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Espacio vació. A foro, una pequeña silla. Mishima, hombre de mediana edad,
aparece cargando una maleta al hombro. Observa al público por un momento y,
ligeramente, les sonríe. Va hacia la silla, pone la maleta a un lado y se sienta.
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año, pero sí un sol que iluminaba las casas. Un sol débil. Y llevado de la mano, por
aquella mujer y subiendo la cuesta camino a casa, alguien bajaba hacia nosotros.
La mujer tiró de mi mano y esperamos quietos. (Pausa) Se trataba de un joven de
hermosas y coloradas mejillas, así como brillantes ojos con una sucia tela alrededor
de la cabeza para contener el sudor. Llevaba sobre el hombro un palo de madera
de la que colgaban dos cubetas llenas de excremento. ¡Era el hombre encargado
de llevarse los deshechos nocturnos! Me llamo la atención cómo hábilmente
armonizaba sus pasos con el balaceo de la madera, manteniéndola en equilibrio.
(Pausa) El examen al que sometí a ese joven fue insólitamente minucioso. Vestía
como un obrero y calzaba una especie de zapatos que dejaban al descubierto los
dedos, con suela de goma y la parte superior de una tela gruesa. Llevaba
pantalones azules de algodón… ¡muy ajustados! (Pausa) Es curioso, pero, a pesar
de que en aquel momento no me di cuenta, aquel muchacho representó para mí la
primera revelación de cierto poder. La primera llamada, dirigida a mí, por una voz
extraña y secreta. Algo que me decía que el deseo es un dolor punzante que, por
momentos, parece ahogarnos. ¡El arriero de la mierda nocturna! (Pausa) Podemos
decir que esto fue el preludio de lo que después llamaría “mi vicio”
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Mishima abre la maleta y saca una casaca de botones dorados y un gorro.
Se pone a repartir con tristeza y sumisión, pequeños boletos entre el público.
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Mishima deja el libro sobre la silla con dejo desilusionado.
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lastimero. Ahora le siguen voces humanas, ¡cantos! (Emocionado) Le pido a la nana
que me lleve a la reja. Deseo hallarme allí, sostenido entre sus brazos. Es la tropa
de soldados que pasa delante de la casa. A los soldados siempre les gustan los
niños y siempre esperaba con impaciencia el momento en que regalaban cartuchos
vacíos. El pesado sonido de las botas militares, los sucios uniformes y los
mosquetones al hombro son un espectáculo suficiente para cualquier niño, pero lo
que a mí me fascinaba era el sudor. Aquel olor semejante a la brisa marina, como
el aire de la playa quemada por el sol hasta dejarla de oro.
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relucía una capa, producto de la fatiga, que hacía que rehuyeran la mirada. Como
esas máscaras de celebración que dejan polvillo plateado en los dedos si uno se
atreve a tocarlas; así, uno encontraría la pigmentación con que la ciudad los había
pintado.
MISHIMA: ¡Y llegó el momento en que la noche levantó un telón ante mis ojos,
revelando el escenario en que la señora Shokyokusai Tenkatsu llevaba a cabo sus
hazañas de arte mágico! (Suelta una carcajada) Indolente, paseaba por el escenario
su opulento cuerpo adornado con velos semejantes a la gran Ramera del
Apocalipsis. (Ríe aún más fuerte) En realidad, debo decir, que se maquillaba tanto
y vestía prendas tan aparatosas, que daba a su persona esa clase de vulgar
relumbrón que sólo tienen las mercancías de mal gusto. Sin embargo… todo estaba
en melancólica armonía con el altanero aire de importancia que se daba. Ese aire
característico de los magos y los aristócratas exiliados. Un aire sombrío que la
dotaba de encanto. Acorde a su porte de heroína.
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mi madre, el más llamativo. El de colores más vivos. Escogí también una faja con
rosas escarlata pintada óleo y con un crespón chino me cubrí la cabeza.
MISHIMA: Tomé una linterna adornada con una antigua pluma estilográfica.
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Saca la linterna de la maleta. La prende y apunta al frente.
MISHIMA: Allí estaba mi abuela, enferma, como siempre; mi madre, una visita
y la criada que cuidaba a la abuela. ¡Pero en un primer momento yo no vi a nadie!
Mi impulso obedecía a que, gracias al disfraz, eran muchos los que veían a
Tenkatsu. En pocas palabras, yo sólo me veía a mí mismo. (Pausa larga. Con
tristeza). Fue entonces que vi el rostro de mi madre. Estaba pálida, pero impasible.
