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Cartografías
Argentinas
Políticas indigenistas y formaciones
provinciales de alteridad

Claudia Briones
editora

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1 edición: 2005, Editorial Antropofagia.
ra.
1 reimpresión, mayo de 2008, Editorial Antropofagia.
www.eantropofagia.com.ar

Cartografías argentinas : políticas indigenistas y formaciones


provinciales de alteridad / ; compilado por Claudia Briones. -
1a ed. 1a reimp. - Buenos Aires : Antropofagia, 2008.
330 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-987-1238-03-3
100

1. Etnografía Argentina. I. Briones, Claudia, comp. II. Título 95


CDD 305.809 82
75

Queda hecho el depósito que marca la ley 11 723.


No se permite la reproducción parcial o total de este libro ni su almacenamiento ni transmi-
25
sión por cualquier medio sin el permiso de los editores.
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Índice
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Capítulo 1:
Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos nacionales y
provinciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Claudia Briones

Capítulo 2:
El “estado del malestar”. Movimientos indígenas y procesos
de desincorporación en la Argentina: el caso Huarpe . . . . . . . . . . . . 39
Diego Escolar

Capítulo 3:
Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente
a la hegemonía en Chubut . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Ana Ramos y Walter Delrio

Capítulo 4:
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro . . . . . . . . . . . 101
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff,
Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

Capítulo 5:
La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía
y alteridad en una provincia joven. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Laura Mombello

Capítulo 6: 100

Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente . . . . . . . . . . . 151


95
Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez y Andrea P. Szulc
75
Capítulo 7:
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio
en identidades y moralidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
Paula Lanusse y Axel Lazzari 25

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Capítulo 8:
Política indigenista del estado democrático salteño
entre 1986 y 2004 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
Morita Carrasco

Capítulo 9:
Neoindigenismo de necesidad y urgencia: la inclusión de los Pueblos
Indígenas en la agenda del Estado neoasistencialista . . . . . . . . . . . 245
Diana Lenton y Mariana Lorenzetti
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273

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Prefacio

E ste libro reúne las investigaciones realizadas entre enero de 2001 y abril de
2004 por el GEAPRONA, Grupo de Estudios en Aboriginalidad, Provincias y
Nación, con lugar de trabajo en La Sección Etnología y Etnografía del Instituto
de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires. Como toda obra colectiva se ha ido entramando a partir del cruce
tanto de historias institucionales y circunstanciales, grupales y personales, como
de reuniones periódicas para la discusión colectiva de los trabajos realizados y las
condiciones en que los realizamos. Aunque nuestros intercambios sistemáticos
nos permitieron precisar intereses, delimitar agendas de investigación y abrir
nuevas perspectivas, cada capítulo refleja las inquietudes, experiencias de trabajo
y perspectivas particulares de autores y coautores, en diálogo con las peculiarida-
des de los casos y/o problemas abordados. En tal sentido, apostamos a mantener
abierta la tensión resultante de circunscribir preguntas comunes y generalizar de-
bates, sin forzarnos a uniformar ni los encuadres ensayados ni las vías de explora-
ción o interpretaciones enfatizadas.
Una de las peculiaridades de los integrantes del equipo es que todos prove-
nimos de trayectorias de investigación y colaboración vinculadas a los Pueblos
Originarios que habitan lo que hoy se conoce como República Argentina, a sus
reivindicaciones y reclamos, a sus derechos, producciones culturales y procesos
organizativos. Como antecedentes inmediatos de la formación del GEAPRONA,
algunos de nosotros formamos en 1997 el GELIND (Grupo de Estudios en Legis-
lación Indígena), para sistematizar un abordaje antropológico de la actualización
de los marcos jurídicos desde los cuales se empezó a abordar desde los 1980s en el
1
país y en el mundo la especialidad de los derechos indígenas. Otros veníamos
también trabajando desde 1996 con el GEADIS (Grupo de Estudios en Antropo-
logía y Discurso) apuntando a dar cuenta de prácticas discursivas de pertenencia
2
y exclusión desde una perspectiva metapragmática. En el marco de estos y otros
espacios de reflexión, comenzamos a visualizar la necesidad de trabajar co-cons- 100

1 El GELIND ha venido trabajando con financiamiento del CONICET desde 1997 bajo la dirección de
la Dra. Alejandra Siffredi, y con financiamiento UBACYT bajo mi dirección entre 1998 y 2001. Origi- 95
nalmente, el equipo estuvo además integrado por Morita Carrasco, Diego Escolar, Diana Lenton, Axel
Lazzari, Juan Manuel Obarrio, y Ana Spadafora. 75

2 Entre 1995 y 1998, esta labor quedó enmarcada en el UBACYT FI020, “Discurso y Metadiscurso
como procesos de producción cultural en el área mapuche argentina.”, que dirigí con la colaboración de
la Dra. Lucía Golluscio y la participación de Silvia Calcagno, Corina Courtis, Diego Escolar, Diana
Lenton, Ana Ramos y Vivian Spoliansky. Entre 1998 y 2001, continuamos esta línea de investigación 25
desde el UBACYT FI059 “Construcciones de alteridad. Discursos de pertenencia y exclusión.”, dirigido
por la Dra. Lucía Golluscio, al que se sumaron Walter Delrio, Yun Sil Jeón, Laura Kropff, Claudia 5
Oxman, Mariela Rodríguez, Susana Skura y Alejandra Vidal.
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trucciones contextuadas de aboriginalidad y nación desde lo que inicialmente lla-


mamos distintos estilos provinciales de construcción de hegemonía cultural.
A modo de reseña, las investigaciones previas y en curso de los integrantes del
equipo sobre procesos de alcance nacional o de más inmediata y efectiva repercu-
sión en las provincias de Chubut, Neuquén, Río Negro, Salta y San Juan –ma-
yormente con los Pueblos Mapuche, Wichí y Huarpe– nos llevaron a converger
al menos en dos constataciones que, a la par de hacer visibles inquietudes co-
munes, fueron configurando los puntos teóricos y metodológicos de partida:
– A pesar del peso e incidencia uniformante de las políticas del estado fede-
ral y de las construcciones de alteridad hegemónicas en arenas nacionales,
distintos estados provinciales parecían ir “copiando con diferencias” esos
lineamientos, desde formas históricamente específicas de inscribir no
sólo la relación provincia/nación, sino también la relación provincia/alteri-
dades internas.
– Así como era dable advertir variaciones en la organización de un mismo
pueblo indígena según las distintas provincias en que se encuentra radica-
do, también se podían observar semejanzas entre las producciones cultu-
rales y procesos organizativos de distintos pueblos indígenas que forman
parte de una misma provincia.

En tanto ambas constataciones nos persuadían de que la explicación de las di-


ferencias que veíamos tanto en las prácticas políticas del activismo indígena como
en las políticas provinciales requería algo más que un trabajo de contextuación en
ocurrencias jurídico-políticas de alcance federal, decidimos redefinir focos pre-
vios de investigación, para analizar cómo las provincias en las que trabajamos re-
crean otros internos “heredados” de las geografía simbólica hegemónica de na-
ción desde estilos provinciales de “ser argentino” históricamente gestados. Esto
es, nos propusimos reconstruir diferentes estilos de provincialidad para ver cómo
cada cual matiza procesos generales de alterización según formas igualmente ma-
tizadas de anclar la pertenencia nacional. Entendiendo entonces que las fronteras 100
provinciales (económicas, sociales, políticas, identitarias) emergen, se resigni-
fican y se disputan en y a través de prácticas complejas de incorporación/subordi- 95

nación de la “provincia” y sus “sujetos” a la nación-como-estado, postulamos la


“provincia” –cada “provincia”– como construcción histórica problemática que, 75

yendo más allá de una mera instancia jurídico-administrativa y una geografía na-
turalizada, devenía nivel crítico de lectura de aboriginalidades situadas. Conci-
biendo a su vez que los reclamos indígenas dialogan y reinscriben críticamente 25
construcciones e imaginarios hegemónicos de distintos órdenes, asumimos in-
cluso que el análisis de las formas que han ido tomando las demandas indígenas es 5

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Prefacio 7

una vía de acceso privilegiada para mapear tanto los conflictos entre el estilo na-
cional y los estilos provinciales de imaginación de otros internos, como la efecti-
vidad residual de condiciones materiales de existencia de larga duración, acu-
ñadas en esa tensión entre lineamientos de orden nacional y provincial.
Presentamos por tanto aquí los resultados de nuestros primeros años de tra-
bajo. Los entendemos y compartimos como articulación de diagnósticos y des-
cripciones densas sobre las cuales amarrar algunas explicaciones provisionales,
para profundizar de aquí en más nuevos interrogantes surgidos a partir tanto de
los desempeños en curso de los agentes y agencias evaluadas, como de nuestro
propio trabajo. Si no es sencillo sostener en el tiempo la conformación de un
equipo de investigación en contextos que no contemplan retribuciones para inte-
grantes sin inserción institucional rentada, la pasión y dedicación de los inte-
grantes han suplido las insuficiencias provenientes de financiamientos exiguos.
En tal sentido, agradecemos a la Universidad de Buenos Aires la libertad que nos
diera para conformar un colectivo interdisciplinario –con mayoría de antropó-
logos, pero también un abogado y un historiador– tan diaspórico como diverso
en su composición y afiliaciones institucionales. Esto es, un equipo integrado por
personas con residencia permanente en Buenos Aires, pero también en Neuquén,
Río Negro o en lugares transitorios de perfeccionamiento; todos nosotros do-
centes e investigadores formados y en formación, en su mayoría de la propia UBA,
pero también de la Universidad Nacional del COMAHUE y del CONICET, al-
gunos como becarios y/o tesistas de licenciatura, maestría y doctorado en la insti-
tución patrocinante o en otras instituciones nacionales y del extranjero.

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Capítulo 1:

Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos


nacionales y provinciales
1
Claudia Briones

A un trabajando sobre coyunturas, localidades y agentividades sociopolíticas es-


pecíficas, quienes acompañamos los movimientos indígenas de organización y
reclamo, debemos contextuar nuestras explicaciones en dos marcos problemáticos
de referencia que también atraviesan explícita o implícitamente los capítulos de
este libro.
Por un lado, venimos asistiendo desde fines de los 80 a un proceso de juridiza-
ción del derecho indígena a la diferencia cultural, ligado a que se lo empieza a ver
como parte de los derechos humanos, aunque con especialidad histórica y práctica
propias. Este reconocimiento, que no casualmente ha ido de la mano de lo que en
lenguaje cotidiano se denomina “avance del neoliberalismo”, ha tendido a transna-
cionalizarse. No obstante, cada país signatario de acuerdos y convenciones progra-
máticas internacionales y productor de políticas indigenistas ha ensayado con
mayor o menor compromiso operativizaciones dispares. Esas operativizaciones di-
cen mucho en verdad de las formas en que cada país ha venido “hablando” (Co-
rrigan y Sayer, 1985) a sus ciudadanos –indígenas incluidos– y administrando his-
tóricamente las relaciones con los Pueblos Originarios. En tal sentido, el desafío
explicativo radica en posicionarnos dentro de un marco que nos permita explorar y
dar cuenta de la tensión entre procesos de larga duración y transformaciones
epocales recientes.
Por otro lado, tienen razón los indígenas cuando sostienen que las fronteras que
se han impuesto sobre los pueblos originarios son para su devenir una ocurrencia
tan tardía como arbitraria, que ha dejado incluso a varios de ellos inexplicable-
mente separados en distintos países y provincias. No obstante, en tanto disposi- 100

tivos de territorialización de soberanías correspondientes a distintos niveles de esta-


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talidad, las fronteras tienen capacidad performativa en lo que hace a inscribir
subjetividades ciudadanas. Para explorar por ende la materialidad de sus efectos 75
substancializadores y diferenciadores, todo marco explicativo requiere no sólo tem-
poralizar sino también espacializar las prácticas que las estructuran y que quedan
por ellas estructuradas.
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1 Profesora de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del CONICET. Sección Etnología y 5


Etnografía del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras.
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En este capítulo introducimos algunos conceptos, discusiones y posiciona-


mientos respecto de ambas cuestiones y efectuamos algunas consideraciones sobre
las repercusiones y superficies de emergencia que los procesos mencionados han
mostrado en nuestro país. Muchas de las precisiones que realizamos forman parte
del acervo de discusión compartido por los autores de este libro, por lo que de al-
guna manera sirven de marco introductorio a los capítulos sucesivos. Sin embargo,
ciertos desarrollos, nociones y lecturas de la situación nacional responden a un en-
foque más bien personal, por lo que sólo cabe responsabilizarme a mí de su autoría.

I. Entre la historia y los tiempos recientes, tan paradójicos como interesantes…


En las últimas décadas, la transformación de los escenarios de lucha indígena ha es-
tado en lo inmediato vinculada a los factores posibilitadores y los efectos de un pro-
ceso que Russel Barsh (1994) llama de pasaje de los indígenas de objetos a sujetos
del derecho internacional, y que Willem Assies (2004) define como el pasaje de mi-
norías a pueblos. Se alude con esto a las complejas circunstancias que llevan a la
aprobación del Convenio 169 de la OIT en 1989, a la preparación del Borrador de
la Declaración Universal de los Derechos Indígenas de las Naciones Unidas –pri-
mera versión estabilizada en 1994, año de inicio del decenio de los Pueblos Indíge-
nas (PIs) que terminara en 2004–, a la de la Declaración Americana de la OEA y de
otros marcos legales que parecen coronar movilizaciones y demandas indígenas en-
tramadas a escala planetaria. No obstante, la explicación de esas transformaciones y
sus efectos debe buscarse en cambios a ser analizados simultáneamente desde dos
tipos de procesos generales que han ido de la mano de la llamada fase flexible de
acumulación capitalista, procesos que se empiezan a entramar en los 70, se instalan
en los 80, y adquieren visibilidad social particularmente en los 90. Nos referimos a
la que se engloban bajo denominaciones como transnacionalización, globalización
o mundialización, por un lado, y a lo que propondríamos enfocar como guberna-
mentalidad neoliberal, por el otro.
Si por transnacionalización entendemos una re-territorialización de prácticas
económicas, políticas y culturales que, reconfigurando el “orden inter-nacional”,
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resultan en el aumento y la diversificación de los flujos de población, productos, in-
formación, etc., las luchas indígenas han quedado enmarcadas en y por una serie de 95
peculiaridades. Primero, por la internacionalización de la retórica de la diversidad
como derecho humano y valor, lo cual ha derivado en lo que Susan Wright (1998) 75

llama politización de la cultura. Segundo, por una multiplicación de agencias y


arenas involucradas en la gestión de la diversidad (agencias multilaterales, orga-
nismos internacionales, estados, organizaciones y comunidades indígenas, ONGs) 25
que ha derivado en que incluso los emprendimientos más localizados operen como
caja de resonancia de aconteceres globales (Mato, 1994). Tercero, por la posibi- 5

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Formaciones de alteridad 11

lidad de entramar alianzas supra-nacionales entre pueblos indígenas, sea porque un


mismo pueblo como el Inuit o el Saami se organizan por encima de distintos es-
tados; sea porque se crean alianzas panétnicas como la COICA o la alianza de los
pueblos de los bosques tropicales que reúnen pueblos distintos de distintos países
(Iturralde, 1997; Morin y Saladin D’Anglure, 1997). Pero también por el surgi-
miento de alianzas entre indígenas y ONGs globales y locales (Conklin y Graham,
1995).
En este marco y como señala Joanne Rappaport (2003), la globalización articula a
escala global, regional y nacional diversas zonas de contacto, entendidas como un
conjunto de contextos históricos, geográficos y sociales cuyo análisis permite ver
cómo los procesos globales se sedimentan en prácticas locales –conjunto de contextos
cuyo análisis requiere considerar desde la naturaleza cultural del capitalismo y las ten-
siones entre modernidad y tradición, hasta el campo internacional dentro del cual
circulan ideas que afectan las construcciones de identidades nacionales e indígenas–.
Emergen además lo que Daniel Mato (2003) llama “complejos transnacionales de
producción cultural”, como las distintas redes de comercio alternativo o justo, la pro-
ducción y comercialización internacional de productos “tradicionales”. Aquí la para-
doja inherente a estos procesos es que, aunque el sentido común entienda que la glo-
balización tiene un potencial homogeneizador que genera localización, los
movimientos supuestamente particularistas como el indígena también se trans-na-
cionalizan, y apuntan a inscribir sentidos globales (Briones et al., 1996).
En el plano sociopolítico, la acumulación flexible del capital viabilizada por la
llamada “globalización” ha ido de la mano de formas peculiares de entender la ra-
cionalidad gubernativa y la conducción biopolítica de las conductas (Foucault,
1991b), formas cuya peculiaridades llevan a Gordon (1991) a hablar de una
gubernamentalidad neoliberal.
A niveles macro, esta nueva gubernamentalidad ha quedado mayormente carac-
terizada por la privatización de responsabilidades estatales vía la tercerización de
servicios sociales claves –lo que se llama una retirada del Estado– o vía una descen-
tralización entendida menos como aumento de autonomías regionales que como
100
desconcentración –y, en Argentina, como ajuste y desorganización–. A niveles
micro, la gubernamentalidad neoliberal ha comportado una redefinición de los su- 95
jetos gobernables (Rose, 1997 y 2003), de modo que los antes “pobres” y “subdesa-
rrollados” han pasado a ser “poblaciones vulnerables con capital social”. En este 75

marco, los organismos multilaterales e internacionales vienen paralelamente pro-


moviendo lo que yo llamaría una neoliberalización de los estándares metaculturales
hegemónicos. Me refiero a que, si hasta hace no tanto tiempo las culturas indígenas 25
eran vistas como lastre del desarrollo latinoamericano (Ribeiro, 2002), en la era lo
que Charles Hale define como “multiculturalismo neoliberal” (Hale, 2002) o lo 5

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que Donna Van Cott define como “multiculturalismo constitucional” (Van Cott,
2000) se las piensa y postula como derecho (Taylor, 1992), como capital social
(Doménech, 2004), como recurso político (Turner, 1993) y/o como recurso
económico (Yúdice, 2002).
En conjunto y más allá de anclajes particulares según los casos, los nuevos orde-
namientos multiculturales que estas redefiniciones vienen proponiendo –sobre
todo en contextos como el latinoamericano– han estado siempre en diálogo y reins-
cribiendo al menos tres de las paradojas principales que parecen propias de la era.
Primero, el reconocimiento de derechos especiales o sectoriales va de la mano de
la tendencia a la conculcación de los derechos económico-sociales universales. Por
una parte, esta habilitación de derechos especiales en un contexto de quebranta-
miento de los derechos universales lleva a que –a pesar de los reconocimientos retó-
ricos– los PIs sigan formando mayoritariamente parte de las poblaciones nacio-
nales que peor ranquean en términos de Necesidades Básicas Insatisfechas. Por la
otra, a que los restantes componentes no indígenas de estas poblaciones muchas
veces recepcionen desfavorablemente la “particularidad” de sus reclamos, concu-
rriendo con interpretaciones hegemónicas que estigmatizan las demandas y de-
mandantes indígenas como encarnación de meras instrumentalizaciones identita-
2
rias para “sacar provecho” de circunstancias difíciles “para todos”.
Segundo, se viene dando una curiosa convergencia entre las demandas indí-
genas de participación y la manera en que la gubernamentalidad neoliberal tiende a
auto-responsabilizar a los ciudadanos de su propio futuro, en tanto sujetos defi-
nidos como consumidores autónomos y con libertad de elección (Rose, 2003).
Evelina Dagnino (2002a, 2002b y 2004) define esta convergencia como “con-
fluencia perversa”, en tanto las justas demandas de participación activa que se rea-
lizan desde la sociedad civil se ven potenciadas por una reconfiguración de la so-
ciedad política que viene promoviendo el repliegue estatal al momento de atender
responsabilidades sociales básicas. Los esposos Comaroff (Comaroff y Comaroff,
2002) identifican esta paradoja como la que lleva a promover una politización de
las identidades en contextos de despolitización de la política. En otra parte, suge-
rimos cómo la misma opera en el país alentando cambios sobre las políticas de la 100

subjetividad y las concepciones de la política (Briones, Cañuqueo, Kropff y


95
Leuman, 2004).
Tercero, los pueblos indígenas vienen denunciando que las retóricas compla- 75
cientes de las agencias multilaterales e incluso las de algunos estados rara vez son
acompañadas y avaladas por medidas conducentes a una redistribución de recursos
que sea paralela a la de reconocimientos simbólicos. Más allá de estas punzantes y
25

2 Algunas contextuaciones y contra-argumentos que rebaten lecturas sociales y académicas instru- 5


mentalistas pueden verse en Briones (1998a; 2001b; 2005a).
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Formaciones de alteridad 13

acertadas imputaciones, lo paradójico es que a veces las objeciones formuladas


acaben reiterando los fundamentos del mismo orden capitalista avanzado del que
se sospecha, en tanto llevan a debatir soluciones que terminan también postulando
la diversidad como bien de mercado (Segato, 2002; Zizek, 2001). Me refiero con
esto a que defender prácticas y saberes desde nociones de patrimonio y propiedad
intelectual conlleva para los PIs el riesgo de aceptar transformar también su
espiritualidad en mercancía.
Ahora bien, el punto que me interesa destacar es que, a pesar de tendencias ge-
nerales y paradojas compartidas, estas redefiniciones no han operado en el vacío.
Por el contrario, historias y trayectorias particulares de inserción en el sis-
tema-mundo han llevado a que, en cada país y región, las agendas multilateral-
mente fijadas para la adecuación de marcos políticos y legales de gestión de la diver-
sidad se fuesen procesando desde agendas propias. En cada país, entonces, esa
apropiación de agendas se realiza desde y contra ordenamientos sedimentados que
ejercen sus propias fricciones al nuevo sentido común de la época, dando por resul-
tado lo que podríamos llamar neoliberalizaciones de los estados y las culturas “a la
argentina”, “a la ecuatoriana”, “a la chilena”, etc. Paralelamente y como señala Fa-
biola Escárzaga (2004), si la constitución de los PIs en sujetos políticos y actores so-
ciales ha avanzado a ritmo dispar en los distintos países de América Latina, ello se
debe a la interacción de una serie de variables, que requieren pensar comparativa-
mente factores dispares que van desde las dimensiones demográficas y el emplaza-
miento territorial de la población indígena, hasta el carácter de las relaciones inte-
rétnicas, la vinculación de las organizaciones políticas con los sujetos étnicos, y la
maduración del o los movimientos indígenas en cada país; desde la capacidad hege-
mónica de cada Estado-Nación para garantizar la gobernabilidad del país y para el
ejercicio de la soberanía, hasta los contextos políticos, económicos y sociales que
cada Estado promueve y regula, incluyendo en ello la presencia de entidades inter-
nacionales como complemento o sustituto de estados débiles.
No siendo éste el lugar para examinar las peculiaridades de las políticas de diver-
3
sidad que se dan a partir de los años 80 en América Latina, me gustaría sobre estas
bases de problematización y contextuación de la época, compartir algunos con- 100

ceptos que he/mos venido desarrollando para leer “las peculiaridades nacionales”
95
como parte de ordenamientos más vastos que no se acotan a lo político. Articu-
lando de maneras sui generis los recursos económicos en disputa, los mecanismos 75
políticos para asegurar esos recursos y las concepciones sociales legitimadoras de lo
que en cada momento se pueda definir como statu quo (Cornell, 1990), sostuvimos
en otra parte que esos ordenamientos han resultado en co-construcciones situadas
25

3 Para obtener un panorama en esta dirección, consultar por ejemplo Escárzaga (2004); Gros 5
(2000); Sieder (2002 y 2004).
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de aboriginalidad y nación (Briones, 1998a). Postulamos ahora que los mismos


también son marco para explicar procesamientos nacionalmente diferenciados de
los cambios de racionalidad gubernativa y directrices económicas ligados a trans-
formaciones globales pero epocalmente específicas, en términos de políticas indi-
genistas y de reclamos indígenas. A este último respecto, nos interesa también ope-
racionalizar algunos conceptos que permitan particularmente entender cómo la
configuración de ordenamientos de larga duración –que incluso hunden sus raíces
en disparidades registradas durante la estructuración colonial de América Latina–
ha ido anclando distintas movilidades estructuradas y sensibilidades afectivas
(Grossberg, 1992) para los PIs al interior de cada Estado-Nación de la región.
Entendemos que esas movilidades y sensibilidades son claves para explicar las dife-
rencias en las demandas y en las formas de plantearlas en los diversos foros que se
hacen patentes entre PIs radicados en distintos países o incluso en distintas provin-
cias de un mismo país, a pesar de las huellas de convergencia posibilitadas tanto por
visiones culturales compartidas, como por la transnacionalización de la política
indígena.

II. La materialidad de las fronteras nacionales y provinciales


Remedando tal vez las discusiones y divisorias de los movimientos sociales de nues-
tro continente, los cientistas latinoamericanos hemos insumido demasiadas ener-
gías buscando dirimir la materialidad de las adscripciones indígenas a través del de-
bate sobre la posible precedencia y relaciones entre clase y etnicidad desde aproxi-
maciones generalistas a ambas realidades/conceptos. Sostuvimos en otra parte
(Briones, 2005a) que esas discusiones hubiesen sido más productivas de habernos
concentrado antes en identificar contextos y procesos productores de etnicidades
específicas, o mejor dicho, contextos y procesos de formación de grupos alterizados
en base a marcaciones selectivamente racializadas y etnicizadas desde lugares de po-
der –como el de la mayoría sociológica de la Nación-como-Estado– que reprodu-
cen desigualdades no sólo a partir de la imbricación de diversos clivajes, sino tam-
bién a partir de la invisibilización de lo que se define como “norma” (Williams,
4 100
1989). En este marco inscribimos inicialmente la noción de aboriginalidad (Brio-
95
4 Para evitar caer en la sustancialización que implica hablar de “grupos étnicos” y “grupos raciales” o
“razas” –perdiendo la posibilidad de entender cómo lo que aparece “sustancial” es sociohistóricamente
75
sustancializado y cómo un mismo sector puede ser individualizado a partir de marcas de distinto tipo–
definimos la racialización como forma social de marcación de alteridad que niega la posibilidad de que
cierta diferencia/marca se diluya completamente, ya por miscegenación, ya por homogenización cultu-
ral, descartando la opción de ósmosis a través de las fronteras sociales, esto es, de fusión en una comuni-
dad política envolvente que también se racializa por contraste. Definimos como etnicización, en cam- 25
bio, a aquellas formas de marcación que, basándose en “divisiones en la cultura” en vez de “en la
naturaleza”, contemplan la desmarcación/invisibilización y –apostando a la modificabilidad de ciertas 5

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Formaciones de alteridad 15

nes, 1998a) como tipo de alteridad cuya particularidad ha pasado en todo caso por
sublimar las dinámicas y efectos de la relación colonial como distancias culturales,
temporales y espaciales respecto de la autoctonía de algunos. Pero como otras alte-
rizaciones, la aboriginalidad también ha conllevado jerarquizar horizontal y verti-
calmente al conjunto de ciudadanos “normales”/normalizados y a los definidos
como otros internos (en este caso, indígenas, aborígenes, indios, etc.), en base a dis-
positivos de totalización e individuación que inscriben campos de visión diferen-
ciados para cada cual (Corrigan y Sayer, 1985), según estrategias de espacializa-
ción, temporalización y substancialización (Alonso, 1994) que atribuyen dispares
consistencias, porosidades y fisuras a los contornos (auto)adscriptivos tanto del
“nosotros” desmarcado como de los contingentes sociales selectiva y explícitamen-
te etnicizados y/o racializados.
Ahora bien, la necesidad de poner “la cuestión indígena” en una matriz más
compleja de alterizaciones y normalizaciones, nos fue llevando a introducir otros
conceptos. Sostuvimos que la posibilidad de explicar la re-producción material e
ideológica de grupos selectivamente racializados y etnicizados desde un abordaje
materialista dependía de prestar atención no sólo a la economía política, sino a la
economía política de producción de diversidad cultural (Briones, 2001a). Partiendo
de ver a la cultura como un hacer reflexivo, como un medio de significación que
puede tomarse a sí mismo como objeto de predicación (Briones y Golluscio,
1994), advertimos no sólo que la cultura es un proceso disputado de construcción
de significado, sino que toda cultura produce su propia metacultura (Urban,
1992), esto es, nociones en base a las que ciertos aspectos se naturalizan y definen
como a-culturales, mientras algunos se marcan como atributo particular de ciertos
otros, o se enfatizan como propios, o incluso se desmarcan como generales o com-
partidos. Al convertir explícita o implícitamente a las cultura “propia” y “ajena” en
objetos de la representación cultural, esas nociones metaculturales generan su
propio régimen de verdad (Foucault, 1980) acerca de las diferencias sociales, ju-
gando incluso a reconocer la relatividad de la cultura como para reclamar universa-
lidad y vice-versa (Briones, 1996 y 1998b).
En este marco, la idea de trabajar sobre economías políticas de producción de di- 100

versidad cultural remite centralmente a ver cómo ponderaciones culturales de dis-


95
tinciones sociales rotuladas como “étnicas”, “raciales”, “regionales”, “nacionales”,
“religiosas”, “de género”, “de edad”, etc., proveen medios –como señala (Hall, 75
1986)– que habilitan o disputan modos diferenciados de explotación económica y
de incorporación política e ideológica de una fuerza de trabajo –no menos que de
una ciudadanía– que se presupone y re-crea diferenciada. En otras palabras, el
25
punto es ver cómo se reproducen desigualdades internas –y renuevan consensos en
diferencias/marcas– prevén o promueven la posibilidad general de pase u ósmosis entre categorizacio- 5
nes sociales con distinto grado de inclusividad (Briones, 2002b).
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16 Claudia Briones

torno a ellas– invisibilizando ciertas divergencias y tematizando otras, esto es, fi-
jando umbrales de uniformidad y alteridad que permiten clasificar a dispares con-
tingentes en un continuum que va de “inapropiados inaceptables” a “subordinados
tolerables” (B. Williams, 1993).
Ahora bien, ese continuum no obsta que se identifiquen “tipos” de otros internos
en base a marcas particulares –por ejemplo, “indígenas”, “afrodescendientes”, “in-
migrantes”, “criollos”, en países latinoamericanos, o los cinco troncos racializados
que conforman el modelo del pentágono étnico en los EE.UU.–. Inicialmente, con-
vergimos con la idea de Segato (1991, 1998a, y 1998b) de hablar de “matrices de
diversidad”. Con el tiempo, postulamos que el juego históricamente sedimentado
de marcas va entramando formaciones nacionales de alteridad cuyas regularidades y
particularidades resultan de –y evidencian– complejas articulaciones entre sistemas
económicos, estructuras sociales, instituciones jurídico-políticas y aparatos ideoló-
gicos prevalecientes en los respectivos países (Briones, 2004).
Nuestra noción de formaciones nacionales de alteridad surge entonces de resigni-
ficar la noción de “formación racial” de Omi y Winant (1986) ya que, si bien nos
negamos a ver sólo la raza como eje central de las relaciones sociales, sí apuntamos a
dar cuenta del doble proceso por el cual fuerzas sociales, económicas y políticas que
determinan el contenido y la importancia de las categorías sociales –así como el in-
terjuego de distintos clivajes de desigualdad– son, a su vez, modeladas por los signi-
ficados y significantes categoriales mismos, deviniendo por ende factor constitu-
yente tanto de las nociones de “persona” y de las relaciones entre individuos, como
también componente irreductible de las identidades colectivas y de la estructura
social. Entendemos por tanto que tales formaciones no sólo producen categorías y
criterios de identificación/clasificación y pertenencia, sino que –administrando je-
rarquizaciones socioculturales– regulan condiciones de existencia diferenciales
para los distintos tipos de otros internos que se reconocen como formando parte
histórica o reciente de la sociedad sobre la cual un determinado Estado-Nación ex-
tiende su soberanía. Así, aun cuando tales contingentes son construidos como par-
cialmente segregados y segregables en base a características supuestamente “pro-
pias” que portarían valencias bio-morales concretas de “autenticidad”, los mismos 100

van quedando siempre definidos por una triangulación que los especifica entre sí y
95
los (re)posiciona vis-à-vis con el “ser nacional” (Briones, 1998c).
Paralelamente, aún cuando las formaciones nacionales de alteridad tienen una 75
notable eficacia residual por la forma en que se entraman desde lo que hegemónica-
mente se erige como mito-motor de la “identidad nacional”, con el tiempo se trans-
forman –como ilustran algunos estudios de caso que se presentan en este libro–
25
tanto las valencias o valorizaciones relativas de los diversos contingentes, como las
políticas que, de forma siempre contextual y temporalmente contingente, buscan 5
fortalecer o debilitar los distintos contornos (auto)adscriptivos. En este marco, la
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Formaciones de alteridad 17

puesta en proceso de las formaciones nacionales de alteridad no es una cuestión


menor para dar cuenta de su historicidad y de las emergencias –en verdad, re-arti-
culaciones– identitarias que ciertos contextos posibilitan, al tender a desestabilizar
o desmantelar instalaciones estratégicas previamente disponibles.
Por otra parte, dichas formaciones y su transformación –vale enfatizarlo– nunca
son efecto de prácticas estatales solamente. Sin embargo, por ser los Estados-Na-
ción puntos de condensación de un vasto conjunto de tecnologías, dispositivos e
instituciones que inscriben lugares de autoridad –socialmente abstractos, imperso-
nales, soberanos y autónomos, pero siempre territorialmente basados– desde donde
hablar en nombre de la sociedad como un todo y mantener un orden basado en la
ley (Parekh, 2000), ni las prácticas estatales son secundarias en el entramado de las
formaciones nacionales de alteridad, ni tampoco es una cuestión menor entender la
lógica espacial en y a través de la cual los estados actualizan las formaciones de
alteridad en que su ejercicio de regulación se apoya.
Para dar cuenta entonces de esa lógica es que propusimos ver cómo se van trans-
formando las geografías estatales de inclusión y exclusión, esto es, las articulaciones
históricamente situadas y cambiantes mediante las cuales niveles anidados de esta-
5
talidad ponderan y ubican en tiempo y espacio “su diversidad interior” (Briones,
2001a). Llegamos por esta vía a lo que es cometido central de este libro, esto es, no
sólo pensar cartográficamente (de Souza Santos, 1991), sino también tomar en
cuenta niveles provinciales de estatalidad. Según lo vemos, porque los estados pro-
vinciales también operan como instancias fundamentales de articulación que ge-
neran representaciones localizadas sobre el estado-como-idea (Abrams, 1988) y
sobre la política, administrando a su vez sus propias formaciones locales de alte-
ridad para especificarse en relación a “la identidad nacional” desde formas neu-
quinas, salteñas, chubutenses, etc., de “ser argentinos”. En términos de efectos, son
precisamente estos niveles los que permiten explicar variaciones en la organización
y demandas de un mismo pueblo indígena según las distintas provincias en que se
encuentra, así como semejanzas entre organizaciones y reclamos de distintos pue-
blos indígenas que forman parte de una misma provincia. Y en este sentido es que
decíamos que, a pesar de su arbitrariedad, las fronteras estatales, tanto federales 100

cuanto provinciales, portan su propia materialidad.


95
En líneas generales, el esfuerzo por hacer “cartografías” está inspirado en los tra-
bajos de Lawrence Grossberg y en su propuesta de contrarrestar las políticas mo- 75
dernas y posmodernas de la diferencia, viendo cómo los tres planos principales de
individuación –sujetos con subjetividad, self con identidad y agentes con capacidad
de agencia– pueden ser entendidos no sólo desde un sentido temporal sino dentro
25
5 Concretamente, Estado federal y estados provinciales –incluso municipales– como formaciones
pluricentradas y multidimensionales que condensan discursos y prácticas políticas de diferente tipo en 5
un hacer sistemático de regulación y normalización de lo social (Hall, 1985).
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18 Claudia Briones

de una lógica espacial. Es que la idea de que las identidades se construyen por dife-
rencia es, según este autor (1996), legado típico de una modernidad que siempre se
ha construido a sí misma diferenciándose de otro –como “tradición” en sentido
temporal, o como “los primitivos”/“los étnicos” en tanto otros espaciales transfor-
mados en otros temporales– en un juego que confina a los/sus “otros” a responder
por inversión. Para escapar entonces a esta idea de diferencia y a los efectos ideoló-
gicos de la misma modernidad, Grossberg propone empezar a notar que la peculia-
ridad de lo moderno –aunque se construya a sí mismo en clave temporal, haciendo
de la subjetividad una conciencia del tiempo interno, de la identidad una construc-
ción temporal de la diferencia, y de la agencia un desplazamiento/diferimiento
temporal de la diferencia– pasa por postularse como diferencia siempre diferente
de sí misma a lo largo del tiempo y el espacio. En consecuencia, sostiene el autor,
esos tres planos de individuación también pueden y deben ser entendidos desde su
6
lógica espacial.
En lo concreto, la propuesta de ver cómo el Estado federal y los estados provin-
ciales ponen “su diversidad interior” en coordenadas témporo-espaciales a través de
geografías de inclusión y exclusión retoma la propuesta de Grossberg (1992 y
1993) de analizar los modos por los cuales los sistemas de identificación y perte-
nencia son producidos, estructurados y usados en una formación social, a través de
la articulación de maquinarias –organizaciones activas de poder– tanto estratifica-
doras y diferenciadoras, cuanto territorializadoras. En esto, si las maquinarias estrati-
ficadoras dan acceso a cierto tipo de experiencias y de conocimiento del mundo y
del sí mismo –produciendo la subjetividad como valor universal pero desigual-
mente distribuido–, las maquinarias diferenciadoras se vinculan a regímenes de
verdad responsables de la producción de sistemas de diferencia social e identidades
–en nuestro caso, sistemas de categorización social centralmente ligados a tropos de
pertenencia selectivamente etnicizados, racializados, o desmarcados–. Por su parte,
las maquinarias territorializadoras resultan de regímenes de poder o jurisdicción
que emplazan o ubican sistemas de circulación entre lugares o puntos temporarios

100

6 Desde esta mirada, la subjetividad se nos revela como experiencia del mundo desde posiciones par-
95
ticulares que, aunque sean “direcciones” temporarias, determinan el acceso al conocimiento y devienen
lugares de apego construidos como “hogares” desde cuya geografía hablamos. En similar dirección, el
75
self o la identidad remite a diferentes vectores de existencia ligados a espacios tanto regionales como na-
cionales y globales que –pudiendo estar enclavados, o permitir mucha movilidad, o excluirnos de otros–
involucran un sistema complejo de movilidades superpuestas y en competencia, e incluso condicionan
las alianzas que se pueden realizar entre distintas identidades o mapas de existencia espacial. La agencia,
por su parte, emerge como una cuestión de distribución de agentes y de actos dentro de espacios y luga- 25
res que no son puntos de origen pre-existentes, sino producto de sus esfuerzos por organizar un espacio
limitado. Remite así a instalaciones estratégicas posibilitadas por movilidades estructuradas que definen 5
y habilitan ciertas formas de agencia y no otras para poblaciones particulares (Grossberg, 1996).
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Formaciones de alteridad 19

de pertenencia y orientación afectivamente identificados para y por los sujetos in-


dividuales y colectivos.
Alrededor de estos puntos –sostiene Grossberg– los sujetos articulan sus propios
mapas de significado, deseo y placer, aunque siempre condicionados por la movi-
lidad estructurada que resulta de estructuras ya existentes de circulación y acceso di-
ferencial a un determinado conjunto de prácticas históricas y políticamente articu-
ladas. Emergiendo entonces del interjuego estratégico entre líneas de articulación
(territorialización) y líneas de fuga (desterritorialización) que ponen en acto y posi-
bilitan formas especificas de movimiento (cambio) y estabilidad (identidad), esa
movilidad estructurada habilita formas igualmente específicas de acción y agencia.
Más aun, según Grossberg, el análisis de tales líneas es un campo central para iden-
tificar la capacidad de agencia, pues las mismas determinan qué tipos de lugares la
gente puede ocupar, cómo los ocupa, cuánto espacio tiene la gente para moverse, y
cómo puede moverse a través de ellos. Por tanto, distintas formas de acción y
agencia resultan no sólo a la desigual distribución de capital cultural y económico,
sino también de la disponibilidad diferencial de diferentes trayectorias de vida por
medio de las cuales se pueden adquirir esos recursos.
En este marco, si la Nación-como-Estado opera como territorio simbólico contra la
cual se recortan y en el cual circulan distintos tipos de “otros internos”, las geografías
estatales de inclusión –que son simultáneamente geografías de exclusión– remiten a
la cartografía hegemónica que fija altitudes y latitudes diferenciales para su instala-
ción, distribución y circulación. Entre otras cosas, estas geografías de inclusión/ex-
clusión intentan inscribir por anticipado en el “sentido de pertenencia” de esos con-
tingentes la textura de las demandas que vayan a realizar (Balibar, 1991). Si su peso
efectivo para regular luchas políticas por habilitación resulta de cómo la distribución
de lugares, uniformidades y diferencias habilita y afecta la producción, circulación y
consumo de argumentaciones y prácticas idiosincráticas de pertenencia, podemos
decir que estas geografías devienen tanto proveedoras de anclajes respecto de los lu-
gares de enunciación desde los cuales el activismo indígena plantea sus demandas,
como objeto preferente de contra-interpelación, una vez que los sujetos identifican
las desigualdades fundantes que operan semejante distribución (Briones, 2004). 100

En suma, vemos las economías políticas de producción de diversidad cultural, las


95
formaciones nacionales de alteridad y las geografías estatales de inclusión/exclusión
como recursos teórico-metodológicos para entender las peculiaridades de los dis- 75
tintos países. También, como puntos de inflexión para analizar el peso e interjuego
de ocurrencias supra y sub-estatales. Por un lado, porque esas nociones devienen
lugares desde donde pensar la dispar receptividad y digestión que en cada lugar
25
tienen ciertas modas e imposiciones globales para la gestión de la diversidad, tanto
por parte de sus bloques hegemónicos como de los pueblos indígenas que en ellos 5
habitan. Por el otro, porque asimismo nos permiten, en un doble movimiento ho-
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mólogo, explorar las digestiones por parte de PIs, elites locales y estados provin-
ciales de los criterios de gestión de la diversidad promovidos por el Estado federal,
así como la recepción e impacto de las propuestas emanadas de distintas provincias
en el ámbito nacional.

III. La formación nacional de alteridad en Argentina


No resulta sencillo hablar de todo un país cuando se parte de la idea de que las prác-
ticas y discursos hegemónicos centrales no subsumen de manera perfecta los de las
formaciones provinciales de alteridad, con estilos locales propios de construcción
de hegemonía que van siendo afectados tanto como los primeros por ocurrencias
globales. Aun así, si Hall (1985) tiene razón en sugerir que los estados nacionales
pueden verse como puntos de condensación que revelan una cierta regularidad en
la dispersión, sería tan posible como lícito identificar ciertas operaciones medulares
7
–encuadres de interpretación, diría Yúdice (2002) – de sus formaciones de alteri-
dad, operaciones que van siendo normalizadas a través de distintos dispositivos y se
encuentran también sedimentadas en el sentido común. Por ende este sentido co-
mún siempre es un buen lugar para examinar algunos de esos encuadres de una ma-
nera expeditiva, con el propósito central de poner en contexto algunas peculiarida-
des contemporáneas y tener un piso para pensar Argentina no sólo en relación a
otros países, sino también –como es el sentido de este libro– desde las superficies de
emergencia que esos encuadres muestran en distintas provincias.
Si la versión dominante del “crisol de razas” a la argentina predica que “los pe-
ruanos vinieron de los incas; los mejicanos, de los aztecas; y los argentinos, de los
barcos”, las implicancias de semejante aseveración inscriben al menos un doble

7 George Yúdice ha aportado recientemente una idea de performatividad cultural de peculiar rele-
vancia para entender dinámicas nacionalmente diferenciadas de recreación y procesamiento de marca-
ciones y reclamos, de políticas de estado y luchas por reconocimiento. Con el concepto de performativi-
dad, Yúdice alude a encuadres de interpretación que encauzan la significación del discurso y de los
actos, no sólo desde la perspectiva de los marcos conceptuales y pactos interaccionales, sino también de 100
los condicionamientos institucionales del comportamiento y de la producción de conocimiento. Gene-
rados por relaciones diversamente ordenadas entre las instituciones estatales y la sociedad civil, la magis-
95
tratura, la policía, las escuelas y las universidades, los medios masivos, los mercados de consumo, etc.,
esos encuadres permitirían explicar –según el autor– por qué distintos estilos/entornos nacionales pro-
75
mueven una absorción o receptividad diferente ante nociones como la de “diferencia cultural” que po-
seen vigencia y aceptación mundial, y ejercen de manera también diferente el mandato globalizado de
reconocer el derecho a la diferencia cultural que imponen instituciones intergubernamentales y agen-
cias multilaterales (Yúdice, 2002: 60-61 y 81). En esto, el argumento de Yúdice de que todo entorno
nacional está constituido por diferencias que –recorriendo la totalidad de su espacio– “son constitutivas 25
de la manera como se invoca y se practica la cultura” (Yúdice, 2002: 61) muestra notable cercanía a las
preocupaciones y propuestas que venimos reseñando, y amplía a la vez el campo de observación para 5
trabajar racializaciones y etnicizaciones desde un contextualismo radical.
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juego. A la par de trazar distancias nítidas respecto de ciertos otros externos (los
“aindiados hermanos” de ciertos países latinoamericanos) en base a un ideario de
nación homogéneamente blanca y europea, se secuestra y silencia internamente la
existencia de otro tipo de alteridades, como la de los pueblos indígenas–supuesta-
mente, siempre pocos en número y siempre a punto de terminar de desaparecer por
completo–y también la de los afro-descendientes, pues las poblaciones asociadas a
un remoto pasado africano ligado a la esclavitud no encuentran cabida alguna en
9
un “venir de los barcos” que parece acotarse a los siglos XIX y XX.
Segato (1998b) destaca que distintos países pueden echar mano a un mismo
tropo, aunque para realizar operaciones cognitivas diversas. Señala entonces que,
aun partiendo de la metáfora del “crisol de razas”, las ideologías nacionales hege-
mónicas de Estados Unidos, Brasil y Argentina han administrado de manera dispar
la tensión entre la homogenización de ciertas poblaciones como núcleo duro de la
nacionalidad, y la heterogeneización de otras como distintos tipos de otros internos
diferencialmente posicionados respecto de las estructuras de acceso a recursos ma-
teriales y simbólicos clave. Así, explicita Segato que, en Argentina, la metáfora del
crisol usada para construir una imagen homogénea de nación ha ido inscribiendo
prácticas de discriminación generalizada respecto de cualquier peculiaridad idio-
sincrática y liberando en el proceso a la identificación nacional de un contenido ét-
nico particular como centro articulador de identidad (una nación uniformemente
blanca y civilizada en base a su europeitud genérica). Tales prácticas habrían propi-

8 Las ideas presentadas en este acápite han sido progresivamente desarrolladas en distintos trabajos,
pero estas páginas guardan muchas afinidades con uno en particular (Briones, 2004), que fue escrito
casi en paralelo. Aquí el propósito es trazar una acuarela que enfatice los rasgos preponderantes en las
imágenes y prácticas propiciadas desde los centros de poder material y simbólico que, en Argentina y
como reza el dicho sobre Dios, a menudo vienen atendiendo en/desde Buenos Aires y/o se instalan en
una lugar porteño de enunciación. Los capítulos sucesivos mostrarán los no pocos matices y desafíos
que se realizan desde distintas provincias o sectores y en diferentes épocas sobre estas narrativas maestras
de nacionalidad y estatalidad.
9 Así, la supuesta extinción de las personas de color y sus cofradías acontece en los imaginarios nacio-
nales de manera tan subrepticia como misteriosa y silenciosa. A través de los actos escolares, por ejem- 100
plo, los niños aprenden que sólo para el festejo del 25 de Mayo de 1810, por el inicio de la independen-
cia nacional, les toca a algunos disfrazarse de caballeros patriotas y damas de sociedad, mientras que a
95
otros y otras le corresponde ennegrecer sus caras con corcho, para representar a serenos, candileros, ma-
zamorreras, vendedoras de empanadas, jaboneros heredados de la sociedad colonial. Ninguna otra re-
75
presentación de la historia patria requiere volver a usar los corchos ennegrecidos, como si la presencia de
negros en esa historia no se extendiese más allá de los momentos iniciales de conformación de un país
independiente. En consecuencia, no sorprende que quienes hoy puedan ser “a simple vista” clasifica-
bles como “negros” –“negros mota” o “negros negros”, diría Frigerio (2002), para recuperar la diferen-
cia que hace el sentido común entre afro-descendientes y los “cabecitas negra”– queden vinculados a 25
migraciones más o menos recientes, producidas supuestamente no ya desde África sino desde Uruguay,
Brasil o los EE.UU.– puesto que tampoco está demasiado visibilizada la inmigración caboverdiana (de 5
Liboreiro, 2001).
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22 Claudia Briones
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ciado además una vigilancia difusa de todos sobre todos que, basándose en reprimir
la diversidad, se habría acabado extendiendo a diversos dominios de lo social
(Segato, 1991:265).
Sobre esta base, diría que la formación maestra de alteridad en Argentina fue re-
sultando de una peculiar imbricación de maquinarias diferenciadoras, estratifica-
doras y territorializadoras, habilitantes de un conjunto de operaciones y desplaza-
mientos que, para sintetizar el argumento, agruparía en torno a tres lógicas
principales. Una de incorporación de progreso por el puerto y de expulsión de los
“estorbos” por las puertas de servicio, primera lógica que se liga a una segunda de
argentinización y extranjerización selectiva de alteridades, estando a su vez ambas
lógicas en coexistencia con una tercera de negación e interiorización de las líneas de
color. Veamos.
En Argentina, como en otros países, la espacialización de la nacionalidad ha
operado en base a metáforas que jerarquizan lugares y no-lugares. Al menos desde
la Generación de 1837, el país se autorrepresenta con una cabeza pequeña pero po-
derosa –el puerto de Buenos Aires– destinada como centro material y simbólica-
mente hegemónico tanto a ordenar y administrar las “limitaciones” de un cuerpo
grande pero débil –el “Interior”– como a llenar los vacíos circundantes, la tierra de
10
indios o tierra adentro sintomáticamente concebida como desierto. Esa cabeza ha
oficiado de entrada principal que diseña y posibilita un “venir de los barcos” desti-
nado a fortalecer y embellecer la contextura del tronco y poblar las extremidades.
Aún hoy, esa puerta se piensa ancha y generosa en lo que hace a dar cabida a “todos
los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, como reza el
preámbulo de la constitución. Ha administrado y administra empero los flujos en
base a una circulación de mano única. Mientras que para algunos oficiaba de en-
trada triunfal a promesas de movilidad ascendente, para elementos europeos inde-
seables devino con el tiempo puerta giratoria que los devolvería a sus lugares de
11
procedencia. Así, el hábito que se inaugura a principios de siglo XX de identificar

10 En verdad, si ya la generación del 37 instaura como tropo dominante de la geografía nacional la


idea de que el país es un “desierto”, lo interesante es cómo esa imagen permite encarnar un mandato 100

para sucesivas generaciones de elites morales –mandato canonizado por Juan Bautista Alberdi con el
axioma “gobernar es poblar”–. Aunque en términos de políticas públicas ese axioma se inscribe estatal- 95
mente de manera explícita hasta mediados del siglo XX (Lazzari 2004), en términos de imaginarios per-
siste hasta ahora, tras el dicho de sentido común de que “hay que poblar la patagonia”. 75

11 Me refiero a la sanción en 1902 de la Ley de Residencia –que autoriza la deportación de “elementos


indeseables”, mayormente sospechados de anarquistas y comunistas– complementada en 1910 por la
Ley de Defensa Social, que permite encarcelar a disidentes políticos del país. En el marco del debate
para la aprobación de esta ley, el Diputado Ayarragaray buscará matar varios pájaros de un tiro al mo- 25
mento de enumerar una lista de “indeseables”. Además de los anarquistas, propone también excluir
“...la inmigración amarilla que estamos amenazados de recibir (…) En este sentido, debemos proceder 5
con sentido científico. Nosotros no necesitamos inmigración amarilla, sino padres y madres europeas,
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“elementos étnicos inconvenientes” incluso entre migrantes europeos sospechados


de anarquistas o comunistas muestra cómo el crisol argentino va deviniendo un
caldero con restricciones de ingreso que responden tanto a consideraciones ra-
ciales, como de clase y político-ideológicas (Briones, 1998c). En este marco, los
contingentes internos que se consideran inaceptables no sólo se piensan deambu-
lando por caminos periféricos, sino que tienden a ser eyectados por la trastienda.
Esta idea de que los argentinos vinimos de los barcos se refuerza con la propensión
especular a expulsar fuera del territorio imaginario de la nación a quienes se asocian
con categorías fuertemente marcadas, mediante una común atribución de extran-
jería que ha ido recayendo sobre distintos destinatarios a lo largo de la historia na-
12
cional, según distintos grupos fuesen adquiriendo sospechosa visibilidad.
A este respecto, es por ejemplo sugestiva la perseverancia con que desde fines del
siglo pasado se viene reiterando el aserto de que los Tehuelche (siempre a punto de
total extinción) son los verdaderos “indios argentinos” de la Patagonia, a diferencia
de los más numerosos (y por ende conflictuantes) Mapuche, pasibles siempre de ser
rotulados como “chilenos” –por ende, indígenas “invasores” o “visitantes”, sin de-
rechos según las versiones más reaccionarias a reclamar hoy reconocimientos terri-
toriales (Briones, 1999; Briones y Díaz, 2000; Cañuqueo, Kropff, Rodríguez &
Vivaldi en este volumen; Lazzari y Lenton, 2000; Ramos & Delrio en este vo-
lumen; Rodríguez, 1999; Rodríguez y Ramos, 2000)–. En similar dirección y mos-
trando la eficacia residual de esta lógica, he escuchado a conciudadanos salteños y
jujeños denunciar el trato discriminatorio al que estaban siendo sometidos cuando
se los estigmatizaba como “bolitas” o bolivianos –es decir, cuando se los desnacio-
nalizaba por su aspecto– durante la irrupción de xenofobia que acompañó el fin de
la era menemista. En este marco, tampoco sorprende tanto un acontecimiento que
tomó estado público más recientemente, hecho vergonzoso que algunos consi-
deran anacrónico y otros vemos como síntoma preocupante de la formación de al-
teridad que todavía es propia del país. Brevemente, funcionarios de migraciones
acusaron a la Sra. María Magdalena Lamadrid de utilizar un pasaporte falso, basán-
dose también en su aspecto. En lo que califican como un gesto de indiscriminación
100

de raza blanca, para superiorizar los elementos híbridos y mestizos que constituyen la base de la pobla-
ción del país y que posiblemente son de origen amarillo (en Lenton 1994).” La novedad de este testimo- 95
nio respecto de otros es menos la racialización que abarca y ordina aquí a los mestizos respecto de “la
raza blanca”, que la claridad con que muestra una lógica hipogámica (Harrison 1995). Retomaremos 75
luego la operatoria de esta lógica. Baste decir aquí respecto del razonamiento de Ayarragaray que los
mestizos o criollos deben ser “superiorizados” porque son fruto de una mezcla hispano-indígena donde
el componente indígena racialmente subvaluado –aquí, además, en base a la atribución de orígenes
transpacíficos prehistóricos también “amarillos”– contaminó y arrastró hacia abajo al que por sí mismo 25
estaba un poco mejor valuado (el español).
12 Agradezco a Ricardo Abduca un comentario que, realizado hace varios años al pasar, me invitó a 5
prestar atención a este punto y me llevó a empezar a hacer un mapa de “recurrencias” en esta dirección.
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del nosotros nacional, Natalia Otero y Laura Colabella (2002) explican los criterios
en que tales funcionarios apoyaban su “brillante deducción”: como no hay
argentinos negros, toda persona de aspecto afro debe ser extranjera.
A su vez, estas formas de territorializar y diferenciar pertenencias se imbrican
con una segunda lógica de substancialización (Alonso, 1994) que entrama “la gran
familia argentina” en base a maquinarias diferenciadoras que aplican de manera
asimétrica los principios de jus solis y el jus sanguinis para argentinizar o extranje-
rizar selectivamente distintas alteridades. Por ejemplo, mientras idealmente la ciu-
dadanía argentina se adquiere por el principio de jus solis –principio que permitió
argentinizar a la descendencia de la inmigración europea– otras alteridades son per-
manentemente extranjerizadas en base a la aplicación asimétrica del principio del
jus sanguinis. Así, la chilenidad imputada a habitantes mapuche suele correspon-
derse no con su lugar de nacimiento sino con el lugar de procedencia se sus
antepasados remotos (Briones y Lenton, 1997).
Paralelamente, las dos lógicas anteriores se articulan con una que, adoptando en
lo explícito la ideología racial propia de los EE.UU. –ideología que toma la negritud
como epítome de lo racial– lleva simultáneamente a negar la existencia de racismo
en el país y a interiorizar las líneas de color. Esta tercera lógica preside compleja-
mente la vigencia de dispares requisitos para la argentinización de distintos tipos de
otros internos, a la par de propiciar una peculiar racialización de la subalternidad
(Guber, 2002; Margulis, Urresti et al., 1998; Ratier, 1971), para dar cuenta de
quienes no pueden ser ni eyectados ni extranjerizados, a riesgo de perder una masa
crítica de subalternos que hegemonizar. Pero vayamos por partes.
Una vez que la nación argentina se postula (desea ver o proyectar) como homo-
géneamente blanca y europea –hallando en esto un criterio de diferenciación fun-
damental respecto de otros países de Latinoamérica– no queda lugar para dos mo-
vimientos que han sido ensayados por otras ideologías nacionales. El primer
movimiento se liga a que el precepto de homogeneidad desaconseja trazar –como
en EE.UU., por ejemplo– líneas de color que dividan una entidad discreta e intro-
duzcan un diagrama de mosaico. Posiblemente, el deseo de europeizar la nación en
todo sentido estuviese en la base de una irrestricta admiración por ciertos países eu- 100

ropeos como Francia y Gran Bretaña, cuyo liberalismo y trayectorias coloniales les
95
permitían practicar ultramarinamente un racismo que –a diferencia de los EE.UU.–
tendían a enmascarar “puertas adentro”. En este sentido, la admiración hacia los 75
EE.UU. parecía ya desde Sarmiento expuesta a cierta cautela, entre otras cosas por la
forma de hacer de las líneas de color un principio estructurante de la nación.
Obviamente, esta autodefinición por contraste lejos está de impedir la ocurrencia
25
de racismo. En todo caso, lo alimenta en base a otro tipo de prácticas de racializa-
ción. Así, la recurrente posibilidad de sostener al menos desde la década de 1870 5
que ya no había negros argentinos (de Liboreiro, 2001) no pasa simplemente por
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no quererlos ver –como veremos, el color se ve y toma en cuenta, pero para inter-
pretarlo de otra manera– sino por teorías sociales de la raza que operan en base a
ideas sui generis o bien de extinción o bien de paulatina asimilabilidad. Esas teorías
alimentan a la vez hipótesis distintivas respecto de las posibilidades, operatoria y
consecuencias del “mestizaje” y el “blanqueamiento” –lo que nos remite al segundo
movimiento particularizador del caso argentino que me interesa explicitar.
El mito del desierto a ser poblado (europeizado) mediante políticas de inmigra-
ción se basa en una valoración no sólo de los indígenas sino de las masas his-
pano-indígenas o criollas que tempranamente muestra que el discurso hegemónico
de la nacionalidad argentina va a adoptar una ideología de mestizaje muy distinta a
la vigente en otros países de Latinoamérica, donde la hibridación opera como tropo
maestro de la conformación nacional (Briones, 2002b). En términos de espaciali-
zación del país, Villar (1993) sostiene que el hinterland portuario a ser domesticado
reconoce dos grandes áreas en tensa oposición y complementación: la “tierra
adentro” bajo control indígena, y la “frontera”, como lugar de interfase con la ocu-
pación criolla. Sarmiento es ejemplo pionero de la barbarización de los indios de
“tierra adentro”y, por extensión, de la de gauchos, montoneros y paisanos de la
“frontera” (Svampa, 1994; Briones, 1998c). No obstante y como muestra Diego
Escolar (2003) para la zona de Cuyo, incluso para el mismo Sarmiento los límites
entre ambos colectivos son mucho más ambiguos de lo que el discurso hegemónico
quiere reconocer de manera explícita.
A este respecto, es muy ilustrativa la forma en que el Ministro de Guerra y Ma-
rina Benjamín Victorica trata de apaciguar la preocupación del senador Aristóbulo
del Valle, atribulado por definir si y en qué proporción era lícita la política del Poder
Ejecutivo de incorporar indígenas sometidos al ejército nacional, como recurso
apto para “civilizar” –extender el control social sobre– estas poblaciones luego de
su derrota militar. En verdad, del Valle está inquieto frente a la doble paradoja de
incorporar a quienes hasta hace poco eran enemigos del país proveyéndolos de
armas y, más aún, haciéndolos custodios de la seguridad nacional. Para explicar
que, en verdad, no son tantos los “indios de tropa” como el legislador supone, Vic-
torica proporciona una respuesta que ejemplifica la coexistencia conflictiva de cri- 100

terios adscriptivos de que hablamos, así como teorías de lo racial muy diferentes a
95
las vigentes por ejemplo en EE.UU. Dice Victorica:
75
“El señor senador se equivoca tomando por indios de la Pampa a individuos del
país, que indios parecen por su color trigueño” (Lenton, 1992:34-5).

En suma, la postura que sostiene el Ministro para fijar la identidad de algunos 25

contingentes sociales en ciertas direcciones y no en otras parte de que no se puede


confundir “ser” con “parecer”. Así, si en EE.UU. no hay forma de que quien “pa- 5

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rece” negro no lo sea, en Argentina se puede “parecer” indígena por el color de la


piel pero no serlo. Sugestivamente, empero, si proponer que las marcas corporales
no permitirían establecer lindes inequívocos entre indígenas y (ciertos) criollos pa-
rece etnicizar la aboriginalidad, paralelamente nos muestra que el “color” no se
abandona como medio para describir/significar/predicar sobre la realidad de la
membresía de ciertos contingentes desmarcados como “individuos del país”, en
pro de consolidar una hegemonía por transformación que, para reforzar las posi-
ciones de los grupos dominantes, apuesta a una pronta homogenización cultural de
la heterogeneidad (Briones, 1998a). En este marco, no sorprende que muchas dé-
cadas después el “interior” aparezca “asaltando” el puerto de Buenos Aires a través
de contingentes de “cabecitas negras”. Pero antes de desarrollar este punto, bien
vale explorar en qué direcciones sí se racializa la aboriginalidad y, por contraste, a la
Nación Argentina, una Nación supuestamente sin otro color más que el puro
blanco.
Sostuve en otra parte que, en términos de incorporación al “nosotros nacional”,
se habilitaron distintas trayectorias para alteridades construidas sobre diversas
marcas, etnicizadas para los inmigrantes europeos –a quienes cabía recorrer la
senda de “argentinización”–, racializadas para los PIs, para quienes un proceso
equivalente se definía como “blanqueamiento” porque, a diferencia de los pri-
meros, no eran “ya blancos”. En relación a esto y a diferencia de otros países lati-
noamericanos, en Argentina el mestizaje ha tendido a quedar definido por una ló-
gica de hipodescendencia, que hace que la categoría marcada (en este caso,“lo
indígena”) tienda a absorber a la mezclada y que el mestizo esté categorialmente
más cerca del “indígena” que del “no indígena” (Briones, 1998c). En este marco, el
punto a destacar es que, a partir de un opaco pero sostenido distanciamiento entre
“mestizos” (categorialmente más cerca de los indios por provenir de una mezcla re-
ciente) y “criollos” (conciudadanos provenientes de una mezcla de mayor profun-
didad, pero pasibles de ser “mejorados” por matrimonios con inmigrantes euro-
peos que habilitan movilidad ascendente en términos de capitales culturales y
sociales), la formación maestra de alteridad en Argentina ha apuntado a inscribir
sus dos movilidades estructuradas fundacionales, apoyándose ideológicamente en 100

la operatoria de dos melting pot simultáneos y diferentes. Mientras uno de esos cri-
95
soles ha promovido el enclasamiento subalterno de algunos apelando a la potencia-
lidad hipogámica de ciertas marcas racializadas, el otro por el contrario ha enfati- 75
zado la potencialidad hipergámica de la europeitud en el largo plazo. Poniendo no
obstante límites discrecionales a quienes tenían habilitado el ingreso (criollos más
que mestizos), este segundo caldero ha apuntado a evitar que la proliferación de pa-
25
rejas mixtas desde época colonial y sobre todo la propiciada por el desbalance de gé-
nero vinculado a las inmigraciones masivas de fin de siglo XIX (Geler en prensa) 5
pusiese en tela de juicio tanto la blanquitud paradigmática de la argentinidad de-
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seada, como el mito de la movilidad ascendente. Entonces, si del primer crisol salen
“cabecitas negras”, pobres en recursos y cultura, del otro emergen “argentinos
tipo”, esto es, mayormente blancos, de aspecto europeo y pertenecientes a una ex-
13
tendida “clase media”.
En esto, pareciera que la articulación de raza y clase opera en sentido inverso a
los EEUU. Sin importar la clase social, en el país del norte una gota de sangre negra
o india ha llevado a establecer pertenencia dando relevancia genealógica al ante-
cesor más subvaluado. En Argentina, en cambio, el blanqueamiento ha sido po-
sible –y muchas veces, compulsivo– para indígenas y afro-descendientes. Así, la po-
sibilidad de una movilidad de clase ascendente facilitó y fue a la vez facilitada por la
posibilidad complementaria de “lavar” pertenencias y elegir como punto de identi-
ficación al abuelo menos estigmatizado.
Con esto, no quiero significar que raza y clase respectivamente predominan en
14
EE.UU. y Argentina como ordenadores de desigualdad. Tampoco estoy soste-
niendo que a ciertos indígenas y negros les haya sido totalmente imposible “pasar”
por blancos en EE.UU., ni negando que en Argentina el color de la piel no cuenta
en absoluto. Antes bien, apunto a llamar la atención sobre la existencia en Argen-
tina de un melting pot paralelo al crisol de razas que se hace explícito y se toma
como fundante de la argentinidad europeizada, un espacio simbólico de reu-
nión/fusión tanto de indígenas y de afro-descendientes, como de sectores popu-
lares del interior –tempranamente pensados como gauchos, paisanos, montoneros,
criollos pobres– y eventualmente inmigrantes indeseables. Es la operatoria de este
melting pot encubierto lo que ha conducido a convertir en con-nacionales –aunque
de tipo particular– a los conciudadanos que no podían ser ni extranjerizados, ni
eyectados de los contornos geosimbólicos de la nación, ni alterizados en un sentido
fuerte, a riesgo de perder masa crítica para imaginar la posibilidad de una nación
independiente. Y así como el melting pot explícito ha europeizado a los argentinos
argentinizando a los inmigrantes europeos, este otro lo ha hecho produciendo “ca-
becitas negras”, es decir, ha trabajado en base al peculiar movimiento de racializar
la subalternidad, internalizando parcialmente una línea de color anclada en el
“Interior” (Ratier, 1971). En este doble sentido –destacaría– cabe hablar de “inte- 100

riorización de las líneas de color”. En otras palabras, el oscurecimiento parcial de


95
una condición genérica de subalternidad epitomizada en los “cabecitas negra” ha
permitido recrear y explicar la estructuración de clase, sin poner en entredicho ni el 75
presupuesto de la blanquitud como atributo de toda una nación, ni las promesas de
13 Esta lectura encuentra un interesante contrapunto en el capítulo 7 de este volumen, donde Lanusse
y Lazzari identifican y analizan distintas matrices de mestizaje en una provincia como Salta que, como 25
otras “añejas” del país, se cuenta desde un pasado colonial que habría dejado como herencia poblacional
la temprana y extendida mezcla de españoles e indígenas.
5
14 Cfr. Frigerio (2002).
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progreso y movilidad ascendente que la perfilaban como promisorio país de inmi-


gración. Esta racialización de los sectores populares en tanto “subordinados tolera-
bles” (Williams, 1993) ha ampliado el repertorio de las marcas que los particula-
rizan, ampliación que sin embargo ha operado elevando el umbral visual a partir
del cual se es considerado “negro mota” o “indígena”.
En este marco, la argentinidad del “cabecita negra” siempre ha sido embarazosa
a los ojos hegemónicos, en términos de aspecto, de adscripción de clase, de práctica
cultural y de actitudes políticas (Briones, 1998c). Esos ojos los ven como la cara
“vergonzante” de la nación porque, siendo parte de ella, dan muestra de inadecua-
ciones ya de somatotipo (rasgos indígenas o afro, por ejemplo, heredados de pobla-
ciones supuestamente extinguidas), de actitud (falta de “cultura” en el sentido de
pulimiento), de consumo y estética (chabacanería), de espacialidad (villeros,
15
“ocupas” ilegales), de hábitos de trabajo (desocupados, criminales, cartoneros) y
convicciones políticas (peronistas por propensión clientelar, piqueteros).
Lo destacable es que la obvia racialización que este rótulo connota no admite fá-
ciles equivalencias con construcciones de negritud propias de otros contextos. A di-
ferencia de los EE.UU., jamás el “cabecita negra” ha sido proclamado como cate-
goría completamente separada o segregable mediante apartheid –como los
afro-americanos hasta mediados de siglo– ni digna de respeto y de expesar y recrear
“su” diferencia –como los afroamericanos en la actualidad–. Tampoco es como el
“white trash” o el “red neck” pues, además de estigmatizaciones de clase, pesan
sobre el “cabecita” otras marcas de alteridad de origen que lo construyen como
anomalía respecto del “argentino tipo”, como si fuese un producto incompleto o
fallado (en el sentido “civilizatorio”) del crisol de razas que emblanqueció y euro-
peizó la argentinidad. A su vez, si lo comparamos con la lectura que hace Segato
(1998b) de la negritud en Brasil, el “cabecita negra” tampoco impregna al “argen-
tino tipo” ni le infunde una cuota de ambigüedad, porque éste se asume como irre-
mediablemente “blanco” –aunque no precise automarcarse explícitamente en estos
términos por el simple hecho de que “en Argentina no habría negros-negros”. Por
el contrario, el “cabecita negra” es más bien el entenado vergonzante que se inter-
pela como tal dentro de la familia, pero del que no se habla frente a terceros. Ante 100

éstos, ha operado más bien como el esqueleto a esconder en el ropero (Briones,


95
1998b).
75

15 Como reseña Guber (2002: 363) a partir de los trabajos de Hugo Ratier, “con la caída del segundo
gobierno peronista, el mote de ‘cabecita’ dio lugar al de ‘villero’. Si aquél había correspondido al de un
actor social en avance [los ‘descamisados’ peronistas], el segundo se refería a otro en retroceso.” Agrega- 25
ría que al día de hoy lógicas de desplazamiento semejantes estigmatizan por ecuación a los sujetos de es-
pacializaciones modernizadas, como los “ocupas” de las “casas tomadas” y los “gronchos” (“negros” cul- 5
turalmente hablando) de los conventillos devenidos “pensiones baratas” u “hoteles familiares”.
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En síntesis, tiene razón Frigerio (2002) al insistir que los “cabecitas negras” en
Argentina no se explican meramente por cuestiones de clase, aun cuando sean estos
los vocabularios que priman en el país. Es en este marco que el autor aconseja no
minimizar la incidencia en la construcción de dicha categoría de prácticas de racia-
lización que explícitamente siguen modelos antes usados para subalternizar a los
afro-descendientes. Por mi parte, más que intentar ver qué grupo subalterno fun-
ciona como parámetro de la racialización de la subalternidad en Argentina, me pa-
rece importante enfatizar dos cosas. Por un lado, existen prácticas de racialización y
etnicización que recortan alteridades diferenciadas. No creo –aunque éste aún es
un punto a examinar y discutir– que las hipótesis de mestizaje y blanqueamiento
hayan operado y operen de manera semejante para indígenas, afro-descendientes, y
16
quienes hoy se consideran descendientes de inmigrantes “indeseables”. Por el
otro, están activas otras prácticas de racialización que han posibilitado la reunión
en una misma categoría –la de “cabecitas”– de integrantes de algunas de esas alteri-
dades –específicamente, indígenas y afro-descendientes– sin poner en cuestión la
perduración de las mismas, y sin que sólo ellas basten para dar cuenta de todo lo
que cabe al interior de la subalternidad racializada. Porque así como es cierto que
muchos indígenas y afro-descendientes alzan su voz para denunciar el haber sido
improcedentemente fusionados en un estigma de “cabecitas” que no les perte-
17
nece, otros conciudadanos afectados por el mismo estigma no se sienten ni una
cosa ni la otra.
En todo caso, si nos concentramos en los efectos particulares que esta formación
de alteridad ha ido dejando como impronta en las construcciones de aborigina-
lidad prevalecientes en Argentina, resulta interesante destacar una serie de cues-
tiones con fines comparativos. A pesar de la recurrente tendencia a ningunear lo in-
dígena en el país, percepciones diferenciadas del potencial de
conversión/civilización atribuido a distintos PIs fueron dando por resultado diver-
16 Y no estoy pensando solamente en clasificaciones nacionales como las de “peruanos” y bolivianos”,
que tienden a asumir muchos de los atributos estigmatizados con que se define a “cabecitas” y “villeros”
(Grimson 1999). Pienso también en una categoría nacional como la de “coreano” cuya racialización
comporta una estigmatización distinta (Courtis 2000). Además de tender a aplicarse el principio de jus 100

sanguinis para presuponer la ciudadanía coreana de los descendientes argentinos de inmigrantes de ese
origen, pesa sobre ellos un estigma que los desprecia por una movilidad ascendente sospechada de ilíci- 95
ta. Es al menos curioso que el mismo éxito económico que lleva a postular en los EE.UU a los coreanos
como minoría modelo resulte en Argentina un elemento para discriminar a la colectividad. 75

17 Incluiría en esto las experiencias y reflexiones de un dirigente Mapuche, las cuales constituyen un
acabado ejemplo de la asimetría que rige tanto las desmarcaciones hegemónicas de la aboriginalidad,
como las re-marcaciones racializantes y estigmatizadoras de los sectores populares. En el “Festival
DERHUMLAC” (Derechos Humanos en América Latina y el Caribe) que se hiciera en el Centro Cultural 25
Recoleta durante 1997 y para denunciar prácticas que apuntan a la pérdida forzosa de adscripciones in-
dígenas, este panelista sostuvo que “muchos de los que ustedes llamaban cabecitas negras éramos noso- 5
tros, los indígenas que vinimos a Buenos Aires. Pero nosotros siempre fuimos y seremos Mapuche.”
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30 Claudia Briones

gentes geografías estatales de inclusión/exclusión. Me refiero concretamente a la


implementación de prácticas diversas de radicación, que fueron desde la mayor
tendencia a “arraigar” indígenas a través de la figura de misiones religiosas en Tierra
del Fuego y zona chaqueña (supuesto reducto de los contingentes más móviles y
más “salvajes”) que en Pampa y Patagonia, hasta la negación explícita de permisos a
ciertos grupos en estas últimas regiones, la colocación de algunos en Colonias
agropastoriles o la extensión para otros de permisos precarios (Briones y Delrio,
2002; Delrio, 2003).
Si lo pensamos en relación con algunas de las ocurrencias analizadas en este
libro, el punto a destacar es que, paralelamente a esta diversidad de percepciones y
evaluaciones por parte del estado central respecto del potencial de “asimilación” de
distintos pueblos indígenas, otros dos factores tuvieron enorme gravitación en la
política de dar “respuestas estatales puntuales a casos puntuales” que ha sido distin-
tiva del indigenismo nacional desde los momentos claves de consolidación del es-
tado argentino, cuando se verificara y completara el avance militar “sobre tierra de
indios”: las distintas maneras de escenificar y disputar las marcas indígenas por
parte de la agencia aborigen y, sobre todo, la forma en que capitales privados,
agentes evangelizadores y funcionarios locales procuraron poner en marcha sus ini-
ciativas, intereses y visiones particulares, a veces resignificando y a veces interfi-
riendo con los proyectos federales de colonización y de argentinización de los pue-
blos originarios. En todo caso, tratamientos contingentes a distintos pueblos y a
distintos segmentos de un mismo pueblo irán desembocando en una multiplicidad
de trayectorias de gran influencia en las posibilidades indígenas de auto-organiza-
ción y de redefinición de estrategias de comunalización (Brow, 1990) para man-
tener límites grupales e intereses consistentes, así como en la inscripción del tipo de
demandas que se irán efectuando por parte de esta agencia diversificada.
A su vez, economías políticas más o menos localizadas de producción cultural
irán también tensando las relaciones entre representaciones colectivas y afiliaciones
sociales. Aludo, por ejemplo, a cómo la experiencia de trabajo en los ingenios azu-
careros del norte del país –reclutadores de mano de obra indígena temporaria entre
distintos pueblos indígenas radicados en Argentina pero también en Bolivia y Para- 100

guay– coadyuvará a una peculiar estratificación de pertenencias. Los cazadores-re-


95
colectores chaqueños –que siempre hacían los trabajos menos calificados y peor
pagos– fueron quedando localizados en los peldaños más bajos de la jerarquía, y 75
vinculados a una distancia y exotismo máximo respecto por ejemplo de pueblos va-
llistos y puñeños, más prontamente rotulados como campesinizados o campesini-
zables (ver Carrasco y Lanusse & Lazzari en este volumen). Fue operando aquí
25
–aunque a pequeña escala– un juego de distinciones y jerarquizaciones entre pue-
blos de tierras altas y bajas semejante al que se ha dado en Perú y Bolivia, aunque 5
ese juego fuera tercerizado en el contexto argentino por la ubicación siempre más
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Formaciones de alteridad 31

ambigua de contingentes Ava-Guaraní (Gordillo y Hirsch, 2003). Todo esto en el


marco de una geografía simbólica de nación que –como vimos– dejó improntas en
las representaciones y afiliaciones de ciudadanos indígenas y no indígenas al cons-
truir como “desiertos” las regiones con población indígena (región patagónica,
chaqueña y noreste), y heredar de la colonia una tendencia invisibilizadora en pro-
vincias viejas de Cuyo y particularmente del Noroeste, donde en una misma
provincia como la de Salta se ha apuntado a campesinizar a los Kollas y a
externalizar (chaquenizar) a los “silvícolas” del Pilcomayo.
Un país que –más allá de los proyectos iniciales– tendió a consolidar latifundios
en distintas partes del país, sin llegar nunca a realizar, como otros países latinoame-
ricanos, una reforma agraria que posibilitara la titularización de la pequeña pro-
piedad rural y/o un reparto más justo de la tierra, y que generalizara entre campe-
sinos indígenas y no indígenas las prácticas de auto-organización. Un país que, a
diferencia de México, ni aceptó ni reconoció la persistencia de instituciones colo-
niales como los sistemas de cargo en la re-organización más contemporánea de las
comunidades indígenas, ni convirtió al indigenismo en política de estado y em-
presa del campo intelectual –país que, menos aún, ofició como México de defensor
de un modelo de nación mestiza basado en la idea de una “raza cósmica”, y que
lejos está de empezar a discutir regímenes de autonomía (Bartolomé, 1996 a y b).
Un país que, como Brasil, interpeló a los indígenas como sujetos relativamente in-
capaces, necesitados de su función tutelar, y los ha responsabilizado de un subdesa-
rrollo siempre preocupante, objeto potencial además del accionar de agitadores dis-
18
puestos a usar la causa de los primeros para sus propios fines. Pero, en definitiva,
un país que –a diferencia de Brasil– jamás planeó la “domesticación” de los indí-
genas basándose en una estrategia sistemática de “atracción” (Ramos, 1998), ni
pudo nunca definir una agencia estatal indigenista como la SPI/FUNAI, que perdu-
rara en el tiempo, tuviera un lugar inamovible en el organigrama estatal, y fuera
dando progresiva cabida a los indígenas como funcionarios (Ramos, 1995 y
1997b). Por el contrario, Argentina se caracterizó tanto por una azarosa creación
de organismos indigenistas –21 entre 1912 y 1980 (Martínez Sarasola,
1992:387-9)– que experimentaron frecuentes cambios de jurisdicción ministerial, 100

como por la inexistencia de organismos de este tipo durante ciertos períodos. Tam-
95
bién por una nula producción de leyes indigenistas integrales hasta los 80
(GELIND, 2000a y 2000b), por la persistencia hasta hace una década de una opro- 75
biosa cláusula constitucional que consideraba atribución del Congreso de la Na-
ción asegurar “el trato pacífico con los indios y su conversión al catolicismo” (ex
25
18 Además de haber experiencia y análisis acumulados respecto a “sospechas” y “acusaciones” de este
tipo para Brasil y Argentina (Ramos 1991 y 1997a; Briones y Díaz 2000), cabe mencionar que tenden- 5
cias similares se observan en Venezuela y otros países de América Latina (Hill 1994; Iturralde 1997).
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art. 67 inciso 15), y por realizar un único censo indígena nacional en 1965 que
19
quedó inconcluso (Lenton, 2004).
Desde estas trayectorias el país se suma a la sucesión de reformas constitucio-
nales que se dieron en América Latina. Incorpora así el reconocimiento de los dere-
chos de los PIs mediante la reforma constitucional de 1994 (GELIND, 1999a), que
estuvo mayormente centrada en habilitar reformas de estado propias de la guberna-
mentalidad neoliberal y, de paso, la re-elección del entonces presidente Menem
(Carrasco, 2000). Si el multiculturalismo constitucional (Van Cott, 2000) que se
extendió por América Latina y otras convergencias continentales han confrontado
a los PIs de estos países con desafíos compartidos muy bien reseñados (Iturralde,
1997), el background esbozado afectó el “aggiornamiento” de Argentina al neoli-
beralismo y a las políticas de diversidad propias de la época. Menciono somera-
mente aquí ciertas particularidades de Argentina para apuntar a mostrar de qué
pisos ha partido la nueva movilización indígena orientada a garantizar el reconoci-
miento y efectivización de sus derechos especiales, y en qué variados contextos se
inscribe esa movilización. Además de permitir ponderar los logros en función de
esas condiciones, espero que esta somera caracterización sirva de marco para lo que
se desarrolla en capítulos posteriores. Comencemos por los pisos para la moviliza-
ción.
Por lo pronto, Argentina ha sido un país tan negador que la lucha indígena más
sostenida ha pasado y pasa por lograr visibilidad y por vencer estereotipos que no sólo
asumen la desindianización en contextos urbanos (ver por ejemplo Escolar; Falaschi,
Sánchez & Szulc; y Ramos & Delrio, todos en este volumen), sino que instalan se-
veras sospechas sobre la autenticidad de intelectuales indígenas cuya escolarización o
capacidad política los distancia de la imagen del “indígena verdadero”, tan pasivo e
incompetente, como sumiso y fácil de satisfacer desde políticas asistenciales mí-
nimas. En términos de movilidades estructuradas, mientras la permanencia en co-
munidades ha conspirado históricamente contra las posibilidades de escolarización y
de una readscripción de clase ascendente, la migración a los centros urbanos lejos está
de garantizar la profesionalización de una intelligentzia indígena. Cuando esa profe-
sionalización acontece, las presiones desadscriptivas propias de los medios urbanos 100

son tan fuertes que muchos invisibilizan su pertenencia. Aunque ese proceso ha co-
95
menzado a revertirse y varias organizaciones surgidas en las ciudades pero con trabajo
de base o comunitario han sido formadas por activistas culturales que han tenido po- 75
sibilidades de estudiar o están estudiando, es justamente sobre estos cuadros donde se
depositan mayores cuestionamientos y requerimientos que operan en base a están-
19 En esto, también es un dato revelador que Argentina no disponga de cifras oficiales sobre la cantidad 25
de ciudadanos indígenas, vacío a ser supuestamente llenado cuando se procesen los datos del censo nacio-
nal de población de 2001 –el primero en incluir una variable de autoidentificación indígena– y la encuesta 5
complementaria cuya realización está en curso desde 2004.
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dares dobles en términos de autenticidad, legitimidad y representatividad (Briones,


1998a). Por eso son tan sostenidas las luchas para dar visibilidad a la presencia y dere-
chos indígenas en general, pero particularmente para convertir el reconocimiento de
los problemas afrontados en situaciones urbanas en tema de agenda pública, ya que
muchas legislaciones y políticas aún confinan la cuestión y las incipientes soluciones
esbozadas al ámbito rural. En este marco también se comprende por qué son altas las
demandas de proyectos que apunten al fortalecimiento institucional y organizativo
(Carrasco, 2002; Briones, 2002a y 2005b).
A su vez, el hecho de que el paternalismo estatal hacia la ciudadanía indígena se
concentrara fundamentalmente en la provisión periódica de bienes de consumo
básicos y en la extensión de servicios elementales ha comportado, entre otras cosas,
que una escasísima parte de las comunidades llegara con título de propiedad de las
tierras tradicionalmente ocupadas a la reforma constitucional de 1994 y a la discu-
sión de la noción de territorio que progresivamente se instala. Paralelamente en-
tonces a la búsqueda de una visibilidad basada menos en prejuicios de larga data
que en una ajustada apreciación de las dispares condiciones de vida al interior de
un mismo PI, buena parte de las demandas y esfuerzos de las bases se concentran en
regularizar la precariedad de las respectivas situaciones dominiales y los atropellos
que –al día de hoy– esa precariedad sigue permitiendo. Es en este marco que ciertos
formadores de opinión se sienten aún habilitados a seguir pasando por alto el man-
dato constitucional de asegurar a los PIs “la posesión y propiedad de las tierras que
tradicionalmente ocupan” y “la entrega de otras aptas y suficientes para el desa-
rrollo humano”, y tratan de construir los reclamos de tierras y territorios como
20
amenaza a la propiedad privada. Paralelamente, aunque la autonomía todavía no
pasa de ser una reivindicación discursiva, su planteamiento se toma como excusa
para instalar fortísimas sospechas de “politización intolerable” (Briones, 1999), ya

20 Dijo recientemente Daniel Gallo, comentarista de temas militares del diario conservador de circu-
lación nacional La Nación, el domingo 4 de julio de 2004: “El indigenismo se hace fuerte en su relación
con la tierra: en la mayoría de los casos, las comunidades se autosostienen con el trabajo agrario de nivel
de supervivencia. El conflicto se ocasiona con el cruce de intereses entre quienes están en un lugar que 100
dicen les pertenece por herencia de sangre y aquellos que exhiben títulos de propiedad con sellos acepta-
dos en cualquier tribunal del siglo XXI.” Nada ingenuamente, cita las palabras del intelectual Marcos
95
Aguinis quien fijó su posición en una nota publicada por el mismo diario en el mes de marzo pasado:
“La reinvindicación indigenista se basa en mitos, confunde, distorsiona y contiene la trampa de conmo-
75
ver nuestros sentimientos de solidaridad. Así como el marxismo conmovía con su promesa de poner fin
a la explotación del hombre, y sólo llevó a nuevas formas de explotación y tragedia, el indigenismo pro-
mete acabar con las injusticias padecidas desde los tiempos de la colonia y sólo conseguirá profundizar
su marginación.” En todo caso, la nota que se llama “La protesta de la tierra” explicita en su copete: “La
corriente de indigenismo que en los últimos tiempos ha sacudido al continente y derrocado a gobernan- 25
tes en Bolivia y Ecuador se encuentra a las puertas de la Argentina, donde –aunque aislados– ya han es-
tallado conflictos por posesiones de tierras. Qué hay detrás de estos reclamos y la estrategia de confluir 5
con las protestas piqueteras.”
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sea según algunos a manos de agitadores falsamente autoproclamados indígenas, o


ya sea según otros por obra de “organizaciones pseudo ambientalistas y pseudo in-
21
digenistas asociadas sinérgicamente”. En todo caso, aun cuando por ejemplo la
propuesta mapuche de la zona de Pulmarí en Neuquén como “territorio indígena
protegido” haya servido de base para el programa de “Desarrollo de Comunidades
Indígenas” que cuenta con financiamiento del Banco Mundial para trabajar en tres
áreas indígenas piloto (comunidades mapuche de Pulmarí en Neuquén, comuni-
dades diaguito-calchaquí y quilmes de Amaycha del Valle en Tucumán y comuni-
dades kolla de Finca Santiago en Salta), no se ha instalado aún ningún proyecto
concreto que ensaye modelos de reconocimiento ni de territorios continuos, ni de
22
territorios no territorializados. Más aún, el único reclamo específico en esta direc-
ción –el de reconocimiento de un territorio unificado por la Asociación Lhaka
Honhat que reune a más de treinta comunidades integradas por cinco pueblos en el
chaco centro-occidental salteño (Carrasco y Briones, 1996)– ha sido continua-
mente saboteado por un gobierno provincial que incumple todos los acuerdos que
viene firmando desde fines de los 80 y por sucesivas administraciones federales que,
invocando la autonomía provincial, se rehúsa a intervenir activamente para honrar
sus responsabilidades y demandar el efectivo cumplimiento de la constitución na-
cional. Por ello, este caso ha llegado a la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, donde igualmente transita un estancado proceso de solución amistosa
(Carrasco, 2004).
A su vez, políticas estatales de invisibilización y fragmentación de la ciudadanía
indígena y recrudecimientos cíclicos de picos de represión a la actividad política
han generado dispares dependencias entre los distintos PIs respecto de equipos de
apoyo confesionales, partidocráticos o técnicos (Carrasco, 2002) y, consecuente-
mente, conspirado contra la emergencia a nivel nacional de organizaciones pan-in-
dígenas fuertes, con una visión y retórica compartida y con capacidad de perdurar
en el tiempo. A su vez, las circunstancias por las que atravesó la conflictividad del
país en torno a la crisis de Diciembre de 2001 generaron una inusitada caída e invi-

21 Verbatim de Bustos, Ricardo 2004 “Columna Abierta: Un atropello a las ideas…” Diario El Oes- 100

te, Esquel. Versión electrónica. 30 de septiembre. (Bajado el 2 de octubre y disponible en


http://www.diarioeloeste.com.ar/EdicAnt/300904/opinion.htm). 95

22 El principal objetivo del DCI para las tres áreas indígenas piloto es “establecer las bases para el desa-
75
rrollo comunitario y la protección y gestión de recursos naturales en las tierras de las comunidades indí-
genas. Ello incluye el fortalecimiento social y cultural de las comunidades indígenas, la mejora de las ca-
pacidades indígenas para una gestión sustentable y el aumento de la capacidad de gestión al interior de
las comunidades y en relación a la articulación con todos los niveles de gobierno y otros actores involu-
crados en las ár eas piloto y respecto a los pueblos indígenas en general. Ver Banco Mundial (2004) Lec- 25
ciones aprendidas en el Proyecto de Desarrollo de las Comunidades Indígenas (DCI) en Argentina.
(Disponible en www-wds.worldbank.org/servlet/WDSContentServer/WDSP/IB/2004/06/03/0001- 5
60016_20040603162434/Original/292000wp0span.doc. Bajado el 10/09/2004).
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sibilización de la cuestión indígena en los temas de agenda nacional. No obstante, a


partir de fines de 2003 especialmente, los PIs y algunas de sus organizaciones
vienen realizando distintos esfuerzos de convergencia para recrear un campo de in-
terlocución común a nivel nacional. Al día de hoy, tales intentos quedan atrave-
sados por la explicitación de diversos debates, mayormente centrados en la conve-
niencia o no de integrar recursos humanos propios en los organismos estatales para
“empujar” la política indígena, aceptar o no financiamiento de agencias
multilaterales para mover proyectos de desarrollo, y dirigir los reclamos
fundamentalmente al poder ejecutivo o a los tres poderes de la república (Briones,
2005b).
En cuanto a los contextos de la lucha indígena, no es un dato menor que, hasta
hace relativamente pocos años, el supuestamente satisfactorio perfil económico del
país (en términos de PBI y PBI per capita) no pusiera a la Argentina en la lista de
países prioritarios para diversas ONGs de apoyo. Esto es, aún cuando el grueso de la
ciudadanía indígena en Argentina se ubicase entre los sectores más afectados por el
peor coeficiente de NBI, los guarismos seguían planteando a Argentina como un
país de excepción respecto de otros países latinoamericanos. Similar razonamiento
23
primaba entre las agencias multilaterales, lo que dio como resultado un país esca-
samente “onguizado” en comparación a otros países de Latinoamérica.
Aunque estas tendencias comenzaron a revertirse de manera sorda a mediados
de los 70 y acelerada en los 90, parecieran haberse hecho socialmente insufribles re-
cién en Diciembre de 2001. Entonces, el país una vez aspirante a ser el “granero del
mundo” encontró a muchos de sus ciudadanos en las calles, confrontando con la
realidad de haber dejado caer a la mitad de la población bajo la línea de pobreza, y
trepar el desempleo a casi el 20% –guarismo que rondaba el 40% de incluirse el
sub-empleo o los empleos precarios y en negro–. Esta agudización de los malestares
sociales impactó los escenarios analizados y al GEAPRONA mismo, que estaba en
sus tramos iniciales de conformación. Devino inevitable empezar a abordar algunas
de las superficies de emergencia de “la debacle”.
Como lo muestran Lenton & Lorenzetti (en este volumen), tal vez lo destacable
es cómo semejante contexto sirvió para convertir las propensiones neoindigenistas 100

que se venían manifestando por parte del Estado federal –propensiones apoyadas
95
en impulsar estilos restringidos de consulta y participación (Briones y Carrasco,
2004:229)– en lo que las autoras acaban llamando un “neoindigenismo de nece- 75
sidad y urgencia”, esto es, una forma de gestión de la diversidad neoasistencialista,
que se concentra en extender a la ciudadanía indígena políticas focalizadas de asis-
23 El Banco Mundial por ejemplo considera a la Argentina un país de “ingreso alto medio por expor- 25
taciones”, aunque “severamente endeudado”. Si la primera rotulación relaciona al país con Hungría,
Arabia Saudí, Botswana, Turquía, Croacia, Estonia, Omán y Venezuela entre otros, la segunda lo vin- 5
cula con Etiopía, Mozambique, Guinea, Burundi y Burkina Faso (Mastrángelo 2004).
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36 Claudia Briones

tencia diseñadas para la ciudadanía en general, implicando a los “asistidos” en su


propio auto-cuidado y responsabilizándolos en lo que hace a afrontar inusitados
índices de pobreza e indigencia. Pero ésta y otras cuestiones propias de la coyuntura
así como sus repercusiones en distintas formaciones provinciales de alteridad ya
son temas que los capítulos sucesivos desarrollan en detalle.

