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6 LAS FORMAS DE ORGANIZACION COLECTIVA: I. LA SOCIEDAD Si quisiéramos estudiar las formas de organizacién humana mas primitivas, las asociaciones del tipo de la banda tal como debfan existir entre los grupos de cazadores-recolectores de la prehisto- ria, tendriamos que hacerlo partiendo de la etologia, del estudio de la conducta de los animales en Jo que se refiere a la formacion de grupos y al establecimiento de unas relaciones de dominacién en su interior. Los antropélogos acostumbraban a pintarmos la vida de estos grupos primitivos como igualitaria y relativamente feliz: «la gente compartia los alimentos, no habfa pobres ni ricos; tomaban las decisiones colectivamente; algunas personas eran més influyentes que otras, pero no habfa jefes poderosos». Pero, como veremos al hablar de la guerra, esta imagen idflica de una humanidad inocente es harto discutible. Estas serfan, en todo caso, las sociedades de la prehistoria. Lo que nos interesa son las formas de organizacion propias y carac- terfsticas de la historia, que no se refieren tanto a la relacién en- tre el individuo y el grupo, como a formas més complejas, y mas extensas, de dominacién colectiva —de un grupo sobre otros gru- pos—, basadas en algin tipo de legitimacién de la desigualdad: la raza, el género, la casta, el estamento o la clase. 6.1. SEXO, GENERO Y FAMILIA: LA HISTORIA DE LA MUJER El sexo es una realidad biolégica, el género es la definicién cultu- ral del comportamiento que se establece como apropiado para cada sexo en una sociedad y en un momento determinados: un conjunto de papeles sociales. Que la mujer sea la que pare los hi- jos es consecuencia del sexo, pero que se vista de una forma dife- 168 LAS FORMAS DE ORGANGZAGION COLECTIVA: |. LA SoctEDAD * En la India los salarios reales de las rujeres son hoy poco més de la mitad aque les de los hombres (un 51 por cien- {6); una Investigacion efectuada en Espa fia sobre la base de los salarios pagados de 1993 «1996 en la industria y en tos servicios muestra quis las mujeres cobran tun 27 por clento menos que los hombres por elinlanio trabajo y que le diferencia ¢ todavia mayor en el caso de quienes tienen titulacion universitaria, donde ta diferencia llega a ser de! 54 por ciento. + Bn Jos poemas homéricos se nes muestra tejlendo no s6lo a Helena, An- drémaca 3 Penélope, sino incluso a Ca lipso y Ciice, « pesar de su condicién di- ina, rente al hombre o que cobre un salario menor en el trabajo* es ‘consecuencia del género: de fa funcién que la sociedad asigna a ‘eada uno de los sexos. En la etapa de los cazadores-recolectores la mujer era sobre todo la encargada de la recoleccién y de las primeras etapas de la agricultura, mientras que el hombre se encargaba de la caza y de Ja ganaderia. Con el desarrollo de la agricultura, y con lu implica- cién de los hombres en el trabajo de la tierra, una de las activida- des principales delamujer pas6 a ser la de hilary: tejer**, que al- ‘canz6 una considerable importancia al convertirse los tejidos en ‘abjeto esencial de comercio. La situacion dominante de los hombres en la sociedad, el pax triarcado, aparece con:el esiadovareaico y tarda unos 2.500 aftos en configurarse: en determinar las actitudes de género necesarias ‘para su sostenimiento. Los estaddos'arcaicos, dice Gerda Lerner, se organizaron sobre la base de la familia’patriarcal y aprendieron a ‘someter a otros pueblos gracias a la practica de someter a sus pro- pias mujeres, culminada con la institucionalizacién de la esclavi- tud, que habria empezado por Ia esclavizacién de las mujeres de Jos pueblos vencidos. Asf como las diferencias de estatus entre los hombres se basaban en su relacion con las fuentes de riqueza, las diferencias entre las mujeres se basaban en su asociacién depen- diente de los hombres. La separacién entre mujeres respetables y no respetables (el origen de la distincidn entre «sefioras» y emuje- res») se marcaria desde muy pronto con el uso del velo para cu- brir el cuerpo de las que eran consideradas respetables. Durante mucho tiempo las mujeres siguieron teniendo un pa- pel importante en la esfera de la religién, unido a su poder de dar vida. Eran sacerdotisas, sibilas, videntes, adivinadoras, curande- ras... Poco. poco; con el establedimiento’dethorarquias fuertes. las diosas fueron sierido-postergadas y'se convirticron en simples esposas del dios masculino. El monotefsmo