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La codicia, raíz de todos los vicios.

Si echáramos un vistazo, aunque sólo sea a vuelo de pájaro, sobre la sociedad


actual, quizá fácilmente podremos apreciar los estragos causados por la codicia. Por
codicia unas naciones, con prontitud y facilidad, entre excusas sin sentido, se alzan
sobre otras en las más encarnizadas contiendas; por codicia la persona humana se rebaja
a la condición de un mero instrumento y de esclavo; por la codicia de unos, otros
padecen hambre y miseria; por la codicia, muchos hombres se consumen a sí mismos y
a los demás en múltiples ilusiones; por la codicia, muchos países se encuentran
postrados sin poder elevarse a las exigencias de su destino. En pocas palabras, por la
codicia de unos, a menudo, el hombre se ve privado de sus derechos y de su dignidad, y
el mundo de las relaciones humanas se ve entenebrecido por una multitud de desórdenes
morales. Algo de esto conocen muy bien nuestros políticos.
Sume quien quiera su experiencia para apreciar lo frutos malsanos de la codicia.
En un mundo donde el dinero nos proporciona el acceso a gran parte de los bienes que
esta vida nos puede proporcionar; en un mundo donde el dinero nos conduce a la
satisfacción de nuestras ilusiones y deseos, la codicia adquiere un papel más que
relevante a la hora de caracterizar las costumbres de nuestra época.
Ciertamente no es algo nuevo esto que decimos. Francisco Quevedo inmortalizó
en versos el poder del dinero:

“Madre, yo al oro me humillo,


Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.”

Conviene, sin embargo, profundizar la naturaleza de la codicia.


Para ello recurriremos a la doctrina de Tomás de Aquino. Sus profundos y sutiles
análisis acerca de los vicios, no dejan de ser actuales al día de hoy. Más aún, podríamos
decir que son sumamente actuales como lo es un medicamento para quien está enfermo.
Es cierto aquello de que el primer paso para sanarse de una enfermedad es reconocer la
misma enfermedad. Este será nuestro propósito, y aunque no podemos abarcar toda la
doctrina de Tomás de Aquino en unas pocas páginas, sí, al menos, podemos ofrecer, una
visión panorámica sobre la naturaleza de la codicia.
Distingue el aquinate tres modos en que puede entenderse la codicia1.
El primer modo al que alude, corresponde con la significación habitual que el
común de la gente entiende, a saber, “apetito desordenado de las riquezas.” 2 En este
sentido, la codicia es un vicio especial, es decir, tiene un objeto propio que consiste en
las riquezas. Ciertamente, que quien codicia las riquezas no sólo ama las riquezas en sí,
sino que simultáneamente ama la posesión y el uso de las mismas. De este modo
podemos distinguir un aspecto objetivo y otro subjetivo de la codicia. Los males que se
siguen del desordenado deseos de las riquezas son múltiples, pero básicamente podemos
ver cómo quien es poseedor de riquezas puede ser halagado por ellas al punto de
sobreestimarse a sí mismo, con la consiguiente subestimación de los demás. En otras
1
Cfr. Summa Theologiae. I-II, q. 84, a. 1, c. Ed. BAc, Madrid, 1952, pg. 568.
2
Idem.
palabras, es común encontrar junto a las riquezas, la prepotencia, el afán de dominio y
de reconocimiento.
No se trata, por cierto, de una relación causa-efecto; sólo afirmamos que las
riquezas son ocasión, o mejor, tentación para este tipo de actitudes morales.
En lo que hace a la dimensión interior del corazón humano, nota nuestro autor 3
que la codicia de las riquezas es causa de la pérdida de la unidad interior. Y es que el
hombre encuentra su unidad interior en la medida en que concentra toda su potencia
amativa en el bien más perfecto que la naturaleza humana tiene capacidad de amar. Por
el contrario, el deseo desordenado de las riquezas divide el corazón humano en mil
afanes diversos, -“es tirado de aquí y de allá” 4- que resultan inútiles por muchos
conceptos, en la medida en que las riquezas no causan la felicidad propiamente humana;
no siempre dan lo que prometen -puesto que muchas necesidades propiamente humanas,
no pueden comprarse con dinero- y hasta pueden ser nocivas, pues muchos han perdido
la vida o lo más jugoso de sus vida por el amor desmedido de las riquezas.
El segundo significado de la codicia consiste en el desordenado apetito de los
bienes temporales. En este sentido, puede decirse que la codicia es género de toda
acción moralmente mala en la medida en que implica una conversión a un bien que no
constituye la felicidad propiamente humana.
Por último, la codicia puede significar cierta inclinación de nuestra naturaleza
desordenada a los bienes corruptibles. Según esta tercera acepción, la codicia es la raíz
de todo acto desordenado. Se le llama raíz por similitud a la raíz vegetal, mediante la
cual este adquiere todo su alimento. Y es que el amor desmedido de los bienes
temporales está en el origen de todo acto malo.
En todo caso, la codicia es un vicio espiritual. Y es que consiste en un afecto
interior, no en las mismas riquezas. Ahora bien, todo afecto encuentra su término en el
gozo o en la tristeza, en caso de no poder ser satisfecho. Los afectos que tienen por
objeto los bienes del cuerpo, terminan en el placer de los sentidos: tacto, gusto, olfato,
etc. Por el contrario, los afectos espirituales tienen por objeto un bien espiritual. Así,
quien está dominado por la codicia se deleita en saberse poseedor de la riqueza, el cual
placer no pertenece a los placeres de los sentidos.
Los tres sentidos se encuentran relacionados. Nuestro autor no deja de notar la
relación entre el primer significado y el último. Según el primer sentido de la codicia
puede decirse también que es raíz de todos los vicios en la medida en que por las
riquezas el hombre adquiere la facultad satisfacer cualquier inclinación desordenada a
los bienes temporales. Y en este sentido puede decirse que la codicia de las riquezas es
raíz de todos los vicios. En este caso, el dinero no es amado por sí mismo, sino como
medio útil para obtener cualquier bien temporal, y por eso tiene cierto carácter de bien
universal. Esta es la razón por la que muchas veces el dinero es más amado que los otros
bienes temporales particulares. Este carácter quasi universal de la riqueza la hace muy
similar a la felicidad, que implica la satisfacción de todos los anhelos humanos.
Tradicionalmente la codicia es calificada de vicio capital. Esta calificación le fue
adjudicada justamente porque el amor desordenado de la riqueza origina un abanico
bien variado de vicios. Asumida según esta significación, la codicia se confunde con la
avaricia5. Sería provechoso profundizar el capítulo primero del libro IV de la Ética en la
que Aristóteles, analizando la virtud de la liberalidad, trata acerca de los vicios opuestos,
entre los que encontramos la avaricia.