100

95

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Capítulo 2:

El “estado del malestar”. Movimientos indígenas y procesos


de desincorporación en la Argentina: el caso Huarpe
1
Diego Escolar

“Si estamos acostumbrados a repetir aquello de ‘Argentina crisol de razas’, ‘el alu-
vión migratorio’, ‘la cultura europea’ y otras frases más o menos felices, vale la
pena pensar también que –sin disminuir el valor y el impacto que ha tenido la in-
migración en la sociedad argentina–, nuestro país es también fruto de los movi-
mientos internos de población. Desde 1895 han entrado al país entre 5 y
6.000.000 de migrantes externos, pero en el mismo lapso se han movilizado no
menos de 7.000.000 de argentinos dentro de las fronteras de su país.

“Atlas Demográfico de la República Argentina”.


En: Atlas Total de la República Argentina (1982:110).

L os huarpes de la región de Cuyo eran considerados hasta hace pocos años atrás
un pueblo extinguido en los primeros tiempos de la conquista española, según
consensos refrendados por historiadores, arqueólogos y otros intelectuales regiona-
les. Desde mediados de la década de 1990, sin embargo, en las provincias de Men-
doza y San Juan una pequeña pero activa militancia huarpe urbana promovió el re-
conocimiento de su identidad étnica y sus derechos indígenas a través de diversas
acciones, estimulando un debate regional en torno a la existencia de los huarpes.
Hacia fines de la misma década, el movimiento huarpe había trasladado su epicen-
tro desde las capitales provinciales a áreas rurales económicamente marginales, par-
ticularmente al denominado “desierto”, la llanura árida que se extiende al sureste
de San Juan y noreste de Mendoza.
100
Si inicialmente los promotores huarpes eran pequeños intelectuales, artistas, ar-
tesanos, maestros, exponentes en general de una pequeña burguesía urbana, en la 95
actualidad los principales protagonistas del movimiento huarpe son campesinos de
escasos recursos y baja visibilidad política y social. Mientras el objetivo principal de 75

los primeros fue y continúa siendo instalar la idea de la existencia de una identidad
huarpe vigente con base en tradiciones, características biológicas y esencias inmate-
riales, el accionar de los segundos está centrado preponderantemente en la preser-
25

1 Investigador del CONICET en el CRICyT: Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas 5


(Mendoza) y docente del Doctorado en Ciencias Sociales - UNCuyo.
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38 Diego Escolar

vación y recuperación de su acceso a la tierra, el agua y de patrones ecológicos histó-


ricos –hoy degradados– del hábitat que ocupan.
Sin embargo, mientras los militantes huarpes urbanos instalaron el debate sobre
la identidad huarpe y lograron el reconocimiento oficial (provincial, nacional y
eventualmente municipal) a su existencia, fueron los rurales quienes terminaron
obteniendo, a la postre, mayor aceptación social como legítimos o auténticos refe-
rentes de la “huarpidad” en detrimento de los primeros.
Este peso específico que adquiere la ruralidad en el movimiento huarpe es con-
cordante con un conjunto de experiencias históricas y, específicamente, con imagi-
narios raciales y metaculturales selectivamente elaborados y reproducidos a partir
de las mismas. Dentro de los estándares culturales de autenticidad aborigen
(Jackson, 1995; Briones, 1998a) operantes en Cuyo, uno de los tópicos principales
es el que considera a los pobladores rurales como reales o potenciales “verdaderos
indios” –o descendientes de indios– en detrimento de los urbanos, siempre deva-
luados en su autenticidad y sospechados o percibidos como “indios truchos”. Esta
diferenciación no sólo es planteada por aquellos que descalifican al movimiento
huarpe, sino por puesteros rurales para legitimarse como “verdaderos” frente a los
militantes urbanos; pero también, paradójicamente, por éstos últimos, quienes re-
miten su autenticidad huarpe al argumento de ser oriundos del “desierto” o bien
provenir de allí sus ancestros cercanos.
En este capítulo analizo dos aspectos significativos del emergente huarpe que de
algún modo parecen replicarse en otros movimientos de afirmación aborigen en
Argentina y que considero relacionados entre sí. Me refiero al vínculo entre la re-
presentación “rural” –y específicamente rural-marginal– de la autenticidad abo-
rigen, y las experiencias de incorporación y desincorporación estatal de las pobla-
ciones rurales subalternas de la región como cuerpo biopolítico y ciudadanía
durante la mayor parte del siglo XX.
Para el sentido común de los sanjuaninos y mendocinos, el campo o el desierto (la
montaña y la llanura árida) en oposición a la ciudad (las capitales provinciales) con-
tinúan siendo el locus posible de la aboriginalidad provincial aun, paradójicamente,
para aquellos que niegan la existencia de aborígenes en la región. Desde el período 100

tardo-colonial, argumentos e imaginarios de pertenencia indígena se han proyec-


95
tado sobre la población rural subalterna, al mismo tiempo que las áreas urbanas y
oasis centrales han sido representadas como ámbitos de poblaciones “desmarcadas” 75
de identificaciones indígenas (Escolar, 2003). El epítome de esta –parafraseando a
Boaventura de Souza Santos (1991)– “cartografía simbólica” de los imaginarios ét-
nicos en la región es el área de las hoy desecadas lagunas de Guanacache, antigua
25
zona de refugio y supervivencia de huarpes a los rigores de la colonia hispana, ubi-
cadas en el norte de Mendoza y sur de San Juan (Escolar, 1999). 5

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El “estado del malestar” 39
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Sin embargo, como he dicho, las memorias que hacen referencia a un paisaje so-
ciocultural rural asociado a lo indígena y huarpe no sólo son rescatadas entre los
pobladores de áreas rurales, sino también por activistas huarpe urbanos, quienes
suelen remitir a un origen rural su prosapia huarpe “auténtica”. Prácticamente
todos los militantes huarpes y otros actores urbanos que se identifican como des-
cendientes de tales, basan dicha identificación en un origen rural propio o de sus
parientes directos. Casi siempre, estos parientes han vivido en el campo o el desierto
a principios del siglo XX y han tenido una experiencia de migración a medios ur-
banos o periurbanos en sus dos o tres primeras décadas. Las historias de vida que ar-
ticulan estas memorias tematizan la diáspora de sus ancestros hacia áreas urbanas
en las primeras décadas del siglo, desde un territorio rural de donde son oriundos
2
sus troncos familiares. Esta “conciencia diaspórica” gira en torno a la pérdida del
acceso a la tierra y el agua, la proletarización forzada y la fractura de valores adjudi-
cados a la vida campesina como la reciprocidad, la limitación de las necesidades de
consumo, la solidaridad y autoridad corporativa familiar centrada en el prestigio y
conocimiento de los mayores.
Como refiere la cita que inaugura este acápite, las migraciones internas en la
Argentina han sido una realidad dominante en la demografía del siglo XX, al ritmo
de una creciente demanda de mano de obra industrial bajo la dinámica de sustitu-
ción de importaciones y la intensificación de desequilibrios económicos regionales
desde la década de 1930.
Ya desde el último cuarto del siglo XIX, las economías mendocina y sanjuanina
se habían orientado progresivamente hacia la industria vitivinícola en gran escala,
generando un creciente proletariado rural impulsado por el incremento masivo de
la demanda de fuerza de trabajo para el ciclo viñatero y bodeguero (Bragoni y Ri-
chard, 1998). La obtención de la mano de obra recayó tanto en la inmigración eu-
ropea y chilena como, preponderantemente, en la población rural autóctona, pre-
sionada por un sordo proceso de expropiación de tierras y agua que se agudizó
dramáticamente hacia la década de 1930. El caso paradigmático, nuevamente, es el
desecamiento del complejo palustre de Guanacache por la apropiación masiva de
los caudales de los Ríos Mendoza y San Juan en los oasis centrales y la tala y extrac- 100
3
ción indiscriminada de leña. La concentración del control sobre tierras, agua y
95

2 Estos territorios originales se sitúan en áreas rurales de Cuyo, y sus destinos finales han sido las ca- 75
pitales provinciales de San Juan, Mendoza, y en menor medida Córdoba, o la ciudad de Buenos Aires.
Calingasta es uno de estos territorios expulsores, como lo son también poblados y parajes rurales como
Caucete, Los Berros, Pedernal, Cochagual y Media Agua, el área de las ex Lagunas de Guanacache y
otras áreas rurales del árido noreste mendocino. 25
3 Esta área se había constituido desde la época hispana en una zona de refugio para huarpes y otros
grupos indígenas, que habían mantenido una importante economía basada en la ganadería, la pesca, la 5

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40 Diego Escolar

fuerza de trabajo fue posibilitada, en gran medida, por la coerción extraeconómica


y el control político de los aparatos de estado (fundamentalmente la policía y admi-
nistración de justicia). Pero también, en términos de historia cultural, por el terror
inscripto en la memoria colectiva durante la represión de formas de resistencia
campesina en el siglo XIX, en particular de las montoneras “tardías” de 1860-1870
–que tuvieron una fuerte connotación de resistencia rural (Escolar 2003).
Hacia la década de 1920 en Cuyo (anticipándose a lo que ocurriría en el plano
nacional en la del ‘40), estos cambios fueron acompañados por transformaciones
clave en la relación entre el estado (y su representación cultural) y los sujetos popu-
lares (y su representación cultural). Bajo los gobiernos populistas (escindidos del
Partido Radical) de “el Macho” Federico Cantoni y el “Gauchito” Lencinas, el es-
tado asumió nuevas atribuciones de regulación económica y de bienestar social,
promoviendo legislación sobre condiciones de trabajo, salario mínimo, seguridad
4
social, y postulándose como árbitro de las relaciones entre capital y trabajo. Parale-
lamente, estos gobiernos expresaron y promovieron nuevas formas de incorpora-
ción política y ciudadana de los sectores subalternos, alentando la legalización e
institucionalización de la fuerza de trabajo a través de un movimiento obrero
sancionado y regulado por el estado (Collier y Collier, 1991).
5
Mi argumento es que el triple proceso de incorporación política y laboral, ex-
pansión de derechos y desarrollo de estado de bienestar que afectó a los sectores po-
pulares durante la mayor parte del siglo XX constituyó tanto la maquinaria clave de
la invisibilización de las identificaciones y marcas indígenas hasta la década de
1980, como el principal referente de los parámetros culturales y políticos de la
emergencia indígena en la actualidad.

El cuerpo huarpe o la inscripción feno-mítica de la biopolítica


En las historias de vida narradas por aquellos que se identifican como huarpes o in-
dios, el disciplinamiento estatal efectivo de áreas rurales marginales, así como la in-
corporación política, proletarización y masiva emigración a áreas urbanas de sus
pobladores están sugestivamente asociados al momento narrativo en que las identi-
100
ficaciones indígenas o bien los mismos indios aparentemente “desaparecen” del
95
caza y la agricultura (Rusconi 1961, Prieto 2000) y un beligerante grado de autonomía política hasta la
década de 1870 (Escolar 1999 y 2003).
75
4 Los populismos cuyanos de Lencinas en Mendoza y Cantoni en San Juan quebraron durante la dé-
cada de 1920 la hegemonía conservadora, anticipando con sus actos de gobierno y el estilo de moviliza-
ción de los sectores subalternos muchas de las medidas y estrategias de incorporación política que im-
plementaría Perón a nivel nacional en la década de 1940. 25
5 Me refiero a la incorporación masiva en un mercado de trabajo capitalista asalariado, mediando la
simultánea pérdida de acceso a recursos económicos domésticos de subsistencia. Por cierto, en este caso 5
hasta el día de hoy uno y otro proceso distan de ser absolutos en las áreas rurales.
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mapa cuyano. En el mismo movimiento, estos eventos propios de la consolidación


del Estado y el mercado capitalista modernos son resignificados como parte de una
experiencia histórica indígena de larga duración que los habilita a identificarse
como tales en la actualidad.
Sixto Jofré nació en las Lagunas hace más de setenta años y parece mantener un
completo recuerdo de la vida lagunera de las décadas de 1930 y 1940. Adscribe a
los habitantes de la época como indios y huarpes, reteniendo abundantes detalles
sobre cómo los pobladores transmitían sus memorias huarpes a los más jóvenes.
Recuerda a su abuelo Rosario Jofré como un “cacique” local, un “indio muy en-
tero”, rico y generoso, que había desarrollado una finca bajo riego en el “desierto”
en que se estaban convirtiendo las Lagunas de Guanacache a principios del siglo
pasado, y había conseguido mensurar y legalizar la propiedad de la tierra de su
grupo familiar –algo que añoraban los laguneros pero que muy pocos lograban. Ya
muerto su abuelo, en plena sequía de las Lagunas, Sixto emigró muy joven a locali-
dades del centro-sur de la provincia de Mendoza y se hizo contratista de viña.
Luego ingresó como obrero en una gran bodega donde comenzó una carrera en el
sindicato vitivinícola, del cual llegaría a ser secretario gremial por el importante dis-
trito industrial de Godoy Cruz. Sixto era peronista y de tradición familiar
lencinista.
Según narra una joven estudiante sanjuanina del profesorado de historia, su
abuelo de apellido Pelaytay (nacido en 1895 y fallecido hace más de treinta años)
también tenía un origen lagunero y auténtico descendiente de indios o huarpes.
Como Rosario Jofré, Pelaytay parece haberse beneficiado de cierto esplendor eco-
nómico de Guanacache hacia fines del siglo XIX y principios del XX, el cual se
apoyó principalmente en la explotación triguera. Este abuelo se radica luego en la
localidad sanjuanina de Caucete donde compra una propiedad y, al igual que Sixto
Jofré, se hace viñatero, cantonista y luego militante peronista.
El padre de una importante dirigente huarpe de San Juan nació en 1900, en un
medio rural, y se radicó en las primeras décadas del siglo XX en el área periurbana
de San Juan, donde trabajó como agricultor en los viñedos. Sus obsesiones eran las
historias de los arrieros, ocupación que tuvo de joven, y su amor a Martina Cha- 100
6
panay (una heroína popular del siglo XIX, bandolera social y montonera) y Julia
95
Vega (una cantante de tonadas) definidas ambas por su hija y por extendidas tradi-
ciones orales como huarpes. Según esta dirigente, su padre contaba siempre la his- 75
toria del “territorio huarpe” defendido por Chapanay y su ejército, y le transmitía
el conocimiento sobre los lugares indígenas como el “camino del indio” –que
según él atravesaba las cercanas sierras de Zonda y llegaba hasta el Perú– y las epo-
25

5
6 Ver entre otros antecedentes Chertudi (1971) y Estrada (1961).
0

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peyas del Gobernador Federico Cantoni, de quien el padre de Argentina fue fer-
viente militante y guardaespaldas.
Relatos de migraciones rurales e incorporación laboral y política son habituales
entre ancianos adscriptos como huarpes y radicados en áreas urbanas. Giran en
torno al éxodo, ingreso al mercado de trabajo o a la pequeña burguesía de los viña-
teros, militancia o adhesión sindical o partidaria con Cantoni, Lencinas y más tarde
el peronismo y, finalmente, añoranza de sus tierras originarias y necesidad actual de
recuperación (o elaboración) de una memoria aborigen.
La atribución de sentido huarpe a las experiencias de diáspora rural, sin em-
bargo, no es privativa de quienes vivieron dichas experiencias, sino que se produce
también entre adscriptos de mediana edad o jóvenes, nacidos en áreas urbanas, que
rescatan el origen (épico) rural de sus padres y abuelos como argumento de su
propia condición huarpe. De hecho, puede afirmarse que existen ciertos estándares
de memoria colectiva que habilitarían a determinados actores a identificarse o ser
identificados como indios, huarpes o descendientes de tales, aunque no siempre
emerjan como un argumento étnico consciente o explícito. Como he mostrado en
otro lugar (Escolar, 2003), las identificaciones huarpes o indígenas están apoyadas
en naturalizaciones biológicas y culturales que se traducen en categorías automá-
ticas de percepción, pese a que no exista un límite étnico claramente establecido en
el sentido de Barth (1976), es decir, aunque las marcas ligadas a un sentido huarpe
no siempre sean diacríticas ni conformen una distinción permanente entre grupos.
En el Departamento sanjuanino de Calingasta, por ejemplo, incluso aquellas
personas menos dispuestas en aceptar un posible ascendiente aborigen de la pobla-
ción se muestran entusiastas al afirmar que algunos individuos o grupos son “des-
cendientes” de indios, a juzgar por su aspecto físico. Rasgos faciales, color de piel,
tipo y color de cabellos o un conjunto que no se desglosa en detalles –“tiene una
buena pinta”, “basta mirarlos”, “es negro, fiero”, “se le cae la jeta de indio”–
pueden ser considerados prueba inapelable y automática de ser indio.
Un propietario minifundista, de tez blanca y una posición relativamente aco-
modada para los estándares locales, no tuvo empacho en admitir espontáneamente
que “todavía quedan indios”. Luego de que mencionara como tales a una serie de 100

pobladores locales, la mayoría viejos arrieros, le pregunté por qué los calificaba de
95
indios. Su principal argumento es el de que poseen “cara de indio”. Posterior-
mente, se refirió como indios e indiecitos a la mayoría de la población local: “son 75
todos indios, basta verles las caras”. Por el contrario, un vecino suyo, de igual posi-
ción social pero poseedor de tez oscura y otros rasgos connotados como indios,
elude afirmar cualquier resabio indígena y toda conversación relacionada con el
25
tema. A pesar de poseer un fenotipo supuestamente “indígena”, forma parte de la
elite local; es propietario de tierras y desarrolla exitosos cultivos exportables. Ha 5

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sido un ejecutivo vitivinícola fuera de su poblado natal, al que volvió en edad


madura.
Existe, más bien, una percepción racializada que puede tener tanto signo nega-
tivo como positivo. Entre activistas huarpes urbanos, por ejemplo, “tener cara de
indio” u otros rasgos somáticos constituye uno de los puntos principales sobre el
que se elabora la “autoconciencia” aborigen y se decide la adscripción huarpe,
aunque también sean la base de poderosos sentimientos de vergüenza o
resentimiento.
K es un joven de treinta años, estudiante de artes y músico de su propia banda de
Blues. Es miembro de la Comunidad Huarpe del Cuyum, la promotora histórica
de las identificaciones huarpe en San Juan. Al momento de conocerlo, en 1998, me
comentó que hacía un año se identificaba como huarpe, aunque “siempre tuve esa
idea pero no le daba pelota”. Según él, su interés reciente en identificarse pública-
mente como huarpe fue una reacción a prejuicios discriminatorios cotidianos que
sufrió durante toda su vida, particularmente en ciertos espacios que, como
aprendió, podrían estarle vedados a causa de su aspecto físico. Como ejemplo,
cuenta que en los supermercados habitualmente lo vigila de cerca un agente de se-
guridad “porque soy negro, fiero, tengo el pelo largo y por ahí tengo cara de tráns-
fuga”. K posee algunos de los diferentes rasgos faciales característicos de muchos
sanjuaninos, que suelen ser atribuidos a un “fenotipo” indígena. Su percepción de
la inconveniencia de tener “cara de indio” se hizo crudamente patente cuando in-
tentó formarse profesionalmente en la Escuela de Enología (típica carrera y pro-
yecto de ascenso social de jóvenes de clase media), y al cabo de unos meses dejó sus
estudios a causa de la discriminación. La adscripción huarpe provocó también re-
sistencias en su entorno íntimo. En un almuerzo familiar unos primos se sintieron
avergonzados porque K dijo que su apellido era de origen indígena y, más aún,
porque realizó complejos trámites para adoptar dicho apellido, adscripto por vía
materna. En el caso de sus amigos, la negación o sorpresa inicial por su identifica-
ción huarpe se tradujo rápidamente en aceptación. K explicó que en todos los
casos, la renuencia de quienes no aceptan su identificación radica en el temor a la
sospecha sobre sus propias ascendencias indígenas. Sin embargo, la interpelación 100

racial puede reciclarse, como en su caso, transformándose en un blasón honroso, en


95
un argumento positivo de identificación. De modo complementario, la posterior
aceptación de sus amigos revela para K que existe una suerte de discriminación 75
inversa, no aceptada socialmente, hacia los “blancos”. Hay mucho resentimiento.
“Hay odio al gringo”.
La racialización positiva a partir de rasgos fenotípicos funciona sin duda como
25
un poderoso efecto de verdad para “visibilizar” lo indígena. Pero contrariando a
muchos sanjuaninos o mendocinos, los “rasgos” que pueden ser considerados indí- 5
genas o huarpes –tanto por los adscriptos como por quienes niegan cualquier as-
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cendencia– no son unívocos, ni las marcas fenotípicas son acotadas o corresponden


a una tipología nítida. Y lo que es más “inquietante”, no se corresponden sólo con
las características de la porción “correcta” de población que desde la perspectiva de
las elites locales podría ser marcada como indígena. Muchos rasgos biológicos ob-
servables que localmente pueden estar vinculados al imaginario de lo indígena son
compartidos por buena parte de la clase media y de la burguesía sanjuanina y men-
docina, incluyendo personas que se adscriben orgullosamente como descendientes
de italianos o españoles.
La poderosa naturalización y a la vez central ambigüedad de los argumentos bio-
logizados de la condición indígena, se evidencia en una práctica discursiva de gran
performatividad y, muy frecuente, en la articulación de adscripciones indígenas y
huarpes: la exhibición de fotos de ancestros cercanos oriundos de áreas rurales.
En el conurbano de Mendoza, Sixto Jofré señaló a su hija con ceremonia: “¿Y a
usted le parece que esta chica es huarpe? ¿Qué dice usted?”. Ella, de unos 50 años y
también militante huarpe, mostró unas fotos de laguneros de principios del siglo
XX. Posan vestidos para una fiesta, con traje y sombrero negro, en caballos oscuros,
con algunas prendas de plata. Luego otra de un sobrino suyo, rubio y de ojos ce-
lestes. “¿Cómo hará ese chico para ser huarpe?”, inquiere con sorna.
En la capital sanjuanina, una mujer de aspecto someramente “blanco” de unos
cuarenta años, clase media, académica formada en Europa, se mostraba sorpren-
dida de que “lo huarpe” no se hubiera extinguido. Pero abandonó repentinamente
la conversación para volver con una fotografía de su abuelo con piel oscura, pó-
mulos salientes, cabello y ojos negros, rasgos que, señaló con cierta emoción, mos-
trarían que su abuelo era indio. También afirmó que ella sería descendiente de
huarpes por cierta marca corporal secreta y su color de cabello, que probarían su
7
pertenencia al linaje del cacique huarpe Angaco.
8
Durante una conversación en Barreal con un grupo de jóvenes, uno trajo dos
viejas fotografías para demostrar que su abuelo era indio, al igual que la abuela de
un cuñado. “¿No ves las caras?”, me dijo, señalando a una anciana de tez morena,
arrugada y con trenzas renegridas y a un anciano alto, moreno, con barba y bigote.
La fotografía produce tan vigoroso efecto de verdad que inclusive el sólo hecho 100

de ser fotografiado por un “gringo de la ciudad” puede articular pragmáticamente


95
el debate sobre la identidad aborigen. Estando en Las Lagunas, tomé una fotografía
de un puestero y su mujer. Aunque prácticamente no habíamos mencionado la 75
cuestión indígena, en el momento de la foto el lacónico puestero acotó, irónica-
mente: “¡La foto del cacique!”.
7 Cuya hija, según tradiciones locales que se remontan al menos a la literatura sarmientina (Sarmien- 25
to 1966 [1850]), trabó enlace con el pelirrojo capitán español Juan de Mallea, a poco de la fundación de
San Juan.
5
8 Departamento de Calingasta, en San Juan.
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Sin embargo, casi todos los testimonios o comentarios referidos al carácter bio-
lógico de lo indígena “observable” en las fotos muestran que los rasgos tenidos en
cuenta no se agotan en el fenotipo, sino que incluyen un conjunto más general de
manifestaciones que suponen determinadas interpretaciones compartidas.
Las fotos de abuelos o bisabuelos que traen los entrevistados de Calingasta, San
Juan, Mendoza o Las Lagunas, muestran mujeres y hombres con sus rostros cur-
tidos, arrugados, jinetes aperados en plata y tejedoras con largas trenzas y vestidos
largos de telas rústicas. A veces se observa con claridad el paisaje, los útiles de la-
branza, viejos ranchos de adobe, tapia o caña. Y sobre todo, los fotografiados pre-
sentan cierta actitud y aspecto corporal que los observadores locales automática-
mente asocian a lo indígena pero también, de un modo general, a la vida en el
campo. Cuerpos nudosos y fuertes, deteriorados por el paso del tiempo y el rigor
climático, manos callosas, miradas tímidas, desconfiadas, arrobadas –aunque
puedan tener un sutil sesgo desafiante. Pero sus fenotipos no son en rigor distintos
de los de aquellos jóvenes que sostienen las fotografías, aunque estos se consideren
a sí mismos generalmente sólo como “descendientes” de indios mientras definen a
9
sus abuelos como “indios puros”.
La circunscripción de categorías raciales de lo indígena parece recaer, más que
en la mera existencia de caracteres biológicos marcados, en una narrativa subya-
cente que habilita que ciertos rasgos observables (biológicos o no) naturalizados,
señalen o permitan imaginar, a un determinado público, contextos históricos, so-
ciales o culturales que rodearon o moldearon a aquellos cuerpos. Estas categorías
raciales incorporan subrepticiamente representaciones de prácticas y procesos so-
ciales cuyas marcas pueden ser inferidas por un observador culturalmente compe-
tente a partir de determinadas imágenes visuales –por ejemplo, a partir de marcas
somáticas producto de la edad y condiciones de vida de las personas, la ropa, el
gesto, los arreglos corporales, el entorno–.
Con base en un recorrido etnográfico e histórico sobre la construcción de per-
cepciones étnicas y raciales en Cuyo (Escolar, 2003), he propuesto que estas repre-
sentaciones biológicas de alteridad, declaradamente “fenotípicas” pero que codi-
fican culturalmente circunstancias históricas, sociales y culturales, pueden ser 100

mejor denominadas fenomitos. Las racializaciones fenomíticas naturalizan y even-


95
tualmente desplazan simbólicamente los contextos culturales, circunstancias so-
ciales o experiencias históricas que las habilitaron, construyendo al rasgo fenomí- 75
tico como un fetiche de la historia y el conflicto social. O sea, la historicidad y

9 Esto es semejante a lo que señala Cowlinshaw (1988) para el caso de los aborígenes australianos, y 25
lo que diferencia este caso de aquellos en los que la vara para calificar el grado de “mezcla” es un abstrac-
to quantum de “sangre” independientemente del aspecto, como por ejemplo en el análisis de la etnogé- 5
nesis indígena en Canadá de Rossens (1989).
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condición social de dichos rasgos se oblitera en el mismo proceso que las inscribe
como rasgos fenotípicos, pero no desaparecen de su hermenéutica popular.
Sin embargo, no siempre estas representaciones biológicas se instituyen como
marcas fácilmente visibles, sino que incorporan diversos planos de representación y
niveles de abstracción. Una informante de la localidad calingastina de Barreal que
definía a sus abuelos maternos sólo como “descendientes de indios”, cambió radical-
mente su opinión al describir el estado de conservación del cuerpo de su abuelo
muerto, hallado luego de muchos años a la intemperie en la precordillera.

“Pero… ¿Usted sabe? ¡Él…él es verdadero indio, porque no se deshacía como se


deshace uno cuando es muerto! ¿No ve que cuando uno se muere, ya está comido…
de gusano, que sé yo, la calavera?… Pero el abuelo, lo fueron a traer a los seis años.
El abuelo estaba contactamente… [por “intactamente”] amarillo así, y tenía
toodo así sequito, y la dentadura, ¡y lo único que le habían comido los pájaros!
[Hace un gesto juntando los dedos de sus manos.] … las manitos y… las piernas, a
los deditos… Pero él… ¡Estaba contacto! Como una… porque yo decía: “¿por qué
él…?” ¡Y usted ve que un cadáver se deshace entero!”

En otro tramo de su relato, la narradora explicaba esta especial constitución fí-


sica indígena por el tipo de comida “natural”, autoabastecida y sin procesamiento
industrial, que consumían. La alimentación es en efecto la base sobre la que se ela-
bora uno de los fenomitos indígenas más frecuentes. Z, un hombre de unos cua-
renta años que vive en Barreal, es muy reacio a marcarse como indio o descendiente,
aunque muchos vecinos lo señalen como tal. Sin embargo, su discurso puede que-
10
brarse momentáneamente para establecer un vínculo positivo con los antiguos. En
una entrevista, por ejemplo, reaccionaba a potenciales interpelaciones indígenas
describiendo negativamente “la vida de antes”. Contraponiéndola a su vida actual,
describía carencias de su infancia como la soledad, la ignorancia, la falta de bienes
de consumo, la exposición a la intemperie y las dificultades para tener sexo. Pero
cuando le pregunté si creía que la vida de antes era mala, su valoración cambió en-
fáticamente y comenzó a loar al pasado. Destacó entonces la alimentación sana, 100
con base en la recolección de vainas de algarrobo o en cultivos familiares de po-
rotos, trigo, maíz, zapallo y pimiento, con los cuales se producían, entre otras, co- 95

midas como el cocho, el locro, la tutuca, el apis, la chichoca, el arrope, el patay y la


75
aloja. También, que la gente disponía de mucha carne, proveniente del abundante
ganado semi-cimarrón que supuestamente poseían y de las especies de caza como
el guanaco y el choique o ñandú. Por el contrario, en la actualidad la gente comería
preponderantemente mercadería comprada, como fideos y alimentos enlatados, 25

5
10 Término utilizado a menudo como eufemismo por indios.
0

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siendo ésta la causa directa, según Z, de su debilidad actual, su “flojera” o falta de


voluntad para trabajar y su vida más corta.
Coincidiendo con Z, varios informantes asocian explícita o implícitamente el
paso a la dependencia de alimentos y artículos de consumo masivo a la transforma-
ción de los “antiguos” o “indios” en los actuales pobladores locales desmarcados.
Pero recíprocamente, este marco narrativo puede servir también, según las circuns-
tancias, para marcar como indios o descendientes a muchos de los habitantes ac-
tuales, que aún consumen con asiduidad productos de la caza, recolección o cocina
tradicional. En Tamberías, el propietario “blanco” que señalaba a la mayoría de sus
vecinos como indios apoyaba tal aseveración (entre otros argumentos) en la conti-
nuidad culinaria de recetas como las mencionadas más arriba, basadas en charque
de guanaco, verdura deshidratada y maíz, zapallo y porotos.
Como he dicho, así como la realización fenomítica puede implicar diversos niveles
de visibilidad de los rasgos marcados, también habilita distintos grados de abstracción,
desplazamiento y sublimación en éstos de la propia historicidad implicada en su for-
mación y fijación simbólica. En el “mitema” de la alimentación de los antiguos/indios,
la mitologización biológica puede tanto referir explícitamente a –e historizar parcial-
mente– transformaciones socioculturales, como elidir todo rastro de causalidad u
origen del rasgo fenomítico, obviando cualquier referencia a las condiciones o argu-
mentos sociales y culturales que lo constituyen. En el relato de la preservación inusitada
del cadáver de su abuelo, la informante ya citada suponía como causa del fenómeno la
alimentación de los antiguos, aunque este argumento sólo se manifestó en un tramo
posterior de la conversación y en referencia a otros hechos narrados. Uno de los jóvenes
de Barreal que mostraba la foto de su abuelo recordaba como evidencia de su condición
indígena la dentadura “completamente gastada, aplanada, como muelitas”, rasgo que
hacía extensivo a otros ancianos considerados indios. Sin embargo, por otra informa-
ción sabemos que estas deformaciones pueden deberse a técnicas de procesado de ali-
mentos generalizadas en el área hasta mediados del siglo XX. Muchos informantes re-
cuerdan el uso de conanas de piedra para majar y moler maíz, vainas de algarrobo o
trigo. Según Rusconi (1961), un tipo de desgaste dentario similar se aprecia en muchos
esqueletos precoloniales, y sería resultado de la masticación de pequeñas partículas de 100

roca desprendidas habitualmente de los morteros y conanas en el proceso de molienda


11 95
de maíz y algarrobo.
¿Qué cuentan estos fenomitos? Para los objetivos de este análisis alcanza con se- 75
ñalar que constituyen mitologizaciones/historizaciones en el sentido de Terence
Turner (1988), como símbolos y narrativas utilizados para construir sentido sobre
procesos de cambio y conflicto social percibidos como estructurales, o como im-
25
11 Carlos Rusconi afirmó haber observado un particular desgaste de las coronas dentales en cráneos de
aborígenes que se encontrarían “desprovistas de los tubérculos molares o bien presentando una superfi- 5
cie lisa y rebajada hacia un costado (1961: 263).”
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puestos desde fuerzas trascendentes, fuera del alcance de la propia agencia social.
Las marcas fenomíticas, en estos términos, contribuirían a inscribir como natura-
leza biológica de los actores el resultado de experiencias, procesos de cambio y con-
flicto social, racializando por ende posiciones de clase, status, estructuras de domi-
nación y jerarquía resultantes de los mismos. La discontinuidad racial de los
antiguos/indios con los actuales habitantes (establecida a menudo por los propios
actores que luego se adscriben como indígenas) a partir del cambio en la alimenta-
ción está asociada en este sentido a procesos tales como la pérdida del control sobre
los medios de producción, la restricción de la caza, la dificultad para mantener ani-
males de cría o ganado a campo y el quiebre de la producción hortícola doméstica
por falta de agua. También, a la mercantilización de alimentos y la dependencia de
un mercado de consumo capitalista, la compulsión a la venta de la fuerza de trabajo
en detrimento del trabajo autónomo y el reemplazo o devaluación –tanto econó-
mica como cultural– de los procesos de trabajo, saberes y técnicas de producción
tradicionales.
En síntesis, las marcas racializadas parecen apoyarse, más que en rasgos fenotí-
picos, en las disposiciones y efectos de condiciones particulares de vida. La “ins-
cripción” de experiencias colectivas e individuales plasmadas o no en marcas obser-
vables son adscriptas a la constitución biológica. Así, por ejemplo, si en general los
viejos en las fotos de los jóvenes sanjuaninos “parecen” más indios, esta apariencia
está ligada a las condiciones de vida en zonas rurales, al habitus vinculado a ciertas
prácticas, procesos de trabajo, la exposición al rigor climático y el tipo de
alimentación ingerida.
Esto no implica, por cierto, que en tanto racializaciones puedan ser conside-
radas más verdaderas o “legítimas” aquellas que se basen en rasgos fenotípicos que
las fenomíticas. Más bien nuestro análisis llama la atención primero sobre el hecho
de que las dos son culturalmente construidas –incluyendo sobre todo su imagen de
“naturaleza”. En segundo lugar, que ambas operan fetichizando experiencias y me-
morias históricas, por lo que probablemente sea muy difícil, sino imposible, en-
contrar casos de racializaciones puramente “fenotípicas” que no sean producto
también de procesos fenomíticos. 100

Si los fenomitos de algún modo representan la historia, en tanto símbolos –deci-


95
didamente no arbitrarios– cargan también con su propia historicidad. Por lo tanto,
un paso fundamental para reconstruir la historia de las percepciones raciales y ét- 75
nicas indígenas en Cuyo consiste en indagar los procesos materiales y simbólicos
por los cuales estos fenomitos se articularon en el pasado, cómo se construyeron y
eventualmente transformaron sus subsumidas argumentaciones, y qué coyunturas
25
propiciaron su emergencia. Aunque este proyecto excede sin duda los alcances del
presente capítulo, bastará a la argumentación que aquí desarrollamos aproxi- 5
marnos a las percepciones raciales de lo indígena que se articulaban en el período
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referencial de lo huarpe/indígena auténtico según el discurso y percepciones feno-


míticas actuales. Es decir, el momento previo a las transformaciones socioecómicas
y políticas de lo hemos denominado siguiendo a Collier y Collier (1991) “período
de incorporación”. ¿Existía en ese período una propia percepción indígena o
huarpe, en términos biológicos, de los pobladores rurales subalternos en Calin-
gasta, Guanacache, etc.? ¿Existía –y, en todo caso, cómo argumentaba y operaba–
una tal percepción desde otros sectores sociales, particularmente aquellos con
poder para instaurar las agendas y sentidos hegemónicos?
Entre la década de 1930 y la de 1940, el naturalista y antropólogo Carlos Rus-
coni (1961) realizó una serie de entrevistas y registros fotográficos de noventa y
ocho habitantes rurales y periurbanos de Mendoza y parte de San Juan, que consi-
12
deraba de origen indígena. Para obtener datos y formar “un álbum iconográfico
de esos seres”, Rusconi emprenderá una serie de viajes a Guanacache y otras áreas
rurales de Mendoza, encontrándose con que no sólo los “huarpeanos” amenazaban
la europeidad de la comunidad imaginada mendocina, sino también abundantes
indígenas supervivientes a las “Campañas del Desierto” incorporados como “crio-
13
llos”. Rusconi no fue el único, sin embargo, interesado en desarrollar una icono-
grafía de los atributos corporales huarpe, sino que pareció coincidir en esta tarea
con la insistencia de parte de la intelectualidad provincial de la época en circuns-
cribir la raza huarpe. Durante el mismo período, por ejemplo, el pintor de origen
catalán Fidel Roig Matóns desarrolló también su principal serie pictórica “Vestigios
Huarpes”, consistente en retratos figurativos de puesteros de Guanacache y pocos
años más tarde, Salvador Canals Frau –desde fines de la década de 1930 director
del Instituto de Etnología Americana de la Universidad Nacional de Cuyo– deter-
mina en 1946 el tipo huárpido. Basándose principalmente en fuentes coloniales
tempranas y una “antigua tradición Cuyana”, Canals Frau determinará que los
huárpidos eran “longilíneos”, comparativamente más altos y delgados que otros
aborígenes vecinos (araucanos, pampas, capayanes, etc.), su cabeza y cara alargadas
12 La tarea fue encarada a raíz de un hecho que aparentemente conmocionó a parte de la sociedad
mendocina, cuando en 1937 un centenar de laguneros fueron traídos por el gobernador de Mendoza a
conocer la ciudad capital, ocasión en que peticionaron al gobierno provincial “algunas mejoras para esas 100

regiones olvidadas”; “…algunas personas”, dice Rusconi, “…creyeron ver a los aborígenes puros y
cuando no a los representantes de la típica nación huarpeana” (Rusconi 1961: 111-112). La cuestión de 95
demostrar que estos campesinos no eran aborígenes o “huarpeanos” preocupó a Rusconi, quien había
llegado de Buenos Aires para desempeñarse como director del Museo de Historia Natural de Mendoza. 75
Muchos viejos laguneros que he entrevistado guardan un vívido recuerdo del evento donde participa-
ron sus padres. Durante una semana hombres y mujeres fueron “regalones” del gobierno, alojados en
“buenas camas”, excursionando por la ciudad y protagonizando bailes y banquetes que incluían, para
su sorpresa, culinarias hasta entonces desconocidas. 25
13 Éstos habían sido trasladados desde distintos campos de concentración militares de Pampa y Pata-
gonia y el sur de Mendoza por el coronel y luego gobernador de la provincia Rufino Ortega, siendo re- 5
partidos como peones rurales o sirvientas urbanas entre familias de la oligarquía mendocina.
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y la bóveda craneana alta, un tono de piel más oscuro y una mayor pilosidad (Ca-
14
nals Frau, 1946).
Pero los esfuerzos etnográficos de Rusconi, contrastando con la postura típica
de académicos e historiadores locales como el propio Canals Frau de expulsar hacia
el pasado los resabios huarpes (fundamentando su estudio sólo en documentos co-
loniales y restos arqueológicos), permitieron rescatar parcialmente el discurso de
los propios actores fotografiados. Aunque esto no se reflejó, sin embargo, en las ca-
tegorías raciales elaboradas por Rusconi –las cuales a menudo contrastan con la as-
cendencia huarpe autoatribuida por sus informantes, sí dieron parcialmente cabida
a éstas, ya que aceptaron la pervivencia contemporánea de rasgos e identificaciones
huarpe– en el mismo período y contexto intelectual en que se articulaba la
narrativa de su temprana extinción (Escolar, 2003).
La frontera entre el indio y el criollo se presenta como un nudo problemático
tanto en la actualidad como en aquella época. Rusconi caracterizará a los sujetos
según una clasificación que incluye desde el “indio puro” hasta el “criollo”, pa-
sando por tipos tales como el “criollo con pocos rasgos indígenas”, “mestizo con
muy poca mezcla”, “huarpeano”, “tipo puro puelche”, “tipo puro pehuenche”, etc.
El principal criterio de decisión operante en las decisiones de Rusconi sobre el ca-
rácter indígena o criollo de los actores es su edad. Todos los niños o jóvenes son
“criollos”, aunque sus padres tengan apellido indígena y sean considerados indí-
genas por el propio Rusconi. Pero, las descripciones de unos y otros no permite in-
ferir cuáles son los rasgos por los cuales los hijos son más criollos o mestizos que los
padres o los jóvenes que los viejos.
La teoría de Rusconi es que los indios se convierten en criollos de acuerdo al im-
pacto del medio social, cultural, geográfico y psicológico en que se insertan, cam-
bios que no sólo modelan su psiquis y su conducta, sino también sus caracteres so-
máticos, aunque no medien “cruzamiento” de sangres o modificaciones genéticas.
Es decir, los caracteres biológicos indígenas se pierden en el paso entre genera-
ciones, a veces en un lapso muy corto y sobre todo sin mediar intercambios o
mezclas de “sangre”.
Pero esta teoría parece haber sido disputada entonces por los propios laguneros. 100

Frecuentemente, la falsa inmanencia fenotípica –que por un lado lleva a Rusconi a


95
ver “criollos”– choca con la información proporcionada por los propios fotogra-
fiados respecto de su cercana ascendencia huarpe. 75
Toribio Guaquinchay ha nacido en el departamento de San Martín, Men-
doza, en 1909. Trabaja hace 16 años en el ferrocarril y es encargado de una esta-
14 Canals Frau arriba a la conclusión de que los huárpidos habrían constituido un “tipo racial inde- 25
pendiente”, emparentado sin embargo con el de los comechingones de Córdoba, los puelches de Cuyo
y los “pehuenches antiguos” al sur del Río Diamante y Neuquén (Canals Frau 1946, especialmente: 5
50-52).
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ción del Departamento de Las Heras. La foto está tomada en 1943, junto a un
moderno edificio, rodeado de enredaderas. Mira la cámara sonriente y confiado.
Es de mediana estatura y complexión robusta. Está vestido de impecable traje os-
curo con chaleco, corbata clara y pañuelo blanco al cuello, perfectamente afei-
tado y peinado, con el cabello corto y sin sombrero. No importa que Toribio re-
construya su genealogía huarpe hasta cuatro generaciones, o que mencione que
los Guaquinchay, junto con los Talquenca, Allaime, Guayama, Lencinas, Jofré y
otros forman parte de “una extensa familia de sus antepasados”. Toribio es un
trabajador “incorporado”, un moderno empleado de servicios públicos; actúa, se
viste y habla en forma civilizada. Tránsito Tagua también está fotografiada en
1943, a los 35 años de edad. Nada nos dice Rusconi de su actividad, o dónde
vive. Pero la foto está tomada en plena ciudad de Mendoza, junto al Museo de
Historia Natural. Tránsito está sonriente, con un bebé en brazos, de sobretodo
oscuro, con el cabello hasta los hombros, suelto y peinado con raya al costado.
También es definida como “criolla”, aunque sus padres son huarpes, tal vez
puros, dice Rusconi –seguramente por información de la propia Tránsito. La fo-
tografía de Mateo Talquenca, de 19, está tomada junto a un puesto de las La-
gunas. Pero su porte es erguido, su cutis no está agrietado, su sombrero negro está
aún en buen estado y lleva saco con camisa abotonada hasta el cuello. Está defi-
nido como “criollo”, aunque su madre sea catalogada como “mestizo huarpe” y él
mismo se asemeje más que ningún otro al tipo “huarpano” de Canals Frau: alto,
15
flaco, desgarbado.
Al comentarme las fotos de Rusconi y las reproducciones de cuadros de Roig
16
Matóns, el septuagenario Sixto Jofré no sólo reconoció a la mayoría de los retra-
tados, contemporáneos de su infancia en las Lagunas, sino que asumió esas imá-
genes como prueba incontrastable de su identidad huarpe: “Era un indio muy en-
tero”, “mire este huarpe”. Realizando un breve experimento, mostré a distintos
entrevistados las fotos y reproducciones de cuadros sobre laguneros de la década de
1930. Tanto activistas huarpes como personas que sólo se asumen “descendientes”
señalaron como “indios” o “huarpes” puros a todos los fotografiados, aunque la ma-
yoría de los retratados habían sido caracterizados explícitamente por sus realiza- 100

dores como tipos “criollos”, salvo una minoría considerada “con rasgos indígenas”.
95
Los ancianos arrugados, con la piel reseca por los agentes climáticos, los ojos
hundidos u oblicuos, sus cuerpos nudosos, las uñas partidas, cabellos desgreñados, 75
vestimentas raídas, miradas desconfiadas, parecen abonar el estereotipo visual de
los “indios”. Mientras tanto, la mayoría de los observadores, al igual que Rusconi y
25
15 Ver nota número 14.
16 Reproducidas con gran calidad de impresión en un libro recientemente editado por sus hijos (Roig, 5
Fidel A, Arturo Roig y Hnos. 1999)
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Roig Matons, percibe como “criollos” a los jóvenes, niños y en menor medida per-
sonas de mediana edad que en las fotos aparecen erguidos, con la piel más tersa, sus
huesos menos visibles y en especial cuando los rodea un entorno urbano y están
vestidos con ropa “de la ciudad”. Se proyecta en ellos una disposición más “cosmo-
polita”, cierto glamour civilizado.
Tal vez cabría preguntarse por qué modos de percepción, discursos e imágenes
de larga duración como aquellos que nutren a los fenomitos huarpes han podido
perdurar y reelaborarse pese a la férrea y secular imposición del paradigma de la
extinción indígena en Cuyo. ¿Por qué casi todos los informantes ven indígenas
donde Rusconi quería ver criollos, o por qué incluso muchos de quienes niegan la
existencia o ascendencia indígena pueden aceptar como tales a sus propios
abuelos? Más allá de la longevidad de las percepciones étnicas o raciales vincu-
ladas a lo huarpe, ¿por qué emergen o se instalan como debate público en deter-
minadas coyunturas históricas, particularmente en la actualidad?

El Estado del Malestar


El postulado de que la crisis del estado del bienestar y las reformas del Estado im-
puestas en el marco de la hegemonía neoliberal han alterado drásticamente los mo-
vimientos, prácticas y subjetividades políticas, constituye ya un lugar común en la
teoría social argentina. Sin embargo, poco se ha ponderado el impacto que este
proceso ha tenido sobre las representaciones colectivas de identidad, no sólo a raíz
de transformaciones en las prácticas sociales y políticas, sino en las representaciones
culturales del vínculo entre Estado, ciudadanía y subjetividad por los cambios pro-
ducidos en la “idea del estado” (Abrams, 1988). Considero que éste es uno de los
factores cruciales (y prácticamente ajeno de los análisis académicos), tanto de la his-
tórica invisibilización como de la sorprendente visibilización o “emergencia” actual
de identificaciones indígenas en la Argentina.
El énfasis en la relación entre representaciones del estado y de identidad como
factor crucial del emergente huarpe no niega otros tópicos habitualmente seña-
lados como causas de la reetnización indígena en el país: una agenda indigenista
100
transnacional en abierta expansión, la instalación “políticamente correcta” de dis-
cursos exegéticos de la diversidad cultural o de emancipación a través de políticas 95
de la diferencia y la expansión de derechos a través de la producción de legislación
indígena (GELIND, 1999a y 2000a). Ciertamente, este escenario coadyuvó al creci- 75

miento de los movimientos aborígenes al otorgar mayor legitimidad a demandas


sociales formuladas como tales (particularmente en plena retracción del mercado
de trabajo y aumento de la marginalidad socioeconómica) y habilitando a sujetos 25
definidos como indígenas a recibir un inédito flujo de programas asistenciales o de
desarrollo desde el Estado, organismos multilaterales u ONGs (Isla, 2002). Sin em- 5

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bargo, mi análisis del caso huarpe permite apreciar que la coyuntura de la emer-
gencia o reemergencia de identificaciones indígenas excede la eficacia de aquello
que con cierto reduccionismo suele ser señalado como su principal causa: el mero
oportunismo, fruto de una racionalidad política instrumental de coyuntura de
grupos que se “disfrazan” de indios para acceder a recursos. Sin negar el impacto de
estos factores, puede señalarse que esta perspectiva no agrega demasiado a la com-
prensión del fenómeno. Por un lado, en términos analíticos supone casi una verdad
de perogrullo, ya que difícilmente pueda encontrarse algún caso actual o histórico
de etnogénesis –sea la proliferación, creación, fisión y fusión o invisibilización de
identidades y grupos étnicos– en el que no hayan estado involucrados, en distintos
períodos, factores políticos y socioeconómicos coyunturales (Escolar, 2003). Por el
otro, el aspecto instrumental de las identificaciones étnicas no difiere sustancial-
mente del que puede detectarse en la historia o la actualidad de otros grupos o iden-
tidades colectivas, como por ejemplo las identidades regionales, nacionales o de
clase modernas, grupos de status o corporativos, las cuales, más allá de su definición
en términos culturales, tradicionales o sentimentales son siempre (en tanto deri-
vadas o articuladoras de relaciones económicas, de poder o autoridad) “identidades
políticas”.
En efecto, poco aportaría el postulado conceptual de instrumentalidad como
causa sin cotejo etnográfico de las prácticas sociales a la comprensión de aspectos
cruciales de nuestra problemática. Por ejemplo, cómo y por qué el movimiento in-
dígena en la Argentina se articula sobre determinadas identificaciones y signifi-
cados y no otros, qué factores habilitan que para mucha gente sea natural y legítimo
identificarse como indígenas, cómo los actores de identidades emergentes o invisi-
bilizadas consiguen rápidamente revisar y naturalizar su historia colectiva en tér-
minos de historia indígena, cómo y por qué muchos tópicos de tales historias invo-
lucran memorias que remiten a eventos sumamente distantes (doscientos o
cuatrocientos años). En este sentido, resulta ajustado el reclamo de Briones (1998)
de resistir estructurar nuestro análisis de la aboriginalidad desde un estéril debate
en torno a la “autenticidad” cultural y, en cambio enfocarla más como proceso de
larga duración que como circunstancia, tanto en su carácter construido en el pre- 100

sente como en términos de historias de formación de grupo de larga duración. Por


95
ello, un correcto estudio de estos fenómenos debería comenzar por complementar
el análisis de la coyuntura y las prácticas pragmáticas de los actores con respecto a 75
sus identificaciones colectivas, con el de los procesos político-culturales, demandas
y argumentos de larga duración en los cuales se insertan (Escolar, 2001 y 2003).
En mi tesis doctoral (Escolar, 2003) he intentado demostrar que dichos pro-
25
cesos de larga duración involucran sobre todo el modo en que durante el proceso de
construcción del Estado Nación los estados provinciales y el nacional construyeron 5
soberanía variando periódicamente sus estrategias de control social, disciplina-
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miento y representación cultural o “modos de estatidad”, impactando de forma


particular en las subjetividades colectivas en tanto campo crucial de producción de
hegemonía (ver también Escolar, 2001). Este proceso, considero allí, fue y es tan
importante para la dinámica moderna de aboriginalidad como el proceso de forma-
ción y deliberación de las “comunidades imaginadas” nacionales o los “preceptos
del nacionalismo” –este último privilegiado como eje en estudios de los últimos
años (Williams, 1993; Briones, 1998).
Rastrear este vínculo en el caso cuyano constituye un buen ejemplo para pro-
yectar un análisis semejante en contextos o escalas más amplios.
En San Juan y Mendoza, desde la década de 1920 hasta la de 1980 –como en
muchas regiones del país luego del primer gobierno de Perón en la década de
1940– el modelo hegemónico de “estado de bienestar” se cristalizó culturalmente
en torno a una imagen relativamente benigna del Estado. Este modelo represen-
taba la idea del Estado (Abrams, 1988) como garante de la equidad o justicia social
y el consumo de las masas, como árbitro entre los intereses corporativos y conflictos
de clase y como promotor de la incorporación política y ciudadana de sectores
sociales subalternos.
Esquemáticamente, el “modo de producción” de soberanía del período se basó,
más que en el disciplinamiento coercitivo del Leviatán (perspectiva preponderante
entre los sectores populares hasta las primeras décadas del siglo XX), en la primacía
del “poder pastoral” (Foucault, 1991a) para la regulación positiva de la existencia
biológica y vida cotidiana, la extensión de prestaciones sociales, servicios de salud y
la formación moral de las poblaciones subalternas como ciudadanos y trabajadores.
Esta etapa coincide con el advenimiento del modelo secular de sujeto “homo labo-
rans” (Arendt, 1990 [1958]) y la extensión masiva de la esfera del consumo, la co-
municación masiva, la burocratización (Mouffe, 1988), la seguridad social y la am-
pliación de derechos a sectores populares, que permitió una intervención y
regulación social sin precedentes, que habilitó la producción de una soberanía bio-
política práctica, “intersticial”, más que meramente disciplinaria y jurídica, sobre
esferas de la vida previamente ajenas a su ingerencia. Este modo de control social
remite a un ethos consagratorio de un amplio abanico de relaciones materiales y 100

simbólicas, figuradamente reciprocitarias entre el Estado y los sujetos bajo su pre-


95
tendida soberanía. El Estado “daba” beneficios y prestaciones sociales, derechos,
desarrollo; el pueblo “devolvía” trabajo, lealtad y canalización pacífica de los con- 75
flictos políticos al Estado y la Nación. Este vínculo reciprocitario entre el Estado y
el pueblo tendió a instalarse bajo una representación análoga a lo que Marshall Sah-
lins (1977) denominó reciprocidad generalizada. Esto es, un modo de intercambio
25
altruista, eventualmente gratuito, ajeno al cálculo interesado y basado en relaciones
de amor, protección y contención, cuya obligatoriedad está fundada básicamente 5
en la lealtad.
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El “estado del malestar” 55

Esta “reciprocidad” estatal constituyó a mi modo de ver uno de los aspectos


clave, durante buena parte del siglo XX, de lo que Philip Abrams (1988) concep-
tualizara como la –históricamente cambiante– idea del estado, que permite que el
conjunto heterogéneo de agencias, prácticas, instituciones y estructuras políticas
de gobierno y administración que forman el “sistema de estado” sea percibido
como una totalidad estructurada, un macro agente con volición, proyecto e incluso
destino propio. Abrams propuso en una sugerente hipótesis que la representación
del estado como una unidad coherente o incluso como un actor, dotado de una ra-
cionalidad propia y animado de propósitos trascendentales y legítimos por encima
de intereses sectoriales, tiene consecuencias directas en la articulación de los sujetos
en su propia sujeción. Sugiero que en los estados nación modernos, la modalidad
que adquiere la noción de una reciprocidad existencial entre el estado y sus sujetos
es fundamental en la estructuración y desestructuración de representaciones iden-
titarias, además de creencias, motivaciones y eventuales demandas, al punto en que
también lo son los estilos de formación de comunidad imaginada e interpelaciones
nacionales.
La imagen de reciprocidad estatal característica de lo que globalmente llamamos
estado de bienestar no sólo codificaba ideológicamente la “contraparte” de la suje-
ción popular como un determinado flujo e intercambio de bienes y servicios mate-
riales y simbólicos, sino que otorgaba sentido a la vida a través de derroteros de creci-
miento individual y colectivo, bitácoras de experiencia social, destinos previsibles e
identidades, desde la cuna hasta la tumba. Desde su nacimiento, asistido por obras
sociales u hospitales públicos subvencionados por el Estado, un individuo veía garan-
tizada su educación gratuita a cargo del Estado como un derecho inalienable. Al en-
rolarse como trabajador, el Estado le garantizaba un abanico de derechos laborales y
sociales, al mismo tiempo que la obtención de empleo se encontraba en la práctica
“garantizada” por un cierto nivel de “desarrollo económico”, eje prioritario decla-
mado en la agenda estatal. En el mismo sentido, un importante nivel de representa-
ción política y protección social a los trabajadores estaba implicado en el papel explí-
cito del Estado como mediador de conflictos de clase y corporativo. También la
salud, las vacaciones, el ocio, los riesgos de invalidez, eran cubiertos por el Estado o 100

por sindicatos en los cuales el Estado delegaba dichas funciones y garantizaba su fi-
95
nanciamiento. Finalmente, una vez retirado de la actividad laboral, los ex-trabaja-
dores veían cubierta por el Estado una jubilación o pensión que les permitía vivir de- 75
corosamente hasta la hora de su muerte. Aunque las prácticas y el control estatal
nunca alcanzaron de manera pareja o similar a todos los habitantes, la vida de la gente
amanecía y anochecía con el sol del Estado.
25
Este poderoso rol atribuido al estado-mundo-de-vida fue uno de los ejes princi-
pales del modelo de incorporación nacional argentino de sectores populares o sub- 5
alternos como ciudadanos-trabajadores culturalmente “homogéneos” y étnica-
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mente descaracterizados, cuyas identidades diferenciales al interior de la nación se


definían más en términos sociales y eventualmente regionales o provinciales, que
de especificidad étnica o racial. Pero la crisis de este modelo –y de la “idea del es-
tado” preponderante hacia fines del siglo XX– va a constituir en mi opinión el prin-
cipal impulso a la re-subjetivación aborigen de ciertos colectivos populares, incluso
o sobre todo en el seno de regiones y provincias consideradas absolutamente “libres
de indios” o carentes de una historia indígena moderna.
Para muchos sanjuaninos, como para el resto de los argentinos, la década de
1990 pareció marcar el fin de este acendrado “destino estatal”. En coincidencia casi
puntual con la crisis del modelo de reciprocidad estatal del “estado de bienestar”
sanjuanino, y especialmente con el desarrollo de una percepción colectiva sobre
esta crisis, emergieron y se articularon las identificaciones, demandas y organiza-
ciones huarpe en la provincia. Rastrearemos este proceso para ilustrar nuestro
argumento.
En el caso sanjuanino, como en otras provincias, paradójicamente el papel del
Estado como proveedor y garante de la incorporación se mantuvo o incrementó a
través de la oferta masiva de empleo público. Mientras que por un lado abando-
naba áreas de regulación económica y social, la administración pública provincial
se transformó en una suerte de último bastión de la contención social a través del
empleo público masivo y precario. En cierto modo, entonces, consolidada la hege-
monía neoliberal, el “estado empleador” provincial perduró –además de como un
resabio excéntrico del estado del bienestar– como ícono tardío de la moral recipro-
citaria generalizada que vinculaba al Estado y los sujetos estatizados en el imagi-
nario del período de incorporación. Durante el período, el estado sanjuanino ab-
sorbió el excedente de mano de obra generado por la fuerte crisis de la
vitivinicultura. En plena hegemonía neoliberal, aún con la reforma del estado y
drásticos ajustes en las estructuras estatales de la nación, la planta de empleados
creció prácticamente al doble (Muro et. al. 1999: 76), llegando a incorporar en
1999 como asalariados aproximadamente al 7,8 % de la población absoluta de la
provincia. En el gran San Juan, donde se concentra el 78,1 % de la población, los
empleados del estado provincial eran el 23 % de la población ocupada durante el 100
17
año 1999. A estos guarismos hay que sumarle el empleo generado por los munici-
18 95
pios, sobre todo en los departamentos más pobres. La incidencia de los salarios en
el presupuesto provincial se elevó del 38 % al 64% entre 1986 y 1996, siendo 75
mayor también en los departamentos pobres, en especial los dos fronterizos (Calin-
17 Proyección propia en base a datos proporcionados en Muro et. al (1999).
18 El masivo incremento del empleo público, como otras erogaciones del estado sanjuanino, es finan- 25
ciado por el Estado Nacional quien –a través de fondos de Coparticipación Federal o ATN (Aportes del
Tesoro Nacional) – aportó recursos para solventar más del 90% del presupuesto de San Juan, que rara- 5
mente supera el 10% en recursos propios.
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gasta e Iglesia), donde el empleo público, jubilaciones y pensiones nacionales o


provinciales son la principal fuente monetaria, alcanzando, como en Iglesia, al
19
90% de la población económicamente activa (Pastor, 1999). A través del empleo
o la pasantía en las estructuras estatales municipales, provinciales (servicios eléc-
tricos, hidráulicos, vialidad, educación), o nacionales (Gendarmería Nacional) o
bien jubilaciones y pensiones, la mayoría de la población está incorporada a la es-
fera estatal –paradójicamente y a menudo, no sólo como “objeto” sino como “su-
jeto” estatal. Las fronteras entre “Estado”, “sociedad” y “subjetividad” no podrían
ser más borrosas en este tipo de contextos, donde la mayoría de alguna manera
forma parte del “Estado”. La alta dependencia del Estado como proveedor de
empleos y pensiones impactó en las propias representaciones de estructura social
local, como afirmaba un informante,

“[…] vos encontrás dos clases, o tres clases de gente… los del servicio eléctrico, que
tienen un sueldo determinado, tienen su círculo. Los municipales, que son más or-
dinarios… tienen su círculo, y el pobre que se la gana por el otro lado, bueno ese…
ese es el que va y viene, es el clásico del lugar […].”

Sin embargo, lejos estuvo este creciente número de “puestos de trabajo” de re-
mitir, como antaño, a estrategias de promoción de “desarrollo” económico. Este
“estado empleador” generó cada vez más puestos de escasa o nula productividad que
en la práctica funcionaron como subsidios de desempleo encubiertos, pero que dis-
tribuían de algún modo los recursos monetarios de la nación constituyendo, si no
la locomotora, al menos el alicaído “pulmotor” de la economía local.
Un dato significativo para entender la emergencia de identificaciones, organiza-
ciones, demandas y acciones políticas huarpes en áreas urbanas y rurales es que el
despegue del incipiente proceso de emergencia étnica se da precisamente cuando el
ejecutivo provincial declara en 1994 un default en el pago de las cuentas públicas,
incluyendo los salarios al personal, y se genera una grave crisis de legitimidad del
modelo de reciprocidad estatal. En 1994 se verifica también el mayor déficit del es-
tado provincial desde el restablecimiento del sistema democrático, alcanzando el 100
32% del presupuesto, y al año siguiente se registra el mayor pico de desempleo, un
20%. La crisis se atenuará con aportes nacionales, cuyo porcentaje sobre el presu- 95

puesto se incrementa al 58% en 1994 y llegará al 80% en 1996 (Muro et al., 1999).
75
La falta de pago es acompañada por la reducción masiva de salarios a los empleados
estatales, lo cual desemboca en el movimiento de protesta denominado Sanjuani-
nazo, motorizado por gremios de empleados públicos. “Las principales manifesta-
25
19 En Iglesia, por ejemplo, de los $230.000 que se repartirían por Coparticipación Federal, $210.000
se destinarían a sueldos, mientras que sólo los $20.000 restantes se aplicarían a servicios (Pastor 1999: 5
2.3).
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ciones de protesta –señala un informe del PNUD– han surgido de sectores vincu-
lados al Estado, históricamente principal proveedor de empleo, tales como do-
centes, profesionales de la salud y empleados públicos, que han sido fuertemente
afectados por el proceso de reforma (PNUD-BID, 1988:292-293).”
El período inicial del emergente huarpe urbano o su toma de estado público se
produce también en 1994. Primero, con la participación de representantes huarpes
en la elaboración del artículo 75 inciso 17 de la reforma constitucional nacional.
Luego, con la adhesión de San Juan a la ley indígena nacional 23.302 y, posterior-
mente, con la declaración de la Legislatura como de interés provincial el proyecto
“Educar para la Vida” de la Comunidad Huarpe del Territorio del Cuyum. En este
período comenzará a producirse la participación e interés creciente de adherentes a
esta última organización.
A raíz de las reformas de la administración pública, entre 1995 y 1996 el estado
provincial realizará masivos retiros voluntarios u obligatorios de personal, en el
marco del amplio plan de privatizaciones que implicó su retiro de áreas clave de la
20
economía local, pero también extenderá las “pasantías” aumentando los puestos
de trabajo improductivos en forma exponencial. En consecuencia, el crecimiento
del número de empleados estatales absorbió parte del desempleo generado en otras
áreas de la economía, pero aumentó la precariedad del empleo, reduciendo drásti-
21
camente también los niveles de ingreso.
Algo similar sucede para la misma época en áreas rurales, donde la incidencia del
empleo público y las pensiones en los ingresos monetarios de la población es aún
mayor. Pero además, en los departamentos rurales parecen haber impactado en la
emergencia de identificaciones indígenas otros dos procesos que se traducen en ex-
propiación de recursos de uso tradicional de las poblaciones locales subalternas que
tienen también a los estados provincial y nacional como sus protagonistas o
promotores directos.
Por un lado, el desarrollo de los emprendimientos agrícolas privados bajo el sis-
tema denominado diferimientos impositivos y por el otro la creación o ampliación
de reservas de biodiversidad que afectaron enormes superficies de tierra.
Hacia 1994 comienza a aplicarse en gran escala en las áreas rurales de la pro- 100

vincia la Ley nacional 22.973/83 de “Régimen de Promoción y Desarrollo Econó-


95
mico” que favorece la inversión de capitales en emprendimientos turísticos, indus-
triales y especialmente agrícolas a cambio de una prórroga del pago de impuestos 75

20 Se privatizan los Servicios Eléctricos Sanjuaninos, Banco de San Juan, Bodegas Regionales y Bode-
ga del Estado, Caja de Jubilación, Casino Provincial, Terminal de Ómnibus y un conjunto de hoteles
provinciales. 25
21 Entre 1984 y 1997 el sueldo correspondiente a la categoría 22 de la Administración pública, por
ejemplo, cayó un 78% (de $1.378 a $297); el de la categoría 16 el 58% (de $562 a $233). Fuente: 5
INDEC, Encuesta Permanente de Hogares (Muro et. al 2000:108-109).
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El “estado del malestar” 59

en el nivel nacional durante cinco años (Ver Muro et al., 1999:52). Realizados en
general en tierras consideradas de poco valor económico o fiscales, los llamados “di-
ferimientos” han sido percibidos por los puesteros y pastores trashumantes que ge-
neralmente las ocupan y utilizan como una renovada presión expropiadora sobre
sus recursos. Caballito de batalla de las políticas neoliberales en el campo, los diferi-
mientos comenzaron a ser publicitados como la principal política para el desarrollo
y la creación de empleo en ámbitos rurales, contando con amplio apoyo oficial para
regularizar la propiedad de la tierra y expulsar a eventuales ocupantes. Sin embargo,
observadores locales apuntan a que la mayoría de ellos generó muy poca demanda
de mano de obra, constituyéndose a menudo, en la práctica, como grandes
máquinas de lavado de capitales y evasión impositiva.
La resistencia al avance de los diferimientos –el cual en algunos casos apeló a me-
dios como la matanza del ganado y otras acciones intimidatorias– parece haber te-
nido consecuencias importantes en la creciente afirmación huarpe. Desde 1997
puesteros del Encón y otras áreas del este sanjuanino resistieron la expropiación de
sus tierras, aunque varias familias fueron expulsadas y en algunos casos relocali-
zadas en “barrios” construidos ad hoc, pero sin acceso a la tierra –como el caso de
los miembros de la actual Comunidad Corazón Huarpe, en Cochagual.
El antagonismo con los diferimientos “huarpizó” la autoconciencia de puesteros
que no estaban constituidos como “comunidades”, o incluso que no se manifestaban
previamente como huarpes o descendientes, tendiendo incluso puentes con organi-
22
zaciones urbanas. En Guanacache, una movilización popular impidió que un dife-
rimiento culminara la destrucción de un añoso bosque de algarrobos, impidiendo la
tala final de uno de los árboles sindicado como antiguo lugar de descanso de Martina
Chapanay. Frente a la inminencia del hecho, los pobladores reclamaron con urgencia
la presencia de la Comunidad Huarpe del Cuyum, la primera en activar el movi-
miento huarpe en San Juan.
Como otros adscriptos huarpes rurales, uno de los líderes de la Comunidad Co-
razón Huarpe de Cochagual afirmaba que “acá somos todos huarpes”, que su pre-
sencia en esa tierra databa de tiempo inmemorial y que “los puesteros son indios”.
23
Asimismo, vinculaba su expulsión de un puesto en el Encón a una experiencia co- 100

lectiva de conflicto por la tierra y el agua, referida en eventos recordados y contados


95
por sus mayores, que se remonta a la época colonial. Como explicó un profesor de
historia de la Universidad de San Juan, “la encomienda se reproduce en el 75
diferimiento”.

25
22 No se trata en este caso de las Lagunas de Guanacache, sino de una localidad sanjuanina próxima,
ubicada cerca del límite interprovincial con Mendoza.
5
23 En las proximidades de la ruta que une San Juan con San Luis y Buenos Aires.
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Junto al avance de los diferimientos, las agencias estatales se mostraron cada vez
más directamente involucradas en políticas agresivas que implicaban la alienación
de recursos de los pobladores rurales subalternos. A mediados de la década de
1990, enormes superficies de los departamentos periféricos de la provincia pasaron
a revestir como áreas protegidas de conservación de la biodiversidad bajo la Admi-
24 25
nistración de Parques Nacionales u ONGs ambientalistas. Aunque algunas es-
taban constituidas como tales desde la década de 1970, en la práctica el acceso de
hecho a pequeños ganaderos trashumantes que las utilizaban históricamente como
zonas de caza y pastoreo comunal era tolerado dado el papel central que cumplían
en su economía de subsistencia (Escolar, 1997). Pero las nuevas administraciones
aplicaron férreamente la prohibición de caza y pastoreo, echando o incluso ma-
tando el ganado. Del mismo modo, castigaron la caza furtiva, invocando normas
legales de veda que, si bien existían, no eran en general aplicadas en la práctica a los
26
cazadores de subsistencia.
Mientras la recuperación del acceso a esas tierras se convirtió paulatinamente en
una de las mayores demandas de las poblaciones subalternas locales –si bien no ge-
neraron movimientos o acciones organizados– las identificaciones indígenas se ar-
ticularon sobre una revalorización de las prácticas tradicionales de uso del espacio y
producción cazadora ganadera en esas áreas, amenazadas en su continuidad. La
caída de las relativas garantías oficiosas respecto del acceso a dichos recursos generó
entre los subalternos rurales, e incluso entre “sectores medios” locales, una percep-
ción de las reservas y (por derivación) del estado como enemigo expropiador de re-
cursos tradicionales de las economías domésticas, en general básicos para la subsis-
27
tencia.
En este sentido, tanto las demandas huarpes o indígenas rurales como las urbanas
parecen estructurarse como contradictorias demandas al Estado y a una determinada
idea del estado. Por un lado, se reclama una “retirada” formal del Estado y la recupe-
ración del acceso a la tierra y otros recursos. Por el otro, con cierta perpleja nostalgia y
despecho de trabajadores “desincorporados”, se demanda el “retorno” del Estado
como dador, garante de derechos, benefactor, protector o empleador a través de de-
100

24 El Leoncito en Calingasta, San Guillermo en Iglesia e Ischigualasto en Valle Fértil.


95
25 Los Morrillos en Calingasta, bajo la supervisión de la Fundación Vida Silvestre Argentina.
26 Esta política afectó gravemente la economía de pobladores locales de escasos recursos que en una 75
importante proporción se abastecían de carne a partir de la caza del guanaco. Un guanaco proporciona
aproximadamente la carne para un mes a un grupo familiar pequeño.
27 Este sentimiento está gráficamente expresado en el poema de un intelectual-baqueano local. “De-
dicado con mucho respeto a la comunidad Huarpe”, los versos de Plegarias para Atahualpa (Herrera, mi- 25
meo) representan al Inca como espíritu redentor de la naturaleza mancillada, que resiste escondida bajo
las piedras el embate de “doctores”, “legisladores”, “ecologistas” y “guardafaunas”, para terminar invo- 5
cándole que restituya los valores por los que “aquí relucía” el Imperio incaico.
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mandas de trabajo, educación pública o “pasantías”. Especialmente, son los hombres


de mediana de edad, los que han nacido y vivido en el paradigma ideológico y mate-
rial de la incorporación, quienes reclaman “la vuelta del estado” y su recuperación del
status de homo laborans. Entre actores rurales, es habitual que las demandas de “reti-
rada” del estado o diferimientos de tierras comunales (de hecho más que de derecho)
se reclame paralelamente que el estado o el municipio “ponga una fábrica” o “traigan
máquinas” para trabajar. Al mismo tiempo, son los miembros de este grupo de edad
los más reacios a identificarse como indios huarpes, o descendientes.
Estas redefiniciones en el papel del Estado y sus contradictorias presiones y
“ausencias” no sólo han impactado en la población sanjuanina en un plano es-
trictamente económico, sino también en las representaciones que amplios sec-
tores populares tenían sobre sí mismos, su pasado y en especial su destino.
Como vemos en el libro Los Nuevos Perdedores (Grillo Padró S. y C. de la Vega,
2000) las percepciones de la clase media urbana sanjuanina sobre su estrepitosa
caída en la década de 1990 incluyen una fuerte crisis de identidad. En su Epílogo,
la sociedad provincial previa a la reforma del estado es descripta como utópica-
mente armónica, equilibrada y sin conflictos.

“San Juan siempre fue una sociedad provinciana, tradicional y tranquila en la


que, si bien existían diferencias de clase, la magnitud de la franja cubierta por los
sectores medios, atenuaba las diferencias entre los ricos y los pobres.

[…] La somnolienta siesta atravesaba estas relaciones […] los vecinos sacaban
una silla y se sentaban en la vereda” (Grillo Padró y De la Vega, 2000:151).

La caída posterior de la clase media y su paraíso ilusorio de seguridad económica


y social es vivida como “una total crisis de certeza que se cierne sobre el ciudadano
común y su familia… [énfasis nuestro]”. “La inestabilidad laboral, la vulnerabi-
lidad es lo que reina entre todos (153).” Frente a esto, se demanda el retorno del es-
tado, ahora “ausente”, como “el único que puede proteger al más débil y equilibrar
los tantos cumpliendo funciones de control social y regulación… (154).”
100
La sensación de precariedad y vulnerabilidad de la existencia vinculada a la “reti-
rada del estado” no se dio solamente en un plano económico, sino con relación a la 95
confianza y previsión general del futuro. El “abandono” estatal es percibido como
crisis de un destino, en función del cual se fundaban identidades y autopercep- 75

ciones colectivas. “La total crisis de certeza que se cierne sobre el ciudadano” es una
crisis de la subjetividad. Parafraseando a Fukuyama, el “fin de la historia” es un sen-
timiento presente, no sólo como ficción neoliberal de una era superadora de “au- 25
ténticos” conflictos políticos, sino como vaciamiento del sentido de la vida pre-
sente y futura. Pero también, esta “crisis de certeza” implica cierta mutilación de las 5

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autopercepciones colectivas e individuales, las propias imágenes de sujeto y autova-


loraciones. Grillo Padró y De la Vega por ejemplo reclaman, para sortear el abismo
en ciernes de este estado del malestar, no sólo acciones que satisfagan demandas eco-
nómicas o sociales, sino medidas político-psicológicas como la “elevación de la dig-
nidad del trabajador”, su reorientación en el “camino de la “frente alta” y la
restauración de su “orgullo” (Grillo Padró y De la Vega, 2000:153-154).
Ana María Alonso (1996) ha señalado el papel crucial del sentimiento del honor
en los procesos de articulación étnica. Los sanjuaninos de clase media, según des-
criben Grillo y de la Vega, parecen encontrarse en un punto análogo al que se en-
contraban los serranos de la frontera norte de México a fines del siglo XIX. Despo-
seídos materialmente y “abandonados” por el estado luego de siglos de haber sido
interpelados como guerreros y adalides de la civilización contra los bárbaros
apache, progresivamente fueron interpelados ellos mismos como salvajes semi-apa-
ches. Su último capital era el honor, el cual sólo podía afirmarse traduciendo su po-
sición marginal y despreciada en un blasón honroso, como una identidad étnica es-
pecífica, autointerpelándose a su vez como semi-indios.
En nuestro caso, bajo la amenaza de una definitiva desincorporación estatal, los
sectores populares sanjuaninos –durante casi 70 años prestigiados por el ethos y po-
líticas del estado benefactor como trabajadores y ahora traicionados– caen bajo la
amenaza cierta de volver a ser indios. Pero si el estado “no cumplió” su pacto –y la
honra ya no está adscripta a las subjetividades de la incorporación como trabaja-
dores– el honor puede ser aún preservado merced a una conmutación simbó-
lico-histórica. Si el Estado (o la estatidad) no cumple ya su pacto de incorporación,
también el pueblo puede hacer lo propio. Recuperando positivamente la fantasma-
goría del sujeto popular previa al pacto hegemónico de reciprocidad-subjetividad
estatal, los sanjuaninos pueden volver a auto-interpelarse como huarpes o indios.
Lo cual no impide, precisamente, demandar el “retorno” del estado amenazando
con volver a ser indios.

Epílogo
100
Los sentidos inscriptos en las interpelaciones huarpe e indio en Cuyo parecen remi-
tir directamente al proceso secular de incorporación estatal, política, capitalista y 95
ciudadana de poblaciones y territorios, en particular de las áreas rurales con un dé-
ficit secular de control social por parte de las elites urbanas regionales hacia la se- 75

gunda mitad del siglo XIX.