Abstraída. Nuestras miradas se encontraron y bajo la vista. Comprendí lo que
sucedía. Las lágrimas le velaban la vista.
MISHIMA: Pero fue hasta que cumplí los once cuando sufrí la infantil angustia
de poseer un curioso juguete. Ese juguete aumentaba de volumen a la menor
oportunidad y parecía ser fuente de delicias. Pero en ningún lugar había
instrucciones de cómo utilizarlo y, cuando el juguete tomaba la iniciativa, yo
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quedaba desconcertado. (Pausa) Alguna vez, mi humillación e impaciencia
alcanzaron tal punto, que deseaba destruirlo. Pero nada podía hacer más que
rendirme al insubordinado instrumento, esperando acontecimientos pasivamente.
(Pausa) Poco después, se me metió en la cabeza escucharlo objetivamente. Así
descubrí que tenía aficiones claramente definidas. La naturaleza de sus gustos se
centraba en realidades tales, como los cuerpos desnudos de jóvenes que, en
verano, venían a la playa; o en los equipos de natación en Meiji; o en el moreno
muchacho con quien se había casado una prima mía; así como también en los
valerosos protagonistas de varios relatos de aventuras. (Pausa) El juguete también
levantaba la cabeza ante la muerte, los charcos de sangre y los cuerpos
musculosos. Sangrientas escenas de duelo; grabados de jóvenes samuráis
abriéndose el vientre; soldados heridos de bala con los dientes negros y la sangre
corriendo entre los dedos que oprimían el pecho cubierto de tela caqui; luchadores
de sumo con dura musculatura que aún no habían acumulado tanta grasa. (Pausa)
Ante estas imágenes, el juguete alzaba inquisitivamente la cabeza.
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MISHIMA: En mi vida se habían producido varios cambios. Mi familia estaba
dividida. Mis abuelos y yo vivíamos en una casa, así como mis padres, hermana y
hermano vivían en otra. (Pausa) Mi padre había regresado del extranjero donde
visitó numerosos países europeos. Fue entonces que tomó la decisión de
reclamarme. Después de soportar la despedida de mi abuela, ¡un melodrama
moderno!, me fui a vivir con mis padres. Día y noche, mi abuela estaba con mi
fotografía oprimida contra su pecho y padecía frenéticos ataques si olvidaba visitarla
una vez a la semana. (Pausa) Podemos decir que, a la edad de doce años, tuve
una novia apasionada de sesenta. (Pausa) Un día, aprovechando un resfrío que me
impidió ir a la escuela, tomé unos volúmenes de reproducciones de obras de arte.
Mi padre las había traído de tierras extranjeras.
MISHIMA: Fue la primera vez que vi esos libros. Mi padre, atemorizado de que
unas manos infantiles arruinaran los grabados y temiendo, ¡ahora me río de eso!,
que sintiera atracción por las mujeres desnudas, los escondió en el rincón más
profundo de la despensa.
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MISHIMA: El negro y levemente inclinado tronco del árbol destaca sobre el
fondo formado por un bosque melancólico. Un cielo sombrío y distante. El joven
de notable belleza está desnudo, ¡atado al tronco del árbol! (Pausa) Tiene las manos
cruzadas en alto por encima de la cabeza.
Lentamente, Mishima levanta las manos por encima de su cabeza y las cruza.
Se va incorporando poco a poco, como si una fuerza lo jalara desde las muñecas.
MISHIMA: Las cuerdas que ciñen las muñecas están, a su vez, atadas al
árbol. (Pausa) La desnudez del joven sólo la cubre una burda tela blanca,
débilmente atada a la altura de las ingles.
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ángulo. Tiene la cabeza levemente alzada. Los ojos contemplan con profunda
tranquilidad la gloria de los cielos. ¡Pero no es dolor lo que emana de su terso pecho,
de su tenso abdomen, de sus caderas levemente inclinadas, sino una llama de
melancólico placer! (Pausa) ¡Como el que nos da la música! (Pausa) Pero, como
ustedes imaginarán, todas estas observaciones son posteriores.
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un brillo opaco. Como los ojos de un pescado. El libro no se manchó, mi mano había
protegido el cuadro.
MISHIMA: ¡Esa fue la primera vez que eyaculé! Y también fue el principio,
torpe y totalmente imprevisto, de mi “vicio”. (Pausa) ¡Muchas gracias por su
atención!
Mutis.
Oscuro. Final.
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