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Prodavinci

Mostrar o no mostrar imágenes violentas: un apasionante


debate periodístico; por Diego Salazar
Diego Salazar · Friday, September 1st, 2017

El atentado de Barcelona del pasado 17 de agosto ha reabierto un viejo y fascinante


debate: ¿deben o no publicar imágenes violentas los medios de comunicación?

El escritor Juan Soto Ivars —columnista de El Confidencial y autor del recientemente


publicado Arden las redes— planteaba esta duda en Twitter a la mañana siguiente de
que un terrorista de ISIS (o DAESH) al volante de una furgoneta lanzara el
vehículo contra una multitud en Las Ramblas de Barcelona, matara a 14
personas y dejara un centenar de heridos:

No entiendo por qué Aylan se debía mostrar pero no deben mostrarse las
fotos de las Ramblas. Lo digo en plan bien. Es que no lo entiendo.

— Juan Soto Ivars (@juansotoivars) 18 de agosto de 2017

Para aquellos que no lo recuerden, Aylan Kurdi era un niño sirio de tres años que
murió ahogado a principios de setiembre de 2015 cuando él, su hermano y sus
padres intentaban llegar a la isla griega de Kos a bordo de una lancha. La
embarcación se volteó, y Aylan, su hermano Ghalib y su madre Rehan murieron. Solo
sobrevivió el padre de familia, Abdullah. Los cuatro huían de la guerra en Siria junto a
otros refugiados.

La fotógrafa Nilüfer Demir, de Doğan News Agency (DHA), llegó a la localidad turca
de Bodram el 2 de setiembre de 2015 poco antes de las 6.00 am y se encontró con el
cuerpo inerte de Aylan en la playa. “En ese momento, cuando vi a Aylan Kurdi de tres
años, me quedé petrificada”, explicó Demir en una entrevista días después. “Aylan
Kurdi estaba muerto, tumbado bocabajo en la orilla, con su camiseta roja y sus
pantalones cortos azules doblados a la cintura. Lo único que podía hacer era lograr
que se escuchara su clamor”, concluía la fotógrafa. Sus fotos, distribuidas por
Reuters y Associated Press, se publicaron en medios de todo el mundo y se
viralizaron rápidamente en redes sociales.

Esta es una de las fotos que tomó Demir, quizá la más conocida:

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Foto de Nilüfer Demir. Doğan News Agency

Pese a que en un primer momento hubo un debate sobre la necesidad y pertinencia de


publicar las fotos, tanto medios como activistas y una parte del público llegaron
al consensode que era necesario publicar las imágenes de Aylan muerto en la playa. El
3 de setiembre de 2015, diarios de todo el mundo publicaron alguna de las fotos
tomadas por Nilüfer Demir en portada:

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Collage realizado por @VoxEuropFR

De las muchas respuestas que recibió Soto Ivars a su pregunta, una de las más
interesantes fue la de Barbara Celis, periodista española residente en Taiwan y
colaboradora de medios como El País, National Geographic, El Confidencial, entre
otros.

El hilo de respuesta de Celis empezaba así:

No entiendo por qué Aylan se debía mostrar pero no deben mostrarse las
fotos de las Ramblas. Lo digo en plan bien. Es que no lo entiendo.

— Juan Soto Ivars (@juansotoivars) 18 de agosto de 2017

Lo he convertido en bloques de texto corrido y editado ligeramente para facilitar su


lectura:

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Las negritas son mías.

Volveré sobre la clave del argumento de Celis, esa mala imitación que hace la
prensa de la inmediatez que caracteriza a las redes sociales, más adelante.

La duda de Soto Ivars venía a cuento del rechazo expresado por miles de usuarios de
redes sociales hacia los medios que publicaban imágenes de las víctimas de los
atentados de Barcelona. El rechazo iba dirigido, sobre todo, contra las portadas
de las ediciones impresas del viernes 18 de agosto, que los diarios habían
compartido en sus páginas web y cuentas de redes sociales durante la tarde-noche del
jueves 17, a las pocas horas del atentado.