Por un lado, los eventos que representan dicho proceso –fundamentalmente los
proyectados a las primeras décadas del siglo XX, con la incorporación bajo el mo- 25
delo de “reciprocidad estatal” benigna– son directamente vinculados a la “desapari-
ción” de las identificaciones indígenas o de los mismos indios o antiguos. Esta repre- 5

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El “estado del malestar” 63

sentación cultural está gráficamente expresada en los discursos y percepciones


fenomíticos que inscriben lo indígena como una “naturaleza” biológica supuesta-
mente monolítica, pero paradójicamente variable, de acuerdo a la transformación
del “modo de producción de soberanía” hacia uno basado en la sujeción mediante
incorporación política, ciudadana y generalización del asalariamiento.
Pero esta aparente maleabilidad de los argumentos y representaciones fenotí-
picas de la condición indígena, sin embargo, no es meramente coyuntural ni es ex-
plicable por simples invenciones instrumentales. Como hemos visto, en primer
lugar, los fenomitos indígenas y huarpes son auténticos productos sociales compar-
tidos por grupos antagónicos, tanto por aquellos marcados étnica o racialmente
como potenciales “indios”, como por quienes se consideran a sí mismos genuina-
mente “no-indios”, y tanto por aquellos sospechados de manipulación como por
quienes los acusan de tales prácticas. En segundo lugar, estos fenomitos –como
otros aspectos de memorias huarpe o indígenas que no hemos analizado en este tra-
bajo (Escolar, 2003, 1999)– parecen tener una profundidad histórica muy supe-
rior al actual período de “emergencia” étnica huarpe o indígena y estaban plena-
mente vigentes, por ejemplo, en las primeras décadas del siglo XX. Como hemos
analizado en la primera parte de este artículo, si bien se constituyen como codifica-
dores históricos que resignifican la noción de naturaleza indígena de acuerdo a
transformaciones en las condiciones sociales y políticas, los argumentos fenomí-
ticos mantienen el sentido racializante o de-racializante atribuido a un tipo de ex-
periencia histórica específica, básicamente la que hemos denominado en sentido
amplio incorporación estatal.
Mientras el discurso de Rusconi y otros en la década de 1930 evidencia cómo la
representación de este proceso subyace a la construcción de sujetos racialmente “no
indios” o “no-huarpes”, actores actuales inmersos en una experiencia de desencan-
tamiento y frustración (en lugar de una de fe en el progreso y el desarrollo del es-
tado-mundo-de vida) respecto de las promesas reciprocitarias de la incorporación,
proyectan o habilitan una naturaleza indígena y huarpe sobre los mismos íconos fe-
notípicos y los sujetos anteriores a dicho período histórico. En esta situación, expe-
riencias y memorias colectivas de larga duración que exceden la creación por parte 100

de los actores son el núcleo de la rearticulación de subjetividades aborígenes. Así,


95
mientras que el proceso de incorporación puede haber sido el principal factor de
invisibilización de la diversidad étnica y cultural en Argentina, los actuales ads- 75
criptos huarpe o “descendientes” lo historizan, situándolo en un marco que excede
a la coyuntura. El proceso de incorporación estatal ligado al ethos del “estado bene-
factor” –y aún el proceso civilizatorio de construcción e institucionalización del
25
Estado Nacional argentino durante la segunda mitad del siglo XIX– pasa a ser re-
presentado durante el “estado del malestar”, para algunos colectivos, no como re- 5

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64 Diego Escolar

fundación de su historia, sino como etapa dentro de una experiencia indígena de


larga duración.
Esta proyección contribuye a explicar también por qué las demandas indí-
genas y huarpes en Cuyo emergieron recientemente en el marco de una expe-
riencia colectiva de crisis de legitimidad estatal vinculada a la percepción de in-
cumplimiento de las garantías materiales y simbólicas de reciprocidad (atribuidas
al estado) del período de incorporación.
La emergencia indígena en San Juan, vinculada a un conjunto de interpela-
ciones al estado en clave de desincorporación, parece ser en gran medida expresión
de un proceso más general de “vaciamiento” de relaciones materiales y simbólicas
ya tradicionales entre el sistema de estado y las poblaciones sujetas que es decodifi-
cada como un vacío de ciudadanía. Si atendemos al discurso de ocasionales voceros
y actores de la protesta social que sacudió el país desde mediados de la década de
1990, podemos apreciar incluso en algunos contextos provinciales la autointerpe-
lación indio condensando demandas y críticas a la relación entre pueblo, estado y
28
ciudadanía.
Indicios de este tipo nos sugieren la posibilidad de confrontar estas hipótesis
más allá del caso cuyano, explorando hasta qué punto la emergencia o crecimiento
de interpelaciones indígenas durante la década de 1990 no se apoyan, además de
otros factores, tanto en memorias étnicas, como en experiencias de larga duración
de incorporación y desincorporación estatal.

100

95

75

28 En una asamblea de protesta por el cierre del enclave minero de Río Turbio, Hernán Vidal (1997)
recoge el siguiente discurso “[Reclamamos] el respeto que nos merecemos como santacruceños argenti-
nos (…) [Queremos] ser ciudadanos de primera, no de cuarta, ni Kelpers (…) no somos indios y nos
quieren engañar con plazas y lucecitas de colores; no somos indios, ni bestias salvajes, somos seres hu- 25
manos (Vidal 1997: 16).” El mismo año, una piquetera jujeña explicaba que “Todos creen que somos
indios; que no sabemos pensar ni hablar (…) sólo pedimos trabajo; ni limosna ni subsidios (…) Que 5
nos den la posibilidad de tener un trabajo digno (La Nación 28/5/1997).”
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Capítulo 3:

Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente


a la hegemonía en Chubut
1 2
Ana Ramos y Walter Delrio

A través de una historia provincial y de las políticas oficiales dirigidas a los indíge-
nas, nos proponemos en este capítulo identificar los sistemas de pertenencias en
los cuales se enmarca la movilidad aborigen en la provincia de Chubut. Entende-
mos el espacio social hegemónico, por un lado, como resultado de las prácticas des-
tinadas a producir y explicar las diferencias sociales de acuerdo con determinadas
economías de valor y, por el otro, como producto de las prácticas territorializadoras
que delimitan y distribuyen lugares, distancias, orientaciones y accesos (Grossberg,
1992 y 1996). Estas geografías hegemónicas construyen el espacio dentro del cual
la gente vive sus vidas, define las alianzas y orienta su acción. Las correspondencias
naturalizadas entre determinados lugares y las construcciones estereotipadas de sus
ocupantes –versiones hegemónicas de aboriginalidad (Beckett, 1988; Briones,
1998a)– son el punto de partida para comprender cuándo los sujetos indígenas de-
vienen en agentes capaces de cambiar el rumbo de la historia.
Nos centraremos a continuación en cuatro de los conflictos que, en los últimos
años, han mantenido algunas comunidades de la provincia con terratenientes no
indígenas. En todos ellos el recurso en disputa es la tierra, pero en el mismo proceso
han ido adquiriendo sus propios matices, transformándose en los “casos” desde los
cuales los mapuches-tehuelches reflexionan sobre su movilidad por el espacio. Los
casos tomados en este trabajo –Huisca Antieco, Futa Huau, Pilláñ Mawiza, Curi-
ñanco y Vuelta del Río– han ido transformando, desde la praxis indígena, las rela-
ciones sociales con el estado provincial y nacional, y los modos de habitar afectiva-
mente los lugares sociales disponibles. Consideramos, siguiendo los planteos de
Williams (1977) y Grossberg (op. cit.), que la subjetividad es la forma singular que 100

adquiere la hegemonía cuando encarna en la vida cotidiana de los sujetos sociales,


95
es decir, el modo en que la gente experimenta las ideologías dominantes en sus pro-
pias prácticas. Las experiencias afectivas y las prácticas conjuntas, en cada uno de 75
los casos seleccionados, tienen poder real sobre las construcciones hegemónicas de
aboriginalidad, en tanto éstas sólo se realizan cuando son apropiadas y sentidas por
los sujetos. Experiencias y prácticas que, por otra parte, también participan en la
25

1 Investigadora del Conicet, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA.


5
2 Investigador del CONICET, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA.
0
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66 Ana Ramos y Walter Delrio

creación de mapas de territorialización, puesto que, en determinados momentos


históricos, activan el interjuego estratégico entre circular por un espacio preconfi-
gurado y/o impugnar las líneas establecidas de movilidad.
En suma, nos interesa analizar las distintas voces que intervienen en la construc-
ción de aboriginalidad en Chubut más allá de las definiciones hegemónicas de la
“diferencia”, reflexionando en torno a las políticas de la otredad y sus capacidades
diferenciales para afectar y ser afectadas. Sin embargo, considerando que la nega-
ción del otro y su reducción a diferente constitutivo (u otro interno) es un acto de
poder (Briones 1998a), el análisis de la praxis indígena comienza por la historia de
las ideologías dominantes.

I. Chubut, “una personalidad diferenciada”

“Diversas localidades de la provincia cuentan con museos que guardan testimonio


del pasado aborigen […] Se exponen en el museo, piezas de la industria lítica de los
aborígenes de la Patagonia: puntas de flechas, cuchillos, raspadores, boleadoras,
morteros, como así también objetos de plata y trabajos actuales de tejeduría indí-
gena. Pueden observarse, asimismo, más de cincuenta especies de aves embalsa-
madas pertenecientes a la fauna regional […] En lo que respecta al material
histórico, debe destacarse una carabina que perteneció a los rifleros del Chubut”
(AA.VV., 1996:113-115).

Los fragmentos del pasado, fijados en los más diversos materiales –puntas de flecha,
pipas, el cráneo de un machi, restos fósiles y “material histórico”– y reorganizados en
las vitrinas de los museos provinciales, constituyen una de las formas que adquiere la
narrativa fundacional de la provincia. Con el propósito de describir esta “puesta en
intriga” (Ricoeur, 2001) e identificar las matrices de diversidad que son escenificadas
para contar los orígenes de una “identidad provincial”, nos hemos dirigido a la Casa
de la Provincia de Chubut, en Buenos Aires. Por consiguiente, el corpus de este apar-
tado está conformado por la bibliografía, los folletos y las páginas de internet que fue-
ron seleccionados por la provincia como textos oficiales sobre su historia. 100

En dicho corpus se destaca que el contexto patagónico está definido por “pro-
blemas comunes”. Sin embargo, se aclara que emerge un perfil particular de una 95

identidad chubutense: “En las primeras décadas del siglo XX, las nuevas unidades ad-
75
quieren, poco a poco, una personalidad diferenciada (www.Patagonia.com.ar).” Por
lo tanto, los diversos relatos, aun cuando incorporan sus propios énfasis y acentos,
presuponen una misma selección y combinación de acontecimientos. La historia co-
mienza con la descripción socio-económica de los tehuelches, “los primeros pobla- 25

dores”; prosigue con la incursión del caballo, la “invasión araucana”, los contactos
5
“pacíficos” con las primeras agencias colonizadoras, los padres salesianos y los inmi-
0

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Trayectorias de oposición 67

grantes galeses, y los contactos “bélicos”, cuyo hito es la “campaña al desierto”; y fina-
liza con la sociedad de inmigrantes, la “punta boliche” y la “civilización”.
Los tehuelches constituyen, en estas narraciones, el componente aborigen idea-
lizado y mítico de los orígenes (Rodríguez 1999). Así, estos “primitivos habitantes”
de la Patagonia –quienes “desarrollaron formas de vida simples, en completa ar-
monía e integración con su medio” (AA.VV., 1994:7)– no formarían parte de los
tiempos de la historia y el cambio; copiándose a sí mismos a través de los siglos:
“dependían de la caza de guanacos y avestruces”, “recorrían su extenso territorio”,
“utilizaban el arco y la flecha”, “se alimentaban de carne de guanaco” y “confeccio-
naban toldos”. La construcción ahistórica del tehuelche, su pasividad frente a los
acontecimientos, y su escasa o nula participación en la historia conforman el este-
reotipo hegemónico que lleva a afirmar, por ejemplo, que los tehuelches han tenido
“una incidencia casi nula sobre el medio, en el que se comportaban como un ele-
mento más del ecosistema natural (AA.VV., 1996:83).”
El cambio habría sido producido, entonces, por otros sujetos históricos; el de-
venir de la historia comienza cuando la Patagonia: “[…] habría de sufrir un doble
proceso de aculturación, europeo-criollo y araucano, mucho antes de que en su
ámbito se establecieran inmigrantes blancos o indígenas araucanos (Museo Le-
leque).”
Los araucanos, primero, y las campañas militares, después, protagonizarían el de-
senlace de este primer capítulo. Es entonces cuando la historia oficial irá definiendo
el modelo de diversidad de la provincia y procurará reunir las resonancias del pasado
tehuelche con el progreso y la civilización de los pioneros: “estancias patagónicas que
llevan nombres de cálidas resonancias que se enraízan en el capítulo del ocaso de los
indígenas tehuelches y en el auge de los pioneros de todas las procedencias, como Pil-
cañeu o –precisamente– Leleque (lülük en la vieja lengua tehuelche)” (Museo Le-
leque).
Si bien en la mayoría de estas narraciones los “araucanos” también tienen un
papel importante, las características con las cuales se los define son diferentes. El
mapuche es señalado como extranjero y como uno de los agentes del cambio. En la
matriz de diversidad hegemónica, representa al “otro interno” por excelencia, 100

puesto que la legitimidad del mapuche en “territorio argentino” es permanente-


95
mente puesta en discusión.
Primero, la “extranjería araucana” es subrayada a través de verbos deícticos de 75
movimiento –“ingresaron”, “incursionaban”, “penetraron”, “cruzaron”, “lle-
garon”–, en conjunción con localizaciones específicas para indicar procedencias y
destinos -“de la región chilena comprendida entre los ríos Bio-bio y Toltén”, “de la
25
actual Chile”, “del sur de Chile”, “hacia estas tierras”, “en nuestro país”, “en tierra
argentina”, “en nuestro territorio patagónico”, “al actual territorio del Chubut”-. 5
El “nosotros” desde el cual se narra la historia se desplaza ahistóricamente hacia el
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pasado y, de este modo, los límites nacionales devienen primordiales. En breve, la


narrativa oficial concluye: “los mapuches no fueron los habitantes originarios”
(www.patagonia.com.ar).
Segundo, la agencia mapuche aparece como la responsable de los cambios ne-
gativos que fueron introducidos en la historia. Se subraya que fueron los mapu-
ches quienes “vencieron”, “presionaron” o “dominaron a los tehuelches”, “situa-
ción que habría culminado –se anuncia– con la casi desaparición de la cultura
tehuelche”. Por otra parte, también suele contraponerse la iniciativa mapuche
con la pasividad tehuelche, ya que estos últimos habrían sido “absorbidos por la
cultura araucana”.
Tercero, se reitera que su inclusión efectiva en el Estado-Nación argentino –y
específicamente en la provincia del Chubut– habría sido tardía y pasible de ser fe-
chada. Así, los tehuelches (Günun-a-Këna) del sur del Limay: “sólo se fusionaron
con los araucanos después de la avanzada militar del General Villegas en 1886”, “en
cuanto a los araucanos sólo habrían de radicarse familias o individuos aislados, a
partir del fin de la conquista del desierto, hacia los años 1885-90”, “en cuanto a los
araucanos, propiamente dichos, en ese proceso llegaron algunos –muy pocos– des-
cendientes de los vorogas pampeanos; otros –la gran mayoría– vinieron de Chile a
partir de la última década del pasado siglo” (Museo Leleque). La selección de las fe-
chas pone en relieve la supuesta preexistencia del Estado-Nación frente a la llegada
tardía de los araucanos “propiamente dichos”. En definitiva, los mapuches no sólo
son definidos como foráneos y como causa de la “desaparición” del tehuelche, sino
3
también como los últimos “inmigrantes” en llegar a la provincia.
La idea del desplazamiento de los mapuches sobre los tehuelches niega com-
plejas comunalizaciones entre estos pueblos originarios que se venían dando siglos
antes de la conquista militar, a través de largos desplazamientos de los grupos para
establecer relaciones de intercambio, ocupación y explotación multiétnica de los
espacios, matrimonios y alianzas interétnicas. La noción de desplazamiento junto
con la cronología propuesta por el discurso nacionalista –que identifica a la década
de 1880 y a las campañas militares como momento del inicio del contacto– operan
hacia la negación de una historicidad propia de los pueblos originarios, a los cuales 100

se los consideraría hasta dicho momento como unidades discretas que sólo interac-
95
túan superponiéndose una sobre otra.
En cambio, en la narrativa fundacional, la relación entre aborígenes y blancos es 75
organizada en dos etapas diferentes; una que relata los “aspectos pacíficos” y otra
que describe los “aspectos bélicos” (Museo Leleque). Los “contactos armoniosos” son
3 Lecturas y explicaciones como éstas pueden encontrarse en otros contextos provinciales y en ciertas 25
producciones académicas. Véase Briones (1999), para el caso de Neuquén y Río Negro; Lazzari y Lenton
(2000), en su análisis del discurso etnográfico de la escuela histórico-cultural; y Rodríguez y Ramos 5
(2000), en los medios de comunicación de Chubut y Santa Cruz.
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Trayectorias de oposición 69

parte de los sentidos de pertenencia que, desde el presente, construyen una “comu-
nidad imaginada” chubutense:

“los primeros intentos de colonización y evangelización en la Patagonia (…) no al-


teraron la forma de vida habitual del aborigen, como tampoco lo hizo la llegada de
los galeses. Las comunidades aborígenes y galesas mantuvieron una relación armo-
niosa y de intercambio, tanto de habilidades como de productos. Incluso el cacique
Juan Chiquichano ayudó a los recién llegados para que no perecieran de hambre por
el desconocimiento de la región” (AA.VV., 1996:84).

La relación interétnica entre aborígenes y galeses fija los sentidos de la historia


en dos direcciones diferentes. Por un lado, crea una jerarquía de valores diferen-
ciales, puesto que la inmigración europea inaugura la historia del progreso en la
provincia, mientras que los indígenas, a partir de entonces, irán perdiendo prota-
gonismo, en tanto representarán el atraso y el primitivismo:

“si hay una impronta cultural que se nota en la mayoría de las ciudades de
Chubut, ella es la galesa. Más aún, casi en ninguna otra provincia del país han
formado colonias tan grandes como en esta. […] los colonos de la europea Gales
abrieron el terreno a la ‘civilización’ en esta parte del mapa argentino, allá por
1865, buscando nuevos terrenos para poder trabajar” (www.Patagonia.com.ar).

Por otro lado, esta armonía interétnica es construida como el hito central en el
que se funda la soberanía argentina en Chubut. La historia define, entonces, el ple-
biscito del 30 de abril de 1902 –actualmente feriado provincial– como el día en
que trescientos habitantes, entre indígenas y galeses, decidieron ser argentinos y no
chilenos. Después de aquella “respuesta unánime” de “lealtad a la patria”, “el
maestro Owen Williams izó la bandera argentina en el mástil de la escuela y se
cantó nuestro himno” (www.Patagonia.com.ar).
Por el contrario, los “aspectos bélicos” o negativos del “contacto interétnico”
aparecen como ajenos a la provincia en un doble sentido. La narrativa adjudica,
100
primero, el inicio del “sometimiento total” (AA.VV 1996: 84) o la “reducción casi
hasta la extinción” (www.Patagonia.com.ar) de los aborígenes al gobierno na- 95
cional, específicamente, a las expediciones del general Julio A. Roca, “conocidas
como la Conquista del Desierto”. Segundo, la responsabilidad de las consecuencias 75

posteriores –“procesos de debilitamiento físico y cultural del aborigen”, “despojo


de sus territorios y recursos de vida”, “desarticulación de los pueblos de la Pampa y
4
la Patagonia”– se desdibujan en ciertas nominalizaciones –“circunstancias histó- 25

4 Fenómeno discursivo por el cual ciertas acciones son reemplazadas por construcciones nominales 5
–sustantivas–, borrando las huellas temporales y de agentividad. De este modo, la nominalización no
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ricas”, “la expansión de la actividades ganadera”, “las enfermedades contraídas”, “el


comienzo de la explotación ovina” (AA.VV., 1994). Éstas aparecen como causas ex-
ternas y, desde la lógica del progreso, como inevitables. Entre las nominalizaciones
utilizadas para ocultar procesos históricos de desigualdad estructural, se destaca en
los relatos el “endeudamiento”: “el endeudamiento en las casas de ramos generales,
llevaron a las familias de la colonia a la pobreza” (AA.VV., 1996:87).
Por otra parte, la “pobreza” y “la pérdida de las tierras”, explicadas por el “en-
deudamiento”, son presentadas como el resultado de prácticas indígenas inapro-
piadas –en el marco de una racionalidad de mercado– y, en consecuencia, como
responsabilidad de los mismos aborígenes. Vinculado con esta construcción “ra-
cional” de las relaciones entre los aborígenes y las casas de ramos generales, la his-
toria ha seleccionado “el boliche” como uno de los símbolos que transportan los
sentidos y emociones de una identidad común. Las casas de ramos generales son re-
cuperadas por la narrativa oficial como “lugares de encuentro” y “punto de
5
arranque de la inserción productiva de inmigrantes con distintos orígenes”. La ex-
presión “punta boliche” transforma ciertas prácticas económicas –negocio, cobro
de deudas con hacienda, “arreglos” y obtención de tierras– en acontecimientos fol-
klóricos, primordiales y representativos de los orígenes de la “civilización”.
La narrativa oficial culmina con la descripción de los tehuelches y los mapuches
en la actualidad. Las cifras estadísticas y su ubicación geográfica crean el efecto de la
“desaparición”, mientras que la transformación de las prácticas indígenas en fol-
klore y objetos de exotismo, confirma el lugar temporal –el pasado– en el que se los
coloca.
Así, los “últimos tehuelches” son localizados y contados: ellos eran 200 en 1967.
La “desaparición tehuelche” es subrayada tanto a partir de las hipótesis estadísticas
–se estima que esta cifra debe haber disminuido, en los últimos años, por la po-
breza, el alcoholismo y las enfermedades– como a través de ciertos epitafios –“con
la desaparición de los últimos ancianos se perdió la lengua junto con sus tradiciones
y creencias” (Museo Leleque).
Por el contrario, la narrativa oficial implica que la mayor parte de los mapuches
no pueden ser ya identificados –contados–, puesto que han emigrado a las ciu- 100

dades, donde forman parte de la población más pobre de la provincia –“realizando


95
trabajos no calificados y, en general, con necesidades básicas no satisfechas”
sólo desdibuja la responsabilidad del agente, sino que también define los hechos como algo dado y fuera 75
de debate.
5 Los folletos del Museo Leleque describen sus instalaciones: “se está trabajando sobre la idea de re-
cuperar este boliche, como ‘lugar de encuentro’ tal como lo fue en la antigüedad”, “el edificio anexo,
con funciones de tienda y cafetería, recrea el ambiente y las instalaciones de un negocio de ramos gene- 25
rales patagónico de los que se establecieron en las décadas de 1920 y 1930”. “El negocio de ramos gene-
rales fue el punto de arranque de la inserción productiva de inmigrantes con distintos orígenes. Primero 5
el boliche, luego venían los lanares y, por último, la propiedad de la tierra (Museo Leleque).”
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(www.Patagonia.com.ar). En estos textos, los mapuches que aún viven en las co-
munidades rurales –el aborigen visible– también se encuentran “en condiciones de
marginalidad, extrema pobreza y pérdida de la identidad”.
El turismo provincial ofrece, entonces, la posibilidad de “encontrar”, en algunos
espacios específicos, los vestigios o “manifestaciones culturales del pasado aborigen
de la provincia” (AA.VV., 1996:87). Las culturas mapuche y tehuelche, convertidas
en un recurso escaso y en un bien estético, se materializan en el camaruco, las arte-
sanías del tejido, los instrumentos musicales, el quillango, los abalorios, la comida,
los juegos infantiles y las leyendas. El “pasado aborigen” se exhibe en los museos,
“donde se testimonia a través de diversos objetos”, en el paisaje (“el mismo entorno
que siglos atrás veían los indígenas” ), o a través de una nueva “tendencia en materia
de turismo: la visita a comunidades indígenas, y la convivencia con personas que
tienen costumbres un poco diferentes a las del común que vive en la ciudad”
(www.Patagonia.com.ar). A pesar de la anunciada desaparición de los aborígenes
en la provincia: “existen reservas o comunidades donde todavía […] se los puede
ver conservando sus costumbres […]” (www.Patagonia.com.ar).

II. Tiempos de “diversidad”


Lejos de poder considerar a los pueblos originarios como extintos, y más allá de las
narrativas hegemónicas sobre la historia de la provincia, las políticas estatales han
incluido la “cuestión indígena” en el contexto de Chubut. Así, observamos que en
los últimos 15 años han habido cambios en el marco jurídico-político en relación
con los llamados “pueblos originarios” de la provincia. Estos cambios están relacio-
nados con las tendencias que, tanto en el nivel nacional como en otros contextos
provinciales, han reconocido derechos a los pueblos preexistentes a la presencia es-
tatal en el territorio. Este movimiento constituye una estrategia de reconocimiento
de la “diversidad cultural”. De este modo, el estado provincial de fines del siglo XX
se ha colocado también como el garante de un “orden multicultural”.
Este proceso tiene algunas instancias significativas. En 1991, se dicta la Ley pro-
vincial 3657, sobre el mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades
100
aborígenes, la cual crea el Instituto de Comunidades Indígenas (aún sin reglamen-
tación debido a motivos presupuestarios). En 1994 la constitución provincial reco- 95
noce la existencia de los pueblos indígenas en su territorio (Art. 34°) y garantiza el
6
respeto a su identidad. A partir de este cambio en la legislación se ha operado la 75

creación de distintos programas que han tenido como objetivo el llevar a la práctica
una política de “reconocimiento”. Sin embargo, es aquí donde el corpus legislativo
6 Existen otras leyes y decretos específicos. En los últimos 15 años, con marchas y contramarchas, la 25
provincia de Chubut ha elaborado un importante cuerpo jurídico sobre la cuestión indígena (ver Hual-
pa 2003). Para un análisis más amplio sobre la legislación indígena en el contexto nacional ver Carrasco 5
(2000) y Gelind (2000a y 2000b).
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mencionado se manifiesta sólo como una concesión retórica, considerando la dis-


tancia que existe entre lo sostenido por estas normativas y las prácticas efectivas de
gestión, encaradas por los programas que se han venido implementando. Nuestro
análisis, por lo tanto, está centrado, a continuación, en estas prácticas implemen-
tadas en la provincia de Chubut en la última década.
Hasta el año 1987, se trabajó con el Programa de Comunidades Aborígenes
desde la Dirección de Promoción Social, promoviendo especialmente la elabora-
ción y comercialización de artesanías. En el año 1987 se crea una Asesoría del Abo-
rigen que se constituye en Dirección sin estructura orgánica. En el año 1990, y por
renuncia de su titular, no se reactiva la citada dirección trabajándose nuevamente, a
partir de 1991, desde las áreas de Promoción Social, Políticas Sociales Comunita-
rias y Programa Federal de Solidaridad, con las comunidades aborígenes.
Cuando en 1996 se conformó el Programa Integral de Comunidades Aborígenes,
se destacaba que estos intentos previos no habían contado con un programa especí-
fico como el que se pretendía implementar por entonces. El nuevo Programa Inte-
gral era llevado adelante por el Ministerio de Salud y Acción Social de la Provincia,
en el marco del Convenio 1269, celebrado entre la Secretaría de Desarrollo Social y
el Gobierno de la Provincia del Chubut el 27 de marzo de 1996. Este programa, se
postulaba como una “propuesta provincial”, “en forma participativa y conjunta
con la población indígena” y en “el marco de referencia de la política nacional” res-
pecto de los pueblos indígenas llevada adelante por la Secretaría de Desarrollo So-
cial y el INAI.
En sus objetivos, el programa era presentado como un proyecto integral a través
de subprogramas y proyectos puntuales, para ir dando respuesta a las “necesidades
manifiestas más urgentes”. Estas medidas concretas consistían en “mensurar la to-
talidad de las Comunidades Aborígenes, alambrar los predios y gestionar los res-
pectivos títulos de propiedad”; “propiciar un relevamiento” para obtener “datos
precisos respecto a totales de comunidades existentes”; “dotar de la infraestructura
social básica” a las comunidades”; “rescatar el patrimonio cultural promoviendo la
creación de un Mercado artesanal”; y capacitar en la comercialización e incentivar
emprendimientos productivos. 100

El nuevo signo del multiculturalismo no modificó en lo medular ciertas cons-


95
trucciones del espacio de los “otros” al interior de la matriz local de diversidad. Por
el contrario, los cambios jurídico-políticos reforzaron territorializaciones de larga 75
data.
En efecto, las políticas de reconocimiento tienden a fijar la residencia de las “co-
munidades aborígenes” y de los sujetos indígenas en ámbitos rurales. Cuando el
25
Programa integral de Comunidades Aborígenes señala que su destinatario son las “co-
munidades aborígenes de toda la provincia” se aclara que la “población objetivo” 5

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está constituida por: la “población aborigen organizada en comunidades o agrupa-


ciones” y la “población aborigen dispersa asentada en zona rural”.
El ámbito rural es concebido como el espacio de la comunidad aborigen, el lugar
donde se considera, en consecuencia, debería producirse el mantenimiento de la
tradición cultural: “teniendo en cuenta que las comunidades aborígenes afirman
constantemente su identidad y trabajan para preservar su cultura”. Por lo tanto,
constituye también un objetivo del Programa “rescatar el patrimonio cultural”
comprendido por artesanías, prácticas herbolarias y técnicas de curación ancestral,
entre otras actividades “tradicionales”.
Esta “posición tradicional” del aborigen está constituida y reforzada también
por un estereotipo que lo coloca en la marginalidad económica. Este lugar en las re-
laciones sociales de producción es concebido como parte de la “tradición” y, por lo
tanto, resulta de una explicación ahistórica. Esta condición es presentada como re-
sultado de lógicas económicas o modos “tradicionales” de vida, más que como re-
sultado de procesos históricos de sometimiento e imposición. Así, se considera que
la “pobreza estructural” que define al aborigen es producto de su “mal manejo” de
los recursos agropecuarios y de su “carencia” para adaptarse a nuevas alternativas, lo
que ha llevado a dicha población a trasladarse a los centros urbanos. En las ciudades
“su situación empeora debiendo ser asistidos por organismos oficiales”. Para los
discursos hegemónicos, estos nuevos sujetos urbanos inauguran nuevos problemas
sociales, pero sugestivamente dejan de ser “tema” en el marco de las construcciones
de aboriginalidad que estamos describiendo aquí.
La construcción estereotipada del aborigen implica simultáneamente un tipo de
relación entre el gobierno provincial y las comunidades aborígenes. Es este un pro-
ceso en el cual también existe una continuidad en el tipo de perspectiva, ésta es, la
mirada inaugural con respecto a la población originaria. En distintos contextos his-
tóricos, tanto autoridades locales como nacionales han referido a la carencia de in-
formación con respecto a la realidad de la población aborigen en la Patagonia. En
1996, con la puesta en marcha del Programa Integral –y como en muchos otros
momentos del siglo XX– se mencionó el desconocimiento, la falta de información,
la escasez de antecedentes, en el presente “contexto de urgencia.”: “Llegando al 100

punto de no saber exactamente qué cantidad de comunidades aborígenes existen


95
en este momento en nuestro territorio.” Por lo tanto, la primera etapa del pro-
grama consistía en “propiciar un relevamiento gradual y progresivo que permita 75
contar con datos precisos respecto a totales de comunidades existentes y otros que
resulten necesarios”.
Por ende, constituyen objetivos oficiales, por un lado, contabilizar a la población
25
aborigen y organizar, describir, sistematizar y configurar el espacio, mediante “la ins-
cripción de las comunidades aborígenes en el registro nacional y provincial de comu- 5
nidades indígenas”. Por otro lado, se propone elevar a las masas al nivel requerido por
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las relaciones de producción para “promover el desarrollo integral de las comuni-


dades de la provincia”.
De este modo, la territorialización del indígena es llevada adelante como una
política de reconocimiento, la cual está planteada como una nueva instancia de
“progreso”, ahora bajo el signo del respeto por la diversidad cultural. No obstante,
este procedimiento permite mantener en el nivel de lo “cultural” las condiciones
que definen el estatus de subalternidad y como “tradicional” su posición de “po-
breza estructural”. Así, la construcción de dicha estructura se presenta como ahis-
tórica.
El estereotipo hegemónico del aborigen de la narrativa histórica oficial y el “de-
recho indígena” que han cristalizado en esta última década poco parecen tener en
común. No obstante, es en las prácticas –tanto de gestión del Poder Ejecutivo Pro-
vincial como de la justicia– donde el estereotipo “tradicional” se hace presente.
Allí, en los modos de interpelar, abordar y resolver cuestiones referidas a los aborí-
genes es donde han sido denunciadas continuidades y perfeccionamientos de prác-
ticas de diferenciación que reafirman límites en el acceso a los recursos y perpetúan
la subordinación estructural.
Como veremos a continuación, tampoco los procesos judiciales tienen en cuenta
una revisión de los procesos históricos por los cuales los indígenas han ido perdiendo
sus tierras y se ha producido el “endeudamiento”. Así, el proceso de construcción de
aboriginalidad está caracterizado por una naturalización de condiciones de vida a las
cuales se denuncia pero que se consideran “tradicionales” y “culturales”. En conse-
cuencia, el estado “multicultural” es presentado como la solución de un problema
que le es ajeno; es posicionado como árbitro, como instancia neutral y conciliadora
de las diferencias –ahistóricas y apolíticas.

III. Breve descripción de los “casos”


Con el propósito de describir el conjunto de cuestionamientos a la matriz provincial
de diversidad que el accionar indígena ha planteado en los últimos años, comentare-
mos, en primer lugar, algunas particularidades que hacen al marco provincial y a los
100
casos puntuales sobre los cuales desarrollamos nuestro análisis.
Una peculiaridad de la provincia de Chubut es que no han existido instituciones 95
gubernamentales que hayan centralizado las cuestiones relativas a los pueblos origi-
narios. Tampoco se ha conformado una organización indígena única que reuniera 75

en su representación a las distintas comunidades. Esto, en el presente, es visto por


algunos militantes como un aspecto positivo, en tanto implica tanto un distancia-
miento con el estado como el mantenimiento de cierta independencia en las deci- 25
siones de cada comunidad.
5

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“La particularidad que tiene Chubut, y que no tiene Río Negro y el Neuquén, es
que nunca jamás hemos permitido al estado que nos venga a institucionalizar la
lucha. […] Existen comunidades, comunidades que actúan de manera autó-
noma, y que coordinan acciones de lucha” (Comunidad Pillan Mahuiza,
2003a).

A menudo, esta carencia de una estructura en el nivel provincial es presentada


por las autoridades gubernamentales como producto de una imposibilidad de
auto-organización por parte de los indígenas. A la cual, precisamente, suele hacér-
sele responsable de la imposibilidad del gobierno por “resolver” eficazmente los
problemas que plantea la “cuestión indígena”.

“El gobierno utiliza este tema y trata de descalificarnos […] ¿Por qué en Chubut
no pueden avanzar y siempre el problema es el problema mapuche? Entonces, dice
el gobierno, ‘lo que pasa es que en Chubut los mapuches están desorganizados’. Y
es mentira, son 65 comunidades, es una de las provincias que más comunidades
mapuches tiene, y no estamos desorganizados, sino que no estamos organizados
como ellos quieren. Ellos dicen ‘en Chubut no están organizados y no sabemos con
quién hay que dialogar’. Y eso se traduce ‘en Chubut no lo pudimos amontonar y
no sabemos a quién comprar’” (Comunidad Pillan Mahuiza, 2003a).

La Organización de Comunidades Mapuche-Tehuelche 11 de Octubre


(OCMT), creada en 1992 representa uno de los primeros intentos por reunir y
coordinar las acciones que cada una de las comunidades de la provincia venía desa-
rrollando por separado. También ha promovido la participación de las personas
que han experimentado la diáspora y que han debido abandonar el espacio de sus
comunidades. De este modo, en la última década, constituye un referente ante los
conflictos que han involucrado a la población originaria, difundiéndolos a través
de medios de comunicación nacionales e internacionales y brindando apoyo y ase-
soramiento a los involucrados en dichos casos. Por otra parte, al posicionarse por
fuera y distante del estado provincial se ha constituido en un referente no deseado 100
para este último.
En ese proceso de construcción y articulación entre las comunidades y la 95

OCMT, se dan recuperaciones de tierras por parte de mapuches y tehuelches que, si


bien habían nacido en las comunidades, fueron desplazados a las ciudades por los 75

recurrentes desalojos o la búsqueda de oportunidades laborales. La participación en


el espacio de la OCMT y el trabajo conjunto de afianzamiento de la identidad resul-
taban en la empresa colectiva de retornar a los lugares de origen. En el marco de este 25
proceso, la comunidad Pillan Mahuiza surge como el proyecto de algunos mili-
tantes mapuches quienes, nacidos en la ciudad, evaluaron que la única manera de 5

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76 Ana Ramos y Walter Delrio

seguir avanzando en el fortalecimiento de una identidad propia y del kimún ma-


puche debía partir del conocimiento y la experiencia de “vivir en la tierra”. En
1999, entonces, se constituye la comunidad Pillan Mahuiza en tierras recuperadas
como otro centro de articulación de comunidades. Las diferencias entre la OCMT y
Pillan Mahuiza no serán objeto de discusión en el presente trabajo, donde nos inte-
resa focalizar en el modo en que las acciones de unos y otros se superponen, dando
fuerza a las impugnaciones del discurso hegemónico.
Otra característica general a tener en cuenta es la presencia del Estado Nacional
a través de sus instituciones –especialmente el Instituto Nacional de Asuntos Indí-
genas (INAI)– que, en la última década, han operado políticas nacionales (vincu-
ladas al nuevo discurso multiculturalista y de reconocimiento) en la provincia; y,
por último, el aumento de la “judicialización” de la demanda indígena y la protesta
social. Esto se evidencia en el alto número de casos en los cuales se han consustan-
ciado procesos y causas judiciales a quienes han llevado a cabo manifestaciones
como corte de rutas, desalambrado de campos y recuperaciones de tierras.
En este marco general, los casos de los cuales haremos especial referencia son los
siguientes:
– Huisca Antieco, donde hacia 1993 una sentencia judicial determina el de-
salojo de la comunidad. Se realizaron, entonces, una serie de movilizacio-
nes hacia los tribunales de Esquel. Como resultado de las mismas, la jueza
detuvo el desalojo por unos meses. Las movilizaciones continuaron, deci-
diéndose también la toma indeterminada del edificio del Instituto Autár-
quico de Colonización (IAC). A partir de esta medida, se abrió un canal de
diálogo con el gobierno nacional. Finalmente, se estableció una negocia-
ción directa con el Ministro de Trabajo y Justicia y con funcionarios tanto
de la provincia como de la Nación. Allí surge la propuesta de la Nación de
comprar los terrenos a la empresa maderera que tenía los títulos de propie-
dad para ser entregados a la comunidad.
– Füta Huao (Cañadón Grande), la comunidad está ubicada en el oeste de la
provincia, a 150 km de Esquel. En 1979 se construyó un nuevo edificio es- 100
colar que debía reemplazar a la vieja escuela. En 1980 la escuela fue cerrada.
En 1981, Said Bestenne, comerciante del lugar, alambra el terreno de la es- 95

cuela y otros anexos (unas 1.000 ha), utilizándolos como parte de su pro-
piedad. En 1997 miembros de ésta y otras comunidades toman el edificio 75

del IAC, obteniendo el compromiso de las autoridades provinciales de dar


una inmediata solución al conflicto, lo que no se cumple. En marzo de
1998, la comunidad decide recuperar el edificio de la escuela para realizar 25
tareas comunitarias, instalándose en ella una familia. En septiembre de ese
año, nuevamente con el apoyo de otras comunidades se decide cortar el 5

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Trayectorias de oposición 77

alambre y recuperar las tierras. Poco después llega la policía con una orden
de desalojo firmada por el juez de Instrucción José Colabelli. Se inicia en-
tonces el procesamiento de 12 indígenas acusados de usurpación. El go-
bierno provincial, luego de estas acciones, finalmente reconoce los
derechos de la comunidad.
– Pillán Mahuiza, donde la comunidad ocupa 250 ha. de tierras recuperadas el
24 de diciembre de 1999 a 10 kilómetros de la localidad de Corcovado. Estas
habían sido expropiadas en 1939 mediante el desalojo de familias mapuche y
se encontraban en manos de la policía de la provincia de Chubut. Desde en-
tonces, la comunidad viene luchando contra el acoso de la policía, y deman-
da la entrega de un título comunitario.
– Curiñanco, caso en el cual la Compañía de Tierras del Sud Argentino (per-
teneciente al grupo Benetton) demanda por usurpación a la familia com-
puesta por Atilio Curiñanco y Rosa Rua Nahuelquir. Ambos, provienen de
familias que por motivos económicos debieron trasladarse de sus comuni-
dades a la ciudad de Esquel. En la ciudad formaron familia y nuevamente
por motivos de la crisis económica deciden retornar al campo para lo cual
solicitan información al IAC sobre el lote Santa Rosa, el cual se encontraba
abandonado hacía 50 años. Allí se les informa –según siguen sosteniendo
hasta el día de hoy Rosa y Atilio– que las tierras eran fiscales, con lo cual se
trasladan con sus pertenencias a dicho lugar en agosto de 2002. Una vez
instalada la familia es desalojada, el 2 de octubre de 2002 por la fuerza poli-
cial, debido a una orden del juez José Colabelli (Juzgado de Instrucción de
Esquel) motivada ante la denuncia del gerente de la estancia Leleque, Ro-
nald Mac Donald, quien reclama que dicho lote es parte de la mencionada
estancia.
– Vuelta del Río, comunidad mapuche ubicada en la región Noroeste de la
provincia, en lotes pertenecientes a la Colonia Aborigen Cushamen –colo-
nia creada por decreto presidencial de 1899, firmado por Julio Roca ante el
reclamo llevado adelante por el cacique Miguel Ñancuche Nahuelquir, y 100

que respondía a lo establecido por la ley 1501, llamada “Ley Argentina del
7
Hogar”. Allí, luego de la creación del Estado Provincial del Chubut, el co- 95

merciante Abraham Breide se instala en las tierras a partir del desalojo de


75
pobladores que se habían endeudado con él y comienza a cercar una enor-
me superficie. En 1963, obtiene el título de propiedad sobre varios lotes y
en 1973 transfiere sus títulos de propiedad a Haikel El Khazen, quien ya
25
7 Esta norma estaba dirigida a ubicar a los “argentinos sin tierra”, de bajos recursos, y estipulaba que se
subdividieran lotes de 625 ha, los que serían entregados a colonos, quienes luego de 5 años de ocupación, y 5
luego de realizar ciertas mejoras recibirían el título definitivo de propiedad.
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poseía otros lotes en la colonia. En 1994, sus sucesores entablan una de-
manda de desalojo judicial contra algunas familias de la Comunidad Vuel-
ta del Río, la cual fue resuelta en favor de la comunidad. Esta obtuvo
también el reconocimiento de su Personería Jurídica por parte de los go-
biernos nacional y provincial. En 2000 la familia El Khazen realizó una de-
nuncia penal contra los pobladores de la comunidad por usurpación de
inmuebles, denuncia que tramita ante el juzgado de Instrucción del Dr.
José Colabelli. Ese mismo año, el 4 de octubre de 2002, se pide una medi-
da cautelar consistente en la expulsión de la familia Fermín y de todo otro
ocupante del predio, medida que se intenta llevar a cabo el 15 de marzo del
2003, derrumbándose la casa de la Familia Fermín por parte de la policía
de El Maitén, ante una orden del juez Colabelli. La comunidad logra evitar
el desalojo en aquella oportunidad. El 7 de noviembre, el juez subrogante
en la causa Penal que se sigue contra el Sr. Fermín por delito de usurpación
dictó su sobreseimiento definitivo. De acuerdo con la posición de la comu-
nidad, la causa retornó a la Sede Civil y la Magistratura de Chubut pidió el
enjuiciamiento del juez Colaballi. El 4 de mayo de 2004 un Tribunal de
Enjuiciamiento destituye al juez de su cargo por “mal desempeño de sus
funciones” y “por desconocimiento del derecho”.

La diversidad de casos es en extremo muy amplia y en cada uno debe ser tenido
en cuenta el proceso histórico de enajenación y radicación de los pueblos origina-
rios en Patagonia luego de la conquista militar. Proceso en el cual no ha existido
una ley general, sino que ha sido operado a través de distintas normas específicas
que o bien no referían a la población indígena o lo hacían sólo de manera tangen-
cial (Briones y Delrio, 2002). Así, la radicación de quienes sobrevivieron a las cam-
pañas y no fueron deportados y trasladados a otras regiones del país fue en las áreas
que habían quedado libres del reparto de tierras al gran capital. En estas tierras fis-
cales se crearon pocas colonias (como el caso de Cushamen) destinadas a localizar
indígenas; se establecieron algunas reservas para futuras colonias; o se hicieron con-
cesiones temporarias y condicionales a algunas familias en tierras fiscales reser- 100

vadas. Sin embargo, la mayor parte de la población originaria pasó a constituirse en


95
pobladores o “intrusos” de tierras fiscales de las cuales han sido reiteradamente de-
8
salojados. 75
A partir de estos casos, describiremos tres modos de cuestionamiento de la ma-
triz provincial de diversidad desde las prácticas de los mapuches y tehuelches de
25

8 Para mayor información sobre las políticas de radicación luego de las campañas militares ver Brio- 5
nes y Delrio (2002).
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Trayectorias de oposición 79

Chubut. Desde ellos, los Pueblos Originarios transforman, reemplazan y ocupan


de modos distintos los lugares sociales que se les obliga a transitar.

IV. Habitar los lugares de modo distinto


La construcción hegemónica del espacio social señala ciertas instalaciones como los
sitios apropiados para ser ocupados por los aborígenes. Al mismo tiempo, establece
los medios políticos y los mecanismos legítimos para acceder a ellos. Así, aquellos
que viven en comunidades rurales deben obtener sus personerías jurídicas para au-
torizar sus reclamos y, en el mejor de los casos, la obtención de los títulos de propie-
dad será el resultado de este proceso. Sin embargo, este mecanismo ha sido obsta-
9
culizado por los conflictos de tierras existentes entre mapuches y winkas, encon-
trándose los primeros transitando tribunales, realizando notas y completando
burocracias interminables.
En este apartado, los casos seleccionados plantean una nueva orientación para
definir tanto las movilidades indígenas como las estructuras legales. El carácter per-
formativo de los “casos” reside, entonces, en su capacidad para poner en discusión
los límites temporales del derecho indígena y la práctica judicial. Como punto de
partida, plantean el “agotamiento de la vía judicial” ofrecida por el Estado, para
afirmar luego la necesidad de reformular el aparato jurídico desde sus cimientos.

IV.1 De las “notas” a la “lucha”

“…habíamos dejado de hacer notas para transformarlo en la lucha y la protesta.”


(2003)

Cuatro de los conflictos que hemos descripto en el apartado anterior comenzaron


su desarrollo por la vía judicial. Actualmente, estas primeras experiencias son leídas
por los pueblos originarios como caminos truncos o estrategias equivocadas. En sus
discusiones no sólo plantean haber agotado estas instancias jurídicas sino también
la ineficacia de operar a través de lugares sociales impuestos que, por definición, si-
lencian los mismos procesos históricos que dieron lugar a esta imposición. 100

Al respecto, uno de los werkén de las comunidades mapuches y tehuelches de la


provincia refería así al conflicto de la comunidad Huisca Antieco: 95

“[…] había una sentencia firme por parte de la justicia para que esta comunidad 75

sea desalojada, jurídicamente era imposible revertir esta situación, era medio
complicado pensar que a través de la ley se podía llegar a revertir” (2003).
25
Del mismo modo, comentaba también sobre la comunidad Futa Huau:
5
9 Término del mapudungun que refiere a los no mapuches.
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“[…] y se empezó a gestionar el tema de la tierra, o sea, gestionar a través de la


cuestión que habitualmente nos imponen que es a través de las notas de esto o de
aquello, al gobernador […] pero llegamos ahí y bueno, y la gente ya propuso de
que estaban cansados de peticionar y que no hubiera respuesta, entonces, se decidió
recuperar” (2003).

En el II Parlamento Mapuche realizado en la provincia, la discusión sobre los


mecanismos legales y la relación con el estado fue central. En aquella oportunidad,
decía uno de los jóvenes de Vuelta del Río que era una equivocación continuar ha-
blando de las leyes que siempre los habían relegado y planteaba como única solu-
ción “luchar como mapuches que somos y dar la sangre por nuestro territorio”. La
lucha, como forma de hacerse respetar y de defender conjuntamente el territorio,
comenzó a reemplazar al discurso jurídico.
Los hechos que se sucedían en el conflicto Vuelta del Río confirmaban la ur-
gencia de replantear la orientación de la acción colectiva, es decir, había que im-
pugnar el “terreno” mismo en el que se desarrollaba la disputa. En octubre de este
año, la Cámara de Apelaciones del Noroeste del Chubut ratificaba la medida cau-
telar impulsada por el juez de instrucción de Esquel, José Colabelli, y el desalojo de
la familia Fermín volvía a ser una amenaza real. En un comunicado de prensa, lla-
mado “Chubut: la injusticia es ley”, la OCMT expresaba: “Una vez más reafir-
mamos: ‘el estado muestra que el reconocimiento de nuestra preexistencia y nues-
tros Derechos Fundamentales no es más que un intento por desviar nuestra lucha
hacia el terreno que mejor conoce: sus leyes”(6-10-03).
Miembros de la comunidad Pillan Mahuiza, en una conferencia realizada en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, explicaban que
eran los hijos de los terratenientes quienes ocupaban los cargos legislativos de la
provincia. Por lo tanto, la posibilidad de rehabilitar los lugares sociales disponibles
comienza a ser percibida como el resultado de otra lucha, aquélla que se lleva a cabo
desde “afuera” de los mismos: “…por eso es que no somos legalistas, no creemos
para nada que los derechos van a ser alcanzados con estos mecanismos legales, los
derechos se van a alcanzar con la lucha. Los derechos, el derecho a la autodetermi- 100

nación, al territorio, no se mendiga, se ejerce” (Pillan Mahuiza 2003a).


95
Paralelamente a estas lecturas sobre la realidad social de la provincia, las organi-
zaciones y los miembros de estas comunidades comenzaron a percibir la impor- 75
tancia de adquirir una nueva visibilidad. Las acciones colectivas devienen también
“puestas en escena” de la presencia aborigen –tantas veces negada–, ante la so-
10
ciedad civil en general, el gobierno nacional y la arena internacional. El caso
25
10 “La cuestión es que, producto de esta toma, se generó un gran escándalo y despertó la admiración
de la gente de Esquel, se empezaron a dar cuenta de que todavía existe un pueblo y que su gente tiene 5
fuerza (OCMT 2003).”
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Trayectorias de oposición 81

Huisca Antieco es construido como el primero que, en la provincia, adquirió “este


tipo de perfil”, puesto que inaugura la movilización de los mapuches en la ciudad
(“era la primera vez que la gente mapuche estaba en Esquel, que salía a la calle con
su kultrun”, “nunca los mapuches habían reaccionado de esa forma”, OCMT
2003). En este marco, se realizaron las primeras movilizaciones frente a los edificios
públicos –p.e., el Palacio de Tribunales– y la toma de otros, como el Instituto Au-
tárquico de Colonización y Fomento Rural (IAC). Por un lado, esta nueva praxis
tuvo el efecto de revertir los supuestos provinciales de “desaparición” o “sumisión”
de los Pueblos Mapuche y Tehuelche, por otro, la selección de los edificios pú-
blicos y del espacio urbano se transformaron en índices de la postura asumida ante
el Estado, sus leyes y sus territorializaciones.
Un tiempo después, los mapuches toman la escuela en conflicto de la comu-
nidad Futa Huau, donde se alojan por varios días realizando ollas populares. Esta
modalidad de lucha y la gran cantidad de participantes llaman la atención de los
medios de comunicación y los mapuches de Chubut se convierten en el centro de
las miradas nacionales e internacionales. Éstas y otras experiencias colectivas les
permiten confirmar la eficacia del nuevo modelo de comunicación que se estaba
gestando: la “presión” al gobierno provincial a través de un nuevo modo de actua-
ción (performance) política y la búsqueda de nuevos interlocutores para sus men-
sajes.
La ausencia de lugares efectivos para encausar el diálogo con el gobierno provin-
11
cial desembocó, entonces, en la ampliación espacial de los conflictos por parte de
los mapuche-tehuelches. En otras palabras, sus denuncias a la regionalización del
caso (comunidad versus terrateniente) y a la participación interesada del gobierno
provincial los llevaron a ampliar la definición de las partes involucradas en cada
uno de los conflictos (Pueblo Mapuche-Tehuelche versus Estado). El gobierno na-
cional fue interpelado, entonces, como uno de los destinatarios centrales de sus de-
nuncias.

IV.2 La reconfiguración del espacio


100
“El estado no tiene contemplado adentro de su sistema de gobierno la forma de re-
solver estos conflictos, porque requieren un cambio tremendamente profundo.” 95

(2003)
75

11 “Acá no es posible generar espacios de diálogo ni con los funcionarios provinciales ni con los muni-
cipales. Hay un racismo institucional que hoy se expresa en su más alto grado, porque parece no impor- 25
tar si gendarmería o la policía desalojan o reprimen. Sólo nos queda que la gente común mapuche y
no-mapuche se entere y de alguna u otra manera pueda reaccionar (Comunidad Vuelta del Río 5
11-11-02).”
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Para los mapuches y tehuelches de la provincia, el criterio legal de la propiedad


privada a partir del cual se dirimen las distintas legitimidades sobre las tierras se ha
convertido en el símbolo de un silenciamiento. La historia de complicidades entre
las elites locales, el gobierno y la justicia en el otorgamiento de las tierras, los desa-
lojos indígenas y las maquinarias estatales que legitiman estas prácticas permanecen
ocultas en la discusión presente en torno a la realización o no de una venta efectiva
de las tierras en conflicto (“el que vendió, vendió”). Silencios que, por otra parte,
encuentran sus ecos en la historia oficial de la provincia donde la folklorización del
“boliche” representa tanto la “civilización” como una de las formas celebradas del
poblamiento. En los casos seleccionados aquí, los mapuche-tehuelches buscan
abrir estos expedientes históricos y plantear “un cambio tremendamente profundo
para el estado”.
El Estado nacional es interpelado por los indígenas para desempeñar el papel de
árbitro frente a la falta de imparcialidad y el “racismo institucional” del estado pro-
vincial. Esta práctica, que ha formado parte de los modelos tradicionales de rela-
ción interétnica (Ramos, 2003; Ramos y Delrio, 2003), adquiere, sin embargo,
nuevas características. Por un lado, el gobierno nacional confirma esta posición de
aparente neutralidad y se construye a sí mismo como parte desinteresada, imparcial
12
y sin responsabilidades históricas frente a los conflictos. Por otro lado, los mapu-
ches aceptan su rol de intermediario, pero cuestionan el modelo propuesto de im-
parcialidad.
El Estado nacional propuso como resolución del caso Huisca Antieco la “expro-
piación” de la tierra reconociendo el derecho indígena de ocupación ancestral, por
un lado, y el derecho de propiedad sobre las mismas que poseía la empresa, por el
otro. Las discusiones sobre el monto que el Estado pagaría al terrateniente y el
modo de obtener el dinero fueron, entonces, los temas centrales de las mesas de ne-
gociación. El Estado compró las tierras para la comunidad Huisca Antieco y el con-
flicto fue resuelto. Sin embargo, hoy en día, el caso Huisca Antieco es resignificado
por los indígenas como “el peor acuerdo” logrado; éste era uno de los primeros
casos que enfrentaban colectivamente y no habían tenido en cuenta aquello que
hoy sí perciben: la expropiación es sólo una manera de “blanquear con el dinero 100

una situación de abuso”. La “discusión sobre los ceros” planteada por el gobierno
95
olvidaba, para los mapuches, que el tema era “la situación de persecución y de opre-
sión del estado sobre una comunidad”: 75

12 Carta del presidente del INAI ante los sucesos de Vuelta del Río: “...a pesar de la responsabilidad de
la provincia que en fecha 17 de septiembre de 1963 extendió el título de propiedad a ‘Hijos de Abraham 25
Breide sociedad colectiva comercial y ganadera’ sin tener en cuenta la ocupación ancestral de los pobla-
dores indígenas, renuevo mi disposición para la búsqueda de soluciones conjuntas y que tengan en 5
cuenta los derechos indígenas (24-3-03).”
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“Se blanquea el abuso con la plata y nosotros estamos hablando de justicia, es-
tamos hablando de territorio, estamos hablando de libertad y el territorio, la jus-
ticia y la libertad no se pagan” (OCMT 2003).

Fruto de estas evaluaciones, unos años después, el caso de Vuelta del Río ad-
quiere una nueva orientación. En un comunicado de prensa del año 2002, las de-
mandas de la comunidad se centran en el pedido de un título comunitario sobre las
tierras ancestralmente ocupadas y la anulación de todo título de propiedad otor-
gado a estancieros o particulares no aborígenes sobre esas tierras reservadas por la
nación (Comunidad Vuelta del Río, 13/11/02). El desembolso del dinero del
Estado, a favor de la empresa privada, no sólo se contrapone con la falta de fondos
para la educación intercultural, la capacitación y los proyectos productivos de las
comunidades aborígenes, sino que también implicaría una distribución arbitraria y
desigual de los recursos del Estado que pertenecen a toda la sociedad argentina.
Éste último argumento fue esgrimido por los miembros de la comunidad Vuelta
del Río en el II Parlamento mapuche-tehuelche.
En 2003, José Vicente El Khazen, su abogado y el interventor del Instituto
Autárquico de Colonización se reunieron con los abogados del INAI y pidieron
2.000.000 de pesos por los 9 lotes de la comunidad Vuelta del Río sobre los
cuales el primero de ellos tiene título de propiedad. Este hecho reabrió el debate
sobre el arbitraje del Estado nacional. Los puntos centrales de esta discusión
giran, en principio, en torno al proceso histórico que preexiste a los títulos de
propiedad en cuestión. La comunidad Vuelta del Río exige al Estado una investi-
gación profunda sobre estos hechos: “antes del estado ofrecer plata tendría que
investigar a esta gente, desde dónde empieza ahí, cómo obtuvieron el título de
propiedad, quiénes estuvieron primero”, “de dónde vinieron los Breide, los boli-
cheros, quiénes somos los que estamos en la tierra”. El punto siguiente de la dis-
cusión ha sido la violencia que ha sufrido la comunidad por parte del Estado y los
privados –en nombre de la ley–, desde el momento en que se judicializó el con-
flicto: “[…] en qué sentido le van a pagar a ellos, cuando ellos vinieron a hacer
¡cuántas cosas! Hundieron todos los capitales que había de los nuestros abuelos, 100

de los nuestros padres”. En definitiva, la postura de la comunidad consiste en no


95
aceptar la expropiación de las tierras como una solución neutral del conflicto y
plantear una revisión de los fundamentos del Estado nacional en su desempeño 75
como árbitro.
En segundo lugar, y en relación con lo tratado hasta aquí, el caso Vuelta del Río
ha puesto en relieve la naturalización hegemónica de la noción de “propiedad pri-
vada”. En los comunicados de prensa, en las conversaciones personales que hemos 25

mantenido con algunos de ellos y en las discusiones del Parlamento, los ma-
5
puche-tehuelches han ido proponiendo, en torno a este conflicto específico, la de-
0

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construcción de la noción de “propiedad” y la puesta en primer plano de su génesis


histórica.
Por un lado, se describe y denuncia un modelo tradicional de operatoria provin-
cial, esto es, la complicidad y el manejo corporativo entre gobierno, elites y justicia.
De esta forma, los indígenas desnaturalizan las nominalizaciones hegemónicas
–endeudamiento, progreso, explotación ganadera– que la historia y los docu-
mentos oficiales proponen como causas del traspaso de tierras. En esta misma línea
argumental, la “firma” aborigen que aparece en los papeles y documentos que
portan los terratenientes deja de tener valor legal para los mapuche-tehuelches. La
firma no es tanto la representación de una identidad, como el signo de una relación
asimétrica y un engaño (“no le cuesta nada a un bolichero obtener una firma”). La
OCMT afirma, al respecto, que en la cultura mapuche no hay ninguna palabra que
quiera decir “propiedad privada”; la idea de ser “dueño de todo” resulta incom-
prensible para este pensamiento, por lo tanto, la “firma” no puede ser otra cosa que
la huella de un engaño (2003).
Por otro lado, el discurso indígena plantea la contradicción de un Estado
que reconoce los derechos de los pueblos originarios pero resuelve los con-
flictos sobre tierras indígenas en el marco del derecho penal. La ilegitimidad
del indígena en las tierras que ocupa –y su penalización como “usurpador”–
son actualizadas por el gobernador, el juez y los representantes de los terrate-
nientes, anteponiendo la propiedad privada sobre otros derechos.
Con respecto al lote 134 de Vuelta del Río, perteneciente a Mauricio Fermín,
decía el juez de la causa:

“el lote 134 nunca perteneció a la denominada comunidad Vuelta del Río y en el
expediente está demostrado que los sucesores de Heinkel El Khazen son sus legí-
timos dueños […] Mauricio Fermín no puede alegar derechos anteriores porque,
como está documentado, el primitivo ocupante, Julio Marinao, le vendió todas las
mejoras del lote a Abraham Breide. Daría la pauta de que Marinao, quien sería
abuelo de la mujer de Mauricio Fermín y ocupó esas tierras, había cuidado ovejas
de Breide, como mediero. Luego en el año 1958 ante Policía y escribano público 100

reconoce los derechos de ocupación a favor de los Hijos de Abraham Breide, res-
95
pecto a las mejoras y animales […] en realidad los derechos humanos afectados en
este caso son los de El Khazen" (Juez de Esquel Sr. José Oscar Colabelli, citado 75
por el Diario El Chubut, 9/5/03).

Los mapuche-tehuelches ponen en evidencia la contradicción del estado, espe-


cíficamente del sistema jurídico, que no ha articulado los derechos políticos de los 25

indígenas como Pueblo con aquellos que defienden la propiedad privada, y denun-
5

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cian la hipocresía que reside en conceder retóricamente unos y aplicar en la práctica


13
los otros.
La ocupación tradicional de las tierras y el trabajo casi ininterrumpido en las
mismas adquiere, entre los pobladores, tanta fuerza como prueba de un derecho
inalienable, que la contradicción entre “realidad” y “legalidad” debiera ser transpa-
rente para cualquier interlocutor. Así lo expresa una de las ancianas de Vuelta del
Río:

“¿Quién escribió la función para que digan que hoy esas tierras no nos corres-
ponden a nosotros? Pero yo sé bien que a nosotros nos corresponde, por un derecho
de una madre o de un padre. Si nosotros nacimos y criamos ahí, hasta ahora. Lo
tengo bien en cuenta que el año 56 los tipos agarraron y tiraron alambre, lo ce-
rraron todo con la gente adentro, con todos adentro nosotros. Y después ahora ellos
dicen que ellos tienen derechos ¿De qué manera no es nuestro?” (Comunidad
Vuelta del Río 2003, II Parlamento).

Finalmente, el discurso indígena, de acuerdo con sus distintos ejes de debate –el
desempeño interesado de los árbitros, el silenciamiento estratégico de las relaciones
sociales asimétricas, la naturalización hegemónica de la “propiedad privada”, el es-
caso valor de la “firma” como prueba de transparencia y las hipocresías jurídicas del
Estado– impugna el modo en que, en la práctica, se ha entendido la noción de “re-
paración histórica”. Para este discurso, la expropiación de la tierra al estanciero o la
igualdad de derechos no implican “reparar” la tendencia histórica de los procesos,
sino que es una manera de hacer “borrón y cuenta nueva”. Entiende, por el con-
trario, que “reparar” implicaría reconocer los derechos políticos de un Pueblo –de-
volución de tierras con anulación de los derechos de propiedad contraídos por los
winkas sobre tierras aborígenes–, aplicar leyes diferenciales reconociendo una polí-
tica de la otredad, revisar la historia y asumir responsabilidades en los engaños y
despojos de las tierras, en definitiva, re-acomodar los códigos del Estado con el fin
de llevar a la práctica un reconocimiento concreto de sus derechos como Pueblos
Originarios (II Parlamento, 2003). 100

V. Nuevos modos de identificación/nuevos modos de circular por el espacio 95

Como hemos venido señalando, el cuestionamiento de los Pueblos Originarios a la 75


matriz de diversidad y al estereotipo de aboriginalidad de la provincia radica, en
gran medida, en el intento por dar historicidad a dicha construcción. Es decir, en

13 “La comunidad mapuche Vuelta del Río nuevamente está en la mira. La nueva orden de desalojo 25
firmada por el juez de instrucción de Esquel José Colabelli, contra la familia Fermín deja al descubierto
la hipocresía del estado que dice reconocer nuestros derechos fundamentales como pueblo originario. 5
Argentina continúa su política de despojo y exterminio (OCMT 5-7-03).”
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86 Ana Ramos y Walter Delrio

dar cuenta de los procesos por los cuales se ha producido un modelo de marginali-
dad y en refutar los supuestos que lo sostienen. Por un lado, como hemos visto en el
caso de la pérdida de tierras, la visualización del endeudamiento de los pequeños
productores como resultado de fuerzas económicas y de su propia “imprevisión” y,
por el otro, el concebir a las migraciones del campo a la ciudad como la instancia fi-
nal de “disolución” de la “identidad étnica”. Así, la agencia de los pueblos origina-
rios lleva adelante una lucha tanto en el frente de la Historia, describiendo y de-
nunciando estas nominalizaciones, como en el devenir, reivindicando la identidad
mapuche-tehuelche de individuos y comunidades urbanas y señalando que la His-
toria no ha terminado, que otras movilidades, como de la ciudad al campo, tam-
bién son posibles.
Sin embargo, esta movilidad implica enfrentarse con fuertes estereotipos rela-
cionados, en primer lugar, con la discriminación de los indígenas en los centros ur-
banos y la interpretación hegemónica que establece que “el indígena fuera de su co-
munidad no es objeto de una reivindicación histórica”.

V.1 De la cultura a la tierra


Para la interpretación hegemónica, la migración del campo a la ciudad es vista
como condicionante de dos procesos: la pérdida progresiva de la cultura aborigen y
el aumento de la población marginal de las ciudades. En muchos casos, la agencia
de los pueblos originarios ha sido llevada adelante como estrategia de recuperación/
mantenimiento de la cultura. Desde estas acciones, se establecen resonancias con
las políticas de reconocimiento que, desde agencias gubernamentales, han estado
presentes en la última década. En sus inicios, la OCMT operaba en un galpón pres-
tado del Ferrocarril, donde realizaban ferias artesanales y muestras culturales; con
el transcurrir de las reuniones comenzarían las asambleas y el debate en torno al de-
venir de las comunidades mapuche-tehuelche.
Por lo tanto, a diferencia de ciertos proyectos “ajenos”, en estos “espacios cultu-
rales” trabajados por la población originaria en los ámbitos urbanos ha sido la His-
toria la materia fundamental de la política identitaria. Las migraciones son expli-
cadas, entonces, como resultados históricos de relaciones sociales asimétricas y no 100

por las fuerzas invisibles del mercado. La pobreza es fruto de la enajenación de los
95
recursos, principalmente la tierra. Por lo tanto, la salida consiste en el retorno a ella:
75
“la mayoría estaba viviendo en la ciudad porque no tenían un lugar territorial,
más que nada. Como te decía que este señor, Said Bestenne, agarró y alambró, no
le importó que la mayoría de la gente se quede sin lugar […] la misma gente, los
mismos pobladores que vivían anterior fueron tomando una decisión de decir 25

‘bueno, nos vamos a empezar a organizar’. La idea de nosotros era volver de vuelta
5

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al lugar donde estábamos antes, porque no era la forma estar viviendo en la


ciudad” (Comunidad Futa Huau, 2003).

La tierra, a través de la recuperación de la Historia, es colocada como el ele-


mento clave de la cultura. Se presenta entonces como incompatible cualquier polí-
tica de reconocimiento que no aborde la cuestión. La recuperación de la tierra es la
recuperación de la cultura: “lo fundamental que nosotros veíamos era que dentro
de todo ese marco había que recuperar la parte ceremonial más que nada y después
empezar con las diferentes recuperaciones” (Comunidad Futa Huau, 2003).
Así, el programa de acción introduce fuertes disonancias con el espacio hegemóni-
camente concebido para los indígenas urbanos. El recuerdo de los ancianos y las
construcciones idealizadas del pasado –que, entre los jóvenes urbanos, actualizaban
sentimientos de unidad– comenzaron a corporizarse a través de prácticas concretas.
El proceso de comunalización se fue gestando en la ciudad –recuperando las formas
tradicionales de organización– hasta que la “comunidad” comenzó a intervenir en el
acontecer de su propia historia: “cuando la comunidad se empezó a organizar fuimos
eligiendo nombre por nombre y autoridad por autoridad, a cada cuál la función que
iba a cumplir dentro de la comunidad” (Comunidad Futa Huau, 2003).
Al tensionar el estereotipo del “indígena urbano” y refutar el lugar social de mar-
ginalidad, dispersión y pérdida cultural en el que se los había posicionado, las rela-
ciones con el Estado también se ven transformadas. Desde esta nueva posición, se
plantea un tipo de movilidad que desestructura las maquinarias territorializadoras
hegemónicas, puesto que se incorporan tópicos que otrora no estaban presentes en
las políticas sociales y de reconocimiento, como ser el derecho a la representación
política, el derecho a controlar los espacios sagrados y, principalmente, la posibi-
lidad de reversión de las corrientes migratorias: el retorno a la tierra como derecho y
justicia histórica.

V.2 Desandando la Historia: “a desalambrar”


El nuevo espacio y los reclamos planteados desde allí constituyen verdaderas diso-
nancias para las autoridades y grupos de poder de la provincia. Especialmente para 100
el sector terrateniente, ya que el regreso a la tierra constituye una política de “recu-
peración” que, en muchos casos, implica el “desalambrado” de las tierras expropia- 95

das y una denuncia histórica: “cansados de peticionar […] se decidió el desalam-


75
bre” (Comunidad Futa Huau 2003).
Así, el caso de Futa Huau se presenta como emblemático de esta decisión colec-
tiva de recuperar lo que se denuncia como injustamente expropiado. La acción de
desalambrar el campo implica, entonces, un modo de llevar a la práctica la decons- 25

trucción histórica y una crítica concreta hacia los procedimientos legales que favo-
recieron los despojos de tierras. En esta práctica, los sujetos afectivos se trans- 5

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forman en agentes que intervienen en el curso de la historia exigiendo, con los


hechos, un derecho preexistente de propiedad.
Al mismo tiempo, estas nuevas formas de movilidad modifican los valores afec-
tivos de la subjetividad mapuche-tehuelche. La “fuerza” de la participación colec-
tiva y la decisión comunitaria operan como un nuevo patrón de pertenencia. Por lo
tanto, la experiencia de “estar en lucha” (Briones, 2002c y Briones, Fava y Rosán,
2004) deviene en sí misma en una posición social. Esta última, definida por el
lonko de la comunidad Futa Huau como “la fuerza de la palabra especial del ma-
puche”, resignifica el lugar social desde el cual interpretar la realidad y orientar las
acciones.

“yo sabía que era mapuche pero no sabía que en un momento iba a estar en una
lucha tan así tan amplia, una lucha donde el mapuche tiene que hacerse valorizar
con su propio derecho, o sea más que nada ver los derechos que tiene el pueblo ma-
puche por ser mapuche, porque no estamos en la tierra sino que somos parte de
ella” (werken de la comunidad Futa Huau 2003).

La lucha trajo como resultado tanto la recuperación de la escuela y los campos


como la consolidación de la conciencia grupal de la comunidad. La identificación
en la lucha como Pueblo Mapuche constituye un modo significativo de desestruc-
turar el molde hegemónico utilizado para encauzar los reclamos indígenas. En el
lugar del demandante se constituye una comunidad toda y, en consecuencia, el
conflicto deja de estar reducido al caso específico de una familia, un lote o un “en-
gaño” en particular.

“[…] recuperamos la escuela allá, se vinieron de todos lados, juntaron muchos


[…] toda la comunidad, por todos lados vinieron a la comunidad para cortar el
alambre, uno agarró la tenaza, otro agarró la piedra, otro agarró para cortar el
alambre, otro agarró el cuchillo […] firme nomás en esa escuela, toda la comu-
nidad mía” (Comunidad Futa Huau, II Parlamento Mapuche).
100
Los “indígenas urbanos” revierten el estigma de la disolución étnica y comuni-
taria. Por un lado, historizan las razones económicas y políticas de su condición 95
material. Por el otro, cuestionan los supuestos de “extinción” (que la movilidad
campo-ciudad suponía) a partir de desandar la historia y fortalecer la identificación 75

comunitaria y étnica. Finalmente, procuran ampliar los límites de los lugares dis-
ponibles, más allá de las territorializaciones del Estado: “La idea es que cada comu-
nidad esté organizada y tome decisiones independizadas del gobierno” (Comu-
25
nidad Futa Huau, 2003).
5

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V.3 Nuevos sujetos históricos: el desocupado mapuche


El estereotipo del “indígena urbano”, entendido como el emergente de un proceso
de dispersión e invisibilización, trae aparejado el supuesto de marginalidad. Esta
última implicaría una cultura de la pobreza, la pasividad y la tendencia simultánea
hacia el asistencialismo y el clientelismo. El caso Curiñanco, centrado también en
el “retorno” al campo, irá disputando estos sentidos hegemónicos y conformando
un nuevo sujeto histórico: el desocupado mapuche.
La recuperación de la historia del proceso migratorio del campo a la ciudad ex-
puso también los procesos de constitución de una clase obrera en la provincia, y ya
no sólo del sector urbano-marginal (como sostiene el prejuicio hegemónico). A
través de los usos del pasado, el caso Curiñanco emerge en las arenas públicas sub-
rayando la posición estructural de los indígenas en las relaciones de producción.
Desde este nuevo lugar, la “población marginal” no sería aquella que “vive a costa
del estado” y que debe recibir “ayudas especiales” sino los miembros de una clase
que ha sido privada de sus medios de producción, primero, y del trabajo asalariado,
después. Los comunicados de prensa subrayan la identidad entre desocupados ur-
banos y mapuches a través de la utilización de estadísticas (p.e. “el 90% de los ma-
puches vive en las zonas más empobrecidas de Esquel”) y denuncian el interés del
estado provincial en mantener esta situación para sus intereses clientelísitcos –pro-
piciados por el asistencialismo– y económicos –favorecidos por la oferta de mano
de obra barata. En este marco, la decisión aborigen del “retorno” es construida
como un modo de enfrentar y contraponer estos intereses: “la familia mapuche Cu-
riñanco; el lofche que había retornado a la tierra antes de ser azotado por la miseria y
de convertirse en presa del clientelismo político” (OCMT, 28/02/03), quienes
“plantearon volverse a la tierra para trabajar, para generar una economía autónoma
y descomprimir la situación de hacinamiento” (OCMT, 23/03/03).
En consecuencia, el relato del caso se ha ido construyendo alrededor de dos
ejes centrales. Por un lado, la identificación con una clase obrera y con la actual
coyuntura nacional de desempleo. Por el otro, la pertenencia al Pueblo Mapuche
y a una historia de desalojos y diásporas. Atilio Curiñanco, quien nació en las
proximidades de la estación ferroviaria Leleque, es el protagonista en esta recons- 100

trucción histórica. Sus padres vivían en la comunidad mapuche Ranquil Huau,


95
pero debieron abandonar el lugar en busca de sustento. Su esposa, Rosa Rua
Nahuelquir, nació en la comunidad mapuche Cushamen y de niña también tuvo 75
que dejar su tierra. Se conocieron en Esquel y allí formaron familia. Curiñanco
“actualmente vive en Esquel y es empleado del frigorífico que lleva el nombre de
la ciudad […] [Su esposa] trabajó varios años en la fábrica textil Texcom, hasta
que esta cerró el 27 de febrero pasado. Desde entonces Atilio es el único sostén de 25

la familia. Ante esta situación surgió la alternativa de instalarse en Santa Rosa”


5
(OCMT, 14/09/02). La familia solicitó información en el IAC sobre dicho lote,
0

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campo considerado como fiscal por los viejos pobladores de Leleque debido a que
en los últimos 50 años había permaneció abandonado. Allí se les habría infor-
mado que el lote no pertenecía a la estancia Leleque y que se trataba de tierra
fiscal. “La indemnización cobrada por Rosa, tras el cierre en febrero de la fábrica
donde trabajó 15 años, sirvió para comprar algunas plantas, semillas, animales y
herramientas” (Scandizzo, 2002). Entonces, es cuando se produce el enfrenta-
miento directo con el grupo Benetton.
En este caso la postura crítica también consiste en “desandar la historia” desde el
punto de vista mapuche y la pertenencia a un Pueblo “en lucha” por sus derechos in-
dígenas. Pero su articulación con una historia nacional de desindustrialización y de-
socupación es lo que le ha dado un perfil particular. Este último es el que han reto-
mado los distintos medios de comunicación, incorporando el caso Curiñanco en una
crítica más generalizada al poder económico y político. Por ejemplo, en un programa
televisivo (Punto Doc, América TV) se hace especial referencia a la familia mapuche y
su condición de obreros que ven amenazada su situación económica. En el programa
televisivo se remarca el hecho de que el grupo italiano no ha establecido ningún tipo
de factoría en el país, exportando lana cruda, principalmente, para su manufactura
en el extranjero, mientras que, por otro lado, Rosa Nahuelquir es una de las tantas ce-
santes a raíz del cierre de la industria textil nacional.
La doble determinación entre las identidades en juego y la construcción pública
del caso, estaría dando lugar a una nueva subjetividad: el “desocupado mapuche”
como articulación de experiencias y procesos específicamente indígenas de subor-
dinación, y aquellos que son compartidos con otros grupos de la sociedad civil.
Algunos werken, incluso, sostienen que la mayor concientización y profundización
histórica revelaría una superposición entre ambos colectivos –mapuches y desocu-
pados.
Sin embargo, la legitimidad de este nuevo lugar social es negada por los sectores
de poder afectados, quienes ponen de manifiesto la des-estructuración que plantea
una demanda de tierras por parte de aborígenes a los que se considera “urbanos”.
Estos sectores denuncian como “inauténtica” la condición aborigen de los trabaja-
dores o desocupados de la ciudad y definen sus usos culturales como “pantallas”. 100

Por ejemplo, la Sociedad Rural de Esquel difundió un comunicado en octubre de


95
2003 donde sostenía que la proliferación de casos como el de Curiñanco, al que se
define como “una violación a la propiedad privada”, podría desatar una ola de vio- 75
lencia. Por su parte, los abogados de la firma Benetton presentaron un escrito al
Procurador Fiscal en el cual se sostiene: “pues, que no se traigan con la excusa o
pancarta a las muy queridas y respetables culturas aborígenes, culturas que incluso
25
mi mandante ha promovido y preserva incluso más que las propias comunidades,
5

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para justificar la ilicitud y desconocimiento de la ley.” De esta forma, las “muy
queridas culturas aborigenes” aparecen como ajenas y sin relación directa con la fa-
milia Curiñanco.
En breve, constituye este caso un nuevo modo de circular por el espacio social
por parte de los pueblos originarios, identificando nuevas señales para orientar su
marcha e impugnar los modos establecidos de transitar y ocupar ciertos lugares:

“Cuando se plantea ese tipo de salida el gobierno hace todo lo posible para impedir
que esto no se transforme en un faro, en una luz para la gente que está desesperan-
zada en los barrios” (OCMT, 23/03/03).

VI. Nuevas alianzas: “refundar la nación”

“Cuando éramos chicos, la escuela, una escuela que nos ha colonizado desde siempre,
nos enseñó que un 25 de Mayo llovía en el Cabildo y el pueblo había salido a la calle
porque se quería independizar. Nosotros, los pueblos originarios estábamos dando
batalla y resistencia por no perder nuestro territorio, los argentinos tienen memoria
de esa fecha, de esa lluvia, de ese día, como el día en que nació la patria. Hoy em-
pieza una nueva historia [está lloviendo en ese momento en la Plaza de Mayo], para
todos los argentinos, para todos los pueblos originarios, hoy vamos a nacer, compa-
ñeros, vamos a nacer desde la diversidad cultural, desde los nuevos derechos, desde la
identidad desdibujada, siempre eurocentrista, siempre mirando hacia el otro lado
del mar. Hoy vamos a nacer un nuevo país […] con todos ustedes” (Comunidad Pi-
llan Mahuiza, 2003b).

Los sucesos nacionales de diciembre del 2001 han modificado sustancialmente las
demandas de la sociedad civil. A partir de los mismos se ha generalizado, con dis-
tintos matices, un reclamo colectivo de “refundación de la nación” (Briones, 2002c;
Briones et. al., 2003). En este contexto, las organizaciones y comunidades indígenas
de Chubut han enfatizado una tendencia provincial hacia otros modos de articula-
ción, donde la especificidad de los derechos indígenas operan como el “significante” 100
(Laclau 1996) de una “comunidad” más amplia –mapuches y no mapuches– en las
denuncias contra el poder político. 95

75
14 La promoción y preservación de estas culturas, que menciona la nota, están referidas a la construc-
ción del Museo Leleque en tierras de la estancia homónima, propiedad de la empresa Benetton. Este he-
cho fue también motivo de crítica por parte de los indígenas, quienes, por su parte, acusan a dicha firma
de ser ella quien utiliza como pantalla a las culturas aborígenes: “Benetton tiene que explicar de dónde
salieron los objetos mapuche y tehuelche que exhibe en su museo. También tiene que explicar por qué 25
en el folleto de promoción del museo incorporó algunas palabras del lonko Foyel pronunciadas en
1870: “Acá hay lugar de sobra para todos” ¿Quiénes son ‘todos’ para la corporación? El Pueblo Mapu- 5
che seguro que no (OCMT 28/02/03).”
0

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Los mapuche-tehuelches de Chubut comenzaron a plantear en distintos ám-


bitos públicos la necesidad de enmarcar la lucha indígena en una “nueva relación
con el pueblo argentino”. Para ellos, las bases de esta alianza deben ser definidas en
el marco de la “filosofía mapuche”, puesto que sostienen su valor inmanente y an-
tagónico con respecto a los valores económicos de la elite nacional. Específica-
mente, la comunidad Pillan Mahuiza ha puesto en palabras la lógica de esta nueva
articulación: “en este proceso que vive nuestro país, de tanta desconfianza, de tanta
fragmentación, de repente hay algo que es incuestionable: la lucha de los pueblos
originarios, el pensamiento de los pueblos originarios” (Pillan Mahuiza, 2003a).
Este antagonismo –que lleva a los mapuches a tener que replantear concep-
ciones del mundo y proyectos de sociedad en el seno del espacio nacional por el que
circulan– busca, al mismo tiempo, instalar y ampliar el debate. A este foro de discu-
sión son invitados a participar las organizaciones y la “gente común” que, al igual
que ellos, “plantean un mañana diferente”. La asamblea, como el ícono central de
estos procesos, es el agente de estos cambios y la promotora de los nuevos rumbos y
orientaciones. “Los que están arriba” –principalmente el poder político– se verían
obligados a “hacerse eco” de las demandas colectivas de un pueblo organizado.
En el año 2003, tres fueron los hitos de este proceso de articulación: el plebiscito
del municipio donde triunfa el “no” a la construcción de una mina en Esquel, las
manifestaciones en repudio a los desalojos a la comunidad Vuelta del Río, y la
marcha nacional, realizada en Buenos Aires, que encabezaron los mapuche-tehuel-
ches de Chubut bajo el slogan “No al Remate de la Patagonia y en Defensa de los
Pueblos Originarios en Lucha”.
La comunidad Pillan Mahuiza, organizadora de esta marcha nacional, rescata de
estas experiencias la posibilidad de plantear una reorganización del espacio social
orientada a construir la “unidad en la diversidad”. Es decir que, teniendo en cuenta
la heterogeneidad poblacional de los grupos sociales que integran la Argentina,
ellos reflexionan sobre las formas de un nuevo pensamiento. Este pensamiento en
construcción, orientado por la filosofía mapuche, sería el marco posible para arti-
cular identidades campesinas, obreras e indígenas respetando y resguardando los
parámetros culturales de cada una de ellas que no se superpongan con los objetivos 100
15
a alcanzar.
95
Paralelamente, los comunicados de prensa difundidos por la OCMT en los úl-
timos años comenzaron a dar forma a esta alianza con la sociedad civil no indígena, 75
ya sea incorporando sus demandas, anticipando su apoyo o destacando la partici-

25

15 Este no es tema del presente trabajo, por lo tanto, nos limitamos a presentar aquí muy brevemente 5
algunas de las ideas que hemos intercambiado con miembros de la comunidad.
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pación conjunta en una lucha común. En la práctica, los vecinos de Esquel, las or-
ganizaciones y comunidades mapuches han compartido marchas, manifestaciones
y reuniones, conformando, en el 2002, el “Foro –o Asamblea– del NO a la Mina”.
Tanto sus protagonistas como algunos observadores externos definieron las expe-
riencias de Esquel como “un caso emblemático”, “un símbolo a analizar”, y “un
ejemplo a seguir” por “todo el pueblo argentino” o una demostración del “poder
17
civil”.
En el marco de estos acontecimientos y discursos –presentados muy sucinta-
mente en este trabajo–, los casos Vuelta del Río y Curiñanco constituyen, en la
praxis política de los indígenas, el punto de partida para ensayar nuevos mapas so-
ciales y reflexionar sobre los escenarios nacionales e internacionales emergentes.

VI.1 Identificando enemigos comunes


Hace más de una década que la articulación con la sociedad no indígena ha forma-
do parte de los objetivos de las comunidades en conflicto. Específicamente, el caso
Vuelta del Río implicó numerosas reuniones con la gente de localidades cercanas
–Epuyén, Cholila, El Bolsón–, buscando la participación y el compromiso de los
winkas. Este trabajo de concientización consistía en ampliar el marco interpretati-
vo sobre el conflicto, es decir, “entender que no es simplemente un conflicto de tie-
rras, sino el conflicto de una cultura sometida por un estado” (Comunidad Vuelta
del Río 2003). Si bien hace unos años que se vienen realizando tareas conjuntas, los
emprendimientos mineros –específicamente los de la empresa Meridian Gold– y
sus amenazas ecológicas sobre la ciudad de Esquel permitieron profundizar estas
alianzas:

“cuando la impunidad y la prepotencia llegó también a la sociedad esquelense, se


dejó de mirar de afuera los reclamos mapuches” (OCMT 2003).

