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Unidad 1 – Tradición y cambio

Integrantes: _______________________; ____________________; ___________________


Curso: ______ Fecha: ____________
Obj 1: Analizar e interpretar textos literarios de carácter reflexivo argumentativo de autores chilenos y
latinoamericanos de los siglos XIX y XX
Jongal Jigeen: la ablación
Solo escuché un rugido, seguramente inventé un león. Espero ese momento. Ahora me pierdo y mi madre me
encuentra y me convence y quiero memorizar lo que me dice, sus palabras son como viento que arranca piedras de
la tierra. Quiero creer en lo que ella repite una y otra vez. Madre teje mi vestido. Tiene los colores de la ceremonia
de la oscura cueva donde me encerrarán. El vestido se incendia y se deshace rápidamente, debe ser porque no he
dado nada a cambio y ella espera. Quisiera darle mi dedo o mi oreja. Madre ya sabe cómo es. En esta espera tienes
que dar algo a cambio. Pero yo no tengo nada. Yo solo tengo mi carne y tampoco la tengo porque no me
pertenezco. Hace calor en este risco desde donde puedo ver la inmensidad vestida de calma. Me siento poderosa
porque veo todo chiquitito. Son los poros de la tierra lo que veo más allá. Esta tierra rojiza que respira de forma
acelerada, salpicando de polvo la memoria. Una vez más escucho ese rugido que me persigue. Madre aparece con
su peinado de reina maltrecha.
-Pierdes un trozo de carne y ganas dignidad, dice ella mientras teje en la cima de este risco. Ya hemos pagado un
kilo de jabón negro y 5,000 francos; las ceremonias tienen su precio. Todo tiene un precio.
- ¿Cuánto cuesta un rugido? le pregunto, pero ella no contesta. Me ignora porque los misterios de la vida se callan
para no despertar a los espíritus curiosos. Los buitres vuelan a lo lejos. Esperan, al igual que todos, por la carne
fresca de mi cuerpo tan flacucho.
Juego entre los baobabs. Me escondo entre ellos. De momento soy una rama. Soy parte del tronco. Soy un
camaleón de mirada audaz. Me plantaré al revés, como los baobabs. Me convertiré en leyenda. Dejaré que la
tejedora viva en mí. Seré miembro de los Kikuyu y exhibiré mis collares y brazaletes como los Samburu, seré una
Masai y moriré de pena si me encierran para siempre. Pero soy camaleón trepando este baobab que me abraza y me
protege de las hienas que acechan. Mis antepasados pasan corriendo con sus escudos y lanzas.
Pierdo la piel y el sentido y gano la estima de toda la familia. Pierdo no más que carne y podré ser seleccionada
entre otras y no más miseria y tal vez no más llanto. Entonces pierdo la carne. Perder carne no significa nada. Es
solo una parte de mi cuerpo que siempre ha estado esperando. No la puedes ver, así que olvídala. Veo sangre por
todas partes, pero no importa. Ya estoy convencida. El día de mi boda, mi madre desplegará una sábana bañada en
sangre y todos sabrán que me he casado virgen. El honor salpicará la lengua de mi padre y nadie podrá dedicarse a
darle cuerda suelta a comentarios que puedan avergonzar a mi marido. Caminará erguido con la frente en alto como
guerrero invencible. Nunca tendrá sed. Pariré los hijos que desee y el honor estará sembrado sobre mi pecho con
sus raíces fuertes y anchas, como mis tatuajes.
Me detengo, hay fango a mí alrededor, comienzo a sumergirme en él como si fuera un lago majestuoso esperando
para convertirme en sirena, pero madre aparece y nuevamente me susurra en el oído. Me convenzo: sólo pierdo un
trozo de carne y gano el honor. Mi madre grita con furia: ¡castidad! Y comienza una danza frenética que nunca
antes había visto. Está poseída por uno de mis antepasados que reclama honor. Ahora Madre es casi una diosa.
Madre tiene dos vidas, dos conciencias, dos memorias, dos personalidades que transitan bailando violentamente,
arrasando todo a su paso. Sólo un rugido, eso fue lo que escuché. Me escondo detrás de una máscara y me
convierto en una Bambudya. Soy invisible. Me concentro. Ella me huele y a pesar de que no me ve, me toma de la
mano y mueve sus labios carnosos y la escucho porque he aprendido a guardar silencio. Soy un pedazo de carne
sobre la mesa. Carne roja que se desangra. Vuelan las moscas y me rodean como si yo fuera un panal único, dulce,
exquisito.