hebreo'arrinconaria incluso.aestas dioses de¥a f@rtilidad. El Genesis atribuye le capa- cided creadora a un dios masculino y asocia la sexualidad feme- nina que no esté directamente destinada a la reproduccién dentro de la familia a las ideas de pecado y de ral. En el mundo clésico la mujer estaba subordinada; en Grecia era mantenida en una posicién inferior por la conviccién de que ‘su snaturaleza», sometida a los impulsos fisicos, la incapecitaba para funciones m4s responsables que el hogar y la procreacion. De hecho, Arisidteles lis consideraba como seres incompletos y de- fectuosos: pensaba que tenfan menos dientes que los hombres y ni ‘SEXO, GENERO Y FAMILIA: LA HISTORIA DE LA MUJER siquiera las vefa como el agente principal de la reproducci6n, sino como una especie de incubadora que se limitaba a albergar la fuerza generativa del hombre. En Atenas las mujeres no tenfan de- rechos de ciudadanfa, sino que eran consideradas, desde este pun- to de vista, como los esclavos 0 los extranjeros. Si en Grecia se practicaba el abandono.de las nifias, en el mundo romano el pa- dre estaba autorizado a matarias. El eristianismo, que habfa recibido del judafsmo un legado de hostilidad hacia las mujeres, no tuvo dificultades para asumir los. valores de la sociedad romana. Sélo los grupos gnésticos'y algu- nas «herejfas» que predicaban el rigor moral harian.una valora- cién mayor de las mujeres, liberadas del papel «sucio» que se les atribufa en la relacién sexual. La sociedad cristiana «ortedoxa» apartaba a la mujer de las funciones religiosas —lo sigue haciendo hoy— y confirmaba su subordinacion, considerada como un hecho natural, que estaba corroborado por la debilidad de Eva. La mujer desaparecerfa aho- ra de la historia, donde se convertirfa en poco menos que invisi- ble, limitada a los papeles de esposa virtuosa o de virgen pura, por una parte, y de prostituta o de bruja, por otra. Se consolidaba, a la vez, la diferencia entre las sefioras —da- mas 0 monjas—y las mujeres, que tenfan una funcién esencial en la sociedad agraria, tanto por su trabajo como por su condicién de transmisoras de la cultura, y que en las ciudades podian ser tam- bién prostitutas, en una actividad condenada pero tolerada. San Vicente Ferrer aceptaba que hubiese «burdeles generales», pero queria que estuviesen «en un extremo de la ciudad», para que las mujeres pablicas no contagiasen su bajeza al resto de la sociedad. En la Sevilla del siglo xv1, una ciudad en que muchos de los maridos se habfan ido alas Indias y donde los burdeles estaban en casas de propiedad de los can6nigos, las mujeres eran muy im- Pportantes: habia muchas monjas y muchas prostitutas, las dos funciones que el género asignaba a las que no podian convertirse en madres de familia; una para las ricas y otra para las pobres. Habia un motivo para la abundancia de monjas: la dote de casa- miento de una hija de buena familia podfa ascender a unos 40.000 Pesos, mientras que por 4.500 se la podfa colocar en un convento, en una celda especial y con una o dos criadas esclavas. Conoce- mos el caso de un miembro de la familia Sandoval que tenia nue- ve hijas: casé a una hija «como era debido» y fundé un convento para colocar a las otras ocho (y ademis a su suegra): era mucho més econémico que casarlas a todas. 169 170 LAS FORMAS DE ORGANIZACION COLECTIVA: I, LA SOCIEDAD Las monjas solfan estar rodeadas de tun lima de profecfas y milagres, que en ‘ocasiones se volvia contra ellas. Ast, en tiempos de Felipe Il, Maria de la Asun- cién, «monja santa» de Lisboa que tenia, las llagas de Cristo y hacia profecias, fue castigada porque se descubrié que usaba lun singenio diabdlico de espejos opucstos ‘al sol, con que resplandecia su rosiro, y ‘con artificio de ruedas cubiertas con las faldas, sc levantaba...,y con bermellén te- tala hechas las lagas»(José Ignacio Telle- ‘chea, Otra cara de la Invencible, San Se- bbastisn, 1988, p.172). + Francisco Javier Lorenzo Pinar, Bea- tas y mancebas, Zamora, Semuret, 1995. s+ El principe de Gales, que seria ms adelante Eduardo VI, mantuvo relacio- res con Lilly Langtry y con Sara Bem- hardt, y su amigo lord Hartington, que estuvo a punto de ser nombrado primer ‘ministro, era amante de la mis rica y fa- mosa prostitute de su tiempo, Catherine ‘Scittles Walters —que vivié 81 atios, de- ‘mostrando que el vicio no siempre ¢> malo para la salud— y lo fue posterior- mente de la duquesa de Manchester. Al- ‘panos arisiéerstas tenfan incluso burde- les privades con tres 0 custro mujeres cuidadas por una «superiora» de clerta edad. Conocemos también el drama de las mujeres que no se adap- taban a estos papeles. Algunas, muy pocas, consegufan sus abjeti- vos dentro del orden establecido, como grandes abadesas, como escritoras (Marfa de Zayas) o pensadoras (Oliva Sabuco de Nan- tes). Otras lo intentaron al margen de las reglas, como «beatas», que acabarian procesadas por la Inquisicién porque asumfan un papel religioso demasiado activo.