La denuncia de nuevas prospecciones mineras realizadas en varias comunidades


no sólo pone en evidencia los intereses del Estado y de las empresas sobre los re-
cursos de la zona, sino que estrechó aún más los lazos entre indígenas y no indí-
100
genas. En el marco de ese “NO conjunto”, Vuelta del Río devino en uno de los
principales emblemas en contra de los intereses económicos y multinacionales 95
sobre las tierras de la Patagonia. Articulando con discursos ecologistas y turísticos,
75
16 Por ejemplo, en uno de los comunicados de la OCMT escribían: “queremos destacar que esta ac-
ción del pueblo mapuche contó con la solidaridad de compañeros no mapuche que se acercaron desde
diferentes puntos del noroeste del Chubut, especialmente de la asamblea de vecinos auto-convocados
de Esquel, con quienes estamos llevando adelante la lucha contra la minera canadiense Meridian Gold 25
Inc. (OCMT 14-2-03).”
17 Hemos reunido aquí expresiones utilizadas en los discursos públicos de los mapuches, los comuni- 5
cados de prensa y los medios de comunicación nacionales.
0

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el discurso mapuche sobre el territorio planteó sus propias aristas: el derecho a de-
cidir usos alternativos –no meramente económicos– sobre las tierras, y otros
marcos para interpretar la relación con la naturaleza donde no habría lugar para la
negociación y los precios de mercado.
El punto de vista mapuche afirma una unidad de identificación entre la gente y
la tierra; ésta es una relación cargada de historia y sentimientos de pertenencia
donde el afecto determina el modo de habitar los espacios y de pelear por ellos. El
énfasis en los componentes afectivos también motiva, en los no mapuche, senti-
mientos locales o nacionales sobre el territorio que habitan. Así, los discursos pú-
blicos mapuches yuxtaponen con frecuencia distintas “comunidades” y sentidos de
pertenencia, para especificar las alianzas posibles e identificar a los “otros”. Estos
últimos son, principalmente, terratenientes “extranjeros” que, aún cuando hayan
nacido en esta tierra, sus intereses y afectos son foráneos (ver el uso irónico, “made
in Argentina”).

“Cuando hablamos de usurpación de nuestro territorio no sólo nos referimos a las


compras de miles y miles de hectáreas que están haciendo los extranjeros. Los terrate-
nientes ‘nacionales’, made in Argentina, son cómplices de estas compras y del saqueo
de los recursos” (OCMT, 23/03/03).

Esta tendencia hacia la articulación –indígenas y no indígenas–, y el distancia-


miento complementario de los “otros” –los extranjeros–, se profundizó a partir del
conflicto de la comunidad Curiñanco. El grupo Benetton, con quien ellos dis-
putan las tierras, adquiere un valor metonímico, y representa “el poder mundial,
los grupos empresariales y los grupos mineros”. Benetton es parte de una narrativa
indígena de injusticias, usurpación y despojos, en versión “globalizada” (OCMT,
07/02/03), pero también de una narrativa nacional de despreocupación y sumisión
a los intereses económicos extranjeros.

VI.2 La triangulación Estado-Nación, multinacionales y mapuches


En la inauguración del Museo Leleque, los indígenas de Chubut denunciaron, 100
ante los medios nacionales e internacionales, tanto al Estado argentino –“y su his-
tórica política colonialista y represiva” hacia el Pueblo Mapuche– como a los gru- 95

pos económicos como Benetton.


El conflicto en Vuelta del Río ya había planteado dos frentes de lucha en la forma en 75

que se seleccionaban y organizaban las prácticas políticas y las descripciones del caso.
Por un lado, la denuncia a la violencia policial, con “legitimación” judicial, en la cual
el estado fue el responsable de la destrucción de la vivienda y las pertenencias de una 25
familia, compuesta por ancianos y niños. Por otro lado, la siguiente marcha por el
NO a la Mina terminó con la toma del edificio de Tribunales, exigiendo –en conjun- 5

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to con la Asamblea de Vecinos Auto-convocados de Esquel– una pronta solución es-


tatal al conflicto de Vuelta del Río. Los comunicados de prensa, como mencionamos
antes, comenzarían a denunciar intereses corporativos entre el Estado y los grupos
mineros internacionales.
Para algunos indígenas de Chubut, el conflicto Curiñanco permitió clarificar esta
triangulación entre el Pueblo Mapuche, el Estado y las Multinacionales (“[…] Be-
netton de alguna manera despejó la duda que tienen muchos sectores, incluso de
izquierda, sobre la lucha del Pueblo Mapuche.” OCMT, 2003). Veamos en qué
18
consiste.
Primero, el Pueblo Mapuche es considerado sin fronteras provinciales y nacio-
nales; los mapuches se sienten parte de una lucha permanente y continua, de un
19
Pueblo que diariamente produce hechos significantes. La especificidad de cada
conflicto repercute y se enmarca en una praxis mapuche más amplia, aún cuando
no se articulen las acciones. El espacio interaccional en el que se inscribe la comuni-
cación señala, entonces, nuevos rumbos en la lucha mapuche. Los últimos con-
flictos pusieron de manifiesto esta nueva modalidad de hacer sentido: un “millón y
medio” de mapuches producen permanentemente mensajes al mundo.
En segundo lugar, esta trayectoria conjunta ha tenido como premisa central “el
cuestionamiento al sistema estatal”. Partiendo de una construcción histórica de es-
tado, como institución “racista”, denuncian su hacer represivo y responsable en la
imposición de un idioma, una religión y un sistema jurídico. Algunos activistas indí-
genas interpretan que el hecho de haber operativizado sus denuncias y reclamos al es-
tado a partir de agencias internacionales –ONGs, por ejemplo– podría ser leído
como una estrategia errada que los coloca en el papel de ser un “instrumento del capi-
talismo” en el “desmembramiento del estado”.
En tercer lugar, entonces, ellos responden estas voces críticas hacia el movi-
miento mapuche a través de los usos simbólicos que hacen de los conflictos locales.
Los “enemigos”, definidos como empresas multinacionales son los que han fijado
el rumbo del Estado y de las políticas multiculturalistas, y son estos sentidos hege-
mónicos los que Vuelta del Río y Curiñanco intentan impugnar.
Los comunicados de prensa denuncian fundamentalmente un estado “corpora- 100

tivo” y reclaman por “un estado más justo” que “renuncie a los intereses económicos”
95
del sistema capitalista internacional; que empresas como Meridian Gold y Benetton
dejen, por ejemplo, de ser “asistidas por la expeditiva y obsecuente justicia provin- 75
cial”. Este nuevo estado debe estar basado en una práctica real de reconocimiento de
18 El argumento planteado a continuación se basa en conversaciones mantenidas con miembros de la
OCMT.
25
19 “…hoy es acá, mañana en Neuquén, pasado es en Temuco, pasado es más al sur, y recuperar tierras
y se pelean contra los carabineros, y nos enfrentamos con la gendarmería, contra la federal, contra los 5
pacos allá, es un pueblo que está ahí, está intentando buscar un poco de libertad (OCMT 2003).”
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96 Ana Ramos y Walter Delrio

la diversidad cultural y de defensa del interés de la sociedad civil en contra de las mul-
tinacionales. Desde este ángulo, la retórica publicitaria con la que el grupo Benetton
se presenta internacionalmente constituye un referente central en los comunicados
mapuches: “¿Nos hablará del hambre quien desalojó a la familia mapuche Curi-
ñanco?” (OCMT, 28/02/03).
Los mapuches-tehuelches de Chubut han orientado sus prácticas para decons-
truir la retórica multiculturalista de los grupos económicos y del Estado, denun-
ciando a estos últimos como partes interesadas en los conflictos por la tierra. El re-
conocimiento de una historia silenciada de relaciones asimétricas, el
cuestionamiento de un sistema jurídico que los ha relegado como pueblo, las de-
nuncias a una desigual distribución económica y la redefinición de “cultura” en
términos materiales y políticos forman parte de las discusiones que los indígenas
incluyen en sus definiciones de diversidad. Las empresas y el gobierno no aceptan
estas redefiniciones y defienden otro piso conversacional: la prioridad de la pro-
piedad privada y un uso más folklórico de la “diversidad cultural”, aquel que puede
inscribirse en las salas de un museo.
Como toda síntesis de un proceso, este trabajo implica un recorte. A partir de las
prácticas sociales –discursivas y no discursivas– que se encuentran relacionadas con
los “casos” seleccionados, hemos puesto nuestros énfasis y construido nuestras ge-
neralizaciones. Además, la historia sigue su curso; en el último año varios fueron los
sucesos que ameritan una nueva reflexión sobre la construcción de aboriginalidad
en la provincia de Chubut, pero por respeto a sus protagonistas consideramos que
todavía es más prudente callar y esperar que los procesos señalen, con el tiempo, las
nuevas tendencias. Hasta aquí, nos hemos limitado a pensar el espacio social hege-
mónico de la provincia a la luz de los cuestionamientos mapuches y tehuelches.

Fuentes utilizadas

Oficiales:
AA.VV. 1994. Trelew. Cultura e Identidad, Municipalidad de Trelew, Dirección de Cul-
tura. 100

AA.VV. 1996. Chubut, Turismo, Hábitat y Cultura, Facultad de Ciencias Económicas,


95
Universidad Nacional de la Patagonia.
Museo Leleque. Folletos y documentos varios sobre el Museo Leleque. “Patagonia, 13.000 75
años de historia”.
www.Patagonia.com.ar
Programa Integral de Comunidades Aborígenes, Junio 1996, Rawson–Chubut. Secretaría
25
General de la Gobernación, Dirección General de Información de Gestión.
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Trayectorias de oposición 97

Mapuche-tehuelche
OCMT, 14-09-02. Benetton acusa a mapuche de usurpación. Comunicado público.
Comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, 11-11-02. Comunicado del Lof Vuelta del
Río.
Comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, 13-11-02. Ola de desalojos. Peligro en te-
rritorio mapuche”, comunidad mapuche-tehuelche Vuelta de Río. Comunicado de
prensa.
OCMT, 07-02-03. No al saqueo de nuestro Territorio. Folleto repartido por las comuni-
dades mapuche en el corte de ruta, febrero 2003.
OCMT, 14-2-03. Reafirmamos la lucha por nuestros derechos ancestrales y contra la usur-
pación del Wallmapu”. Comunicado de prensa.
OCMT, 28-02-03. Benetton: la corporación de la Impostura, los colores de la simulación.
Comunicado de prensa.
OCMT, 18-3-03. Aumenta la solidaridad contra el desalojo en Vuelta del Río. Comunicado
de prensa.
OCMT, 23-03-03. Entrevista realizada por H. Scandizzo a un miembro de la OCMT, Re-
vista Caldenia, La Pampa.
OCMT, 5-7-03. Frenemos la mano de los verdugos. Comunicado de prensa.
OCMT, 6-10-03. Chubut: la injusticia es ley”. Comunicado de prensa.
Scandizzo, Hernán 2002. La ambición Benetton, la resistencia mapuche, en Periódico
Vasco Egunkaria (10-11-02).
Comunidad Pillan Mahuiza, 2003a. Conferencia realizada por miembros de la comunidad
en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (14-04-03).
Comunidad Pillan Mahuiza, 2003b. Discurso pronunciado en la marcha del 24 de abril del
2003, Ciudad de Buenos Aires. “No al Remate de la Patagonia y en Defensa de los Pue-
blos Originarios en Lucha”. Organizadores: comunidad Pillan Mahuiza y Asamblea de
Vecinos por el No a la Mina (Esquel).

100

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Capítulo 4:

Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro


1 2
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff,
3 4
Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

D e los estados provinciales que se toman en consideración en este libro, el rionegri-


no es uno de los que más tempranamente generó un marco jurídico propio y es-
pacios de participación indígena. Sin embargo, es también el que más fragmentación
en el activismo mapuche evidencia y menos resultados concretos presenta, al menos
en lo que hace a la regularización del dominio de las tierras fiscales, que es una de las
principales demandas del movimiento mapuche. Esta es, quizás, una de las paradojas
más interesantes, tanto para la comparación con otros estados provinciales, como
para la evaluación del funcionamiento de los espacios de participación en las políticas
sobre la cuestión indígena en Argentina.
Por otra parte, en este caso encontramos sugestivos paralelos entre discursos ofi-
ciales respecto de lo mapuche y discursos mapuches disidentes. Primero, más allá
de su fragmentación, algunas organizaciones mapuche locales presentan estruc-
turas de funcionamiento isomorfas con la concepción hegemónica del espacio pro-
vincial. Estas estructuras tienen que ver con la concepción de una provincia estric-
tamente dividida en “zonas”, cuya administración centralizada se encontraría
obstaculizada por la “distancia” y el “aislamiento” entre las distintas regiones.
Encontramos, entonces, que la Coordinadora del Parlamento del Pueblo Mapuche
de la provincia se encuentra, en la actualidad, subdividida en “mesitas” correspon-
dientes a la Zona Andina, la Línea Sur, la Zona Atlántica y el Valle, y que la misma
estructura tuvo y tiene el Consejo Asesor Indígena. Pareciera entonces que el estilo
provincial de organización política mapuche se encuentra atravesado por una con-
cepción particular del espacio que es también propia del discurso hegemónico pro-
vincial. 100
Segundo (y a diferencia de Neuquén y Chubut), en Río Negro han sido prepon-
derantes las organizaciones mapuche que proponen una articulación pronunciada 95

entre el clivaje étnico y el de clase, a partir de una concepción de lo mapuche que


75

1 Estudiante de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional del Comahue e inte-


grante de la Campaña de Autoafirmación Mapuche Wefkvletuyiñ.
2 Becaria Post-doctoral Conicet, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA e integrante
de la Campaña de Autoafirmación Mapuche Wefkuletuyiñ. 25

3 Becaria del CONICET y candidata doctoral de Georgetown University.


5
4 Becaria doctoral Conicet, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA.
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100 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

está fuertemente asociada a la problemática del pequeño productor de ganado


lanar. Esta asociación también recurre en los discursos oficiales.
En suma, entendemos particular de Río Negro en el campo de la política indí-
gena y la lucha indígena el construir y disputar hegemonía en base tanto a una de-
terminada espacializacion de lo mapuche como a su interpelación en tanto pe-
queños productores rurales. Por ello, en este capítulo emprendemos la doble tarea
de reconstruir los mapas de alteridad que resultan de la relación entre aborigina-
lidad (Briones, 1998a) y distribución geográfica de otros internos en la provincia
de Río Negro, y de analizar estrategias discursivas aparentemente encontradas. Nos
referimos, por un lado, a las de un discurso oficial que transforma el proceso histó-
rico de distribución de la tierra en una situación natural y, por otro, a las de las or-
ganizaciones mapuche que dialogan con este discurso, reproduciendo algunas con-
cepciones y cuestionando otras.
Realizamos esta reconstrucción teniendo en cuenta el principal objeto de con-
frontación de intereses: la política de tierras. El corpus que hemos conformado para
dar cuenta de los discursos hegemónicos está, sobre todo, compuesto por artículos
y publicaciones ofrecidas al público en la casa de la provincia de Río Negro en
Buenos Aires. Sumamos a esto los proyectos sobre regularización de tierras pro-
puestos por legisladores. Confrontamos ambas producciones con las discusiones
entabladas por las organizaciones mapuches que antagonizan con ellas.

I. Una visita a la casa de Río Negro en Buenos Aires


Para ponernos en contacto con la producción de documentos oficiales del gobierno
provincial que dieran cuenta de las formas locales de construcción de hegemonía
nos acercamos, una mañana de agosto, a la casa de la provincia de Río Negro situa-
da en una esquina céntrica de la ciudad de Buenos Aires. Lo primero que vimos,
desde lejos, fueron dos afiches que decoraban la vidriera. En uno de ellos se desple-
gaba una imagen de Bariloche cubierta por la nieve, en el otro un paisaje montaño-
so en el que se podía leer el título “Bolsón”. El paso del tiempo había impactado en
estos afiches, ajando los bordes y haciendo perder intensidad a los colores. Esa falta
100
de mantenimiento dominaba también la fachada del edificio y el interior de las ofi-
cinas. 95
Apenas entramos, un portero nos preguntó qué deseábamos, y al responder que
necesitábamos información general sobre la provincia, nos indicó que consultáramos 75

en “Cultura”. El mobiliario de la sección estaba conformado por un escritorio, desde


el cual se atendía al público, que se encontraba junto a otro correspondiente a la sec-
ción “asuntos legales”. La encargada, que tejía a crochet (a conciencia) y tomaba un 25
café mientras conversaba con su compañero, manifestó sorpresa ante nuestra pre-
sencia. Le comentamos que necesitábamos información para hacer un paneo general 5

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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 101

sobre Río Negro, y, tras estas palabras, nos mostró un informe mecanografiado que
presentó como síntesis general de la provincia mientras nos explicaba: “Tenés as-
pectos poblacionales, productivos y breves referencias históricas. Lo hicimos hace
5
poco”. Notamos que no aparecían los nombres de los autores y al preguntarle por
esta ausencia respondió: “Lo hicimos nosotros, la Sección Cultura de la Casa de la
Provincia, es un informe”. Le comentamos, luego, que estábamos buscando datos
sobre los aspectos sociales de la provincia y entonces nos recomendó que revisá-
ramos la biblioteca y el archivo de estadísticas situado en un cuarto a sus espaldas.
Sin embargo, inmediatamente se arrepintió y nos recomendó, en cambio, que fué-
ramos al INDEC, explicándonos que “ellos tienen todo lo nuevo, acá se llega hasta
principios de los noventa nada más”. Su comentario dio pie para preguntarle si co-
nocía el trabajo de los investigadores locales, a lo cual respondió “acá no llega nada”, y
sugirió que nos dirigiésemos a la Universidad Nacional del Comahue.
Durante la visita también hicimos consultas sobre los aspectos económicos de la
provincia. Nos remitió entonces al documento que nos había entregado señalando
una página, mientras comentaba:

“La zona más productiva es el Valle, toda producción agrícola, de exportación.


Son todos migrantes en esa zona, europeos. Últimamente hay muchos ucranianos,
son muy trabajadores, pero algunos no hablan castellano. El resto es turismo.
Podés consultar en esa sección. Tenés toda la zona andina que ahora está con todo,
esta es una buena temporada por la cantidad de extranjeros.”

Ante nuestra pregunta sobre la existencia de bibliografía histórica se recompuso,


se desplazó hacia atrás en su silla impulsada por rueditas y de un armario con car-
petas polvorientas sacó un libro negro: “Acá está todo, todo lo que necesites de la
historia de la provincia, es específica de Río Negro”, detalló. Se trataba de “Historia
de Río Negro”, un volumen de varios autores coordinado por Héctor Daniel Rey y
Luis Vidal, editado en 1974 (AA.VV., 1974), que constituye la única publicación
6
oficial del gobierno de la provincia y se utiliza, hoy en día, como texto escolar.
Luego de agotar la ayuda de la encargada del área de cultura nos dirigimos a la 100
sección de turismo localizada en la sala contigua. Esta sala, la más grande y lumi-
nosa, denotaba un mayor cuidado que la sección anterior. En todos los rincones 95

proliferaban folletos que miramos mientras esperábamos ser atendidas. Éstos pro-
75
mocionaban “Cabañas en la Cordillera”, “Turismo aventura”, “Toda la nieve” y
una “Estancia patagónica” que nos llamó la atención porque el folleto utilizaba

25

5 Reconstruimos estos diálogos a partir de notas de campo.


5
6 La provincia ha apoyado, con posterioridad, publicaciones de autores que escriben en este libro.
0

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102 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

7
como logotipo un kulxug mapuche con la iconografía tradicional, a la vez que pro-
ponía pasar días de campo en una de las estancias más antiguas de la Patagonia.
Cuando la empleada de turismo –prolijamente vestida con una camisa y pañuelo al
cuello– nos atendió y escuchó nuestras inquietudes comenzó a contarnos sobre las
dos áreas fundamentales para el turismo: la Zona Cordillerana y la Costa:

“Para la primera tenés principalmente todo lo que es San Carlos de Bariloche y al-
rededores, ahí hay actividad todo el año. En la costa tenés actividad en la tempo-
rada de verano.”

Al preguntar por la importancia del turismo para la provincia su respuesta fue:

“La zona productiva es el valle, también va el turismo en verano, es muy pinto-


resco y todo a lo largo del río uno puede ir a bañarse. Hay muchos campings, vida
agreste, tenés los frutales, podés visitar los establecimientos. No es para quedarse
pero siempre hay gente que está dando vueltas y pasa unos días.”

Hizo una pausa antes de hablarnos de lo que ella conocía mejor:

“Lo que vive del turismo es la zona de cordillera: tenés Bariloche, Bolsón es una área
hermosa. Todos buscan ir por la belleza de los paisajes. Tenés muchas excursiones
para hacer en la ciudad, pero lo más impresionante son los parques nacionales. Acá
a todo el que viene se le dice que recorra los parques… –nos dijo con entusiasmo
mientras sacaba un folleto con información sobre los parques.”

Luego, retomando su exposición, aclaró:

“En Bariloche y Bolsón todo lo que se desarrolla en lo productivo tiene que ver con
el turismo. En Bariloche tenés muchos pequeños emprendimientos, fabricas de
chocolate, de dulces, trucha ahumada, alimentos artesanales, velas, jabones y otras
cosas que se llevan los turistas.”
100
En ese momento desplegó folletos y mapas de Bariloche mientras nos indicaba
los principales sitios de interés: la “fabrica de productos regionales”, que nos había 95
mencionado, “la excursión del circuito chico… imperdible. En cambio en Bolsón
el perfil es más de artesanos, un estilo rústico, muy bonito, cosas en madera, mue- 75

bles. Se trabaja en cultivo de frutos especiales, frutillas, frambuesas y de todo eso.


Tenés dulces pero, como te digo, es todo para el turista”.
25

7 Se trata de un instrumento de percusión que tiene una gran importancia ceremonial para los 5
mapuche.
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 103

Preguntamos entonces por el sur de la provincia y la respuesta fue inmediata:


“No, ahí no hay nada. Todo oveja. Es una zona con un clima hostil, mucho calor
en verano y mucho frío de noche, cambia mucho el clima y en invierno te congelás,
es muy seco, todo polvareda.” Se quedó unos segundos pensando y nos dijo que lo
que hay para hacer en esa zona es tomar La Trochita que es un tren histórico de
trocha angosta. “Inclusive viene gente de Europa para hacer el recorrido. Es muy
pintoresco, atraviesa toda la zona sur. Muy seca pero va de largo hasta Esquel, otra
zona preciosa para recorrer, con mucho lago”.
Otras personas esperaban en el recinto para ser atendidas, pero antes de irnos
dejamos caer una última pregunta; un tema que nadie había mencionado hasta el
momento: los indígenas. Comentó entonces:

“Están todos en la Línea Sur, crían ovejas… pero hay mezcla con los criollos.
Todos viven parecido en el campo. Los pueblos son muy precarios… eso no está
para el turismo, no hay infraestructura. La gente pregunta si se puede ir a una co-
munidad, pero por ahora no hay nada. Habría que prepararlo.”

Luego de esta breve experiencia con los empleados de la casa de la provincia nos
volvimos y comenzamos a analizar los materiales que nos habían dado, recordando
los detalles de la interacción.
El informe elaborado en 1994 por el Área de Información General es un texto
desordenado –cuya estructura general resulta difícil de determinar en la maraña de
subtítulos y acápites– y genera la misma impresión de abandono que el aspecto
total de la casa de la provincia. Este documento subdivide a la provincia en cinco
zonas: Alto Valle, Valle Inferior, Zona Andina, Costa Atlántica y Región Sur (tam-
8
bién denominada “Línea Sur” en referencia al trazado del ferrocarril). En la des-
cripción de cada zona prima el eje económico, aunque se incluyen también as-
pectos histórico-culturales y demográficos.
Entre las distintas zonas, la del valle es presentada como la más próspera.
Aunque el texto hace hincapié en el aspecto económico, más precisamente en el sis-
tema de riego que permite la fruticultura y ha convertido a la región en un “em- 100
porio de riqueza y de esfuerzo creador”, también menciona que la ciudad de
Chimpay (en el valle medio) fue “la cuna de Ceferino Namucurá”. Al referirse al 95

“punto de vista poblacional”, explica que “la Campaña del desierto, con sus guar-
75
dias y fortines, al fusionar al indio permitió intentos de colonización ya en 1884
[Área de Información General de la Casa de Río Negro 1994:3].” La elección léxica
el indio utilizada en este enunciado corresponde a una categoría general que desco-
noce la diversidad étnica de los pueblos originarios. Por otro lado, parecería que 25

8 El informe describe marginalmente también dos zonas en el norte y en el noreste, pero se trata 5
de regiones que no son contempladas en ninguno de los otros materiales de la misma casa.
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104 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

sólo los indígenas son fusionados, lo cual remite a la idea de un grupo sin agencia,
cuya “esencia” puede ser perdida en el contacto con otros grupos humanos. El acá-
pite termina con un párrafo que continúa la idea de fusión-mezcla en la que el desa-
rrollo de la región queda ligado a iniciativas de grupos ajenos a la provincia, per-
sonas provenientes de otras provincias argentinas o de países extranjeros; una
categoría que, implícitamente, remite a las migraciones transoceánicas. Veamos la
cita:

“Ella se ha nutrido de contingentes llegados de otros lugares de la Argentina con ex-


periencia en cultivo bajo riego de inmigrantes extranjeros, complementándose con la
de los centros urbanos de la región” [A.I.G.C.R.N., op. cit.:5].

La Zona Andina, por otro lado, incluye únicamente la descripción de las be-
llezas naturales de San Carlos de Bariloche y una breve nota acerca del surgimiento
del turismo atribuido al ingenio de los empresarios barilochenses ante la reducción
del intercambio con Chile en 1920. En el acápite dedicado a El Bolsón, también se
resalta la diversidad de la composición poblacional:

“Colectividades originarias de más de diez naciones europeas, residentes chilenos,


oriundos de numerosas provincias argentinas, artesanos, artistas e intelectuales de
todo el país eligieron en El Bolsón una alternativa de vida alejada del ajetreo de
los grandes centros urbanos” [A.I.G.C.R.N., op. cit.:9].

Tal como hemos mencionado más arriba, a lo largo del texto prima una mirada
que pone énfasis en la descripción de los recursos naturales de acuerdo a su valor
económico. Mientras que en la Costa Atlántica los aspectos culturales o demográ-
ficos son considerados como recursos secundarios de la industria del turismo, éstos
no son contemplados como tales para la Línea Sur, aunque sí lo son los salmónidos
que abundan en sus cursos de agua y los pejerreyes introducidos, así como “los
troncos petrificados, vestigios arqueológicos e inesperadas y enigmáticas pinturas
rupestres” que despiertan la “curiosidad” y poseen “interés científico”. Inesperados
100
y enigmáticos vestigios que en nada parecen relacionarse con su población actual,
es decir, con el 13% de la población total de la provincia que el documento des- 95
cribe como población “con claro predominio indígena” que se dedica a la cría de
ovinos [A.I.G.C.R.N., op. cit.:7]. Tan baja densidad demográfica se explica por el 75

hecho de tratarse de una meseta de una altura media de 200 a 300 mts. de clima
muy árido, con vientos fuertes y persistentes, heladas durante casi todo el año, poca
agua, suelos que sufren la erosión eólica e hídrica y con vegetación herbácea o ar-
25
bustiva [A.I.G.C.R.N., op. cit.:7].
5

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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 105

Si bien la información acerca de la distribución de la población está salpicada a


lo largo de todo el texto, cuenta, además, con un apartado propio titulado “Con-
formación étnica”. A partir de una mirada organicista, la diversidad –que el texto
presenta con los términos “razas y nacionalidades”– parece integrarse, sin conflicto,
en una cartografía diversa en cuanto al valor productivo de sus recursos naturales.
Veamos la cita completa:

“Con la conquista del desierto, la población indígena se recluye en reserva en la


zona centro-sur, fundamentalmente. Así la zona del Valle recibe una afluencia de
españoles e italianos a partir de 1915. Obviamente, el fenómeno migratorio en
esta zona incluye ingleses, yugoslavos, checoslovacos, rusos, etc. Este fenómeno tam-
bién se repite en el Valle Inferior (zona de Viedma). En la zona Centro-Sur apa-
rece la mayor concentración de habitantes con ascendencia árabe de la provincia.
En cambio, en la Zona Andina este fenómeno se da con población de origen
alemán, suizo, austríacos, etc., que buscaron en la zona de los lagos y los bosques
un paisaje y clima similar al de su país natal. Obviamente, en todos los casos, la
presencia española e italiana también es importante. En resumen, Río Negro
puede decir que, a pesar de su reducida población, posee una variada gama de
razas y nacionalidades que conviven en armonía” [A.I.G.C.R.N., op. cit.:11].

Es la inserción como productor frutícola experto en “cultivo bajo riego”,


como criador de ovinos o como “ingenioso” empresario de turismo lo que define
a los pobladores. Cuando no hay una referencia a la inserción económica, las ca-
racterísticas de la población se explican por el determinismo natural: los ale-
manes, suizos y austríacos tienden a elegir paisajes naturales que les recuerden su
tierra natal, mientras que la baja densidad poblacional de la “región sur” se ex-
plica por la aridez del clima, la erosión eólica y la escasez de agua.
Europeos e indígenas son presentados como agentes que llevan adelante una
elección racional para ocupar la geografía. La diferencia radica en que mientras que
los primeros “buscaron en la zona de los lagos y los bosques un paisaje y clima
similar al de su país natal”, la población indígena, en contraste, “se recluye en 100

reserva”. La construcción discursiva impersonal se recluye omite el rol que el Estado


desempeñó en esta “reclusión” la cual, a su vez, se presenta como una situación 95

necesaria para la “afluencia” de los migrantes europeos. En ningún momento se


75
hace referencia al extenso y violento proceso de enajenación y redistribución de
tierras (Briones y Delrío, 2002), a los conflictos actuales en torno a la propiedad de
la misma ni a las condiciones económicas para su explotación. La mención a la
conquista del desierto que inicia la explicación se neutraliza con la elección léxica 25

“armonía” que cierra el párrafo.


5

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106 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

La única referencia a la población chilena la localiza en la Zona Andina, cerca de


la frontera, otorgándole un lugar marginal en la composición poblacional de la
9
provincia. Hay solamente dos referencias a las migraciones provenientes de otras
provincias argentinas, una en el valle inferior y otra en la zona andina. La población
de origen árabe queda circunscripta en la región sur (sin mayores comentarios
acerca de su convivencia con la auto-recluida población indígena), los europeos del
norte en el Valle y los de origen alpino en la cordillera. Españoles e italianos “obvia-
mente” son los únicos que aparecen en todas las regiones, contribuyendo a la amal-
gama del “ser provincial” y, sobre esta base mínima, todos conviven en una “ar-
monía” garantizada por la estricta separación en zonas.
A grandes rasgos, el discurso hegemónico presente en los materiales de la casa de
la provincia de Río Negro sostiene, por un lado, que las zonas en las que se divide la
provincia son producto de condicionamientos naturales y, por el otro, que esta di-
versidad interna imprime características específicas a la dinámica de las relaciones
sociales, políticas y económicas, al mismo tiempo que obstaculiza las posibilidades
de integración regional (Núñez, 2003). Esta hipótesis ha sido aceptada por di-
versos actores sociales, entre los que se encuentran la prensa, los políticos y las dife-
rentes organizaciones civiles. Se trata de una explicación que se puede hallar tam-
bién en la producción de los historiadores, antropólogos y otros científicos sociales
10
que abordan problemáticas relacionadas con la provincia. A este planteo se suma
la adjudicación de subjetividades diferentes a cada una de las zonas circunscri-
biendo la presencia indígena a la denominada “Línea Sur” y articulando la marca-
ción étnica con la inserción económica como “pequeño productor” de ganado
lanar.

II. La construcción del indígena rionegrino


La cuestión indígena aparece en el informe de la Casa de la Provincia a través de
la imagen de la asimilación que representa Ceferino Namuncurá (hijo del caci-
que Manuel Namuncurá que fuera entregado a la orden salesiana), mientras se
9 Para un análisis de la rearticulación de identidades estigmatizadas como la de “chileno” o “in- 100

dio” en la ciudad de Bariloche ver Kropff (2001).


95
10 Esta hipótesis se repite tanto en los análisis de los investigadores como en el sentido común de
políticos y activistas mapuche. En su libro de divulgación histórica para escuelas, Nicolletti y Nava-
75
rro Floria (2001) señalan que los intentos de unificar y conectar estas diversas zonas fueron siempre
de la mano de emprendimientos estatales; y a la vez destacan que esta provincia, tan disgregada, es
fruto de la manera en que se pensó y se organizó la administración de los Territorios Nacionales
después de la conquista militar. Según los mismos autores, los intentos de “homogeneización” pro-
vincial se advierten en la política educativa (área que el Estado se disputó tempranamente con los 25
salesianos), en la creación de vías de comunicación y medios de transporte, en la evangelización
temprana y en la política de tierras que favoreció el latifundio y preservó grandes extensiones con la 5
categoría de “tierra fiscal”.
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 107

recurre a alegorías metalúrgicas cuasi nucleares (“fusionar al indio”) para expli-


car la ausencia de indígenas en el Valle. Como consecuencia, solamente hay po-
blación indígena en la (despoblada) zona sur. Las condiciones naturales de esa
zona (“todo polvareda”, en palabras de la funcionaria de la casa de la provincia)
hacen que los indígenas, desprovistos ya de toda relación con sus producciones
culturales –que se consideran curiosidades “de interés científico”– continúen
su lento pero inexorable camino hacia la extinción.
En el libro compilado por Rey y Vidal, varios autores aportan información espe-
cífica sobre la situación de los indígenas desde la etapa previa a la campaña del de-
sierto. La preocupación de algunos de estos investigadores ha radicado, principal-
mente, en establecer la aloctonía o autoctonía de los diferentes grupos indígenas.
La siguiente cita de Rodolfo Casamiquela sintetiza esta corriente de pensamiento
sustentada en una clasificación racializada de la diversidad en la que se superponen
categorías disímiles tales como la etnicidad, la provincialidad y la nacionalidad:

“la práctica extinción de la sangre fuéguida y láguida, y su reemplazo por la pám-


pida: se trata, culturalmente, de tehuelches, emparentados íntimamente con los ca-
zadores del interior de la Patagonia y del sur de Buenos Aires […] En ese grupo ha
de buscarse el entronque de viejos linajes locales, como los Linares, Entraigas y otros;
esto obviamente en la segunda mitad del siglo pasado. Es durante él que se notan las
influencias araucanas, arribadas al sur del Neuquén hacia comienzos del siglo XVII
y a la pampa a mediados de ese siglo. Es durante él que los indígenas dichos de la
costa se transformaron en amigos y colaboraron continuamente -y decisivamente- en
la defensa de Patagones contra aquellos, los indios chilenos (vorogas y pehuenches) de
Calfucurá y Reuque, de Namuncurá después. Es durante él que arribaron al inte-
rior de la provincia la cerámica pintada, las raederas de cueros dobles y otros ele-
mentos (arqueológicos) de origen araucano, neuquino o chileno, junto con la ropa
tejida” [AA.VV., 1974:45].

El concepto de araucanización de las pampas, que sustenta el planteo expuesto,


refiere a la supuesta expansión de los indios “chilenos” (araucanos agricultores) 100

sobre territorio “argentino”, generando la aculturación de los indios “argentinos”


(pampas o tehuelche cazadores y recolectores) y su degeneración, por adoptar el ca- 95

ballo y dedicarse al saqueo de los pueblos y las estancias de la pampa. Este concepto
75
tiene sus orígenes en producciones intelectuales vinculadas a la construcción de
una narrativa nacional y, específicamente, en los aportes de los intelectuales orgá-
nicos del roquismo, como Estanislao Zeballos, para justificar la conquista militar
de los territorios de Pampa y Patagonia (Lenton, 1998). Estos aportes fueron intro- 25

ducidos en el pensamiento antropológico académico por investigadores como Sal-


5
vador Canals Frau, en la década del 1930, y desarrollados por Marcelo Bórmida y
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Milcíades Vignati (entre otros) en la década del 1960, siendo uno de sus expo-
11
nentes actuales el mismo Rodolfo Casamiquela.
Por su parte, Lazzari y Lenton (2000) señalan que la construcción de los arau-
canos como esencialmente “chilenos” se contradice con el criterio de “ius solis” que
propone la Constitución de 1853 para establecer la nacionalidad. La condición
alóctona inmodificable los construye en términos étnicos como alteridad indígena
externa y no forman parte del proceso de construcción de aboriginalidad preexis-
tente a la nación argentina y, por lo tanto, opera aún hoy como un poderoso argu-
mento para deslegitimar los reclamos de las organizaciones mapuche (Briones,
1999).
En el párrafo que citamos anteriormente, Casamiquela establece una conti-
nuidad entre los linajes locales (“amigos” que defendieron Patagones del ataque de
los “indios chilenos”) y los tehuelche originalmente argentinos. Según esta explica-
ción, la difusión de la cultura araucana llega a la provincia en el siglo XVII prove-
niente de Chile y de Neuquén. El cuadro de la construcción del territorio nacional
como preexistente al Estado mismo se completa aquí con la proyección de las fron-
teras interprovinciales dos siglos antes de la conquista efectiva de los territorios y
dos siglos y medio antes de su constitución como provincias. Neuquén y Río
Negro constituyen, en esta concepción, dos espacios diferenciados que recibieron
la difusión araucanizante en etapas, siendo Neuquén un territorio aculturado antes
y, por lo tanto, más profundamente.
A pesar de que esta construcción presenta una provincia poblada en el siglo
XVII no sólo por los tehuelches (los “originales”) sino por algunos araucanos (los
“recién llegados”), la campaña al desierto parece constituir un período de vacia-
miento poblacional y, por lo tanto, esa población anterior es presentada de un
modo desvinculado respecto de la población actual de la provincia. El autor dice
que después de 1885 se produjo un desbande hacia Chubut de las “auténticas”
tribus tehuelches cuyos “restos” se radicaron en diferentes lugares de la Patagonia.
Según esta teoría, en el territorio de Río Negro quedaron solamente algunas fami-
lias dispersas en Valcheta, Viedma y Conesa:
100

95

11 Lazzari y Lenton (2000) analizan las connotaciones políticas de esta noción y deconstruyen las
75
concepciones de cultura y sociedad que la sustentan, exponiendo el carácter difusionista y escencia-
lista de la argumentación y su imbricación con los fundamentos que dan basamento a la construc-
ción de la naturaleza de lo nacional. “En síntesis, los enunciados referentes a las entidades partici-
pantes de la ‘araucanización’ predican unidad, autenticidad y originalidad étnicas, semejantes a la
unidad, autenticidad y originalidad nacionales que se construyen en filigrana en los colectivos de 25
identificación y en el de las modalizaciones. Esta mímesis se revela necesaria para desarrollar este
discurso que supone la transformación superadora y la conservación, a la vez, de las particularida- 5
des de cada patrimonio cultural [op.cit.: 132].”
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 109

“Algunos individuos en los alrededores de la meseta de Somoncurá y sureste y


centro-sur de la provincia. En la misión del Limay, y a lo largo del Negro, prácti-
camente nada… Y habría que esperar a la venida de los grupos araucanizados del
sur de Buenos Aires (tribus de Catriel y Maicá), de la pampa central (Namucurá,
etcétera), del sur del Neuquén, y por fin -ya en este siglo- de toda una neo-migra-
ción araucana-chilena, para que el territorio adquiriera su fisonomía indígena
actual” [AA.VV., op. cit.:46].

A partir de la obra de sus intelectuales, Río Negro se presenta a sí misma como


una provincia sin “aborígenes” que fue repoblada después de la campaña por
“grupos” ya “araucanizados” (es decir, chilenizados) de otras provincias y de arau-
canos chilenos de corrientes migratorias aún más nuevas y, por lo tanto, más ex-
tranjeras. La siguiente cita de Casamiquela sintetiza esta posición:

“De una manera o de otra, los pobladores del ámbito rural de Río Negro, de origen
predominantemente aborigen en la primera capa del poblamiento, o sustrato, es-
taban todos identificados por un rasgo cultural fundamental: el de ser poseedores de
una economía de pastores nómadas o seminómadas […] Con estos antecedentes el
antropólogo, por lo menos, no esperaría que los cultivadores brotaran por generación
espontánea en el interior mesetario de la provincia… Ellos habrían de aparecer des-
pués en las porciones superior y media del río Negro, o en El Bolsón, y naturalmente
fueron europeos en mayor medida. No sucedió lo mismo en el valle inferior, en
donde el predomino de la mentalidad ganadera se mantuvo hasta prácticamente
nuestros días. Es explicable, claro […] en Bariloche, en fin, el poblamiento moderno
habría de hacerse a expensas de pioneros venidos de fuera, argentinos o europeos, y
ellos -a falta de un verdadero sustrato indígena, deshecho allí- fueron directamente
los ganaderos, en general grandes ganaderos. Después, razones ecológicas trajeron a
los suizos, a los alemanes procedentes de similares climas, beneficiarios de otras cul-
turas. Así se explica, a rasgos muy grandes, el mosaico racial y cultural que presenta
nuestra singular Provincia de Río Negro” [AA.VV., op. cit.:46-47].
100
La hipótesis de la relación entre las zonas y las subjetividades –que sostiene la
idea de que la provincia constituye un “mosaico racial y cultural”– es explicada por 95

Casamiquela a partir de un despoblamiento fundamental ocurrido en la campaña


75
del desierto (aquí con un particularmente poderoso efecto desertificador). Los ar-
gumentos complementarios tienen que ver con los condicionamientos naturales y
también con la composición étnica que resulta de las diferentes corrientes migrato-
rias que se ubican en cada zona, generando un mosaico. A partir de allí, es clara- 25

mente la estrategia económica desarrollada por cada una de las corrientes migrato-
rias –portadoras, a su vez, de una cultura específica– la que define el carácter de 5

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110 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

12
cada una de las zonas. No resulta extraño, entonces, que la construcción de lo in-
dígena a nivel provincial esté fuertemente situada en la zona de la Línea Sur y que se
plantee en términos de demandas de los “pequeños productores” de ganado lanar.
Otro de los resultados del proceso de construcción de subjetividades provinciales
es que la articulación económica se imponga sobre el clivaje étnico, partiendo de la
naturalización del mestizaje como forma progresiva de extinción de los indígenas y
de la consecuente construcción de la figura del “paisano” como protagonista prin-
cipal de las demandas. Es desde ese lugar legitimado que, paradójicamente, se arti-
culan agencias que apuntan al reconocimiento indígena:

“¿Por qué una Ley para los paisanos? Los españoles, al llegar a estas tierras, traían
consigo un sistema de vida diferente al que se practicaba aquí, pero sin tomar en
cuenta nada crea un sistema de documentación que daba la propiedad de las tie-
rras a quienes ellos elegían, que jamás fueron sus verdaderos dueños: los paisanos.
Aún hoy se sigue desplazando al paisano de su tierra, de sus derechos. Aún mucha
gente sigue pensando que el único destino de un paisano es ser peón rural y el de su
mujer, empleada doméstica. Es por todo esto que la Ley del indígena se hace abso-
lutamente necesaria para comenzar a solucionar algunas de las injusticias que
nuestros antepasados pusieron sobre los hombros del paisano.” [Gente de la tierra,
1990:2].

III. El debate legislativo


El estado rionegrino reconoce por primera vez que tiene población indígena en el
año 1987, cuando sanciona la “Ley Integral del Indígena” N° 2287, cuyo objetivo

12 El escenario social construido por el discurso hegemónico en la subregión Alto Valle está ca-
racterizado por el protagonismo de la figura del “chacarero” y la presencia claramente subalterna
del “paisano” o “peón”. En su etnografía de los chacareros, Ferreyra (2002) señala que la marcación
étnica de los paisanos como “indios” ocurre cuando se les atribuye conductas negativas en el traba-
jo de la chacra y que las diferencias entre chacareros y paisanos son explicadas por los chacareros en
términos de diferencia cultural. Por otra parte, la presencia chilena en la región es omitida por los 100
discursos oficiales. La autoadscripción en términos nacionales por parte de estos migrantes y sus hi-
jos emerge como resultado de una disputa con prácticas y discursos fuertemente discriminatorios y
95
su legitimidad se construye a partir de la inserción económica como trabajador frutícola (Trpin
2004) apelando, de este modo, a un argumento claramente “rionegrino” según la matriz que esta-
75
mos analizando. El protagonismo del chacarero es producido también por las representaciones ge-
neradas por los museos de la región, cuyo relato épico nombra a los primeros chacareros emigrados
de Europa con la categoría sufrida y gloriosa de “pionero”. Esta misma categoría es utilizada en
otras subregiones para colocar en el centro de la escena a otros actores siempre llegados de allende
los mares. Los indígenas en los museos del Alto Valle se colocan en un estadio primario anterior a la 25
llegada de los “pioneros”, enfatizando la idea de extinción y asimilación. En el museo de Gral. Roca
llama la atención que la figura de Aimé Painé, una referente mapuche que vivió a mediados del si- 5
glo XX, aparezca en la sala de “Primeros Pobladores” (Kropff N.d.).
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 111

central es la regularización de la propiedad de la tierra (aunque también incluye


acápites sobre “educación y cultura”, “seguridad social, el trabajo y la salud”, “vi-
vienda” y “comunicación social”). El antecedente legislativo más importante refe-
rente al tema de la propiedad de la tierra es la Ley N° 279 sancionada en 1962, que
considera como destinatarios de las políticas a los “ocupantes” de tierras fiscales,
“siempre que acrediten condiciones de moralidad, idoneidad y capacidad técni-
13
ca.”
En 1988 la Constitución Provincial también plantea un reconocimiento al “in-
dígena rionegrino como signo testimonial y de continuidad de la cultura aborigen
preexistente”. Entre la Ley 279 –que no considera a los pobladores de las tierras fis-
cales en términos étnicos, pero los construye como subalternos desde el momento
que les exige demostrar su moralidad, idoneidad y capacidad técnica– y la Consti-
tución de 1988 que lo hace explícitamente, sucedió a nivel provincial un proceso
político específico del que surgieron organizaciones y demandas indígenas que mo-
dificaron el discurso jurídico provincial, modificación cuyo hito fundamental fue
la Ley 2287 (sancionada en 1987 y promulgada en 1988).
Para contextualizar ese proceso es necesario describir brevemente la coyuntura
política del momento. Desde la provincialización de Río Negro, el partido en el go-
bierno ha sido la Unión Cívica Radical (UCR). Salvo el breve período peronista
14
entre 1973 y 1976, el gobierno se alternó entre radicales y militares. En 1975,
Miguel Hesayne es nombrado obispo de Viedma. Su gestión estuvo marcada por
una confrontación pública con el gobierno de facto. En particular se destacan las
cartas que el obispo enviara a Videla, defendiendo los Derechos Humanos y de-
nunciando los abusos del régimen. A partir del retorno democrático el obispado
comienza a desarrollar actividades en las áreas rurales, y allí es donde comienza el
15
período que analizaremos.
A mediados de los 80, en la coyuntura política del comienzo del gobierno de-
mocrático después de la dictadura, cobra un lugar central en la arena pública la
cuestión de la defensa de los derechos humanos en general y de las minorías margi-
13 Ley 279 artículo 3°: Serán instrumentos esenciales para la ejecución planificada de la política 100
de promoción agraria; F) facilitar a la mayor cantidad posible de actuales ocupantes de las tierras
fiscales, la obtención del título de propiedad, acordándoseles seguridad jurídica y expansiones que 95
garanticen su estabilidad y estimulen su trabajo e inversiones, siempre que acrediten condiciones
de moralidad, idoneidad y capacidad técnica.
75
14 El único intento de creación de un partido provincial tuvo su génesis entre los militares y no
prosperó.
15 Los 80 y 90 están marcados por las protestas de los empleados estatales, sobre todo por los sec-
tores involucrados en la educación y la salud. La privatización de los ferrocarriles deja a los produc- 25
tores de la Línea Sur con menos posibilidades de transportar la producción lanera. Por ende, la
aplicación de políticas neoliberales caracteriza el período cuando surgió más fuertemente la organi- 5
zación indígena en la provincia (Navarro Floria y Nicolletti 2001).
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nales en particular, dentro de las que se incluye a los indígenas. La gran nevada de
1984 generó la mortandad de muchos animales en las áreas rurales de la provincia y
puso en evidencia las condiciones precarias en las que vivía la gente, originando ac-
ciones organizativas tanto en el campo como en la ciudad (Kropff, 2001). En este
contexto, el obispado de Viedma lanza un plan de ayuda a los pequeños produc-
tores de la Línea Sur basado en la recuperación del ganado perdido durante la ne-
vada. Al mismo tiempo, hace efectivo un proyecto surgido de un funcionario del
gobierno, que consiste en crear un plan de promotores sociales que brindaría apoyo
16
técnico a los productores.
El Plan –para el que luego el Obispo Hesayne obtiene financiamiento interna-
cional de la organización católica alemana Misereor– recluta voluntades, apoyo y
personal en una convocatoria amplia. No sólo los curas párrocos de las diversas lo-
calidades de la Línea Sur se hacen cargo del proyecto y del Centro para el Desa-
rrollo de Comunidades (CEDEC), organización ligada a la Iglesia que llevaba a cabo
una tarea de promoción en la región desde el año 1975. La propuesta del Plan tiene
la capacidad de incorporar al recientemente creado Centro Mapuche Bariloche
17
(Gutiérrez, 2001:293).
Ante las demandas y la presión política de este movimiento, el gobierno provin-
cial responde con un proyecto de ley para regular la situación de la población indí-
gena. La propuesta original incluía la creación de un Consejo Asesor Aborigen con
delegados de los parajes nombrados por el gobierno. La gente, que ya estaba co-
menzando a organizarse en cooperativas a través del plan de promotores, logra im-
poner sus propios delegados, cambiando también el nombre del Consejo por el de
Consejo Asesor Indígena. El CAI surge entonces como organización indígena que,
18
sin embargo, también nuclea y representa a los pequeños productores 4 no aborí-
genes y está estrechamente vinculada al Obispo Hesayne (Mombello, 1991).

16 Según un ex consejero del CODECI proveniente del CAI, esta decisión del obispado impide la
entrada de ENDEPA en la provincia.
17 En su análisis del surgimiento del CAI, Fuentes (1999) otorga un papel protagónico al Partido 100

Intransigente que, a principios de los 80, estaba estrechamente vinculado al movimiento de defen-
sa de los Derechos Humanos en Bariloche. Según esta perspectiva, que surge de una investigación 95
de historia oral que retoma testimonios de activistas del Centro Mapuche Bariloche (CMB), el CMB
habría surgido de la apertura política del PI y “El CAI surgió como iniciativa de algunos integrantes 75
del Centro Mapuche que consideraban prioritario profundizar el rumbo de toda organización po-
pular en dirección a las luchas sociales más ambiciosas y, además, pretendía la formación de un
cuerpo de delegados rurales (op. cit.: 25).” Lo que estas diferentes interpretaciones permiten entre-
ver es que se trató de una organización que, efectivamente, logró nuclear con alto grado de protago- 25
nismo a diferentes sectores que hoy narran la historia reclamando agencia sobre su creación.
18 Por pequeños productores para esta zona se entiende a los que poseen menos de 1000 cabezas 5
de ganado.
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 113

Finalmente, luego de tres años de negociaciones, la ley 2287 se sanciona como


resultado de un proceso conflictivo entre el Estado, la iglesia y el CAI (Mombello,
op. cit., Gutiérrez, op. cit. y Menni, 1996). Luego de esta fuerte disputa en la que el
CAI se fortaleció como organización –recibiendo el respaldo tanto de partidos polí-
ticos como de sindicatos y organizaciones de derechos humanos, entre otras agru-
paciones– se logró que la ley incluyera la perspectiva de la organización. En la
misma ley se dispone la creación del Consejo de Desarrollo de las Comunidades
Indígenas (CODECI) que debe encargarse de ejecutar la ley y debe estar compuesto
por tres representantes del CAI y dos del poder ejecutivo provincial.
A pesar de la importancia que la 2287 otorga al problema de la tierra y la cla-
ridad con que define que la tierra ocupada por población indígena debe ser adjudi-
cada a sus ocupantes, nada se ha avanzado en este sentido y el debate legislativo
19
continúa. El objeto de este debate es regular el dominio de aproximadamente
cuatro millones de hectáreas de tierras fiscales ocupadas, en gran parte, por pobla-
dores con permisos precarios.
Hoy en día circulan cuatro proyectos de ley para la regularización de tierras fis-
cales en la legislatura de la provincia, correspondientes a los legisladores Bolonci
(PJ), Muñoz (Alianza: UCR), Jañez y Costa (PJ) y Barbeito y Giménez (Alianza:
UCR). Los dos primeros proyectos (Bolonci y Muñoz) se basan en la necesidad de
ajustar la legislación provincial a las nuevas disposiciones nacionales y tratados
internacionales con respecto a los derechos de los Pueblos Indígenas, mientras
que los otros dos (Jañez-Costa y Barbeito-Giménez) se preocupan por la situa-
ción indefinida de las tierras fiscales y por su administración racional, siendo,
20
quienes las ocupan, uno más de los problemas a resolver.
De acuerdo a estos diferentes objetivos, mientras que en los primeros dos pro-
yectos encontramos referencias a “Pueblos Indígenas”, “nuestros hermanos aborí-
genes”, “indígena rionegrino”, “cultura aborigen preexistente” e incluso “pueblo
Mapuche” y “comunidades mapuche”, en los otros solamente se hace referencia a
“tenedores y/o ocupantes de las tierras”, “habitantes” y “poblador rural”. En el caso
del proyecto de Barbeito y Giménez, se hace una referencia marginal a eventuales
“ocupaciones indígenas”. 100

95

75

19 “Capítulo III. De la propiedad de la tierra. Artículo 11: Dispónese la adjudicación en propie-


dad de la tierra cuya actual posesión detentan los pobladores y/o comunidades indígenas existentes
en la Provincia.” 25
20 El proyecto de Jañez y Costa apunta únicamente a la necesidad de municipalizar el manejo de
las tierras, respondiendo a una norma impuesta por la Constitución Provincial de 1988. En este 5
caso, el manejo “racional” pasa por la descentralización.
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114 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

A partir del marco del artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional, el pro-
21
yecto de Muñoz habla de “pueblo Mapuche”, de propiedad comunitaria, etc. Su
propuesta es adaptar la legislación orientada al “indígena argentino” al “indígena
rionegrino”. Retomando la ley provincial 2287, propone que el Consejo de Desa-
rrollo de las Comunidades Indígenas (CODECI) sea el órgano de aplicación de la
regularización.
El proyecto de Bolonci va más allá y no sólo cita la Constitución, las leyes nacio-
nales y la ley provincial, sino también los convenios internacionales sobre los dere-
chos de los pueblos indígenas. Realiza una encendida defensa del reconocimiento
adeudado a “nuestros hermanos aborígenes” en términos de “reparación histórica”
y sostiene que, para lograrlo, se debe articular el estado provincial con las organiza-
ciones indígenas. Incluso cita el Acta Acuerdo de la Coordinadora del Parlamento
del Pueblo Mapuche (que fuera refrendada por el decreto 310/00 del Poder Ejecu-
tivo Provincial), por la cual se cuestiona el proceso de titularizaciones individuales
en favor de la propiedad comunitaria. En su argumentación, Bolonci incluye varias
22
distinciones en la población afectada por el problema de tierras. Por un lado, dis-
tingue a la “población étnica mayoritaria” (aproximadamente un 82%, según Bo-
lonci) de los pobladores no indígenas con o sin título de propiedad. Por otro lado,
establece también una distinción entre población de reservas indígenas y “ocu-
pantes históricos” de tierras fiscales, haciendo referencia indirectamente a las dife-
rentes formas en que la población indígena fue radicada luego de la conquista mi-
litar del territorio.
El proyecto de Barbeito y Giménez, en cambio, supone criterios de racionalidad
vinculados al desarrollo económico “eficiente” amparados en la retórica ambienta-
23
lista. 9 Para conseguir resolver los problemas derivados del “uso irracional del re-
curso” es necesario, según estos legisladores, realizar la mensura, catastro y releva-

21 Define a las comunidades mapuche como “conjunto de familias que se reconozcan como ta- 100
les, con identidad, cultura y organización social propia, concentradas o dispersas, autóctonas o de
probada antigüedad de asentamiento en el territorio de la Provincia o cuyas formas de vida se ha- 95
llen regidas total o parcialmente por sus propias costumbres o tradiciones.” (art. 11) Basa su defini-
ción en la ley nacional 23.302 y provincial 2287.
75
22 Según Bolonci, el problema se basa, en parte, en que “hay 11 comunidades (reservas), distri-
buidas en una superficie aproximada de 380.000 has. y que sin embargo la ocupación desde siem-
pre por nuestros paisanos en la geografía provincial es de aproximadamente 4.000.000 has. fisca-
les”. 25
23 Es así que encontramos términos como “potencialidad agroforestal” y “agroindustrial”, “ex-
plotación racional”, “estabilidad socioeconómica”, “uso sostenido y sustentable” y “mantenimien- 5
to del recurso” para las “futuras generaciones”.
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 115

24
miento de las tierras, así como la resolución del problema de la propiedad. 0 En
este proyecto, el estado provincial aparece como perjudicado por la situación actual
que le impide cobrar los impuestos correspondientes a las tierras. Los pobladores,
“actuales y legítimos ocupantes”, también se presentan como perjudicados por el
hecho de que su status de tenencia les impide acceder a créditos y avances tecnoló-
25
gicos. 1 En la fundamentación ni siquiera se menciona a los indígenas, que sólo
aparecen en el artículo 7 y no en calidad de pueblo o comunidad sino como “ocu-
paciones indígenas”. De esta manera, se niega discursivamente toda agencia por
parte de los mapuches como sujetos activos y organizados. La cuestión indígena se
presenta como un problema totalmente marginal en el plan de regularización. La
cita textual dice: “En caso de titularizar ocupaciones indígenas estos [sic] se consi-
derarán con el Consejo Asesor Indígena”.
El proyecto de Barbeito y Giménez es el único que avanza proponiendo un Plan
Piloto a ser aplicado en la “región andina”, determinada en la Ley Forestal Provin-
cial como “Zona Forestal Andina”. Este Plan Piloto está fundamentado en un in-
forme que incluye, además de un mapa, costos de titularización según el área, re-
caudación actual y potencial para el estado provincial, y una propuesta de
distribución de ingresos en diferentes instancias de administración estatal. Te-
niendo en cuenta la trayectoria radical en la provincia y la composición de la legis-
latura (24 de los 42 legisladores son de la Alianza Concertación Para El Desa-
rrollo-UCR), es bastante probable que sea éste el proyecto que finalmente sea apro-
26
bado. Sin embargo, no deja de llamar la atención que esa decisión política aún no
haya sido tomada. Independientemente del proyecto legislativo que se apruebe, a
los efectos de reconstruir el discurso hegemónico provincial sobre la cuestión indí-
gena, nos interesa compararlos destacando tres puntos de contraste: la forma en
que es representado el rol del estado provincial, la forma en que es construida la al-
teridad indígena y los interlocutores que se consideran representativos de los indí-
genas.
Mientras que en el proyecto de Barbeito y Giménez el estado provincial aparece
como perjudicado por la situación, en el de Bolonci aparece como responsable en
cierta medida. Hay que entender el planteo del legislador justicialista en el con- 100

texto de una provincia históricamente radical para sopesar los efectos de este dis-
95
curso en términos de política legislativa efectiva. Por un lado, Bolonci critica las ac-
75
24 Dice textualmente: “[…] el fundamento vicioso de la baja rentabilidad sólo podrá romperse
en la medida en que se legitime la tenencia-propiedad de unidades de explotación racionales y via-
bles, con adopción de tecnologías apropiadas”.
25 De hecho, se propone subsidiar por parte del Estado a la población que acredite 15 años de an- 25
tigüedad y pobreza “justificada”.
26 Un dato que suma a favor de a esta hipótesis es que el legislador Barbeito es, hoy en día, minis- 5
tro del ejecutivo provincial.
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116 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

ciones de otorgamiento de permisos precarios de la Dirección de Tierras por


considerarlas “viciadas de nulidad e inconstitucionalidad” y, por otro, rescata el
acuerdo que el Ejecutivo Provincial habría hecho con el Banco Mundial para
contar con recursos para el proceso de regularización de tierras.
En cuanto a la construcción discursiva de alteridad, mientras que la Ley 2287
utiliza principalmente la categoría “indígena” (aunque incluye también la categoría
27
de “indio mapuche” y hasta la de “pueblo mapuche” 3) para definir a sus refe-
rentes, los proyectos de Muñoz y Bolonci incorporan otras categorías, como “abo-
rígenes” y “mapuche” (“comunidad”, “pueblo”, “ocupaciones”) sin eliminar la an-
terior. De esta manera constituyen discursos ricos en referencias intertextuales que
ponen en evidencia el dinámico proceso y el denso entramado de relaciones so-
ciales y representaciones que les dio origen. En este sentido, se destacan las referen-
cias a los debates jurídicos y políticos sobre la cuestión indígena a nivel nacional e
internacional además del provincial. En los otros dos proyectos el problema de la
tierra se presenta aislado de la compleja textura sociológica que se cita en los ante-
riores. En estos últimos, las referencias a eventuales “ocupantes” son marginales y,
en este sentido, vemos actualizado el discurso hegemónico provincial que coloca en
primer plano los condicionamientos naturales y subordina el poblamiento a esas
condiciones, negando toda agencia a los procesos sociales y políticos. Los pobla-
dores serían, como podría decir Casamiquela, recién llegados a la discusión.
La cuestión de los referentes que se consideran representativos en los diferentes
proyectos es particularmente contrastante, porque cada uno de ellos toma como re-
ferente a una organización distinta. Mientras Muñoz considera que la aplicación
del plan debe estar a cargo del CODECI, Bolonci cita el Acta Acuerdo de la Coordi-
nadora del Parlamento Mapuche de Río Negro y Barbeito y Giménez toman como
referente al Consejo Asesor Indígena. Para comprender esta diversidad de interlo-
cutores, es necesario continuar con la historización del proceso político.

IV. El movimiento indígena rionegrino desde mediados de la década de 1990


En los años 1995, 96 y 97, se va dando un proceso de división del CAI. Mientras
100
una rama rompe relaciones con el obispado, la línea que sigue vinculada al él (y a
fuentes de financiamiento como la Misereor) está compuesta en su mayor parte por 95
gente no mapuche que conforma la Federación de Cooperativas del Sur y trabaja
en la creación y soporte del Ente de Desarrollo de la Línea Sur (conformado por los 75

ejecutivos municipales de la región desde 1992). La otra línea del CAI continúa la
relación con el estado y en 1997 se integra a la Coordinadora del Parlamento Ma-
27 Capítulo I, Artículo 2: “[…] Se considera ‘indio mapuche’, a todo aquel individuo que, inde- 25
pendientemente de su lugar de residencia habitual se defina como tal, y sea reconocido por la fami-
lia, asentamiento o comunidad a la que pertenezca en virtud de los mecanismos que el pueblo ma- 5
puche instrumente para su reconocimiento.”
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puche de Río Negro (CODECI 2001) que incluye, además de delegados del CAI,
delegados de los Centros Mapuche urbanos y de comunidades rurales. En conse-
cuencia, el CAI ya no es la única organización representativa ante el estado, como
28
lo era en el primer momento.
A través de los comunicados de prensa del año 2000, se identifican tres líneas del
CAI: el CAI Atlántico, el CAI Línea Sur (vinculado al CODECI) y el CAI Zona
Andina. En el 2001, el CAI anuncia su ruptura con la Coordinadora del Parla-
mento y el CODECI (Comunicado de Prensa de septiembre de 2001 firmado por
delegados de “Zonas del Valle, de Viedma, de Ñorquinco, Andina y Sur”), órgano
al que critica por “su inacción e inoperancia” que resultan funcionales a las polí-
ticas de “usurpación” de “Territorio” (CAI 15/4/02). Sin embargo, no deja de
exigir la puesta en vigencia de la Ley 2287.
La multiplicidad de organizaciones mapuche que encontramos hoy en día en la
29
provincia es producto de un proceso complejo que se dio en las últimas dos dé-
cadas. Esta multiplicidad implica el entramado de objetivos y estrategias diferentes
con distintas posiciones ante agencias nacionales, internacionales, provinciales y
locales. No profundizaremos aquí en ese debate porque lo que nos interesa indagar
es de qué manera este proceso, que tuvo consecuencias en la arena jurídica, influye
en las formas hegemónicas de producción de sentido a nivel provincial. Para ello
analizaremos la construcción discursiva del estado provincial y de la alteridad indí-
gena en dos documentos: el convenio entre el CODECI, la Coordinadora del Parla-
mento del Pueblo Mapuche y el Poder Ejecutivo provincial del mes de noviembre
de 2000 y un documento de prensa del 18 de junio de 2003, donde el CAI establece
su posición ante los proyectos legislativos que citamos antes.
El convenio entre el Ministerio de Coordinación y el Ministerio de Gobierno
provincial, el CODECI y la Coordinadora establece que la situación jurídica, eco-
nómica y social de las tierras fiscales “ocupadas por Comunidades o familias Indí-

28 La situación de ruptura con el obispado genera la dependencia económica directa de la Coordi-


nadora con el estado provincial. Esta dependencia se pone de manifiesto en los graves problemas de
infraestructura que se producen cuando se intenta hacer frente a la aprobación de la ley de Fondo Fi- 100

duciario que establece que las tierras pueden ser utilizadas como respaldo por el Estado para pedir cré-
ditos (ley 3230, boletín oficial n° 3620, 29 de octubre de 1998). 95

29 Entre las organizaciones mapuche con visibilidad pública encontramos, por un lado, diferen-
75
tes comunidades y centros mapuche urbanos nucleados en la Coordinadora del Parlamento Mapu-
che de Río Negro y representados en el CODECI. La estructura actual de la Coordinadora se basa en
“mesitas” que corresponden a las diferentes “zonas” de la provincia. Por otro lado está el CAI que a
veces aparece como “CAI andino” en los comunicados de prensa. También trabajan con temas re-
lacionados a la cuestión indígena la Federación de Cooperativas y Ente de la Línea Sur. A esto se 25
debe sumar un movimiento mapuche urbano compuesto por jóvenes, que comenzó a ocupar la
arena pública a partir del año 2001 en Bariloche y Gral. Roca principalmente. La especificidad de 5
este movimiento está dada por un trabajo de base en comunicación y arte (Kropff 2004).
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genas” será analizada en conjunto entre las partes firmantes del convenio. De esta
manera, el Ejecutivo de la provincia se compromete a no innovar con respecto a la
situación de las tierras sin previa consulta. Asimismo, el CODECI es reconocido,
por este convenio, como órgano de aplicación de la Ley 2287 y la Coordinadora
como “instancia máxima de representatividad de las organizaciones indígenas de la
provincia de Río Negro”. Ambas instancias se consideran representativas del
“pueblo indígena”.
El convenio deja claro que las políticas que tienen que ver con las tierras fis-
cales habitadas por comunidades indígenas implementadas a través del CODECI
se complementan con políticas implementadas por otras instancias del ejecutivo
provincial como el Ministerio de Coordinación que está a cargo del proceso de
regularización y titularización de tierras fiscales. En definitiva, el estado provin-
cial es construido, en este documento, como una instancia abierta a la consulta y
a la elaboración conjunta de políticas con las organizaciones consideradas “repre-
sentativas” del “pueblo indígena” de Río Negro. En cuanto a los destinatarios de
estas políticas, el convenio nombra a los indígenas en plural (“comunidades”,
“pobladores” y “familias”) en su calidad de “pequeño(s) productor(es) y crian-
cero(s)”. Explicitando como una de sus preocupaciones fundamentales la de
“evitar las migraciones de estos pobladores a los centros urbanos”, afirma de esta
manera la condición rural de la población indígena.
En un documento de prensa del 18 de junio de 2003, el Consejo Asesor Indí-
gena sostiene que todos los proyectos legislativos se basan en el interés de “poner en
manos de las empresas privadas de ‘inversores’ extranjeros y nacionales, no sólo las
30
tierras sino todo lo que ellos llaman ‘recursos naturales’.” El cai se posiciona acti-
vamente en contra de estos proyectos, considerándolos como parte de una política
global; denuncia la alianza del estado provincial con estos intereses y su conducta
obsecuente con los lineamientos del Banco Mundial que posibilitan la entrada de
31
las grandes empresas terratenientes. En este marco, el codeci es incluido dentro
del Estado y definido como “su oficina para ‘indígenas’”. En el mismo comuni-
cado, el CAI se autodefine como “organización mapuche mayoritariamente cam-
pesina” perteneciente a un “Pueblo Originario”, que se posiciona junto al “pueblo 100

trabajador” que es víctima de una conquista en términos de despojo económico al


95
30 Y continúa: “Basta con leer en el último mes las declaraciones públicas de la Secretaria de Mine-
ría (Wagner) cuando acompaña a una empresa alemana interesada en la explotación petrolífera en su 75
recorrida por la meseta de Somoncura, área que fue solicitada por esta empresa.”
31 En este terreno, denuncia al estado provincial y a las ONG´s como generadores de proyectos
económicos que permiten la cooptación de organizaciones y dirigentes, con lo cual se neutraliza
toda oposición y resistencia. Como fundamento de su posición, el comunicado de prensa señala la 25
concordancia del decreto de regularización de Tierras de 2001, impulsado por el gobernador Vera-
ni, con los proyectos legislativos referidos, las declaraciones de representantes de la Secretaría de 5
Minería, el Proyecto Patagonia XXI y el Proyecto Provincias II.
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 119

igual que los mapuches. Se trata de una articulación étnica fuertemente entrelazada
32
con un posicionamiento de clase (geaprona, 2001).
Mientras en el convenio el estado provincial aparece como una instancia abierta
a la consulta y a la colaboración con las organizaciones indígenas, en el comunicado
del CAI se lo presenta como obsecuente a los intereses de las transnacionales y de los
terratenientes, definiendo estos espacios de consulta como parte de una estrategia
de “cooptación” de dirigentes.
En cuanto a la construcción de la alteridad indígena, en el convenio resulta sig-
nificativa la ausencia de referencias a lo “mapuche” en favor de la utilización de la
categoría “indígena”. Si bien la Coordinadora utiliza la categoría “mapuche” en
otros documentos (incluyendo frases y palabras en mapuzugun como la fórmula de
cierre utilizada por casi todas las organizaciones mapuche: “Marici weu!!!”), no lo
hace en el marco de este convenio de negociación con el estado provincial, lo cual
es un indicio de los términos hegemónicos en la arena de disputa institucional.
También resulta significativa, en el convenio, la referencia a la idea de “pueblo”
cuando se define a las organizaciones representativas, mientras que los destinatarios
son definidos en plural, dando una idea de atomización que contrasta con la orga-
nicidad con la que se presentan las organizaciones. A través de esta construcción
discursiva se refuerza la naturalización y legitimidad de la representatividad.
A través de la utilización de categorías como “Pueblo Originario” y “mapuche”
y de palabras y frases en mapuzugun en sus documentos públicos, el CAI se enmarca
en la producción discursiva del movimiento indígena de la década de 1990 en Lati-
noamérica y, en particular, del activismo político cultural mapuche (Briones,
1999). Esto se manifiesta también en la ausencia, en sus comunicados públicos del
2000, de categorías como “paisano” que fueran tan significativas en sus primeras
producciones. Sin embargo, la articulación entre las identificaciones étnica y de
clase, lejos de abandonarse, se reformula discursivamente a través de la combina-
ción de fórmulas relacionadas a la demanda mapuche con fragmentos que pro-
33
vienen del discurso sindical. Paralelamente, se re-centran conceptos mapuche que
son definidos de manera diferente en otras provincias cuya demanda principal no
es la regularización dominial, sea que se equipare el concepto de Wallmapu con la 100

noción de “tierra” en tanto un espacio geográfico concreto que se encuentra en


34 95
disputa, o el de newen con “la organización y la lucha”.
75
32 Este planteo se concreta en estrategias políticas que pasan por la articulación con organizacio-
nes campesinas de Argentina y latinoamérica (Valverde 2001).
33 Como por ejemplo cuando se afirma “El Wallmapu no se vende, se defiende!! MARICI WEU!!
(diez veces estamos vivos, diez veces venceremos)” [CAI 13-7-01]. 25
34 “Desde la Comunidad Kom Kiñe Mu y el CAI estamos decididos a seguir siendo lo que somos
y eso significa no entregar nuestro Wall Mapu. Los Mapuche contamos con nuestro newen (fuer- 5
za), que es la Organización y la lucha. Nuestro Rakizuam (pensamiento) y nuestras decisiones en
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120 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

Palabras finales
En este capítulo presentamos diferentes discursos que disputan la representación
de lo indígena en la provincia de Río Negro. Por un lado, presentamos los docu-
mentos oficiales de la casa de la provincia y la voz de algunos intelectuales. Por
otro lado, introdujimos el debate legislativo sobre el problema de la propiedad de
la tierra y, por último, presentamos documentos firmados por tres instancias or-
ganizativas mapuche: el CODECI, la Coordinadora y el CAI. Para cerrar este aná-
lisis, retomaremos tres ejes que atraviesan estos discursos: la zonificación, la defi-
nición de la población indígena a partir del eje económico y su circunscripción
geográfica al ámbito rural de la Línea Sur. Luego dejaremos planteadas dos discu-
siones que nos parecen significativas: la cuestión de las categorías que construyen
aboriginalidad y el problema de la representatividad.
El principio determinista del aislamiento geográfico se puede observar en los
documentos oficiales y la producción de los intelectuales a partir de la estricta dis-
tribución de la población en zonas. Este aislamiento se fundamenta a partir de las
características naturales que, combinadas con las características culturales intrín-
secas de las corrientes migratorias que se asientan en cada zona, acaban produ-
ciendo sistemas económicos diferentes. Estos documentos no reconocen grupos
humanos preexistentes que tengan continuidad en el presente, ya que la conquista
militar parece haber tenido un efecto “desertificador”. Luego llegaron diversas co-
rrientes migratorias que se pueden clasificar entre extranjeros deseables y extran-
jeros indeseables. Entre los deseables, se encuentran las corrientes europeas que se
caracterizan por su potencial de trabajo. Entre los indeseables se encuentran los
chilenos que quedan circunscriptos al área cordillerana. También los indígenas
acaban siendo, en el relato, extranjeros indeseables debido a la atribución de chile-
nidad (mediada por neuquinidad en algunos casos). Los “verdaderos indios argen-
tinos” fueron desplazados por los “indios chilenos”, haciendo que la provincia se
“extranjerice” completamente.
Aunque la Ley 2287 y los proyectos legislativos refieren a “tierras fiscales” sin
circunscribirlas a subregiones, en el proyecto de Barbeito y Giménez el mapa del
100
plan piloto corresponde a la “Zona Andina” y en el de Bolonci se menciona úni-
camente parajes y entidades de administración de la “Región Sur”. En cuanto a 95
las organizaciones, la zonificación se ve reproducida en diferentes momentos de
la historia política del CAI con sus diferentes “zonas”: Atlántica, Línea Sur, 75

Andina y Valle. También la Coordinadora funciona en el presente con mesas que


representan esas mismas zonas, a pesar de que haya tenido, en su conformación,
25

los Traum (asambleas), nos unen en ese camino que, desde hace tiempo, construimos junto a tan- 5
tos otros explotados y marginados de este sistema que nos imponen (CAI Zona Andina 29/7/00).”
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro 121

un énfasis de tipo sociológico al estructurarse en base a representantes de centros


mapuche urbanos, de comunidades y del CAI.
En el eje económico, los indígenas son definidos en los documentos oficiales
por su influencia negativa sobre el ser nacional-provincial y, por oposición a los
inmigrantes, como gente que carece de “cultura” y conocimientos generales
para aplicar las tecnologías que los inmigrantes sí supieron aplicar. De esta ma-
nera se demuestra que son agentes de su propia marginación así como lo fueron
de su reclusión en reserva. La presencia de los extranjeros deseables en las zonas
más productivas, como el valle y la cordillera, y la circunscripción de los indí-
genas a las tierras más pobres y marginadas, aparece solamente enunciada y
nunca cuestionada o explicada en esos materiales. Los burócratas no problema-
tizan que en la zona sur sea “todo oveja… todo polvareda” ni relacionan esto
con la política nacional de reemplazar a los “indígenas bárbaros” por “inmi-
grantes trabajadores”. En esta operación, los indígenas son homogeneizados y
“blanqueados” (Briones, 1998a) en una amalgama que liga mestizaje y margi-
nalidad (“todos viven parecido”) mientras que los europeos son caracterizados a
partir de la diversidad.
La inquietud de la Casa de la Provincia de Río Negro en Buenos Aires se con-
centra, aparentemente, en el turismo. Ninguna de las otras “secciones” se en-
contraba tan ordenada y prolija ni contaba con materiales actualizados. La pro-
vincia se presenta como un producto turístico que coloca a los indígenas en el
patio trasero; en el espacio oculto a los ojos de las visitas que esperan su choco-
late caliente junto a los esquíes. En los comentarios de la encargada del área de
turismo subyace la idea de que, dada las condiciones actuales, los indígenas no
tienen el nivel adecuado para ser exhibidos junto a los paisajes, “chocolate,
dulces, trucha ahumada, alimentos artesanales, velas y jabones” que se llevan
los viajeros como souvenir. No obstante, sugiere que “habría que prepararlo”
–es decir, producirlo como show de “objetos exóticos”– una exhibición en la
que la iniciativa indígena parecería no estar contemplada.
En el debate legislativo, la inclusión de la cuestión indígena dentro de la proble-
mática del “pequeño productor” que “ocupa” tierras fiscales es clara. No hay legis- 100

lación provincial que tome como destinataria a la subjetividad indígena que no esté
95
vinculada al problema de la tierra. Río Negro, a diferencia de Chubut y Neuquén,
presenta un cuadro en el que dos organizaciones distintas se centran en el mismo 75
35
objetivo principal: la regularización de la propiedad de la tierra. Si bien la Coordi-
nadora del Parlamento Mapuche de Río Negro trabaja también en el proyecto pro-
vincial de educación bilingüe y participa del debate del censo indígena nacional,
25
35 En Neuquén, por ejemplo, la demanda mapuche incluye reivindicaciones diversas entre las
que se encuentran los problemas de tierras, pero también –fuertemente enfatizadas por el discurso 5
público de las organizaciones– demandas en el campo de la justicia y la educación.
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122 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

sigue siendo la cuestión de la tierra –que fue el fundamento principal de su crea-


ción (Informe CODECI, 2001)– el objetivo básico de las políticas que implementa
a través del CODECI y cuyo destinatario es el “pequeño productor y criancero”
(Gob. de Río Negro 2000). En cuanto al CAI, desde el momento en que se presenta
como organización mapuche-campesina, la base económica del planteo es explí-
cita. Esto se complementa con las constantes afirmaciones sobre la articulación de
clase trabajadora del pueblo mapuche.
La circunscripción geográfica de la presencia mapuche se advierte, en los dis-
cursos oficiales que hemos analizado, en la localización de los indígenas estricta-
mente en la Línea Sur, sin considerar su presencia en otras zonas. Se trata, también,
de una circunscripción rural, ya que no se toma en cuenta la presencia mapuche ur-
bana. Esta distribución forma parte de un discurso que entrelaza localización y
mestizaje, una unidad en la que la “mezcla” es leída como “extinción” debida a la
pérdida o desaparición de la “pureza racial”. Si relacionamos esta posición con el
estilo rionegrino de construcción de subjetividades a partir del sustrato material, es
decir, de la inserción económica, no resulta extraño que los reclamos de las organi-
zaciones indígenas se articulen con los reclamos de los pobladores rurales de la
36
zona. Sin embargo encontramos un principio de cuestionamiento a esta circuns-
cripción en el hecho de que, tanto la Coordinadora como el CAI, tengan (o hayan
tenido en su historia) representantes de otras zonas: Valle, Zona Andina y Zona
37
Atlántica. Entonces, aunque el activismo se oriente a la problemática de la Línea
Sur, la conformación de las organizaciones denota presencia mapuche en zonas
que, según el discurso oficial, carecen de población indígena.
Como producto del proceso rionegrino de construcción de aboriginalidad a
partir de la naturalización del mestizaje, la categoría de “paisano” es el primer es-
pacio legitimado para presentar demandas marcadas étnicamente en la arena jurí-
dica provincial a mediados de la década de 1980. Como producto del debate de la
ley 2287 del que participaron el Estado, la iglesia y el CAI, la categoría “indígena” se

36 No debemos dejar de tener en cuenta que, a lo largo de su historia, algunas organizaciones in-
tentaron estrategias que se despegaban de esta articulación. Entre ellas se destaca la participación 100

del Centro Mapuche Bariloche (que ahora forma parte de la Coordinadora del Parlamento Mapu-
che de Río Negro) en la experiencia de la Tayiñ Kiñe Getuan (para volver a ser uno), un intento po- 95
lítico de coordinar organizaciones en base a su pertenencia mapuche que reunió, entre 1992 y
1995, organizaciones de Neuquén y Río Negro (Briones, 1999). 75

37 Los grupos de jóvenes mapuche que surgieron a partir del año 2000 en Bariloche y Gral. Roca
no reproducen estructuras zonificadas en su funcionamiento. De hecho tampoco reproducen una
estructura provincializada, ya que tienen fluidos intercambios y proyectos en común con organiza-
ciones de Chubut, Neuquén e incluso Temuco. En cuanto a la ruralización de la demanda, estos 25
grupos no sólo plantean la legitimidad de la presencia mapuche urbana, sino la situación urbana
como un objeto específico de activismo. En este sentido resultan planteos innovadores con respec- 5
to al discurso de las organizaciones de la provincia (Cañuqueo 2003; Kropff 2004).
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impone sobre la de “aborigen” propuesta inicialmente por el gobierno (Mombello,


op. cit.). En consecuencia, ambas categorías, “indígena” y “paisano”, coexisten en
los primeros documentos del CAI. Los debates sobre los derechos indígenas en La-
tinoamérica y Argentina en los 90, además del activismo político cultural de las or-
ganizaciones mapuche, introduce las categorías de “Pueblo Originario” y “Pueblo
Mapuche” (que conforman un campo semántico con las categorías de “comu-
nidad”, “territorio”, “reparación histórica”, “preexistencia”, etc.), además de pala-
bras y frases formulaicas en mapuzugun y castellano. Ninguna categoría es elimi-
nada de los discursos públicos, ya sean legislativos o políticos, sino que se
superponen generando discursos densos en referencias intertextuales que otorgan
38
especificidad a la discusión de la cuestión indígena en la provincia.
Asimismo, los diferentes momentos del debate legislativo llevaron a reconocer
distintos referentes representativos del “indígena rionegrino”. En la Ley 2287
queda claro que la organización considerada representativa es el Consejo Asesor
Indígena, mientras que en los proyectos que se encuentran en la legislatura se reco-
noce al CODECI (Muñoz), a la Coordinadora del Parlamento Mapuche (Bolonci)
y al CAI (Barbeito y Giménez), dando cuenta de distintos momentos del proceso de
negociación-confrontación entre los mapuche y el estado rionegrino. En todo caso
queda claro que, mientras la Coordinadora apuesta a los espacios de cogobierno
que han sido creados a lo largo de esta disputa, el CAI –en su evolución– opta por la
confrontación. Esta superposición desordenada de categorías que refieren intertex-
tualmente al proceso político a través del cual se instaló la cuestión indígena en el
debate provincial se complementa, entonces, con la superposición de instancias
consideradas representativas, haciendo estallar el ordenado “mosaico racial y cul-
tural” a través de múltiples vías de negociación y argumentación. Es a través de
estas vías que las grandes resoluciones –como la política de tierras– quedan estan-
cadas, a la vez que proliferan escenarios y actores que pugnan por obtener dife-
rentes reivindicaciones menores orientadas a la resolución de conflictos puntuales,
ya sea–entre otras–la resolución jurídica de disputas territoriales llevadas adelante
por el CAI, o la constitución y reconocimiento de comunidades con personería ju-
rídica impulsada por la Coordinadora. Las razones por las cuales se produce esta di- 100

námica particular quedan para ser exploradas a futuro.


95

Fuentes utilizadas 75

AA.VV. 1974. Historia de Río Negro. REY, Héctor Daniel y VIDAL, Luis (comps.). Viedma,
Gobierno de Río Negro, Ministerio de Asuntos Sociales, Consejo Provincial de Educa-
ción y Centro de Investigaciones Científicas.
25
38 A esto se suman categorías nuevas que dan cuenta de procesos recientes vinculados a la legiti-
mación de la presencia mapuche urbana: “mapurbe”, “wariache” y “mapunky”, entre otras. (Cañu- 5
queo op. cit.; Kropff op. cit.).
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124 Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

CAÑUQUEO, Lorena. 2003. Inche mapuche ngen. Azkintuwe Periódico Mapuche, Kolektivo
periodístico Azkintuwe (eds.), Temuco, Octubre, 1:19-20.

Casa de la Provincia de Río Negro


1994. Informe del Área de Información General:2-11.

Consejo Asesor Indígena


13/7/01 Comunicado de prensa
15/4/02 Comunicado de prensa
18/6/03 Documento de prensa

Consejo Asesor Indígena zona Andina


29/7/00 Comunicado de prensa
Consejo de Desarrollo de las Comunidades Indígenas de la Provincia de Río Negro, 2001.
Síntesis de los hechos más sobresalientes desde la puesta en marcha del Consejo de Desa-
rrollo de las Comunidades Indígenas de la Provincia de Río Negro, Informe 7/9.

Gente de la tierra
1990. Gente de la tierra. Órgano oficial de la comisión para el estudio del problema indígena
compuesta por cinco legisladores y Consejo Asesor Indígena, Legislatura de Río Negro 1
(1), noviembre.

Gobierno de la Provincia de Río Negro


1998. Ley 3230, Boletín Oficial N° 3620, 29 de octubre.
2000. Convenio entre el Ministerio de Gobierno, el Ministerio de Coordinación, la Secre-
taría de Planificación de Políticas Públicas, el CODECI y representantes de la Coordina-
dora del Parlamento del Pueblo Mapuche, noviembre.