- Te ofrezco este pedazo de mi carne. La más sagrada. La que nadie más verá. Esa carne de olores intensos y
oscuros susurros incoherentes que pueden enloquecerte, lo digo mirándolo a los ojos y el me lame los pies como si
fuera un cachorro amoroso. Soy su reina intacta. Reina de cuarzo y diamante. En mis cuevas profundas de ríos
cristalinos que sacian la sed del que busca. En mí, la larga espera del pesado sueño empapado en agua de mar y
escamas de pez dorado.
El rugido interrumpe el deseo y mi madre espanta el temor con aquella raíz larga y poderosa que guarda como
trofeo de guerra.
Sólo un trozo de carne. Todos esperan. Todos sabrán que nadie ha penetrado en mis sueños más intensos y podrán
ofrecerle a mi padre vacas, lana y collares de cuentas y mi cuerpo costará más que este fino pedazo de carne que se
abre como flor cuando mi cuerpo me pide cantazos de luna roja. Es solo carne. Eso es, seré como las demás. Como
debe ser. Atemorizaré a todos con mi mirada protegida por la oración y el honor. Tendré buen juicio, lo juro. Todo a
cambio de este pedazo de mi cuerpo y llegará el filoso cuchillo de esa mujer anciana que ya sabe cuándo es hora de
parir. Seré la más fértil. Pariré todos los años y mi familia será la más fuerte y digna.
- Déjame darte la carne fresca que arrancaron de mi cuerpo, anda sáciate con ella, le digo porque así lo escuché.
Embárrate las manos con mi sangre y déjame saber que no tiene mancha alguna. Camino entre las garzas. Soy un
leopardo que espera, un manto de arena donde te acuestas sin temor y que seduce tu piel, la luna hinchada
empapada en miel, una naranja jugosa que saciará tu sed.
Me enloquece ese rugido, dime de dónde viene. Seré dedicada, jamás me quejaré. Es mi madre la que me aleja,
pero ese rugido salvaje me persigue. Acecha, está esperando. Ambos esperamos. He aquí mi carne, sin mancha
alguna. Huélela, saboréala. Es carne fresca para el sacrificio. Llévame a lo alto de la montaña y déjame caer. Deja
que mi cuerpo vaya cayendo y mi piel vaya pintando esa montaña de piedra y tiempo con esta sangre que parece
culebra danzarina. Mi madre me levanta y me carga en brazos y va rezando. Entona ese cántico que parece lluvia
rabiosa.
- Si yo fuera de sal, también sería inalcanzable. Todo mi ser desperdigado y sin ataduras. No me podrían atar. Me
disolvería una y otra vez. Mi tatarabuela me regala los huesos de sus dedos para que me sirvan de amuleto. Ya
estoy protegida.
Es temprano y ya los ancianos del clan han seleccionado a mi madrina. No seré la única y me morderé los labios
hasta sangrar para no gritar. Eso es, dejaré el miedo aquí acostado. Entre estas cuentas de cristal y mi sueño pesado.
¿En qué espacio del cuerpo habitará el miedo? ¿en qué espacio se esconderá? si lo supiera me lo arrancaría antes
que llegue el amanecer. ¿Dónde se esconderán la tristeza y el dolor? En algún rincón de esta piel que suda y brilla
como piel de pantera cautiva...
Madre dice que podré caminar mirando a todos con orgullo. Eso es, un trozo de carne a cambio de...en ese
momento despertó. Comenzaba a correr y un grupo de cazadores la perseguía, por eso despertó. No había
amanecido, pero escuchaba el sonido de los tarros de barro y la voz de su madre. Recordó ese rugido que se sueña
cuando hay luna llena. Sólo eso recordaba.
Este día hay silencio en la casa de barro y paja. Este día de sol que ruge y todos esperan.
Madre sabía que ya había despertado. Ella huele miradas y silencios. Nuevamente comenzó a susurrarme en el oído
aquellas oraciones que parecían olas rabiosas, entrando por mis tímpanos y limpiando todo lo que pudiera
confundir.
-Tienes que querer creer. ¿Entiendes? Te muerdes los labios y te aguantas los gritos. Gritar denota cobardía y no
permitiré que nos avergüences. Yo también lo hice a los doce años, me dice ella agarrando con fuerza mis delgados
brazos. Madre era más joven que yo, por eso se volvió tan poderosa.
-En la espera las mujeres nos volvemos poderosas, porque vamos tejiendo en silencio y armando nuestros tapices,
decía ella mientras me miraba intensamente regalándome su sabiduría.
Luciré un vestido nuevo que se manchará. Caminaré descalza y no sentiré frío. Cerraré los ojos como lo hizo
madre. Hemos esperado demasiado tiempo, pero demasiado tiempo es como ese rugido que no se marcha nunca.