* Muchas de las mujeres ence- rradas contra su voluntad en un convento o en un beaterio leva ban una vida poco «recatada». En Toro un concejal denunciaba en 1577 el caso de un beaterio en que las recogidas vivian de forma demasiado alegre: challando unas haber parido muchas veces ¢ otras estar prefiadas, ¢ al presente lo estan algunas», como conse- ‘cuencia de las relaciones que mantenfan con curas que las visita- ban de dia y de noche.** En la Espafia de los siglos de oro la posicién de la mujer era de clara subordinaci6n. En los estrados de las casas distinguidas ha- bfa sillas en la parte de los hombres y cojines en la de las mujeres yllos nifios, que se sentaban en el suelo, incluso ala hora de comer. La descripcién de una fiesta en Zaragoza en 1585 dice: «Las damas estaban asentadas en tierra y gozaban de las palabras de los caba- lleros que con ellas hablaban puestos con una rodillaen tierra». En ‘Andalucia, hablando de los hombres de familias distinguidas y de sus mujeres, se nos dice: «Si las hacen aproximar a su mesa, no es para comer con ellos, sino para servirles, y si no les dan este per- miso y quieren tenerlas en més honesto grado de sujeci6n, les dan de comer de su mesa en el suelo». Cuando en el siglo xvu se difun- da en Castilla la costumbre francesa de hacer sentar a las mujeres en sillas (la duquesa del Quijote ya lo hace), no faltaré quien lo de- nuncie como una muestra de corrupeién de las costumbres. Las cosas parecerén cambiar con la crisis de la vieja sociedad al final del siglo xvuty al principio del xrx. Es entonces cuando en Francia las sefioras empiezan a participar en la vida intelectual desde sus salones y cuando en Inglaterra nace un movimiento fe- minista excepeional, representado por mujeres como Mary Woll- stonecraft, que publicé en 1792 Vindicacién de los derechos de la ‘mujer, o como su hija Mary Shelley, la autora de Frankenstein. ero la reaccién moral de Ja Inglaterra victoriana (la propia reina era hostil a las reivindicaciones feministas) las haré callar y obli- garé a las sefioras de la burguesia a entrar dentro de las estrictas normas de la «domesticidad> —o sea de su reduccién a las activi- dades de la esfera del hogar— y de la respetabilidad pablica, per- fectamente compatible con Ia corrupcién privada."** ‘SEXO, GENERO Y FAMILIA: LA HISTORIA DE LA MUJER 171 El siglo x1x serfa un siglo de retroceso para las sefioras y para las mujeres. Las primeras aceptaron adaptarse a la funcién a la que se las destinaba.* Para distinguirse de las trabajadores debe- rian aparecer pélidas y delicadas, indtiles para cualquier actividad fisica, de pies pequefios y cintura estrechfsima, lo que consegufan gracias al corsé: una pieza equipada con varillas flexibles y ojales metélicos (una innovacién tecnol6gica industrial, que permitfa re- sistir la presin de los cordones que estrechaban la cintura), La crinolina completarfa esta especie de coraza, que hacfa casi im- posible la violacién de una sefiora y le daba una imagen de clase, ya que era muy cara (llevaba hasta 50 metros de tela) y no se po- dia vestir sin el auxilio de una criada (figura 6.1).** Las sefioras estaban destinadas a embellecer la vida de sus ma- ridos y a parir hijos. Voltaire habia dicho que «las mujeres son ca- paces de hacer lo mismo que el hombre», pero un conservador como De Maistre objeté: «Esta es una de las cien mil tonterfas que ha dicho en su vida. La verdad es exactamente lo contrario. Las mujeres no han hecho ninguna obra maestra de ningtin tipo, pero * Hubo, sin embargo, mujeres que se rubelaron, como George Sand, Flora Tris- tén 0 Eleanor Mars, y otras que, sin lle- ‘gar a tanto, protestaron. En 1847 Char- Jotte Bronte escribia: «Nadie sabe ‘cuntas rebeliones, aparte de las paliti- ‘as, fermentan en las masas de vida que pueblan Is tierra. Se supone que las mu- Jeres son en general tranquilas; pero sien- ten igual que los hombres; necesitan un ejercicio para sus