100

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75

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Capítulo 5:

La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía


y alteridad en una provincia joven
1
Laura Mombello

A diferencia de otras provincias como Salta y San Juan, en Neuquén la confor-


mación de la identidad local no es un proceso de tan larga data. Sus anteceden-
tes no obstante deben al menos rastrearse hasta la etapa territoriana. Lo interesante
es que, más allá de las continuidades y resignificaciones a ser relevadas en esa con-
formación a partir del estudio de su devenir histórico, aparece una fuerte impronta
fundacional en los relatos de la neuquinidad esgrimidos por distintos actores socia-
les. Efectivamente, los actores locales re-presentan a Neuquén como una provincia
joven en un doble sentido, de modo que sus representaciones se apoyan, por un
2
lado, en la tardía provincialización producida en 1955 y, por el otro, en un proce-
so demográfico caracterizado como dinámico, tanto por el crecimiento como por
3
la composición de la población. Así, en las narrativas de la neuquinidad tienden a
establecerse rupturas con el pasado inmediato, más que continuidades. Se generan
por tanto relatos de identidad que, anclándose en hechos históricos concretos
–como el de la provincialización, por ejemplo– se pretenden fundacionales de una
forma de ser. Al mismo tiempo, la referencia al mundo mapuche como herencia de
origen es parte constitutiva y fundamental de estos relatos fundacionales de iden-
tidad provinciana.
Pero es en la referencia local a la “mística neuquina” donde estos relatos funda-
cionales de la identidad aparecen sedimentados. Esta idea de existencia de una
4
“mística neuquina” que está extendida en la trama sociopolítica local se activa a
1 Núcleo de Estudios de la Memoria del IDES.
2 Neuquén pasa a integrarse a la república como “una provincia más” el 15 de junio de 1955, 100
mediante la ley 14.308. Para conocer el proceso de provincialización y los antecedentes de la etapa
territoriana puede consultarse Bandieri y otros (1993). 95
3 Para tener un parámetro, el crecimiento demográfico anual entre 1980 y 1991 alcanzó en
Neuquén el 45 por mil, mientras que la tasa de crecimiento anual del país para el mismo período 75
fue del 15 por mil (Colantuono, 1995). Según los datos del censo de 1991, el 47 por ciento de la
población es menor de 20 años y el 71 por ciento menor de 35 años (Dirección Provincial de Esta-
dísticas y Censos, Anuario 1991).
4 La “mística neuquina” es un concepto emic ampliamente utilizado por los actores sociales de la 25
provincia, que inclusive se ha hecho extensivo al sentido común. Favaro, en su artículo referido a la
historia política neuquina, da cuenta de cómo a partir de la profundización del discurso federalista del 5

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partir de la recomposición de elementos diversos a los que se le otorga dispar pro-


fundidad histórica, tales como los recuperados del mundo mapuche, del mundo
inmigrante de principio del siglo XX (los “pioneros”), los relacionados al descubri-
miento y explotación del petróleo, o a una activa participación ciudadana a favor
de los derechos humanos –participación constituida como un importante ele-
mento de la tradición local-. De acuerdo a los grupos y a las coyunturas, estos ele-
mentos son reordenados configurándose nuevas significaciones. Así, es la novedad
del ordenamiento más que los elementos en sí lo que produce un efecto de “funda-
ción” que opera de modo diferenciado de acuerdo al actor social de que se trate.
Lo que en este capítulo nos interesa mostrar es que, esas diversas ideas de “mís-
tica neuquina” y los mapas de alteridad que supone condensan marcas de iden-
tidad, de origen y de originalidad que hacen que los distintos actores que inter-
vienen en la arena política local expresen sus desacuerdos en torno a disputas sobre
cuáles son las marcas de identidad legítimas, dónde ubicar la determinación y sig-
nificación del origen, y cómo se expresan los “auténticos” rasgos de originalidad.
Nos interesa no obstante también mostrar que, a la hora de la auto-definición y
auto-proyección por parte de amplios sectores sociales que no intervienen activa-
mente y de forma orgánica en las distintas agrupaciones políticas locales, las apro-
piaciones y reordenamientos de las marcas y los relatos maestros que articulan per-
tenencia, territorio y modos de acción colectiva suelen ser complejos y eclécticos.
Los modos de auto-identificación y participación considerados legítimos por
parte de estos otros sectores sociales se ponen de manifiesto en el espacio público en
momentos de crisis en los que se activa la “mística neuquina” y se reponen mapas
de alteridad. Es en momentos de emergencia de la acción colectiva cuando se hace
explícita la compleja trama semiótico-política que da entidad a la especificidad de
lo local.
Proponemos entonces, desentramar esta urdimbre semiótico-política a partir de
un doble movimiento analítico que nos lleva a recorrer primero algunos de los pro-
cesos político-institucionales implicados en la conformación local de hegemonía,
para analizar luego la Pueblada de Cutral Co, momento crítico y paradigmático
para entender tanto los límites de esa hegemonía como las múltiples y diversas 100

formas en que se pueden concebir y jugar las pertenencias. En definitiva, apun-


95
tamos a comprender cómo se enhebra en estos procesos la construcción de provin-
cianía y alteridad de la cual –argumentamos– la propuesta contra-hegemónica 75
también es constitutiva.

25

Movimiento Popular Neuquino, “se articularon los rasgos básicos de la llamada ‘mística neuquina’, 5
asegurando las legitimaciones regulativas de la organización social de este espacio (1999: 24).”
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La “mística neuquina” 127

I. De asentamiento petrolero a “la cuna del dinosaurio más grande del mundo”
Las ciudades de Plaza Huincul y Cutral Co se encuentran en la zona centro de la
provincia de Neuquén, a unos 100 km. de la ciudad capital. Estas localidades con-
tiguas, separadas por una calle, conforman un solo conglomerado urbano, aunque
jurisdiccionalmente se trata de dos localidades diferentes, cada una con su munici-
pio. En el ingreso a la ciudad de Plaza Huincul (la primera en aparecer sobre la ruta
yendo desde la ciudad de Neuquén), hay una pequeña rotonda donde se encuentra
emplazado el escudo distintivo de la ciudad. En su iconografía se observan referen-
cias a la extracción petrolera, signo indicativo por excelencia del origen de estas ciu-
dades asentadas en la meseta patagónica. Además, sobre uno de los márgenes se eri-
gen a modo de monumentos una torre de sondeo y una bomba inyectora (a la que
vulgarmente se denomina cigüeña). Continuando el camino hacia Cutral Co, la
entrada a esta ciudad está indicada mediante un monumento que representa a los
trabajadores del petróleo trabajando a los pies de una torre de sondeo.
Agregados a estas marcas de origen, se encuentran otros monumentos de he-
chura más reciente, muñecos que representan dinosaurios. Así, del mismo margen
en que se encuentra la torre emplazada en el ingreso a Plaza Huincul, unos metros
antes, se halla un dinosaurio de cuello largo, representado a tamaño natural, hecho
de una estructura metálica. Alrededor del escudo se ubican unas figuras de tamaño
mediano, que representan a dinosaurios de distinto tipo. En el puesto de informa-
ción turística, también ubicado en el ingreso a la ciudad, se le ofrece al visitante una
serie de folletos en los que se presenta al lugar como “la cuna del dinosaurio más
grande del mundo”. En esos materiales se muestran dibujos varios y a todo color de
los famosos y atractivos animales prehistóricos; ya dentro del folleto y a manera de
complemento, se ofrecen algunas fotografías viradas al sepia en las que se muestran
íconos del mundo petrolero: torres, cigüeñas, pozos, barrios petroleros. Sugestiva-
mente, la aparición de los dinosaurios como protagonistas de la escena local y
nueva marca identitaria coincide con la desestructuración de la vida de estas ciu-
dades como comarcas petroleras, producto de la privatización de la empresa estatal
Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), llevada a cabo durante los años 1991 y
100
1992. La representación de la vida petrolera, tal como es presentada por los fo-
lletos, aparece efectivamente anclada en un pasado al que solamente se puede “con- 95
servar” como a una pieza de museo. La razón de ser de Plaza Huincul y Cutral Co
puesta en jaque por las implicancias del proceso de privatización intenta ser sutu- 75

rada a partir de la recuperación de la vida simbólica y económica de la zona, ahora


explotando a los dinosaurios como recurso natural, con fines tanto turísticos como
identitarios. Paradójicamente, la recuperación de los restos de los dinosaurios defi- 25
nitivamente extintos busca inyectar “vida” en lugares que agonizan como pueblos
5

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128 Laura Mombello

petroleros, a pesar de que la explotación del recurso se encuentra en pleno desa-


rrollo.
El traspaso de la empresa nacional a manos privadas coincidió en Neuquén con
el primer gobierno del Sr. Jorge Sobisch, quien a fines de los 80 fundara una línea
interna (denominada “línea blanca”) en el partido provincial de sostenida inci-
dencia en la vida provincial: el Movimiento Popular Neuquino (MPN). La “línea
blanca” vino así a quebrar la hegemonía que, desde que comenzó la puja de inte-
reses al interior del partido, se constituyó como “línea amarilla” en torno a la fa-
milia Sapag, gravitante en la vida política desde los inicios de Neuquén como pro-
vincia y principal referente político del partido y la provincia a lo largo de los
5
treinta y cinco años de vida institucional. Es que el MPN dirigió los destinos del
Estado provincial, prácticamente de sus inicios y hasta la actualidad, casi sin inte-
6
rrupciones. En todo caso, la ausencia de una alternativa política y de la conforma-
ción de una oposición significativa dan cuenta del peculiar proceso de construc-
ción local de hegemonía, en el que el Estado y el partido se encuentran fuertemente
imbricados.
Así, la propuesta que impulsó en su momento de aparición de la “línea blanca”
–y que logró crear un consenso importante tanto hacia adentro como hacia fuera
del partido– estaba fuertemente basada en horizontalizar y democratizar al MPN.
Se presentaba como alternativa al “caudillismo” que se reputaba como propio de la
forma sapagista de hacer política. Se trataba también de plantear a la línea blanca
como “moderna”, frente a la política tradicional de la línea amarilla, a la que se acu-
saba de “antigua” y “obsoleta”. Esa propuesta de modernidad se tradujo, durante el
primer gobierno sobischista (1991-1995), en un modelo de gestión ajustado al im-
pulso político-económico neoliberal que dominó en la Argentina de los 90, de
modo que la gestión apoyó la política de privatizaciones y se alineó con el mene-
mismo.
De la mano de la línea blanca, el MPN se distanció del discurso histórico del par-
tido provincial, fuertemente anclado en el federalismo, la autonomía y la defensa
de los intereses locales sobre los recursos naturales. Estos ejes de construcción polí-
tico-identitaria, comenzaron a ser gravitantes a partir de los años 60, cuando los re- 100

clamos al gobierno nacional por la explotación de los recursos naturales se con-


95
virtió en una de las dimensiones narrativas en la que apareció fuertemente la
referencia al “nosotros” neuquino. Por aquellos años, los diputados locales, por 75
ejemplo, expresaban argumentos como el siguiente:

5 Sobre la influencia de la familia Sapag en la política provinciana y la consolidación del partido 25


provincial, puede consultarse Favaro (1999).
6 Salvo un primer gobierno radical (1958) y las interrupciones propias de las distintas dictaduras 5
que atraviesan la historia argentina del siglo XX.
0

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La “mística neuquina” 129

“Durante setenta años, los neuquinos, extranjeros en la propia patria, sin derechos
cívicos, ni representantes en el Congreso, quedamos postergados en el concierto na-
cional. La República está en deuda con nuestra Provincia, que la ha suministrado
por largos años y sigue haciéndolo, ahorro de divisas, por el abastecimiento de pe-
tróleo, gas y materias primas exportables como lana, cuero, frutas y minerales. No
ha recibido, en cambio, ninguna de las obras fundamentales para su desarrollo;
solo la herencia de vivir pobres en una tierra rica” (Diario de Sesiones, 1963,
tomo I, p.2.).

Así, desde el discurso oficial, la explotación de los recursos naturales –especial-


mente del petróleo– trascendió la dimensión estrictamente económica y pasó a
ubicar un lugar de privilegio en la construcción identitaria. La cigüeña y la torre de-
venidas en monumentos colocados en plazas y escuelas aparecerán como emblemas
del progreso, del bienestar y de la lucha por la defensa de lo “nuestro” frente al
Estado Nacional. Estas representaciones se irán encarnando, objetivando y resigni-
ficando en los discursos proferidos históricamente por el MPN que, desde su fuerte
apelación a la autonomía y al federalismo, condenaba el centralismo de Buenos
Aires.
Ahora bien, aunque la lucha por la defensa de los intereses provinciales sobre los
recursos naturales fue uno de los ejes de sentido que, con una importante fuerza
simbólica, ayudaron a visualizar la peculiaridad del MPN, lo cierto es que las activi-
dades extractivas comenzaron en la etapa territoriana. Un 29 de octubre de 1918
surgió petróleo por primera vez en lo que hoy es el tejido de la ciudad de Plaza
Huincul. El lugar de afloración fue denominado “Pozo Nº1”. A su alrededor fue
construido el Barrio Uno. Ambos– Pozo y Barrio– se erigirán como el emblema del
progreso y la prosperidad en medio de un paisaje dominado por la aridez, el frío y el
viento.
Cuando fueron iniciadas las explotaciones petrolíferas en la zona, nació la
ciudad de Plaza Huincul. La cantidad de gente que arribaba a la región por la oferta
de trabajo y las posibilidades de prosperidad económica llevó a la ciudad a crecer lo
suficiente como para que, 15 años más tarde, tal crecimiento poblacional diera 100

origen a la ciudad de Cutral Co, llamada por los pobladores de entonces cotidiana-
95
mente como “Pueblo Nuevo”. Cutral Co y Plaza Huincul crecieron como ciu-
dades gemelas y desarrollaron no solo su vida económica sino también su vida polí- 75
tica, social y cultural en el marco de la explotación petrolera, que le otorgaba
sentido a su existencia. Los centros educativos y sanitarios, las proveedurías y ta-
lleres, la actividad del comercio y la industria estaban asociadas directa e indirecta-
mente al petróleo. 25

Junto al bienestar y la organización social se destacó la organización política de


5
los habitantes del lugar. Felipe Sapag –primer intendente de Cutral Co– gobernó la
0

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ciudad desde 1945 hasta 1955, coincidiendo con el segundo gobierno de Perón a
nivel nacional. Durante los últimos años de su gestión (entre 1953 y 1955), la
ciudad pasó a llamarse “Eva Perón”. Con la caída del gobierno peronista y la pros-
cripción del partido, se retomó la denominación “Cutral Co” y comenzó a organi-
zarse allí mismo el Movimiento Popular Neuquino como fuerza política. Así, a lo
largo de las décadas siguientes, la ciudad de Cutral Co se constituiría en uno de los
polos más significativos a nivel provincial, en tanto lugar de concentración de im-
portantes niveles de recursos económicos y de organización política.
Cuando se lleva a cabo el proceso de privatización de YPF, en el marco del pro-
ceso de desestructuración del Estado impulsado por el gobierno nacional, la mayor
parte del capital de la empresa estatal pasó a manos de Repsol-YPF (Colantuono y
Vives, 1997; Abeles s/f; Muscar Benasayagan, 2000). La privatización de YPF no
sólo afectó negativamente a las poblaciones de Cutral Co y Plaza Huincul, en Neu-
quén, sino que desarticuló la vida económica, social y política de todas aquellas ciu-
dades y pueblos del interior del país en los cuales se asientan las explotaciones pe-
troleras.
En el caso específico de Cutral Co y Plaza Huincul, la privatización de YPF trajo
como consecuencia directa la reducción de personal, que pasó de 4000 a 400 em-
pleados. De los cesanteados e indemnizados, alrededor de 1700 inician micro em-
prendimientos que en general fracasaron (Favaro y Bucciarelli, 1994). Como con-
secuencia indirecta pero no menos desestructurante, mermó drásticamente la
actividad comercial y la demanda de servicios de la cual subsistía el resto de la po-
blación local, en directa relación con los ypefeanos. Así, en un lapso de 4 años, el
número de desempleados en ambas localidades alcanzó a 5000 personas, esto es,
casi el 20 % de la población económicamente activa. Mientras las indemnizaciones
amortiguaron en lo inmediato los efectos devastadores de semejante golpe a la eco-
nomía local, la crisis se dejó sentir con toda su crudeza cinco años más tarde,
cuando comenzaron a cerrar una cantidad importante de locales comerciales y la
población subsidiaria de los ex-ypefeanos (servicio doméstico, changarines, maes-
tros de oficios) se vio rápidamente sumida dentro de la población de desocupados.
El quiebre en la vida económica se hizo sentir en primera instancia en el devenir 100

de los ex ypefeanos, acostumbrados a recibir ingresos superiores a la media provin-


95
cial y nacional. Al mismo tiempo, la actividad comercial preparada para un público
consumidor con un alto poder adquisitivo experimentó una brusca caída de la acti- 75
vidad. Se estima que, al dejar de circular por el mercado local los ingresos men-
suales provenientes de los sueldos de los empleados de YPF, alrededor de un millón
de pesos dejaron de ingresar al circuito comercial. Esto se tradujo directamente en
25

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los puestos de trabajo que este sector dejó de ofrecer, pasando de 1.200 trabaja-
7
dores a 480 personas afectadas a la actividad comercial en 1995.
La dimensión económica de la vida local no fue la única que se vio desarticulada
a partir de la privatización de YPF. La empresa del Estado había llevado adelante un
plan de desarrollo de los lugares en los cuales se asentaban los barrios petroleros, de-
dicándose a desarrollar toda la infraestructura necesaria para transformar a estos lu-
gares inhóspitos en los cuales se instalaba, en espacios posibles para llevar a cabo el
ritmo propio de la vida cotidiana. La construcción de barrios con sus correspon-
dientes tendidos de electricidad, redes cloacales y de gas –servicios brindados en
forma gratuita a sus empleados– hacían que lugares poco atractivos como Cutral
Co y Plaza Huincul –de paisaje desértico y clima riguroso– se convirtieran en un
polo de atracción para mano de obra de la provincia, de otras provincias, y de países
limítrofes. Es que la organización ypefeana de la vida no se limitaba a crear condi-
ciones de confort; muy por el contrario, la empresa también atendía y garantizaba
la salud, la educación y la recreación de sus empleados. La construcción del cine
teatro y el club deportivo YPF no son más que una muestra del grado de penetra-
ción que tenía el accionar de la empresa en la vida de estas comunidades. De allí la
sensación de brusca conmoción ante un proceso de privatización que, en menos de
dos años, terminó con un sistema que se había definido y asentado a lo largo de casi
setenta años.
En lo que respecta a la lógica de ese proceso, las empresas privadas que se han
hecho cargo de la extracción petrolera en la zona se rigen por un principio de efi-
ciencia que no contempla el rol social que jugó YPF en épocas anteriores. Las
mismas adoptan una forma de funcionamiento del tipo “enclave”, lo cual implica
una baja retención del excedente producido por la explotación petrolera en la zona,
ya que las empresas a cargo son privadas y/o extranjeras y sus casas matrices se en-
cuentran en Buenos Aires o el exterior. En cuanto al régimen de contratación,
suelen ocupar mano de obra que mayoritariamente no es del lugar; tienen además
un alto nivel de rotación que no genera asentamientos poblacionales importantes y
duraderos y promueve un escaso arraigo de capitales y una mínima redistribución
de ingresos a nivel local. 100

El punto es que –con la vida social, económica y política totalmente desarticu-


95
lada– los habitantes de estas ciudades comenzaron a buscar alternativas. Las pro-
mesas incumplidas por parte del Estado provincial y las sucesivas frustraciones alre- 75
dedor de la reconversión productiva de la zona desembocaron en el Cutralcazo de
1996.
25

5
7 Fuente: Diario La Mañana del Sur: marzo, 1996.
0

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132 Laura Mombello

II. LaPueblada: relatos de identidad provinciana


Una vez finalizado el mandato del dirigente emepenista de la línea blanca, en 1995,
la continuidad del MPN en el Estado provincial se produjo de la mano de la ortodo-
xia del partido, quedando Felipe Sapag a cargo del Poder Ejecutivo una vez más.
En Cutral Co, la intendencia recayó en un “amarillo” que, según afirman referen-
tes de ambas líneas, había sido anteriormente “blanco”. Este pasaje de una línea a
otra y la pérdida de la intendencia por el referente de los “blancos” habían hecho
que la lucha facciosa se expresara con toda crudeza en la comarca (Domínguez,
2003). En un clima generalizado de alto descontento social, no fue difícil inducir a
la protesta colectiva. El detonante fue la paralización por parte del Gobierno pro-
vincial de un proyecto productivo generado por la gestión anterior, que era percibi-
8
do como una fuente promisoria de trabajo. El 20 de junio de 1996, desde la radio
local FM Victoria, partidarios de la línea blanca comenzaron a convocar a la gente a
cortar la ruta en señal de protesta. Los “blancos” tomaron esta iniciativa en contra
de la decisión del gobierno de Sapag de frenar el proyecto productivo, y también en
9
contra del intendente a cargo en ese momento. Luis, un militante que se autodefi-
nió como “blanco y cutralquense”, afirma:

“nosotros fuimos los que iniciamos la pueblada… trajimos gomas en un camión y


las tiramos sobre la ruta… yo encendí la primer goma” (Luis, Cutral Co, febrero
2002).

Tanto la prensa como la policía federal identificaron al ex intendente de Cutral


10
Co como el referente principal de la manifestación de protesta. Los militantes
emepenistas afirman que fue necesario impulsar esta medida como forma de lucha
para lograr ser escuchados por el gobierno provincial, aunque la deuda con la co-
marca petrolera se sigue atribuyendo a la Nación. Juan, otro partidario de la línea
“blanca”, relata:

8 Durante la primera gestión de Sobisch se generó el proyecto de instalación de una Planta de 100
Fertilizantes en la comarca petrolera. A este proyecto debía afectarse la explotación de “El Mangru-
llo”, el yacimiento de mayor importancia económica de los que la provincia había logrado que se le 95
transfirieran durante el proceso de privatización. El Mangrullo fue entregado a la empresa
COMINCO-AGRIUM para la puesta en marcha de la Planta de Fertilizantes.
75
9 Los nombres de los entrevistados son ficticios.
10 La intervención inicial de la línea “blanca” en la pueblada es mencionada también en los textos
de Auyero sobre el tema. Según este autor, “los esfuerzos organizativos del (ex intendente de Cu-
tral Co) y sus aliados no terminan allí (...) indican que él también envió camiones con cientos de 25
gomas utilizadas en las barricadas y topadoras para interrumpir el tránsito. (El ex intendente) está
detrás de la distribución gratuita de comida, nafta, leña y cigarrillos, durante los primeros días de la 5
protesta (Auyero 2002: 9).”
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La “mística neuquina” 133

“nosotros encendimos la primera goma en la entrada de Plaza Huincul; éramos


un grupito de compañeros convocando por la radio para que participe el pueblo…
no podíamos seguir aceptando ser postergados. De acá sale el petróleo y la energía
para casi todo el país” (Juan, Cutral Co, noviembre 2001).

Este intento de la línea blanca de constituirse en referente de la protesta fue rápi-


damente abortado por los pobladores que cuestionaron su liderazgo. Los protago-
nistas extra partidarios de la protesta sostienen que el pueblo no reconocía como legí-
tima la representación de los políticos, quienes fueron objeto de abucheos e insultos
por parte de la población manifestante. El ex intendente de Cutral Co, si bien instó a
continuar con las medidas de fuerza, ya no se perfilaba como líder de la protesta. Los
pobladores, al darse cuenta de que el conflicto estaba siendo manipulado por la in-
ternas emepenistas, decidieron distanciarse. Diluido todo liderazgo y con más de
20.000 personas cortando las rutas de acceso a los pueblos de Cutral Co y Plaza
Huincul, tuvo lugar lo que se denominó luego la primera Pueblada. De esta manera,
se terminó constituyendo un movimiento nuevo, con referentes surgidos en el
mismo escenario del conflicto, elegidos mediante asambleas populares que se organi-
zaban in situ. En pocas horas, todos los accesos a los pueblos de Cutral Co y Plaza
Huincul habían sido interrumpidos; también se obstruyeron las “picadas” internas
11
dentro de los campos. Ambas ciudades permanecieron sitiadas por los propios habi-
tantes del lugar y durante una semana la gente permaneció en la ruta.
La primera decisión fue reorganizarse para poder “aguantar” la medida de
fuerza, ya que la primera reacción masiva y espontánea fue la de desconocer la auto-
ridad de los dirigentes partidarios (tanto la de los de la línea blanca, que habían ins-
tigado la movilización, como la de los de la amarilla), de los líderes sindicales, o de
cualquier otro tipo de organización con algún grado de institucionalidad. Nació así
la figura de “los piqueteros”, en referencia a aquellos que se apostaban en los dife-
rentes puntos de intersección de caminos, detrás de los neumáticos encendidos.
José recuerda:

“el viernes por la noche el ex intendente (de Cutral Co) se puso frente a la pro- 100
testa… nos convocaron a todos los piqueteros a una asamblea en la Torre YPF
pero no nos dejaron hablar. Ellos tuvieron siempre el micrófono… entonces nos 95

fuimos de ahí. Nos dimos cuenta de que nos estaban usando. Fuimos a la radio y
75
convocamos a nuestra propia reunión en el otro extremo de la ciudad, pero pe-
dimos que los políticos se abstengan de venir… el pueblo ya no quería saber nada

11 Las picadas son caminos de tierra abiertos en plena meseta por las mismas empresas petroleras, 25
para circular entre los pozos y demás instalaciones propias de la explotación. Así, si por cualquier
motivo las rutas quedan inutilizadas, existen una cantidad de picadas que ocasionalmente pueden 5
funcionar como caminos alternativos.
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134 Laura Mombello

de los políticos. Nos decían que nosotros (los piqueteros) éramos sus representantes”
(José, Cutral Co, noviembre 2001).
12
Por cada corte realizado, había un grupo de piqueteros que se hacía cargo de sos-
tenerlo; por cada piquete también había un representante que se desplazaba hasta la
“Torre Uno”, emplazada en la entrada principal a las ciudades, para participar de
las asambleas a cielo abierto que allí se realizaban. Estos delegados iban llevando “el
mandato”, esto es el resultado de lo acordado en cada piquete. En las asambleas se
discutían los problemas de las localidades, las posibles soluciones, las demandas
que se visualizaban como más urgentes, las acciones a seguir en caso de represión.
En aquellas asambleas participaban los piqueteros, pero también la mayoría del
pueblo que se congregaba en la Torre Uno y que estaba compuesta por una mul-
titud heterogénea. Lo significativo de este conflicto fue que se constituyó en una
verdadera pueblada que reunió masivamente a gente de distintas trayectorias, clases
sociales, y pertenencias. Por lo que si tantos participantes venidos de horizontes tan
diversos se sintieron convocados por la pueblada, no pudo deberse solamente a la
incitación producida por algunos agitadores interesados. Por el contrario, se trata
de que la pueblada logró proponer a aquellos que se reunían “cierta cosa en común,
un objetivo, sin duda, pero todavía más, un lenguaje que se elabora en el corazón
del acontecimiento y que da a cada uno las razones de su propia acción” (Farge y
Revel, 1998:67).
A su vez, desde la ciudad de Neuquén se organizaron diversas medidas de apoyo
al corte. Entre ellas se destacó la presencia de los principales referentes de los gre-
mios estatales, de los organismos de derechos humanos y de la Iglesia Católica. Du-
rante la última dictadura, estos sectores junto a otras organizaciones de base se am-
pararon bajo el paraguas de los derechos humanos y acogieron en el seno de la
Iglesia Católica, re-organizándose según sus intereses e identificaciones específicas
a partir de 1983. Conformadores de la multisectorial, esos sectores adquirieron un
protagonismo importante en la esfera pública local durante los 80 y los 90. Sin em-
bargo, en el relato de sus protagonistas, la dinámica de la multisectorial tiene tam-
100

95

12 Uso el masculino como genérico por una cuestión práctica, lo que no implica que este trabajo
75
esté dando cuenta de un movimiento exclusivamente masculino. Muy por el contrario las mujeres
de Cutral Co tuvieron un papel muy importante en la protesta; una cantidad importante de dele-
gadas de los piquetes eran mujeres. Las mujeres de distintas clases sociales discutieron en las asam-
bleas, representaron a los diferentes piquetes en muchos casos, y fue una mujer (Laura Padilla) la
que firmó el primer acuerdo con el Gobernador. Este protagonismo no las condujo a dejar de ocu- 25
parse de todos aquellos aspectos que, naturalizados como propios de la condición femenina, tienen
que ver con el cuidado y la protección de las personas, como la alimentación, el abrigo, la salud, el 5
cuidado de los niños y los rezos.
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La “mística neuquina” 135

bién su historia. Recordando las acciones llevadas adelante por los grupos de la so-
13
ciedad civil neuquina durante otro período crítico, el Choconazo, Mirta dice:

“[…] además nosotros nos uníamos, teníamos coordinación con grupos sociales
interesantes, como siempre, como es Neuquén […] Es decir, había grupos so-
ciales que trabajaban en las comunidades cristianas de distintos lugares, grupos de
defensa del patrimonio de la Patagonia” (Mirta, Neuquén, agosto, 1999. El re-
saltado es propio).

Con más de treinta años como militante de agrupaciones gremiales y de organi-


zaciones de derechos humanos, esta mujer construye en su discurso una forma de
“ser Neuquén” que toma distancia de la que propone el oficialismo. En su relato, al
igual que en el de otros dirigentes de la oposición, se menciona recurrentemente a
grupos barriales organizados por las parroquias, agrupaciones políticas de izquierda
y otras agrupaciones independientes. Este conjunto heterogéneo de organizaciones
sociales de base serán identificadas como la simiente de lo que actualmente se llama
la “multisectorial”. La multisectorial representa el único frente opositor de enver-
gadura al MPN y, por lo tanto, al gobierno. Se trata de una asociación de asocia-
ciones cuya estrategia política está basada en su capacidad de conformar alianzas es-
tratégicas entre sí, produciendo rápidas y efectivas articulaciones coyunturales.
Gremios y sindicatos, organismos de derechos humanos, organizaciones indígenas,
las iglesias (católica y evangélicas), sectores de la Universidad Nacional del Co-
mahue, centros de estudiantes secundarios y terciarios, sectores del progresismo
político partidario y de la izquierda, se articulan y nuclean ante situaciones de con-
flicto con el Estado provincial. Esto no quita que cada sector plantee, además, sus
propios reclamos y estrategias de lucha, pero cuando un sector (cualquiera de ellos)
logra socializar el conflicto –lo que es bastante habitual– e instalarlo en la esfera pú-
blica, cuenta con el apoyo del resto de las organizaciones que, a través de la confor-
mación de la multisectorial, presionan conjuntamente al poder provincial. El tipo
de organizaciones enumeradas son las que se articularon históricamente (se puede
constatar desde tiempos de la última dictadura aunque, como se muestra, los prota- 100
gonistas remontan esta forma “propia” de acción a tiempos aún anteriores); sin em-
bargo la conformación de la multisectorial es muy dinámica. En ella se van inclu- 95
14
yendo las nuevas organizaciones sociales que se forman con intereses afines y van
75

13 En 1970, durante la dictadura del Gral. Onganía, los obreros que trabajaban en las obras de la
represa del Chocón (localidad que dista 70 km de la ciudad de Neuquén) protagonizaron una huel-
ga en reclamo por sus derechos que se conoce como el choconazo. Para una referencia detallada so- 25
bre este conflicto, puede consultarse Quintar (1998).
14 Como la Coordinadora del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, que nuclea a grupos de deso- 5
cupados y de la fábrica tomada “Zanon”.
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136 Laura Mombello

desapareciendo otras que dejan de tener protagonismo en la arena política local.


Así, la fuerza simbólica de la multisectorial se asienta en aparecer en la arena polí-
tica local como expresión de los referentes históricos de la lucha por la democracia y
la justicia y, al mismo tiempo, por proponer estos baluartes como elementos cons-
titutivos de la identidad provinciana. Desde este sector, uno de los elementos que
se refiere como característico de la neuquinidad es la movilización social, expresada
especialmente a través de la “costumbre” de la sociedad civil de participar de las
manifestaciones callejeras (Mombello, 2003 a y b). Con estos antecedentes, se
comprende mejor por qué, con su arribo a Cutral Co, los dirigentes de la multise-
corial otorgaron un plus de legitimidad a la pueblada, a la que respaldaron con su
adhesión explícita. Sin embargo, tampoco ellos se erigieron como portavoces de los
reclamos locales. El espacio de debate y toma de decisiones, mientras duró el
evento, fue la asamblea con participación colectiva en la ruta.
A partir de las discusiones que se generaban en las asambleas y ante la diversidad
de demandas, la cantidad y disparidad de necesidades que expresaban los diferentes
participantes, comenzó a tomar fuerza la idea de convocar al Gobernador para co-
municarle personalmente el estado de la situación local y las diferentes demandas
que circulaban entre la gente. Así se consensuó un reclamo básico que unificó a los
presentes: “¡Que venga Don Felipe!”. La figura del Gobernador aparecía como el
vehículo más apropiado para canalizar los reclamos. Se trataba del líder histórico
del Movimiento, que había construido su legitimidad sobre la base del discurso fe-
deralista, lo cual –como fue señalado– implicaba la defensa de lo local frente a los
intereses de “los de afuera”. Pero también se trataba de un personaje cercano, ya
que –como ha sido mencionado– fue el primer intendente de Cutral Co, vecino y
comerciante del lugar con anterioridad a su gestión política, deviniendo una figura
que desarrolló como dirigente político a cargo de la función pública fuertes
vínculos clientelares con los habitantes. Así, mientras se desarticulaban viejas con-
cepciones sobre las formas de representación política que llevaban a desconocer a
dirigentes intermedios, se recuperaban los repertorios históricos de los modos más
personalizados de concebir la política.
De hecho, “Don Felipe” representaba (de alguna forma encarnaba para los luga- 100

reños) el Estado de Bienestar perdido. Habiendo sido quien en los 70 y los 80 llevó
95
adelante los proyectos político-económicos que consolidaron y sostuvieron la ca-
lidad de vida de los neuquinos y defendió los intereses propiamente provinciales, 75
su figura aparecía como la de quien en otros tiempos había “efectivamente” dado
15
soluciones a los problemas de la gente.
15 F. Sapag, durante su primer gobierno (1963-1966) estructuró una serie de políticas sociales 25
tendientes a cubrir necesidades básicas de la población, poniendo en evidencia la ampliación de las
funciones del Estado. Los años 70 y 80 –tiempos de apogeo del desarrollismo– fueron las épocas de 5
esplendor económico de la provincia, debido al aumento de los ingresos del fisco por las regalías,
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La “mística neuquina” 137

Durante la Pueblada, Felipe Sapag se encontraba otra vez a cargo del gobierno y
se esperaba de él (y no de sus ministros, ni de los dirigentes partidarios o gremiales)
que resolviera la situación. Si Sapag se construyó a sí mismo como un caudillo,
ahora la gente esperaba de él que se comportara como tal, y esto implicaba, pri-
mero, ir a verlos a su lugar, escucharlos y tomar las decisiones necesarias para re-
16
solver los problemas. Se esperaba también que volviera a asumir el papel de de-
fensor de los intereses locales frente a la Nación, porque al fin y al cabo lo que había
sumido a la comarca petrolera en el estado actual de depresión, pobreza y desocu-
pación –desde la perspectiva local– había sido la decisión tomada desde Buenos
Aires de privatizar YPF.
En este contexto, la participación de los integrantes del MPN en el proceso de
privatización era invisible para los participantes de la Pueblada. En ese momento,
se trataba de recomponer el vínculo con el líder y de reconstruir el bienestar per-
dido. Estas eran las urgencias.
De hecho, la primera actitud de F. Sapag fue negarse a ir a Cutral Co. Diego, un
allegado a él, ex funcionario de su última gestión, relata que:

“en ese primer piquete el Gobernador pensaba que era un problema federal, en-
tonces que lo arregle Corach (el Ministro del Interior en ese momento), que lo
arregle Menem, los jueces federales” (Diego, Neuquén, noviembre 2002).

Desde la lógica del poder provincial, YPF había sido una empresa nacional que
desde el Estado central se había decidido desarticular mediante su venta a “extran-
jeros”. Reflexiona años más tarde F. Sapag:

“¿Qué podíamos hacer nosotros? Salvo levantar nuestra voz ante la Nación seña-
lando los efectos nocivos de sus decisiones, y esto lo veníamos haciendo desde que se
empezó a hablar de la privatización de YPF sin ningún resultado. Otra cosa no
podíamos hacer” (F. Sapag, reportaje televisivo, Neuquén 1999).

Pero durante la Pueblada, los manifestantes insistían, desde una lógica dife-
100
rente, en reclamar la presencia de F. Sapag. En la expresión “que venga Don Felipe”
producto de la intensificación de la producción del petróleo, del aumento sostenido de la produc- 95
ción gasífera, y del funcionamiento a pleno de las centrales hidroeléctricas. Esta situación económi-
ca permitió al Estado provincial realizar una fuerte y sostenida inversión en salud, educación y vi- 75
vienda, haciendo de estos servicios sistemas modelo en el país. A esta política de desarrollo se sumó
la redistribución de bienes y servicios a través de una extendida red articulada desde el partido.
16 Esperar la presencia de F. Sapag en Cutral Co “hacía sentido” en el marco de una dinámica po-
lítica propia y tradicional del MPN, consistente en la realización sistemática de giras proselitistas en- 25
cabezadas por el dirigente principal. Durante estas giras ha sido posible para los habitantes entablar
una relación directa con el líder, manifestarle sus necesidades y expectativas, y recibir de él algún 5
tipo de respuesta.
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138 Laura Mombello

quedaron encerradas una serie de complejidades. Concretamente esta expresión


condensó sentimientos y sentidos encontrados en relación a los vínculos que los
pobladores habían establecido históricamente con la política, la dirigencia y el par-
tido gobernante en Neuquén.
Sin embargo, esto no implicaba necesariamente un reconocimiento de la repre-
sentatividad del gobernador. Es que el hecho de que para lograr una acción organi-
zada sea necesario compartir ciertos significantes no conlleva necesariamente a una
aceptación o adhesión incondicional a los supuestos significados implícitos. De
hecho, el dirigente estaba fuertemente cuestionando; existía entre los presentes un
alto nivel de descontento con su líder y al mismo tiempo la relación directa con él
aparecía como la manera “posible” de reconstituir la relación con el poder. En todo
caso, el vínculo clientelar fue el repertorio a partir del cual se logró canalizar y reac-
tivar el proceso de negociación de significados y recursos entre partes con intereses
encontrados.
En esta Pueblada, los modos históricos de relacionarse con la dirigencia eclesial
también formaron parte del repertorio con el que contaban los cutralquenses, te-
niendo un grado importante de impacto en el devenir de los acontecimientos (Pro-
perzi, 2003). A través del Obispo de Neuquén, el Gobernador recibió un papel fir-
mado por el pueblo de Cutral Co en el que se le solicitaba su intervención en el
conflicto. En este documento se expresaba lo siguiente:

“Al Obispo del Neuquén


En base a lo que se habló anoche y hoy a la mañana nos autodeclaramos en estado
de emergencia socio económica.
Solicitamos soluciones inmediatas.
Por lo tanto requerimos su intervención entre el pueblo y el Gobernador.
Le garantizamos (al Gobernador) que hablará con 50 vecinos como él lo pidió y
con los medios de comunicación presente y abierto.
Lugar: acá en Cutral Co y Plaza Huincul.
Mensaje:
Estamos dispuestos al diálogo. Responsabilizamos al gobierno de lo que está ocu- 100

rriendo.
95
Pueblo de Cutral Co y Plaza Huincul (Archivo del Obispado, s/c).”
75
Ese domingo la misa fue celebrada por el mismo Obispo en el piquete central. La
mediación del Obispo es la consecuencia de la activación de los repertorios polí-
tico-identitarios que definen la especificidad de lo local. Es que el obispado neu-
quino, creado en 1962, acompañó los reclamos de los distintos sectores sociales 25

frente a cada uno de los gobiernos de facto que se fueron sucediendo entre los años
5
60 y 80. Las actuaciones de Jaime de Nevares, primer obispo de la diócesis, se desta-
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La “mística neuquina” 139

caron por denunciar las situaciones de injusticia y bregar por el correcto funciona-
miento de las instituciones. De su amplia trayectoria, dos hitos paradigmáticos que
traslucen el peso político de su actuación religiosa son su participación como cofun-
dador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en el año 1975 y su
participación como convencional por la provincia de Neuquén en la Asamblea
Constituyente de 1994, habiendo sido votado por una abrumadora mayoría. Al am-
paro de de Nevares, se fueron nucleando aquellos grupos sociales que confrontaban
con las estructuras de poder. Durante la última dictadura, el movimiento de dere-
chos humanos se articuló alrededor de su persona y en la sede del obispado. Este mo-
vimiento no sólo acogió a los afectados directos y personas comprometidas en la bús-
queda de los desaparecidos, sino que también fue el espacio que cobijó a sindicalistas
y a militantes políticos y sociales cuyos espacios políticos de referencia fueron clausu-
rados. Al mismo tiempo, una política activa alrededor de la promoción de sectores
sociales con una escasa o nula visibilidad política convirtió a la Iglesia católica en la
usina de organizaciones que luego tomaron forma y contenido propio, como las de
los migrantes y Pueblos Originarios.
En suma, durante la Pueblada se articularon prácticas político-identitarias que
provenían tanto de la experiencia política del partido provincial, como del espectro
de la multisectorial, dentro de la cual la Iglesia Católica es un actor gravitante. En
ese momento, se retomaron fragmentos de los relatos de identidad esgrimidos por
los distintos sectores que componen la arena política neuquina. Así, el reclamo
unánime “que venga Don Felipe” circuló entre la multitud junto a la carta abierta
que reivindicaba el “grito que volaba en cada piedra”, la “fuerza de la raza mapuche”
y decía retomar “la lucha de los 30.000 desaparecidos” (Carta abierta de los Pique-
teros, junio 1996, Cutral Co).
Estas alusiones y sus sentidos durante la Pueblada fueron leídos como “contra-
dicción”, “oportunismo” o “falsa conciencia” por los actores políticos que –abro-
quelados en su capacidad de agencia y en sus disputas históricas– no lograban en-
contrar la lógica de la Pueblada. Los cutralquenses, por su parte, desconociendo de
hecho el juego de posiciones y oposiciones, proponían un modo de interpretar los
sentidos hegemónicos y contra-hegemónicos que permitiera dar cuenta de la rea- 100

lidad que les tocó vivir. Crecieron con y por el petróleo, no se resignaban a desapa-
95
recer sin más, apelaban a “Don Felipe”, que “es de acá, era el carnicero del pueblo, nos
conocemos bien”. Se jugaban en la ruta “defendiendo a Neuquén” de “Buenos Aires 75
que se lleva todo para allá” y de “los extranjeros expropiadores de lo nuestro”. Esto es, se
jugaban recuperando el discurso históricamente federalista de Sapag. Y lo hacían
movilizándose porque “así somos los neuquinos, salimos a las calles” (Notas de
25
campo, junio 1996, Cutral Co), es decir, se jugaban apropiándose también de la re-
presentación de Neuquén propuesta por la multisectorial. 5
En todo caso, F. Sapag respondió que:
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“iría sólo si levantaban los cortes de rutas, que se estaba cometiendo un delito y
pidió a los habitantes que no se dejen llevar por la agitación de un grupo de 5 o 6
dirigentes del MPN, que guardaban resentimiento por haber perdido las elecciones
internas” (Diario La Mañana del Sur 24/6/96).

Los manifestantes indignados expresaban a viva voz: “nos vamos a desafiliar en


masa” (del MPN). Esta advertencia, que corrió por los piquetes con tanta fuerza
como lo hizo por los medios de comunicación, iba dirigida tanto al Gobernador y
su facción –que no accedía a acercarse hasta Cutral Co– como a la línea opositora
–que había querido ponerse al frente de la protesta, desconociendo los reclamos
más acuciantes de los pobladores.
Por fin, el Gobernador se hizo presente en la ruta y allí se encontró con la verda-
dera dimensión de la Pueblada. A partir de su llegada al lugar de los hechos, el Go-
bernador transformó radicalmente su discurso. En primer lugar, los felicitó por la
“patriada”, afirmando que “Cutral Co se ha puesto de pie después de 6 años de que se
produjo el vaciamiento de YPF” (Discurso de F. Sapag, Cutarl Co, junio 1996). Acto
seguido, comunicó a los presentes que se instalaría en la Municipalidad de Cutral
Co durante el tiempo que fuera necesario, para atender los reclamos de los vecinos.
Sus palabras fueron recibidas con airados aplausos, mezclados con gritos que lo in-
crepaban:

“por fin te diste cuenta la p… que te p…”,


“¿te acordaste de nosotros?, ¿te acordaste de donde saliste vos?”,
“ésta es su casa Don Felipe, mire cómo estamos”. (Notas de Campo, junio de
1996, Cutral Co.)

Lo cierto es que el gobernador declaró a la comarca en estado de emergencia so-


cial y económica, y felicitó al pueblo por haber logrado captar la atención del go-
bierno nacional. Estas decisiones y apreciaciones descomprimieron el conflicto. De
allí en adelante, una gran cantidad de gente desfiló por el despacho del Gober-
nador, instalado en Cutral Co, presentando sus demandas. Si bien durante las 100
asambleas se habían acordado algunos reclamos colectivos, el punto es que a la hora
del encuentro personal con F. Sapag la gente reclamaba por sus necesidades más in- 95

mediatas y acuciantes, como por ejemplo, la re-conexión del suministro del gas,
una bolsa de alimentos, los medicamentos necesarios para sortear alguna dolencia. 75

Algunos de los pedidos colectivos fueron atendidos, e incluso la ley 1821 de otor-
gamiento de subsidios a desocupados fue resultado de esta Primera Pueblada, para
contener la conflictividad social en Cutral Co (Nagel, 2003). 25
Julio, miembro del gabinete de entonces que estuvo presente durante las se-
siones entre los pobladores y F. Sapag en Cutral Co, relata: 5

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La “mística neuquina” 141

“los pedidos eran de lo más insólitos, desde fondo para el desarrollo, porque ellos
habían hecho el petróleo y ahora no había nada, y el desarrollo del Mangrullo…
un hospital de alta complejidad… un ex ordenanza de Hidronor que era líder de
un piquete, creo el punto 16 o 17, planteó que cuando trabajaba en Hidronor en
la parte de proyecto estaba desarrollando Chihuidos I y II, y Chihuidos II podía
servir para hacer un embalse aparte de dar energía, traer riego a Cutral Co. Cual-
quier cosa que se propusiera (desde las demandas de los piqueteros) era proyecto de
gobierno, se pide la reconexión de gas, de la luz y subsidios… conceden cuestiones
globales y cuestiones públicas, se accede a todos los puntos y se logra destrabar el
conflicto, no por negociación sino por sesión total” (Julio, Neuquén, febrero
2003).

Con una fuerte decisión de atender todas las demandas, el veterano gobernador
que históricamente rigió Neuquén con la premisa “primero están los neuquinos” pa-
reció considerar que el gobierno Nacional debía contribuir a la reparación histórica
del pueblo de Cutral Co y Plaza Huincul. Asumiéndose una vez más como el inter-
mediario entre el pueblo y el Estado Nacional, se puso al frente de los reclamos de
la comarca petrolera.
Ante la situación de euforia y los aires de triunfo que se respiraban en la ruta del
desierto, los grupos de apoyo y de solidaridad (dirigentes de la multisectorial) em-
prendieron la vuelta a la ciudad de Neuquén, reflexionando acerca de los efectos
devastadores del clientelismo. Por su parte, la facción opositora del MPN se sintió
traicionada por los piqueteros, ya que les bastó que el Gobernador los escuchara,
firmara un petitorio y repartiera algunos beneficios para irse a sus casas conformes,
sin pedir la destitución del mismo. Los distintos actores que se encontraban ocu-
pando el lugar de opositores interpretaron que esta actitud de los cutralquenses sig-
nificaba apoyo y/o adhesión a F. Sapag y la línea interna del MPN que lideraba, no
advirtiendo la complejidad semiótica comprendida en la expresión “que venga Don
Felipe”. Esta era una consigna que “encerraba más un modo de intervención reco-
nocible que la identificación de algún grupo particular” (Farge y Revel, 1998:62).
La línea del MPN oficialista y en el poder entendía que “esta pobre gente” había 100

sido manipulada por la facción opositora que además había avalado el proceso de
95
privatización. Desde su perspectiva, a esto se sumaban los “oportunistas” (confor-
madores de la multisectorial), que trataban de adelantar posiciones en el cuadro 75
político local, a costa del fracaso de la reconversión productiva del lugar; minimi-
zando así la capacidad de agencia de los cutralquenses y desconociendo la búsqueda
obstinada de sentidos (Farge y Revel, 1998) implícita en las prácticas de la Pue-
blada. 25

Los cutralquenses –quienes habían gozado en otros tiempos de un bienestar im-


5
portante no solo en términos económicos, sino también en el haber disfrutado del
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privilegio de pertenecer al nosotros provincial y al de la empresa YPF– no se resig-


naban a adaptarse sin más al nuevo estado de cosas. La pertenencia a la familia ype-
feana, a Cutral Co, había sido el eje de anclaje sobre el cual se construyó y se desa-
rrolló su sentido de comunidad. Los lazos sociales y políticos, culturales y
económicos, se entretejieron a partir de la comunalización lograda alrededor de
YPF. Varias generaciones se formaron entramadas en las matrices de sentido que
este proceso produjo; así crecieron, desde allí se proyectaron. Ahora veían desar-
madas sus vidas, sus proyectos. No lograban entender por qué debían resignarse a
la exclusión habiendo todavía tanto petróleo para explotar, y estando este recurso
disponible en su suelo. Levantaron la Pueblada con las promesas hechas por aquel
que para ellos seguía siendo un referente, simplemente porque estaba cerca (en tér-
minos estrictamente simbólicos) del mundo de vida de los lugareños.
Que esta apelación a “Don Felipe” estaba lejos de ser una recurrencia facilista a
los vínculos clientelares como manera de sortear una coyuntura complicada, quedó
demostrado con los acontecimientos que se sucedieron luego en Cutral Co: la se-
gunda Pueblada y la pérdida de las elecciones municipales por parte del MPN en
17
1998. Efectivamente, el MPN pierde por primera vez en su historia la intendencia
del lugar en el cual nació como movimiento político y no logra todavía recuperarla.
Esta primera Pueblada aparece como emblemática para la población local y
también para la opinión pública en el país. Es la que se recuerda y a la cual se hace
referencia cuando en los medios y en otras localidades se toma a Cutral Co como
punto de partida del movimiento piquetero. Es este acontecimiento al que se refe-
rencia como inaugural de una forma de protesta con la metodología del corte de
ruta. Los cortes de ruta resultan un importante elemento de presión y, al mismo
tiempo, producen un efecto mediático notable, garantizando la instalación del pro-
18
blema en el espacio público, no solo local sino también provincial y nacional.
En la Pueblada se manifiesta con crudeza tanto la crisis económica como la crisis
de identidad y de soberanía, de ahí su alto contenido simbólico. Cuando recurren-
temente los pobladores de Cutral Co expresan que se participó de las puebladas
para “defender lo nuestro” y por eso “todos vivimos una semana en la ruta”, lo que se
está afirmando es que lo que se intentaba defender no sólo era el bienestar econó- 100

mico perdido sino que, al mismo tiempo, se estaba asumiendo la defensa del patri-
95
monio nacional ante lo que se vive como una expoliación de las empresas extran-
jeras. La venta de la explotación petrolera por parte del Estado Nacional y el 75

17 Recordemos que hubo una segunda Pueblada, una año más tarde, cuyas implicancias, dinámi-
cas y consecuencias fueron muy diferentes. Para una referencia de este segundo episodio y sus inte-
rrelaciones con la primera Pueblada puede consultarse Mombello (2003). 25
18 Con esta medida se busca impactar en el normal desarrollo de la vida cotidiana del conjunto,
del mismo modo que en épocas anteriores, dominadas por el pleno empleo, se hacía con las huelgas 5
generales.
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La “mística neuquina” 143

consecuente traspaso de esta actividad a manos privadas (empresas transnacionales)


es uno de los hitos, no sólo económicos sino fuertemente simbólicos, que caló
hondo en la sociedad local. Así durante la Pueblada el grito que unía a los pobla-
dores de la comarca petrolera: “¡¡Cutral Co, Cutral Co!!”, condensó algo más que un
sentimiento localista. Se trataba de una pertenencia que, trascendiendo la iden-
tidad ypefeana, la contenía. Representaba, al mismo tiempo, el reclamo por la de-
19
fensa de lo que los lugareños consideran patrimonio nacional. “¡¡Cutral Co, Cu-
tral Co!!” significaba la recuperación del sentimiento nacional expresado como
defensa de la soberanía y de la identidad ypefeana simultáneamente.
Estos desplazamientos, en los que se pasa de defender lo propio frente a lo na-
cional y lo nacional frente a lo extranjero, reenvían a la construcción local de hege-
monía en la que el referente nacional jugó históricamente un papel ambivalente. Si
por un lado la apelación al federalismo implicaba una búsqueda de la propia especi-
ficidad y liderazgo en un contexto de intereses definidos, por el otro se trataba de
conseguir un lugar destacado de inclusión en el seno de la nación y la nacionalidad.
La encendida defensa de lo local en la construcción de una “mística neuquina” fue
ubicada desde el inicio en su justo lugar por las autoridades provinciales:

“Jamás ha pasado por ninguna mente el menor planteo separatista. Al contrario


[…] (lo que se pretende es) exigir un lugar junto al total de la argentinidad para
eliminar las condiciones de colonia absurda en que se mantiene a este sector
(Diario Sur Argentino: 1970, citado por García” (Favaro, 1999, 177).

También los sentidos contra hegemónicos insuflan la “mística neuquina” de


cara al escenario nacional. Se presentan a sí mismos como ejemplo de lucha para el
país y, en este sentido, la Pueblada de Cutral Co será otro hito fundamental que se
suma a la larga lista de “eventos” en los cuales quedó demostrada la capacidad de
reacción y movilización de la sociedad local.
La preeminencia de la neuquinidad por sobre otras pertenencias posibles
–preeminencia sostenida por las agencias con mayor peso político y cultural de la
provincia– conlleva una relación problemática con la pertenencia nacional. 100
Desde Neuquén, “lo nacional” no es necesariamente una identidad inclusiva.
Más bien, actúa a la manera de un espejo: la neuquinidad se proyecta en el es- 95

pacio nacional como forma de reafirmarse a sí misma. La Nación puede ser iden-
75
tificada (dependiendo de las circunstancias y de los actores) como el actor con el

19 En cuanto a la identidad ypefeana, es importante destacar que, a diferencia de cómo se desa-


rrollaron los sistemas de jerarquización en otras zonas de explotación, si bien en Cutral Co existe la 25
diferencia entre ypefeanos y no ypefeanos, las relaciones se han construido de modo más horizon-
tal. Para un detalle de este proceso en ésta y otras localidades petroleras puede consultarse Svampa 5
(2002).
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144 Laura Mombello

cual confrontar, al cual apelar como modo de reafirmar la propia identidad local,
o como plafón de identificación con un universo que trasciende los límites de la
provincia y con el cual, en ocasiones muy especiales, se activa un sentimiento de
pertenencia. Esta pertenencia a la Nación aflora con fuerza ante situaciones en
que la soberanía es puesta en cuestión, como ocurrió en el caso de Cutral Co con
20
relación a la explotación del petróleo.

III. Alteridad y provincianía


Más allá del énfasis y los matices que se pueden encontrar a lo largo de los cuarenta
años de vida institucional, la narrativa identitaria local desde una perspectiva hege-
mónica se ha ido construyendo a partir de su confrontación explícita con el Estado
Nacional, y, paralelamente, con la integración forzada o persuasiva de los “otros in-
ternos”. En este sentido, el “mapuche” es una de las figuras emblemáticas de lo lo-
cal, adoptado como marca indexical más que como sujeto de derecho. Las repre-
sentaciones que refieren al mundo indígena –ya sea que tomen la forma de monu-
mentos o pinturas– son fuertemente estereotipadas, basadas generalmente en una
figura masculina, semidesnuda, con vincha, (a veces también con plumas), portan-
do una lanza o un par de boleadoras. Este tipo de representación, utilizada como
marca de identidad, apela a crear en el imaginario colectivo la idea de que el mundo
indígena es una etapa pasada y superada, a la que sin embargo se venera, ya que
hace a la especificidad del lugar. Lo mapuche constituye en la “mística neuquina” la
referencia a la fijación del origen en un pasado remoto, en un tiempo mítico, cuya
supervivencia se trasluce en la reapropiación estetizada y folklorizada de lo indígena
21
(muy presente en ciertos materiales de difusión para el turismo), que está allí para
afirmar la legitimidad de las raíces de la neuquinidad.
Es importante tener en cuenta que la referencia al mundo indígena como marca
de identidad tiene en la construcción de provincianía un lugar de privilegio, sobre
todo en el pasado, que por lo mismo implica negarle un sitio protagónico en el pre-
sente. Además, la apelación al mestizaje, tal como aparece en libros de texto de di-
fusión en las escuelas y es entronizado por el himno provincial, aparece como re-
100
curso de identificación para afirmar la operación de integración de lo distinto en
95

20 Existen antecedentes de la reacción neuquina ante situaciones en que las instituciones, el Esta- 75
do de derecho y/o la soberanía son amenazadas, como por ejemplo la masiva manifestación de la
población de la ciudad de Neuquén durante la asonada militar de 1989, conocida como “levanta-
miento cara pintada” (Mombello 2003a).
21 En los que puede observarse elementos de platería, tejido, instrumentos musicales-religiosos 25
originarios, y/o la fotografía de alguna anciana preferentemente vestida con trajes típicos, exhibida
como un elemento “pintoresco”, con el mismo criterio de exotización con el que se exponen los 5
elementos materiales.
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La “mística neuquina” 145

22
un todo que (por mezclado) se pretende homogéneo. En esta operación de inte-
gración es posible identificar un proceso de etnicización del componente mapuche
a nivel local, es decir, una forma de marcación social basada en supuestas divisiones
en la cultura que, sin embargo, “contempla la desmarcación/invisibilización y
prevé o promueve la posibilidad general de pase u ósmosis entre categorizaciones
sociales con distinto grado de inclusividad” (Briones, 2002b:66). Cuando el
Estado pretende convertirse en Provincia es que se preocupa por homogeneizar
una realidad multiétnica borrando, con una mezcla de coerción y persuasión, todas
las culturas menos la que pretende constituir como dominante (Llobera, 1997).
Así, la marcación/desmarcación de “otros internos” es también constitutiva del
proceso de conformación de la identidad neuquina –proceso en el que se desarrolla
una política muy activa basada en un “pluralismo tolerante” (Briones y Díaz,
2000) que busca la incorporación subordinada del “otro interno”, a partir de una
operación de reconocimiento superficial de su distintividad.
Más allá de esto, las referencias al mundo mapuche como marca de identidad lo-
graron un grado de sedimentación importante en la sociedad local. Los actores so-
ciales que pugnan por la construcción de un entramado contra-hegemónico retoman
esta cuestión incluyéndola en su propio marco interpretativo. En las significaciones
que se han ido construyendo en la acción colectiva de estos actores locales, la noción
de “derecho” jugó un papel fundamental. Efectivamente, bajo el concepto de “de-
recho” (ampliamente legitimado en los distintos niveles de la sociedad, local y na-
cional, por el paradigma de los derechos humanos) se logró reorganizar a las agrupa-
ciones que fueron desarticuladas durante el estado de sitio imperante en dictadura. A
partir de la reapertura democrática, la cuestión de los derechos se constituyó en Neu-
quén en un marco maestro (Gamson, 1998) que resultó ampliamente inclusivo. La
noción de derecho como marco de movilización logró captar solidaridades y movi-
lizar amplios consensos, encontrando su síntesis en la consigna “Neuquén, la Capital
de los Derechos Humanos” altamente significativa para un sector importante de la
23
sociedad local. Es precisamente a partir de este marco que la alteridad es resignifi-
cada y devuelta como elemento primordial de la “mística neuquina”, ahora con un
contenido nuevo. 100

En efecto, desde la multisectorial, el significado de lo mapuche entra de la mano


95
de las reivindicaciones necesarias para la profundización de la democracia. En el
marco amplio de los derechos, la alteridad es contenida y apoyada en sus reclamos 75

22 El himno provincial, instituido como tal en 1982, reza entre otras glosas las siguientes: “Neu-
quén es compromiso, que lo diga la Patria; porque humilde y mestizo, sigue siendo raíz. Del árbol
esperanza, maná cordillerano, que madura en Nguilleu el fruto más feliz. Y su tahiel mapuche hoy 25
es canto al país. Neuquén, país, país.”
23 Para una referencia sobre la importancia de esta consigna como acto de identificación y de su 5
incidencia en la subjetividad colectiva, puede verse Mombello (2003).
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146 Laura Mombello

por el reconocimiento de su especificidad, por su derecho a la autonomía, al terri-


torio, a la gestión de sus recursos naturales, por la legitimidad de su lengua.
Aun así, los modos que tienen las principales agencias provinciales de configurar
las representaciones del mundo indígena son también retomados por otros sectores
sociales. Aunque durante la Pueblada la referencia a la fuerza de la raza mapuche
constituyó un lugar legítimo desde el cual otorgar sentido, lo indígena como signi-
24
ficante no pierde su sesgo peyorativo. Retomada o negada, la referencia al mundo
indígena no deja de estar fuertemente estigmatizada.
El siguiente diálogo con una referente cutralquense del gremio estatal revela el
modo complejo en que se incorpora la alteridad en la conformación de la propia
identidad:

“¡Ah! ¿Así que ustedes son las que andan preguntando por la pueblada? Sí en el ve-
rano vinieron unos chicos de la UBA también, les dimos alojamiento. Y yo les ex-
plicaba a ellos, porque antes acá venían siempre buscando indios y ahora vienen
buscando piqueteros, y yo les digo que los piqueteros no son una raza”. Pregun-
tamos: ‘¿Y hay muchos indios?’; nos responde: ‘Acá somos todos indios, este es un
lugar muy duro y si sos de acá o si venís de afuera pero te empecinas en quedarte y
haces tuyo este lugar es porque algo de indio tenés. Sí, somos todos indios y con
mucho orgullo’. Volvemos a preguntar: ‘¿Y piqueteros también hay muchos?’
Afirma decidida: ‘No, acá los piqueteros no existen, acá hubo y hay un pueblo que
cuando tiene que salir, sale y se defiende. Pero como te digo, no son una raza, si
querés piqueteros organizados, violentos, con pasa montañas, tenés que ir a
Buenos Aires. ¡¡Yo estuve en la ruta, todos estuvimos en la ruta!! Pero no somos vio-
lentos, simplemente defendemos lo nuestro’” (Notas de campo, agosto 2002, Cu-
tral Co, fragmento).

De lo anterior se desprende que el lugar de lo indígena en la construcción de la


neuquinidad es por cierto controvertido. Como vimos, desde el discurso oficial se
apela a esta representación como modo de legitimar la propia identidad neuquina.
En este sentido hay una fuerte operación de apropiación de elementos asociados al 100

mundo mapuche. Al mismo tiempo, es el mismo Estado provincial el agente más


reticente al reconocimiento de la diferencia, negándose sistemáticamente a esta- 95

blecer políticas públicas específicas para este sector de la población.


75
Desde la perspectiva del sentido común, el mundo indígena es portador de valo-
raciones contradictorias que sostienen alternativamente tanto procesos de marca-
ción como de desmarcación. La “raza” como modo concebir la pertenencia propia
y ajena perdura con mayor o menor grado de explicitación, atravesando distintas 25

24 En el sentido común, la cadena significativa “mapuche”-“indio”-“primitivo”, sigue teniendo 5


una importante vigencia.
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La “mística neuquina” 147

coyunturas y marcos referenciales. Tal perdurabilidad es posible porque, más allá


de que produzca un efecto esencializador de las pertenencias, la raza no constituye
algo concreto y objetivo, como apuntan Omi y Winant (1986). Más bien se trata
de una forma de clasificación social inestable, descentrada, y cuyo significado social
se transforma constantemente de acuerdo a los cambios políticos. Así, los procesos
de racialización como procesos ideológicos e históricamente específicos emergen
ante los distintos proyectos políticos. Articulando elementos diferentes, neutrali-
zando los conflictos propios que devienen a partir de una clasificación social que
otorga lugares desigualmente ventajosos a diferentes sectores sociales, es posible
comprender la perdurabilidad de la “raza” en tanto modo de marcación, como ele-
mento explicativo de la realidad en este contexto. Para los pobladores del lugar,
desde el momento que comenzaron a ser interpelados desde el centro (ubicado
desde la perspectiva nativa preferencialmente en Buenos Aires, aunque este
“centro” –visto desde Cutral Co– también puede referirse en situaciones especí-
ficas al gobierno provincial), la “raza” actuó (y continúa actuando) como un prin-
cipio organizador fundamental de las relaciones sociales. Esto en un escenario en
que los actores, las políticas y los marcos referenciales de Nación y provincia son al-
tamente dinámicos y fluctuantes.
Los “piqueteros” representan una identidad fuertemente indeseada y colocada,
como todo lo considerado dañino o perjudicial, en el lugar de la otredad radical
que, desde una perspectiva local, es ubicada en Buenos Aires. Para las dinámicas de
la neuquinidad Buenos Aires es ese espejo que, como expresa Auge, se construye
desde el sí mismo para recibir el espectáculo de la propia imagen como radical-
mente otra, en tanto la devuelve invertida. El autor explica que la construcción de
este espejo se corresponde con “la negativa de reconocerse en el otro, por lo que
atenta contra el sentimiento de seguridad de la identidad” (1996:86). Si bien la
construcción de identidad/alteridad y provincianía en Neuquén tienen una den-
sidad y especificidad propias, ni una ni otra pueden comprenderse o relevarse ob-
viando la relación con la Nación, tanto en términos estructurales como culturales.
En este sentido, es fundamental el juego de fronteras (Auge, 1996) que tiende
tanto a incluir al otro nacional (especialmente porteño) y a producir de nuevo la di- 100

námica interna de la diferencia, como a expulsarlo para marcar los límites de la


95
propia identidad.
Es el juego de fronteras el que abre la posibilidad de fijar o articular los sen- 75
tidos de las pertenencias locales posibles, poniéndolas en relación con determi-
nadas nociones de “historia”, de “tradición”, de “continuidad” y de “autenti-
cidad”. De estas nociones entran y salen alteridades y provincianías, entramando
25
animales prehistóricos con ideas de progreso, registros etnicizados con ideas de
derecho y/o autenticidad, acciones colectivas con proyectos de bienestar. 5

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Capítulo 6:

Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente


1 2 3
Carlos Falaschi O. , Fernando M. Sánchez y Andrea P. Szulc

I. Introducción

A pesar de la inclusión de algunos elementos de la cultura mapuche en el cuadro


de la “neuquinidad”, la población mapuche –con una profundidad histórica y
una presencia actual innegables– no ha recibido un cabal reconocimiento políti-
co-cultural ni del Estado ni de la sociedad en general en esta provincia. Siguiendo
un modelo de pluralismo basado en la subordinación tolerante (Briones y Díaz,
2000), el Estado provincial ha delineado la política de integración de este sector y
respondido a sus demandas desde el ámbito de la Acción Social, implementando
relaciones clientelares y estrategias de captación, a la vez que desechando los plan-
teos de fondo. Este modo de procesar los reclamos indígenas se vincula estrecha-
mente con el estilo provincial de construcción de hegemonía, consistente en las
operaciones paralelas de confrontación con el nivel nacional (denunciado por su
“centralismo”) y de “construcción de la provincia” a través de estrategias desarro-
llistas y políticas de integración sociocultural, acompañadas por un fuerte asisten-
cialismo.
El presente capítulo apunta entonces a caracterizar dicho estilo provincial de
construcción de hegemonía a través de un análisis de las políticas implementadas
por el Estado neuquino en el proceso de incorporación y administración de la po-
blación indígena.
En atención a la dimensión histórica que atraviesa tanto la significación del
“problema indígena” así como los discursos y prácticas sociales e institucionales,
observaremos las variaciones y continuidades en el largo proceso de integración
subordinada de los indígenas a la organización sociopolítica del Neuquén, a partir 100

1 Docente e investigador en la Facultad de Ciencias de la educación, Universidad Nacional del 95


Comahue, y abogado. Referente en la Facultad de Ciencias de la Educación del Convenio-marco
Universidad Nacional del Comahue- Asamblea por los Derechos Humanos sobre Derechos Indí-
75
genas. Asesor jurídico de la Confederación Indígena Neuquina (CIN) y de varias comunidades ma-
puche desde 1993 hasta 2001. A cargo del análisis del Decreto provincial Nº 1184 del 10/07/2002.
2 Becaria pos-doctoral Conicet, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA. A cargo del
análisis del actual proyecto provincial de enseñanza de lengua y cultura mapuche. 25
3 Lic. en Ciencias Antropológicas (Universidad de Buenos Aires) - Becaria Doctoral (CO-
NICET). Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA. A cargo del análisis del actual proyecto 5
provincial de enseñanza de lengua y cultura mapuche.
0
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150 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

de las campañas militares de fines del siglo XIX en norpatagonia. Así, se desarrolla
en primer lugar una reseña de las políticas indigenistas durante la etapa territoriana
4
y la etapa de provincialización iniciada hacia mediados del siglo XX. A continua-
ción, se hace foco en la situación más característica de la última década, a partir del
análisis de dos iniciativas del Estado provincial. Mientras una refiere a la política de
regulación y control de la organización comunitaria a través de la figura de “perso-
nería jurídica”, la otra se relaciona con el proyecto oficial de incorporación de la en-
señanza de la lengua y cultura mapuche en las escuelas de comunidad –escenarios
ambos en los que se reactualiza el particular modo en que el Estado neuquino
tiende a procesar los reclamos mapuche.

II. Reseña histórica de las políticas indigenistas en Neuquén

II.a. La cuestión indígena en el Territorio Nacional del Neuquén


Si la diversidad socio-cultural presente e histórica en el espacio neuquino está re-
presentada de forma preponderante por población chilena y mapuche, su trata-
miento –tanto en el plano de la representación como en el de las prácticas– asumió
distintos modos a lo largo del tiempo. Durante el período en que Neuquén fue Te-
rritorio Nacional –últimos años del siglo XIX y primera mitad del siglo XX– primó
el énfasis en la integración nacional y la demarcación de fronteras, concordante con
el desarrollo de un discurso que evidenciaba una fuerte preocupación por el “peli-
gro chileno” (Cerutti et al., 1996).
La consolidación de la jurisdicción argentina sobre el territorio pampeano-pata-
gónico incorporado por medio de sucesivas campañas militares se efectuó en un
doble movimiento. Por un lado, mediante la ocupación efectiva de las zonas de
frontera con el país trasandino a través del asentamiento de poblados, cuarteles mi-
litares y otras instituciones estatales que operarían a modo de freno de las inten-
ciones expansionistas chilenas, salvaguardando especialmente la franja cordille-
rana. Por el otro, aspirando a la nacionalización de la población residente en el
Territorio, ya sea que se tratase de indígenas o de pobladores de nacionalidad o as-
cendencia chilena. En este caso, el objetivo era eliminar la tradicional ambigüedad 100

que caracterizaba a esta zona (Briones y Díaz, 2000), ambigüedad que alcanzaba
95
tanto al manejo del espacio cordillerano –que pese a las estribaciones naturales no
operaba como límite sino como una vía de flujo de personas y productos– como a 75
la adscripción étnica y nacional de los habitantes. Pero la relativa indefinición e in-
cluso indiferencia que en la vida de los pobladores rurales tenían categorías tales
como “argentino”, “chileno”, “indígena” y “criollo” –entre otras– resultaban difí-
cilmente aceptables para un Estado nacional que se proyectaba sobre “territorios 25

4 Con la ley 14.408 de 1955 se otorga a Neuquén el estatus de Provincia, después de algo más de 5
setenta años de existencia como Territorio Nacional.
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente 151

nacionales” edificados sobre la base de un imaginario de unidad en el que conver-


gían territorio, nacionalidad y cultura.
En este marco, el Estado nacional –tanto en las provincias más añejas como en
los Territorios nacionales recientes– no sólo debía garantizar la seguridad de sus
fronteras, sino también forjar a partir de una multiplicidad de contingentes hu-
manos, una ciudadanía disciplinada y culturalmente homogénea. En el caso neu-
quino, el tratamiento de la población indígena sobreviviente a la conquista con-
jugó la representación inferiorizante de la concepción evolucionista y una práctica
asimilacionista desplegada a través de varias instituciones. En esta dirección
pueden citarse la política de “colonización indígena” de la década del 1930, en el
marco de una política de tierras más amplia que incluía también otros sectores so-
ciales y otras modalidades de acceso, como eran las denominadas “colonización sis-
5
tematizada” y “colonización de emergencia”.
La “colonización indígena” se distinguía de las otras dos por las particularidades
de la población de destino, tales como el modo comunitario de vida y de acceso a la
tierra, así como las prácticas culturales tradicionales. Además, la concesión de tie-
rras a las comunidades indígenas tenía como objetivo su fijación a la tierra como
parte de una estrategia más amplia de control político y aculturación. En este sen-
tido, la política de sedentarización y el fomento de la agricultura se proponían
como pasos en el camino de civilización frente a las tradicionales prácticas de no-
madismo y caza-recolección, que eran evaluadas por la elite gobernante de la época
6
como frenos para el desarrollo económico previsto. El fomento de la colonización
y explotación de las tierras siguió criterios diferenciados según distintas categorías
de pobladores, dando lugar a la distinción entre “colonización sistematizada”, “co-
lonización indígena” y “colonización de emergencia”.
También es de destacar el peso dado a la instrucción pública –con un claro sesgo
patriótico y religioso– como agencia privilegiada de formación cultural y control
social (Juliano, 1993) dirigida tanto a nativos como a extranjeros. Esta tendencia
puede ilustrarse con el discurso del Gobernador Peri en 1945 al inaugurar una es-
cuela en Neuquén capital:
100

5 La “colonización sistematizada” era la política oficial de entrega de tierras para explotaciones


agrícolas de pequeña escala, a cambio del pago de una renta por hectárea y un canon de riego. La 95
“colonización de emergencia” se refería a los asentamientos espontáneos en tierras fiscales, que el
Estado aspiraba a regularizar en el futuro a través de la mensura y el cobro de permisos de ocupa- 75
ción. Los tres tipos de colonización fueron propuestos por el Gob. Carlos H. Rodríguez en 1932 y
mantenidos por el Gob. Pilotto hasta 1942.
6 Persistía el problema que observaba el Gobernador Rawson hacia fines del siglo XIX: “la pobla-
ción es nómade en su casi totalidad, porque les falta el estímulo del arraigo, la facilidad de adquirir pe- 25
queños lotes de tierra, y en estas condiciones es un elemento transitorio que nada de provecho deja en
pos de sí… Estas y otras cuestiones (…) plegan las alas al progreso del territorio y aún no han sido re- 5
sueltas.” Nota publicada en el diario Neuquén de Chos Malal, en el año 1893.
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152 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

“Con profundas y patrióticas esperanzas, puntualizo la impostergable necesidad


de prestar atención y solución a los edificios escolares que son, diré, las incubadoras
de nuestra nacionalidad, porque en ellos se adquieren las primeras inspiraciones
7
de amor a la Patria y a las reglas que regulan la conducta individual y colectiva.”

Unos años después, en la Memoria de su gestión de 1947 elevada al P.E.N., el


Gobernador Belenguer se justificaba por haber seguido con la costumbre de in-
sertar en el informe anual un capítulo con datos sobre las tribus existentes en el te-
8
rritorio, el nombre de sus jefes y la ubicación de las tierras que ocupan. Casi en
tono de disculpa, aclaraba que ese detalle de la demografía indígena neuquina no
implicaba un desconocimiento de:

“la nueva política indigenista seguida por las autoridades de la materia, en el sen-
tido de no reconocer en adelante la autoridad de caciques de tribus o reducciones,
con el propósito –muy loable por cierto– de incorporar al indio de manera defini-
tiva a la civilización, haciendo que cada indígena actúe por sí solo como simple
ciudadano, y no por intermedio de representantes tribales.”

Aun cuando se tolerara o incluso fomentara su modo de asentamiento y organi-


zación comunitarios, fundamentalmente por cuestiones prácticas de fijación y
control, la tendencia de las distintas instituciones y políticas nacionales era des-
plazar la identificación primaria del nivel grupal o “tribal” en tanto indígena, al
nivel de la pertenencia a la Nación en tanto ciudadano argentino. En la medida en
que estos individuos asumieran su identidad como “indígenas argentinos” dife-
rentes de los “indígenas chilenos”, se estaría concretando su integración subjetiva a
la Nación que antes los incorporó físicamente por la fuerza.
En esta dirección apuntaba también la creación en 1937 de una Escuela Granja
Hogar en la ciudad de Neuquén, a la que concurrirían chicos de las comunidades
para su formación. En qué y para qué serían formados lo explicita su impulsor, el
Gobernador Pilotto: 100

“Esta escuela, que se ocupará de la instrucción general de la niñez indígena del 95


Territorio, tendrá por especial objeto enseñarles un oficio o profesión para que al
egresar de ella, vuelvan a sus antiguos hogares educados y capacitados para, no sólo 75

7 Citado en Ríos, Carlos A. (1980): Gobernadores del Neuquén 1884-1980, op. cit.
8 Gobernación del Neuquén. Memoria anual del año 1947. La mayoría de las veces en que apa-
recen mencionados los indígenas en estas Memorias, es desde un tratamiento estadístico (cantidad 25
de “tribus”, nombre del “cacique”, cantidad de miembros, hectáreas que cultivan, cantidad de ga-
nado que poseen, estado legal de las tierras que ocupan). Esta información está consignada en for- 5
ma de cuadro, seguido de un mapa del Territorio con la ubicación de cada “tribu”.
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente 153

servirse a sí mismos, sino para orientar a los demás e infiltrarles, por reacción na-
tural, mejores normas de vida, haciendo desaparecer la inercia y despreocupación
que hoy les domina. Funcionará en principio, como ensayo, con sólo 30 alumnos.
Podrá no obstante, llegar a albergar un importantísimo núcleo de jóvenes indí-
genas, que –encariñados con el trabajo, instruidos intelectualmente por la escuela
del internado, con un espíritu renovado completamente, con principios sanos de
moral y de higiene, y con sentimientos de fraternidad, sin odios ni rencores– al
volver a sus tribus de origen no podrían adaptarse a vivir en la indigencia y que,
por el contrario, reaccionarían en sentido favorable para levantar el nivel de vida
de sus congéneres; o, fracasados en su intento, se apartarán para mezclarse con la
civilización, procurando mantener ese bienestar que les ha brindado su paso por la
escuela, bajo la tutela del Estado. Todo hace pensar, pues, que con este estableci-
miento se ha dado ya un importantísimo paso, en lo que respecta al problema in-
9
dígena.”

Esta institución funcionó por algo más de una década, recibiendo y devolviendo
algunos cientos de jóvenes de distintos puntos del Territorio. En 1951, la Escuela
Granja Hogar Ceferino Namuncurá se convirtió en una escuela común abierta a
los niños del vecindario. Desaparecía así uno de los más claros símbolos de la polí-
tica asimilacionista en la historia de la Educación en Neuquén (Teobaldo et al.,
2000), importante –para nuestro análisis– no sólo por la función específica que de-
sempeñó, sino por ser una referencia que condensaba, año tras año, la representa-
ción de los gobernadores y otros agentes del Estado acerca de la Nación, el terri-
torio, los indígenas y la cultura, así como las relaciones entre estos y otros aspectos.
En cuanto al discurso de los gobernadores –anualmente documentado en sus
informes de gestión– el tratamiento de la cuestión indígena se mantuvo sin cam-
bios hasta la Memoria de 1954 correspondiente a Pedro Luis Quarta, el último go-
bernador territoriano, que tuvo la tarea de organizar la transición hacia la provin-
cialización del Neuquén.
Al igual que quienes lo antecedieron, informaba al Ministerio del Interior de la
Nación que las “tribus indígenas” seguían allí, que totalizaban en el Territorio un 100

número de 5.863 individuos, y que realizaban, en los campos que les fueron conce-
95
didos por el Estado, una variada aunque exigua producción agrícola y ganadera.
También consignaba, como en años anteriores, la información provista por la Di- 75
rección General de Tierras, acerca de cantidad, ubicación y situación legal de las
tierras ocupadas por cada tribu.
25

5
9 Gobernación del Neuquén. Memoria anual de 1936.
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154 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

La política seguida con la población indígena en Neuquén durante su etapa de


10
Territorio Nacional puede sintetizarse por tanto mencionando dos líneas de ac-
ción paralelas. Por un lado, la inclusión de la población indígena en programas de
colonización rural, con políticas de administración de tierras fiscales y fomento de
la producción agrícola, que afectaban al sector rural en general. Por otro lado, las
instituciones encargadas de la formación de ciudadanía (más concretamente, la for-
mación de la subjetividad de los individuos como argentinos, cristianos, trabaja-
dores y respetuosos de la autoridad) apuntaban al reemplazo de los modos tradicio-
nales de vida –evaluados como atrasados– con la mira puesta en un horizonte de
modernización e integración (Martínez Sarasola, 1992), aunque en un modelo de
sociedad fuertemente jerarquizado.
Las tierras fiscales y su administración fueron transferidas al Estado provincial a
partir de su institucionalización, pasando por lo tanto la cuestión de la “coloniza-
ción indígena” también a la órbita del gobierno provincial. En este plano no hubo
cambios significativos hasta que en 1964 el Gobernador Felipe Sapag iniciara una
política de regularización de la tierra de las comunidades bajo la figura de “reserva”,
que implicaba ciertos derechos y obligaciones. Se iniciaba así una nueva etapa en la
que el gobierno provincial confrontaba con el poder central, al tiempo que iniciaba
una política de tipo desarrollista y clientelar (incluyendo el acercamiento y coopta-
ción de las comunidades), tornando ambos gestos en pilares de su estrategia de acu-
mulación de poder (Palermo, 1988). En este contexto histórico y político debe si-
tuarse el desarrollo de las políticas indigenistas en Neuquén en la década de los 60.

II.b. El proceso de provincialización y la construcción


de la identidad neuquina
La administración de la tierra pública en general, y su relación fundamental con la
vida de la población indígena, fue una preocupación recurrente de los Gobernado-
res territorianos. Pero este tema tomó una centralidad especial en los años iniciales
del proceso de provincialización, al punto de estar incluido en la Constitución Pro-
vincial de 1957.
En este texto fundacional, el problema de la tierra también aparece tratado 100

desde una doble perspectiva, prefigurando dos destinatarios diferentes: inversores


o productores en general por un lado, y “agrupaciones indígenas” por otro. 95

Esta distinción no está libre de paradojas, dado que la misma Constitución se-
75
ñala en la sección Derechos y Garantías, que: “Todos los habitantes tienen idéntica
dignidad social y son iguales ante la ley, sin distinción de sexo, origen étnico,
idioma, religión, opiniones políticas y condiciones sociales…” (Cap. I, Artículo
12). Pero este mismo artículo continúa diciendo: “Deberán removerse los obs- 25

10 Un análisis de las políticas asimilacionistas durante la etapa territoriana puede verse en Sán- 5
chez, Fernando 2003.
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táculos de orden económico y social que, limitando de hecho la libertad y la


igualdad de los habitantes, impidan el pleno desarrollo de la persona humana y la
efectiva participación de todos los habitantes en la organización política, econó-
mica y social de la Provincia”.
Por su parte, el derecho especial de acceso a la tierra previsto por la Constitución
neuquina para las comunidades indígenas está contemplado en el Artículo 239 que
establece: “Serán mantenidas y aún ampliadas las reservas y concesiones indígenas.
Se prestará ayuda técnica y económica a estas agrupaciones, propendiendo a su ca-
pacitación y la utilización racional de las tierras concedidas, mejorando las condi-
ciones de vida de sus habitantes y tendiendo a la eliminación progresiva de esta se-
11
gregación de hecho”.
Estos postulados constitucionales parecen encerrar una ambigüedad en cuanto
al trato diferencial de los indígenas, ya que son visibilizados como tales no para rea-
firmar su organización y “origen étnico” sino en la medida en que –con el auspicio
y las políticas del Estado– se están alejando de ese origen para integrarse en el con-
texto demográfico provincial, a cuyo fin es precisamente necesaria la remoción de
los obstáculos socioeconómicos.
De más está decir que la “diferenciación positiva” hacia las comunidades indí-
genas no contemplaba en aquella coyuntura ningún reconocimiento político o de
“derechos fundamentales”, que harían su aparición en los años 80 y 90, tanto a
nivel de organismos internacionales como en reivindicaciones de organizaciones
indígenas en toda América. De todos modos, la década del ’60 se inició con un giro
en la representación acerca de los indígenas en Neuquén. Comenzaban a perder su
carácter de “población-problema” para la organización de la sociedad a medida que
eran revestidos con una retórica exotizante, enviados simbólicamente al tiempo in-
memorial de los ancestros y, en este caso, rescatados como antecedentes y raíces de
la neuquinidad. Esta nueva consideración hace aparición en el Primer Congreso
del Área Araucanista Argentina, realizado en la localidad de San Martín de los
Andes en febrero de 1961, a partir de una convocatoria del gobierno provincial. El
objetivo expreso del encuentro era el siguiente:
100

“La finalidad del Primer Congreso –que será de carácter técnico-científico– es or-
95
denar, sistematizar y documentar todo lo referente al patrimonio material y espi-
ritual, relacionado con los valores del pueblo araucano, que habitó el suelo 75
12
argentino para reconstruir ese período de nuestra historia patria…”

11 Este artículo está ubicado en la Quinta Sección, titulada “Régimen económico”, junto a otros
ítems referidos a la población en general, como por ejemplo el que sostiene que “La tierra es un 25
bien de trabajo y la ley promoverá una reforma agraria integral”. Constitución de la Provincia del
Neuquén, 1957
5
12 Actas del Primer Congreso del Área Araucanista Argentina. Neuquén, 1963.
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En relación a su realización, además de resaltar la participación de estudiosos del


tema, autoridades y medios de prensa, el Gobernador Asmar señalaba la impor-
tancia de contar con “la presencia serena y evocativa de los caciques mapuches del
13
Neuquén”. En este sesgo mistificador de la imagen de las autoridades mapuche,
puede notarse también el cambio en su valoración, especialmente si la contras-
tamos con la forma en que era evaluado el “ethos indígena” unas décadas antes.
Por ejemplo, hacia 1936 el gobernador Pilotto proponía la intervención directa
en la organización de las comunidades para transformar sus modos de vida tradi-
cionales:

“Este Gobierno cree indispensable la creación de un organismo local, que tome a


su cargo el asesoramiento y dirección de las reducciones o agrupaciones indígenas,
con suficientes recursos para el normal desarrollo del trabajo y eliminación de la
14
vida contemplativa e indolente que ahora llevan.”