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Como relata en este artículo Alfredo Murillo, editor jefe de Buzzfeed España, el
rechazo fue tal que miles de usuarios aplaudieron a través de comentarios, retuits y
likes la supuesta decisión de un supermercado de la comunidad catalana de Alp, que,
según la imagen posteada en Twitter por @XaviSerrano1, había optado por no vender
“algunos diarios con portadas sensacionalistas y explícitas”.

Dos reconeixements per @caprabo a Alp


1. A les 12 minut de silenci
2. No vendre premsa groga pic.twitter.com/sx8wojioQc

— xavi serrano (@XaviSerrano1) 18 de agosto de 2017

Un tuit posterior de otra cuenta, que utiliza la misma imagen, acumula más de 11 mil
retuits y más 15 mil likes:

Hoy @caprabo se ha negado a vender @elmundoes, @elperiodico… Por


llevar en su portadas imágenes explícitas del atentado. Bravo

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pic.twitter.com/aBpGHWcMvf

— GeekIndignado (@GeekIndignado) 18 de agosto de 2017

En otro tuit la misma Bárbara Celis señalaba un hilo de Francesc Pujol, director
del Centro MRI (Media, Reputation and Intangibles) y del Programa de Economics,
Leadership & Governance de la Universidad de Navarra. Pujol ofrecía una larga
argumentación contra la publicación de imágenes de lo ocurrido en Barcelona, que fue
secundada por muchos usuarios en Twitter:

Apunte sobre la casi unanimidad de la prensa en sacar en portada la foto


del atentado con los muertos en el suelo. Es una derrota amarga. 1/

— Francesc Pujol (@NewsReputation) 18 de agosto de 2017

En su larguísimo hilo de Twitter –vale la pena leerlo entero– Pujol decía que el rol
de las fotos de conflictos en prensa, al tener carga política, no es otro que el
de fungir de propaganda. Es por eso, dice Pujol, que el debate “no está en si hay
que mostrar o no fotos de muertos por atentados, en general, sino del sentido que
tienen en cada caso”.

Y en ese sentido, según Pujol, “mostrar a los muertos de Barcelona, aquí y ahora
es derrota. Es un paso atrás que nos debilita. La imagen en conflictos es
propaganda. Porque tiene la fuerza que no da el texto. La imagen crea
sentimientos. Mostrar a los muertos es mostrar la derrota en la batalla“.

Es por eso, de nuevo según Pujol, que “aquellos que dicen que mostrar la muerte es lo
que Europa necesita para despertarse y luchar contra el islamismo creo que se
equivocan. Porque es minoritario: ahora el pavor gana a la indignación”.

Ante la supuesta inconsistencia de abogar a la vez por mostrar a Aylan y por no


mostrar las imágenes de Barcelona, Pujol insiste: “No hay inconsistencia. De nuevo lo
importante es valorar el impacto político que genera la imagen. Es
propaganda. La imagen de niño muerto es el summum de la propaganda de guerra.
Porque es la esencia de la inocencia. Es víctima. Y se contagia a su bando”.

En un tuit posterior Francesc Pujol, ante la pregunta de otro usuario de Twitter,


resumía su posición señalando que publicar imágenes de atentados era “hacernos
propaganda de guerra contra nosotros, porque nos debilita al
desmoralizarnos”.

La razón para publicar la imagen de Aylan —y lo que la distingue de las imágenes de


lo ocurrido en Barcelona— es, según Pujol, que esa foto “nos hizo entender que [los
refugiados sirios] eran víctimas“.