facultades y un campo para sus esfuerzos, igual que sus herma- nos; padecen por unas limitaciones de- masiado rigidas, por un estancamiento demasiado absoluto, igual que padece- rian los hombres; y ¢s un signo de estre- chez mental en sus compaferos més pri- vilegiados decir que deberian limitarse a cover budines y a hacer media, a tocar el piano y a bordar» Vane Eyre, cap. XI1). % Paralelamente al establecimiento del modelo de la «feminidad> se produjo el de la evirilidads, que se caracterizaba por Ja fuerza (de abt el auge de la gimnasia y los ejercicios fisicos), el valor (exaltacién del militarismo y de la guerra), el honor (defendido en el duelo), etc. sseoras», como ésie del siglo x0%, ‘estaben por lo general fuera del aleance de las mujeres. El corsé y la crinolina confirmaron esta edistincion» (obsérvese que esta palabra indica ala vez «elegancias y «ciferencias) 172, LAS FORMAS DE, ORGANIZACION COLECTIVA: I. LA SOCIEDAD hacen algo més importante que esto: es en sus rodillas donde se forma lo que de mejor hay en el mundo: un hombre honrado y una mujer honrada». Esta era su unica funcion intelectual. La fundadora de la orden de Ia Asuncién, una mujer sabia, dirfa en 1841 que «la instruccién no es importante para las mujeres». Mi- chelet habfa escrito que «toda mujer es una escuela». Pero, equé tipo de escuela? De las dos partes de la moral que Tocqueville sefialaba, la que se ocupa de los asuntos privados y la que se re- fiere a los piblicos, las sefioras debfan limitarse a la primera a causa de la inferioridad de su educaci6n. En Francia la ley Falloux de 1850 sélo reconocfa como necesaria para las mujeres la educa- cién primaria, Cuando se organiz6 un bachillerato para chicas, se hizo en escuelas que se mantenfan con la retribucién que abona- ban los padres, lo cual limitaba el acceso a las clases acomodadas, y ensefiando en ellas un bachillerato distinto (por ejemplo, sin la- in). ‘Tampoco las mujeres de las capas poptilares salieron bien li- bradas de esta época de cambios. El papel que habfan tenido en la agricultura tradicional, tanto por su trabajo en el campo como por las actividades de elaboracién y venta de productos, se vio seria mente amenazado por las transformaciones de la «revoluci6n agricola», Lo mismo sucedié con su actividad en la produccién in- dustrial, que habfa sido fundamental en la doméstica (los gremios habfan procurado, en cambio, impedir que compitiesen con los hombres en las actividades que regulaban). En el trabajo asalaria- do la posicién de las mujeres siempre habfa sido inferior. Tradi- cionalmente cobraban de un tercio a la mitad que los hombres, de acuerdo con Ia suposicién de que el salario de la mujer debia cu- brir sélo su subsistencia, mientras que el del hombre debia man- tener también a su familia En la fabrica, la especializaci6n de las ‘ocupaciones favoreci6 que el trabajo femenino fuese degradedo a una categorfa inferior y justifies que sus ganancias fuesen més ba- jas, lo cual la condenaba, por otra parte, a le disciplina familiar, ya que un salario industrial pensado para asegurar una manuten- ‘cién individual no bastaba para la de una madre soltera. Nuestras imAgenes sobre la condicién femenina, formadas a partir de los modelos de las sefioras, ignoran la importancie que ha tenido el trabajo de la mujer en el crecimiento econ6mico mo- demo. A fines del siglo xm las mujeres espafiolas se ocupaban so- bre todo en los offcios del vestir (hilado, tejido, tefiido, sastreria, zapateria) y trabajaban en jornadas de 12 y 13 horas en las fébri- cas y los talleres, pero habia 2.500 en la minerfa y 821.000 en la SEXO, GENERO Y FAMILIA LA'HISTORIA DE LA MUIER 173 agricultura. En La Corufta cargaban y descargaban en él niuelle y acarreaban escombros y tierra de los desmontes, por salarios que acostumbraban a ser Ja mitad que los de los hombres; en Asturias wransportaban carbén en las minas; en Santander o en el Ferrol eran peones de albanil; en Valencia se dedicaban a hacer baldo- 48 y cerillas, y en Vizcaya cargaban los minerales de hierro y el carbén en la ria de Bilbao. El 98 por ciento de ellas eran analfa- betas. Pero la ocupacién dominante de las mujeres en el siglo xx era elservicio doméstico (en Francia, al final del siglo, habia cerca de un millén de criadas), hasta que, en el transcurso del siglo pre= firieron la-seguridad y la libertad de la fabrica y se produjo una

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