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Shermer Michael Las Fronteras de La Ciencia PDF
Shermer Michael Las Fronteras de La Ciencia PDF
Michael Shermer
Traducción
Amado Diéguez
ALBA
Trayectos
C olección dirigida p o r I.uis Magrinyá
© de esta edición:
A lb a E d it o r ia l , ».i.u.
Baixada de Sant Miquel, 1
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y su distribución mediante alquiler
o préstamo públicos.
Indice
Notas__________________
Bibliografía________________
índice onomástico y analítico
Para David Ziel Shermer,
con amor de padre y la esperanza de que encuentres ese exquisito equilibrio
entre ortodoxia y herejía, la amplitud de miras suficiente para considerar
ideas nuevas y radicales y el escepticismo necesario para que no te engatusen
las sandeces, y, en el viaje, descubras el istmo de tu estado medio...
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cielo como ejemplo .16 La lógica aristotélica afirma que tiene que
ser azul o no serlo, pero no ambas cosas. Pero, hablando en propie
dad, del cielo no se puede decir que sea una cosa o la otra. Según
la forma de razonar de la lógica difusa, dependiendo de la hora del
día y de la parte del cielo, lo idóneo es hablar de fracciones difusas.
Al amanecer, el cielo próximo al horizonte puede ser 0,1 azul y 0,9
no azul (o 0,9 naranja). Asimismo, a la mayoría de los varones se les
puede asignar una fracción difusa de, por ejemplo, 0,9 o de 0,8 de
masculinidad, pero todos sabemos que, según los criterios a que
recurramos para definir la masculinidad, hay hombres a quienes
les correspondería una fracción de 0,7 o de 0,6 y unos pocos a los
que les vendría mejor una de 0 ,2 o de 0 ,1 .
Cuando dejamos conjuntos tan simples como cielos y hombres
y nos introducimos en fenómenos mucho más complejos y social
mente condicionados como el saber y las creencias, los conjuntos
se superponen en mayor medida y las zonas fronterizas son más
anchas y confusas. En tales condiciones, es mucho más complicado
trazar los límites. La lógica difusa es básica para nuestra forma de
entender cómo funciona el mundo y, particularmente, para asig
nar fracciones difusas no sólo a los conjuntos de saberes y a los indi
viduos que los conocen, sino para definir nuestro grado de certi
dumbre sobre ambos. Y aquí nos encontramos en un terreno de la
ciencia que nos resulta muy familiar: el de la probabilidad y la esta
dística. Por ejemplo, en las ciencias sociales decimos que rechaza
mos la hipótesis nula cuando el nivel de confianza es 0,05 (es decir,
estamos un 95 por ciento seguros de que el resultado encontrado
no se debe al azar), o cuando es 0,01 (un 99 por ciento), o incluso
cuando es 0 ,0 0 0 1 (cuando la probabilidad de que el resultado se
deba a la suerte no es más que de un uno por diez mil). Es la lógica
difusa en su máxima expresión, y es esta difusa forma de razonar
(en el mejor sentido) la que nos ayudará a resolver la incógnita de
los límites en ciencia.
En mi libro Por qué creemos en cosas raras señalé cuán difícil es
definir una «cosa rara». Al fin y al cabo, lo que para una persona es
una cosa rara, para otra puede ser una creencia muy preciada.
Introducción 33
dos? Tal vez, pero parece improbable -o más bien imposible- que
una persona pueda crear conscientemente un estado mental diso
ciado. Pero, incluso aunque fuera posible, ¿no sería una prueba
de que el «observador oculto» es real? Poco antes de que grabáse
mos el programa sobre la hipnosis, asistí a una conferencia de la
Asociación de Psicología de la Zona Oeste de Estados Unidos en
Porüand, Oregón, que pronunció el doctor Richard Thompson,
de la Universidad del Sur de California, una de las grandes figuras
mundiales en neurociencia. Es posible que Thompson sea una de
las personas que más saben del cerebro en el mundo, así que no
pude por menos de dirigirme a él para hablarle de la idea del
observador oculto. Curiosamente, su conferencia versaba sobre
los avances efectuados en el estudio del cerebro utilizando técni
cas de neuroimagen (que «iluminan» las distintas zonas del cere
bro cuando están activas). Con gran satisfacción por mi parte,
Thompson me dijo que unos científicos habían reproducido los
experimentos sobre el «observador oculto» de Hilgard utilizando
técnicas de neuroimagen y se había demostrado que la zona del
cerebro que se activaba en los sujetos no hipnotizados que sentían
dolor era la misma Que se activaba en los sujetos hipnotizados que
no habían sentido dolor y luego, tras la hipnosis, aseguraban que
sí lo habían sentido. «Ahítiene a su observador oculto», proclamó
Thompson teatralmente. Al fin, una prueba neurológica del
metafórico concepto de Hilgard. El observador oculto parecía
real y la teoría disociativa de la hipnosis, respaldada por pruebas
experimentales.
Con este debate teórico en mente nos reunimos unas cuarenta
personas en Glendale, California, para una sesión de hipnosis. No
era la primera vez que me hipnotizaban. En 1982 asistí a varias
sesiones con una experta hipnoterapeuta amiga mía, Gina Kuras, a
la que conocí en un curso de psicología experimental de la Univer
sidad del Estado de California en Fullerton al que asistí como
alumno. Gina vivía parcialmente de la hipnoterapia y yo me estaba
preparando para la primera edición de Race Across América, una
competición ciclista transcontinental sin descanso de unos 4.500
48 Las fronteras de la ciencia
no más rápido para alcanzar la fama consiste en echar por tierra una
idea firmemente establecida. Los trabajos de Einstein sobre la relati
vidad son el mejor ejemplo. Es verdad que al principio encontraron
una oposición notable, pero también era una oposición inteligente
[...] en un período sorprendentemente breve, sus teorías de la rela
tividad consiguieron una aceptación casi universal y constituyen una
de las mayores revoluciones pacíficas de la historia de la ciencia.14
De acuerdo, pero, replica el lunático, ¿y Galileo, juzgado por here
jía por apoyar el heliocentrismo, o Giordano Bruno, a quien que
maron la hoguera por postular mundos infinitos, o Ignasz Sem-
melweiss, paria de la profesión médica por su herética idea de que
es necesario esterilizar antes de operar? ¿Podría el lunático ser otro
Galileo, Bruno o Semmelweiss? Tal vez, pero es improbable. Por
cada científico injustamente perseguido cuyas ideas hayan sido
canonizadas en los anales de la historia de la ciencia, hay mil, quizá
diez mil excéntricos con bobadas tan estrafalarias que ni siquiera
sus coetáneos han dejado registro de ellas y han acabado, por
tanto, directamente en el basurero de la historia.
2. «Una segunda característica del pseudocientífico, que poten
cia enormemente su aislamiento, es su tendencia a la paranoia.» Esta
paranoia se manifiesta de distintas maneras: (1) «se considera un
genio»; (2) «cree que sus colegas son, sin excepción, tarugos igno
rantes»; (3) «se cree perseguido y discriminado injustamente. Las
sociedades reconocidas se niegan a que pronuncie conferencias. Las
publicaciones más importantes rechazan sus artículos y o bien hacen
caso omiso de sus libros o bien encargan su reseña a sus “enemigos”.
Todo forma parte de una vil conjura. Al lunático no se le ocurre pen
sar que tanta oposición puede deberse a que su trabajo está plagado
de errores»; (4) «manifiesta la intensa compulsión de atacar a los
científicos más famosos y las teorías más consolidadas. Cuando New
ton era la figura más destacada de la física, los trabajos excéntricos
de la ciencia rebatían violentamente sus teorías. Actualmente, Eins
tein es el padre-símbolo de autoridad, de modo que es muy probable
que toda teoría de la física obra de un lunático lo ataque»; (5) «ñor-
Teorías del todo 87
teoría = teoría del todo, como usted sabe algunos piensan que una
respuesta aproximada a ella es la teoría de cuerdas. Yo creo que he
descubierto la teoría acertada (correcta): la teoría de la lógica = la
teoría que une (hace, demuestra) todas las leyes de la física (fuerzas
de la naturaleza) = la teoría del todo mi página web es http://the-
ory-of-everything.com así que si la consulta lo entenderá y le intere
sará trabajar en mi laboratorio conmigo así que adelante.
