la avaricia, muchas
veces el excesivo afán por adquirir riquezas puede llevarnos a conseguirlas a través de
la violencia o del dolo. En caso de este último, si es sólo de palabra, la avaricia termina
en el engaño, y en el perjuro, si se añade la fe del juramento. Si el dolo es llevado a
cabo, no de palabra sino por obra, puede terminar en el fraude, y hasta en la traición8.
Como todo vicio, la codicia y la avaricia poco a poco corroen nuestro corazón
hasta el punto de desequilibrar toda la nuestra vida afectiva-volitiva. El hombre se
yergue a sí mismo como centro de un mundo al que todo le está subordinado, en el que
todo es medio para alcanzar sus objetivos. La codicia no hace sino generar un mundo de
opresión, de resentimiento y de envidia, en otras palabras, un mundo de tristeza,
indiferencia y soledad. Paradójicamente, por más riquezas materiales que se posean, la
codicia y la avaricia conducen a la mayor pobreza que el ser humano puede conocer: la
de no amar a sus semejantes, ni ser amado por ellos.
6
Cfr.Idem. n. 1121a.
7
Summa Theologiae. II-II, q. 118, a. 8, ad. 4.
8
Isidoro de Sevilla, según Tomás de Aquino, enumera como hijas de la avaricia: la mentira, el fraude, el
hurto, el perjurio, el apetito de torpe lucro, falsos testimonios, la violencia, la inhumanidad y la rapacidad.