Respiras con fuerza. Te tiemblan las piernas. Sabes todo y no sabes nada. Tus músculos se tensan. Quieres llorar,
tal vez otras lo hagan, pero tú no. Tu estirpe es de mujeres que saben callar y doblarse y que esperan todo el tiempo
que sea necesario. Que deshacen y nuevamente comienzan. Que cargan y buscan porque alguien lo tiene que hacer.
Muérdete los labios.
Masticas la nuez de cola. Te atan con fuerza. Te abren las piernas y viene la vieja matrona, la que sabe cortar la
cantidad exacta de carne que tienes que dar a cambio y con el filoso cuchillo o con un trozo de vidrio te deja la
marca y te cose y te cose y sangras, pero no gritas, porque solo escuchas el rugido. En ese momento estás lejos,
corriendo con la gacela, huyendo de los cazadores. Todos observan, hay que estar bien seguros que se cierra con
fuerza ese pasadizo que nació abierto y te lleva a los arrecifes donde se esconden las sirenas de la noche y la
obsesión.
Ya no estás aquí. Te llevan en brazos. Tu cuerpo parece un pedazo de tela liviana como la seda. Un día, luego de
esta espera cubierta de caparazones vendrá ese hombre guerrero y ofrecerá vacas, vasijas y tal vez algunas cabras y
romperá tus hilos. Nuevamente la sangre será tu perfume y solo escucharas ese rugido, que no se separa de ti.
Es sólo un trozo de carne. Sólo eso tienes que dar a cambio. Ahora siéntate a esperar. Ve tejiendo el vestido de tu
hija. Ve memorizando todo lo que tendrás que decirle para que defienda su honor. Será intocable como tú. Como tu
madre y tu abuela. Como todas las mujeres de tu aldea que dieron a cambio solo un trozo de carne insignificante.
Tejedoras incansables que transitan por la vida conociendo lo que es el dolor constante, ese que llega a enloquecer,
porque lo cargas tú sola, donde nadie más lo puede ver. Ese que late y late y no se detiene. Ese que te quieres
arrancar porque te debilita y de momento sabes que solo muriéndote podrás sacártelo de encima.
No pudo caminar durante mucho tiempo. El silencio se sienta a su lado. Tal vez está olvidando. Su mirada es de
miel que va creciendo en panal. No permite que su madre se le acerque. Se la pasa atando nudos y los vuelve a
deshacer. Dicen que está esperando un guerrero poderoso que le regale escudos y una piel de león. Bodowissi la
acompaña, sueña que es una araña que habita en un lejano baobab.
Njongal Jigeen, Njongal Jigeen...el viento susurra sin cesar, llevando historias de una aldea a otra. Njongal Jigeen,
es la ceremonia que defiende la pureza y el honor de nosotras las mujeres que tenemos que dar nuestra carne a
cambio de...
Así es como ha sido siempre en esta espera de nudos atados que nos amarran los deseos en la noche de la luna
oscura, donde solo escuchas el rugido, allí bien escondido...tal vez en ese lugar donde quisieras estar.
- Todo es tan sencillo, sólo tienes que dar a cambio un trozo de carne, dejarte atar para siempre y saber esperar.
Nuestra estirpe es de mujeres puras. No tenemos mancha alguna y nuestras hijas son como nosotras: Intocables.
Las mujeres cuchicheaban entre ellas, mientras las niñas escuchaban atentamente, porque así se aprende rápido. De
vez en cuando una carcajada.
Aquella tierra codiciada por todos, llena de estrías, levantaba su velo polvoriento de reina deshecha. Sobre su
cuerpo la sangre virgen se mezclaba, dejando manchas profundas sobre los diminutos poros de su enorme
extensión de piel mil veces intercambiada por marfil, esclavos, sal, oro, vasijas, pieles o tambores.
- ¿Dime madre, cuánto cuesta el rugido de un león?, contéstame. Contéstame madre,
- ¿cuánto cuesta? ¿Cuantos hilos tengo que darle a cambio? Contéstame.
- Un kilo de jabón negro y cinco mil francos, contestaba ella mecánicamente, mientras tejía el vestido de la
ceremonia.
El rugido se iba apagando como el sol cuando cae la noche.

Actividad
1.- ¿De qué forma podemos relacionar el tema de la tradición y cambio con el cuento leído?
2.- ¿Por qué la chica señala que ella no se pertenece?
3.- ¿Cuál es el conflicto planteado?
4.- ¿Qué tradiciones conservan las mujeres de la aldea?
5.- ¿Cómo podemos ver el tema del cambio respecto al tema de la ablación?
6.- ¿A qué se refiere el narrador cuando señala que “madre ya sabe cómo es”?
7.- Sintetice cronológicamente lo acontecido en la historia
8.- ¿Qué temáticas podemos apreciar en el relato?

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