Se la he mandado a muchos científicos pero a nadie le interesa
mucho y muchos dicen: chico, no seas idiota, nadie puede descubrir
una teoría así, la teoría del todo, ¡es una locura! ¡Es imposible!
¡Sería como conocer la mente y la ley de Dios! Si no le interesa, por
favor no escriba, ahórreme su visión crítica. Así que dios para mí es
la Lógica por tanto la ley de Dios para mí es la ley de la Lógica.
«teoría del todo» (son sus palabras). «Al no poder incorporar los
ciclos naturales de la vida y la muerte a sus planes, los gobiernos crea
dos por el hombre no tienen sanción universal para existir ni autori
dad “natural” para gobernar.» Otro sujeto que decía ser «el autor
más polémico del mundo» (a buen seguro, el lector no habrá oído
hablar de él, así que seguirá en el anonimato) ha escrito libros tan
memorables como The MostPowerful Idea EverDiscovered [La idea más
poderosa jamás descubierta], Explosive Reuolutionary Ideas [Ideas
explosivas revolucionarias] y What theEstablishmentDoesn’t Want You to
Know About Government andPolitics [Lo que el poder establecido no
quiere que sepas sobre el gobierno y la política].
Las teorías del todo son por definición grandiosas, pero sería
difícil encontrar alguna capaz de superar la que en cierta ocasión
recibí de un caballero canadiense que me envió un libro manuscri
to que llevaba el sencillo título de Good News [Buenas noticias] y al
que anexó el siguiente comentario descriptivo: «Hoy en día la elec
trónica puede amplificar nuestros sentidos, capacidad y poder;
miles de millones de veces. Muestra la única y auténtica naturaleza
de todas las cosas; todas las desavenecias, discusiones y guerras.
Une a los hombres en una federación mundial; que llegará a cono
cerlo todo y a ser todopoderosa y eterna. En todas partes, la gente
vivirá en un universo eterno». El autor me contaba en una carta
que hace sesenta años descubrió «cómo están hechos las partículas
y los objetos, sus características absolutas y las Leyes Naturales eternas
que los gobiernan. Y cómo crean todos los objetos y la Vida del
Universo. Explican todos los detalles del universo y todo lo que
todos los hombres han podido ver, oír, sentir, gustar y oler». ¡Esa sí
que es una teoría del todo!
Las matemáticas atraen mucho a los lunáticos y, de hecho, se
han escrito libros enteros sobre el tema. Mathematical Cranks
[Excéntricos matemáticos] y Numerology [Numerología], de
Underwood Dudley, textos publicados por la Asociación Matemáti
ca de Estados Unidos, son maravillosos compendios con centena
res de ejemplos de tonterías numerológicas. En la revista Skeptic
hemos recibido también nuestras buenas dosis. Por ejemplo, en
92 Las fronteras de la ciencia
Figura 4. La cámara del rey de la gran pirámide de Giza. Cierto autor afirma que
era un alto homo.
Teorías del todo 97
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Figura 8. Marshall W. Taylor, «El Alcalde», el ciclista negro más grande de todos
los tiempos, dominó su deporte entre 1899 y 1910. ¿Qué fue de los grandes ciclis
tas negros? Emigraron a deportes donde eran bien recibidos. Pocos hombres
habrían soportado el racismo como Taylor, ni con tanta nobleza: «A pesar de la
acritud cruel de que he sido objeto por parte de los ciclistas blancos, sus amigos y
simpatizantes, no les guardo ningún rencor. La vida es demasiado corta para que
el corazón de un hombre albergue acritud. Como el difunto Booker T. Washing
ton, el gran educador negro, tan bellamente expresó: “No permitiré que ningún
hombre empequeñezca mi alma y me rebaje consiguiendo que lo odie”».
Cortesía de Andrew Ritchie, Majar Taylor: The Extraordinary Career of a Cham
pion Bicycle Racer [Alcalde Taylor, la extraordinaria vida dé un campeón ciclista],
Johns Hopkins University Press.
Sangre, sudor y pánico 127
Figura 9. Este cartel de la época refleja el dominio que sobre el baloncesto ejer
cieron los judíos en la década de 1930. Subraya el «hecho» de que ese deporte
requiere «una mente viva y maquinadora, astucia y rapidez, capacidad de fintar,
de engañar, y, en general, ser listo, espabilado», rasgos propios de los judíos.
*■
A finales de la década de 1940, los judíos se integraron en otros
deportes y profesiones y, como advierte Jon Entine: «La antorcha
del atletismo urbano pasó a manos de los inmigrantes recientes, en
su mayoría negros procedentes de las agonizantes plantaciones del
sur [...]. No pasaría mucho tiempo antes de que el estereotipo del
judío de “mente viva” se viera sustituido por el de la “capacidad
natura] de los negros para el atletismo”»19. Si hoy fueran los judíos
quienes dominaran el baloncesto y no los negros, ¿qué modelos
explicativos se estarían elaborando en virtud del sesgo de retros
pectiva? Si dentro de treinta años son los asiáticos los que contro
lan el deporte de la canasta, ¿ofreceremos un motivo igual de plau
sible de su «natural» predominio?
¿Significa eso que, en realidad, los negros no son mejores que
los blancos para el baloncesto? No. Yo me quedaría de piedra si
132 Las fronteras de la ciencia
Atleta A
Atleta B
Figura 10. El atleta A puede ser biológicamente superior al atleta B, pero varia
bles del entorno como el asesoramiento, la dieta, el entrenamiento y la voluntad
de vencer pueden hacer que B derrote a A siempre. Somos libres de elegir las
condiciones del entorno óptimas que nos permitan alcanzar nuestro máximo
potencial biológico.
que se abre a nuestros ojos, más ancho ahora tras haber vencido los
obstáculos de nuestra arriesgada ascensión.5
El cambio de un paradigma a otro puede indicar una mejora en la
comprensión de las causas, la predicción de acontecimientos o la
alteración del entorno. Es, en realidad, el intento de redefinir y
mejorar un paradigma vigente lo que en última instancia puede
conducir a su desaparición o a que acabe coexistiendo con otro
paradigma. Esto se produce cuando los datos que el paradigma
antiguo no podía explicar encajan en el nuevo paradigma (asimis
mo, los datos que sí explicaba se pueden reinterpretar).
La ciencia permite tanto el crecimiento acumulativo como el
cambio de paradigma. Es lo que se llama progreso científico, que defi
no como el crecimiento acumulativo del sistema de conocimiento a lo largo
del tiempo, según el cual y basándose en la confirmación o refutación de
conocimientos comprobables, los elementos útiles se conservan y los inútiles
se abandonan.
£1 paradigma del equilibrio puntuado
Sobre los paradigmas se pueden plantear cuestiones de mayor
calado: ¿por qué cambian? ¿Quién tiene mayor responsabilidad en
el cambio? Thomas Kuhn responde así: «En general, los hombres
que inventan un nuevo paradigma o bien son muyjóvenes, o bien
son neófitos en el campo de investigación cuyo paradigma trans
forman»6. Es una reelaboración de la famosa ocurrencia de Max
Planck: «Las innovaciones científicas importantes rara vez se abren
paso gradualmente, ganando a los adversarios para su causa y con
virtiéndolos a la nueva idea. Ocurre más bien que los adversarios
van muriendo gradualmente y que las nuevas generaciones se
familiarizan con la idea desde un principio»7. En su libro de 1996,
Rebeldes de nacimiento, el sociólogo Frank Sulloway ofrece pruebas
históricas y experimentales de la relación entre edad y buena aco
gida de las ideas radicales, y vincula receptividad con juventud
(véase el capítulo 6 para un comentario más completo)8.
En 1972 dos jóvenes neófitos en paleontología y en biología
150 Las fronteras de la ciencia
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Figura 13. El árbol de la vida de Darwin según aparece en El origen de las especies.