Otra respuesta parecida a la de Pujol, menos articulada pero casi idéntica en el fondo,

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consiguió eco en muchísimos usuarios de Twitter:

No he conseguido dar con el comment de Facebook original, pero he visto esa captura
de pantalla repetida en muchísimos tuits. Seguramente ustedes también. Según pude
encontrar, el primer tuit fue este, que acumula más de 28 mil retuits y más de 30 mil
likes:

Por esto, joder, POR ESTO. pic.twitter.com/lPvrfnONOA

— La Doc (@SorginDoc) 18 de agosto de 2017

Los argumentos de Pujol y la —o el— comentarista anónima de Facebook no


coincidían solo en las diferencias utilitarias entre mostrar la foto de Aylan y mostrar
las fotos de los atentados de Barcelona. Coincidían también en su acusación a la
prensa, “que solo busca morbo“.

Pujol elaboraba un poco más sobre esto último: “En el lado de las malas noticias, la
prensa no nos va a ayudar mucho en esta tarea. Porque tiene su propia guerra de
supervivencia (…) La prensa sabe que la imagen de la muerte genera mucha
más reacción que la discreción. Y siempre encontrará argumentos y aliados para
vestir su necesidad de conseguir visitas con nuestro morbo impulsivo y
contraproducente“.

Si uno, como periodista, asumiera la idea del oficio que exponen Pujol y la
comentarista anónima de Facebook, no tendría más remedio que capitular y
tomar decisiones editoriales en función de la conveniencia para la causa
elegida, en función de la utilidad política de las imágenes (y, por qué no, de
cualquier artefacto periodístico). Y, por supuesto, ese no es el trabajo de la
prensa. Así como el trabajo de los medios no es poner o quitar presidentes,
tampoco es ganar o perder guerras.

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Ya he escrito en otra ocasión sobre lo peligroso que es que los periodistas nos
convirtamos en cruzados, que supeditemos la construcción de la narrativa
noticiosa a una causa, que asumamos nuestro oficio como una misión de ayuda
humanitaria o, peor, nos creamos miembros de un escuadrón de batalla.

Si el fin no es la información sino la llamada de atención política, ¿dónde


ponemos el coto? ¿Por qué habríamos de obrar así solo en el caso de DAESH? ¿Qué
es lo que hace a la guerra contra ISIS especial? ¿Quién —y con qué autoridad—
decide que en este caso no pero en los otros sí?

Donde Pujol dice lucha contra el yihadismo, mañana podríamos decir —para hablar
solo de casuística militar contemporánea— la guerra de Afganistán, la guerra de Siria
o la creciente tensión verbal y posible conflicto entre Estados Unidos y Corea del
Norte. Una vez definido el enemigo, los medios no tendrían más opción que
cuadrarse y apuntar sus armas en la dirección decidida o asignada. Por
supuesto, saldríamos perdiendo todos, medios, periodistas y ciudadanos. Nuestro
conocimiento de la realidad se vería terriblemente empobrecido.

Pese a que haya quien trabaje así, manipular la realidad para acotar o teledirigir
el impacto y/o las consecuencias de la narrativa construida nunca es una
buena opción, mucho menos una práctica periodística que deba ser alentada o
convertida en norma.Recordemos si no lo que ocurrió cuando The New York Times y
otros medios norteamericanos decidieron que lo justo contra el terrorismo era dar
coba y seguir a pie juntillas las mentiras de George W. Bush y sus aliados.

En el fondo, el que plantea Pujol no es sino el viejo debate entre justicia y verdad de
que hablaba Hannah Arendt en su clásico ensayo Verdad y política (republicado hace
poco en español por Página Indómita en un estupendo volumen titulado Verdad y
mentira en política). Arendt zanja rápidamente el debate con su elegancia y elocuencia
habitual:

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Ese es el trabajo del periodismo: decir lo que existe. Y cuando se trata de


periodismo, si uno tiene las evidencias delante, no decir (o no mostrar) lo que
existe por conveniencia política o propagandística tiene un nombre: mentir.

Las mentiras, por supuesto, tienen una utilidad política. Pero ocurre, para seguir
citando a Arendt, que esa utilidad siempre es a corto plazo:

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Página indómita, 2017

Pero más allá de esto, es la segunda parte de la argumentación de Pujol y el


comentarista anónimo la que más me interesa. La parte que adquiere tono de
acusación. Porque, como decía Antoni María Piqué en un artículo de El Nacional, “es
imposible ya esconder o rebajar la ira y la incomodidad de la gente con el
trabajo de los periodistas”.