La nueva valoración de lo nativo, el relato en tiempo pasado de lo que seguía es-


15
tando presente –y muy especialmente “presentado” en este evento de 1961– em-
pezaría a conformar un modo de reconocimiento folckorizado, una nueva estereo-
tipación y una nueva versión de “integración subordinada” caracterizada por un
fuerte paternalismo. Según Briones y Díaz, la historia del tratamiento de los pue-
blos indígenas puede caracterizarse en Neuquén como “el pasaje de ‘inapropiados
inaceptables’ (cuya inadecuación justificara la Conquista del Desierto como cru-
zada nacional), a ‘subordinados tolerables’ forjadores de identidad provincial…”
(2000:48).
En 1962, otra propuesta oficial abonaba este camino de redescubrimiento cog-
noscitivo de los nativos de la Provincia del Neuquén. En este caso reaparece el in-
terés por la demografía indígena, presente en la mayor parte de la etapa territo-
16
riana, ahora vinculado a una finalidad práctica. Por Ley Nº 306 sancionada por la
Legislatura Provincial se establecía la realización de un “censo, estudio e inspección
de las reservas indígenas existentes en la Provincia”, cuya finalidad será “considerar
100
13 Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso del Gobernador Asmar, 1º de
mayo de 1961.
95
14 Gobernación del Neuquén. Memoria anual de 1936.
15 La participación de un puñado de representantes indígenas fue central y de variado tenor. 75
Ellos fueron los destinatarios de las palabras de apertura efectuadas por el Dr. Gregorio Álvarez.
Mientras algunos fueron co-presentadores de ponencias junto a especialistas huincas, otros pole-
mizaron entre sí, en público, acerca de la conveniencia o no de integrarse con la sociedad blanca.
Finalmente, todos ellos posaron para las fotos con los especialistas y las autoridades, conjunta y se- 25
paradamente. El evento se cerró con el traslado de los participantes a una comunidad cercana, don-
de se realizó una “tradicional ceremonia” mapuche.
5
16 Ver nota 4.
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el mejor uso y distribución de las tierras conforme a las reales necesidades de las fa-
milias indígenas”.
En la misma ley se establecen como objetivos del censo los de relevar el número
de tribus existentes y el de personas que integran cada una; calidad y extensión de
las reservas de tierras que “cada tribu tiene asignada”; cantidad de indígenas que
viven “fuera de la reducción”; nivel de instrucción; cantidad de “animales y espe-
cies” que poseen; etc. Finalmente, se mencionaba que, en función de los resul-
tados, se entregarían parcelas individuales, de acuerdo a las posibilidades econó-
micas.
Los Decretos de reserva de 1964 hacen mención a este censo, como fuente bá-
sica de información sociodemográfica de la población mapuche de la zona rural
provincial. En el primero de estos decretos, que llevó el Nº 737, se señalaba la utili-
zación de los resultados de dicho censo para “establecer a favor de los integrantes
determinados por el mismo, la reserva de las tierras que ocupan en comunidad…”
En el decreto se menciona la participación del Ministerio de Asuntos Agrarios,
tanto en lo que refiere a la formulación de este decreto, como a la potestad de actua-
lizar, en caso de ser necesario, la información aportada por el censo de 1962.
Uno de los primeros ítems del Decreto 737/64 anunciaba otras medidas com-
plementarias a la reserva de tierras, ya que el Poder Ejecutivo reconocía que su ac-
ción sería insuficiente para mejorar la situación de los indígenas si se limitara a esta
operación, y por lo tanto, disponía acciones tendientes a asegurar “su asistencia in-
mediata mediante la instalación de escuelas y puestos sanitarios, que coordinada
con la realización de campañas de extensión agrícola y de desarrollo y aprovecha-
miento de sus evidentes y naturales aptitudes, permitirán elevar las condiciones en
17
que se desenvuelve la vida de estas familias…”
Si bien en 1964 hay una evidente atención de los problemas y necesidades de la
población indígena, no existe aún ninguna repartición provincial destinada espe-
cialmente a atender a este sector social. Los programas o acciones dirigidos a ellos,
como a los demás pobladores del área rural, pasan principalmente por el Ministerio
de Asuntos Agrarios, y los destinados a la población con graves carencias econó-
micas –sean indígenas o no– están a cargo del Ministerio de Acción Social. 100

Por su parte, desde el primer gobierno del Movimiento Popular Neuquino, en-
95
cabezado por Felipe Sapag en 1964, se asumirá la tarea del desarrollo provincial,
paralelamente a la construcción discursiva de la neuquinidad (Favaro y Morinelli, 75
1993) desde una retórica fuertemente anticentralista, y en consecuencia, antipor-
teña. La confrontación con el Estado nacional, denunciado como responsable del
17 Un amplio análisis histórico, jurídico y económico del modo de acceso a la tierra previsto para 25
las comunidades mapuche, así como de los conflictos pasados y presentes derivados de esta situa-
ción, puede verse en UNC-APDH: Informe Final del Proyecto Especial “Defensa y Reivindica- 5
ción de Tierras Indígenas”. Neuquén (1996).
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abandono y estancamiento de Neuquén, tendrá como contracara un énfasis pro-


vincialista basado en la unidad y cohesión social más allá de las diferencias exis-
tentes. En este sentido, el discurso político de partidos provinciales como el Movi-
miento Popular Neuquino (MPN) interpela a los partidos nacionales y se propone
“constituir el interés común en términos de un conflicto primordial: el de la pro-
vincia frente al poder central” (Palermo, 1988:11).
En el discurso de apertura de las sesiones legislativas de 1964, el mismo gober-
nador anunciaba la política de regulación de tierras para las agrupaciones indígenas
como un primer paso del “Operativo Araucano”, que incluiría una serie de pro-
gramas tendientes a “asimilarlos al resto de los habitantes del Neuquén, sin dis-
tingos de ninguna naturaleza…” Se preveía la extensión del sistema de salud y del
sistema educativo provinciales a todas las comunidades, para lo cual existían “re-
servas dentro de las reservas”, o sea, espacios destinados a la escuela, el puesto sani-
tario y, ocasionalmente, un destacamento policial. Finalmente, aunque de un peso
central, se encaraba la situación general de carencia a través de la asistencia en ali-
mentos, ropa, leña, insumos agrícolas y otros recursos.
En su discurso del 1º de mayo del año siguiente ante la Legislatura provincial,
Sapag se refería a la política en marcha del siguiente modo:

“La situación peculiar de nuestros aborígenes ha sido, por primera vez, tratada
con criterio racional y altruista, otorgándoles la posesión y título de las tierras que
ocupaban procurando capacitarlos mediante la instalación de escuelas de arte-
sanía rural, para procurarles un oficio y propendiendo a la elevación de su nivel de
18
vida, mediante la entrega de implementos y maquinarias para la labranza.”

El sesgo paternalista y asistencialista que se evidencia en los pasajes reseñados


anteriormente –y condensados en el último párrafo transcripto– será el blanco cen-
tral de las críticas del activismo mapuche en los años 90, que reclamará al Estado su
reconocimiento político como Pueblo Originario, y no su tratamiento como una
clase social o población rural pobre. Pero antes de abordar ese punto, pasemos re-
vista a las principales propuestas y reparticiones oficiales encargadas de atender los 100
“asuntos indígenas” durante la etapa de fundación y consolidación del proyecto de
desarrollo provincial. 95

II.c. Genealogía de las políticas y organismos indigenistas 75

en la Provincia del Neuquén


El primer organismo provincial destinado específicamente a tratar la problemática
de la población indígena fue el Comité Coordinador Interministerial de Asuntos 25

18 Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso de apertura de sesiones del Go- 5
bernador Felipe Sapag. Neuquén, 1º de mayo de 1965.
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Indígenas (CCIAI), creado por Decreto Nº 1171 de 1967. El mismo estaba presidi-
do por el Ministro de Asuntos Sociales e integrado por los secretarios de los demás
Ministerios provinciales. Como principal competencia del CCIAI se establecía
“…estudiar la aplicación de un programa relacionado con la promoción, asisten-
cia, organización, y desarrollo de las comunidades indígenas…” El decreto men-
cionaba la “necesidad de poner en marcha un Plan de Acción de Promoción Eco-
nómico-Social, Cultural y de Integración de las tribus indígenas en la Provincia del
Neuquén, conforme a los lineamientos del Programa Andino, elaborado por el Co-
mité Nacional Interministerial y Organismos Internacionales…” En los conside-
randos de ese Decreto se señalaba que:

“en Neuquén existe un grupo étnico netamente diferenciado de raza araucana


que se distribuye en distintas reservas indígenas; que si bien constituye una mi-
noría dentro de la población total del Neuquén, no por eso deja de tener impor-
tancia como problema humano, en cuanto significa la supervivencia de
comunidades que, viviendo en una economía de subsistencia, vienen perpe-
tuando a través del tiempo una marcada situación de subdesarrollo, incompatible
con el grado de desarrollo que aspira alcanzar la provincia del Neuquén” (Resal-
tado nuestro).

Además de la proliferación incongruente de modos de nombrar a la población


de referencia –sin duda mucho menos cargados valorativamente que los epítetos
descalificadores de unas décadas antes– puede notarse la persistencia de su evalua-
ción negativa en las referencias a sus prácticas como “supervivencia”, “subsistencia”
y “subdesarrollo”, aludidos como obstáculos para el camino de progreso encarado
por la provincia.
En todo caso, este organismo es disuelto al año siguiente y sus funciones son
transferidas al Instituto de Promoción Social (IPS), definido como “órgano espe-
cializado en los problemas de desarrollo comunitario”, ya existente en el seno del
Ministerio de Bienestar Social, aunque hasta el momento no abordaba la proble-
mática indígena. Un año después, por Decreto 775/69 es creado el Servicio Pro- 100
vincial de Asuntos Indígenas (SPAI) dentro del Instituto de Promoción Social del
Ministerio de Bienestar Social. Se consignaba como competencia del SPAI “inter- 95

venir en la protección e integración de los grupos aborígenes, ejecutando las me-


75
didas que contemplen los problemas específicos de su condición social.” Y como
funciones se establecían: “Ejecutar los programas de protección integral al abo-
rigen”, así como también realizar “estudios de investigación sobre los grupos aborí-
genes que contemplen el sistema de valores dado por costumbres, creencias, fac- 25

tores económicos, grado de cultura y zona geográfica de residencia”


5

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160 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

Al frente del SPAI, cuya sede se establece en Junín de los Andes, es designado el
Padre Oscar Barreto. En su primer discurso como Jefe de este organismo, comen-
zaba afirmando:

“Al medio, entre nosotros y el indígena corre el río de la Desconfianza. Tenemos


que tender el puente, y pienso, que el puente somos nosotros, con el SPAI. Nuestra
prioridad no es la promoción socio-económica, sino la promoción humana.”

Un poco más adelante sostenía que “quien realizará la promoción humana,


romperá la desconfianza, y se constituirá en el puente entre estas dos orillas […] y
ese puente, tiene que apoyarse sobre la otra valla, en los líderes naturales de la co-
19
munidad”. El discurso finalizaba con una expresión de deseo: que esta institución
no sea una nueva frustración para “nuestros hermanos, los indígenas, […] que son
más Argentinos que nosotros y que tienen más derecho que cualquiera de las otras
comunidades que puedan estar integradas, incorporadas al quehacer y al deber de
la Provincia y de la Nación.”
Sin duda las mejores intenciones presentes en su vocación misional por la pro-
moción del modo de vida de los indígenas –fuertemente atravesadas por el discurso
de la integración y el desarrollo que en la época aparecían como políticas progre-
sistas– impidieron vislumbrar lo que un análisis crítico retrospectivo permite: la
ambigüedad de una política asistencial que, por no cuestionar la asimetría constitu-
tiva de la relación Estado-indígenas, a la vez que proporciona paliativos a la situa-
ción de penuria y marginación, la reproduce, generando a lo sumo una integración
subordinada que profundiza la dependencia.
En tanto estrategia hegemónica del Estado, el tema de la detección y formación
de “líderes indígenas” que menciona Barreto como paso hacia el fomento del pro-
tagonismo de las mismas comunidades en el mejoramiento de sus condiciones de
vida (un paso que a la postre fue efectivamente importante) constituyó un modo de
vehiculizar las demandas de las comunidades por carriles acotados, disciplinando
los procedimientos de acuerdo a la “burocracia huinca”, a la vez que demarcando
claramente los límites de los reclamos permisibles. Esta cuestión aparece en estos 100
años con mucha fuerza, aunque con auspicios y tendencias políticas variadas. Por
ejemplo, en ocasión del primer “Cursillo para líderes indígenas” convocado por el 95

Obispado del Neuquén, y llevado a cabo en junio de 1970, se constituyó la Confe-


75
deración Indígena Neuquina, que desempeñaría un papel importante en la comu-
nicación y articulación de las comunidades dispersas en el territorio provincial (Fa-
laschi, 1994). Como se verá, la capacitación indígena reaparecerá con un sentido
25
19 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social, Instituto de Promoción Social. Docu-
mento nº 8: “Discurso pronunciado por el Padre Oscar Barreto en la primera reunión de trabajo 5
del Sistema Provincial de Promoción Social”. Zapala, 7 de agosto de 1969.
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diferente en la segunda mitad de la década del ‘80, con la realización de una serie de
“Cursos de Capacitación de líderes indígenas” con ingerencia del gobierno provin-
cial, financiación y cuerpo docente de Nación, y respondiendo a lineamientos de
organismos internacionales.
En todo caso, durante la década de los años 70 siguió funcionando el SPAI, con
la mira puesta en la promoción y asistencia social de las comunidades. Un docu-
mento de 1975 reseña las acciones llevadas a cabo durante ese año por el SPAI en el
marco de un “Programa Integral de Desarrollo” dirigido a “las comunidades ru-
rales marginadas”, que incluía desde realización de mensuras, mejoramiento de vi-
viendas y construcción de infraestructura comunitaria, hasta proyectos de reactiva-
20
ción económica de tipo agropecuario y forestal.
En 1978, durante la última dictadura militar (1976-1983) –que en el contexto
neuquino revistió la particularidad de no desplazar al MPN del gobierno provin-
cial–, el Consejo Federal de Inversiones (CFI) elaboró un informe denominado
“Análisis socio-económico, aspectos culturales y tipología de las comunidades abo-
rígenes del Neuquén”, donde se incluye un capítulo en el que se aborda la “imple-
mentación de programas y/o proyectos” por parte del Gobierno provincial, eva-
21
luando la atención prestada a las distintas comunidades existentes en la provincia.
El informe consigna, además de cuántos y cuáles fueron los proyectos elaborados,
cuántos y cuáles fueron ejecutados. El resultado es de 44% sobre el total de los pro-
yectos, correspondientes en su mayoría a ejecución de mensuras, construcción de
escuelas y puestos sanitarios. De los proyectos específicamente económicos se llevó
a cabo sólo un 14% de lo previsto. El informe establece también una tipología de
las comunidades de acuerdo al grado alto, medio o bajo de atención recibida, dato
que evidencia la arbitrariedad en el manejo de estos programas de acuerdo al tipo
de vínculo establecido con las autoridades de las distintas comunidades.

II.d. La Dirección de Asuntos Indígenas a partir de la reapertura democrática de 1983


La estructura del Ministerio de Bienestar Social sufrió nuevos cambios a partir de
diciembre de 1983. Por Decreto 066 se modificó su anterior conformación, creán-
dose dentro de la Subsecretaría de Acción Social, la Dirección de Asuntos Indíge- 100

nas (DAI). Entre las funciones de este organismo se mantienen algunas establecidas
95
anteriormente, como elaborar proyectos para “elevar las condiciones de vida de los
75
20 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social. Documento del SPAI titulado “Progra-
mas provinciales de desarrollo social integrado para agrupaciones indígenas”. Neuquén, 1975.
21 En el período 1969-1977 se contabilizaron alrededor de 164 programas y/o proyectos, que se
presentan en este informe discriminados en doce rubros, entre los que se destacan: proyectos agro- 25
pecuario-forestales (42), proyectos referidos a aspectos legales (29), educación (24) y salud pública
(23). Siguen en orden decreciente rubros tales como vivienda y urbanización; provisión de agua 5
potable; promoción de artesanías; y otros.
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grupos de población aborigen”, y también se agregan elementos nuevos como ser la


propuesta de abrir esos proyectos a la “participación de organizaciones de los gru-
pos de población aborigen”. También aparece como un objetivo explícito el de
“propender a mantener la vigencia de rasgos de la cultura indígena y contribuir a su
conocimiento y divulgación.”
Es interesante destacar aquí una serie de cambios en el modo de consideración y
el lugar asignado a los indígenas en los programas. Por un lado, aparece por primera
vez un atisbo de lo que Bonfil Batalla (1987) caracterizó como “indigenismo de
participación”, habilitando –aunque de forma subordinada– la incorporación de
organizaciones indígenas en el diseño de los programas que los afectarían. En Neu-
quén, esa incorporación pasó casi exclusivamente por la designación de un ma-
puche como responsable de la DAI. Este funcionario, designado por el Poder Eje-
cutivo provincial, operaba como nexo entre el gobierno y las comunidades,
atendiendo las demandas de los “paisanos” y vehiculizando la respuesta estatal,
consistente las más de las veces en algún tipo de asistencia material por la cual gene-
ralmente se sentían –y virtualmente quedaban– políticamente endeudados.
En 1988 es reestructurado nuevamente el Ministerio de Bienestar Social. En
esta ocasión –además de otros cambios– la Subsecretaría de Acción Social pasó a
llamarse “Subsecretaría de Acción Social y Asuntos Indígenas”. La DAI mantiene
su denominación, pero sufre modificaciones significativas en sus atribuciones, que
según el decreto 1085/88 son:
“a)
Intervenir en la elaboración de proyectos intersectoriales para elevar las condi-
ciones de vida de los grupos de población Mapuche, en coordinación con la
Dirección de Promoción Social;
Coordinar
b) con los sectores previstos en la Programación y asignar la participa-
ción de las organizaciones Mapuches, para la implementación de los Proyec-
tos;
Estimular
c) la organización de la población Mapuche según sus pautas cultura-
les, en torno de objetivos de mejoramiento de sus condiciones de vida;
Propender
d) a mantener la vigencia de rasgos de la Cultura Mapuche y contri-
buir a su conocimiento y divulgación. 100

Participar
e) en la elaboración de las normas jurídicas que regulen el accionar de
95
las Organizaciones de las Comunidades Mapuches”.
75
En este cambio de redacción de los incisos más que en las funciones, es notable
el reemplazo casi mecánico de los términos “aborigen” e “indígena” del Decreto
066/83, por el término “Mapuche” en el Decreto 1085/88. Este cambio de deno-
25
minación seguramente se relaciona con la coyuntura histórica y la revitalización de
las demandas de organizaciones indígenas, en este caso del activismo indígena en 5
Neuquén, que desde la reapertura democrática –y cada vez más insistentemente–
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente 163

reclama de la sociedad en general y del Estado provincial en particular, su reconoci-


miento como Pueblo Mapuche, al tiempo que rechaza las denominaciones tradi-
cionalmente usadas por los ‘winka’.
Paralelamente –y más allá de los lineamientos normativos– en un informe ela-
borado en 1986 por la Subsecretaría de Acción Social para dar cuenta de la situa-
ción de las comunidades indígenas del Neuquén, se detallan los objetivos y polí-
ticas “en materia de atención a la población mapuche” a cargo de la DAI. Se
expone una amplia gama de aspectos de la vida de las comunidades en los que el
Estado, a través de esta dirección, se propone intervenir. En el primero de los ob-
jetivos, aparece una cierta ambigüedad o tensión entre el reconocimiento de las
diferencias y la propuesta de integración: “Mejorar el nivel de vida de la pobla-
ción indígena, estimulando su integración al contexto socio-cultural de la Pro-
vincia, sin desmedro de la cultura Mapuche, fortaleciendo su vigencia”.
Resulta significativo señalar otros dos objetivos declarados por la DAI. Uno de
ellos dice: “Revitalizar la cultura Mapuche, manteniendo el uso de la lengua, esti-
mulando el desarrollo de las actividades artesanales, respetando el ejercicio pleno
del culto y sus creencias religiosas, aprovechando su difusión en los ámbitos Pro-
vincial y Nacional.” Aquí se evidencia el tipo de abordaje que será especialmente
cuestionado por las organizaciones mapuche unos años después, por tratarse de un
reconocimiento meramente cultural, incluso folklórico de las diferencias, omi-
tiendo cuestiones políticas centrales como territorio, autonomía, derecho consue-
tudinario, etc. El otro ítem propone: “Capacitar a los líderes naturales y jóvenes de
las Agrupaciones Indígenas, para que incentiven la participación activa de los po-
bladores en la realización de acciones tendientes al logro de un mejor nivel de vida.”
Como se señaló anteriormente, la detección y formación de líderes comunitarios
que comienza a insinuarse a fines de la década del ‘60 se concreta en una serie de
Cursos de Capacitación de líderes indígenas, durante los años 1986 y 1988.
Si a primera vista esta iniciativa aparece como un aporte a la capacidad de ges-
tión de mejoras por parte de los miembros de las propias comunidades (y sin duda
tuvo ese efecto), un análisis detenido permite ver su funcionalidad dentro de un
conjunto más amplio de estrategias de construcción de hegemonía por parte del 100

poder estatal provincial. La capacitación también cumplió un papel de regulación


95
de los procedimientos y demarcación de los límites de los reclamos permisibles,
tendiendo a la canalización de las demandas de las comunidades por carriles insti- 75
tucionalmente definidos. También fue una estrategia de cooptación de referentes
indígenas, que en instancias posteriores se desempeñarían a su vez como capacita-
dores o funcionarios en distintos niveles de la política indigenista. Como sostiene
25
Serbín (1981), las Direcciones de Asuntos Indígenas provinciales –incluida la de
Neuquén– habrían cumplido una función de control político en dos sentidos: 5
“atemperar los conflictos que se presentasen con las comunidades indígenas a
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través de donaciones y prebendas limitadas”, a la vez que “asegurar, a través del


control de los mecanismos de poder de las comunidades, el caudal elector abo-
rigen” (Serbín, 1981:417). En todo caso, el objetivo general declarado de estos
cursos era:

“Capacitar a jóvenes mapuches que reúnan condiciones y capacidad de liderazgo


para promover la participación de los miembros de sus comunidades y llegar a ser
Nehuen-Hueche (Fuerza- Joven)”.

Por su parte, entre los objetivos específicos se mencionaban:

“Que el líder-alumno reconozca la situación general que afecta a las comunidades


aborígenes” y “movilice a grupos de trabajo para la toma de conciencia del sentido
de pertenencia a un grupo étnico, conociendo deberes y derechos que como argen-
tino le corresponde.” (Resaltado nuestro).

El último objetivo es claramente ilustrativo de la política de ciudadanización ya


mencionada, que en esta etapa no negaría la validez de la pertenencia étnica, pero la
reconocería como subordinada a la adscripción nacional/ provincial, basando en
ésta última la determinación de “deberes y derechos”. Esta relación de asimetría es
consustancial a la posición de los indígenas en el proceso histórico de conforma-
ción de los estados nacionales, al que ingresaron no como co-partícipes sino subsu-
midos por la fuerza a un proceso que les era externo (Diez y Falaschi, 1995b).
Un ejemplo de “equiparación simbólica” como medio de incorporación política
(Briones, 1998a) de lo indígena en la matriz dominante de la nacionalidad puede
verse en el documento que resume las actividades de los Cursos de 1988, donde
consta que en el acto de apertura “…se reciben las Banderas Argentina y Mapuche
22
acompañadas por los sonidos del cultrum y el aplauso de los presentes…”

II.e. El indigenismo en cuestión y las reivindicaciones del Pueblo Mapuche


La relación entre el Estado provincial y el sector indígena en los ’90 estuvo caracte-
rizada por disputas de distinto tenor. A partir de la conmemoración del Quinto 100

Centenario en 1992, se produjo una irrupción de lo mapuche en la esfera pública


95
neuquina, irrupción caracterizada por reclamos político-culturales. Una de las alte-
raciones en la vida cotidiana –especialmente en Neuquén capital– fue la eclosión 75
de unos discursos, símbolos y cuerpos que ya no coincidían con las representacio-
nes sociales tradicionales: “nuestros aborígenes” se presentaban ahora como Pueblo
25
22 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social, Dirección de Asuntos Indígenas.
“Curso de capacitación de líderes indígenas” (tercera etapa), Junín de los Andes, Neuquén, julio de 5
1988.
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente 165

Nación Mapuche, un Pueblo Originario preexistente a los límites provinciales y


nacionales impuestos hace algo más de un siglo.
La presentación de una bandera propia, la reivindicación del mapuzugun y la
afirmación de su estatus de Pueblo único extendido a ambos lados de la Cordillera
–anterior y más allá de las estructuras estatales– generó inmediatamente una ola de
reacciones que, del mismo modo que a principios de siglo alertaban sobre el “pe-
ligro chileno”, veían ahora una amenaza separatista y una inminente disgregación
del territorio nacional y patagónico.
La auto-afirmación como Pueblo, más los reclamos de territorio y autonomía
23
como derechos fundamentales, conformaron el eje del discurso político de las or-
ganizaciones mapuche, en concordancia con la tendencia global de reconoci-
miento de derechos a los grupos indígenas (Briones, 1999). Aquí puede observarse
cómo “la legislación internacional, nacional y provincial está operando como
factor poderoso en lo que hace a re-construir y re-constituir a los indígenas (y por
consiguiente a los no indígenas) como sujetos políticos de tipo particular” (Briones,
1998a:244). El Convenio 169 OIT (1989) y la reforma de la Constitución Na-
cional (1994) resultaron referentes importantísimos en este sentido.
Mientras tanto, desde el Estado provincial, se intenta restaurar el modo histó-
rico de hegemonía que estaba siendo cuestionado, denunciando la politización de
la dirigencia mapuche, a la vez que tratando de reencauzar los reclamos al ámbito
de la acción social. Por otro lado, durante la última década se dictan varias Leyes
24
Orgánicas de Ministerios (en los años 1995, 1999, 2000, 2002), que modificaron
total o parcialmente el organigrama de las reparticiones oficiales. En la mayor parte
de este lapso, ya no existía ninguna oficina –ni siquiera de tercer o cuarto nivel
como fueron las Direcciones en años anteriores– abocada a tratar específicamente
la problemática indígena.
Por ejemplo, en la Ley de Ministerios Nº 2292 de 1999, dentro de las compe-
25
tencias del Ministerio de Desarrollo Social –un listado de 16 ítems de lo más va-
riados– aparece sólo uno relacionado tangencialmente con el sector indígena (y
bastante ambiguo):
100

95
23 Precisamente con este temario, la Coordinación de Organizaciones Mapuche organizó en
Neuquén en 1995 el Primer Seminario Regional “El Derecho Internacional y los Pueblos Origina-
75
rios”, del que participan representantes de la OIT, dirigentes mapuches locales y trasandinos, y asis-
tentes no mapuches vinculados a la problemática en cuestión.
24 Corresponden al tramo final del último mandato del gobernador Sapag y al del actual gober-
nador Sobisch, reelecto en 2003 para un nuevo periodo de gobierno. 25
25 El tradicional Ministerio de Bienestar Social es reemplazado en 1995 por el Ministerio de Sa-
lud y Acción Social, y nuevamente en 1999, por el Ministerio de Desarrollo Social, vigente hasta la 5
actualidad.
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“Promover la elaboración de planes y programas sociales de preservación de la


identidad provincial, fomentando la complementariedad étnica y el desarrollo po-
blacional en la diversidad”.

El mismo texto figura en la Ley de Ministerios Nº 2347 de 2000 y en la Ley de


26
Ministerios Nº 2396 de 2002.
En función de lo desarrollado hasta aquí, y a modo de síntesis del decurso se-
guido por el tratamiento de la “cuestión indígena” en Neuquén a lo largo del siglo
XX, puede notarse que a pesar de un cambio en el modo de construcción y valora-
ción de la diferencia, persiste hasta la actualidad una relación asimétrica entre la so-
ciedad global y la población mapuche, rubricada y potenciada desde las políticas
del Estado provincial. En este sentido, la retórica más “tolerante” instalada en las
últimas décadas, debido en parte a la propia presión de las organizaciones indí-
genas, no logra ocultar la perpetuación de una relación de sometimiento de pro-
fundas raíces históricas, que se manifiesta actualmente en un modelo de
integración subordinada de la población mapuche.
Como se verá en los análisis realizados en los acápites siguientes, la falta de un re-
conocimiento político cultural pleno viene acompañada de una política de conce-
sión de ‘derechos a la diferencia’ sumamente acotados y fiscalizados desde el
Estado, como ocurre con el intento de regulación de la organización interna de las
comunidades y con el modo de implementación de la enseñanza de la lengua ma-
puche en escuelas de comunidad.

III. La Personería Jurídica de las Comunidades Mapuches en Neuquén, según el Decreto


27
Provincial Nº 1184 del 10 de julio de 2000

III.a. Antecedentes y comentarios generales


Desde un enfoque político y jurídico, es preciso subrayar de antemano la significa-
tividad de este tópico de la personería jurídica de las comunidades mapuche, como
26 En esta última hay otra expresión similar a la anterior, casi redundante: “Intervenir en el dise-
ño de políticas culturales que promuevan la identidad provincial, afianzando sentimientos de per- 100

tenencia y rescatando las diversas manifestaciones y patrimonios culturales.” Aparece así claramen-
te enfatizado que el Estado propiciará que la balanza entre identidad provincial (hegemónica) y 95
diversidad se incline hacia la primera.
75
27 Este acápite retoma una comunicación presentada por su autor, Carlos Falaschi, al Encuentro
de más de 30 Comunidades Mapuche neuquinas, auto-convocadas sobre el tema, en Zapala, el 30
de noviembre de 2002, con copia a cada Comunidad. Antes de esa fecha y pese a la gravedad del
Decreto, los dirigentes urbanos de la Coordinación de Organizaciones Mapuche (COM) no habían
reaccionado aún y estaban en el Encuentro “Construyendo capacidades para la Auditoría Social”, 25
realizado en la Mutual de la Universidad Nacional del Comahue, el 20 de noviembre de 2002. El
membrete de tal convocatoria llevaba el logo del Banco Mundial junto a los de la COM y la Funda- 5
ción Nehuén.
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente 167

indicador emblemático de las políticas indigenistas provinciales. En efecto, refleja


la mirada que tiene el Estado (o Gobierno) de un pueblo-nación diferente; si es que
lo considera tal, o lo trata simplemente como una minoría más, objeto a lo sumo de
medidas asistencialistas, tal como quedó evidenciado con la supresión en la última
década de la Dirección de Asuntos Indígenas (DAI) y su pasaje a un área de Acción
Social.
Para una comprensión cabal de este análisis, cabe señalar también que el decreto
de referencia hace su aparición ‘entre gallos y media noche’, sin anuncios, debates
previos ni la consulta debida al pueblo indígena interesado; así como con oculta-
miento y demora en su publicación oficial, lo cual da cuenta del hermetismo con
que se maneja el partido gobernante en esta provincia.
Un tercer elemento de juicio consiste en destacar que nada ha sido hecho para
adecuar la normativa provincial en esta materia –Ley Provincial Nº 77 s/persone-
rías jurídicas, que data nada menos que de 1959– a los principios del Convenio Nº
169 de la OIT y de la reforma constitucional de la Nación de 1994. Finalmente, pa-
rece obvio expresar que la aplicación o no aplicación efectiva de estas normas jurí-
dicas de nivel superior se hallan interferidas con –y condicionadas por– las políticas
económicas oficiales y su “alianza estratégica” con intereses económicos sectoriales
y privados, las prácticas administrativas connotadas por una ‘no-decisión’ cons-
tante en el área indígena, y las prácticas judiciales inveteradas y sin aggiornamento a
la citada normativa y su nueva hermenéutica.
En cuanto a los antecedentes, cabe destacar que, desde hacía tiempo, la asesoría
28
y representación legal de la C.I.N y de varias comunidades venía exigiendo la ade-
cuación de la legislación provincial a la Carta Magna y a los tratados internacio-
nales, demandando la modificación de la Ley Provincial N° 77 y la creación de un
registro específico de comunidades, así como también la adecuación de otras leyes
29
provinciales referidas por ejemplo a la cuestión de tierras y su registro. Ante la im-
posibilidad tanto de continuar postergando tal reforma como también de realizarla
por decreto, así como por el uso que las comunidades mapuche estaban haciendo

28 También como resultado de los trabajos de campo, estudios y propuestas, realizados en el 100

marco de: (1) Proyecto de Investigación y Extensión “Defensa y Reivindicación de Tierras Indígenas”,
Neuquén y Río Negro, 1994-1996, FDCS-UNCo, Gral. Roca-Neuquén, Informe Final de mayo 95
1996; y (2) “Evaluación del Impacto Socio-Ambiental de la Actividad Hidrocarburífera en el Te-
rritorio de las Comunidades Mapuche Paynemil y Kaxipayiñ de LLL”, Acta-Acuerdo entre Comu- 75
nidades Paynemil-Kaxipayiñ y Repsol-YPF, Neuquén, Informe de julio 2001 (en internet:
www.ecoportal.net/articulos/lomalata.htm); con dirección y coordinación general a cargo del Dr.
C. Falaschi, respectivamente.
29 Ante funcionarios de la Dirección de Personas Jurídicas y Simples Asociaciones (DPJ y SA), y 25
de otros organismos provinciales de aplicación (Dirección General de Tierras, Dirección Provin-
cial de Catastro, Registro de la Propiedad Inmueble, Dirección Provincial de Minería, Dirección 5
de Medio Ambiente, Dirección Provincial de Hidrocarburos, etc.)
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de la resolución N° 4811 de la Secretaría de Desarrollo Social de la Nación –que


desde 1996 había reconocido como tales, otorgando personería jurídica nacional, a
numerosas comunidades a las cuales a nivel provincial se les negaba tal reconoci-
30
miento– , el gobierno provincial opta por lanzar este decreto como “reglamenta-
ción” a la Ley Nacional N° 23302. Así, el Decreto Nº 1184 sobre Personería Jurí-
dica de Comunidades Mapuche hace su aparición con fecha del 10 de julio del
2002 con un número de registro que, por ironía del destino, viene a ser como un
reverso antitético de la Resolución de la Secretaría de Desarrollo Social Nac. Nº
4811 de 1996. Aunque invoca en sus considerandos y parte dispositiva la Ley Na-
cional 23.302 –a la cual Neuquén adhirió formalmente por Ley Provincial N°
1800– e incluso apela a las “facultades concurrentes entre la Nación y las provin-
cias” sancionadas en el artículo 75, inciso 17 de la reformada Constitución Na-
cional, el mismo no respeta los principios de la reforma sustancial habida en ma-
teria de derechos indígenas a partir de la inclusión de dicho artículo en la
Constitución Nacional en 1994 y del Convenio Nº 169 de la Organización Inter-
nacional de Trabajo (O.I.T.) de 1989, ratificado por Ley Nacional Nº 24.071 en
1992 e internacionalmente exigible a partir de julio de 2001 –ambos instrumentos
con neta jerarquía superior a las leyes ordinarias, entre ellas la propia Ley Nº
23.302. En otras palabras, a pesar de que el Decreto en examen menciona e inclu-
sive cita los dos instrumentos legales de primer nivel, éstos no son tenidos real-
mente en cuenta, y actúa o dispone como si no existieran.
Resulta paralelamente llamativo el modo en que la Dirección de Personas Jurí-
dicas y Simples Asociaciones (DPJ y SA) tanto como otros organismos provinciales
pueden facilitar los trámites en la provincia de firmas y filiales comerciales –con
inscripción y sede ‘nacionales’ (generalmente en Buenos Aires), y muchas con
casa-matriz en el exterior– que desarrollan en ella actividades económicas diversas
(petróleo, gas, minería, turismo, supermercados, etc.), y al mismo tiempo ponen
tanto empeño en ignorar, dilatar o entorpecer aquellos que atañen a las comuni-
dades indígenas, con territorios y antecedentes ancestrales en la zona, inquietud
que se extiende a las autoridades de aplicación homólogas de las provincias de Río
Negro y Chubut. Igual contraste se advierte en lo relativo a los trámites de adquisi- 100

ción y titularización de tierras por parte de empresas o de “ricos y famosos”, nacio-


95
nales y extranjeros –algunos de los cuales luego se descubren evasores y/o morosos
en el pago por ejemplo del impuesto inmobiliario sobre construcciones y/o me- 75
31
joras– frente a la parsimonia y dificultades burocráticas de los órganos de aplica-

25
30 En relación con la Resolución 4811/96, ver una interesante y analítica mirada antropológica
sobre la significación y performatividad de las normas legales en GELIND (1999a).
5
31 Cfr. Falaschi (1999).
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente 169

ción cuando se trata de Comunidades y familias indígenas o criollas, cuyos únicos


recursos básicos son su tierra y sus brazos.
En todo caso, en el tema específico de la personalidad jurídica que nos ocupa, y
habiendo comunidades con personería reconocida e inscripta a nivel nacional en el
Registro público del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (I.N.A.I.), como se
admite en los considerandos, es preciso preguntarnos por qué no tuvo curso y eje-
cución un convenio al respecto suscripto entre Nación y Provincia, el cual hubiera
ahorrado fastidios y problemas a las comunidades. La pregunta resulta más que
pertinente, teniendo en cuenta que la provincia del Neuquén no cuestiona otras
inscripciones nacionales, por ejemplo de sociedades anónimas inscriptas en el Re-
gistro Público de Comercio de Buenos Aires, lo cual constituye una clara muestra
de la utilización diferencial y discriminatoria de criterios.
En tanto la forma comunitaria –en el statu quo normativo actual– permite un
mejor ejercicio y defensa de los derechos fundamentales de los Pueblos Origina-
rios, los obstáculos “fabricados” de facto por los funcionarios en jurisdicción de ésta
y de otras provincias (como la de Salta en el caso Llaka Honhat) llevan a pensar no
sólo en un simple déficit de voluntad política, sino más bien en una intenciona-
lidad patente o latente de coartar y limitar al máximo aquellos derechos (de perso-
nería y de tierras, especialmente) frente a conflictos actuales o eventuales derivados
de su reconocimiento, en los que subyacen intereses económicos, hoy dominantes
32
sobre lo político y lo social.
El Decreto en cuestión, asimismo, nace con vicio o “pecado original”, en tanto
su proyecto –que interesa y concierne a las Comunidades– se dicta como “acto del
príncipe”, sin ser sometido a debate ni a la obligatoria consulta de los pueblos y co-
munidades por él afectadas, tal como lo establecen el artículo 75, inciso 17 de la
33
Constitución Nacional (CN) y el Convenio Nº 169 de la O.I.T –citas ambas

32 Cfr. los casos pasados y presentes de las Comunidades Kallfucura, Kaxipayiñ, y las que circun-
dan el Cerro Chapelco en Neuquén; o el de las Comunidades Com Kiñé Mu, Mallín Ahogado,
Vuelta del Río, Huisca Antieco, y de las familias Curiñanco-Nahuelquir y M. Fermín en Río Ne-
gro y Chubut, entre otras. Cfr. También con otros conflictos de familias y comunidades mapuche
vs. intereses de Cerámica Zanón S.A., del Proyecto Mega, del Complejo Invernal Chapelco; de la 100

sucesión Sede e Inmobiliarias en Arroyo Las Minas, de Patagonia Andina Golf Club, de Benetton
Hnos., de minera Meridian Gold, etc. 95

33 Se compromete la constitución argentina ante los Pueblos Originarios a “asegurar su partici-


75
pación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten”. Establece
el artículo 6 del Convenio 169 de la OIT que “los gobiernos deberán: a) consultar a los pueblos inte-
resados, mediante procedimientos apropiados y en particular a través de sus instituciones representati-
vas, cada vez que se prevean medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarles directa-
mente.” Si recursos naturales básicos son para los Pueblos Indígenas sus tierras-territorio y otros 25
como el agua, el aire y la integridad de su medio ambiente, el primer interés que los afecta y de-
manda su participación consiste en su Autonomía y en el respeto debido del Estado a sus propias 5
instituciones y a su derecho consuetudinario. Ver Falaschi, Caputo y Monte (1994).
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170 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

34
omitidas en los considerandos del Decreto. Este incursiona además oblicuamente
en otras áreas y en perjuicio de otros derechos indígenas, como por ejemplo en lo
que hace a la “posesión y propiedad comunitarias” de sus tierras-territorio, ampa-
radas por la C.N. y el ya citado convenio internacional.

III.b. Análisis en particular

1. La personalidad jurídica
En
a) primer lugar, cabe comentar una cuestionable concepción de “persona de
derecho privado conforme al inc. 2, párr. 2, del art. 33 del Código Civil”, tal
como reza la norma del Decreto en su reglamentación al artículo 2 de la Ley
Nacional 23.302, en la cual esta definición sin embargo no aparece –salvo el
35
reenvío del art. 4 sobre relaciones internas – como sí lo hace en el artículo 19
de su Decreto Reglamentario Nº 155 /89. La Provincia adopta esa hermenéu-
tica discutible, que evidentemente avanza ultra legem (más allá y por encima
de la ley) y viene preñada de consecuencias. En efecto, la caracterización de la
naturaleza jurídica de la personalidad que corresponde a los Pueblos-Comu-
nidades originarios en base a la doctrina internacional y a los principios de
Pre-existencia Étnico-Cultural y de Autonomía debería ser la de personas de
derecho público no-estatales –conforme a la fundamentación brindada por el
36
Dr. Germán J. Bidart Campos (2002) y otros autores, y a la que adherimos,
esto es, derecho público como eran los Municipios (entes estatales excluidos
por Ley Nº 17.711)– o de derecho público no-estatal, como sigue siendo la
Iglesia Católica.

100

95

75

34 Lo mismo ocurre con el Decreto Nº 1181, dictado en materia educativa también sin debate
público ni consulta con los integrantes de la comunidad educativa (ciudadanos padres de familia y
docentes), y con derogación anunciada ahora por el gobernador —suerte que asimismo deseamos
al Decreto Nº 1184. 25

35 Ver punto 2 más abajo.


5
36 v. Diez. y Falaschi. 1995ª; Sánchez, 1999 y Falaschi y Ramos, 2000.
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente 171

En
b) segundo lugar, esta personería no puede ser “otorgada” –término en el que
insiste el Decreto– sino que debe ser “reconocida” por el Estado, en virtud de
la norma constitucional. En el mismo sentido y según juristas con los que
coincidimos, el acto administrativo que resuelve su inscripción en el Registro
no es “constitutivo” de dicha personalidad, sino meramente “declarativo”. Y
si las comunidades son “reconocidas” por la C.N. es porque pueden pre-exis-
tir y organizarse libremente como tales. Sin embargo el Decreto analizado se
constituye en ‘padre y partero de la criatura’, disponiendo que “la inscripción
determinará el nacimiento (no la fecha de éste o de su ‘presentación en socie-
37
dad’) de la persona jurídica de derecho privado”. Para mejor comprensión del
tema, decimos que un paralelo análogo lo da el art. 75 de la misma C.N.,
cuando expresa: “[…] Reconocer […] la posesión y propiedad de las tierras que
tradicionalmente ocupan”; es decir una personalidad y una posesión o propie-
dad que pueden existir desde antes de su reconocimiento, óptica poco común
en la formación en las facultades de Derecho.
En
c) tercer lugar y en cuanto a las exigencias previas para el registro, la Ley Na-
cional Nº 23.302 enumera en su artículo 3 las de: Nombre y domicilio de las
Comunidades; Integrantes; Actividad; Pautas de organización (culturales):
Antecedentes de su preexistencia y reagrupamiento; y finaliza con una ‘zona
gris’ y elástica en extremo, que se presta a la arbitrariedad: “los demás elementos
que requiera la autoridad de aplicación”. El Decreto Reglamentario Nº 155 de
1989, a su vez, trata el tema en los arts. 16 al 20, y prevé (además de la coordi-
nación y convenios con las Provincias) un censo de los integrantes de las co-
munidades “cuando sea posible”. Las encuadra en el art. 33-2º del Código
Civil y, en particular, requiere de manera discreta –establece que “podrán te-
nerse en cuenta”– identidad étnica, lengua autóctona actual o pretérita, cultu-
ra y organización propias, tradiciones esenciales, convivencia actual o pasada
en hábitat común y la existencia de un núcleo de al menos tres familias.
38
d) Decreto provincial sobreabunda, en cambio, requisitos, muchos de ellos
El
polémicos e incluso peligrosos. Incluso ya antes de enunciarlos establece: “y
los que surjan a partir del trabajo de campo a realizarse con todas y cada una de 100

las Comunidades mapuches”. Aquí entramos en la ‘dimensión desconocida’.


95
No se sabe quién llevará a cabo, ni sobre qué, ni por qué, ni para qué, ni
cómo, ni siquiera cuándo será practicable y cuándo finalizará ese nebuloso 75
trabajo de campo, en el que además no habría participación ni control de la
Comunidad, sino por hipótesis del órgano de aplicación y con un alcance que
se ignora; máxime cuando las comunidades son conminadas a acogerse a este
25

37 “de carácter privado”, dice el Código; v. regl. del art. 2).


5
38 Reglamento de los arts. 2 y 3.
0

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172 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

régimen en el plazo de 12 meses. ¡Qué mayor paradigma de inseguridad jurí-


dica y de abuso normativo en un Decreto que pasa por encima de la Ley!
Citamos los restantes recaudos incluidos en el decreto 1184. Identidad étnica
–sin atender al principio aceptado de la auto-adscripción–, lengua autóctona,
cultura y organización propias, tradiciones esenciales, hábitat común, núcleo
de por lo menos 10 familias –más que triplicando el mínimo del decreto re-
glamentario Nº 155 /89. Añade luego el decreto provincial al reglamentar el
artículo 3: Domicilio real y/o topónimos o referencias; descripción del terri-
39
torio; nómina, datos personales y parentesco de integrantes –exigiendo fir-
ma y aclaración, cuando puede haber quienes no sepan leer, escribir o firmar–
un posterior registro de los fines y pautas de organización, forma de designa-
ción y remoción de autoridades así como mecanismo de integración y exclu-
sión de miembros; libro de actas habilitado sobre decisiones, libro de
ingresos-egresos patrimoniales; reseña histórica de origen y agrupamiento,
manifestación sobre personería en otra jurisdicción (que sería la nacional).
Añade, además, que “la autoridad de aplicación puede requerir”, en cualquier
momento, “todo otro dato o documentación adicional”.
Esto no es todo. Continúa finalmente: “La personería jurídica en sede nacional:
40
– no habilita a peticionar – ni a acogerse a la Ley – ni a este Decreto provincial
mientras la Comunidad no esté inscripta según el régimen provincial”. Nótese
cómo se desconocen aquí actos “legales” de la jurisdicción nacional, pudiendo
producirse conflictos de carácter público, a la vez que se subestima a las comu-
nidades inscriptas sólo en el registro nacional como nonatas, inviables o civil-
mente “muertas”. Se suman asimismo las exigencias de identidad de
miembros e identidad de autoridades, con lo cual se momifica a los miembros
y a las autoridades y se desconoce cualquier posible modificación. La redac-
ción es más que confusa, reforzando por último las exigencias ya mencionadas
al requerir “que se cumplan todos los requisitos”.
Respecto
e) de la “Descripción del territorio con acreditación de propiedad”, el
Decreto introduce otra exigencia no sólo insólita sino también conflictiva, en
41
posición muy diferente a la del decreto reglamentario de 1989. Requiere de 100

previo, junto con la descripción del territorio y datos catastrales, acreditar “la
95
propiedad de los respectivos lotes mediante certificados de dominio expedidos por el
Registro de la Propiedad Inmueble”. 75
El Poder Ejecutivo provincial no ignora que puede haber y hay en efecto co-
munidades con largos reclamos pendientes por el conjunto o parte de sus tie-

39 Ítem que merece una atención especial; ver acápite (e) más adelante. 25

40 Se refiere a la Ley Nacional 23.302.


5
41 Cfr. art. 5, incs. (g) y (h) sobre atribuciones del INAI.
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rras (frente a un Estado indolente o connivente con linderos usurpadores o


empresas intrusas); que hay o puede haber tierras de ocupación ancestral aún
no mensuradas ni titularizadas ni inscriptas; que él mismo debiera promover
de oficio la adjudicación y registro de las tierras indígenas –“bien de trabajo” a
tenor de la misma Constitución provincial, de la C.N. y de la Ley Nº 23.302
que está pretendiendo reglamentar. En el contexto ya descripto aquí y en la
primera parte, resulta aberrante y constituye una verdadera traba requerir
‘certificados de dominio’, previamente y como condición sine-qua-non para el
reconocimiento de la personalidad jurídica. Nunca más oportuno, en rela-
ción con las Comunidades, el axioma de los viejos civilistas franceses: “La pos-
session vaut titre”, la posesión equivale al título.

2. Disposiciones aplicadas a las Comunidades reconocidas


La Ley Nacional Nº 23.302 dispone en su artículo 4 que “las relaciones entre los
miembros de las comunidades (indígenas reconocidas) […] se regirán de acuerdo a las
disposiciones de las leyes de cooperativas, mutualidades u otras formas de asociación
contempladas en la legislación vigente”. Al no consignarse siquiera su carácter de nor-
mas de reenvío o “en subsidio”, esto es evidentemente contradictorio tanto con la
autonomía, el derecho consuetudinario (Convenio OIT Nº 169) y la propia C.N.,
como con el “discurso” sobre respeto a sus valores y pautas culturales. Este criterio
es citado pero felizmente no receptado en forma expresa por el Decreto en cues-
tión, que se remite a la normativa de los artículos 5 y 8 del Convenio Nº 169 de la
OIT. Este último artículo 8 se refiere explícitamente a la obligación de “tomar en
consideración sus costumbres o su derecho consuetudinario […] e instituciones propias”
(de los pueblos indígenas) “al aplicar la legislación”; o sea en el típico encuadre de
42
un decreto reglamentario. Sin embargo, en el contexto y en los hechos, el Decreto
N° 1184 dispone lo contrario.

3. El recurso obvio a la Justicia


En su inciso c, el artículo 6 de la Ley nacional prevé un posible recurso de apelación
dentro de los 10 días ante la Cámara Federal y contra las resoluciones del órgano de 100

aplicación, el INAI. El Decreto analizado guarda silencio al respecto, lo que no im-


95
pide, naturalmente, los recursos judiciales pertinentes ante la jurisdicción provin-
cial y/o federal (según el caso), más la ‘reserva federal’, y aún el de amparo en los su- 75
43
puestos previstos por la C.N.

25
42 Ver antecedente piloto del “Estatuto Autónomo” de la Comunidad Kallfukura, Neuquén,
1995.
5
43 Art. 43, párr. 1 y 2.
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174 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

Otra muestra de la arbitrariedad del Decreto está dada in fine por su art. 2,
cuando impone la adecuación de las Comunidades inscriptas en la Provincia bajo
la forma de ‘asociación civil’, “dentro del plazo de doce (12) meses a contar desde la en-
trada en vigencia”. Declarado “improrrogable”, este plazo pasado el cual la Comu-
nidad “quedará definitivamente encuadrada en los términos de la Ley Nº 77” (sic)
“arresta” manu militari a las Comunidades y las encierra sin su anuencia en un
“club de presos voluntarios”, habida cuenta de que las demás personas jurídicas,
como Asociaciones Civiles o Simples, Fundaciones, etc., surgen de contratos libre-
mente concertados, que son “ley para las partes”. Además no las encuadra ‘en los
términos del Decreto’ –lo que hubiera sido al menos lógico– sino en los de una Ley
Provincial que no contempla ni la identidad ni los derechos comunitarios indí-
genas; ley que elíptica e ilegalmente se está ampliando o modificando por decreto,
complicando innecesaria, gratuita y lamentablemente las cosas. Va sin decir la liti-
giosidad de todos estos aspectos.
Hasta aquí, las consideraciones surgidas de una primera aunque atenta lectura
del Decreto provincial en cotejo con otros instrumentos legales, aunque este De-
creto –verdadero “chaleco de fuerza” para las Comunidades– da todavía para más y
para “hilar más fino”. Por lo pronto, bien merecería otros estudios puntuales la in-
cidencia indirecta pero efectiva (por nociva) de este instrumento –sólo formal o
aparentemente legal– en lo concerniente a los derechos de las Comunidades ma-
puche sobre sus tierras-territorio.

IV. Aprendiendo a ser neuquino en mapuzugun: el proyecto provincial de enseñanza de


lengua y cultura mapuche en escuelas de comunidad
Entre las acciones destinadas a la población indígena, resulta interesante analizar
aquéllas vinculadas al sistema educativo, pues la escuela –como agencia intencio-
nalmente formativa, privilegiada en el campo de los significados y la cultura (Díaz,
1997), e históricamente encargada de la inscripción de la ciudadanía– constituye
una de las agencias clave en la construcción de la identidad provincial neuquina. A
su vez, en tanto espacio dialéctico en el que se encuentran el Estado y las clases sub-
100
alternas (Ezpeleta y Rockwell, 1985), la institución escolar materializa en el área
rural provincial la presencia efectiva del Estado, desplegando articulaciones más o 95
menos conflictivas con el sector mapuche mediante su accionar sobre el contingen-
te infantil de dicha población. 75

Este acápite se centra por tanto en el programa de enseñanza de idioma y cultura


mapuche puesto en marcha por el gobierno provincial a mediados del año 2000,
tomándolo como otro de los escenarios en que se hace explícita una economía polí- 25
tica de la diversidad (Briones, 2001a) en su versión neuquina. Nuestro análisis se
5

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44
basa en la documentación oficial a la que fue posible tener acceso, en fuentes pe-
riodísticas regionales y en materiales originales, producto del trabajo de campo en
comunidades mapuche del centro y sur de la provincia del Neuquén.

IV.a. Breve descripción


El proyecto, aplicado en escuelas primarias a partir de marzo de 2001, se ha imple-
45
mentado mediante resoluciones del Consejo Provincial de Educación (CPE) y de-
cretos del Poder Ejecutivo. Sus características fundamentales habían sido ya defini-
das en mayo de 1995, a través de la resolución 0349 del CPE que incorporó “con
carácter optativo la enseñanza de lengua y cultura mapuche en escuelas primarias
insertas en agrupaciones indígenas”, pautando la carga horaria a cumplir por el
Maestro Especial de Lengua y Cultura Mapuche en 10 hs semanales. De éstas, cua-
tro deberían destinarse al trabajo de “rescate cultural” con la comunidad y las res-
tantes seis se distribuirían entre las secciones de cada establecimiento. Dicha reso-
lución instauró también la elección comunitaria del maestro en cuestión entre el
personal idóneo –sin que la falta de título fuese un impedimento–, correspondien-
do a la misma comunidad el seguimiento de su planificación y desempeño, en con-
junto con la dirección de la escuela. Entre sus fundamentos, dicha norma enuncia-
ba “la necesidad de las comunidades indígenas de preservar su lengua y su cultura”,
el carácter privilegiado de la lengua como “vehículo de expresión de la cultura”, y el
hecho de que es “responsabilidad del estado y de la institución educativa velar por
la preservación de la cultura indígena”.
Dos meses después de la sanción de esta resolución, el poder ejecutivo provin-
cial creó por Decreto N° 1413/95 el cargo de maestro especial de lengua mapuche,
modificando el anexo IX de la Ley de remuneraciones y definiendo la carga horaria
y el puntaje en base al cual se asignarían las remuneraciones. Durante lo que resta
del año 1995, el CPE asignó a las plantas funcionales de doce establecimientos el
cargo de Maestro Especial de Lengua y Cultura Mapuche, mediante sucesivas reso-
46
luciones. Resulta llamativa la concentración de dichas designaciones –nueve

44 Es de destacar que este programa no sólo no fue consultado con las organizaciones mapuche, 100
sino que se ha manejado desde la Dirección de Programas Educativos e Idioma mapuche con extre-
mada reserva, sembrando nuevas dudas respecto del supuesto carácter público de los actos de go- 95
bierno.
45 El Consejo Provincial de Educación, si bien depende del Poder Ejecutivo Provincial, constitu- 75
ye un organismo colegiado, en el que están representados también el gremio docente (ATEN) y los
consejos escolares. Es importante tener en cuenta la iniciativa lanzada en 2003 por el gobernador
Jorge Sobisch, luego de ser reelegido para otro período en su cargo, en torno a la creación de nuevos
ministerios del poder ejecutivo, entre ellos el Ministerio de Educación, Cultura, Deportes y Juven- 25
tud, área que pasaría entonces a depender íntegramente del ejecutivo provincial (ver Río Negro
On Line 11-10-2003).
5
46 Resoluciones N° 0800 (28-09-95), N° 0930 (07-11-95) y N° 1052 (28-11-95).
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sobre un total de doce– en el Distrito Regional IV, hecho que remite una vez más a
la discrecionalidad con que se aplican este tipo de programas en función de la rela-
ción de los funcionarios a cargo con los referentes de las distintas comunidades. Sin
embargo, dichos maestros se desempeñaron sólo durante 1996, luego de lo cual el
cargo fue “desactivado” (Díaz, 2001).
En gran medida como medio para contener las demandas de interculturalidad
47
que por ese entonces cobraban consenso en la sociedad civil, el proyecto oficial
fue retomado en el año 2000, bajo la órbita de la Dirección de Programas Educa-
tivos e Idioma Mapuche –nueva dependencia del CPE a cargo de un funcionario
mapuche– que pasó a concentrar las pequeñas decisiones y la información corres-
pondiente, interviniendo en la selección de los maestros, su capacitación y la eva-
48
luación de su desempeño. Esta Dirección se reservó también la facultad de re-
novar (o no) año a año los nombramientos, con lo cual la elección dejó de estar en
manos de la comunidad exclusivamente, tornándose en muchos casos en un bene-
ficio más –equivalente por ejemplo a los planes jefes y jefas de hogar– a distribuir
según mecanismos clientelares.
El proyecto recibió fuertes críticas desde la Coordinadora de Organizaciones
49 50
Mapuche y su Centro de Educación. Las propuestas de este centro fueron igno-
radas por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche que, incum-
pliendo con lo establecido por la Constitución Nacional en su artículo 75, inciso
17, no sometió su proyecto al debate con las organizaciones mapuche interesadas.
Una vez más, la política provincial redujo la “participación indígena” a la designa-
ción de un funcionario mapuche al frente del organismo en cuestión.
Por otra parte, el proyecto también ha sido cuestionado “desde centros especia-
lizados de la Universidad Nacional del Comahue, […] que advierten en el Pro-
grama una maniobra del partido gobernante para entremezclarse junto con las cajas
de alimentos y los planes trabajar en las comunidades” (CEPINT 2003).
En todo caso, el lanzamiento oficial –objeto de una significativa cobertura por
51
parte de la prensa local– introdujo en la documentación sancionada por el CPE un
vocabulario aggiornado respecto del de 1995, más políticamente correcto, que
reemplazó por ejemplo el término “cultura indígena” por “cultura de los pueblos 100

Originarios” y sumó a los fundamentos ya enunciados en 1995 el fin de “mejorar la


95

47 Nos referimos en particular al Proyecto de Educación Intercultural elaborado por la COM 75


(Coordinación de Organizaciones Mapuche). Neuquén, Octubre 2000. m.i.
48 Resolución 1741 del 22 de diciembre de 2000.
49 Para un análisis de los cuestionamientos y propuestas formulados por organizaciones mapu-
che, ver Briones (2002d). 25

50 COM (2000), op.cit.


5
51 Río Negro On line, 18-06-2000, 10-03-2001, 13-03-2001 y La Mañana del Sur, 11-03-2001.
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calidad de vida de la población, en un marco de igualdad de oportunidades y posi-


bilidades”.
Paradójicamente, dicha igualdad se postula como resultado de programas espe-
ciales o compensatorios, de acuerdo con una particular concepción del sector indí-
52
gena, circunscrito por definición al ámbito rural. Se trata de una política focali-
zada, enmarcada en tendencias más amplias de descentralización, segmentación y
focalización de las políticas sociales que caracterizan a las transformaciones del neo-
liberalismo conservador (Gras, Hintze y Neufeld, 1994).

IV.b. Análisis del proyecto en la práctica


Teniendo en cuenta que la experiencia escolar cotidiana comunica interpretacio-
nes sobre la realidad y orientaciones valorativas no necesariamente explícitas en los
programas oficiales (Rockwell, 1995), el análisis del proyecto en cuestión no se re-
duce a lo enunciado en la documentación oficial, sino que comprende las prácticas
observadas en establecimientos educativos en los cuales se aplica el citado proyecto,
así como también los pareceres manifestados por funcionarios, directivos, docentes
no mapuche, maestros especiales de lengua y cultura mapuche, miembros de orga-
nizaciones mapuche, niños y padres.
En primer lugar es preciso señalar que, a pesar de la afirmación oficial de que
53
mediante este programa “se cubre la necesidad educativa de interculturalidad”, lo
que en realidad se plantea es el bilingüismo. Sin embargo, tampoco se trata de una
educación bilingüe, pues el mapuzugun –que en gran parte del alumnado no es la
lengua materna– no pasa de ser un área de aprendizaje (asignatura) circunscrita a
una o dos horas de clase semanal, al igual que sucede en otras experiencias de este
tipo desarrolladas en Chile (Chiodi, 1997).
El maestro mapuche trabaja como un maestro especial, haciéndose cargo de
cada sección durante un período determinado (por lo general dos horas semanales),
e impartiendo su clase al grupo en su conjunto. La pertinencia del conocimiento
está dada por el contexto, es decir, porque se trata de una escuela situada en una co-
munidad mapuche. A pesar de las declaraciones formuladas por el director de Pro-
gramas Educativos e Idioma mapuche respecto del trabajo coordinado e interdisci- 100
54
plinario con los docentes no-mapuche, tal articulación no se halla contemplada
95
en la normativa vigente –que se limita a designar a los maestros mapuche y a pautar
la carga horaria y su distribución según el número de secciones de cada escuela– ni
75

52 La reducción de lo mapuche al ámbito rural ha concentrado las críticas de organizaciones de


Neuquén, Buenos Aires, Río Negro y Chubut (ver Szulc 2002).
25
53 Consejo Provincial de Educación, Dirección de Prensa y Comunicación, 09-03-01: “Desig-
narán a 39 maestros bilingües mapuches”.
5
54 Río Negro On Line 18-06-2000 “Enseñarán mapuche a jóvenes indígenas”.
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ha sido operacionalizada, quedando en la práctica librada a la “buena voluntad” y a


las posibilidades pedagógicas de unos y otros docentes.
En algunos establecimientos, el maestro mapuche se ha integrado a las prácticas
de disciplinamiento y a los rituales escolares cotidianos, participando activamente
en la ceremonia diaria de izar y bajar las banderas argentina y neuquina, así como
también en los intercambios de saludos entre cada docente y el conjunto del alum-
nado durante la formación. La particularidad en este caso es que el saludo se for-
mula en mapuzugun, aunque “a coro” y con entonación idéntica a la tradicional en
el ámbito escolar.
Del mismo modo, la transmisión de conocimientos asume frecuentemente lo
que Chiodi (1997) denomina “lógica escolar”, que implica un fuerte énfasis en la
escritura y la descontextualización de las palabras e ideas presentadas por el do-
cente. Tanto padres como niños de comunidades en las que se implementa este
proyecto se refirieron críticamente a la reducción de la cultura e idioma mapuche a
la enseñanza de “palabras sueltas”.
Es preciso señalar que este tipo de enseñanza suele resultar poco estimulante
para los niños, a diferencia de lo observado en otro tipo de propuestas –como el es-
pacio formativo del Centro de Educación Mapuche Norgvlamtuleayiñ, de la
Coordinadora de Organizaciones Mapuche de Neuquén, y la Organización Ma-
puche “Puel Pvjv” para niños mapuche de la ciudad de Neuquén, denominado
“Tukulpazugun”– donde el aprendizaje del idioma forma parte de un proyecto po-
lítico más amplio que resignifica la recuperación del mapuzugun como parte de la
disputa por la autodeterminación. Al desplegar estrategias didácticas más participa-
tivas y vivenciales, se genera en los niños una activa reapropiación y puesta en prác-
tica del conocimiento que allí circula, como componente relevante de su
auto-identificación como mapuche.
La descontextualización observada en la puesta en práctica del programa oficial
se vincula a su vez con un particular uso escolar de la “cultura indígena”, consis-
tente en la selección de elementos culturales que resaltan la alteridad y su presenta-
ción o recreación en el espacio escolar, aislándolos de su contexto socio-histórico.
Usos semejantes han sido advertidos en otros contextos en que se ensayan pro- 100
55
gramas de educación intercultural bilingüe. La orientación del currículum hacia
95
el “rescate cultural” supone una selección de contenidos tomados del pasado, de la
“tradición”, deslegitimando a su vez manifestaciones culturales contemporáneas 75
(Chiodi, 1997). El temario del 7° Encuentro de Educación y Cultura Mapuche
–coordinado por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche en el
paraje Ñireco, departamento de Zapala, en agosto de 2002– constituye un claro
25

55 Ver Chiodi (1997) en referencia a la EBI en Chile y Hecht, A. (2004) para la provincia de For- 5
mosa.
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ejemplo de la reducción de la cultura mapuche a elementos y hechos del pasado, de


acuerdo con una noción esencialista, ahistórica y restringida de la cultura, como
ámbito simbólico, desvinculado de las condiciones de vida y trayectoria histórica
de esta población.
56
El resultado es el fortalecimiento de una perspectiva “armonicista”, que confluye
con un estilo provincial de construcción de hegemonía que ha incorporado lo ma-
puche de manera subordinada, neutralizando su conflictividad mediante una reduc-
ción al pasado pre-hispánico, al área rural y al ámbito de la tradición.
El esfuerzo por instaurar y transmitir a los niños mapuche esta visión armónica
tan cara a la “neuquinidad” quedó de manifiesto en una de las actividades promo-
vidas por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche. La misma
consistió en la traducción de las estrofas del himno provincial neuquino al mapu-
zugun, realizada en los encuentros de capacitación por el “consejo de ancianos” y
por los maestros que se desempeñan en el programa. Según manifestaron varios de
los participantes de dicha actividad, una vez traducido al mapuzugun, el himno
–que fue interpretado por el conjunto de maestros mapuche en diversos eventos
oficiales– quedó instituido como contenido fundamental a enseñar a los niños ma-
puche de las comunidades, hecho que evidencia el compromiso del programa en
cuestión con la economía política de la diversidad imperante a nivel provincial
–economía que, a la vez que reconoce una cierta validez a la adscripción mapuche,
la subordina a la pertenencia provincial.
Se procede como si la escuela estuviera aislada del contexto histórico y sociocul-
tural, omitiendo la inferiorización y subordinación que hasta la actualidad sufre el
grupo social de pertenencia de los niños, de acuerdo con un modelo de pluralismo
basado en la subordinación tolerante que, a pesar de reconocer en cierta medida la
heterogeneidad “no cuestiona el primado de tendencias homogeneizadoras
(Briones y Díaz, 2000:51).”
La perspectiva a-conflictiva se extiende asimismo a las relaciones entre el pueblo
mapuche y el histórico accionar de la iglesia. Tal armonía es construida poética-
57
mente en la letra del himno provincial, y es políticamente reforzada mediante la
articulación promovida en la práctica –si bien no reconocida oficialmente– por la 100

Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche con instituciones privadas


95

56 Esta forma de incorporación de lo mapuche nos recuerda los insistentes llamados que se hacen 75
a la “reconciliación”, ante toda iniciativa de juzgar y penar a los responsables del terrorismo de esta-
do, pretendiendo que “aquí no ha pasado nada”, como si el pasado pudiera suprimirse.
57 Una de las estrofas del himno neuquino expresa
“Un presagio de machi 25
le corre por la sangre
multiplicando panes 5
igual que el nguenechen”
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de carácter religioso, tanto católicas como evangélicas. No sólo los docentes de


lengua y cultura mapuche de dichas instituciones participan en los encuentros de
perfeccionamiento, sino que algunos de dichos encuentros se han desarrollado en
58
instalaciones de dichos establecimientos.
A partir de los primeros encuentros de capacitación y perfeccionamiento, se fijó
un particular modo de escritura del mapuzugun, cuya castellanización es conside-
rada “una nueva forma de subordinar lo mapuche a lo wigka o no mapuche”
(Briones, 2002d:403) por parte de organizaciones mapuche que trabajan en
cambio con el grafemario Ragileo, “un sistema de signos que utiliza el alfabeto his-
pano pero reasigna sus correspondencias fonéticas para evitar castellanizar la pro-
nunciación además de la escritura” (idem). La utilización de dicho grafemario ha
sido rechazada por el director de Programas Educativos e Idioma Mapuche y por
varios de los maestros mapuche entrevistados en virtud de su origen “chileno”.
Dicha argumentación remite al “problema chileno” como mito en base al cual no
sólo se ha implementado y ejercido la soberanía nacional en zonas de frontera, sino
también erigido la “justificación identitaria neuquina para la provincialización del
‘desierto’” (Briones y Díaz, 2000:45).
La estandarización de la grafía del mapuzugun surgida de la Dirección de Pro-
gramas Educativos e Idioma Mapuche no sólo se aplica dentro del ámbito escolar,
sino también en el marco de la Dirección General del Registro de Estado Civil y
Capacidad de las Personas. Tomando como parámetro dicha estandarización, tal
organismo ha negado la inscripción de varios niños con nombre mapuche escrito
según el grafemario Ragileo, anteponiendo dicha resolución administrativa a
normas de jerarquía constitucional, como la Convención Internacional de los De-
59
rechos del Niño.
A su vez, se tiene conocimiento acerca de un extenso proyecto –en estado preli-
minar por el momento– de capacitación y práctica ocupacional para beneficiarios
mapuche adultos. Los fondos solicitados para tal fin serían administrados por esa
Dirección del CPE, lo cual supone una ampliación de su injerencia hacia el ámbito
de las políticas sociales. Considerando la actual ausencia en el organigrama del
Estado provincial de un organismo que concentre el diseño, desarrollo y segui- 100

miento de las políticas sociales y de reconocimiento para el pueblo mapuche, lo an-


95
tedicho podría interpretarse como una tendencia hacia el progresivo desempeño de
75
58 Esto se da fuertemente en la zona de Junín de los Andes, donde se integran a las actividades del
programa provincial tres establecimientos católicos (Ceferino Namuncurá, María Auxiliadora,
Laura Vicuña) y uno evangélico. Ver Río Negro On Line, 18-06-2000: “Enseñarán mapuche a jó-
venes indígenas”. 25
59 Algunos de estos casos han sido llevados al ámbito judicial por la Defensoría de los derechos
del Niño y el Adolescente, obteniendo un fallo favorable que ha sentado precedente. (Ver Río Ne- 5
gro On Line, 04-04-2004: “Permiten que escriba su nombre con grafía mapuche”.)
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dichas funciones por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche, lo


cual pone en escena una vez más el reconocimiento folklorizante que histórica-
mente ha desplegado esta provincia, tendiente a inhibir la discusión en torno a
cuestiones políticas centrales a la relación entre el pueblo mapuche y el Estado pro-
vincial, tales como la cuestión territorial y los márgenes de autonomía.

V. Comentarios finales
El análisis de la historia de la política indigenista neuquina, del reciente decreto
provincial sobre personería jurídica de las comunidades mapuche y del proyecto
oficial de enseñanza de lengua y cultura mapuche en escuelas de comunidad, nos
permiten señalar que la política indigenista neuquina se ha caracterizado desde un
comienzo y hasta el presente por su aspiración de “integrar” a la población mapu-
che al “cuerpo de la Nación” en primer término, y particularmente al “cuerpo de la
Provincia” a partir del inicio de la hegemonía del MPN. En esto, se desplegó una
política de ciudadanización con fuerte énfasis en la identidad provincial, siempre
construida como prioritaria frente a la pertenencia indígena de este sector –prima-
cía aún vigente en el ámbito educativo-. Por otro lado, nos encontramos con un
Estado provincial que ha intervenido variada y continuadamente mediante políti-
cas de carácter fuertemente asistencialista, paternalista y clientelar, aunque presen-
tadas como tendientes al “desarrollo” socioeconómico de las comunidades. La desi-
gual distribución de los beneficios y programas sociales entre las diversas comuni-
dades en función del alineamiento político y el grado de relación de sus autoridades
con los funcionarios estatales constituye una arbitrariedad presente hasta el día de
hoy, al igual que el hermetismo con que se maneja la información respecto de di-
chos programas.
En ambos sentidos, se ha tratado de una integración que, material y simbólica-
mente, ha subordinado a este pueblo. Los reclamos de la población mapuche por
un verdadero reconocimiento político–cultural suelen ser deslegitimados desde el
gobierno, o neutralizados mediante programas que, tras una retórica concesiva, re-
producen la folklorización y la reducción de la problemática mapuche al plano de
100
la asistencia social y al ámbito rural. En este sentido, el reclamo de reconocimiento
como Pueblo y la reivindicación de derechos fundamentales como territorio y au- 95
tonomía que acompañan el proceso de revitalización de la identidad y las organiza-
ciones mapuche de las últimas décadas representan una disputa con el modo histó- 75

ricamente asentado de construcción de hegemonía en la provincia del Neuquén.

Fuentes 25

Actas del Primer Congreso del Área Araucanista Argentina. Neuquén, 1963.
5
Código Civil de la Nación Argentina.
0

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182 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

Comunidad Kallfucura y Equipo participativo de dirección del Proyecto “Defensa y Reivin-


dicación de Tierras Indígenas”, UNCo-ApDH, Neuquén, 1994-1996: “Estatuto Autó-
nomo” antecedente piloto, Neuquén, 1995.
Convención Internacional de los Derechos del Niño.
Consejo Federal de Inversiones (CFI) 1978: “Análisis socio-económico, aspectos culturales
y tipología de las comunidades aborígenes del Neuquén”.
Consejo Provincial de Educación de la Provincia del Neuquén:
Resolución N° 0349 (23-05-95)
Resolución N° 0800 (28-09-95)
Resolución N° 0930 (07-11-95)
Resolución N° 1052 (28-11-95)
Resolución N° 1741 (22-12-00)
Consejo Provincial de Educación de la Provincia del Neuquén, Dirección de Prensa y Co-
municación, 09-03-01: “Designarán a 39 maestros bilingües mapuches”, disponible en
http://www.cpeneuquen.edu.ar/ con acceso el 5-11-03.
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Congreso de la Nación:
Ley Nº 14.408, 1955.
Ley Nº 17.711, 1968.
Ley Nº 23.302, 1985.
Ley Nº 24.071, 1992.
Constitución de la Nación Argentina. 1994
Constitución de la Provincia del Neuquén, 1957.
Diario Neuquén, Chos Malal, 1893.
Gobernación del Neuquén.
Memoria anual de 1936.
Memoria anual de 1947.
Memoria anual de 1954. 100

Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso del Gobernador Asmar, 1º de


95
mayo de 1961.
Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso de apertura de sesiones del
75
Gobernador Felipe Sapag. Neuquén, 1° de mayo de 1964.
Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso de apertura de sesiones del
Gobernador Felipe Sapag. Neuquén, 1º de mayo de 1965.
Legislatura de la Provincia del Neuquén 25

Ley Provincial Nº 77 de 1959.


5
Ley Provincial N° 1800, 1989.
0

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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente 183

Ley Provincial Nº 306, 1992.


Ley Orgánica de Ministerios Nº 2156, 1995.
Ley Orgánica de Ministerios Nº 2292, 1999.
Ley Orgánica de Ministerios Nº 2347, 2000.
Ley Orgánica de Ministerios Nº 2396, 2002.
Ministerio de Bienestar Social de la Provincia del Neuquén, Instituto de Promoción Social.
Documento nº 8: “Discurso pronunciado por el Padre Oscar Barreto en la primera reu-
nión de trabajo del Sistema Provincial de Promoción Social”. Zapala, 7 de agosto de
1969.
Ministerio de Bienestar Social de la Provincia del Neuquén, SPAI, 1975: “Programas pro-
vinciales de desarrollo social integrado para agrupaciones indígenas”.
Ministerio de Bienestar Social de la Provincia del Neuquén, Subsecretaría de Acción Social,
Dirección de Asuntos Indígenas: “Situación de las comunidades indígenas del Neu-
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Ministerio de Bienestar Social de la Provincia del Neuquén, Subsecretaría de Acción Social y
Asuntos Indígenas: “Curso de capacitación de líderes indígenas” (tercera etapa), Junín de
los Andes, Neuquén, julio de 1988.
Organización Internacional del Trabajo, 1989: Convenio Nº 169.
Poder Ejecutivo de la Provincia del Neuquén.
Decreto Nº 737/64.
Decreto Nº 1171/67.
Decreto Nº 775/69.
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Decreto Nº 155 /89
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Secretaría de Desarrollo Social de la Nación, 1996: Resolución N° 4811.
Río Negro On line 18-06-2000: “Enseñarán mapuche a jóvenes indígenas”, con acceso el
100
27-11-03 en http://www.rionegro.com.ar.
Río Negro On line 10-03-2001: “Designan 39 maestros de lengua mapuche”, disponible en 95
http://www.rionegro.com.ar/arch200103/r10g05.html con acceso el 27-11-03
Río Negro On line 13-03-2001:“Desde hoy, mil neuquinos aprenden mapuche”, 75

disponible en www.rionegro.com.ar/arch200103/r13g04.html con acceso el 27-11-03.


Río Negro On Line 11-10-2003: “Sobisch promete apoyo a la educación y el deporte”,
disponible en www.rionegro.com.ar/arch200310/r11j08b.html con acceso el 19-05-
25
2004.
5

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184 Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

Río Negro On Line 04-04-2004 “Permiten que escriba su nombre con grafía mapuche”,
disponible en www.rionegro.com.ar/arch200404/04v04g50.php con acceso el 19-05-
2004.

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Capítulo 7:

Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio


en identidades y moralidades
1 2
Paula Lanusse y Axel Lazzari

A Benigno Erazo (1917- 2003)

Introducción

E n la provincia de Salta, bajo los auspicios del retorno democrático, los pueblos
indígenas volvieron al foco de las preocupaciones oficiales (desde el gobierno a
las universidades, desde la educación a la iglesia) y al discurso social más amplio
(desde los medios a la “cultura”). Los resultados del censo indígena publicados en
1984, la ley aborigen de 1986 y la constitución provincial del mismo año, sostuvie-
ron el portal que enmarcó este retorno del indio. Acompañaron este proceso “pro-
gramas de desarrollo”, “relevamientos culturales”, “investigaciones sociales” y una
“corriente de opinión indigenista” que se ensanchaba y se angostaba según la geo-
grafía provincial y los ritmos del calendario político. En 1998 se producen otros su-
cesos de importancia. La segunda reforma de la constitución provincial en tiempos
democráticos incorpora los nuevos derechos indígenas, ya reconocidos en la consti-
tución nacional de 1994, recortando, no obstante, sus alcances prácticos (Gelind,
1999b). Siguió a esto una nueva ley de desarrollo indígena modificatoria de la de
1986, aprobada en el año 2000, en la que el estado salteño mantenía la misma polí-
tica restrictiva. Estos procesos registrados en el mundo oficial fueron causa y efecto
de una creciente actividad política de los indígenas. Entre sus hitos –que se cuen-
tan, sobre todo, a partir de mediados de los noventa– cabe mencionar la expropia-
ción de Finca Santiago, las protestas contra el Gasoducto Norandino, la toma del
100
puente en la frontera argentino-paraguaya, el proceso constituyente de 1997-1998
y, actualmente, la resistencia contra los desalojos en San Martín de Tabacal.
95
Estos hechos, brevemente enumerados, trajeron aparejado un cambio en el ré-
gimen de visibilidad de los indígenas en Salta. La visibilización se ha vuelto inten- 75
siva, extensiva y reflexiva. Hoy en Salta se ve con más atención a los ya familiares
“indios del Chaco”; también la mirada se extiende de a poco “fuera del Chaco”, re-
25
1 Licenciada en Ciencias Antropológicas, Becaria doctoral Conicet, Instituto de Ciencias
Antropológicas, FFy L. UBA.
5
2 Universidad de Buenos Aires, Columbia University.
0
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186 Paula Lanusse y Axel Lazzari

gistrando la presencia indígena en Puna, Valles Calchaquíes e, incluso, Salta ca-


pital. Y, además, se alteran las propias coordenadas para determinar lo indígena.
De este modo, aparecen “nuevos” indios (v.g. los “Kolla” que se desprenden de lo
“colla/coya”) y nuevos atributos ligados a lo indígena (v.g. indios militantes, indios
dirigentes, indios técnicos de programas asistenciales, indios maestros bilingües,
etc.). Estos cambios están afectando las propias narrativas y matrices de identidad
de la provincia y plantean desafíos a presupuestos básicos de la “salteñidad” tales
como el mestizaje hispanizante o la criollización.
El relato identitario provincial busca comprender, poner en acto y moralizar un
conjunto de identidades y diferencias colectivas. Opera como una matriz de identi-
ficación y diferenciación construida por varios actores sociales a lo largo del
tiempo. Esa matriz es un sistema históricamente contingente de permisos y prohi-
biciones que se inscribe en prácticas, modos de cognición y sensibilidades. Edifica
un centro en base al cual pueden verse “afueras” y “adentros” de la comunidad pro-
vincial y establecerse vínculos moralmente deseables. “Hacia afuera”, este relato de-
marca los límites del ser salteño frente a la nacionalidad argentina y, “hacia
adentro”, distingue un paradigma de salteñidad frente al cual se determinan formas
internas de ser salteño. En este sentido, la salteñidad constituye la “provincialidad”
de Salta –“otro interno de la Nación”– al tiempo que establece la “etnicidad” y “re-
gionalidad” de ciertos “otros internos de la provincia”.
Creemos necesario un abordaje detenido de los discursos de salteñidad a los
fines de contar con elementos sustantivos para analizar, en otra oportunidad, los
desafíos provenientes del campo de la política indígena en Salta. Nuestro objetivo
será, entonces, describir la narrativa de lo salteño, concentrándonos en los modos
en que aparecen imaginados los indígenas como “otros internos provinciales”.

I. “Salta, nuestra Salta”: el registro histórico de la narrativa de provincialidad


Abordaremos en esta sección el registro histórico del relato identitario salteño. Para
ello contamos con materiales provenientes fundamentalmente del discurso escolar
(manuales escolares), pues consideramos que las representaciones allí desplegadas
100
expresan los criterios autorizados de la educación moral del “buen salteño”
El análisis de los manuales consultados (González de Cattáneo y González, 95
3
1986; Damin et al., 1987; y Valeriano de Niz, 2000) permite establecer cuatro re-
gistros relevantes en los cuales se monta el discurso de la comunidad provincial: la 75

historia, la geografía, la población y la cultura. Pasemos a ocuparnos de la historia


de Salta, identificando en ésta las clasificaciones que se ponen en juego y sus carac-
25
3 Estos son manuales de cuarto grado y segundo ciclo de EGB que circulan en la escuela salteña
desde hace veinte años. Es en este nivel de la escolaridad donde se trata específicamente el tema de 5
las “provincias”.
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Salteñidad y pueblos indígenas 187

terísticas. A grandes líneas, los manuales reconocen la siguiente periodización his-


tórica: (1) “los primeros habitantes”, “Salta indígena”, “aborígenes del noroeste ar-
gentino”; (2) “conquista y colonización” ; (3) “época virreinal”, “vida colonial”,
“de colonia a nación”; (4) “Salta desde la Declaración de la Independencia”, “Salta
criolla”, “revolución y guerras de la independencia”; incluso “Martín Miguel de
4
Güemes”.
En este plano del relato histórico resaltan dos núcleos con potencial identifica-
torio. El primero refiere a los hechos de la conquista y la colonización, destacán-
dose en él la fundación de la ciudad de Salta y el papel protector de la religión cató-
lica en los terremotos y las guerras de “defensa” contra los indios. El héroe aquí es el
español en lucha contra los indígenas, sobre todo, de los Valles Calchaquíes y, en
menor medida, “los del Chaco”. En el segundo núcleo, se abarcan los hechos de la
independencia y se tematiza la figura de Güemes. El territorio se amplia y coincide
imaginariamente con las “fronteras de la nación”. Aquí se presenta la “guerra
gaucha”, la lucha entre los gauchos patriotas y el invasor español. Es este último nú-
cleo el que hoy predomina en el discurso de la provincialidad, no obstante la im-
portancia que, como veremos, sigue asignándose en él a “lo colonial”.
Veamos ahora en detalle las narrativas de la fundación de Salta, del Señor y la
Virgen del Milagro y de la gesta de Güemes, prestando atención a sus correspon-
dencias éticas: la hidalguía, la devoción católica y el patriotismo. Intentaremos
mostrar en base a qué discursos y de qué modo puede el “carácter salteño” ex-
plicar y justificar la jerarquía moral que traza entre sí mismo y las identidades co-
lectivas indígenas que reconoce en su interior.