La paradoja del paradigma 165
- Reflexivo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 Impulsivo/apresurado
- Modesto 1 2 3 4 5 6 7 8 9 Arrogante
Frank Sulloway y yo correlacionamos las respuestas de los ocho
sujetos a las cuarenta parejas de adjetivos y extrajimos un índice de
fiabilidad del 0,92, cifra extraordinariamente alta que nos permite
afirmar que nos hemos hecho una idea cabal de la personalidad de
este revolucionario de la ciencia. Ofrecemos los resultados en un
gráfico en puntos porcentuales tras comparar los datos de Gould
con los de las cien mil personas que Sulloway ya almacenaba en su
base de datos.
Gould obtiene una puntuación excepcionalmente alta en dispo
sición a la experiencia, que es un rasgo de personalidad clave en el
desarrollo de un revolucionario. Pero no todas las ideas radicales
son iguales, así que ayuda ser concienzudo, para saber distinguir lo
valioso de lo inútil. Y Gould es también excepcionalmente concien
zuda, lo cual contribuye a que en él se concite esa tensión esencial
entre ortodoxia y herejía de que habla Thomas Kuhn: hallar el
equilibrio entre estar lo bastante libre de prejuicios para reconocer
el valor de ideas nuevas, pero no ser tan crédulo como para respe
tar por igual las que son valiosas y las que carecen de valor. Abunda
en ese equilibrio la baja puntuación de Gould en cordialidad: se
trata de un intelectual exigente que sufre a los tontos de mala
gana, una cualidad esencial cuando uno forma parte de un mundo
en el que proliferan las disputas y la mayoría de las ideas son equi
vocadas, pocas aceptables y tan sólo un puñado constituyen revolu
ciones legítimas. Gould tiene un perfil de personalidad que se
presta a liderar revoluciones científicas sin dejarse arrastrar por lo
que, finalmente, podría resultar una revolución fallida. Da la
impresión de que el equilibrio puntuado es, por el contrario, una
revolución triunfante y estos datos nos ayudan a comprender por
qué ha sido Stephen Jay Gould quien la ha encabezado.
170 Las fronteras de la rienda
percentil 96 ~ concienzudo
percentil 79 ~ extrovertido
percentil 25 ~ neurótico
£1 paradigma darwiniano
A diferencia de la mayoría de los grandes personajes, que,
sometidos a un estudio histórico exhaustivo, pierden su aire fabu
loso, cuanto más sabemos de Charles Darwin mayor altura cobra su
figura. Hoy existe todavía una «industria Darwin», de tamaño con
siderable y en constante crecimiento, que constituye uno de los
mayores corpus de bibliografía de la historia de la ciencia. El Pro
yecto Correspondencia de los Archivos Darwin de la Biblioteca de
la Universidad de Cambridge, que promete seguir incólume otro
par de décadas, da fe del enorme interés que despierta el «sabio de
Down» en la comunidad histórica.41 El director de dicho proyecto,
Frederick Burkhardt, me ha informado de que, empezando por
1859, contaremos con un volumen de correspondencia de Darwin
por año entre esa fecha y 1882. El conjunto completo, que quedará
concluido en algún momento del siglo xxi, alcanzará ¡treinta volú
menes!
En 1985, David Kohn publicó The Darwininan Heritage [El patri
monio darwiniano], un exhaustivo manual de 1.138 páginas que
evalúa el estado de la industria Darwin al cumplirse un siglo de la
muerte del naturalista. La bibliografía, de ochenta páginas, contie
ne 3.200 entradas de obras del propio Darwin. Kohn inicia su obra
con una introducción que, muy apropiadamente, titula «A High
Regard for Darwin» [Una gran consideración por Darwin] y en la
que declara: «Lo que caracteriza a la comunidad actual es su creen
cia en la importancia de Darwin. La alta consideración por Darwin
es su principio central»42.
Tres tendencias históricas contribuyen al renacimiento darwi
niano: 1) cambios producidos en la historia de la ciencia a princi
pios de la década de 1960 en virtud de los cuales a los científicos se
les empezó a contextualizar dentro de su cultura; 2) cambios en el
estudio de la biología, especialmente la fructífera aplicación del
darwinismo tras su síntesis moderna; y 3) cambios en la cultura en
general que propiciaron que la educación diera mayor importan
cia a las ciencias físicas y biológicas: la reintroducción de Darwin y
de la teoría evolutiva funcionó como respuesta a los ataques de los
172 Las fronteras de la ciencia
*Adviértase el distinto apoyo que recibió esta teoría antes y después de Galileo.
Véase el texto.
Año
Figura 15. Cambios que experim enta el apoyo a la herética teoría de Co-
pém ico. El distinto respaldo que recibió la revolución copemicana antes
y después de que, en 1610, Galileo anunciara sus observaciones telescópi
cas. Antes de Galileo, las consecuencias ideológicas (es decir, religiosas y
políticas) del sistema copernicano eran demasiado importantes para
ceder ante las pruebas científicas. Después de Galileo, el tiempo y las
rotundas pruebas empíricas contribuyeron a atenuar las objeciones ideo
lógicas. (Cortesía de Sulloway, 1996.)
wo o{/) 0,6
í í Revoluciones técnicas
# Revoluciones radicales
II 0,4
•ss.
A
■ Innovaciones polémicas
Teorías conservadoras
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Figura 17. Tres visiones opuestas del cosmos. Arriba: el universo geocén-
trico/geostático aristotélico-ptolemaico, según aparece en Cosmographia, de Pie-
tro Apiano. Centro: el modelo heliocéntrico copernicano de De revolutimibus
orbium coelestium (1543). Abajo: el modelo de compromiso de Tycho Brahe, en el
cual el Sol, que arrastra consigo a los planetas, se desplaza alrededor de la Tierra,
que continúa ocupando el centro del sistema.
El día en que la Tierra se movió 203
Figura 18. Imagen medieval del cosmos. Un rey medieval que representa a Adas
sostiene sobre los hombros una representación tridimensional del cosmos geo
céntrico. En el centro están los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego),
rodeados por las esferas planetarias, el «Firmamento cristalino» y el zodiaco. La
«Primum Mobile», o motor fundamental, dirige el movimiento de todo el con
junto. (De William Cunningham, The Cosmographical Glasse, 1559.)
210 Las fronteras de la ciencia
Figura 19. Cosmos de Dante, siglo xiv. Esta cosmovisión surgió a raíz del intento de
sintetizar la antigua ciencia griega con la doctrina eclesiástica del siglo xn. En este
cosmos aristotélico-ptolemaico, la Tierra es un globo estacionario situado en el cen
tro del universo y rodeado por nueve esferas translúcidas y rotatorias. Entre la Tie
rra y la Luna se encuentra la zona sublunar. Más allá está la zona supralunar, que cons
ta de ocho esferas en las que se encuentran la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte,
Júpiter, Saturno y las estrellas fijas. La novena esfera es la Primurn Mobik, o motor
fundamental de todo el mecanismo. Más allá de esta esfera se encuentra el paraíso,
donde habitan Dios y los ángeles. (De la Divina comedia, de Dante Aligheri.)
212 Las fronteras de la ciencia
ASIMISMO:
El ORO se corresponde con el SOL, que se corresponde con el CORAZÓN
percentil 77 ~ concienzudo
percentil 73 ~ extrovertido
percentil 6 ~ neurótico
232 Las fronteras de la ciencia
£3 1 .
Dos vistas del telescopio que son una ilustración exacta de los bocetos hechos p o r el árbitro
del señor H am pden y que el doctor C oulcher com probó que eran correctas. La prim era
desde el puente de Welney, la segunda, desde el Puente Viejo de Bedford.
Figura 24. La Tierra no es plana. Para los defensores de que la Tierra es plana, la
prueba ideada por Wallace en el Viejo Canal de Bedford no demostraba nada.
236 Las fronteras de la ciencia
penter, el cual, según afirmó, vio que «los tres objetos estaban en
línea recta y que la Tierra era plana, pero se negó a admitir que la
imagen del gran telescopio demostrase nada». Por su parte, Walsh,
el árbitro oficial, declaró ganador de la apuesta a Wallace y publicó
lo sucedido en el número de Field del 26 de marzo de 1870. Walla
ce obtuvo una merecida victoria. Por lo demás, necesitaba el dine
ro desesperadamente (toda la vida anduvo escaso de fondos y en
busca de trabajo). Hampden, no obstante, escribió a Walsh sin tar
danza «para exigir que le devolvieran el dinero aduciendo que la
decisión era injusta y que el veredicto de la apuesta debió de bene
ficiarlo»10. Según Wallace, en esos m om entos, las leyes inglesas
«invalidaban el resultado de cualquier apuesta». Decían así: «El
perdedor puede reclamar su dinero al depositario de la apuesta si
éste no lo ha entregado ya al ganador. De lo cual se deduce que, si
un perdedor reclama inmediatamente su dinero al depositario, la
ley defenderá su reclamación sobre la base de que se trata de su
dinero»11.