Aun asumiendo que Twitter encarrila solo una parte pequeña de la discusión pública
(su tasa de penetración es bastante menor frente a otras redes y su ratio de usuarios
activos/no activos bajo) y que por lo general en redes sociales la indignación y la ira
corren más rápido y con mayor brío que el elogio, que varios miles de usuarios
expresen su rechazo —aunque sea a través de un RT o un like— a una práctica
periodística habitual no es poca cosa. Los periodistas, ya se ha dicho antes,
servimos a nuestros lectores.

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La acusación, a grandes rasgos viene a ser: los medios publican imágenes


violentas guiados por el morbo, sin ninguna consideración hacia las víctimas,
en busca de tráfico para sus páginas web o ventas para sus ediciones
impresas.

A esa acusación respondía el periodista Fernando Mas, director adjunto de El


Independiente, en un artículo titulado Con perdón, tengo dudas:

Mas también linkaba a un tuit de Manuel Ansede, periodista de Materia, página de


ciencia de El País:

Pulitzer de 2017: un chaval de 29 años, con un tiro en la cabeza en


Filipinas. Foto de Daniel Berehulak https://t.co/ygKsc0l4uX
pic.twitter.com/BSPHCYnvMs

— Manuel Ansede (@manuelansede) 18 de agosto de 2017

El mismo Ansede, la noche anterior, había publicado este otro tuit para responder a
aquellos que decían que las imágenes de muertos (o las imágenes violentas) no tienen
valor informativo:

“Las fotos de muertos no tienen interés informativo. No las publiquéis”


https://t.co/Hgd2tUUYbH pic.twitter.com/8194mj3WdQ

— Manuel Ansede (@manuelansede) 17 de agosto de 2017

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Y el periodista Braulio García Jaén, jefe de actualidad de Vanity Fair España, escribía
esto en su muro de Facebook:

Entre periodistas los límites resultan bastante más claros que para nuestra audiencia.
Como bien señalaba el periodista Cristian Campos —colaborador habitual de El
Español, Vanity Fair España y Jot Down, entre otros— en su cuenta de Twitter, el
único límite verdadero para la publicación de imágenes es poner en peligro
una operación policial en curso. O su equivalente, atentar contra la seguridad
nacional:

Entre periodistas existe consenso —con matices, pero consenso— en que la discusión
sobre publicar o no imágenes violentas no es política, propagandística o meramente
emocional. Se trata, decimos casi siempre, de una decisión editorial. Lo explicaba en
una columna Iñaki Gil,

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director del diario El Mundo, en una columna titulada Publicar fotos terribles es
nuestro deber, donde decía:

Ese debate periodístico del que habla Campos en su tuit se produce en las redacciones
de medio mundo cada vez que un atentado o evento similar tiene lugar. Ocurre que, a
juicio de una parte de nuestra audiencia, el debate dentro de las redacciones
no está siendo suficiente o se presume directamente inexistente. Una
presunción aventurada que cualquiera que haya trabajado en una redacción puede
desmentir.

Pero si, como todos los periodistas que hemos pasado por una redacción sabemos, el
debate interno existe y las decisiones no se toman a la ligera, ¿por qué somos
incapaces de transmitir y explicar esa complejidad a nuestra audiencia? ¿por
qué la audiencia no está dispuesta a otorgarnos el beneficio de la duda?

Tengo una teoría.

El análisis hasta aquí se ha ceñido a las imágenes y noticias publicadas luego del
atentado que no ponían en riesgo el trabajo que realizaba la policía. Al periodismo que
no se apresuraba a dar información que no tenía sobre algo que ocurría casi en

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directo. Al periodismo que no intenta “emular la inmediatez de las redes


mostrando todo lo que escupen las redes, sin filtro”, como bien decía Barbara
Celis en el hilo de Twitter que cité al comienzo.