3
In I Tim. VI, l. 2.
4
Idem.
5
Cfr. Aristóteles. “Ética a Nicómaco”. L. IV, c. 1, n. 1119b: “Atribuimos siempre la avaricia a los que se
esfuerzan por las riquezas más de lo debido”.
En cuanto implica un superfluo amor a la riqueza, la avaricia supone en defecto
en el dar a los demás y en exceso en tomar de los demás 6. Según estos dos aspectos,
Aristóteles distingue diversas especies de avaricia. Santo Tomás de Aquino ordena del
siguiente modo las especies de avaricia: “En efecto, puede uno ser iliberal o avaro por
defecto en el dar; y si da poco es parco, y si no da nada, mezquino, y si le cuesta mucho
dar, cominero (tacaño), que en griego se dice kimibilis - "vendedor del comino", porque
tiene en gran estima cosas insignificantes. A veces uno es iliberal o avaro por exceso en
el modo de conseguir el dinero. Y esto de dos modos. Uno, porque lo gana por medios
torpes: entregándose a trabajos viles mediante obras serviles o porque hace negocio de
actos pecaminosos, como el de la prostitución y otros parecidos, o porque saca interés
de lo que debe prestar gratis, como los usureros, o el que saca poco provecho de grandes
trabajos. Otro, porque lo gana con medios injustos: o usando de la violencia con los
vivos, como los ladrones, o despojando a los muertos; o enriqueciéndose a cuenta de los
amigos, como los jugadores.”7
Quedan por mencionar las “hijas” de la avaricia. El aquinate llama “hijas” de la
avaricia a los vicios que nacen de la avaricia. Y es que la codicia de las riquezas provoca
en el hombre, en lo que hace al dar a los demás, el endurecimiento contra la
misericordia. Este tiene lugar cuando nuestro corazón ni se inmuta a la hora de socorrer
con nuestras riquezas las miserias de los otros. En lo que hace a la adquisición de las
riquezas, la avaricia, por un lado, produce inquietud en los afectos del alma, lo contrario
de la paz interior. Por otro lado, y en relación con los efectos de la avaricia, muchas
veces el excesivo afán por adquirir riquezas puede llevarnos a conseguirlas a través de
la violencia o del dolo. En caso de este último, si es sólo de palabra, la avaricia termina
en el engaño, y en el perjuro, si se añade la fe del juramento. Si el dolo es llevado a
cabo, no de palabra sino por obra, puede terminar en el fraude, y hasta en la traición8.
Como todo vicio, la codicia y la avaricia poco a poco corroen nuestro corazón
hasta el punto de desequilibrar toda la nuestra vida afectiva-volitiva. El hombre se
yergue a sí mismo como centro de un mundo al que todo le está subordinado, en el que
todo es medio para alcanzar sus objetivos. La codicia no hace sino generar un mundo de
opresión, de resentimiento y de envidia, en otras palabras, un mundo de tristeza,
indiferencia y soledad. Paradójicamente, por más riquezas materiales que se posean, la
codicia y la avaricia conducen a la mayor pobreza que el ser humano puede conocer: la
de no amar a sus semejantes, ni ser amado por ellos.

6
Cfr.Idem. n. 1121a.
7
Summa Theologiae. II-II, q. 118, a. 8, ad. 4.
8
Isidoro de Sevilla, según Tomás de Aquino, enumera como hijas de la avaricia: la mentira, el fraude, el
hurto, el perjurio, el apetito de torpe lucro, falsos testimonios, la violencia, la inhumanidad y la rapacidad.

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