Para Wallace, perder las 500 libras pactadas (el sueldo anual de
un trabajador) y recién ganadas fue, en realidad, la m enor de las
contrariedades. Hampden se convirtió en un incordio de por vida
y redactó una serie de cartas ofensivas a los presidentes y secreta
rios de las sociedades científicas de las que su adversario era miem
bro. La siguiente la dirigió al presidente de la Real Sociedad Geo
gráfica el 23 y el 26 de octubre de 1871:
Si insiste en m antener en su lista de m iem bros a un ladrón y estafa
d or convicto, el tal A. R. Wallace, de Barking, m e veré obligado a
entender que su Sociedad está compuesta principalm ente por cana
llas sin principios que le pagan una comisión estipulada por sus frau
des y se aseguran la confianza de los ingenuos gracias a su relación
con asociaciones presuntam ente respetables.
A pesar de las fanfarronadas de toda la prensa inglesa, J. H.
Walsh, de la Field, y A. R. Wallace [...]son un par de granujas y estafa
dores y lo seguirán siendo por m ucho que sus insolentes partidarios
sean duros como las baldosas de las casas. Le ruego que les inform e
Una personalidad herética 237
de que [...] las denuncias no cesarán hasta que todas las sociedades
a las que pertenezcan semejantes personas acaben en la ruina.12
Los historiadores tenemos una tarea muy poco habitual entre los
buscadores de la verdad. Con objeto de introducimos en la mente
de nuestros predecesores y comprender su forma de pensar, debe
mos olvidar cuanto sabemos, porque juzgarlos a la luz de nuestros
propios criterios sería injusto: ellos no sabían lo que nosotros sabe
mos. Por otro lado, a fin de espigar las lecciones del pasado para
comprender qué ideas eran callejones sin salida y cuáles conduje
ron a la cosmovisión moderna, debemos recordar qué sabemos y
confrontar las ideas de antes con las nuestras, para que la historia,
aparte de amena, sea útil. Es complicado mantener el equilibrio,
especialmente al desplazarse por las zonas fronterizas de la ciencia:
lo que hoy es pseudociencia, para otra época podría ser ciencia.
Las investigaciones que en el terreno del espiritismo que en el siglo
xix realizó nuestro ya conocido y renombrado naturalista británi
co Alfred Russel Wallace, más famoso por su descubrimiento (a la
par que Darwin) de la selección natural, constituyen un caso para
digmático.
Wallace merece nuestra atención no sólo porque fue sincero y
apasionado (muchas personas lo son, pero eso no las convierte en
buenos investigadores), sino porque se le considera uno de los
grandes científicos de su época. ¿Cómo, a través de una serie de
investigaciones (y no a través de creencias religiosas o espirituales
aisladas), llega un científico eminente a aceptar ideas supracientífi-
cas o sobrenaturales? La respuesta no es mera curiosidad científi
ca. Existe un poderoso movimiento social impulsado principal
mente por la Fundación Templeton cuyos intentos de verificar con
pruebas fehacientes algunas creencias como la existencia de Dios,
la eficacia de la oración para curar o la relación entre la culpa, el
perdón y el bienestar, traspasan clara y rotundamente los límites
254 Las fronteras de la ciencia
pia casa con la señorita Nicho], una médium muy conocida. Con
cierta ingenuidad, Wallace afirma en uno de sus textos: «[inicié la
investigación] sin el menor prejuicio [mc] , no guiado por miedos
ni esperanzas, porque sabía que mis creencias no podían afectar a
la realidad»35. Sin embargo, la levitación de la corpulenta señorita
Nichol y el nacimiento de flores frescas en mitad del invierno le
convencieron de que era necesario continuar investigando.
A diferencia de tantos otros que, impulsados por motivaciones
religiosas, han pretendido confirmar la existencia de un mundo
espiritual, Wallace iba en busca de una explicación natural de lo
sobrenatural. De hecho, The Scientific Aspects of the Supematural es
un denodado intento de demostrar que los fenómenos sobrenatu
rales «no son en realidad milagrosos porque supongan una altera
ción de las leyes de la naturaleza. Si yo entendiera los milagros en
tal sentido, los repudiaría tan tajantemente como el más acérrimo
de los escépticos»36. En un típico rasgo de científico minucioso,
Wallace empezaba su análisis de los milagros apelando al escéptico
David Hume: «Hume opinaba que, por generalizado que fuese,
ningún testimonio es demostración suficiente de un milagro» por
que, «en general, un milagro es por definición una violación o sus
pensión de una ley de la naturaleza» y «las leyes de la naturaleza
constituyen la más acabada expresión de las experiencias acumula
das de la especie humana»37. Pero entonces, si los acontecimientos
relacionados con el mundo de los espíritus que estudiaba Wallace
no eran milagros, ¿qué eran? Según él: «El supuesto milagro tiene
que deberse a alguna ley de la naturaleza que aún desconoce
mos»38. Que seamos incapaces de comprender o explicar tales
hechos no significa que carezcan de causa o que su causa sea mila
grosa. Lo que pasa es que hay que descubrirla: «Hace un siglo
nadie habría creído que era posible enviar un telegrama, que
ahora puede recorrer cinco mil kilómetros, o hacer una fotografía,
que tan sólo requiere cinco segundos, y sólo los ignorantes y los
supersticiosos que creen en los milagros habría dado crédito a los
testimonios»39. Por consiguiente, concluye Wallace, «es posible
que existan seres inteligentes capaces de intervenir en la materia
270 Las fronteras de la ciencia
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Figura 26. Dibujo de Wallace en el diario del viaje que realizó por Estados Uni
dos. Está fechado el 18 de diciembre de 1886. El codescubridor de la selección
natural asistió a una sesión de espiritismo en la que ataron a la médium para que
no pudiera hacer ningún truco (eso pensaba Wallace). El se sentó cerca de la
puerta («AW») para evitar otros engaños. A pesar de tales precauciones, aparecie
ron unas figuras femeninas vestidas de blanco y un hombre en quien un caballe
ro reconoció a su hijo. También un indio alto con mocasines blancos.
Hace mucho, mucho tiempo, en una época muy, muy lejana vivían
unas personas que coexistían con la naturaleza en equilibrio y
armonía, de la Madre Tierra cogían sólo lo que necesitaban y, una
vez cogido, le devolvían cuanto de provecho quedaba. Las mujeres
y los hombres convivían en igualdad y no había guerras ni conflic
tos. Todos vivían felices y su vida era próspera y larga. Los hombres
eran apuestos y musculosos, organizaban expediciones de caza
bien coordinadas y volvían a casa con el alimento necesario para
mantener a la familia. Las mujeres, de piel bronceada y desnudos
senos, llevaban a sus hijos en brazos y recolectaban bayas y frutos
secos que complementaban con las piezas obtenidas en la caza. Los
niños jugaban en los riachuelos cercanos y soñaban con el día en
que también ellos serían mayores y cumplirían su destino, el desti
no del pueblo perfecto.
Mas luego llegó el malvado imperio, el de los varones europeos
blancos aquejados de diversas enfermedades: imperialismo, indus
trialismo, capitalismo, cientificismo y otros «ismos» derivados de la
codicia, la despreocupación y el cortoplacismo propios de la espe
cie humana. Esos hombres empezaron a explotar el entorno, los
ríos se contaminaron, la polución corrompió el aire y, expulsada
de sus tierras, la gente guapa fue esclavizada o, simplemente, asesi
nada.
A esta tragedia, sin embargo, se le podría dar la vuelta si volviéra
mos a vivir de la tierra y cultivásemos únicamente los alimentos nece
sarios, consumiendo sólo lo suficiente para sobrevivir. Si tal cosa ocu
rriera, todos nos amaríamos los unos a los otros y amaríamos
también a nuestra Madre Tierra, que cuida de nosotros, como suce
día hace mucho, mucho tiempo, en una época muy, muy lejana.