Se quejaba de esas faltas periodísticas, un par de días después, Iñigo Sáenz de


Ugarte, subdirector de eldiario.es, a propósito de un supuesto tiroteo en la estación
francesa de Nimes, reportado por varios medios:

¿Por qué tanta prisa en dar titulares y conexiones en directo cuando no


sabemos lo que ha pasado? ¿Por qué? pic.twitter.com/SrJN58YhI1

— Iñigo S. Ugarte (@Guerraeterna) 19 de agosto de 2017

A los pocos minutos, las autoridades francesas desmentían el supuesto incidente.

Como decía Celis, la prensa comete un grave error en intentar imitar el vértigo
de Twitter o Facebook. No solo porque es una apuesta que no puede ganar,
sino porque contribuye a la comodificación que las redes sociales han hecho
de noticias y artículos. Porque acrecienta la confusión existente entre el contenido
que producen medios de comunicación (o periodistas) y aquel que postean usuarios
particulares en sus cuentas de Twitter o Facebook.

Esta confusión, de forma incomprensible, no reside ya únicamente en los lectores sino


que parece haberse asentado también entre periodistas. Y no hablo de lo que estos,
como usuarios de redes (sobre todo Twitter), publican en ellas. Sino de cómo medios
y periodistas contribuyen a esa confusión en sus vanos intentos por acercar la
producción periodística a la inmediatez que caracteriza el fluir de la
información en redes sociales.

Escribía al respecto Arcadi Espada, unos días después del ataque de Las Ramblas, en
su columna de El Mundo, titulada de forma acertada En directo, el caos, donde
relataba su intento por informarse sobre el atentado a través de redes sociales y
páginas web:

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No se trata solo de una carrera —contra Twitter y Facebook— que no podemos ganar,
y de que acrecentamos la confusión sobre la naturaleza del contenido que producimos.
Sino que sumergidos en la carrera, desvirtuamos de paso el trabajo periodístico,
sus límites y alcances, lo que nos hace caer en errores que serían evitables si tan
solo nos detuviéramos un momento para realizar la función más básica que debe llevar
a cabo un periodista: la verificación.

Pero, además, esa fijación con las redes sociales nos hace olvidar otro elemento
estructural del oficio, igual de importante que la verificación.

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En un artículo para Slate acerca del error cometido por varios medios al no publicar
las fotos de Aylan, el periodista Justin Peters explicaba así el supuesto conflicto entre
compasión y voyeurismo que plantea la publicación de imágenes violentas:

Me interesa esa línea que he marcado en negritas. La frase que usa Peters en
inglés es “convinces people to face them”. La traducción es literal, no admite error.
“Convence a la gente de que las encare”. Me interesa ese convence.

Ahí, creo, reside la clave del problema y el principio de la solución. El fracaso radica
en la incapacidad de periodistas y medios para explicar las decisiones que tomamos. Y
a través de esa explicación convencer a nuestros lectores (o audiencia, si
prefieren) de la pertinencia y buena fe de nuestro trabajo. Hace tiempo ya que
los periodistas hemos perdido el beneficio de la duda de cara a nuestra audiencia. La
sospecha es hoy la norma, la presunción de mala fe lo habitual. Y no podemos
cerrar los ojos ante ello. Ni limitarnos a dar lecciones de deontología periodística a
nuestra audiencia.

Existe hoy un consenso aceptado por buena parte de nuestros lectores según
el cual la publicación de imágenes violentas responde a un intento por
explotar el morbo y obtener beneficios económicos. Como decía antes, cualquiera
que haya trabajado en una redacción sabe que eso no es así. Por supuesto, hay medios
que viven de esa explotación, pero son una pequeña minoría.