I.a. La fundación de Salta


Dentro de las variantes de la ideología oficial ejemplificada en los manuales, la fun-
dación de esta ciudad de Salta se inscribe en un carácter cuasi necesario, no acci-
dental. Salta es parte de un plan civilizatorio que se impone por su propia lógica. Se
habla así de que la ubicación estratégica de la ciudad (a medio camino entre Buenos
Aires y Lima) y la fertilidad de sus valles hacían indefectible el asiento colonial. Esta
razón providencial asoma incluso en la cuestión del nombre y los patronos religio- 100

sos. Originalmente bautizada “Lerma en el Valle de Salta” en honor a su fundador,


95
la ciudad pasa a llamarse “Salta” por desavenencias de los vecinos con Hernando de
Lerma. El nombre “Salta”, según la versión escolar, proviene de “una tribu del lu-
75
gar: los indios saltas” (González de Cattáneo y González, 1986:30). La página web
oficial de la gobernación de Salta, en cambio, afirma que “el nombre de la ciudad
proviene de la lengua aymará “sagta”, cuyo significado sería ‘muy linda’”, explican-
25
4 Sólo uno de los manuales (Damin, et al., 1987) continúa el relato más allá de la muerte de
Güemes (1821), enfatizando temas como “luchas civiles hasta 1852”, “organización nacional hasta 5
1880” y “los últimos cien años”.
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188 Paula Lanusse y Axel Lazzari

do de paso por qué la ciudad aún antes de existir estaba predestinada a ser “Salta, la
linda”. San Felipe y Santiago debieron ser los santos patronos, pero el “cabildo
abierto” determinó que fuera San Bernardo, quien hizo honor a la elección cum-
pliendo en repetidas veces con su papel protector.
Las anécdotas de nombres y patronos explican de paso por qué Salta nace con un
espíritu democrático –la voluntad popular, los vecinos y el cabildo abierto– aunque
éste sólo pueda entenderse como parte de una sacralidad cristiana que lo trasciende.
También es importante el valor que se otorga a la Salta colonial como marco histó-
rico del auge de la sociedad salteña (producto del comercio mular) y molde étnico de
la sociedad contemporánea: “la influencia hispánica en toda la tradición salteña está
permanentemente presente. El idioma, el estilo de las construcciones y el concepto
de señorío están aún vigentes” (González de Cattáneo y González, 1986:31).
¿Cómo se imagina a los indios frente a los fundadores? La fundación de Salta de-
termina el “antes” y el “después” de la historia indígena en Salta. El episodio con-
creto de la fundación reitera un modelo indeleble de comprensión de lo indígena
que ayuda a explicar el carácter heroico de aquélla. Uno de los manuales determina
la ausencia indígena, ya que Salta se funda en “tierra virgen”. Pero en el resto de los
textos escolares, los indios de los “alrededores” de la ciudad de Salta aparecen como
“guerreros”, “rebeldes”, “destructores” y “atacantes”, un “peligro” ante el cual los
conquistadores no hacen la guerra, sino que se “defienden”, “sobreviven” y buscan
5
“protección” en sus ídolos religiosos. A estos indios atacantes se los identifica espe-
cialmente como “calchaquíes” y “chaqueños”.
Pero la narrativa de la fundación no se detiene en el texto escrito. El recorrido
por el centro histórico –“el más relevante a nivel país, nadie lo pone en duda”
(Ashur, 1999)– es una actividad inseparable de la vida escolar. Los manuales pro-
6
ponen visitar la Plaza 9 de julio, antigua plaza matriz, prestando atención al ca-

5 Casi un siglo antes, el literato y primer gobernador radical Joaquín Castellanos ya expresaba que
en este “peligro” se fundaba un rasgo de la psicología salteña. Explicaba que el “salteño es precavido”
porque “la necesidad de guerrear desarrolló energías activas, y la de precaverse contra la emboscada o
el asalto enemigo, la de prudencia y maña en la población salteña de entonces. Y, como ocurre siem-
pre en el mecanismo orgánico del hombre, que los órganos sobreviven algún tiempo a la función, los 100

instintos defensivos subsisten en la psicología salteña después de dos centurias que ha desaparecido el
amago del indio” (Castellanos, 2000 [1903] ). 95

6 Recientemente ha aparecido en El Tribuno un artículo que lleva por título “La odisea de los
75
fundadores”. El autor comenta la relación intrínseca entre la basura y la plaza matriz: “El sitio co-
munitario por excelencia -sino el único- sería la plaza de la picota, [...] convertido luego en Plaza 9
de Julio, sería un basural donde los vecinos arrojaban todo aquello que les estorbaba. Porque es
probable que los antiguos, al fin y al cabo abuelos de los salteños actuales, no habrán sido muy dis-
tintos de sus descendientes en materia de picardías. La única diferencia es que la basura de los fun- 25
dadores sería algo más discreta que la de sus biznietos, porque al menos no contendría botellas va-
cías de plástico, bandejas de cartón con restos de pizza o envolturas de polietileno no degradable 5
(Zamora, 2003).” Este relato se inscribe en una típica retórica populista que nos habla del sacrificio
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Salteñidad y pueblos indígenas 189

bildo, las imágenes coloniales dentro de la catedral y la estatua del Virrey Toledo.
Por otra parte, todos los 13 de abril las autoridades de la ciudad y la provincia se
reúnen frente al monumento de Hernando de Lerma, donde se entona el himno
nacional, se hace un discurso alusivo, se celebra una invocación religiosa y se realiza
un desfile cívico-militar.
En síntesis, la identidad salteña se explica y afirma a través de la narrativa de la
fundación de Salta y sus rituales. Se dibuja una identidad de origen hispano que se
corresponde con una moral señorial basada en las virtudes del honor, la austeridad
y el sentido de jerarquía. Frente a estas identidades étnico-morales, lo indígena se
ubica en un escalón inferior, pues es una amenaza a la civilización que sólo se puede
domeñar con la conquista y la evangelización. Pasemos a ver ahora cuál es el papel
de la fe cristiana en la identidad salteña.

I.b. El Señor y la Virgen del Milagro


7
El 13 de septiembre de 1692 fuertes temblores azotaron a la ciudad de Salta. Cre-
yendo que se trataba de una “secreta advertencia y un aviso de Dios”, los notables
junto a la plebe (el “pueblo todo”) buscaron apaciguar la catástrofe sacando en pro-
cesión por las calles la imagen de un Santo Cristo que había sido donada por un
8
obispo español un siglo atrás. Este Cristo, continúa el relato, había permanecido
“olvidado” en la sacristía de la iglesia matriz. En la procesión lo acompañó la ima-
gen de la Inmaculada Concepción de María, que los propios temblores habían de-
rribado de su pedestal sin que por ello se rompiese. Las procesiones y ruegos logra-
ron su propósito y los estremecimientos cesaron dos días después. Renacida la cal-
ma, comenzó a hablarse de un milagro, “el Milagro”. Sin embargo, la
denominación “Señor y Virgen del Milagro” recién se establece a mediados del si-
glo diecinueve (en 1844), cuando un sismo conmueve a Salta por segunda vez y,
por segunda vez, Cristo y la Virgen la protegen. En aquel entonces, como señala el
historiador catamarqueño Armando Bazán:

100

de los primeros pobladores de la ciudad llamándolos “pobres mujeres” y “superhombres”, pero 95


también “pícaros”, compensando así las imágenes de “hidalguía” de los conquistadores.
7 En esta zona geológica ocurren muchos sismos, aunque sólo adquieren carácter de “prueba” 75
los que sucedieron en la ciudad de Salta. Entre otros, cabe mencionar los de la ciudad de Salta en
1844 y 1858, el de Orán de 1871, el de la Poma en 1930, el de Salta ciudad en 1948, San Andrés en
1959, Salta ciudad en 1973 y Orán en 1974.
8 Caro Figueroa, en línea con la heterodoxia de Castellanos, explica el papel del miedo y la inse- 25
guridad en los orígenes religiosos de Salta. “[Salta] sentía también la amenaza de agrietarse por es-
pasmos de la tierra o perecer por la furia de un cielo que castigaba con sequías o amenazaba dilu- 5
vios. Peligros que provocaban miedos; miedos que buscaban conjurarse (Caro Figueroa, 2001a).”
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190 Paula Lanusse y Axel Lazzari

“El sacerdote Cayetano González expresó la alianza entre el Señor y el pueblo de


Salta en los siguientes términos que todos aceptaron: ‘Tú eres nuestro y nosotros
somos Tuyos’” (Bazán, 1992:52. Cursiva nuestra).

A partir de ese momento, el pacto entre los fieles salteños y su Dios misericor-
dioso es renovado cada año en los rezos y la procesión que tienen lugar en los “días
del milagro”, celebrados en la ciudad de Salta en el mes de septiembre.
Está fuera de duda, como señala Caro Figueroa (2001a), “el papel cohesionador
e integrador en estas sociedades fuertemente jerarquizadas y excluyentes” que juega
esta festividad, pero a nosotros nos interesa el impacto de la repetición ritual en la
construcción de la tradición identitaria. En este sentido, la re-oficialización del
culto durante los años de “Salta, provincia de la Confederación” no es un dato
menor. Indica los esfuerzos por construir una identidad provincial después del
“movimiento tectónico” liderado por Güemes. Lo católico no sólo “armoniza” di-
ferencias entre “ricos y pobres” sino que también explica la presencia de los “ricos y
pobres” de la Salta ya “provincia”, como la continuación de los “ricos y pobres” de
la Salta colonial. Así, la “sociedad de castas” contra la cual se levanta Güemes queda
“recuperada” históricamente y redimida desde el punto de vista moral.
Pero lo católico puede ir incluso más allá, hacia la comunidad universal centrada
en el fiel cristiano. Justamente porque la moral de la fidelidad y la devoción afir-
mada en la liturgia del Milagro se abre a tradiciones y comunidades mayores, se
hace preciso “salteñizar” la religión. La reproducción constante en textos oficiales
de las fiestas del Milagro como “marca de identidad” supone este trabajo de delimi-
tación de la comunidad de fieles dentro del ámbito provincial. El Milagro permite
mostrar a Salta como una provincia especial dentro del concierto nacional, ya que
“estas fiestas son conocidas en toda la República y a ellas asisten peregrinos de dis-
tintas partes del país” (González de Cattáneo y González, 1986:50). A su vez, el
Milagro “salteñiza” a las distintas poblaciones del interior provincial que, acu-
diendo a la capital con sus promesas y penitencias, también comulgan con el relato
de Salta ciudad como eje de la identidad provincial, y aprenden su lugar de “regio-
nales”. 100

¿Cómo aparece el indio en la narrativa del Milagro? Tal como indica Caro Fi-
95
gueroa (2001a), a través de “la masividad y capacidad de inclusión”, el Milagro per-
mitió a lo largo de la historia incorporar a los indígenas como “fieles”, “devotos” y 75
“promesantes” en la últimas filas de las procesiones. “Hasta la década de 1930
–agrega en otro trabajo– fue, además, [el acontecimiento] en el que más abierta-
mente pudo expresarse el sincretismo de las creencias indígenas con el culto cató-
9
lico dejado por los españoles (Caro Figueroa, 2001e).” 25

9 Hasta cierto punto, según dice Caro Figueroa, el Milagro fue parte de una estrategia evangéli- 5
ca destinada a aplacar la posible resistencia indígena en los primeros tiempos de la colonia. “[El
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Salteñidad y pueblos indígenas 191

El motivo del “sincretismo” pone de relieve la fuerte religiosidad indígena, su


“necesidad de creer” satisfecha por el cristianismo, aunque con otros medios. Los
textos escolares hacen alusión a este sincretismo:

“Gran cantidad de ritos y costumbres heredados de los pueblos aborígenes se man-


tienen en nuestra provincia y por cierto dentro de la región del noroeste argentino.
Una de ellas es la ofrenda a la Pachamama (la madre Tierra). Otras se mezclaron
con las costumbres españolas como la Danza de los Suris junto a la veneración a la
Virgen o a los santos y los coloridos misachicos” (Valeriano de Niz, 2000:16).

La inclusión de los indígenas como “fieles” propiciada por la fiesta del Milagro
justifica finalmente la de “evangelizados”:

“Con su labor evangelizadora, los misioneros suavizaron el trato a los indígenas.


Con dulzura y paciencia les enseñaron a conocer y a practicar la religión católica.
Los agrupaban en misiones, o sea poblaciones de indios dedicados a trabajar la
madera con arte, cultivar la tierra, aprender el castellano y adaptarse a las cos-
tumbres de la nueva civilización” (Valeriano de Niz, 2000:20).

La historia del Milagro también puede interpretarse como la domesticación de


fuerzas telúricas que de ahí en más laten al ritmo de la voluntad del Dios cristiano.
El relato provincial establece la idea de un pueblo elegido por Dios que al salvar a
Salta de una destrucción segura reafirma la sacralización de la empresa fundadora y
colonial. Las luchas por la “protección de las fronteras” de la ciudad y la civilización
contra los indios adquiere, entonces, tintes de sacrificios y obligaciones religiosas.
Las fuerzas telúricas y los indígenas comparten el mismo campo simbólico. Ambas
son fuerzas afines que provienen del fondo de la historia y de las entrañas ctónicas
de la tierra, cuyo poder destructivo sólo puede ser controlado con la ayuda de los
oficios conjuntos de Cristo, la Virgen y los patronos de Salta.

100

Obispo] Victoria reparó en las limitaciones que imponían el medio y la pobreza. Advirtió también
95
la importancia de utilizar imágenes para evangelizar, asimilando así la lección que se desprendió del
culto que los indígenas mexicanos comenzaron a rendir a partir de 1530 a una Virgen (Guadalupe)
75
pintada en la colina de Tepeyac donde, antes de la Conquista, rendían culto a una divinidad indí-
gena. Denunciado como escandaloso en 1556, el culto a la Virgen fue asumido por el clero en
1648”. En la segunda mitad del siglo XVI, “a la imagen franciscana que se dirigía prioritariamente a
los indios, la sucedió una imagen que explotaba el milagro y trataba de reunir en torno de interce-
sores comunes a las etnias que componían la sociedad colonial: españoles, indios, mestizos, negros 25
y mulatos”. Fue también entonces que comenzaron a desplegarse como motivos de fe y de culto a
los milagros. Ellos servían “para excitar y afianzar la fe sobrenatural”. La esperanza en el milagro re- 5
ducía el miedo provocado por la amenaza de catástrofes (Caro Figueroa, 2001a).
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192 Paula Lanusse y Axel Lazzari

I.c. La gesta de Güemes


La gesta de Güemes es el tópico de la salteñidad de mayor impacto en el resto de la
nación. Para los argentinos, Salta es Güemes, el “poncho salteño” de Güemes. Así
como los anteriores relatos mostraban a una Salta arraigada en el honor señorial y la
fidelidad religiosa, el culto a Güemes pone en juego otros cuatro valores: patria,
americanismo, pueblo y federalismo. A través del relato de la guerra gaucha condu-
cida por Güemes, que es el de la sangre salteña derramada en pos de la patria, Salta
exhibe sus méritos para pertenecer a la nación. Pero antes de devenir “gesta”, la his-
toria de Güemes tuvo que vencer una fuerte oposición de las élites locales. En efec-
to, dadas las resistencias mostradas por un sector importante de la sociedad salteña
durante la guerra de independencia y la decadencia económica y política de Salta
que le sigue a ésta, Güemes simbolizó, para la élite local, la pérdida de la posición
de privilegio mercantil que Salta guardó durante la colonia. Desde esta visión,
Güemes empobrece y debilita a Salta. Recién a partir de la alianza de la oligarquía
salteña con el roquismo, pero sobre todo en la década del 1920 con la experiencia
yrigoyenista y el impacto creciente del revisionismo, la gesta de Güemes se provin-
cializa y nacionaliza, venciendo los reparos de la vertiente mitrista de la historiogra-
fía local. Desde entonces, la figura de Güemes se transforma: se hace patriota y sus
signos de barbarie y montonera retroceden al olvido. Su patriotismo, y el de todos
los salteños, proviene de la “guerra gaucha” contra el español y, ahora, Güemes
“defiende las fronteras de la nación”. Por eso mismo, se vuelve “héroe nacional”, “la
historia lo coloca en igualdad con Belgrano y con San Martín, con Dorrego y con
Arenales, en el fortalecimiento de la idea de Mayo en el Norte” (González de Cat-
táneo y González, 1986:72).
Al nacionalizarse, Güemes también se americaniza (Caro Figueroa, 1998). Los
defensores de su figura sostienen que Güemes no pensaba ni en Salta ni en las Pro-
vincias Unidas, sino en la Patria Grande de Bolívar, Artigas y San Martín (Colme-
nares, 1997). Reniegan, así, de la historia “mitrista” en la que éste aparece como un
balcanizador, como el hombre que tiene un ejército ocupado en meras acciones de-
fensivas y traza la frontera norte de la patria.
Güemes es pueblo cuando se pone de manifiesto que, al organizar al gauchaje en 100
10
guerrillas contra el “invasor” español, planteó una amenaza a las bases del orden
95
social. En efecto, su ejército de milicianos atraía gauchos en la medida en que se los
liberaba de los impuestos y tributos a los señores de la tierra –el llamado “sistema 75
11
Güemes”-. Sin embargo, al hacerse gaucho, el hijo del alto funcionario colonial
no se vuelve un hombre común sino un “caudillo” “entre” gente del pueblo. Con
10 En esto se diferenciaba de Belgrano, cuya actitud magnánima con los derrotados de la Batalla 25
de Salta sigue siendo un motivo local para recordar la filiación a lo hispánico. “Ni vencedores ni
vencidos” –proclamó Belgrano ante el comandante español Pío Tristán.
5
11 Para una crítica de la visión populista de este “sistema”, ver Mata, 1999.
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Salteñidad y pueblos indígenas 193

esto alcanza para que el relato adquiera un sesgo popular y populista al revelarse que
en las fuentes del poder de Güemes está la sociedad campesina y no la “política” de
la ciudad (Bazán, 1992:111).
Finalmente, Güemes reaparece bajo la retórica del federalismo cuando se de-
nuncia, por ejemplo, la intervención nacional en los asuntos internos provinciales,
o la falta de apoyo económico, como ingratitud nacional al sacrificio de Salta. La
disputa en los años 30 por el petróleo entre el Estado nacional y multinacionales li-
gadas a intereses locales (Hollander, 1976), o los reclamos de desarrollo del Norte
Grande en la actualidad, son ejemplos de ello.
Todavía hoy es posible rastrear en el centro histórico de Salta las huellas de la re-
sistencia a Güemes. Su monumento, en el que se lo representa varios metros por
12
encima de “sus gauchos”, no se encuentra en el centro de la plaza matriz –donde
se erige la estatua ecuestre de Arenales– sino en una zona de la ciudad de Salta que,
si bien hoy es el sector más aristocrático, al momento de la construcción era apenas
un descampado. No obstante, Güemes está presente frente a la plaza central de un
modo particular: sus cenizas descansan en la Catedral bajo la protección del poder
conciliador de la Iglesia.
Todos los 17 de junio, las autoridades cívicas y eclesiásticas junto al pueblo con-
memoran la muerte del prócer a los pies de su estatua y en cada rincón provinciano.
Hombres y mujeres repartidos en “fortines” desfilan a caballo y “vestidos de
gaucho” frente al monumento. La mayoría de los salteños participa del espectáculo
desde los márgenes, acompañando la vigilia de los “gauchos” en la noche previa al
desfile cuando los asistentes, frente a fogones encendidos, reviven el drama del
prócer agonizante.
Lo indígena se introduce en la narrativa güemesiana bajo los títulos de “gaucho”
y “poncho”. La interpelación popular de Güemes implica el borramiento de los es-
tigmas que pesan sobre lo indio; pero, con ellos, se esfuma también la propia iden-
tidad indígena. Así, el lugar de los indios destaca por su repentina ausencia en el re-
lato, pasando a formar parte del “hombre de campo” que se entrega a la causa de la
patria. Como “gaucho patriota”, el indio “se indigna” y “corre […] de opresores la
Patria librar” (Himno a Güemes). El efecto de la figura de Güemes sobre las repre- 100

sentaciones del indígena muestra una coincidencia interesante. En la década de


95
1930, cuando se oficializa el culto a Güemes, el gobierno salteño adopta un nuevo
escudo provincial con el “sol incaico”, descartando el viejo emblema donde figu- 75
raba un indio lanzando una flecha a un español.
Los colores del “poncho salteño” –que se repiten en la bandera de Salta– con-
tienen, también, un relato en clave del destino indígena en la provincia. Según el
25
historiador Romero Sosa, el paño rojo con la lista negra es un diseño que remite a
5
12 Existe una réplica de esta estatua en Buenos Aires.
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194 Paula Lanusse y Axel Lazzari

los “ponchos enlutados [que] aparecen en varios países andinos, como homenaje
dolorido a Atahualpa cruelmente ejecutado, por parte de sus descendientes ven-
cidos en la conquista (Romero Sosa en Caro Figueroa, 2001d).” Fue “Martín
Güemes [quien] impuso a sus milicianos el uso del poncho con tonos en rojo con
guardas negras”. Y explica Caro Figueroa que “esa medida de Güemes resulta cohe-
rente con su respetuosa actitud para con los indios, para los que mandaba a distri-
buir sus proclamas en quichua (Caro Figueroa, 2001d).” Por otra parte, tras la
muerte de Güemes, “sus gauchos añaden un segundo luto, esta vez en el corbatín
del poncho” (Caro Figueroa, 2001d). El poncho deviene un texto que habla de in-
dios (andinos), mestizos y blancos. En él, un caudillo blanco reconoce la legimi-
tidad del duelo del indio ante el Inca y luego los “gauchos” (el pueblo) abrazan a los
indios reconociendo la justicia del reconocimiento del caudillo.
En el registro histórico podemos observar que lo salteño aparece como una “tra-
dición” –el arraigo en un tiempo lento– que conserva las esencias éticas de un pa-
sado glorioso: el honor señorial de los fundadores, la religiosidad católica y el pa-
triotismo del pueblo provincial. La importancia de cada uno de estos relatos varían
según los contextos de enunciación e identificación.
Según la lógica expositiva de los manuales, los indios aparecen representados de
un modo peyorativo o subsidiando las narrativas centrales. En la “prehistoria” y
“tiempos precolombinos”, se enfatizan las formas de vida y “modos de subsis-
tencia” de las sociedades indígenas (caza y recolección o agricultura y pastoreo).
Mientras en algunos casos se señala que estas actividades corresponden a diferentes
grados evolutivos de los “indígenas o aborígenes” (Valeriano de Niz, 2000), en
otros se las califica como “diferencias culturales” (Damin et al., 1987). Luego del
relato de la fundación, los manuales plantean los ejes de la historia colonial, desta-
cando sobre todo la evangelización y, en algunos casos, la encomienda y la sociedad
de castas, en las que se hace mención a los indios dentro de una jerarquía que in-
cluye blancos, mestizos y negros. En el presente, lo indígena reaparece adjetivando
los “restos arqueológicos”, “artesanías”, “toponimia”, “ritos sincréticos”, “co-
mida”, “creencias”, “turismo”, etc.; en otras palabras, “supervivencias culturales”
devenidas patrimonio identitario de la provincia. Cuando se alude a grupos indí- 100

genas vivos, aparecen únicamente en el Chaco, encuadrados en un discurso de su-


95
pervivencia física y misionización católica. Es de notar que esta supervivencia indí-
gena se ve como pasiva y transitoria. 75
La diferencia indígena es doblemente expulsada de la historia, hacia la prehis-
toria y hacia la naturaleza. Esto se debe a que la historia sólo puede ser concebida
como la disolución de dicha diferencia en procesos de unificación y homogeneiza-
25
ción. Esto queda evidenciado en el mestizaje, en tanto fundamento ideológico de
dicha historia. Para comprender los efectos de este presupuesto en la constitución 5

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Salteñidad y pueblos indígenas 195

de lo salteño, pasamos a considerar las representaciones dominantes de la pobla-


ción y el territorio.

II. “Salta, tierra de contrastes” y “diversidad humana”: registros étnicos y geográficos del
relato de mestizaje provincial
Los manuales escolares nos permiten, una vez más, identificar la importancia de la
relación entre Salta y sus regiones, por un lado, y entre Salta y su “gente”, por otro.
Salta se muestra como una provincia orgullosa de su “diversidad de climas y paisa-
jes” y rica en “manifestaciones culturales” de distintos orígenes. ¿Cuáles son esos
paisajes y regiones? En los mapas y textos se mencionan las siguientes “regiones na-
turales”: la “puna” y el “chaco”, por una parte, y los “valles y sierras centrales” por la
otra. Algunos textos subdividen esta última región en dos: “sierras” y “valles”.
Otros, subdividen la zona de “valles” entre los Calchaquíes y el de Lerma. En lo que
13
todos los textos coinciden es en tratar separadamente la “ciudad de Salta”. Estos
parámetros de divisibilidad del territorio y el paisaje marcan procesos de construc-
ción de fronteras identitarias en ciertas direcciones y no en otras. Se advierte que la
zona que registra mayores disensos respecto a su clasificación es, también, la de ma-
yor “temperatura histórica”, es decir, donde transcurren los relatos épicos de la sal-
teñidad. La “puna” y el “chaco”, en cambio, presuponen una homogeneidad terri-
torial y paisajística que no es ajena a la presunción de cierta inercia de la historia.
En correspondencia con esa diversidad en el paisaje, la diversidad de “tipos hu-
manos” identificados, al siglo veinte, son: el gaucho, el colla, los indios del Chaco
14
–para algunos, el negro y el mulato–, el inmigrante y la gente decente de estirpe
hispana. Este campo clasificatorio se sostiene en el presupuesto del mestizaje como
un proceso histórico y geográfico que fusiona rasgos raciales, étnicos y morales de
origen disímil en el nuevo tipo salteño.
A continuación, exploramos dos modelos étnico-geográficos de la salteñidad
que hemos denominado “hispanizante” y “criollo-americanista”. Describiremos
sus variadas formas de abordar el mestizaje, los arquetipos identitarios que pro-
ponen y el modo en que se articulan diferencialmente con las narrativas antes tra-
100
tadas. De este manera, podremos calibrar con más detalle los lugares morales de lo
indio en el “ser salteño”. Releemos aquí en fuentes literarias y académicas. 95

75
13 Estos sistemas de clasificación tienen su correlato –y, en buena medida, fuente de autoridad–
en la literatura regionalista salteña. Alicia Chibán señala en Juan Carlos Dávalos el fundador de este
gozo ante la variedad del paisaje: “¿No es maravilla habernos trasladado en tres horas de la ciudad al
desierto, del clima templado al frío, de la región del tabaco, de los naranjos y chirimoyas a la zona 25
de la yareta y de la fauna andina?” (Dávalos en Chibán et al., 1982:147).
14 Dejamos de lado en esta oportunidad el tratamiento de las categorizaciones de mulato y de ne- 5
gro en el imaginario salteño.
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II.a. Modelo hispanizante: el gaucho como transfiguración del hidalgo hispanocolonial


El modelo hispanizante fue articulado por la élite política y moral local en el marco
de la hegemonía conservadora que se dio entre fines del siglo XIX y mediados del si-
glo XX. Bernardo Frías, Juan Carlos Dávalos y Ernesto Araóz, en sus escritos histó-
ricos y literarios, sobresalen como los artífices más acabados de este modo de imagi-
nar la provincia.
Para que Salta hubiera de constituirse en algo más que una ciudad-estado con su
hinterland, fue preciso purificar los términos de mestizaje heredados del imaginario
colonial de las castas. De las tres formas básicas de lo mestizo –gaucho, colla y mu-
lato– sólo el gaucho adquirirá connotaciones positivas que lo acercarán al eje civili-
zatorio reservado a la raza blanca, española, católica y “vecina”. Los otros quedarán
como signos de identidades estigmatizadas. En este modelo se edifica, así, una re-
paración del gaucho por vía de la hispanidad, la cual no es ajena al reposiciona-
miento de las élites salteñas frente a la capital-puerto y a sus propias supersticiones
identitarias, entre las cuales descollaba la del gaucho como nuevo símbolo na-
cional. Dávalos lo explica bien:

“Gaucho fue -en la ciudad- sinónimo de guaso o mal hablado, de ignorante y bár-
baro […] Para que amenguara un tanto el valor despectivo de la voz gaucho, fue
preciso que la gente norteña otorgase mayor crédito a las corrientes ideológicas de
Buenos Aires y que de allá nos viniese, con la Revolución primero, con la consoli-
dación de la nacionalidad más tarde, el prestigio militar, histórico y literario de
esa palabra en su acepción genuinamente argentina” (Dávalos, 1937:22).

Si “gaucho” es el idioma con el cuál Salta se “entiende” con la nación-puerto, tam-


bién es el lenguaje con el cual mide su propio valor y diversidad interna. ¿Qué repre-
senta el gaucho salteño? Se trata de lo mestizo adornado con los valores de hones-
tidad, hombría, lealtad, hospitalidad, amor a la tierra, respeto a las jerarquías,
docilidad y altivez. ¿De qué mezcla étnica proviene este producto moral? El gaucho
surge de la unión entre los “soldados conquistadores” y las indias “convertidas y bau-
tizadas” con quienes “no era pecado casarse” (Dávalos, 1937:20). Estas indias vivían, 100
sobre todo, en las áreas del primer asentamiento español: el Valle de Lerma y los Va-
lles Calchaquíes. Es en estas zonas y en la frontera con el Chaco donde se distribuyen 95

los típicos gauchos:


75

“De oriente a poniente, desde las selvas chaqueñas hasta los límites con las punas, la
población rural de Salta, en su totalidad pertenece a dos razas gauchas, hispano-ha-
blantes, pastoras, criadoras de toda clase de ganado y cuyo imprescindible medio de 25
movilidad es el caballo y el mulo” (Dávalos, 1937:26-27).
5

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Salteñidad y pueblos indígenas 197

Lo anterior nos lleva a plantear dos ejes de diferenciación en el modelo de lo


gaucho: uno étnico-geográfico y otro de clase. En relación al primer eje, surge la
distinción entre “gaucho vallisto” y “gaucho fronterizo”. Ambos, según Dávalos,
son igualmente mestizos, pero en distintos grados, ya que provienen de zonas afec-
tadas por desiguales ritmos de mestización (Dávalos, 1937:20). El gaucho de los
Valles Calchaquíes conserva más marcas indias, por lo tanto, está menos hispani-
zado y blanqueado que el gaucho fronterizo de la zona de las sierras subandinas y el
umbral del Chaco –el típico “gaucho de Güemes”-.
Ya antes que Dávalos, hacia la década de 1900, Bernardo Frías había sentido la
necesidad de distinguir dos formas sociomorales del gaucho. De este modo, y en re-
lación al segundo eje, vemos que “gaucho” puede referir tanto a los hombres que
provienen de los estratos altos de la sociedad salteña –la “gente decente” o “latifun-
distas”– como así también a sus subordinados –“peones”, “arrenderos” o “pues-
teros”-. Para Frías, “gauchos decentes” eran “casi todos los hombres distinguidos
de la época. Hombres de ciudad y educados, hijos de buena casa, doctores muchos
de ellos y casi todos de familia acaudalada” (Frías en Alvarez, 2003:11). La rústica
vida rural iguala a los gauchos decentes con sus peones en tanto “hombres de
campo” pero, a diferencia de sus sirvientes, los “gauchos decentes” pueden hoy
estar “pialando y enlazando en sus fincas” y al otro día “vistiendo smoking en el
club de la ciudad” (Dávalos, 1937:25). El modelo hispanizante pone en primer
plano esta diferencia “de clase” en tanto estamento o “casta”, pues los “gauchos lati-
fundistas” no son otros que los descendientes de los “españoles puros”, encomen-
deros por real merced (Dávalos, 1937:20). “Decencia” es, para Frías, la herencia de
costumbres caballerescas de la nobleza hispanocolonial –virilidad, destreza
ecuestre, honor– que acompañan la propiedad de la tierra. Así, dentro del discurso
del mestizaje del gaucho nos reencontramos con la jerarquía civilizatoria. Patrones
y peones intercambian desigualmente estilos de vida en “paternal familiaridad”,
“ambigua relación marcada por la distancia social formal y por una proximidad de
hecho, dada a través de infinidad de gestos” (Caro Figueroa, 2001c). El patrón se
“agaucha” generosamente y el peón de “adecenta” por imperio de la civilidad y el
blanqueamiento. 100

La fuerza mediadora de lo gaucho depende de su amplia referencialidad –geo-


95
gráfica, étnica, de casta-. En el centro del modelo de mestizaje se sitúa el gaucho
decente, el patrón latifundista de putativo origen hidalgo. En un segundo 75
círculo, encontramos al otro más íntimo, el gaucho-peón, leal y obediente.
Dentro de este margen, se ubica el gaucho fronterizo, con mayores cuotas de
“sangre hispana”, y, un poco más allá, el gaucho vallisto de memoria calchaquí.
25
Claramente, podemos observar que este juego de aproximaciones y rechazos se
justifica en la épica de la fundación de Salta. 5

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198 Paula Lanusse y Axel Lazzari

En este modelo, a su vez, lo gaucho se distingue y antagoniza con lo colla. Si el


gaucho es el mestizo con disposiciones hacia la apertura –de arriba abajo y de abajo a
arriba, del interior al puerto y del puerto al interior– el colla es lo mestizo que se
cierra. En otras palabras, el gaucho es puro mestizo, el colla, mestizo impuro. ¿Por
qué? Los que se han propuesto explicitar el modelo de mestizaje salteño abordaron la
cuestión del colla distanciándose del significado que éste adquiría en el “saber po-
pular” o la “gente despreocupada”, a saber, el de ser un término que se refiere a la
“gente de campo”, preferentemente aquella que vive en los cerros. Para la gente de la
ciudad, “todo el que no usa gomina y lleva bombacha es colla” (Yañez, en Chibán et
al.,1982:170). Mientras que el gaucho como “gente de campo” pudo remontar el es-
tigma de incultura, el colla –apunta Dávalos– siguió encerrado en los epítetos de
“bribón, solapado y mezquino” (Dávalos, 1937:22). Por esta razón, Caro Figueroa
(2001c) comenta que el ennoblecimiento de la palabra gaucho fue de la mano del re-
fuerzo de lo colla como término despectivo. Incluso, en espejo con el tema del
gaucho, se muestra lo que sucedía con la imagen de Salta frente a la mirada estigmati-
zante de Buenos Aires. Natalio Botana rescata una frase de Lisandro de la Torre en la
que acusa al ex presidente Victorino de la Plaza –oriundo de los Valles Calchaquíes–
de “coya hipócrita y traidor por naturaleza” (Botana, 1986:331). Dávalos, en su larga
estadía porteña, confesaría con resignación: “Ahora el colla soy yo, ciertamente” (Dá-
valos, en Chibán et al.,1982:174).
Ahora bien, la bajeza moral de lo “colla” también deriva de su aproximación a lo
indio, principalmente, al puneño aislado. Ernesto Aráoz, gobernador conservador
a principios de los años 40, considera al colla como un ser que “se repliega sobre sí
mismo para cultivar en su alma el fermento de la sordidez y del egoísmo engen-
drados en el corazón de sus antepasados por el dolor y la tragedia de la conquista es-
pañola, que los obligó a buscar en los valles, en las serranías [..] y en el altiplano, la
soledad y el aislamiento propicios a su dispersión y derrota” (Aráoz, en Figueroa,
1986:214-215). Dávalos afirma, en similar vena, que los collas constituyen una
“raza indígena pura, atacameña, que puebla la altiplanicie del extremo noroeste de
la provincia” y, añade, “raza y comarca que comenzaron a ser argentinas no ha mu-
chos años, cuando a raíz del tratado de límites, el Territorio de los Andes, origina- 100
15
riamente boliviano, se incorporó a la jurisdicción nacional” (Dávalos, 1937:26).
95
Así, el colla, además de indio, es un indio extranjero (de Bolivia) o un argentino
neófito. Como canta la copla: 75

15 La puna es el espacio de refugio del colla. En el imaginario de la literatura de Castilla o Dáva-


los, la puna emerge como la “contrapartida del mundo, un dominio señoreado por la muerte”. 25
Con su carga de “silencio” y “tiempo quieto” juega simbólicamente como la diferencia radical que
“permite entender la vida”, esto es, la variedad paisajística y étnica salteña (Chibán et al., 5
1982:148-149).
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Salteñidad y pueblos indígenas 199

“Son muchos los extranjeros / que vienen a la Argentina. / Los coyas nos traen la
ruina / dándolas de caballeros./ Y son viles, traicioneros, / de borrachos son enfermos
/ y flojos, ya lo sabemos. / Son la mayor indecencia, / ellos son, por experiencia, / la
peor gente que tenemos.” (Carrizo, 1987:80).

Por esta razón, Dávalos se preocupaba por criticar a aquellos que llaman collas
–es decir, insultan– a los habitantes de los Valles Calchaquíes, quienes, para él, no
son sino “gauchos vallistos”. Y agrega que los collas y los calchaquíes eran, desde
tiempos prehispánicos:

“[…] dos naciones enemigas, invasora, nómade, hambrienta la una; organizada,


laboriosa, rica en reservas agropecuarias la otra. Y rasgo típico del colla, rasgo que
en vano buscaríamos entre los montañeses de Salta: el colla permanece fiel a su es-
tructura prehistórica [ya que] mantienen vigente su jefe de tribu, sus autoridades y
justicia propia, no obstante su acatamiento de la soberanía nacional.” (Dávalos,
1937:26).

De este modo, collas y gauchos (vallistos y fronterizos) se vuelven entidades


opuestas:

“El gaucho, al recibir una visita en su rancho, entrega a su húesped su cama, su co-
mida o su recado, mientras el colla le niega o le escatina el hospedaje o el auxilio
auyentándolo con su indiferencia o su desprecio” (Aráoz, en Figueroa,
1986:216).

Estas especificaciones antropológicas no evitan, aun en estos mismos autores,


seguir utilizando el término “colla” o “coya” –justificable en orígenes indígenas
aún no disueltos del todo– para denunciar lealtades dudosas dentro de la misma
comunidad, sea ésta nacional, provincial, política o de “la casa”. Justamente, la pe-
ligrosidad de lo colla proviene de que, a diferencia de los “indios del Chaco”, co-
noce las mañas de los civilizados y, en contraste con los gauchos, no ha consentido
con la intimidad del dominador. “Colla”, de este modo, simboliza el fracaso del 100

orden provincial mestizo. En este sentido, no es casual que, en el año 1937, Dá-
95
valos, a título de autoexpiación, profetice el retorno del indio:
75
“Bajo la blanda tierra del pucará desierto / como un embrión parásito de la ma-
terna entraña / sentado en sus talones aguarda el indio muerto / quizá el milagro
de una palingenesia extraña” (Dávalos, 1937: s/n).
25

Mucho menos sorprendente es la censura que Dávalos hace de la acción política


de los collas cuando el “milagro de la palingenesia” amaga anunciarse, nueve años 5

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después, durante el peronismo. En “Viejo Cuento” (1946) satiriza el reciente


Malón de La Paz:

“[…] estos son los pobladores / tramontanos de la andina / tumba de collas quis-
cudos / cuna de genta entendida / de código en el sobaco / e in-mente la ley no es-
crita […] Estos que ahora al gobierno / militar piden justicia / son los mismos que
a Irigoyen / igual demanda le hacían; / son los eternos llorones / que aprovecha la
política / y a sabiendas / por chicana / joroban y despotrican. / Ya Hipólito cala-
bazas / les dio cuando la medida / de su paciencia colmaron / y al fin mandó la jus-
ticia / a favor de antiguos dueños / contra su mala doctrina: / Pues que vayan a
bañarse / en su arroyo sin sardinas!” (Dávalos, 1997b: 313-315).

Concentrémonos ahora en los tipos de indígenas sometidos a la clasificación de


la mirada mestiza hispanizante. ¿Cómo se relacionan los indios con gauchos y co-
llas? Si, frente al gaucho decente, el colla está aún más allá que los gauchos fronte-
rizos y vallistos –pero se mantiene “dentro” de las fronteras de la civilización–,
“indio”, sea como realidad antropológica o como mero denuesto, demarca el afuera
del orden mestizo.
Así, se traza un contraste entre las poblaciones indígenas que viven en el Chaco y
aquellas asentadas en sectores aislados de la Puna, el cual radica, por un lado, en su
grado de aproximación a la comunidad provincial y nacional. Federico Gauffin,
quien en los años 30 aporta al canon de la salteñidad los textos sobre la frontera
chaqueña, describe a los indios del Chaco (chiriguanos, matacos, tobas, chorote)
como “hermosos ejemplares de una raza que aún no había degenerado” (Gauffin,
en Chibán et al., 1982:164). Admiración y compasión se alternan en la obra de este
autor con el desprecio a un indio que es visto como resistiendo el avance de la civili-
zación en un estado de lucha constante, tanto contra el blanco usurpador como
también entre ellos mismos. Estos indios no son todavía ni argentinos ni salteños,
aunque la convivencia con gauchos bravíos y desalmados –el “gaucho fronterizo”–
vuelva inminente su integración o, en el peor de los casos, su extinción (Gauffin,
1975). Los puneños (collas “puros”), en cambio, habitan en un territorio bajo un 100
control estatal débil –con pocas escuelas y puestos de gendarmería– que aún precisa
ser genuinamente nacionalizado, de ahí que suela adscribirse a estos collas a los “in- 95

dios de Bolivia” (Dávalos, 1997a, 1937).


75
Desde la perspectiva del gaucho decente/hidalgo, indios chaqueños y puneños
pueden, por otra parte, ubicarse en distintos lugares de la escala evolutiva: caza-
dores-recolectores organizados en bandas nómades y beligerantes, los unos y –en
un piso superior– pastores trashumantes con restos de autoridad cacical, los otros. 25

En este sentido, los indios del Chaco son los “verdaderos indios” de este imagi-
5
nario, en la medida que muestran los rasgos más extremos de salvajismo y natura-
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leza. La pureza de los indios del Chaco es “originaria”, debida a un déficit de con-
tacto, mientras que en los de la Puna nos encontramos con una especie de “pureza”
reactiva que se traduce en impenetrabilidad. En ambos casos, la pureza define una
diferencia externa con lo salteño que se dispone a ser prontamente fundida en el
crisol, tal como sucedió en el “ejemplo calchaquí”. En esa área, los “indios” –si se
visibiliza la estirpe aborigen del gaucho vallisto– ya no conservan formas sociales
cohesivas y viven en el marco de las relaciones de patronazgo tradicionales (Dá-
valos, 1937). Son, por ello, los más argentinos de los indios, aquellos que supuesta-
mente aportaron su sangre a la gesta güemesiana. Por último, cabe señalar que la
pureza atribuida a los indios del Chaco contrasta con el núcleo de sangre limpia
hispana que define y preserva la distinción en el marco de la mestización.
Al igual que el resto de las categorías, la pragmática de “indio” excede referentes
antropológico-históricos y se expande como tipificación negativa referida a orí-
genes plebeyos en poblaciones urbanas y rurales. Así, tanto colla y gaucho-peón, en
el campo, como las “chinas” y la “chusma” de la ciudad de Salta, pueden devenir
indios (ver Dávalos, 1926). Incluso, el poder oligárquico ha sido denominado “in-
diada” durante el irigoyenismo, con el doble propósito de denunciar su poder
feudal sobre los indios y de criticar su accionar político “tribal” (Caro Figueroa,
1970).
Por último, nos referimos ahora al lugar del inmigrante extranjero en la matriz
provincial salteña. Aquí, Salta se afirma nuevamente contra el modelo étnico na-
cional de base inmigratoria que afecta, sobre todo, a Buenos Aires y el litoral. Dá-
valos ve en Salta una “provincia no transformada aún por la inmigración, por el au-
mento de explotaciones agrícolas y forestales, por el refinamiento de los ganados y
por el progreso que europeíza al resto de la República” (Dávalos, 1937:24). Los re-
lativamente pocos italianos, españoles y también árabes que recibe la provincia son
asimilables dentro de las jerarquías altas o medias del mestizaje según su estirpe y
clase social. El deseo del inmigrante como figura de progreso sufre, no obstante, las
estigmatizaciones típicas de extranjería y conflictividad social. El miedo al inmi-
grante se expresa como prevención a las “influencias foráneas” de tipo ideológico,
la civilización maquinista y la bajeza pequeña burguesa (Aráoz en Caro Figueroa, 100

1970:225). En el contexto de frontera, se le opone como contrapeso la noción de


95
criollo, significando lo nativo mestizo. Son en esta zona los gauchos quienes mejor
ejemplifican lo criollo, no sólo frente al pionero extranjero sino también frente al 75
nativo no mestizado, es decir, el indio. En este sentido, se revela también en los in-
migrantes una gran capacidad adaptativa:

“[…] y los extranjeros son hoy los únicos capaces de crearse hogar confortable en 25

pleno monte, por lo que en definitiva, serán ellos los patrones gauchos del por-
5
venir” (Dávalos, en Chibán et al.,1982:167).
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II.b. El modelo criollo-americanista y sus descontentos: el pueblo mestizo y más allá


Este modelo de salteñidad se construye como heterodoxia frente al modelo hispa-
nizante. ¿En qué condiciones históricas se configura y quiénes lo sostienen hoy
en día? Se esboza en Salta con Joaquín Castellanos (gobernador durante el Irigo-
16
yenismo), primero y, más tarde, con los gobiernos peronistas de los años 50, que
propiciarion mejoras en las condiciones laborales del campo y la sindicalización
de proletarios rurales (Estatuto del Peón). La “reacción oligárquica” pos-1955,
como dice Caro Figueroa, vuelve a levantar “el pendón de la cultura y de la pureza
familiar” y termina con “el peligro de la democratización de la cultura” (Caro Fi-
gueroa, 1970:173). En los años 60, con la politización de jóvenes sectores profe-
sionales y “bohemios” contra el Onganiato, se hace visible el entronque del
neo-regionalismo literario –que venía desde los años 40 (grupo La Carpa)– con
discursos latinoamericanistas reavivados por la experiencia revolucionaria cuba-
na.
En este contexto, surge la versión sociopolítica del modelo de salteñidad, identi-
ficable, para nosotros, en el libro “Historia de la Gente Decente” (1970) de Gre-
gorio Caro Figueroa. Al objetivar, por vez primera, al sector social que construyó la
matriz hispanizante –la “oligarquía”– Caro Figueroa critica el arquetipo del gaucho
decente.

“Sería un error imaginar [que] el gaucho […] define y agota la llamada persona-
lidad o identidad de Salta” (Caro Figueroa, 2001c).
17
Desde un “revisionismo socialista”, Caro Figueroa rescata la subtrama de la
narrativa de Güemes en la que éste se niega como gaucho hidalgo y decente, se
opone a los de su clase y desplaza hacia el gauchaje plebeyo el centro axiológico de
la comunidad. Ese movimiento reparador, sin embargo, no se despoja de los tér-
minos de valor oligárquicos y repone, para un gaucho que no puede quedar
guacho, la figura providencial y autosacrificial del “caudillo”.
El mestizaje es, en este discurso, nacionalista, latinoamericanista y popular, en
tanto se opone a la oligarquía hispanocolonial “cipaya”, “balcanizadora” y “eli- 100
tista”. Se reivindican las identidades estigmatizadas, denunciándose “el desprecio
vomitivo hacia el mulato” que “se completa con la subestimación del coya” (Caro 95

Figueroa, 1970:206). Pero el autor queda preso de los estereotipos heredados sobre
lo indígena –sea colla o del Chaco– como ajenidad de lo salteño: 75

16 Castellanos proyectó una embrionaria política social con el intento de creación del Departa-
mento Provincial de Trabajo y la regularización del canon de riego. 25
17 Según Abelardo Ramos, prologuista del libro, este revisionismo es socialista porque lee la his-
toria simultáneamente desde la patria americana y desde la irrupción de las masas populares en la 5
esfera pública.
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Salteñidad y pueblos indígenas 203

“¿[…]debe comenzarse a elaborar una cultura a fojas cero? No, lo que sabemos es
que allí mismo, donde los sectores retardatarios permanecen enmudecidos po-
demos encontrar valiosos elementos para llevar adelante la continuidad cultural”
(Caro Figueroa, 1970:210).

Los “sectores retardatarios y enmudecidos” –mulatos, coyas e “indios del


Chaco”– siguen siendo considerados como complemento de la “continuidad cul-
tural”, es decir, de la salteñidad aún enclavada en la identidad hispanocolonial. Esta
visión, que ya venía anunciada en cierta novela social e indigenista local de autores
como Barbarán, Yañez y Nella Castro, de algún modo pervive hasta hoy en los es-
18
critos periodísticos y ensayísticos de Gregorio Caro Figueroa.
El trabajo de Corbacho y Adet (2003), “La Historia contada por sus protago-
nistas”, retoma esta línea de abordaje sociopolítico de la salteñidad desde una “his-
toria popular”. Aún más, tematizan explícitamente el tópico, revelando sus usos
políticos por parte de los sectores dominantes:

“[…] la palabra salteñidad, tal como ha sido manejada, es un concepto profunda-


mente reaccionario porque ha servido y sirve para encubrir otras tradiciones per-
durables: pobreza y desigualdades, autoritarismo e injusticia, falta de salud y
educación, desocupación, todos esos males que, hoy como ayer, siguen siendo el pan
de cada día […] útil al poder porque promueve la uniformidad y el conformismo,
deja toda crítica de lado y cierra el camino hacia una verdadera toma de con-
ciencia de la realidad” (Corbacho y Adet, 2003).

A semejanza de Caro Figueroa, consideran que la salteñidad constituye “una ce-


guera voluntaria para no ver la diversidad étnica y aceptarla sin discriminaciones”,
así como también desconoce que “no existe una, sino varias Saltas. Las ‘Saltas ur-
banas y las Saltas del interior’” (Corbacho y Adet, 2003).
Hay una segunda vertiente criollo-americanista que transita por un registro filo-
sófico de tendencias existencialistas y fenomenológicas. En muchos sentidos, ésta
es la matriz actualmente hegemónica, la cara oficial de Salta avalada desde el saber 100
literario y humanista. Sus orígenes pueden rastrearse en la generación literaria de
los años 40 y el neofolklorismo que rompe con el pintoresquismo regional y la des- 95

cripción de tipos humanos, para adentrarse en la experiencia de geografías metafí-


sicas y sentires íntimos donde se recupera lo local desde lo regional, lo regional 75

desde lo americano y éste desde lo universal. Buena parte de este sedimento ideoló-
gico se advierte en el “Estudio Socio-Económico y Cultural de Salta” (Boasso et al.,
1981; Chibán et al., 1982) y en “Los primeros 4 siglos de Salta. Una visión multi- 25

18 Ver, entre otros, los trabajos de Caro Figueroa en “El portal salteño en Internet” (www.redsal- 5
ta.com) y en la revista Claves de Salta.
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204 Paula Lanusse y Axel Lazzari

disciplinaria” (Puló de Ortiz et al., 1982), cuyos autores son profesores de la Uni-
versidad Nacional de Salta con experiencia en la educación, las letras y el perio-
dismo.
En contraste con el hispanizante, este modelo identifica el parámetro del mesti-
zaje en lo criollo y no en lo español y, a la vez, se desplaza de un registro racial a otro
cultural/espiritual. En el “Estudio”, el mestizo criollo –del cual el gaucho es sólo
una de sus formas– es el punto de fusión cultural de hispanos, indígenas y, más re-
cientemente, de inmigrantes. Donde la mezcla de sangres y de culturas coinciden,
tenemos al criollo más “puro” y éste habita en las áreas centrales del mestizaje: el
Valle de Lerma y aledaños. La “vertiente andina” –incluida aquí no sólo la Puna
sino también los Valles Calchaquíes– y el Chaco ofrecen tipos humanos men-
guados en términos de criollización.
Desde el arquetipo criollo, los aportes étnicos son resignificados. “Los españoles
de pura sangre […] se sienten y viven como criollos” y, se agrega, “este modo de ser
criollo es patrimonio del español de pura sangre recién al promediar el siglo XX”
(Boasso et al., 1981:249), tiempo en que simultáneamente comienza a declinar el
modelo hispanizante. Similar argumento se aplica a los extranjeros.
¿Qué efectos tienen estos cambios en la imaginación de los indios? El puneño y
calchaquí devienen “indios acriollados”:

“El indígena, especialmente en la zona andina, que no ha sufrido un mestizaje en


la sangre, lo ha sufrido en la cultura, y es un criollo” (Boasso et al., 1981:249).

Los “andinos” demuestran una “ciencia y tecnología” adaptada al medio y de


gran tradición. En comparación, el indio del Chaco está menos abierto al mestizaje
debido a su “cultura primitiva” reacia al cambio, lo que no impide cierta valoración
positiva de sus conocimientos y de sus prácticas de reciprocidad, elevadas a ejemplo
moral para todos los salteños. Pero tanto los “indios acriollados” como los indios
del Chaco revelan una religiosidad que confluye con el carácter trascendente y crea-
tivo que estos autores otorgan al proceso de criollización:
100
“En esta bifurcación de creencias [indígenas y católicas] no hay competencia sen-
sible entre uno y otro dios; ambos caen en su cielo significativo. Se mezclan, como 95
pueden confundirse dos licores en el continente de un vaso” (Figueroa Aráoz, en
Chibán et al., 1982:190). 75

Se insiste en el “contexto religioso […] como factor de unificación de distintos


grupos humanos provinciales: blancos y mestizos, campesinos y ciudadanos, y ha-
25
bitantes de diferentes niveles socioculturales”, o “denominador común de salte-
ñidad” (Chibán et al., 1982:186). El acento en lo religioso acerca este modelo de 5

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Salteñidad y pueblos indígenas 205

mestizaje con la narrativa del Señor del Milagro y su celebración de la comunidad


moral.
Puede advertirse en estos enunciadores de lo salteño un discurso disyuntivo en
el que, por una parte, se reconoce la subalternidad y la injusticia social, para luego
sumergirse (¿o elevarse?) en una suerte de resignación metafìsica que, por vía transi-
tiva, se imputa al “sentir” de los sectores populares. Muchos de estos críticos se-
ñalan en Manuel Castilla al paradigma de esta posición. En su poesía hay una dis-
tancia del pintoresquismo y un compromiso con la denuncia social “cristiana”,
pero también hay un preguntarse por el “misterio del hombre” americano con su
“sólo estar”, su silencio y la aceptación de la circunstancia tal cual se da. Aquí se an-
ticipa la reflexión de Rodolfo Kusch –alma mater de muchos de estos estudiosos–
quien señalaba en el término aymara “utcatha” (“estar sentado”: quietud, amparo,
matriz) la clave de comprensión de lo americano.
El “ser salteño” deviene, entonces, una espiritualidad compartida debido a una
experiencia histórica y geocultural en común que se desborda al Noroeste todo y se
enraíza en la América esencial, trascendiendo las dimensiones sociopolíticas de la
realidad. Este americanismo construye al “hombre autóctono”, el criollo, como un
“otro radical” con el cual entra, contradictoriamente, en una suerte de diálogo si-
lente. Los indios se vuelven aún más ajenos –de una ajenidad positivada– producto
del “misterio de un alma rica pero casi insondable, difícilmente abordable desde
nuestro pensar y sentir” (Chibán et al., 1982:199). La mayoría del corpus etnoló-
gico sobre áreas indígenas del Chaco se inscribe en esta línea reflexiva (ver Aran-
cibia, 1973; Gordillo, 1996).
En la última década, se atisba a su vez en el horizonte intelectual provincial otra
forma de abordar la salteñidad. Es un modelo que se sitúa contra el americanismo
clásico y cuestiona el tropo del mestizaje como integración de las diferencias.
Zulma Palermo, también profesora de la Universidad Nacional de Salta, expresa
que:

“[…] esta propuesta [la americanista] se vuelve sobre sí misma y homogeniza la


complejidad cultural latinoamericana cerrándose en una especie de ‘naciona- 100
19
lismo’ defensivo, un ‘nacionalismo latinoamericano’” (Palermo, 2000).
95

75

19 La autora cita a Castro-Gómez: “‘El latinoamericanismo en tanto que conjunto de discursos


teóricos sobre ‘lo propio’ elaborados desde la ciencia social e incorporados al proyecto decimonóni-
co de ‘racionalización’ jugó como un mecanismo panóptico de disciplinamiento social’ (1998:
200). A mediados del XX, ‘se va delineando […] desde la letra un mito que todavía nos asedia 25
(y nos construye) sin quererlo: el mito de la ‘América mágica’ […] que ha sido apropia-
do por grupos (no letrados) de todos los colores para legitimar y defender sus aspiracio- 5
nes políticas’ (Ibid.: 202) (Palermo, 2000).”
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206 Paula Lanusse y Axel Lazzari

Aunque no hemos identificado discursos semejantes que se apliquen a nuestro


problema, el hecho de abrazar una concepción diversificante de la identidad como
la que plantea Palermo implicaría la posibilidad de pensar las regiones y tipos hu-
manos antedichos en una relación no necesaria con el centro, sugiriendo de esta
forma una constante negociación de la diferencia y de la identidad regional y pro-
vincial. Este pensamiento, de raíz constructivista y pluralizante, podría llevar a en-
sayar sensibilidades nuevas hacia lo indígena, lo negro y otras identidades subal-
ternas, en el ámbito del derecho, la educación y la política. Pero no sólo allí. La letra
“K” que hoy viene a reemplazar a la “C” de “colla” es un claro símbolo de la eman-
cipación de la identidad indígena del magma mestizo y estigmatizante.

Conclusiones
En este artículo, hemos descrito y analizado las nociones de salteñidad con el fin de
situar las permanencias y cambios en la imaginación de los indígenas como “otros
internos”. Abordamos la salteñidad como una matriz identitaria que se desdobla en
tres narrativas históricas –la Fundación, el Señor y la Virgen del Milagro y la gesta
de Güemes– con sus correspondientes calendarios y espacios rituales. A su vez, ex-
ploramos los modelos de mestizaje –el hispanizante, el criollo-americanista y cierta
heterodoxia– implicados y reforzados por estas narrativas. En dichos modelos,
identificamos las categorías identitarias de tipo étnico-geográficas elaboradas como
arquetipos morales, y en torno a las cuales se ordenan grados menguantes de salte-
ñidad. Si bien estas matrices se articulan en momentos históricos diferentes, no
operan en estado puro y suelen encontrarse combinadas situacionalmente.
Del análisis de las narrativas, se desprendió la imagen de un sujeto provincial
ideal cuyas notas morales incluían la hidalguía, el honor, la virilidad, la devoción
religiosa y el patriotismo. El “gaucho decente”, en el modelo hispanizante, es la fi-
gura que condensa estos valores y frente a él se ubican, en orden descendiente, el in-
migrante (en tanto patrón), el gaucho-peón, el colla, los indios salvajes, el mulato y
el negro. El correlato geográfico de estas identidades morales determina un eje cen-
tral en la ciudad de Salta y el Valle de Lerma y, más allá, periferias como el umbral
100
del Chaco (“La Frontera”), los Valles Calchaquíes y márgenes como la Puna y el
Chaco. En el modelo criollizante latinoamericanista, sea en su vertiente sociopolí- 95
tica como en la “metafísica”, lo mestizo plebeyo en tanto “criollo” (nativo o “natu-
ralizado”) se vuelve el paradigma de salteñidad, desplazándose la anterior preemi- 75

nencia del gaucho decente y sus otros. Es importante destacar que estos cambios
son posibles a la par de un corrimiento de paradigmas físico-morales a otros cultu-
rales en el entendimiento de lo social. La valoración del espacio regional en el mo- 25
delo criollizante se asemeja al anterior, aunque se notan intentos de zonificar con
más detalle el mapa del mestizaje. Por otra parte, este modelo propone una reima- 5

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ginación de Salta dentro de unidades geohistóricas más amplias como la región


noroeste y Latinoamérica.
Se desprende del análisis que, en su forma más simple, el juego de las identi-
dades y diferencias se despliega entre las categorías de gaucho, colla e indio. Tanto
en el modelo hispanizante como en el criollizante, los indios son identificados en el
pasado y, como tales, sólo sobreviven en el presente en la región chaqueña. La con-
tinuidad de este rasgo en las narrativas y modelos evidencia a los “indios del Chaco”
como la diferencia interna más irreductible de la salteñidad. Espacio ideológico de
salvajismo y de esencias puras inalcanzables asociado a estilos “salvajes” de explota-
ción capitalista y misionización cristiana, el “indio del Chaco” simboliza el
“afuera” que reclama el proyecto civilizatorio provincial. El “colla” opera de un
modo diferente. En el modelo hispanizante, connota un término de mestizaje im-
puro o fracasado (a diferencia del gaucho), regionalmente distribuido “fuera” del
Chaco y ligado a las clases bajas. El “colla” está “dentro” del sujeto provincial que,
no obstante, lo vomita constantemente cuando percibe en él las huellas de la india-
nidad genérica y/o la indianidad extranjera (boliviana). En el modelo criollizante,
el “colla” es positivado como “criollo” (nativo) de origen indígena y, en tal sentido,
se alinea con el gaucho. Es mejor digerido por un ser salteño que ahora se proyecta
en una dirección integradora y democratizante, por un lado, y reparadora del espí-
ritu autóctono de la tierra, por otro. Entre las prácticas que desafían estos imagina-
rios, como dijimos, está la reciente reemergencia indígena en zonas “mestizadas”
tales como las de Puna y Valles Calchaquíes, justamente aquellas donde lo “colla” y
lo “gaucho” daban la medida justa de la salteñidad. La aparición del término
“Kolla” con “K” es algo más que una convención lingüística; constituye un acto
contra-hegemónico que pone en duda los mitos locales del mestizaje como proceso
ineluctable que desembocaría en una salteñidad única y homogénea, sea ella aristo-
crática, plebeya o metafísica.
Sin duda, una de las posibilidades que abre nuestro trabajo es la de analizar
cómo inciden las continuidades y cambios en los modos de imaginar a los “indios
de Salta” sobre los debates políticos que orientan las políticas públicas hacia los
pueblos indígenas. En este sentido, podría compararse el modelo criollo de lo sal- 100

teño presente en la política indigenista y la militancia indígena de los años 80 –ba-


95
sada en apelaciones a la “democracia social integradora” y la reparación vertica-
lista– con el modelo supuestamente pluralista de los años 90 que intenta regular las 75
disputas políticas desde una retórica de “democracia multiétnica y multicultural” y
mecanismos “participativos”. Otra posibilidad es la de indagar cómo operan estos
modelos de identidad y moralidad en las imágenes recíprocas de “indios del
25
Chaco” y “kollas” que construyen los propios indígenas para legitimar sus reclamos
y acción política. Hasta entonces, esperamos que este trabajo pueda contribuir a 5

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208 Paula Lanusse y Axel Lazzari

una mejor comprensión de la relación entre matrices de identidad provincial y po-


lítica indígena en Salta.

Fuentes Documentales
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Capítulo 8:

Política indigenista del estado democrático salteño


entre 1986 y 2004
1
Morita Carrasco

Introducción

E n un momento en que se cumplen diez años de la reforma de la Constitución


Nacional que consagrara el reconocimiento de los derechos especiales de los
pueblos indígenas, realizar una atenta lectura del tratamiento jurídico-político
dado por la provincia de Salta a la “cuestión indígena” resulta una tarea imprescin-
dible. Discutir aquí la manera en que una provincia de “antigua raigambre” imagi-
na a “sus” aborígenes, a la par de pensarse a sí misma, puede servir para entender
por qué, pese a ensayar una retórica política de lo correcto en materia de derechos
indígenas, Salta no resuelve, y en consecuencia, agrava la situación de irregularidad
jurídica en que se encuentran las comunidades asentadas en la provincia en cuanto
a la propiedad de sus territorios.
En este capítulo se da por tanto cuenta de la “política indigenista” del estado sal-
teño llevada a cabo entre 1986 y 2004. La primera de estas fechas corresponde al
año de inclusión en la constitución de la provincia de un artículo cuyo destinatario
son los “aborígenes” y al comienzo de un estilo político caracterizado por la cons-
trucción y re-construcción continuas de relaciones clientelares entre el Poder Eje-
cutivo, con cabeza en el gobernador, y una cadena de mediadores cuyo eje es el
Poder Legislativo de la provincia. Con fines ilustrativos, el capítulo rastrea la evolu-
ción de algunas demandas territoriales de los indígenas y las transformaciones que
se producen en la política indigenista, pues éste es el lugar donde es posible ob-
servar tanto las prácticas políticas de los agentes estatales para conservar la hege-
100
monía, como el creciente poder desafiante de los indígenas. Se priorizan dos mo-
mentos en la política indigenista; el primero, cuando se despierta el interés del
95
legislador salteño por la producción de políticas dirigidas a los indígenas como un
sujeto pobre y necesitado de asistencia para integrarse social y culturalmente a la 75
ciudadanía de los salteños; y el segundo cuando, haciéndose eco de las transforma-
ciones globales en materia de reconocimiento a la singularidad del sujeto indígena,
25

1 Docente-Investigadora de la Sección Etnología y Etnografía del Instituto de Ciencias Antropológi- 5


cas (FFyL – UBA).
0
211

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el legislador indigeniza al aborigen, apuntando a alcanzar su integración a través de


“un desarrollo pleno”.
En el período transcurrido entre 1986 y 2001, el sistema político de Salta se
ocupó de llevar adelante una política de transformación normativa en materia indí-
gena, manteniendo más o menos constante una estructura administrativa (agencias
estatales, funcionarios, procedimientos) que, aún con algunos cambios coyuntu-
rales, es utilizada como instrumento de control de los sujetos indígenas.
En 1986 se promulgó la ley 6373 “de promoción y desarrollo del aborigen” y
se juró la Constitución Provincial reformada que incluía, entre otras novedades,
2
la incorporación del artículo 15 de clara orientación indigenista. Más de una dé-
cada después, fueron debatidos dos proyectos jurídicos. El primero de ellos, en el
ámbito de la Legislatura, comenzó en 1997-98 con un proyecto de reforma de la
citada ley que culminó con su implementación en 2001; el segundo tuvo lugar en
1998, en el marco de una nueva enmienda constitucional que derivó en una sig-
nificativa modificación de aquel artículo. Entre medio algunos hechos dramá-
ticos, como la epidemia de cólera y la judicialización de la protesta social, y otros
hechos reivindicativos –como la ocupación indígena de la plaza del Congreso de
la Nación en Buenos Aires y la toma del puente internacional entre Argentina y
Paraguay en el chaco salteño– hicieron visibles las contradicciones de un Estado
que pretende manejar la diversidad cultural con retóricas de reconocimiento y
prácticas políticas de clientelismo y cooptación.
El corpus de materiales recogido en todos estos años incluye debates de legisla-
dores y constituyentes; proyectos y textos legales; comunicados de prensa, diarios
locales y nacionales, actos administrativos; entrevistas; documentos oficiales;
cartas; planes y programas de gobierno. Sin hacer un análisis exhaustivo de todos
ellos, presento aquí algunas conclusiones y no pocas intuiciones, con la esperanza
de ampliarlas en el futuro.

I. Antecedentes
En un manuscrito previo del Grupo de Estudios en Legislación Indígena
100
(GELIND, 1999b), nos ocupamos de revisar el estilo de la política indigenista salte-
ña entre 1986 y 1999. Retomaré en forma abreviada algunas de las conclusiones de 95
aquel trabajo, buscando a la par hacer foco en el tratamiento dado a las demandas
indígenas de titulación de tierras. Tomaré como base algunos casos que han adqui- 75

rido cierta visibilidad en la esfera pública, poniendo de relieve el interjuego de ten-


siones entre el estilo clientelar de gestión del indigenismo provincial y el movi-
miento indígena que no se subordina a los marcos en que pretende encuadrarlo 25
aquél. El argumento que busco desarrollar es que las políticas sociales se emplean
5
2 Esto es, combinando tutela e integración sociopolítica con desarrollo económico.
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como instrumentos para neutralizar posibles resistencias de las bases y lograr el


consenso necesario para los planes gubernamentales. En estos casos, y como inten-
taré demostrar, las políticas sociales se constituyen en aparatos ideológicos del Esta-
do a través de las cuales ejercer el liderazgo moral necesario para el mantenimiento
de la hegemonía.
Frente al fracaso de las políticas de integración sociocultural de camuflar lo indí-
gena bajo una sociedad concebida como entidad homogénea, los legisladores y el
poder ejecutivo salteño ensayarán diversas estrategias de circunscripción del sujeto
indígena codificando sus demandas, para que puedan acomodarse a los planes polí-
ticos. Aunque no deja de recrearse un estilo de gobernabilidad clientelar –más o
menos populista, según el estilo personal del gobernante de turno– las políticas in-
digenistas del estado democrático salteño se fueron adaptando a los contextos polí-
ticos cambiantes, buscando mantener el control de la población indígena.
Si hasta 1983 el político salteño había negado cualquier especificidad étnica y cul-
tural en su población, en 1986 predomina una ideología enmascaradora de la dife-
rencia que pretende que el indígena es “uno más de nosotros” –ciudadanos–. En
1998, en cambio, bajo una retórica aggiornada a una política de reconocimiento, en
boga en el mundo, la diferencia se vuelve repentinamente un valor a resaltar, indige-
3
nizándose al ciudadano “aborigen”.
Luego de años de proscripción durante la dictadura, los partidos políticos pre-
cisaban restaurar la institucionalidad dañada y sus bases. Para ello los políticos de
profesión comenzaron por ofrecer al ciudadano –a cambio de legitimación y
sostén electoral– toda clase de recursos públicos de los que pudieran disponer
(cargos, empleos, donaciones, licencias, proyectos, etc.). Esta clase de dones y fa-
vores contribuyó a cimentar un estilo de gobernabilidad basado en relaciones
clientelares que, como bien señala Mastropaolo (1986:273), no trae como resul-
tado una forma de consenso institucionalizado pero aporta una red de fidelidades
personales a través del uso personal de los recursos estatales por parte de la clase
política. Partiendo de éstas fidelidades, aunque en términos más mediatos, se
consolida el sistema clientelar a través de la apropiación de recursos “civiles” au-
tónomos. 100

En la provincia de Salta, las políticas sociales nacionales implementadas a


95
partir de la recuperación de la democracia permitieron al sistema político local
individualizar al sector indígena como “pobre”, necesitado de protección y ayuda 75

3 Ludovico Incisa (1986:1282) acierta bastante al afirmar que “en algunos países donde no se ha ter-
minado el proceso de integración étnica y donde el elemento popular es el que presenta características
heterogéneas, como en Argentina y en Brasil, los populismos no invierten la tendencia a la fusión étnica 25
sino que la aceleran, favoreciendo la integración de los elementos étnicos marginales contraponiéndolos
a los estratos dominantes aunque en estos últimos los caracteres tradicionales aparecen marcados o exal- 5
tados.” Sus comentarios serían aplicables al caso de Salta.
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para crecer. A partir de este recurso pionero desplegó una política social propia
–focalizada, primero, y con participación de los actores directos en la fase de im-
plementación, después-. Es que cuando los movimientos indígenas y sus pro-
testas fueron haciéndose muy visibles y los recursos nacionales dejaron de pro-
veerse, la provincia de Salta optó por una estrategia de neo-indigenización del
aborigen que incorpora en el discurso una política de reconocimiento de la dife-
rencia cultural, pero les transfiere a los indígenas la responsabilidad de gestionar
la asistencia que les estaba dirigida, dejando así intacto o, mejor aún, reforzando
el sistema clientelar que se había creado. Se suma a ello el agravante de provocar el
surgimiento de desigualdad entre las bases, que pasarían a depender en forma di-
recta ya no del político salteño, sino del dirigente indígena.
Las dos reformas de la Constitución provincial son los marcos ideológicos del
indigenismo salteño que se incorpora en 1986 como política pública con la san-
ción de la ley 6373 y se redefine en 2001 con la implementación de la ley 7121,
proceso éste a partir del cual desarrollaré el argumento propuesto arriba.

II. Grado de aculturación y relevamiento poblacional: preludio del interés indigenista del
legislador salteño
Pocos días antes de las elecciones nacionales que restablecieron el sistema democráti-
co en el país, el gobernador de facto de la provincia de Salta declaraba de interés pro-
vincial un proyecto emanado de la Dirección de Integración del Aborigen depen-
diente del Ministerio de Bienestar Social. Su objetivo era determinar la cantidad de
población existente en la provincia y la situación en que se encontraba, “a fin de pro-
mover una política destinada a lograr su incorporación al desarrollo provincial”. No
debe llamar la atención este emprendimiento, pues aún en los gobiernos dictatoriales
ha prevalecido la concepción del Estado de bienestar que debe garantizar a la ciuda-
danía servicios sociales universales (salud, educación, seguridad social). Lo extraño
aquí es que esa información comprendía la “evaluación del grado de aculturación fal-
tante” para completar la “ansiada” integración sociocultural del indígena (Carrasco,
1991; Carrasco y Briones, 1996) a la ciudadanía salteña, algo que no se exigía para
100
otros casos. Esta concepción y estilo político persistirán, con no pocos cambios ideo-
lógicos, en los tempranos años de la vuelta a la democracia, pero se irán transforman- 95
do progresivamente en las siguientes décadas por exigencia de los organismos inter-
nacionales y agencias de cooperación económica que son quienes especifican las nue- 75

vas condiciones a las que deben ajustarse las políticas públicas (Gómez, 2004).
El proyecto de Censo Aborigen Provincial se concretó en 1984 y sus resul-
tados fueron publicados en noviembre de ese año, cuando la ciudadanía argen- 25

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Política indigenista del estado democrático salteño 215

4
tina inauguraba un nuevo ciclo de su vida política, prologada por el discurso
universal de los derechos humanos y la ansiada participación política de los ciu-
dadanos en la vida democrática –y comprendiendo, entre otras cuestiones, su in-
volucramiento en la creación de políticas públicas-. Nada más obvio entonces,
que la responsabilidad del legislador como representante del pueblo de fomentar
la integración de un sector de la ciudadanía salteña –el indígena– visualizado
como ignorante, incapaz, atrasado, etc.

III. La política indigenista oficial salteña

III.1. Patronazgo estatal, pseudo participación y cooptación indígenas


A comienzos del período ordinario de sesiones del año 1986, se discute en la Le-
gislatura provincial un proyecto de ley que rechaza el estilo autoritario y paterna-
lista de gobiernos anteriores, pretendiendo establecer un modelo de igualdad de
oportunidades que, en definitiva, conllevaba poner en duda la necesidad de reco-
nocer derechos especiales a los indígenas. Así, este proyecto de “ley para los indí-
genas” tiene como objetivo principal promover su desarrollo económico “supe-
rando la miseria mediante su incorporación en el mercado productivo…” En los fun-
damentos se alude a la historia de muchas comunidades americanas que no han
podido resistir los procesos de “desculturación” y se resalta el privilegio de la pro-
vincia de contar con 17.800 habitantes aborígenes. No hay sin embargo una sola
mención a los procesos de sometimiento encarados puertas adentro.
Por esta época, los reclamos indígenas se canalizaban a través del Ministerio de
Bienestar Social y estaban fuertemente orientados a dar respuesta a necesidades
materiales –sobre todo en materia de vivienda-. De allí que la propuesta de una
ley indígena se presentara teñida de intenciones de elevación de la condición so-
cial del indígena a la de los “otros” ciudadanos. En el orden nacional también se
5
instalaban paliativos asistenciales como el Plan Alimentario Nacional (PAN)
para atender las necesidades de la población.
La importancia de programas de asistencia de este tipo en la práctica política
se expresa en el medio o estrategia de que se sirven para alcanzar a la población 100

objeto: una cadena de relaciones sociales, vínculos partidarios, amistades, clien-


95

4 Ministerio de Bienestar Social, Secretaría de Estado de Seguridad Social, Dirección General de 75


Promoción, Departamento Integración Aborigen, 1984 Censo Aborigen Provincial.
5 Desde mediados de los años 80 se van aplicando en toda América Latina políticas sociales que tienen
como objeto a la población considerada pobre o vulnerable. En este contexto, durante 1984, cuando la in-
flación alcanzaba al 700% anual, el gobierno nacional resuelve la implementación del Programa Alimen- 25
tario Nacional (PAN), consistente en la entrega de una caja PAN conteniendo algunos productos de la ca-
nasta básica de alimentos a toda la población que, según informes previos, se encontraba por debajo de la 5
línea de pobreza. Mayoritariamente esa población se situaba entre los indígenas de zonas rurales.
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216 Morita Carrasco

telismos pre-existentes, etc. Estas mediaciones ayudaron a cimentar un estilo de


gestión que probaría su eficacia mientras hubo recursos económicos para distri-
buir y más tarde también, aunque con una retórica diferente y muchos costos
políticos. El medio es en sí mismo eficaz; aunque para mantenerse sea necesario
hacer concesiones a la base y sostener otras argumentaciones que justifiquen su
persistencia.
Así, mientras duró la política de asistencia alimentaria y atención primaria de
la salud, los reclamos indígenas no alcanzaban a trascender del ámbito local, to-
mando recién fuerza en términos de denuncia de violación de derechos humanos
cuando, por los sucesivos ajustes a la economía nacional, dejaron de proveerse
tales recursos.
En nuestro sistema federal de gobierno, y ante la implementación de polí-
ticas sociales de supuesto contenido universal, los estados locales (a su tiempo:
provincial y municipal) se ubican a mitad de camino en una cadena de media-
ciones de la acción benéfica del Estado central. En esa posición, los gobiernos
locales aparecen respecto de los beneficiarios de las políticas sociales en una po-
sición de superioridad, como patrón que provee y protege a los actores sociales,
que en una posición de inferioridad deben comportarse como población gober-
nada y clientes del patrón.
La participación civil en el manejo de las políticas públicas (y, hasta cierto
punto la participación política) es una acción voluntaria de los sujetos que, al
exigirse como un requisito, queda convertida en una obligación que los trans-
forma en obedientes y disciplinados ciudadanos encargados de la implementa-
ción de la política que les está dirigida. Justamente con la sanción de la ley 6373
se plantea la siguiente paradoja: se dice a los indígenas que sean libres y autó-
nomos para decidir y participar, pero se los predispone a cumplir con el man-
dato del legislador, quien, al referirse a la creación del Instituto Provincial del
Aborigen (IPA), les dice: “Esta institución está destinada a los aborígenes y debe ser
de ellos”.
Estatutariamente el directorio se integra con un presidente elegido por el gober-
nador; los vocales (uno por cada etnia mayoritaria) representan los intereses de los 100

pueblos indígenas y son “elegidos” por sus bases. Pero la ley indígena no prevé regla
95
alguna para el proceso eleccionario: integración de padrones, requisitos para ser
candidato o elector, publicidad, etc. Entonces, dado que siempre es preciso pro- 75
ceder con urgencia para integrar un organismo de esta naturaleza y debido a que
nunca hay tiempo para cumplir con procedimientos ordinarios, el mecanismo pri-
25

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vilegiado por el ejecutivo salteño para la constitución del directorio del IPA fue
6
siempre, de manera abierta o solapada, el de cooptación.
Aun cuando sea difícil de probar, incluso en 2001 cuando por primera vez se
realiza una elección ajustada a un procedimiento reglamentado, solapadamente, la
cooptación seguiría –como se demuestra más adelante– vigente. En ese año se
contó con un padrón, se hizo una campaña proselitista, se dijo que se realizarían
asambleas comunitarias para que cada comunidad presentara sus candidatos a elec-
tores, los cuales fueron reunidos luego por los interventores normalizadores del IPA
en un gran cónclave donde se eligió de entre todos los ternados un representante
por cada pueblo indígena mayoritario. Pero la decisión estaba ya en parte pre-orde-
nada por los propios interventores, responsables directos de las campañas proseli-
tistas, de las presiones para obtener personería jurídica por comunidad bajo un mo-
delo estatutario genérico, y de otros recursos para influir de un modo decisivo en la
selección de los candidatos. Esta forma de cooptación es muy difícil de identificar
porque en apariencia las normas habrían sido formalmente respetadas y los
acuerdos ocultos son difíciles de probar. Sin embargo, en 2003 un fallo judicial
dictamina la existencia de manejos improcedentes e irregularidades en el proceso,
como se verá más adelante.
Ahora bien, en estos escenarios se fueron despertando entre los indígenas al-
gunas vocaciones políticas. En Salta, como en otras provincias del país, muchos di-
rigentes comenzaron su activismo político como empleados de programas sociales
como el PAN. La información de que disponían (lugar de asentamiento de las co-
munidades, composición y cantidad de integrantes, etc.) era vital para poder eje-
cutar los planes oficiales. De a poco se convirtieron en “mano derecha” de los coor-
dinadores y funcionarios políticos que tenían a su cargo la entrega de alimentos.
Simultáneamente con estas actividades fueron adquiriendo mayores responsabili-
dades y destrezas; con el correr del tiempo, de informantes claves pasaron a ser tra-
ductores culturales de las aspiraciones y necesidades de las comunidades donde rea-
lizaban su tarea. Sería muy interesante detenerse a analizar la trayectoria de algunos
de estos dirigentes del indigenismo oficial para comprender la dinámica política del
movimiento indígena y su articulación o no con el estado-como-sistema (Abrams, 100

1988). En todo caso, lo que importa aquí es que tales redes de cooperación fueron
95
para muchos indígenas con vocación de políticos la oportunidad para insertarse en
el Estado, a veces como asesores informales de los políticos tradicionales (legisla- 75
dores, secretarios de estado, funcionarios), y otras como primer paso de aspira-
ciones personales de llegar a ser ellos mismos representantes oficiales. Fue así que se
formó un cuerpo, bastante reducido por cierto, de dirigentes indígenas quienes sin
25
6 “El término cooptación denota un sistema de integración de un cuerpo colegiado –directivo o con-
sultivo– por el cual uno o más miembros son elegidos bajo designación de los miembros ya en funciones 5
(Sani, 1989:430).”
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requerir el consenso de sus bases comenzaron a aparecer en las listas de los partidos
políticos como candidatos a concejales municipales e incluso a diputados provin-
ciales, en tercer o cuarto lugar. Tal es el caso de un integrante del pueblo tupí gua-
raní que fuera primero asesor de la Dirección de Integración del Aborigen del Mi-
nisterio de Bienestar Social, luego vocal del directorio del IPA, y finalmente
diputado provincial por el Partido Justicialista. O el de una mujer del pueblo
wichí, Octorina Zamora, quien fue primero empleada del PAN, luego asesora indí-
gena del senador del PJ autor del Proyecto de la Ley 6373 y, finalmente, fundadora
del primer partido político indígena salteño que compitió en 1989 por el Muni-
cipio de Santa Victoria Este en el departamento Rivadavia Banda Norte.
Parece un contrasentido pero –así creada la trama de relaciones clientelares
entre el sistema político salteño y una naciente dirigencia indígena– el IPA se con-
vierte en mediador necesario de la política indigenista que los dirigentes cooptados
se encargarán de hacer llegar a una masa de supuestos beneficiarios de la ley, como
clientes cautivos de un sistema indigenista estatal perverso.

III.2. Escenas en el recinto de la Cámara de Diputados de Salta. Se debate el Proyecto de la Ley 6373
7
“Promoción y desarrollo del Aborigen”
Hablan los representantes del pueblo. Los sujetos indígenas miran desde la tribuna;
en última instancia su opinión cuenta apenas, pues son los legisladores quienes
interpretan los deseos y crean, en consecuencia, las necesidades indígenas sobre las
cuales legislar. Disponen para ello de información básica: el Censo de 1984.
En el recinto, se exhibe el capital partidario, se escenifican las contradicciones
entre partidos y facciones; se discute y se aprueban las decisiones adoptadas en la
intimidad de las reuniones de bloque. Para convalidar sus empeños, los legisladores
se dirigen a la tribuna en lo alto. Abajo predominan las nociones de reparación, rei-
vindicación histórica, deuda, devolución, subsanar errores del pasado, culpas por
un mal heredado; arriba se responde con aplausos.
El informante del dictamen de mayoría de la Comisión Especial de Asuntos
Indígenas pinta un cuadro de necesidades “patéticas, alucinantes” donde reina la
frustración, el alcoholismo y la promiscuidad. Compasivo, el legislador propone 100

“devolvámosles la dignidad a nuestros hermanos aborígenes que claman y lloran por una
ley que beneficie el desarrollo de su comunidad, que beneficie a sus pueblos y los integre al 95

ámbito productivo de la región, de la provincia y de la nación” (p.100).


75
En clave legislativa, los referentes de los tres partidos provinciales (Justicialista,
Radical, y Renovador Salteño) acuerdan en el sentido y alcance de la devolución:
“las leyes sólo sirven como rasgos generales para el desarrollo; las leyes amparan jurídica-
25
7 Las citas textuales de este acápite fueron tomadas de la versión taquigráfica del debate legislativo
publicado en el Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de Salta el 6 de mayo de 1986, bajo el tí- 5
tulo “Promoción del desarrollo pleno del aborigen y sus comunidades”.
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Política indigenista del estado democrático salteño 219

mente pero su desarrollo debe ser por la activa participación…” (p.101). Pero el sujeto
interpelado por ellos es principalmente aquel que señorea en el pasado, un sujeto
ausente, partícipe necesario, sí, expresándose en la palabra autorizada de los repre-
sentantes, para quienes la ley “más que una reivindicación es un homenaje” (p.107).
A ese “primigenio hombre argentino-americano a quien perteneció la tierra en el
pasado” se dirige la ley; “a esos hombres que nacieron en esta tierra, nos dieron
ejemplo cabal de su lucha de su esfuerzo y de su grandeza”. No sorprende entonces
que –constituida así la subjetividad aborigen– el debate sobre la propiedad de las
tierras no requiriese demasiado tratamiento, porque “la intención de la ley salta a la
vista, lo que pareciera que está mal son los términos que estamos usando” (p.129). Sin
embargo, esta confusión no es poca cosa, ya que la cuestión de fondo que se plantea
es acerca de la propiedad de las tierras, y esto no es simplemente una fórmula retó-
rica, sino jurídica. Es por ello que sólo ocupa una parte del debate para restringir las
medidas de garantía de inembargabilidad a diez años, en lugar de los veinte que ini-
cialmente se habían propuesto. Con una salvedad expresa que “si no están dadas las
condiciones en cuanto a la preparación del aborigen y su toma de conciencia de lo que
realmente va a significar ser dueño de la tierra, el plazo pueda alargarse a otros diez
años” (p.131).
El debate aporta otro dato curioso: la intensidad de la disputa entre legisladores por
el lugar de emplazamiento del futuro IPA; aquí lo que cuenta es el número. La cantidad
de indígenas que convergen en Tartagal o en Embarcación parece ser el nudo de la
preocupación por una distribución balanceada de distritos electorales. De allí la
necesidad de uno de los legisladores de aclarar que no se trata de un cuestión de
caprichos ni una defensa de intereses políticos, sino tan sólo de “una cuestión de
números”. De manera semejante, la composición y elección de representantes
indígenas en el Directorio del IPA concentra una parte importante del debate.
¿Quiénes integran este directorio, cuál es el perfil requerido y cuáles sus facultades? Es
interesante advertir que, a la par que se acepta el saber técnico, se aclara que, dada la
magnitud de la institución, para su dirección es más importante el conocimiento “real
del manejo político”, pues “una persona que no sepa manejarse políticamente va a
fracasar en esta institución”. 100

Para concluir esta primera escena en el teatro del recinto, un último cuadro ilustra
95
con toda claridad el significado que la ley tiene para los legisladores: “si a estas
comunidades, pretendemos a través de este proyecto, integrarlas, es porque en definitiva 75
queremos que el día de mañana sean unos ciudadanos argentinos más, porque…son tan
argentinos como nosotros, porque fueron los primitivos dueños de la tierra y estas
comunidades pueden y deben manifestarse” (p. 125. Énfasis propio).
25
La ley se promulga el 6 de mayo de 1986, cuando faltaban pocos días para que se
reuniese la Convención Constituyente que reformaría la Constitución Provincial. 5

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El 21 de mayo, el convencional Juan Carlos Romero convoca al tratamiento del ar-


tículo 15 bajo el título Aborígenes.