282 Las fronteras de la ciencia
Figura 27. Hace dos mil años, la agricultura desplazaba paulatinamente a la caza, la pesca y la
recolección y el ritmo del cambio medioambiental se aceleró. También están indicados los
primeros centros de producción de alimentos. (Adaptado de Roberts, 1989, p. 121.)
293
294 Las fronteras de la ciencia
sabemos que las aves moa eran parecidas a los avestruces y se divi
dían en una decena de especies distintas: tenían como mínimo un
metro de altura y veinte kilos de peso pero podían alcanzar tres
metros y pesar más de doscientos kilos. Se conservan algunas
mollejas de aves moa que contienen polen y hojas de docenas de
especies vegetales, lo cual nos da una pista de cuál era el medio
ambiente de Nueva Zelanda. Por si esto fuera poco, las excavacio
nes arqueológicas realizadas en la Polinesia revelan que el ecocidio
había empezado antes de la llegada del maldito hombre blanco .28
Se cree que las aves moa evolucionaron hasta perder la capaci
dad de volar gracias a un entorno en el que, durante millones de
años, no existieron predadores. Su súbita extinción en el momen
to en que llegaron los primeros polinesios -los maoríes- nos ofrece
ciertos indicios. Aunque muchos biólogos han sugerido que la
causa de la extinción fue un cambio en el clima o que la caza por
parte de los maoríes fue la gota que colmó el vaso en un entorno
que ya experimentaba un cambio drástico, Jared Diamond da en el
clavo cuando nos revela que la extinción se produjo en un período
en que Nueva Zelanda disfrutaba del mejor clima de su historia .29
Habría sido mucho más lógico pensar como detonante la extin
ción en la glaciación precedente. Por otro lado, los huesos de ave
de los yacimientos maoríes que han sido datados con carbono 14
indican que todas las especies de aves moa abundaban todavía
cuando desembarcaron los maoríes alrededor del año 1000 d. C.
En el año 1200 d. C., es decir, seis siglos antes de la llegada de los
europeos, no quedaba ninguna. ¿Qué pasó?
Los arqueólogos han descubierto yacimientos maoríes con un
número de entre cien mil y quinientos mil esqueletos de aves moa,
una cifra diez veces superior a la de animales de esa especie vivos
en un momento determinado. En otras palabras, los maoríes mata
ron aves moa a lo largo de varias generaciones hasta que acabaron
con todas.30 ¿Cómo consiguieron hacerlo con tanta facilidad?
Como Darwin y los hambrientos marineros que pasaron por las
Galápagos descubrieron, los animales que evolucionan en un
entorno sin grandes predadores no suelen temer a los predadores
El mito del pueblo perfecto 297
re c ié n lle g a d o s, n i s iq u ie ra a lo s h u m a n o s . D a la im p re s ió n d e q u e
las av es m o a f u e r o n p a r a lo s m a o ríe s lo q u e lo s b ú fa lo s p a r a lo s
c a z a d o re s a rm a d o s a m e ric a n o s: b la n c o s fáciles. E l p u e b lo p e rfe c to
d e los m a o ríe s e x te rm in ó , p u e s, u n o d e sus m a y o re s re c u rso s.
2. La América nativa. Cuando hace unos veinte mil años (las esti
maciones varían considerablemente) unos humanos anatómica
mente modernos cruzaron el estrecho de Bering desde Asia para
introducirse en América, encontraron una tierra llena de grandes
mamíferos: mamuts y mastodontes, osos perezosos de hasta tres
toneladas, gliptodontes (bestia parecida al armadillo) de una tone-
leda, castores como osos de grandes y carnosos felinos de afilados
dientes, por no mencionar a leones, guepardos, camellos, caballos
y otros grandes mamíferos nativos de América. Y ahora, todos se
han extinguido, ¿por qué?
C. A. Reed ha sugerido que esas especies fueron incapaces de
adaptarse al período de rápido cambio climático de finales de la últi
ma glaciación.31 Pero la temperatura del planeta ascendía, no des
cendía, lo cual significa que, a medida que los glaciares retrocedían,
había más nichos que llenar y no menos; además, los procesos de
extinción de especies comparables que se produjeron al término de
glaciaciones previas no habían alcanzado esas dimensiones. Paul
Martin y Richard Klein han apuntado a los enormes yacimientos de
«matanza» donde entre un número ingente de huesos se han
encontrado puntas de lanza clavadas en la caja torácica de mamuts,
bisontes, mastodontes, tapires, camellos, caballos, osos y otros ani
males, restos, evidentemente, de múltiples especies que los humanos
habían cazado hasta hacerlas desaparecer.32 Como eran mamíferos
que se habían adaptado tan bien al calor como al frío, es improbable
que el clima fuera la causa de su extinción. Con un juicio muy equili
brado, G. S. Krantz sostiene que el clima y la caza pudieron interve
nir conjuntamente en la extinción completa de muchas especies y
explica que los cazadores humanos también pudieron ocupar el
nicho dejado por los carnívoros que mataban, y en el proceso ame
nazaban el nicho de herbívoros como el ahora extinto oso perezoso
del monte Shasta de Estados Unidos.33 De un modo u otro -debido
298 Las fronteras de la ciencia
Figura 28. Pueblo Bonito, en el cañón del Chaco, en Nuevo México, es una mues
tra de la magnífica y monumental arquitectura de los anas azi, «los antiguos», de
América del Norte. Hoy, estos vestigios urbanos se erigen en medio de un desier
to seco y árido. ¿Qué les pasó a «los antiguos»? Al parecer cometieron un ecoci-
dio y fueron incapaces de resolver su problema de ecosupervivencia.
300 Las fronteras de la ciencia
Figura 29. Machu Picchu, la «ciudad perdida» de los incas. ¿Qué les ocurrió a los
más de mil habitantes de esta remota ciudad de los Andes? Nadie lo sabe. Es uno
de los grandes misterios de la historia. Es posible que la población superase la
capacidad de sustento de tan reducido ecosistema y los incas, incapaces de resol
ver su problema de ecosupervivencia, se vieran obligados a abandonarla. Adviér
tanse las extraordinarias limitaciones de las terrazas de cultivo que se acumulan
en los abruptos riscos que rodean la ciudad. (Adviértanse también los fieles de la
Nueva Era que, vestidos de blanco y entonando mantras, celebran la «convergen
cia armónica» de las energías de la Tierra que, según ellos, se producía ese día.)
302 Las fronteras de la ciencia
C A U S A S ULTIM A S
figura 30. Veintidós mil años de cambios en el medio ambiente. El tiempo corre
de arriba abajo; se destacan dos grandes saltos: el Neolítico y la Era Común. Las
alteraciones medioambientales a raíz del clima forman parte de la historia del
medio ambiente y constituyen la causa más profunda del cambio. Las modifica
ciones inducidas por el hombre forman parte de la historia del medio ambiente y
de la historia humana. Ésta, en un bucle de retroalimentación con las transfor
maciones culturales, es la causa superficial del cambio. (Adaptado de Roberts,
1989, p. 183.)
308 Las fronteras de la ciencia
con el premio Nobel, afirma que uno tiene que «tener muchas
ideas y descartar las malas. [...] No se tienen buenas ideas si no se
tienen muchas y una especie de principio de selección»8. Para
Simonton, que en esto parece remedar a Forrest Gump, genio es el
que hace genialidades: «un individuo a quien se le reconoce el
mérito de tener ideas creativas o creaciones que han dejado una
huella profunda en una disciplina intelectual o estética en particu
lar. En otras palabras, el genio creativo adquiere eminencia cuan
do lega a la posteridad un gran corpus de contribuciones tan origi
nales como adaptativas. De hecho, los estudios empíricos han
demostrado repetidamente que el factor de predicción más pode
roso de la eminencia de una persona dentro de una disciplina
creativa es el número de creaciones influyentes que ha dado al
mundo»9.