Podemos, si queremos, seguir gritando nosotros también en redes sociales y


atizando a nuestros lectores, burlándonos de su supuesta cobardía o
su ceguera voluntaria. Pero si nuestro trabajo es comunicar, ¿cómo es posible que
a estas alturas no seamos capaces de comunicar o explicar las razones que
hay detrás de decisiones que afectan de manera tan obvia la sensibilidad de
nuestros lectores? Y no me refiero a un pliego explicatorio. Me refiero a que el
propio texto o construcción narrativa explique o exponga la necesidad y pertinencia
del recurso elegido.

Me refiero a la necesidad del contexto.

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En ese inútil afán por imitar el vértigo de las redes sociales, la prensa ha olvidado
que no existe periodismo sin contexto. Y que, por el contrario, las redes sociales
son precisamente el terreno donde campa a su anchas la ausencia de
contexto.

Con el ejemplo siguiente termino. A veces la realidad tiene estas cosas, nos coloca
delante y casi al mismo tiempo las respuestas que buscamos. Solo hace falta estar
atento, querer encontrarlas.

Unos días antes del atentado en Barcelona, la ciudad de Charlottesville (Virginia,


Estados Unidos), fue escenario de una violenta manifestación de
supremacistas blancos o neonazis, que salieron a la calle empuñando
antorchas, armas y cánticos racistas.

Todos los medios americanos realizaron una extensa y profunda cobertura de lo


ocurrido durante el fin de semana del 11 al 13 de agosto. Páginas webs y redes
sociales —también la televisión— se llenaron de imágenes que mostraban el
horror y la violencia de la manifestación neonazi que aterrorizó a esa
tranquila ciudad universitaria.

Por ejemplo, este es el momento exacto en que un estupendo reportaje realizado


por Elle Reeve y el equipo de Vice News Tonight muestra al neonazi James Alex Fields
Jr lanzando su Dodge Challenger contra una multitud de manifestantes antifascistas:

En los segundos siguientes, el documental muestra no solo imágenes tremendas


de cuerpos regados en la calle, heridos ensangrentados, una toma aérea en
cámara lenta del momento del impacto, sino también, en dos planos distintos,
el cuerpo inmóvil de Heather D. Heyer, la única víctima mortal, recibiendo
primeros auxilios. Además, la reportera Reeve le pone delante la cámara a varios
fascistas armados hasta los dientes, que le escupen su odio y violencia sin filtro. Vice
News publicó el documental el lunes 14, al día siguiente de que concluyeran
los disturbios de Charlottesville, dos días después del asesinato de Heather D.
Heyer, cuatro días antes del atentado de Barcelona. Si no lo han hecho ya, vean
por favor todo el reportaje. Es una verdadera joya.

Las imágenes de Charlottesvile rebotaron en todo el mundo. Incluso la página web del
diario 20 Minutos de España publicó uno de los muchos videos que circularon en
redes sociales del atropello en Charlottesville. De hecho, la nota publicada por 20
Minutos describe el video así: “Imágenes impactantes grabadas por un manifestante
donde se ve cómo un vehículo llega a toda velocidad por una calle de Charlottesville y
embiste a decenas de manifestantes que protestaban contra la marcha supremacista.
Posteriormente, y tras dejar varias víctimas, da marcha atrás y huye de la escena del
atropello”.

Aun cuando días después, ante lo ocurrido en Barcelona, el director de 20 Minutos


dijera esto en Twitter:

Respeto a las víctimas y a sus familias. @20m no ha publicado ni publicará

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imágenes que incumplan ese criterio

— Arsenio Escolar (@arsenioescolar) 17 de agosto de 2017

Además de las imágenes mostradas en ese documental, y repetidas mil veces por
cadenas de televisión y páginas web de todo el mundo, hay varias fotografías
publicadas que muestran la violencia que se vivió en Charlottesville. La más famosa es
esta, obra del fotógrafo Ryan M. Kelly:

Ryan M. Kelly. The Daily Progress

La imagen que “definirá este momento de la historia americana”, en palabras


de Alyssa Rosenberg, periodista de The Washington Post. Si quieren saber algo más
sobre Kelly y su foto, les recomiendo este artículo publicado en el Columbia
Journalism Review.