En ciencia, por ejemplo, el factor de predicción más seguro
para saber a quién le van a conceder el Nobel es la cantidad de
citas en las publicaciones científicas. Asimismo, advierte Simonton,
Shakespeare es un genio literario no sólo porque escribiera bien,
sino porque «probablemente sólo la Biblia se encuentra en más
hogares de personas de habla inglesa que el volumen de sus obras
completas». Y en la música, a propósito de mi tesis, Simonton seña
la: «A Mozart se le considera un genio musical mayor que Tartini
en parte porque en el repertorio clásico es treinta veces más fre
cuente encontrar su música que la del músico italiano. De hecho,
casi una quinta parte de la música clásica que se ha interpretado en
la época moderna es obra de sólo tres compositores: Bach, Mozart
y Beethoven»10.
Fui testigo de un ejemplo espléndido de este proceso de varia
ción-selección mientras llevaba a cabo un análisis del contenido
del currículum vitae de un científico eminente para un proyecto
de investigación sobre Cari Sagan y las llamadas biografías cuantita
tivas. Al examinar los currículos de Cari Sagan, Stephen Jay Gould
y Jared Diamond, centenares de ensayos, artículos, reseñas y
comentarios de todos ellos me revelaron cómo crearon sus gran
des obras. Por ejemplo, al leer Armas, gérmenes y acero, un libro de
El mito de Amadeus 317
Kekulé puede por tanto ser más un caso de ensueño, de soñar des
pierto, en que uno se pierde en sus pensamientos, pero no se queda
dormido y sueña. Y al decir «sueño», Kekulé bien puede referirse a
una forma de pensar, como en «Sueño con ganar el premio Nobel».
En realidad, en la frase que sigue a la cita que acabo de reproducir,
Kekulé aconseja a su público que «nadie conozca sus sueños antes
de haberlos comprendido cuando estamos despiertos». Por supues
to, resolver un problema a base de trabajo resulta mucho menos
romántico que hacerlo inspirado por un sueño.
En segundo lugar, la referencia a la imagen de la serpiente que
se muerde la cola se deriva de su descripción de un movimiento de
retorcimiento, de torsión, semejante al de una serpiente, lo cual
quiere decir que, está hablando en sentido figurado, que establece
una analogía con algo conocido para explicar algo desconocido,
recurso que todos utilizamos en nuestras explicaciones: el sistema
solar es como un reloj gigante, la memoria es como un holograma.
La metáfora y la analogía son muy útiles para resolver problemas,
pero pueden nublar nuestra forma de entender el funcionamiento
de la mente creativa y no tienen nada de milagroso.
Darwin y Wallace. Frank Sulloway ha hecho añicos el mito de que
Darwin descubrió la evolución en las Galápagos al demostrar de
forma concluyente que, aun habiendo completado su travesía de
cinco años en el Beagle, no se decantó por la teoría de la evolución
en detrimento del creacionismo hasta que regresó a Inglaterra, y
sólo a través de un lento proceso. Es cierto que advirtió las diferen
cias entre las aves y las tortugas en las distintas islas del archipiélago
de las Galápagos, pero en ese momento no se percató de la impor
tancia de esa variación geográfica y tuvo que recurrir a las notas y
muestras de personas que le acompañaban, entre ellos Robert Fitz-
Roy, capitán del Beagle y abanderado del creacionismo. La conver
sión se produjo de forma gradual, no súbitamente. Sulloway la
explica así: «Al contrario de lo que dice la leyenda, no parece que
los pinzones de Darwin inspirasen sus primeras consideraciones
teóricas sobre la evolución, ni siquiera cuando, finalmente, en
326 Las fronteras de la ciencia
más apto; es decir, que los animales que no superaban esos controles
tenían que ser, en conjunto, inferiores a los que sí los superaban. Y
entonces, considerando las variaciones que continuamente se pro
ducen en toda nueva generación de animales o plantas y los cam
bios también continuos del clima, la alimentación y los enemigos de
la especie, el método de modificación concreta se me apareció con
claridad y en dos horas eufóricas esbocé los puntos principales de la
teoría.24
La memoria, sin embargo, es selectiva y puede inducir a error. Esa
es la razón de que los historiadores desconfíen de las fuentes auto
biográficas y de las reconstrucciones que en momentos tardíos de
la vida se hacen de acontecimientos anteriores. «Supervivencia del
más apto» es una expresión acuñada por Herbert Spencer en
1861. Asimismo, en 1858 Wallace ya había pasado cuatro años en la
jungla amazónica y otros cuatro en el archipiélago malayo, y entre
tanto había considerado la relación de la transformación de las
especies con sus distintas variedades geográficas. El «momento ajá»
sólo se produjo tras muchos años de meticulosa recogida de datos
y reflexión exhaustiva del problema. (Véase el capítulo 11 para los
detalles del codescubrimiento por parte de Wallace y Darwin de la
selección natural.)
Galois. La trágica historia del matemático francés Evariste Galois
(1812-1832), que murió a la edad de veinte años en un duelo por
una «infame coqueta», es legendaria en los anales de la historia de
la matemática. Estudiante brillante y precoz, Galois sentó las bases
de una rama de las matemáticas llamada teoría de grupos. La
leyenda cuenta que escribió su teoría la noche antes del duelo en
que murió porque anticipaba su muerte y deseaba dejar su legado
a la comunidad matemática. El 30 de mayo de 1832, horas antes de
su muerte, Galois escribía a su amigo Auguste Chevalier: «He
hecho nuevos descubrimientos. El primero atañe a la teoría de las
ecuaciones, el segundo a las funciones integrales». Después le
pedía: «Solicita una declaración pública ajacobi o a Gauss y que
328 Las fronteras de la ciencia
genes suijan ante uno como objetos, con una creación paralela de
expresiones concurrentes, sin la menor sensación o conciencia de
esfuerzo. Al despertar le pareció tener un recuerdo nítido de todo,
y, tras coger pluma, tinta y papel, escribió al instante y con entusias
mo los versos que aquí quedan preservados. En ese momento y por
desgracia le visitó por un asunto de negocios cierta persona de Por-
lock y le retuvo durante más de una hora. Al regresar a su habitación
encontró, con no pequeña sorpresa y para su mortificación, que, si
bien todavía retenía un vago y tenue recuerdo del sentido general
de su visión, con la excepción de ocho o diez versos e imágenes, el
resto se había desvanecido como se desvanecen los reflejos sobre la
superficie del agua al tirar una piedra, y en este caso, ay, sin que
luego volviera a restablecerse,27
Antes de discutir la autenticidad de los recuerdos del poeta, exami
nemos su declaración. En primer lugar, aunque Coleridge afirma
que se quedó dormido, no dice que soñara; dice, en cambio, que
cobró una «vivida confianza», por mucho que no sepamos a qué se
refiere. Además, cuando dice «que las imágenes suijan ante uno
como objetos, con una creación paralela de expresiones concu
rrentes», ¿se refiere a imágenes confusas, a versos concretos o a
ambas cosas? Al despertar escribe lo que recuerda, pero ¿crea
entonces poesía a partir de imágenes o sigue, esencialmente, el
dictado de su mente inconsciente? Tampoco esto queda claro.
¿No sería razonable pensar que unas imágenes vagas pueden
inspirar un poema? Una vez más, recordemos lo que Coleridge
leyó en Purchas’sPilgrimage: «Aquí ordenó Rublai Kan construir un
palacio y un jardín majestuoso. Por esa razón, cercaron veinte kiló
metros de terreno fértil con un muro». Al quedarse dormido, apa
rece la imagen en su mente: un proceso normal de incorporación
de estímulos externos a los sueños, como cuando soñamos con
una canción y nos despertamos y nos damos cuenta de que está
sonando en la radio. Coleridge despierta, recuerda las imágenes y
escribe:
330 Las fronteras de la ciencia
nales nos remite a las musas, las diosas de la inspiración, y, por tanto,
uno adquiere cierta condición divina.
Newton. Todo el mundo conoce la historia de Newton y la manza
na. La mayoría de los estudiantes de física han oído por lo menos
una tosca versión del annus mirabilisde Newton en 1665 y 1666,
cuando consiguió evitar la peste que asolaba Londres y regresó a su
casa de Woolsthorpe, donde pudo reflexionar y gestar sus ideas
más brillantes. El mito del año milagroso proviene, lo cual no es de
extrañar, del propio Newton, y la mayoría de los escritores poste
riores citan su descripción manuscrita:
A principios del año 1665 descubrí el método de aproximación de
series y la norma para reducir cualquier potencia de cualquier bino
mio a una serie. En el mes de mayo del mismo año descubrí el méto
do de tangentes de Gregory y Slusius, y en noviembre di con el
método directo de fluxiones. En enero del año siguiente formulé la
teoría de los colores y en mayo el método inverso de fluxiones. Y ese
mismo año empecé a pensar que la gravedad se extendía a la órbita
de la Luna y (habiendo averiguado cómo calcular la fuerza con la
que [un] globo que gira en el interior de una esfera presiona la
superficie de la esfera) a partir de la ley de Kepler, la que afirma que
el período orbital de los planetas está en proporción sesquialterada
a la distancia desde el centro de su órbita, deduje que las fuerzas que
mantienen a los planetas en su órbita deben ser proporcionales al
cuadrado de su distancia desde el centro sobre el cual orbitan, y, por
tanto, comparé la fuerza necesaria para que la Luna se mantenga en
su órbita con la fuerza de la gravedad en la superficie de la Tierra y
hallé la respuesta muy pronto. Todo esto sucedió en los dos años de
la peste: 1665-1666. Porque en aquellos días yo era la figura princi
pal de la época en invención, matemáticas y filosofía, y lo era más
entonces de lo que luego he podido volver a ser.29
Mucho se ha escrito sobre este pasaje, pero no hay que olvidar que
fue escrito cincuenta años después de los acontecimientos, y ya
332 Las fronteras de la ciencia
La evolución de un hereje
En 1847, en una visita a Londres para cerrar un negocio de su
hermano, Wallace visitó la sala de entomología del Museo Natural
de Historia. Quedó tan impresionado que le propuso a Bates que
organizaran una expedición conjunta al Amazonas para, en pala
bras de Bates, «recoger pruebas, como el señor Wallace me expre
só en una de sus cartas, “con vistas a resolver la incógnita del origen
de las especies”, tema sobre el cual habíamos conversado y mante
nido correspondencia»13.
El 20 de abril de 1848 Bates y Wallace, éste con veinticinco años,
zarparon de Inglaterra. Wallace llevaba los ahorros de su vida, cien
libras esterlinas, e imaginaba que le bastarían hasta que pudiera
empezar a vender a los coleccionistas de Inglaterra los especíme
nes amazónicos que esperaba encontrar. Y así fue. El primer carga
mento que desembocó en un puerto inglés estaba compuesto por
cuatrocientas mariposas, cuatrocientos cincuenta escarabajos y mil
trescientos insectos de diversos tipos. La recompensa pecuniaria
no tardó en llegar y la expedición recibió el primero de sus múlti
ples impulsos financieros. En 1850 Wallace y Bates se habían inter
nado más de mil quinientos kilómetros por el curso del Amazonas
y el 26 de marzo se separaron: Bates se fue a explorar el Solimoens,
o Alto Amazonas, Wallace el río Negro y el Uaupes, desconocido. A
Wallace se unió entonces su hermano Herbert y, entre sus diversas
actividades, «practicaron la hipnosis» con algunos nativos predis
puestos; Wallace había aprendido esta habilidad de Spencer Hall
en Leicester en 1844 (y le sería muy útil en sus posteriores odiseas
en el mundo del espiritismo).
Algún tiempo después sería víctima de la malaria y otras enferme
dades. Así pues, en el verano de 1852 se dispuso a volver a Inglaterra.
Pero la verdadera aventura estaba a punto de comenzar. Wallace
contaría a los lectores de Zoologist los dramáticos acontecimientos
que se produjeron en la travesía de regreso.14 El 6 de agosto a las
nueve de la mañana vieron «humo saliendo por las escotillas». El
barco se incendiaba y «el humo era cada vez más espeso y asfixiante y
no tardó en invadir el camarote, del que fue muy difícil rescatar las
Pacto entre caballeros 343
o 29, y luego dice que cree que la carta a Lyell «del 18 desde Down»
que anuncia la llegada de los textos de Wallace fue, en efecto, escri
ta el 18, lo cual deja fuera la opción de los días 28 y 29 de mayo.
Peor aún, Brooks da por sentado que la carta de Wallace a Bates
que llegó a Londres (lleva matasellos de esa fecha) el 3 de junio iba
en el mismo lote que la carta y el ensayo que Wallace envió a Dar
win. Lo cual no es un hecho demostrado, sino una inferencia. Pero
si fuera cierto anularía las dos fechas de mayo y, presuponiendo
que Darwin no mintió en la carta a Lyell en la que fechaba la recep
ción del material de Wallace el mismo día (el 18), el mes de recep
ción debió de serjunio y no mayo.
H. L. McKinney, biógrafo de Wallace, también incurre en algu
nas incoherencias. En primer lugar, llega a la conclusión de que,
entre Malaya y Londres, el correo solía tardar diez semanas y, por
tanto, de que «diez semanas desde el 9 de marzo, fecha del envío,
se cumplen exactamente el 18 de mayo, un mes s*ntes de que Dar
win admitiera haberla recibido». McKinney señala a continuación
la carta de Wallace que Bates recibió el 3 de junio y extrae la
siguiente conclusión: «Es razonable suponer que el envío de Walla
ce a Darwin llegó en la misma fecha y le fue entregado a Darwin en
Down House el 3 de junio de 1858, el mismo día que la carta para
Bates llegó a Leicester». McKinney explica el espacio de tiempo
comprendido entre el 18 de mayo y el 3 de junio del siguiente
modo: «Teniendo en cuenta los habituales retrasos en tales asun
tos, podemos conceder cierto margen, si bien un mes parece un
tiempo excesivo»34. De acuerdo, pero entonces ¿por qué no pensar
en «retrasos» y «conceder cierto margen» a la carta enviada a
Bates? ¿Y qué hizo Darwin en todo ese tiempo con el manuscrito
de Wallace? McKinney zanja sabiamente la discusión con «una
serie de interrogantes», pero luego insinúa que Darwin pudo lle
nar en ese tiempo las lagunas «sobre la divergencia en su versión
larga de El origen, que dio por concluida el 12 de junio»35.
¿En qué quedamos? O la carta a Bates es una prueba condenato
ria o no lo es. Tanto Brooks como McKinney tienen que decantarse
por una u otra posibilidad. No pueden afirmar que la carta de Walla-
Pacto entre caballeros 355
DARWINISM
ah s if o s m o s o r tb x
BY
loníon
MACMILLAN AND 00.
AtfD H B » TOBE
1889
va no nula, sino que nos ofrece una visión lúcida del carácter inter-
dependiente del progreso científico en particular y de los cambios
históricos en general.
En ese artículo se puede comprobar cuán generoso fue al ceder
la mayor parte del mérito a Darwin (a quien llama «mi laureado
amigo y maestro»), sin dejar, al mismo tiempo, de destacar lo que
había hecho y lo que no. El documento también hace gala de la
obligada modestia en la recepción de tales honores: el autor reco
mienda, por ejemplo, repartir los méritos «en función del tiempo
que cada uno hemos dedicado al asunto [...] es decir, veinte años
frente a una semana»48.
Wallace descubrió y describió la selección natural en el curso de
una semana de finales de febrero de 1858, pero los cuatro años
que pasó en la selva tropical amazónica y los ocho en el archipiéla
go malayo apenas representan una semana frente a los veinte años
que Darwin dedicó a la teoría (en realidad, Darwin hizo un viaje de
cinco años y los dos de Wallace suman doce). Es cierto, sin embar
go, que si Darwin hubiera publicado sus trabajos «a los diez, a los
quince o incluso a los dieciocho» y no a los veinte años de iniciar su
cuaderno (1838), Wallace no habría participado en el hallazgo y se
habría considerado a Darwin «el único e indiscutible descubridor
de la “selección natural”»49. El hecho, sin embargo, es que Darwin
esperó veinte años y probablemente habría esperado más si Walla
ce no hubiera facilitado su estallido productivo.