¿Cuál es la diferencia entre las imágenes que supuestamente faltan el respeto a las
víctimas de Barcelona y el video y fotos de ese Dodge Challenger haciendo saltar por
los aires a los manifestantes antifascistas de Charlottesville? ¿Es
acaso Charlottesville un conflicto acallado, de un pueblo sin medios y
olvidado como se ha dicho de la Guerra siria de la que huían Aylan y su familia?

He buscado en la web respuestas airadas y acusaciones dirigidas a la prensa que


publicó las imágenes de Charlottesville. No solo seguí durante esos tres días lo que
ocurría en Charlottesville a través de varias páginas web y diferentes cuentas de redes
sociales, sino que he hurgado en Twitter, Facebook y secciones de comentarios en

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busca de respuestas furiosas y acusaciones hacia la prensa.

Casi no he encontrado nada. Hasta donde he podido ver no ha habido mayores quejas
por la publicación de las imágenes de Charlottesville. De hecho, la pieza documental
de Elle Reeve para Vice News, que según la propia organización había sido vista más
de 36 millones de veces cuatro días después de
publicada, ha sido elogiada de manera unánime. Más allá de algunos reclamos
aislados, algún comentario y tuit suelto, no he encontrado nada comparable a la
avalancha de tuits y mensajes de protesta que suscitó la cobertura de los atentados de
Barcelona.

Nada que pudiera siquiera acercarse a ese consenso iracundo del que hablaba Piqué
en su artículo de El Nacional y que hizo que el Colegio de Periodistas de Cataluña
recuerde a los medios en un tuit que “existen líneas rojas”:

El Col·legi @periodistes_cat reconeix mitjans que han seguit les


recomanacions i recorda que hi ha línies
vermelles.https://t.co/WXE3H4BB83 pic.twitter.com/pPK37vLhFC

— Col·legi Periodistes (@periodistes_cat) 18 de agosto de 2017

En el artículo linkado el Colegio de Periodistas catalán hace referencia a sus


propias Recomendaciones para la cobertura informativa de actos terroristas, un
documento donde puede leerse lo siguiente:

El Colegio de Periodistas catalán, si bien reconoce a los responsables editoriales de


los medios la potestad para decidir sobre qué imágenes se publican o no, introduce un
extraño y novedoso derecho que los medios deberían respetar: “La ciudadanía tiene
derecho a ser informada, pero tiene también derecho a no acceder a contenidos
audiovisuales violentos de un acto terrorista”. No sé ustedes, pero en más de
quince años trabajando como periodista en dos continentes yo jamás había escuchado
nada acerca de ese derecho.

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Me parecen mucho más útiles y menos confusas las recomendaciones que


ofrecieron Al Tompkins y Kelly McBride, del Poynter Institute for Media Studies, en un
artículo titulado How journalists should handle racist words, images and violence in
Charlottesville:

La negrita es mía.

Podemos, si desean, seguir señalando las patas cojas en los argumentos de aquellos
—muchos periodistas incluso— que establecen diferencias entre la fotografía de Aylan
y las de los atentados de Barcelona, pero se quedan mudos ante —o incluso celebran—
la publicación de imágenes de Charlottesville. Y podemos también cerrar los ojos ante
la sospecha y desconfianza que caracteriza nuestra relación con los lectores.

Sin embargo, creo que casi 5000 palabras después la lección está más o menos clara.
Como escribía la crítico de televisión de The Philadelphia Inquirer, Ellen Gray, a
propósito del documental de Vice News: “El contexto es todo en una pieza como
esta”. Permítanme ampliar esa reflexión. El contexto es —junto a la verificación—
todo siempre que hablamos de periodismo.

El contexto y la verificación son el plato que, como periodistas, nos toca poner
sobre la mesa. Si seguimos olvidándonos de ellos, no nos sorprendamos luego
cuando dejen de invitarnos a la fiesta.

***

Este texto fue publicado originalmente en el blog No hemos entendido nada.

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