Asimismo, para el historiador moderno interesado en el papel
histórico relativo de la contingencia (un acontecimiento inespera
do) y la necesidad (fuerzas y tendencias que impelen a llevar a
cabo ciertas acciones), resulta interesante advertir que Wallace es
muy consciente de la función de las fuerzas históricas en la apari
ción de los descubrimientos científicos. Por ejemplo, después de
aclarar primero que Darwin y él descubrieron de forma indepen
diente y no simultánea la selección natural («a Darwin se le ocurrió
la idea en octubre de 1938, casi veinte años antes que a mí, que la
tuve en febrero de 1858»), admite el papel de lo contingente en la
ciencia: «Fue un momento de singular buena suerte que me per-
364 Las fronteras de la ciencia
CHARLES DARWIN
a n d ALFRED RUSSELWALLACE
M A D E T H E FIRST C O M M U N IC A T IO N
O FTH EIR V IE W SO N
THE ORÍGIN OF SPECIES
BY NATURAL SELECTION
AT A MEETING O FTH E L1NNEAN SOCIETY
1STJULY1858 1ST JULY 1908
ría de la creación y admitía que la evolución era «más que una teo
ría» (en el sentido más popular, es decir, que era algo más que una
hipótesis y algo menos que una ley), pareció que nuestros dilemas
habían terminado y que tanto en religión como en política podían
entonarse ya loas a la teoría de Darwin.2 Pero entonces, en 1999, el
estado de Kansas declaró opcional la enseñanza de la evolución en
los colegios públicos, una decisión en nada ajena a la revitalización
del intento de vincular ciencia y religión patrocinado por la Funda
ción Templeton, asociado a su vez con el auge del creacionismo del
«diseño inteligente» y de argumentos de apariencia tan sofisticada
como el de la «irreductible complejidad». Se diría, pues, que la
noticia de la muerte del creacionismo era prematura y que la hege
monía de la ciencia sufría un ataque en todos los frentes.3
Incluso en el seno de los círculos puramente científicos es polé
mica la teoría de la evolución. No se cuestiona el hecho de la evolu
ción, por supuesto, sino cómo se produjo. ¿Evolucionó la vida de
forma gradual o a impulsos puntuales?4 ¿Evolucionó la vida de for
mas más simples a más complejas a raíz de las tendencias progresi
vas que dictan las leyes de la naturaleza o se hizo cada vez más com
pleja porque, sencillamente, es imposible que recupere la
simplicidad del momento en que surgió?5 ¿Evolucionaron todas las
razas en un mismo lugar y luego se extendieron por todo el
mundo (la hipótesis del origen africano) o los diversos grupos
humanos siguieron recorridos evolutivos particulares tras instalar
se zonas diferentes (la hipótesis «del candelabro»)?6 ¿Evolucionó
el cerebro hasta alcanzar su tamaño actual como resultado del
desarrollo del organismo o el cambio dependió del entorno
social?7 ¿Se debe el tamaño del cerebro sobre todo a factores de
selección o a algún accidente de la naturaleza?8Y un interrogante
todavía más controvertido: ¿reflejan las diferencias de cociente
intelectual entre las razas diferencias del proceso evolutivo (y por
tanto genético) de esas razas, que evolucionaron en entornos dis
pares, o prejuicios culturales modernos?9
Hoy estos y muchos otros mitos y misterios rodean la evolución
humana al igual que a principios del siglo xx, cuando la ciencia
El gran fraude del hueso 371
no, en una gravera de la cuenca del río Ouse, al norte de Lewes, Sus-
sex. El espécimen ha suscitado un enorme interés por la precisión
con la que, según se afirma, ha sido establecida su edad geológica.
C R Á N E O P A L E O L ÍT IC O
PR IM E R A PR U E B A D E N U E V O T IP O H U M A N O
1996.
25. Véanse Fagan, 1996, y Lambert, 1997, sobre el desempeño profesional
de la arqueología, y Feder, 1999, para un debate sobre el mal uso de la
arqueología.
26. Nickerson, 1998.
27. El defensor más ruidoso de la fusión fría es Gene Mallove, editor fun
dador de la revista Infinite Energy. Mallowe, que apareció en mi progra
ma de radio para debatir con Robert Park, es un incansable cruzado
de lo que considera patentes injusticias morales contra el pueblo esta
dounidense por negar esas fuentes de energía.
28. Cuatro análisis imparciales y exhaustivos del fenómeno ovni y de las
abducciones extraterrestres son los de Sagan, 1996, Matheson, 1998,
Bartholomew y Howard, 1998, y en especial Achenbach, 1999, quien
no sólo estudia el movimiento de los ovnis y de abducción extraterres
tre, sino que establece diferencias muy importantes entre éste y el pro
grama SETI, la NASA y otras organizaciones científicas con objetivos
similares pero métodos radicalmente distintos.
29. Para el último y más exhaustivo análisis del movimiento creacionista
véase Pennock, 1999.
30. Miller, 1999, demuestra la vacuidad de las teorías creacionistas sobre
el origen de la vida.
31. Véase el número especial de Skeptic dedicado a los escépticos del virus
VIH, vol. 3, n.fi 2, citado en Harris, 1995.
32. Para una perspectiva muy escéptica sobre la hipnosis véase Baker,
1990 y 1992. La historia más académica y exhaustiva de la hipnosis es
la de Gauld, 1992.
33. Hilgard, 1968.
34. Hilgard, 1977.
1. £1 filtro del saber
1. En Campbell, 1992, p. 18.
2. Dyson, 1997, pp. 20-21.
3. Ibíd.
4. Un relato exhaustivo y en primera persona de su papel en el desastre
del Challenger la relata Feynman en « WhatDo You Cañe What OtherPeopk
Notas 389
8. Ibíd.
9. Mayr, 1982, p. 835.
10. Cohén, 1985, p. 35.
11. Citado en Sulloway, 1996, p. 539.
12. Ibíd.
13. Sulloway, 1990, p. 15.
14. Ibíd., p. 1.
15. Ibíd., p. 6.
16. Ibíd., p. 10.
17. Ibíd., p. 12.
18. Ibíd., p. 8.
19. Ibíd., p. 7.
20. Sulloway, 1996, p. 154.
21. Ibíd., p. 178.
22. Cohén, 1985.
23. Koestíer, 1959, p. 284.
24. Ibíd, p. 285.
25. Ibíd, p. 286.
26. Crombie, 1979, pp. 176-177.
27. Kuhn, 1957, p. 264.
28. Ibíd.
29. Cohén, 1985, p. 106.
30. Ibíd.
31. Ibíd., pp. 123-124.
32. Correspondencia personal.
33. Para una crónica detallada de esta secuencia desde Aristóteles a
Copémico, véase Munitz, 1957.
34. Para un resumen completo de este sistema, véanse Tillyard, 1944;
Koestler, 1959, pp. 51-79; Cohén, 1960, pp. 24-52; y Olson, 1982, pp.
138-141.
35. Tillyard, 1944, pp. 19-33.
36. Ibíd., p. 125.
37. Daly, 1979, p. 5.
38. Daly, p. 9.
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Indice analítico y onomástico
A
Serie s u p e r v i v e n c ia s
■Alicia, la historia de mi vida, Alicia A pplem an-Jurm an
• Viaje al silencio, Sara Maitland
• Diario de un lobo. Pasajes del mar Blanco, M ariusz W ilk
• Si un árbol cae. Conversaciones en tomo a la guerra
de los Balcanes, Isabel Núñez
Serie LECTURAS
•Juego sucio. Fútbol y crimen organizado, Declan Hill
• Placebo. El triunfo de la mente sobre la materia en la medicina moderna,
Dyian Evans
• La Honorable Sociedad. La mafia siciliana y sus orígenes, Norman Lewis
• Muchos mundos era uno. La búsqueda de otros universos, Alex Vilenldn
Serie v id a s Y l e t r a s
• El mundo formidable de Franz Kafka. Ensayo biográfico, Louis Begley
- Cambio de rumbo. Crónica de una vida, Klaus Mann
Serie a c o n t r a t ie m p o
■Moonwalk, Michael Jackson
• Un viaje de miles de kilómetros. Mi autobiografía, Lang Lang
• Michael Jackson. La magia y la locura, la historia completa,
J. Randy Taraborrelli
• Mi música, mi vida, Ravi Shankar
• Miles. La autobiografía, Miles Davis y Quincy Troupe
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