III.3. Escenas en la Convención Constituyente de 1986. La Asamblea debate el Artículo 15


8
“Aborígenes”
El clima que reina es el de los derechos humanos, el foco del debate es la ciudadanía
y, en este aspecto, el dilema que enfrentan los constituyentes es: “si todas las perso-
nas son iguales, si todos somos ciudadanos ¿por qué discriminar a algunos llamándolos
aborígenes?” (p. 408).
Más aún, “si son tan seres humanos como nosotros” (p. 408) comprovincianos sal-
teños, hermanos nuestros como cristianos, entonces, concebirlos como diferentes,
especiales, conlleva crear una ciudadanía de segunda. Por ende, si la pretensión de la
Comisión Declaraciones, Deberes y Garantías es la creación de condiciones mínimas
para lograr una sociedad democrática con igualdad de oportunidades para todos, y a
tal fin ya se dispone de una Ley del Aborigen, es procedente la reforma constitucional
“para darle al indio la genuina herramienta para que por sí solo pueda ser artífice de un
destino mejor, no se discute la dignidad de la persona y de ciudadano aborigen” (p. 410).
El reconocimiento de las identidades diferentes es para los constituyentes sinó-
nimo de lo que no debe hacerse. Como lo expresa uno de ellos, la cuestión aquí es
hacer una constitución, no “tirar una gran capa de maquillaje sobre la sociedad sal-
teña” (p. 412) para ocultar lo feo. Reconocer, discriminar, apartar “no es la solución,
si lo que se pretende es darle un lugar digno en la sociedad” (p. 411), para que “estos
hermanos aborígenes se vean en un estado mucho mejor” (p. 411); he aquí el propósito
de la creación de modificaciones normativas en materia de indígenas, meramente la
igualación de oportunidades, sin considerar el piso desde el cual partir ni los
resultados que se alcancen.

III.4. Escenas del movimiento indígena


El gobernador R. Romero (1983-1987), conciente de la importancia de mantener
encendidas las promesas electorales, encara en los albores de su gestión un progra-
ma de distribución de tierras en la zona “caliente” del chaco salteño, pobladas por 100
indígenas y ganaderos criollos. La propuesta consiste en entregar un título de pro-
piedad a cada comunidad indígena y a cada familia criolla, pero los criterios en que 95

se basa para el reparto no contemplan la forma de uso de la tierra por parte de los
75
cazadores-recolectores indígenas. Esto motiva a un grupo de líderes a enfrentar el
desafío de pedir al gobierno un territorio único bajo un solo título para todos (Do-
9
cumento Indígena, 1984). Pero el gobernador sigue adelante y, en base a un estu-
25
8 Las citas textuales de este acápite provienen de la versión taquigráfica de la Convención Constitu-
yente de Salta publicadas en el Diario de Sesiones de la Convención el día 21 de mayo de 1986.
5
9 Más adelante me detengo en el análisis de este caso de reclamo territorial.
0

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Política indigenista del estado democrático salteño 221

dio técnico realizado por el Consejo Federal de Inversiones (CFI) en 1987, sancio-
na la Ley 6469 que establece el principio de la unidad de explotación como criterio
para regularizar la situación jurídica de los ocupantes indígenas y criollos del lote
fiscal 55. Si bien la unidad de explotación no es definida en la ley, queda implícito
que se trata de la ganadera, quedando afuera de toda consideración la forma de
aprovechamiento de los recursos por parte de los indígenas (Carrasco y Briones,
1996; Carpinetti y Maranta, 2001; Gordillo y Leguizamón, 2002; Trinchero,
2000) y herido de muerte el pedido de un espacio territorial. De aquí en más la
conflictividad por los reclamos de tierras indígenas se constituirá en el principal
motivo de confrontación y lucha contra hegemónica, conflictividad que recrudece-
rá cíclicamente, condicionando el mantenimiento de la hegemonía a las concesio-
nes que se realicen.

IV. Contexto donde tornar posible lo deseado. Estilos y dinámica política del indigenismo
salteño entre 1986 y 1997

IV.1. Esperanza democrática y estilo campechano de populismo rural


La nueva constitución se publica el 16 de junio de 1986, cuando el IPA llevaba ya
algunos meses de gestión. En la Nación era “el tiempo de los radicales”, del auge de
los derechos humanos y la ansiedad de la sociedad civil por participar activamente
en la vida política. Mientras tanto, en Salta, gobernaba un viejo caudillo: Roberto
Romero; en la Legislatura iniciaba su carrera política un “viejo conocedor de los in-
dígenas”, Fausto Ponciano Machuca, quien había sido maestro rural en el Departa-
mento Rivadavia Banda Norte. Estas dos figuras fueron claves en la primera hora
del indigenismo salteño. Para crear alianzas y restaurar el tejido dañado por los años
de dictadura, nadie mejor que estos dos personajes cuyas simpatías y estilos facilita-
ban el contacto con las bases y aseguraban la aceptación de sus proyectos.
El “viejo” Romero, haciendo uso de su personalidad carismática, forjó una am-
plia red de simpatizantes a partir de los cuales ampliar el espectro de partidarios in-
condicionales que le permitieran sustentar un poder centrado en su personalidad.
De origen humilde, decía representar a las clases vulnerables, marginadas: obreros, 100

campesinos, ganaderos pobres, trabajadores rurales; defendía el estilo de vida au-


95
tóctono y tradicionalista del gaucho salteño, por lo que era bien visto por la oligar-
quía güemesiana. Sin embargo, ligaba su interés personal con el desarrollo del capi- 75
10
talismo industrial, lo que le permitió establecer una fortuna y poder considerable.
Como buen caudillo populista, operaba en los sectores rurales a la manera de un
padre o patrón que bendice y provee de recursos al necesitado. Su estilo persona-
lista y paternal despertaba seguidores en cualquier parte de la provincia. Aunque 25

5
10 Entre ellas el monopolio del diario local El Tribuno.
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222 Morita Carrasco

los arreglos políticos que celebrara estuvieran lejos de satisfacer las demandas de los
más pobres, creaba adhesión simpática entre ellos; recordaba los nombres de los ca-
ciques de ciertas comunidades, les preguntaba por la salud de sus familias, el estado
de la comunidad y su necesidades. Se sentaba en sus casas y tomaba mate con ellos,
algo impensable para la mayoría de los personajes de la oligarquía salteña, e incluso
para muchos integrantes de su propio partido.
La segunda de estas dos figuras trascendentes en las etapas inaugurales del indi-
genismo democrático salteño se parece mucho a la de un “broker cultural” (Barto-
lomé, 1971), un mediador entre el gobierno y sus gobernados, a la manera de un
intérprete de los deseos y necesidades de los indígenas y las instituciones estatales
que proveen los recursos para satisfacerlos. Su función es más compleja que la de un
puntero político que mantiene un número estable de deudores de favores políticos.
Su misión es además la de un intelectual que, tomando distancia de la encarnadura
de las relaciones entre ambos, produce un discurso que torna invisible los intereses
espurios de la política y resalta el lado humano de la acción de gobierno. Su desafío
es el de articular retóricamente la cabeza del partido y el gobierno con una base
siempre difusa y ambigua de potenciales clientes, y está capacitado para hacerlo de-
bido a su condición de maestro. Su trayectoria es paradigmática de la carrera polí-
11
tica de cualquier puntero político : comienza como encargado de una escuela rural
de frontera, lo cual facilita su relación íntima, personal, cara a cara con aliados y po-
12
sibles seguidores; su primera actividad como funcionario de la administración es
13
el manejo y control de planes sociales, lo que le permitió reunir un número no
despreciable de deudores de favores que lo elegirían, posteriormente, como Se-
nador provincial por el Departamento Rivadavia. Fue el autor del proyecto de ley
que crearía el IPA; obtuvo su re-elección por un nuevo período; propuso la reforma
de la ley en 1997 y fue convencional constituyente en 1998. Durante el régimen de
Juan Carlos Romero, fue Secretario de Derechos Humanos dependiente de la Se-
cretaría de Bienestar Social por dos períodos.
Dos figuras ejemplares de un modo de gestión menos moderno que feudal: el
último cumple su función articulando deseos, expectativas y necesidades con re-
cursos que el primero pone a su disposición para el tendido y mantenimiento de un 100

séquito de agradecidos beneficiarios. Es el encargado de dejar bien en claro cuál es


95
el origen de los recursos, quién es el benefactor y en nombre de qué loables propó-
sitos se realiza la acción política de dar y recibir. El gobernador encarna el prototipo 75

11 Similar es la carrera de la convencional Laura Bonazzi que es quien se encarga de la distribución de


los bolsones para jubilados en la zona de Santa Victoria Este, del Departamento Rivadavia, banda norte.
12 No hay que olvidar que en esta etapa, inaugural de la redemocratización tras ocho años de dictadu- 25
ra, la fragmentación política y social era de tal magnitud que una parte importante de las actividades de
la dirigencia política estaba dirigida a la creación de bases partidarias.
5
13 Como vimos, tuvo a su cargo la distribución de las Cajas del Programa Alimentario Nacional (PAN).
0

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Política indigenista del estado democrático salteño 223

del pater familias que en la sociedad feudal brindaba protección a una variedad de
sujetos, esclavos libertos, familias campesinas de estatus bajo, o extranjeros de re-
ciente inmigración, todas las cuales no encontraban solución más adecuada que la
de buscar la protección de las personas importantes que poseían la tierra y cum-
plían las funciones políticas centrales, ofreciendo a cambio sus propios servicios
(Mastropaolo, 1985). Uno y otro son eslabones igualmente imprescindibles en el
entramado de las relaciones políticas que se irá armando en la primera etapa del in-
digenismo democrático salteño y se mantendrá en los años sucesivos mientras
existan recursos económicos para distribuir a través de una cadena de mediaciones,
aunque no serán pocas las concesiones que deberán hacer ante las demandas
crecientes y cada vez más visibles en la esfera pública, de sus clientes indígenas.

IV.2. Reconocimiento sin consecuencias políticas. Semillas de indigenismo no estatal: ONGs,


académicos, prensa
En 1987 y frente al temor de un fracaso, el gobernador Romero cauteloso ante la
posibilidad de un retiro de apoyo indígena a su proyecto opta por dejar en suspenso
la implementación de la Ley 6469 de regularización de la situación dominial en el
lote fiscal 55. La presión social produjo el efecto esperado –parar la ley– y el Partido
Justicialista logró mantener su hegemonía en el gobierno, aunque la línea interna
del gobernador Romero perdiera la elección.
Aprovechando el compás de espera, las comunidades del fiscal 55 obtuvieron
apoyo económico de la ONG inglesa Survival International para elaborar un mapa
de topónimos indígenas que identifica los lugares usados históricamente por ellas.
Con base en este mapa, pidieron al gobierno un solo título –jurídicamente fun-
dado– de propiedad colectiva sobre la superficie total que contiene los lugares de
uso del conjunto de comunidades. A diferencia del documento presentado en
1984, en éste los indígenas no ocultan su ira y denuncian al gobierno por geno-
cidio: “Si nuestro gobierno no nos devuelve la tierra nos va a matar no con armas
sino con hambre (Lhaka Honhat “Nuestro Pedido” [1991], transcripto en Ca-
rrasco y Briones, 1996). Entonces, subsidiariamente al objetivo de parar la ley, la
demanda indígena y las manifestaciones de apoyo a su reclamo colocaron en el 100

centro del debate la forma diferente de uso del espacio y los recursos que practican
los cazadores recolectores; se confirma de este modo la existencia de un sujeto so- 95

ciocultural específico en el contexto de la ciudadanía salteña (Carrasco y Briones,


75
1996; Gordillo y Leguizamón, 2002).
Por esta época y en la misma zona, se venía gestando un movimiento político
que pretendía independizase de los partidos tradicionales. La joven mujer wichí
que había colaborado con el senador, artífice de la ley indigenista funda la agrupa- 25

ción política municipal Tewok Nechaiek para competir por la intendencia en Santa
5
Victoria Este. Si bien no estaba claro quien/es, o qué facción del partido Justicia-
0

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lista sostenía/n la iniciativa, era a todas luces evidente que los políticos tradicionales
no veían con agrado que los indígenas eligieran candidatos propios por fuera del
partido. Y no es por casualidad que, justamente ese año, se incorpora a la provincia
el sistema de Ley de Lemas, que lleva a competir al Tewok Nechaiek con trece
14
sub-lemas justicialistas, perdiendo en consecuencia la elección.
Sea como fuere, la actividad desafiante de estos activistas indígenas y sus asocia-
15
ciones estratégicas con ONGs provocaron su impacto y no menos costos a los par-
tidos tradicionales, los que de aquí en más se verían obligados a integrar candidatos
indígenas a sus listas de lemas y sub-lemas –algunos de los cuales quedaban incor-
porados a la municipalidad como concejales– y a hacer lugar a las demandas indí-
genas en sus plataformas. Un ejemplo de ello es que, habiendo perdido el Justicia-
lismo la elección y faltando apenas cinco días para alejarse del manejo de la
administración provincial, el gobernador saliente acceda a la petición del territorio
que hacen las comunidades del fiscal 55 firmando con los caciques un acta acuerdo,
por la que se compromete a unificar los lotes 55 y 14 a fin de entregar un único tí-
tulo de propiedad a las comunidades, asegurando también la propiedad de parcelas
de tierra a las familias criollas (Carrasco y Briones, 1996; Gordillo y Leguizamón,
2002; Trinchero, 2000). Este compromiso –que fuera ratificado por un decreto
del Ejecutivo provincial, y nunca cumplido– es un ejemplo perfecto de la manera
en que los reconocimientos constitucionales y legales se reducen a expresiones
huecas, si no existe voluntad política de aplicarlos (Gómez, 2004).
Las crecientes demandas y protestas de actores indígenas exigiendo el cumpli-
miento de la ley y los compromisos electorales pondrán en estado de alerta al indi-
genismo salteño, y aunque prevalecerá la concepción de ver a los indígenas como
objetos de asistencia más que como sujetos de derechos, muchos esfuerzos y conce-
siones deberán hacer los legisladores y el poder ejecutivo para poder mantener el
control de la estructura clientelar montada para sostén de la hegemonía.

14 En un distrito electoral con mayoría indígena, comparecieron otras razones para que el partido in-
dígena no llegara al poder. Entre ellas, no debe menospreciarse el retiro de apoyo del Senador Machuca
(autor de la ley indigenista), la presión de sectores no partidarios que veían con desconfianza las ambi- 100

ciones políticas de la mujer wichí,, y los propios indígenas que no estaban preparados y resueltos a enca-
rar el gobierno municipal, aunque algunos de ellos tuvieran alguna experiencia, al lado de los dirigentes 95
de los tres partidos principales.
75
15 En 1989 Survival le escribe una carta al Gobierno de Salta advirtiéndole sobre la ilegitimidad de la
ley 6469 y sobre la grave violación de Convenios internacionales (107 de OIT; Declaración de derechos
Humanos). Al año siguiente remite una carta a la Dirección de Tierras Fiscales Provinciales con el obje-
tivo de aportar a la discusión sobre el tema de tierras algunos datos contenidos en el “Proyecto de Decla-
ración Universal de los derechos de los pueblos indígenas” (ONU). El gobierno provincial contesta estas 25
cartas comprometiéndose a revisar su posición. En 1991 las comunidades financiadas por Survival y
otras ONG’s preparan y presentan al gobierno salteño su reclamo “Pedido de tierras de las comunidades 5
del lote fiscal 55" (Carrasco y Briones 1996).
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IV.3. Catástrofe y visibilidad internacional de la persistencia indígena en la comunidad nacional


La corrupción, el desorden en la administración y el incumplimiento de las prome-
sas electorales de los gobiernos justicialistas fueron determinantes para que la ma-
yoría de la ciudadanía salteña resolviera apoyar al “hombre fuerte” del partido Re-
novador Salteño, el Capitán Ulloa. Le tocaría ahora gobernar la provincia a quien
había conducido el timón de la política local en los años de plomo de la última dic-
tadura, en medio de la celebración por la llegada de Colón a América y el afianza-
miento del movimiento indígena a nivel continental.
Aparte de eso, en 1992 Salta aparecerá en la primera plana de diarios nacionales
e internacionales debido a una sucesión de acontecimientos que tenían a los indí-
genas como protagonistas. Mientras en Río de Janeiro la Cumbre de Presidentes de
las Américas creaba el Fondo de Desarrollo para los Pueblos Indígenas de América
Latina y el Caribe en señal de reparación por los daños producidos por la con-
quista, en Buenos Aires una masiva manifestación de kollas y wichí colmó durante
veinte días la Plaza de los Dos Congresos para reclamar los títulos de propiedad de
sus tierras en la provincia de Salta. Prestigiosas figuras del mundo de la cultura y la
política aparecían en las fotos junto a los dirigentes indígenas apoyando sus de-
mandas (el escritor Ernesto Sábato, y el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez
Esquivel).
Prologando estas producciones políticas indígenas, algunas escenas más dramá-
ticas habían dado ya la vuelta al mundo en febrero de ese año, a raíz de la epidemia
de cólera desatada en el lote fiscal 55. En versión cruda y dura, el país advirtió la
existencia viva de los indígenas, y la elite salteña se aprovechó de la situación para
resignificar sentidos que asocian lo indígena a la miseria, la incapacidad, el salva-
jismo y la brutalidad. A pesar de que la singularidad cultural del sujeto indígena ya
se había hecho visible de múltiples maneras y se había instalando en el resto de
16
América Latina, a pesar de que ya estaba en vigencia el Convenio 169 de OIT que
consagra sus derechos “especiales” y de que estas transformaciones habían provo-
cado cambios sustantivos en el discurso indigenista clásico para dar voz y protago-
nismo a los indígenas, la intromisión violenta del cólera favoreció el rebrote del pa-
ternalismo estatal salteño y actualizó el campo donde sembrar recursos y cosechar 100

agradecidos seguidores.
95
La campaña de lucha contra el cólera se transformó en vehículo para el flujo de
toda clase de representantes políticos: presidente, gobernador, senadores, dipu- 75
tados, secretarios de estado, ministros, directores y su nutrida corte de asistentes
(asesores, informantes, punteros). Ninguno de ellos quería aparecer al margen de la

16 Téngase presente que en varios países de América Latina se habían realizado enmiendas constitu- 25
cionales para incluir el reconocimiento étnico y cultural de los pueblos indígenas, su participación en
los asuntos que los afecten y otros derechos asociados (tierra, educación intercultural, etc.) entre ellos: 5
Brasil, Paraguay, Colombia, Panamá, Bolivia, Perú, Ecuador (Iturralde, 1997).
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226 Morita Carrasco

situación del horror indígena. Día a día se sucedían en la zona del lote fiscal 55 los
aterrizajes de aviones y helicópteros con su carga de ayuda humanitaria. Sin un
plan racional, estos recursos y funcionarios provocaban la sensación de vivir en el
continuo tiempo de la política (Carrasco, 1993) en que se renuevan las redes de re-
17
cursos y favores a cambio de apoyo electoral. No obstante, algo había cambiado,
aunque los artífices del entramado clientelístico que antecedió a las movilizaciones
indígenas no lo advirtieran.
La visita en este mismo año de la dirigente indígena Quiché y Premio Nóbel de
la Paz, Rigoberta Menchú Tum y su comentario “estos son los indígenas más po-
bres de la tierra” contribuyeron a aumentar aquellas percepciones del indigenismo
oficial salteño. Pareciera que su breve estancia no alcanzó para que pudiera perca-
tarse de la potencialidad política que escondían esos indígenas –bajo un velo de
aparente inmadurez– como quedó demostrado a través de la persistencia de sus lu-
18
chas y los apoyos que fueron consiguiendo.
El supuesto eficientismo del hombre fuerte de la dictadura comenzó a mostrar
sus debilidades, en medio de movilizaciones indígenas demandando derechos más
que prestaciones sociales ante una reforma del Estado y la Constitución Nacional
19
que se anunciaba desde dos años antes al menos (Carrasco, 2000). Por su parte, el
Congreso de la Nación hacía lugar al pedido de expropiación de las tierras indí-
genas de la Comunidad Kolla Tinkunaku en el departamento de Orán, de pro-
piedad del Ingenio San Martín de Tabacal.
El abundante álbum de fotos indígenas de la época muestra al presidente
Menem y al capitán Ulloa dando explicaciones del por qué de la postergación de la
entrega del título de propiedad a los indígenas del lote fiscal 55 a la cúpula de la
diócesis de la iglesia anglicana del norte argentino. Eran otros tiempos, las semillas

17 Hasta el presidente Menem aprovechó la coyuntura para crear un “cuerpo de ejército de elite” para
la erradicación de la pobreza interna e internacional: los cascos blancos.
18 En marzo de 1993, Lhaka Honhat se reúne con el presidente Menem para solicitarle su mediación
en el conflicto que mantiene con la provincia por la titulación de las tierras en el fiscal 55. Como resulta- 100

do de esta presión, el gobernador Ulloa (P. Renovador de Salta) emite el decreto 18 por el cual se crea
una Comisión Asesora Honoraria para elaborar una propuesta de entrega de tierras que satisfaga a los 95
pobladores indígenas y criollos. En julio de 1994 un delegado de Lhaka Honhat denuncia al Gobierno
de la Provincia de Salta ante la 12° Sesión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas de ONU 75
por incumplimiento de sus compromisos en la entrega de tierras en el fiscal 55.
19 En 1990, con una amplia participación de indígenas y ONG´s, se conformó en Buenos Aires el
Foro Permanente para los Derechos de los Pueblos Indígenas. En 1992 la Asamblea Permanente por los
Derechos Humanos realizó con especialistas, organizaciones y dirigentes indígenas unas Jornadas sobre 25
los Derechos de los Pueblos Indígenas, preparatorias de la reforma del Artículo 67 inciso 15 de la Cons-
titución Nacional sobre el mantenimiento del trato pacífico con los indios y su conversión al catolicis- 5
mo.
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de la incertidumbre de la política se habían echado y había que cambiar de estrate-


gias para recuperar la hegemonía.
Dos hechos contrapuestos ilustran esta preocupación. Por un lado el Capitán
Ulloa crea una Comisión Asesora Honoraria para elaborar una propuesta de distri-
bución de tierras entre indígenas y criollos en el lote 55 integrada por los afectados
directos, los asesores de los indígenas, académicos de las Universidades Nacional de
Salta y Católica, funcionarios y asesores técnicos del gobierno, además de represen-
tantes de las fuerzas de seguridad. Por otro lado, mientras esta comisión estaba de-
sarrollando su labor, se resuelve sorpresivamente la construcción de un puente in-
ternacional en la zona demandada por los indígenas, poniendo en riesgo el
desarrollo de la negociación. Una vez más, a poco de finalizar su mandato, el gober-
nador emite un decreto enviando a la Legislatura provincial el resultado de las deli-
beraciones de la Comisión Asesora, a fin de que se dicte una ley de entrega de tie-
rras, sin tomar en cuenta que el estado provincial ya se había expedido respecto a
este punto mediante el decreto emitido en 1991. Pero el Partido Renovador
Salteño no renueva su mandato, y el proceso queda inconcluso.

V. Régimen y reivindicaciones. El peligro de la (in)certidumbre de la política

V. 1. El régimen político del “joven” Romero


En 1996 inicia su gestión el Gobernador Juan Carlos Romero, hijo del viejo caudi-
llo. Fue gobernador en dos períodos sucesivos, para lo cual tuvo que realizar una re-
forma constitucional; fue candidato a Vicepresidente de Menem en 2002; y reele-
gido gobernador en 2003 luego de una segunda reforma constitucional, esta vez sin
debates en asamblea de constituyentes.
El estilo político del “joven” Romero difiere bastante del populismo campe-
chano de su padre. Si aquél se vinculaba personalmente con el pueblo raso, éste se
distanciará de las clases populares, de los indígenas, de los marginados. Su estilo se
parece más al de un gerente que preside un directorio de cumplidores funcionarios
encargados de implementar sus decisiones. Quizás donde habría que intentar
buscar las diferencias es en las maneras en que estos dos estilos de gobernabilidad 100

interpelan a los sujetos que conforman su base. Aunque no deja de ser paradójico,
95
el “pueblo” salteño era para el viejo Romero un grupo, más bien antagónico; afir-
maba su poder en la masa de pobres, asalariados, campesinos, indígenas y obreros 75
peronistas, pero lo consolidaba en base a alianzas estratégicas con los sectores de
poder económico locales. El “joven” Romero basa en cambio su poder en las cor-
poraciones económicas extra territoriales: agencias multilaterales de cooperación,
financistas internacionales, empresas multinacionales de servicios, para lo cual pre- 25

cisa de una red de agentes que puedan crear en los ciudadanos deseos imaginarios
5
de progreso. El lema de su gestión es “Salta para los salteños: Progreso y Produc-
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ción”. Su estilo no es populista, aunque algunas modalidades de ejercicio del poder


se instrumenten a partir de estrategias de ese tipo: la relación dones/favores-re-
cursos instrumentada desde una cadena de mediaciones; la cooptación de diri-
gentes indígenas, la realización de “arreglos” por fuera de las reglas. Donde el
“viejo” Romero desplegaba su carisma en relaciones interpersonales con las bases,
el “joven” se preserva del contacto personal; en público le habla al pueblo, pero
actúa a través de un ejército de funcionarios de primera y segunda línea que torna
difícil saber de quién o cómo emergen las decisiones que contradicen lo dicho por
él. Nadie más que él está habilitado a hacer propuestas; en su gobierno no hay lugar
para la diversidad de estilos. Su modalidad consiste en controlar todas las formas de
ejercicio del poder.
Ahora bien, el mismo año en que Romero (h) inaugura su administración, la or-
ganización indígena del lote fiscal 55 Lhaka Honhat vuelve al ruedo para exigir una
respuesta a su reclamo territorial y, a modo de protesta, ocupa el puente interna-
cional en construcción durante 23 días, recibiendo la adhesión y el apoyo de legis-
ladores nacionales, ONGs, Universidades, medios de prensa nacional e interna-
cional, etc. Solicitan la presencia del gobernador en la zona para que les diga si va a
aceptar o no su pedido de título, el cual nunca llega, pero la protesta se suspende
con la aparición del Ministro de Gobierno que firma con los manifestantes un acta
comprometiéndose al dictado de un decreto de entrega de tierras a los 30 días –acta
que no se cumple. Por ende, en 1998, Lhaka Honhat acudirá a la Comisión Intera-
mericana de Derechos Humanos para denunciar al Estado argentino por la viola-
ción de sus derechos humanos. En este contexto, tiene lugar una segunda reforma
de la constitución provincial que aportará entre otras novedades nuevas estrategias
de control de los indígenas, como se verá en el siguiente acápite.

V.2. La incorporación del sujeto pueblos indígenas en la segunda reforma de la Constitución


Provincial
En 1998 se impulsa la adecuación de la provincia a los cambios globales que se ve-
nían instalando hacía varios años, a través de una reforma de su carta magna que in-
cluye, entre otros cambios, la modificación del artículo 15, para hacerlo concordar 100

con la constitución nacional. Propicia subsidiariamente el cambio del término


“aborígenes” por “pueblos indígenas de Salta”. El clima social y político que domi- 95

na la escena de esta segunda reforma constitucional es de respeto por la diversidad


75
cultural. Aunque legitima los conceptos de “reclamo indígena”, “autosuficiencia
cultural y económica” y “distinciones legítimas”, ese clima no impide ni el predo-
20
minio político del proyecto oligárquico clásico, ni la reaparición en los debates
constituyentes de conceptos decimonónicos como el de “pureza”, o de proyectos 25

20 En la constitución reformada en 1998 los derechos territoriales indígenas se restringen a “tierras 5


fiscales” y se protegen los intereses de “terceros”.
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Política indigenista del estado democrático salteño 229

de raigambre civilizatoria, ligados a la idea de que “se deben poner al alcance de


ellos los elementos necesarios para que se desarrollen en un medio favorable”. Dice,
por ejemplo, la Diputada Laura Bonazzi (P.J.):
“Aborigen, en la concepción terminológica y en uso actual, implica que cual-
quiera que provenga de un lugar determinado es un aborigen. Las comunidades
que tienen una etnia preexistente a la nuestra, y que continúan en la pureza de la
misma, entienden, con acierto, que algún término debe ser inequívoco y por sí solo
comprensivo de la distinción sobre el resto de los nativos. Ese término es indígena.
Nuestro bloque ha entendido que ese reclamo debe ser escuchado. Nuestra posi-
ción política no avanza sobre las distinciones legítimas, sino en la búsqueda del bie-
nestar general, respetando las diferencias que componen la sociedad argentina […]
El idioma, la educación, la religión las costumbres, la idiosincracia de todo tipo y
tantos aspectos más, merecen reconocimiento, respeto y, a veces, hasta medidas de
acción positiva que puedan alcanzar el nivel de la discriminación inversa. […] El
fundamento de los pueblos indígenas es la preexistencia, la cual no es sólo preexis-
tencia al Estado argentino, sino que es vigente en todo momento de vida de evolu-
ción de los pueblos indígenas que esgrimen un argumento indio. Nosotros
creemos que debemos sancionar un artículo que permita la autosuficiencia cultural
y económica de los indígenas. No nos inscribimos en el paternalismo o tutelaje.
Con decisión principista, sostenemos que se deben poner al alcance de ellos los ele-
mentos necesarios para que se desarrollen en un medio favorable, desde el punto de
vista general de sus necesidades y proyecciones […] Por nuestro amor al pasado y
por amor a nuestros hermanos indígenas, estamos consagrando una garantía para
que las comunidades indígenas perduren en el tiempo, pero eso sí, en otras condi-
21
ciones.”
Si en 1986 los reclamos indígenas aparecían relativamente articulados supralo-
calmente y sin especificidad en términos de juridización de lo indígena, en 1998 en
cambio los reclamos adquirieron mayor consistencia y articulación estratégica
entre organizaciones indígenas y el apoyo de agentes externos (nacionales e interna-
22
cionales) se tornó factor sistemático y visible.
100

21 Esta y las demás citas de este acápite fueron tomadas de la versión taquigráfica publicada por la pro-
vincia de Salta bajo el título “Convención Constituyente de la provincia de Salta. Reuniones de Comi- 95
siones 1998”.
75
22 Las manifestaciones de organizaciones locales fueron acompañadas por organizaciones indígenas
nacionales como la Asociación Indígena de la República Argentina (AIRA). Se conformó una Mesa
Coordinadora con representantes indígenas de nueve zonas de la provincia para la redacción de un úni-
co proyecto de reforma del artículo 15, que luego de ser discutido y consensuado se elevó como pro-
puesta indígena a la Comisión de Declaraciones, Derechos y Garantías. Se conformó a su vez un Equi- 25
po de Asesores y Apoyo a la iniciativa indígena, integrado por el Centro Para Investigaciones en
Historia y Antropología de la Universidad Nacional de Salta, ASOCIANA (Asociación Social de la Dió- 5
cesis de la Iglesia Anglicana del Norte Argentino), FUNDAPAZ (Fundación para el Desarrollo en Paz),
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230 Morita Carrasco

En términos de los horizontes de significación en base a los que los políticos pro-
ducen sentidos, se advierte un desplazamiento simbólico que lleva a resignificar no-
ciones como las de “integración” y “pobreza”. La integración a la comunidad na-
cional queda mayormente vinculada a la creación de un marco de protección de la
diversidad, sin que en la práctica se emprendan transformaciones sustantivas en la
operatoria de la sociedad envolvente (GELIND, 1999b). El presidente de la comi-
sión define la coyuntura como un:

“[…] proceso encaminado a acabar con el olvido y la postergación de las mismas


[comunidades indígenas], encaminadas bajo la idea conceptual reivindicatoria
del respeto por las minorías, por los sectores menos beneficiados del sistema, y en
particular, el respeto por las minorías étnicas y la búsqueda de su integración […]
el derecho humano fundamental a la diversidad, de ser distintos; de que se respete
el ser distintos; y que se interprete ello sin pretender imponerse ni analizar sus va-
lores culturales tras el prisma de una cultura diferente, derecho a ser como uno es y
no como los demás pretenden [...] Para ello es menester conocer desde el otro su cul-
tura e incorporarlo como un valor –diferente– pero que enriquece la propia cul-
tura” (p. 52 y ss).

En suma, no se renuncia a “la búsqueda de su integración”, pero la misma pa-


rece reducida a una “incorporación simbólica” que lo que mayormente hace es en-
riquecer “la propia cultura”. La constituyente aliancista Alba Chapak también des-
taca la participación y aporte indígena, definiendo la coyuntura como umbral de
reparación en definitiva más programática que pragmática, al afirmar que “…se
deja atrás una etapa signada por el desconocimiento del indígena, pasando a otra
que aspira a la construcción de una provincia diversa y unida en su multiplicidad”
(p. 55). Si vemos como Chapak sigue argumentando el marco legal, se advierte una
declamada adopción de los principios programáticos de la C.N. en los distintos as-
pectos (preexistencia, personería jurídica, educación bilingüe, tierras comunitarias,
participación). Por supuesto, esta constituyente también se embarca en la retórica
de diversidad, pero no dice nada de la cláusula 2 que es clara huella de la no vo- 100

luntad de reconocer plenamente el derecho a la tierra si ello afecta la propiedad


privada de terceros (p. 56 y ss.). 95

El signo “diversidad” se convierte en clave para nivelar desigualdades, pero en


75
la práctica se desatienden las causas profundas de esas desigualdades. La pobreza
de los indígenas no es un factor que se enfatiza, pero sobrevive como significante
ADE (Asociación para el Desarrollo), ENDEPA (Equipo Nacional de Pastoral Aborigen), el Centro de
Estudiantes de la Universidad Nacional de Salta, y periodistas locales. Fueron también adherentes ex- 25
traterritoriales personalidades como el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, la Hermana Mar-
ta Pelloni, varios Obispos y académicos de las Universidades de Buenos Aires, Nacional de la Patagonia, 5
Nacional de Misiones, entre otras.
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Política indigenista del estado democrático salteño 231

flotante que puede eventualmente investirse de connotaciones particulares,


como el de considerarla un efecto de las “diferencias culturales”. Buscando dis-
tinguir diferencia de desigualdad, sostiene Machuca que “….sus condiciones ma-
teriales de vida, que efectivamente son inferiores como producto del sistema eco-
nómico impuesto” no significan, como se tiende a creer, que pertenezcan “…a
una ‘raza inferior’ […] [por vivir] de acuerdo a normas y valores de una ‘cultura
inferior’” (p. 65).
Así, las formulaciones de reconocimiento de la especificidad jurídica del su-
jeto indígena son sólo aparentes y no hay duda de que el motivo de la aparición de
estas regresiones está vinculado al temor que generan la creciente claridad que ex-
hiben los proyectos indígenas que se instalan y disputan también en la arena na-
23
cional e internacional, el fortalecimiento de la dirigencia y de los apoyos ex-
ternos que consiguen –todo lo cual va instalando la percepción de que incluso los
reclamos de máxima pueden ser llevados a la práctica con éxito.
Podría postularse, asimismo, que la retórica de los DDHH tiene algo de “conta-
gioso” que invita a una adopción superficial en todos los campos del ejercicio polí-
tico, sin considerar el costo político o las consecuencias que ello puede acarrear. La
forma en que Machuca hace una defensa de la reforma constitucional es un intere-
sante ejemplo de cómo se adopta la nueva retórica de la diversidad que plantea a
nivel de discurso explícito la promesa de un mundo enteramente novedoso y pro-
misorio, mientras la interpretación de sus alcances queda subordinada desde con-
cepciones indigenistas clásicas –lo que en conjunto enmascara los aspectos regre-
sivos del artículo aprobado. En este sentido, las restricciones se indexan mediante
comentarios indirectos que ponen límites al declamado “pluralismo jurídico” y a la
radical participación que se prometen. Por ejemplo, respecto de la participación
que la C.N. asegura operativamente, Machuca baja su nivel de derecho especial
cuando circunscribe: “Asegurar la participación de los pueblos indígenas en los
temas que les afecten no es otra cosa que garantizar el derecho que tenemos todos
los ciudadanos de participar en la gestión de los intereses que los afecten” (p. 76).
Del mismo modo, Machuca abre el juego cuando introduce el concepto de de-
recho consuetudinario como práctica que se viene dando de hecho, pero inmedia- 100

tamente encorseta el alcance de ese derecho, cuando afirma la necesidad de: “…ad-
95

75

23 En 1995, la comunidad Kolla de Finca Santiago (Iruya) se movilizó a Buenos Aires para reclamar
por la ejecución de la ley de expropiación que le otorgaba la propiedad de la tierra. Al siguiente año la
comunidad Kolla Tinkunaku de Orán hizo lo propio para reclamar lo mismo. En 1998 los principales
diarios de Europa (Le Monde, Observatorio Romano, The Times, entre otros) publican una solicitada 25
del Pueblo Wichí en contra del presidente Menem por la falta de justicia frente a su reclamo de titula-
ción de tierras en el lote fiscal 55. Los principales diarios nacionales (Clarín, La Nación, Página 12) re- 5
plican estas noticias.
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232 Morita Carrasco

mitir lo que se desarrolla en la realidad dándole legitimidad jurídica a esa situación


de hecho (siempre que no contraríe a las leyes)” (p. 77-8).
En este sentido y aun tomando en cuenta las restricciones introducidas, parece
que los legisladores salteños (como en su momento los constituyentes nacionales)
fueron flexibles a seguir el buen discurso de los DD.HH., sin ser plenamente con-
cientes de los recursos que ellos mismos habilitaban para la lucha política y jurídica
indígena con el establecimiento de los nuevos marcos legales.
Más allá de lo señalado, un punto de inflexión en el tratamiento del artículo 15
fueron las discusiones acerca de la propiedad colectiva de la tierra. Luego de irregu-
24
laridades en el funcionamiento de la comisión y dilaciones injustificadas, la cues-
tión terminó precipitadamente en un pasillo de la Legislatura (no en la sede de la
Asamblea Constituyente), con una comunicación telefónica del gobernador J. C.
Romero imponiendo la inclusión de la controvertida cláusula II que restringe el de-
25
recho que dice reconocer. Por una parte, se limita el reconocimiento del derecho a
la posesión y propiedad a la tierra fiscal una vez que sean saneados los derechos de
terceros, y, por la otra, se somete el ejercicio del derecho al arbitrio de eventuales
acuerdos de partes con pobladores no indígenas. Esto equivale a dejar en manos de
los afectados directos la responsabilidad de autogestionar el goce de su derecho, de-
sentendiéndose el Estado de su responsabilidad.

24 La Comisión de Declaraciones, Derechos y Garantías estaba integrada por una mayoría de conven-
cionales del Partido Justicialista (7) y una minoría de la Alianza Salteña (UCR–Renovador Salteño). Du-
rante dos semanas no realizó ninguna sesión, ya que se trabajaba en los bloques de los partidos políticos.
Los representantes indígenas y las organizaciones de apoyo eran recibidos por separado en los bloques.
La primera sesión comenzó el 10 de marzo ante la presencia de 150 indígenas, con la lectura de los pro-
yectos ingresados y las expresiones de apoyo recibidas. Cuando la sesión se levantó, las organizaciones
de apoyo fueron convocadas por el presidente de la Convención (no de la Comisión) y convencionales
de ambos bloques para manifestarles que, si bien no estaba en contra de la presencia de los indígenas
“…me da lástima que estén acá, sin poder brindarles comodidades…., convénzalos ustedes de que se
vayan tranquilos, porque no está en el ánimo de los convencionales perjudicarlos...” Al reanudarse la se-
sión no se analizaron los proyectos presentados sino sólo los de los bloques. Aunque el proyecto de la
Alianza no satisfacía las expectativas indígenas, los dirigentes consideraron que podía ser modificado; 100

luego de una discusión dilatoria y un cuarto intermedio, pasó a debatirse el proyecto justicialista, el que
se convertiría –por simple imposición numérica– en Dictamen de Mayoría. Los representantes indíge- 95
nas fueron privados de una copia para analizar su contenido, por lo cual se retiraron del recinto a los gri-
tos reclamando justicia e interpelando a los Justicialistas como “Hijos de Roca”, luego de lo cual realiza- 75
ron varias notas de prensa. Curiosamente, el diario “El Tribuno”, propiedad del gobernador, publica
una nota donde presenta este dictamen como un logro del lobby indígena y los convencionales justicia-
listas.
25 Dice la cláusula II del artículo 15 de la Constitución Salteña reformada en 1998: “El Gobierno 25
Provincial genera mecanismos que permitan, tanto a los pobladores indígenas como no indígenas, con
su efectiva participación, consensuar soluciones en lo relacionado con la tierra fiscal, respetando los de- 5
rechos de terceros.”
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Política indigenista del estado democrático salteño 233

V.3 Otra vuelta de tuerca: del IPA al IPPIS o la estrategia de convertir la política del indigenismo
clientelar en política de participación indígena
Como decíamos en un anterior trabajo (GELIND, 1999b), si en 1986 imperaba un
contexto de pobreza donde poder instalar una política de integración del sujeto indí-
gena a la vida civilizada, en 1998 se declama el reconocimiento a la diversidad pero,
en lo concreto, para el legislador el problema continúa siendo la falta de integración
socioeconómica, por el fracaso de ciertas políticas generales. De ahí que se plantee en
el Senado la necesidad de reformar la Ley 6373, a fin de garantizar a aquél un “desa-
rrollo pleno”. El proyecto, que no casualmente es de autoría del Senador Machuca,
muestra como tendencia justamente, la tensión no resuelta entre el reconocimiento
de la diversidad y la implementación de políticas que limitan la capacidad de concre-
26
ción de los objetivos manifestados en dicho reconocimiento. Se distancia así de la
Ley 6373, propiciando la “indigenización” del IPA al estipular que las autoridades de
la entidad deben acreditar su condición de indígenas elegidos por indígenas. Al mis-
mo tiempo, lo margina de la esfera del ejecutivo, lo que conlleva una “desestatiza-
ción” –relativa– de la cuestión y política indigenistas. Tras la aparente ampliación del
margen de autonomía indígena, se esconde una retracción de la responsabilidad esta-
tal. En el imaginario estatalista de la política predominante aún en la época, se resta-
ría al organismo de aplicación de la política indigenista la capacidad de lograr los ob-
27
jetivos pregonados de “desarrollo” de los “pueblos indígenas”.
Se suscita aquí una línea de interpretación que viene a complementar la pri-
mera. En el plano de los marcos y procedimientos de regulación y control social, la
rápida aparición de interpelaciones jurídicas centradas en el discurso de la diver-
sidad cultural está orientada primordialmente a propiciar consentimientos en
ciertas zonas sociales (auto) exhibidas y detectadas como “pueblos indígenas”, en
tanto que la fijación simultánea de cláusulas restrictivas parecería vinculada a una
estrategia de búsqueda de asentimientos en el “funcionario público” (gobernante,
legislador, juez, etc.) y en otros sectores de la “sociedad” (empresas agroindus-
triales, mineras, viales, etc.), temerosos de la creciente capacidad logística de los
proyectos políticos indígenas –capacidad que lleva incluso a la suposición de que
algunos reclamos de alta prioridad podrían disputarse en arenas extraterritoriales. 100

Sin duda, la tensión manifiesta entre normas “regresivas” y formulaciones “pro-


95
gresistas” indexa a su vez una serie de tensiones políticas en dos direcciones. Por un
lado, la intencionalidad de dar continuidad a remozados mecanismos clientelares
75
que aseguren control de reclamos indígenas a través de la manipulación de una diri-

26 Entre otras modificaciones, el proyecto incluye las siguientes sustituciones: a) Ley de Promoción y
Desarrollo del Aborigen (1986) por Ley de Desarrollo de los Pueblos Indígenas de Salta; b) Miseria (86) 25
por pobreza (98); c) La sede Tartagal (86) por Salta (98).
27 Por imaginario estatalista aludimos a concepciones que ven al estado como artífice e instrumenta- 5
dor central de las acciones “propiamente políticas”.
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234 Morita Carrasco

gencia indígena supuestamente corruptible y corrupta. Por el otro, que ni las pre-
siones indígenas ni el avance jurídico dado por el marco de la C.N. pueden ser di-
rectamente negados. Al menos a nivel de prácticas discursivas, ya no es posible
tampoco en Salta ser “políticamente incorrectos” (GELIND, 1999b).
Aunque las reformas se aprobaron en el último día de sesiones del año 1997, la
nueva Ley 7121 se promulga en diciembre del 2000 y se implementa en 2002.

V.4 Desarrollo y capacitación: la inclusión de pasantes indígenas al IPPIS como agentes neoindigenistas
del Estado
Tras el lema “juntos podemos hacerlo”, el programa de gobierno de J. C. Romero
pone el acento en el progreso y desarrollo local y regional (creación de la Región del
Norte Grande; Corredor Biocéanico; ZICOSUR, Zona de Integración del Centro
Oeste de América del Sur) con base en la puesta en marcha de obras de infraestruc-
tura (rutas, ferrocarriles, gasoductos, electrificación rural, entre otras), el fomento
28
al turismo y la promoción de la producción agrícola. Pero los conflictos estallarán
apenas comenzado el año 2000, como efecto de un modelo económico signado por
la concentración de la riqueza y la flexibilización laboral, que profundizará la po-
breza y exclusión, sobre todo en los departamentos San Martín y Rivadavia donde
explotarán los cortes de ruta por desocupados en demanda de Planes Trabajar –que
en la práctica funcionaban como subsidios de desempleo-. Los reclamantes serán
reprimidos con violencia por las fuerzas de seguridad, generándose una seguidilla
de actos de furia por parte de los piqueteros, así como muertes y procesamientos de
manifestantes (CELS, 2001:175-6).
De estas protestas participan también los indígenas de la zona y, entre otros re-
clamos, vuelven a la carga con sus pedidos de tierras. El título de propiedad de
29
Finca Santiago estaba en vías de ser entregado a sus dueños, pero el conflicto del
lote 55 seguía su trámite bajo la supervisión de la Comisión Interamericana de De-
rechos Humanos. A su vez, la Comunidad Kolla Tinkunaku se enfrentaba con la
nueva propietaria del Ingenio San Martín de El Tabacal, la Corporación Seabord
de EE.UU., paralelamente a que nuevos conflictos y demandas se hacen más visibles
en esos departamentos. En noviembre de 2000, unas 300 personas se plegaron a las 100

protestas de los desocupados para exigir al gobierno la entrega de la totalidad de las


tierras del lote fiscal 4 (36.000has) ubicado en la ruta 86, a unos veinte kilómetros 95

de la ciudad de Tartagal, el cual –según denuncian los indígenas– estaba siendo ex-
75
plotado por una empresa maderera. En Santa Victoria Este un grupo de indígenas

28 Cfr. “Cinco años de desarrollo. Plan Quinquenal Salta al 2000” (Gobierno de la Provincia de Salta 25
1999).
29 En 1999, en medio de un despliegue espectacular, el presidente Menem y el gobernador Romero 5
entregaron la posesión de las 125.000 hectáreas, pero no el título definitivo.
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Política indigenista del estado democrático salteño 235

tomó la Municipalidad para protestar por una obra que el intendente local deseaba
llevar a cabo en la Comunidad de Santa María.
En su intento por desactivar la protesta indígena, el gobierno apura la imple-
mentación de la nueva ley, básicamente a través de dos estrategias: el otorgamiento
de personerías jurídicas a toda agrupación indígena que lo solicitase; y una intensa
campaña de promoción de la participación indígena para llevar a cabo las elec-
ciones que marca la Ley 7121 a fin de conformar el Directorio del IPPIS. Una y otra
acción están indisolublemente ligadas en el marco de un plan para desalentar la
conformación de alianzas entre organizaciones y comunidades que pudiesen actuar
como actor político unificado frente al Estado, como habían demostrado que eran
capaces de hacerlo en oportunidad de la reforma constitucional del 1998.
Para ilustrar este punto, basta con leer comparativamente los procesos de re-
clamo de los lotes 4 y 55. El pedido del lote 4 lo encara un dirigente Wichí con un
importante peso político en el contexto provincial, no una organización de base. La
mayoría de las comunidades que reciben el título no viven en el lote; 11 de las 16
mencionadas en el decreto son comunidades periurbanas, sin ningún antecedente
de ocupación, posesión o tenencia del fiscal 4. Más aún, una de las comunidades
mencionadas expresó su voluntad de no ser titular del dominio y, sin embargo,
queda incluida en el decreto de entrega. Este decreto establece que la entrega se en-
cuadra en la Ley 6570 de Colonización de Tierras Fiscales; sin embargo, no se res-
petaron los requisitos que marca la ley para ser acreedor a la tierra. Por el contrario,
la demanda del fiscal 55 se formula desde una organización de base que nuclea a
cuarenta comunidades que ocupan tradicionalmente las tierras que reclaman; estas
comunidades hicieron entrega al gobierno de Salta de toda la documentación pro-
batoria (censos, croquis de los asentamientos, mapa territorial, historia de la ocupa-
ción y fundamentación legal) para acreditar la legitimación de su pedido. En la ne-
gociación que se realiza en el marco del proceso de solución amistosa ante la CIDH,
actúa como una asociación política de jefes de todas las comunidades legalmente
constituida –sin que el gobierno acepte reconocerla– ajustando su accionar al pro-
cedimiento legal (Carrasco y Rossi, 2003). Sin embargo, su demanda continúa
irresuelta mientras soporta el continuo hostigamiento del gobierno para romper 100
30
con la organización. Como dijo un dirigente de la zona, el título de propiedad del
31 95
lote 4 es un “título de piqueteros” porque se otorgó bajo presión e intereses polí-
75
30 En 1999, encontrándose en marcha la denuncia ante la CIDH, el gobierno hizo entrega de 5 parce-
las de tierra a familias criollas y 4 a familias indígenas, como si se tratara de comunidades. Esta adjudica-
ción ha sido objetada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por la improcedencia y no respeto
de la legislación vigente. 25
31 El mismo diario El Tribuno (22/10/02) menciona que, según la justicia, el título se entregó bajo
“extorsión agravada”, ya que los indígenas amenazaron con sacrificar a una mujer wichí y a su hijo si el 5
gobierno no entregaba el título.
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236 Morita Carrasco

ticos espurios, sin el cumplimiento de los requisitos legales exigidos por el mismo
decreto de adjudicación (Palmer, 2004).
Finalmente el 15 de noviembre de 2002 queda conformado el Directorio del
IPPIS bajo la presidencia de un dirigente del pueblo Chorote y con la incorporación
de representantes de los pueblos diaguita y kolla que no fueran considerados ini-
cialmente. Además de esta inconcebible exclusión –después de la visibilidad de la
protesta kolla nadie podía negar ya su existencia en la provincia– todo el proceso
eleccionario estuvo plagado de irregularidades, como se evidencia en un fallo de la
justicia local que hace lugar al amparo presentado por el Presidente del IPPIS en oc-
tubre de 2003 en defensa de su cargo y solicitando la homologación de las repre-
sentaciones kolla y diaguita.
Cuando los mecanismos clientelares no responden y la cooptación no puede ha-
cerse efectiva, acota Sani (1989), por los medios habituales, se recurre a la coacción.
En 1999 el gobernador Capitán Ulloa dispone la intervención del IPA aduciendo
incapacidad de los indígenas para comprender la importancia de la Ley 6373 y de-
sorden administrativo. Extrañamente la medida va acompañada de la designación
como interventor de la misma persona que se venía desempeñando como presi-
dente del Instituto, pero también de la cesantía de empleados aborígenes y su reem-
plazo por profesionales no indígenas –a pesar de que la ley da preferencia a la desig-
nación de indígenas-.
Una vez más, en octubre de 2003 el gobernador J. C. Romero resuelve la inter-
32
vención del IPPIS por “graves irregularidades” en el manejo de los fondos detec-
tadas por la Sindicatura General de la provincia. Lo más asombroso de esta última
intervención es que ella se resuelve en el contexto de la campaña por la tercera go-
bernación de J .C. Romero, al día siguiente (7/10/03) de emitido el fallo judicial
(6/10/03) arriba citado, por violación del debido proceso ante lo resuelto por
cuatro de los ocho vocales del IPPIS (Resolución 28/03). Se dispone, sin motivo al-
guno, que la presidencia estaría a cargo de uno de estos vocales, destituyendo así al
presidente, y negando la designación de los vocales de los pueblos kolla y diaguita,
quienes no figuraban inicialmente como integrantes del Directorio del IPPIS. En el
decreto de intervención, el ejecutivo hace un sucinto descargo respecto de la desig- 100

nación de los representantes kolla y diaguita, argumentando que la Inspección Ge-


95
neral de Personas Jurídicas no ha participado ni avalado ni controlado los plenarios
correspondientes a estas etnias, habiendo entonces sido la incorporación efectuada 75
por el IPPIS de vocales no legitimados –vocales electos sin la presencia ni el control
del Tribunal Electoral de Garantía previsto por el decreto 768/02. Por ende, el Go-
32 “El contrato de alquiler de la oficina no se encuentra sellado, los gastos de taxis no se encuentran 25
autorizados ni justificados, no se adjuntan órdenes de pago a las rendiciones de cuentas, los recibos de
sueldos incluyen conceptos como compensaciones de gastos y gratificaciones.” (Extraído del expediente 5
judicial.)
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bernador decreta la designación de una Comisión Interventora y Normalizadora,


nombrando entre sus integrantes a un dirigente que había sido ya presidente del
IPA en otra gestión del Partido Justicialista, quien es además vocal firmante de la re-
solución que destituye al Presidente del IPPIS que solicita el amparo.
Entre las funciones a cumplir por la intervención figuran las siguientes: (a) elabo-
ración de una propuesta que prevea la reestructuración y funcionamiento del IPPIS
en un todo de acuerdo a las políticas implementadas por el poder ejecutivo; (b) coor-
dinar con la Secretaría de la Gobernación de Desarrollo Social la elaboración y puesta
en funcionamiento de las acciones tendientes a la implementación de programas
conjuntos para la atención de la población indígena de la provincia; (c) proponer las
modificaciones a la Ley 7121 que se consideren necesarias para adecuarla a las ac-
tuales y reales necesidades de la población asistida por la citada norma. Dada la
magnitud de la población indígena de la provincia, su dispersión geográfica y la va-
riedad de necesidades que presentan –y considerando la necesidad del IPPIS de contar
con agentes en las diferentes comunidades aborígenes que oficien de nexo entre la
institución y sus componentes– la gestión 2004 creó para lograr estos fines un sis-
tema de pasantías rentadas para aborígenes que acabará restaurando en la práctica po-
lítica el mismo estilo clientelar que la retórica de reconocimiento de la diversidad y el
protagonismo indígena contradicen.

Palabras finales
Hemos visto en las páginas precedentes la manera en que Salta ensaya una retórica
de enmascaramiento del sujeto indígena primero y de reconocimiento después,
mientras implementa, en la práctica, un estilo de gobernabilidad que –valiéndose
de una batería de estrategias de cooptación y clientelismo– niega la diversidad cul-
tural. Desde este marco de interpretación, entonces, la política indigenista aplicada
por el estado democrático salteño entre 1986 y 2004 se constituye en recurso para
mantener el control de los sujetos a los cuales está dirigida y para la re-codificación
de sus demandas.
De ello se derivan dos consideraciones. Por una parte, los funcionarios del sis-
100
tema político salteño y su extensa cadena de mediaciones siguen considerando al
indígena como un sujeto necesitado de ayuda para lograr una ciudadanía plena. 95
Por la otra, tales estrategias son parte de los esfuerzos que se ven obligados a hacer
por los cuestionamientos de un actor indígena que se planta frente a ellos para im- 75

pulsar reivindicaciones y demandas de una política de identidad propia.


Hemos visto también la contradicción existente entre reconocer la especialidad
jurídica del sujeto “pueblos indígenas” y las estrategias de gestión política que lo 25
vuelven a configurar como sector social vulnerable necesitado de atención. En esto,
pareciera que –aun con sus particularidades– el estado salteño se anticipa a la polí- 5

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238 Morita Carrasco

tica que el estado federal hará explicita a partir de 2001 (ver Lenton y Lorenzetti en
este mismo volumen).
Sin embargo, si los derechos reconocidos a los indígenas son significativamente
distintos a los derechos universales de todos los ciudadanos es porque tienen por
objeto permitirles un mayor grado de desarrollo autónomo. Este desarrollo no
debe ser controlado, modificado o conjurado para alcanzar una vida social inte-
grada a la sociedad nacional, sino todo lo contrario, porque cuando se poseen facul-
tades plenas para adoptar las decisiones que les incumben, los ciudadanos, y en este
caso los pueblos indígenas, no necesitan participar en la sociedad de otra manera
más que ésta (Carrasco, 2004).
En una primera etapa, la política indigenista se concibe como una política social
focalizada que imagina a los indígenas como un sector social débil, debido a su con-
dición de pobre miserable y, consiguientemente lo interpela como “beneficiario”
pasivo de las acciones del estado proveedor. En una segunda etapa, el estado des-
centralizado requiere de ciudadanos responsables que puedan hacerse cargo de la
implementación de los beneficios que la ley pone a su disposición. En esta etapa la
política indigenista interpela al indígena como protagonista, pero dado que sigue
siendo un ciudadano incompleto, la participación esperada es menos una decisión
autónoma que una obligación. Aunque cambien algunas instancias de funciona-
miento, en esta etapa el indigenismo salteño continúa como en la anterior interpe-
lando al indígena como “beneficiario” conformista de la política que debe ejecutar,
un rehén cautivo que intensifica la cultura clientelar impuesta por el sistema polí-
tico (Pratesi, 2002). Pero dado que la política indigenista se constituye en rela-
ciones de poder hegemónicas que implican desde el comienzo el juego de la acepta-
ción y la resistencia, cuando el activismo indígena siembre incertidumbre en la
política, se intentará reducir la contra-ofensiva indígena. Metamorfoseando la par-
ticipación en pasantías en el interior de la institución indigenista, se propenderá a
que –en tanto agentes internos– sean los sujetos mismos los responsables de
implementar el proyecto indigenista (clilentelar) del sistema político salteño.

100
Apéndice
95
Cronología de hechos salientes en materia de indígenas en la provincia de Salta (1983-2004)
1983. En el marco de la campaña electoral el candidato del partido Justicialista Sr. Roberto 75
Romero promete la regularización jurídica de las tierras fiscales en el lote fiscal 55. Dpto.
Rivadavia.
1983, Octubre. Se emite el decreto 1698 declarando de interés provincial el Proyecto “De-
terminación del grado de aculturación y relevamiento poblacional aborigen” para la rea- 25

lización del primer censo indígena de la provincia.


5
1983. La resolución 1269/83 otorga los recursos financieros para realizar el relevamiento.
0

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Política indigenista del estado democrático salteño 239

1984, Junio. Un grupo de líderes de comunidades del lote fiscal 55 emite el documento
–Pensamiento indígena y declaración conjunta– por el cual se oponen a la propuesta oficial
de parcelamiento del fiscal y reclaman la titulación de un territorio sin subdivisiones in-
ternas.
1984, Noviembre. Se publica el Censo Aborigen Provincial, realizado en los departamentos
de Rivadavia, San Martín, Orán Anta y Metán.
1986, Mayo 6. Se discute en la Legislatura provincial el proyecto de ley del Senador Ma-
chuca “Promoción del desarrollo pleno del aborigen y de sus comunidades”.
1986. Se promulga ese proyecto como ley provincial 6373.
1986, Mayo 21. Asamblea Constituyente. La Comisión Declaraciones, derechos y garantías
discute la incorporación de los derechos de los aborígenes salteños.
1986, Junio 16. Se publica en el Boletín Oficial N° 12484 la Constitución (reformada) de la
Provincia de Salta.
1987. Se promulga la Ley 6469 sobre Regularización de la situación ocupacional del lote
fiscal 55.
1989. Survival Internacional dirige al gobernador Hernán Cornejo (P.J.) una carta solici-
tándole no seguir adelante con la Ley 6469, dado que ésta viola derechos de los indí-
genas.
1991. Un dirigente indígena del Departamento San Martín llega como Diputado Provin-
cial a la Legislatura.
1991. Se forma el partido indígena “Tewok Nechaiek” que compite en las elecciones gene-
rales provinciales en el Municipio de Santa Victoria Este.
1991. El gobernador de la provincia firma con los pobladores indígenas de los lotes fiscales
55 y 14 un Acta Acuerdo con el propósito de convenir los presupuestos básicos para la re-
gularización jurídica dominial de los espacios ocupados por las comunidades aborígenes
en los mencionados lotes.
1992, Febrero. Se desata la epidemia de cólera en el Departamento Rivadavia, afectando es-
pecialmente a las comunidades indígenas de la zona.
1992. El Ministerio de Economía emite el Decreto 2609 ratificando los términos del acta
acuerdo de 1991, definiendo la forma de titularizar las superficies fiscales a nombre de
indígenas y criollos de los lotes 55 y 14. 100
1992. Protesta de indígenas Kolla y Wichí en la Capital Federal, por la falta de cumpli-
miento oficial en materia de derechos territoriales. Organismos de Derechos Humanos y 95
personalidades de la cultura apoyan públicamente los reclamos. El presidente de la Na-
ción recibe a los dirigentes y escucha sus reclamos. 75

1992. Se concreta la ley de expropiación de las tierras de los Kolla.


1992. La dirigente indígena Rigoberta Menchú Tum (Premio Nobel de la Paz) visita la loca-
lidad de Santa Victoria Este y declara a la prensa mundial “que estos son los más po- 25
bres…”
5

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240 Morita Carrasco

1993. El gobernador Ulloa (P. Renovador de Salta) emite el decreto 18 por el cual se crea
una Comisión Asesora Honoraria para elaborar una propuesta de entrega de tierras que
satisfaga a los pobladores indígenas y criollos del lote fiscal 55.
1993, Marzo. Lhaka Honhat se reúne con el presidente Menem para solicitarle su media-
ción en el conflicto que mantiene con la provincia por la titulación de las tierras en el
fiscal 55.
1994, Julio. Un delegado de Lhaka Honhat denuncia al Gobierno de la Provincia de Salta
ante la 12° Sesión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas de ONU por in-
cumplimiento de sus compromisos en la entrega de tierras en el fiscal 55.
1994. Se reforma el artículo 67 inciso 15 de la Constitución Nacional y se incorporan los
“Derechos de los pueblos indígenas argentinos”, como una materia que requiere tratamiento
especial del Congreso de la Nación.
1996. La Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat hace una toma pacífica
del puente internacional Misión La Paz-Pozo Hondo para demandar el cumplimiento
de los compromisos asumidos de titulación de las tierras del fiscal 55.
1997, Noviembre. Bajo el título “Pregunte al pueblo Wichí, Sr. Menem” se lleva a cabo una
campaña internacional en diarios internacionales de España, Francia e Italia (El Mundo,
Le Monde, Il Corriere della Sera), cuando se estaba realizando una visita del presidente a
Europa.
1997. Los principales diarios nacionales levantan la noticia de los diarios internacionales en
que se acusa al gobierno argentino de “engaño, saqueo y destrucción de un pueblo mile-
nario”
1997. Diciembre 4- Se trata y aprueba sobre tablas en Diputados un proyecto de reforma de
la Ley 6373.
1997. ONGs, iglesias, universidades, organizaciones indígenas emprenden una campaña de
reclamos para parar el tratamiento del proyecto de ley en la cámara de Senadores.
1997, Diciembre. Se aprueba en Senadores el proyecto de ley “Desarrollo de los pueblos indí-
genas de Salta”.
1997, Diciembre 9. La legislatura provincial sanciona la ley.
1998, Febrero. Lhaka Honhat acude a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
para denunciar al Estado argentino de violación de sus derechos a la tierra.
100
1998, Febrero a Abril. Se reúne la Asamblea Provincial Constituyente y se debate la reforma
del artículo 15 “Aborígenes”. 95
1999. El Estado argentino contesta a la CIDH admitiendo la denuncia presentada por la
Lhaka Honhat y recomendando entregar la propiedad de la tierra en las condiciones pre- 75

vistas en el art. 75 inc. 17 de la Constitución Nacional.


1999. Los Pueblos y comunidades indígenas del Chaco boliviano, argentino y paraguayo se
reúnen en Santa Cruz de la Sierra y emiten una declaración conjunta dirigida a los Go-
25
biernos de los tres países, a la cooperación financiera internacional y a las iniciativas em-
presariales privadas.
5
1999, Diciembre. Decreto de Adjudicaciones de parcelas de tierras en el lote fiscal 55.
0

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Política indigenista del estado democrático salteño 241

2000 Mayo– Se desata una fuerte manifestación de desocupados en la localidad de Mos-


coni, Departamento San Martín de la provincia. Algunos grupos de aborígenes se
pliegan a la protesta reclamando la urgente entrega de los títulos de propiedad de las tie-
rras.
2000, Noviembre. La CIDH se reúne en la Capital Federal con el gobierno de la provincia de
Salta y los peticionarios del caso Lhaka Honhat. Se abre un proceso de solución amistosa
para resolver el conflicto de la titulación de las tierras en los lotes fiscales 55 y 14.
2001. Ley 7121– Creación del IPPIS.
2001. Primer Congreso la integración de los pueblos indígenas al MERCOSUR. ¿Cambio de
estrategia en la política indigenista salteña?
2002. Creación de Personería Jurídica de la Comunidad Indígena.
2002. Elecciones para autoridades al IPPIS.
2003. Intervención del IPPIS.
2003. Desalojo y represión policial contra la comunidad La Loma en Hipólito Irigoyen.
2003. Marcha a Salta y posteriormente a Buenos Aires de integrantes de la comunidad.
2004. Desalojo de la comunidad de Río Blanco. Protesta en Buenos Aires de miembros de la
comunidad.
2004. Presentación en la Capital Federal ante la Comisión de Población y Recursos Hu-
manos de la Cámara de Diputados de la Nación de los casos de comunidades indígenas
de Salta en conflicto por la titulación de sus tierras (Río Blanco y La Loma).
2004. Entrega del título del lote 4.
2004. Desafectación de la reserva provincial de Pizarro y venta de los lotes 32 y 33.

Textos legales que dan tratamiento especial al sujeto indígena (1986-2004)


Ley 6373 de Promoción y Desarrollo del Aborigen, año 1986.
Ley 7121 de los PIs de Salta, año 2001.

Artículo 15 de la Constitución Provincial año 1986:


“La provincia protege al aborigen por medio de una legislación adecuada que con-
duzca a su integración en la vida nacional y provincial, a su radicación en la tierra, a 100
su elevación económica, a su educación y a crear la conciencia de sus derechos, de-
beres, dignidad y posibilidades emergentes de su condición de ciudadano.” 95

Artículo 15 de la Constitución Provincial Año 1998: 75

I. “La provincia reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas


que residen en el territorio de Salta. Reconoce la personalidad de sus propias comu-
nidades y sus organizaciones a efectos de obtener la personería jurídica y la legiti- 25
mación para actuar en las instancias administrativas y judiciales de acuerdo con lo
que establezca la ley. Crease al efecto un registro especial. Reconoce y garantiza el 5

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242 Morita Carrasco

respeto a su identidad, el derecho a una educación bilingüe e intercultural, la pose-


sión y propiedad comunitaria de las tierras fiscales que tradicionalmente ocupan, y
regula la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano. Ninguna de
ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes ni embargos.
Asegura su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y demás
intereses que los afecten de acuerdo a la ley.

II. El Gobierno Provincial genera mecanismos que permitan, tanto a los poblado-
res indígenas como no indígenas, con su efectiva participación, consensuar solu-
ciones en lo relacionado con la tierra fiscal, respetando los derechos de terceros.”

Gobernaciones
1983-87 Roberto Romero (P.J.)
1987-91 Hernán Cornejo (P.J.)
1991-95 Roberto Ulloa (P. Renovador Salteño)
1995-99 Inicio de El régimen de Juan Carlos Romero (h) (P.J.)
1999-03 Juan Carlos Romero (P.J.).
2003 Juan Carlos Romero (P.J.) continúa.

Fuentes documentales citadas


Convención constituyente de la provincia de Salta. 1998. Reuniones de Comisiones. Salta,
Víctor Manuel Hanne editor, t I (Transcripción de las versiones taquigráficas.).
Cámara de Diputados de Salta, Diario de Sesiones del 6 de mayo de 1986, Promoción de
Desarrollo Pleno del Aborigen y sus Comunidades, pp. 97-144.
Convención Constituyente de Salta, Diario de Sesiones del 21 de mayo de 1986:407-415.
Ley 7121 de Desarrollo de los Pueblos Indígenas de Salta – Año 2001

100

95

75

25

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Capítulo 9:

Neoindigenismo de necesidad y urgencia: la inclusión de los


Pueblos Indígenas en la agenda del Estado neoasistencialista
1 2
Diana Lenton y Mariana Lorenzetti

E l año 2002 se abre en medio de una crisis económica y política en la que se plan-
tea una ruptura explícita en la relación entre sociedad civil y política. Cacerola-
zos y piquetes, montados sobre formas preexistentes de protesta, forman el marco y
el objeto de referencia con mayor presencia en los discursos políticos y sobre la po-
lítica.
Sobre este telón de fondo nos proponemos rastrear las intervenciones estatales
que contribuyeron a problematizar la cuestión indígena durante el gobierno de
transición que sucedió a la crisis desatada en diciembre de 2001, hasta la normali-
zación institucional en el 2003. Para ello analizaremos algunos de los pronuncia-
mientos que se efectuaron desde distintas agencias estatales nacionales. Trabaja-
remos con los documentos públicos oficiales como “casos testigos” de las
orientaciones que predominaron en la política nacional respecto al colectivo que se
recorta como “indígena”. Incluiremos, asimismo, en el análisis, material periodís-
tico referente a las argumentaciones, prácticas y acciones que la gestión política na-
cional realizó durante dicho período en materia indígena.

I. La racionalidad neoliberal en Argentina


Percibida localmente como punto de inflexión del modelo neoliberal en nuestro
país, la crisis económica y política de fines de 2001 se inscribe en un proceso más
amplio de profundas transformaciones consolidadas en los 90 –en y a través de las
cuales se fueron modificando las reglas de juego que gobiernan las relaciones entre
el Estado y la sociedad civil. Durante dicho período, la metamorfosis de los ámbi-
100
tos y modalidades de intervención de una y otra esfera han tornando más complejas
las relaciones entre lo público y lo privado, entre lo estatal y no-estatal (Ozlak, 95
1997; De Marinis, 1999).
Como señala Ozslak (1997), un “nuevo tratado de límites” ha sido delineado 75

entre los dominios legítimos de la sociedad y el Estado, lo cual acarrea no sólo un


profundo replanteo del rol y la agenda estatal, sino también una “reforma de la so-
25
1 Investigadora del Conicet, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL. UBA.
2 Licenciada en Ciencias Antropológicas, Becaria doctoral UBA, Instituto de Ciencias Antropológi- 5
cas, FFy L. UBA
0
243

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244 Diana Lenton y Mariana Lorenzetti

ciedad civil”. Asistimos, pues, a una modificación de la agenda de cuestiones social-


mente problematizadas, paralela a una reformulación del papel del Estado en su re-
solución.
Durante los años 90, la consolidación del pensamiento hegemónico neoliberal
había logrado imponer una imagen “demoníaca” del Estado, asentada en ubicuas
argumentaciones acerca de la burocratización y descontrolada expansión del gasto
público, que se tradujo en una denuncia general y absoluta de toda intervención es-
tatal. Esta concepción –que, compartida en arenas internacionales, dio lugar al des-
montaje de las instituciones de protección social– fue la que activamente contri-
buyó a la construcción de un sentido común tributario de la idea de una simple
retracción del Estado, de su mero desvanecimiento o retirada. Sin embargo, esta re-
presentación comúnmente aceptada solapa el complejo entramado entre
Estado-Sociedad Civil, en y a través del cual el Estado interviene de un nuevo
modo, conformando políticas y prácticas de signo y orientaciones diferentes res-
pecto a épocas anteriores aunque, no por ello, menos incisivas (Danani y Lindem-
boim, 2003).
En este sentido, si bien el Estado deja de ser, aparentemente, el principal agente
de desarrollo social y económico –constriñéndose el lazo social a las relaciones de
mercado– se instauran y fomentan vínculos pretendidamente “innovadores” a fin
de lograr que “la sociedad civil” recupere “protagonismo” en áreas que antaño eran
de exclusiva responsabilidad estatal. De allí que, a partir de los ‘90s, se inauguren
diversas estrategias que van desde la adopción de prácticas de gestión propias del
sector privado y la apelación a las ONGs como “genuinas” representantes de los “in-
tereses generales” de la ciudadanía (Petras, 2000; Dagnino, 2002b), hasta el invo-
lucramiento de los “asistidos” en programas sociales, mediante prácticas de respon-
zabilización de los mismos en la implementación de tales programas (Grassi, 2002;
Raggio, 2003).
Desde las agencias estatales, el discurso sobre políticas que legitiman sus obje-
tivos según criterios de “eficacia y eficiencia” ha logrado afianzarse en los diferentes
terrenos de actuación. En función de estos criterios, la política social asume un
nuevo carácter. El estigma que configura el recibir beneficios no ganados, y la im- 100

pugnación que de ello deriva sobre el Estado de bienestar, han llevado a una refor-
95
mulación de la asistencia con la cual garantizar el control de los asistidos, utilizando
–en términos de Rose (1997)– su misma energía para gobernar. De este modo, el 75
modelo neoasistencialista gestado en los años 90 se expresa en prácticas que persi-
guen la responsabilización del beneficiario mediante el involucramiento de éste en
algún tipo de contraprestación. En dicho modelo, el involucramiento “activo” de
25
los propios asistidos se basa en una “gestión social del conflicto” donde la cuestión
social se trasmuta en cuestión moral: los fenómenos vinculados con la pobreza son 5
leídos en términos de comportamiento. A través de este proceso, se individualizan
0

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Neoindigenismo de necesidad y urgencia 245

los problemas de la pobreza –negando su carácter social– y se los desvincula de los


procesos políticos económicos de los cuales emergieron (Alvarez Uría, 1998).
En nuestro país, la dificultad de conformar las bases de legitimación para un or-
denamiento social construido sobre un campo minado de exclusión social se ha
tornado más evidente en los últimos años. Encontrar caminos posibles desde
donde afianzar un proyecto político capaz de garantizar y sostener la dirección de
los cambios sociopolíticos y económicos señalados se ha convertido en una cues-
tión prioritaria. Como señala Lechner, el Estado-nación viene desde hace una dé-
cada enfrentándose a un doble desafío: “integración económica a los mercados
mundiales e integración social de la comunidad nacional” (1992: 90). El problema
consiste, pues, en construir una nueva legitimidad para un ordenamiento social en
el que se acrecientan las tendencias de disgregación y fragmentación (Grassi,
2003), en tanto, las argumentaciones que pretenden justificar en términos de pura
eficacia económica las reformas “necesarias para sacar al país de la crisis” tienen
cada vez más dificultades para legitimar políticamente el costo social de tales me-
didas.
En este sentido, los pronunciamientos a favor de las modalidades de participa-
ción, presentes en la agenda de toda política, parecen constituirse en un tipo de es-
trategia desde donde fundamentar una nueva legitimidad. En esta coyuntura, la
participación recobra fuerza, en tanto dispositivo que logra encubrir prácticas de
gobierno propias de la racionalidad neoliberal, prácticas que consiguen compro-
meter el ejercicio activo de los gobernados responsabilizando, al mismo tiempo, a
los sujetos interpelados.
Respecto a la cuestión indígena, tal situación parece emerger como tendencia,
más claramente, a partir de estos últimos años. Asistimos también, en este terreno,
a una suerte de “confluencia perversa” entre el proyecto neoliberal y el participativo
3
democratizante (Dagnino, 2002b). Esta confluencia se daría entre el requisito de
participación fijado desde las agencias estatales y las demandas de dominios autó-
nomos de decisión propulsadas por el activismo indígena. El malentendido semán-
tico que habilita la subordinación de las segundas a la primera se constituye así en el
centro de la puja hegemónica. 100

95

3 Con esto Dagnino hace referencia a “la complementariedad, por así decir, instrumental entre los pro-
75
pósitos del Estado y de la sociedad civil, la cual parece otorgar a algunos encuentros un grado razonable
de éxito y estabilidad (...) Ella se ha constituido (...) en una estrategia del Estado para la implementación
del ajuste neoliberal que exige la restricción de sus responsabilidades sociales. En este sentido, forma
parte de un campo marcado por una confluencia perversa entre el proyecto participativo, creado en torno
a la extensión de la ciudadanía y la profundización de la democracia, y el proyecto de un Estado mínimo 25
que se exime progresivamente de su papel de garante de derechos. La perversidad está ubicada en el he-
cho de que, apuntando hacia direcciones opuestas y hasta antagónicas, ambos proyectos requieren una so- 5
ciedad civil activa y propositiva (2002b: 370-371. Énfasis en el original).”
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246 Diana Lenton y Mariana Lorenzetti

En el marco de estas consideraciones, analizaremos la política indígena del pe-


ríodo elegido en términos de un proceso de construcción de hegemonía. Construc-
ción que, apelando al discurso de “la crisis” y la “pauperización creciente”, legitima
la subsunción de la problemática indígena a la ejecución de planes sociales que re-
visten un carácter peculiar. Intentaremos mostrar, entonces, cómo el Estado ha
procurado encapsular la cuestión indígena en programas de asistencia a la pobreza,
suturando los puntos de conflictividad entre el Estado argentino y los Pueblos indí-
genas. En este sentido, políticos y funcionarios estatales, bajo el paraguas de la
grave crisis que vivía el país, parecieron encontrar la excusa perfecta para legitimar
estas prácticas políticas como las únicas posibles, anulando avances o reduciendo el
reconocimiento de los derechos indígenas a ciertos lineamientos políticos de ca-
rácter neoindigenista que adquirieron un nuevo matiz. Si hasta ese momento las
prácticas neoindigenistas se circunscribían a promover estilos restringidos de con-
sulta y participación (Briones y Carrasco, 2004:229), a partir de la crisis estas prác-
ticas adquirieron un nuevo giro. Valiéndose del activismo recobrado por el sector
indígena en las últimas décadas y fundamentadas en una retórica con capacidad de
encapsular las demandas efectuadas, tales prácticas comenzaron a patrocinar estilos
activos de subsunción mediante el involucramiento de los mismos indígenas en po-
líticas sociales autorresponsabilizantes.

II. La intervención estatal en la cuestión indígena en los tiempos previos a la crisis


institucional de 2001
En el transcurso del año 2001, y como resultado de procesos locales e internaciona-
les, la “problemática indígena” alcanzó momentos de alta visibilidad pública. Entre
las coyunturas que instalaron la cuestión indígena como objeto específico de inter-
vención, debe señalarse en primer lugar la entrada en vigencia del Convenio 169 de
la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a partir del 3 de julio de 2001.
El Convenio 169 dispone que la conciencia de su identidad indígena debe ser
considerada como criterio fundamental para determinar los grupos a los cuales es
aplicable; dicha noción de identidad determina que hablemos de Pueblos y no ya de
100
poblaciones de valor meramente estadístico. Esto implica el reconocimiento de su
4
propia historia, cultura e instituciones. Si bien no disminuye la responsabilidad 95
correspondiente a los estados nacionales, el enfoque con que el nuevo Convenio
Internacional aborda la participación indígena destaca el derecho de los pueblos 75

originarios a participar en el diseño de su propio destino y a evaluar los programas

4 Efectivamente, mientras su antecedente directo –el Convenio 107 de la OIT suscripto en 1957– se 25
denominaba “Convenio sobre poblaciones indígenas y tribuales”, este nuevo Convenio redactado en
1989 adopta el título de “Convenio Internacional sobre pueblos indígenas y tribales en países indepen- 5
dientes”.
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Neoindigenismo de necesidad y urgencia 247

de desarrollo regionales y/o nacionales que les atañen. Además, se desarrolla con
mayor profundidad el concepto de territorio, contenido fugazmente en el Con-
venio 107 de 1957, concepto en el cual se incluyen los recursos naturales y el en-
torno (Dandler, 1994:41).
La ratificación del Convenio 169 venía siendo insistentemente reclamada por
los pueblos indígenas de Argentina, ya que si bien el Convenio había sido adoptado
en el año 1992 mediante la Ley N° 24.071, su plena vigencia estaba supeditada al
depósito de la firma del Estado Argentino. Situación sumamente relevante en tanto
que, hasta el momento, es la única norma de carácter internacional vinculante que
reconoce la especificidad de los derechos de los pueblos indígenas (CELS, 2001), y
prescribe la obligatoriedad de la consulta a los Pueblos sobre las políticas que los
5
afecten.
En segundo lugar, puede señalarse la realización de la reunión en Ginebra del
Estado Argentino frente al Comité de Derechos Humanos de la ONU. El Estado
Argentino concurrió a este evento, producido en el primer semestre de 2001, re-
presentado entre otros por Leandro Despouy como responsable del área DD.HH.
de la Cancillería; por Eugenio Zaffaroni, como interventor del Instituto Nacional
contra la Discriminación [INADI]; y por Ana González Montes, como coordina-
dora general del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas [INAI]. En esta ocasión, y
ante la presentación de un contrainforme por parte del Centro de Estudios Legales
y Sociales [CELS], el Estado Argentino se hizo cargo –parcialmente– del debate in-
terno, reconociendo la precariedad e incompletitud de las instituciones nacionales
en cuanto a la implementación de políticas para con los Pueblos indígenas.
Asimismo, el Estado Argentino participó de la Conferencia Mundial contra el
Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas conexas de Intole-
rancia que se llevó a cabo en Durban, Sudáfrica, en septiembre de 2001. Sin em-
bargo, las reuniones preparatorias recibieron poca atención por parte del gobierno
argentino, que se limitó a cumplir con el protocolo, contrastando con el interés de-
positado en el evento por numerosas ONGs (CELS, 2001).
En cuarto lugar, entre las acciones que dieron visibilidad a la política indigenista
nacional, puede mencionarse la restitución de los restos del cacique Panghitruz 100

Güor al pueblo Rankülche. Si bien pertenece a un orden marcadamente diferente,


95
incluimos esta acción en el panorama trazado por varias razones. Primero, porque
le permitió al Estado presentarse ante la opinión pública como promotor de ac- 75

5 Sin embargo, a pesar de su entrada en vigencia, algunas agencias del Estado Argentino se han de-
morado en aprehender las connotaciones del concepto de “Pueblos Indígenas” al que se ha suscripto, es-
pecialmente Cancillería que en enero de 2001 fue demandada por la Comisión de Juristas Indígenas en 25
la República Argentina (CJIRA) por su insistencia en seguir llamándolos Poblaciones desconociendo así
este carácter de Pueblos a los indígenas (Carta de la CJIRA al Presidente de la Nación F. de la Rúa del 5
4/1/2001; carta de la CJIRA al Defensor del Pueblo de la Nación E. Mondino del 11/1/2001).
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ciones con alto valor simbólico y publicitadas en términos de “reparación histó-


rica”. Luego, porque constituye un precedente interesante para las futuras rela-
ciones entre el Estado y los pueblos originarios. Finalmente porque movilizó
6
iniciativas legislativas tendientes a reparar situaciones similares.
Una quinta cuestión que movilizó esta arena fue el inicio de una convocatoria
desde el INAI para implementar la participación indígena en dicho organismo es-
tatal. Esta convocatoria tenía como antecedente la demanda judicial que en agosto
de 2001 la Asociación Indígena de la República Argentina [AIRA] ganó frente al
Estado Nacional por el incumplimiento de la Ley 23.302, en razón de que el De-
creto 1667/91 sancionado por el Poder Ejecutivo no respetó la estructura jurídica
prevista en dicha ley en lo que hace a la conformación de su órgano de ejecución.
La convocatoria no logró su objetivo, principalmente por motivos administrativos
y económicos que, de todas formas, encuentran su raíz en el exiguo lugar que la po-
lítica indígena ocupa en los sitios de decisión macroeconómica.
No menos importante, se realizó en el 2001 el Censo Nacional de Población, en
el que por primera vez la “variable de autorreconocimiento indígena” fue incluida
como materia censable. Esto ocasionó la protesta de las organizaciones indígenas y
ONGs, quienes a pesar de la ronda de consultas iniciada en 1999 por el Instituto
Nacional de Estadística y Censos [INDEC] para calibrar la única pregunta desti-
nada a evaluar esta “variable” (Urquía y Goldztein, 1999:6) consideraron insufi-
cientes las instancias de participación disponibles en la planificación del Censo, así
como la difusión del tema y la capacitación de los agentes censales. La tensión llegó
a su pico máximo en octubre de 2001, cuando representantes indígenas solicitaron
la postergación del Censo por seis meses. En repetidos Manifiestos, diferentes
voces indígenas dieron a conocer su decisión de desconocer los resultados del
Censo que finalmente se realizó los días 17 y 18 de noviembre de 2001.
Consecuencia directa de esta coyuntura –aunque no limitada a ella en los re-
clamos que se hicieron– fue la ocupación del INAI el 26 de octubre de 2001, por di-
rigentes indígenas y ciudadanos de otros sectores que adhirieron a su reclamo. En el
petitorio que un grupo de dirigentes indígenas confeccionó en esa oportunidad, se
100
demandaba:
95

6 Especialmente la Ley Nacional 25.517 de restitución de restos sancionada el 21 de noviembre de


75
2001, que establece que “Los restos mortales de aborígenes, cualquiera fuera su característica étnica, que
formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas, deberán ser puestos a disposición de los
pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que lo reclamen”; que “Los restos mencionados en
el artículo anterior y que no fueren reclamados por sus comunidades podrán seguir a disposición de las
instituciones que los albergan, debiendo ser tratados con el respeto y la consideración que se brinda a to- 25
dos los cadáveres humanos”; y que “Para realizarse todo emprendimiento científico que tenga por obje-
to a las comunidades aborígenes, incluyendo su patrimonio histórico y cultural, deberá contar con el ex- 5
preso consentimiento de las comunidades interesadas” (Ley 25517, art. 1º a 3º).
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“la efectivización del acuerdo firmado entre el Estado argentino y las Naciones
Unidas, referido al tema de desarrollo de los programas especiales de trabajo para
Comunidades y Organizaciones Indígenas, atendiendo su particularidad y su es-
pecificidad en el marco del Encuentro de Durban; postergación del censo solici-
tado por los Pueblos Originarios. Rediagramación del mismo con la participación
de nuestras comunidades […]; pronta y efectiva acción de parte del Estado Na-
cional, para mejorar las precarias condiciones de salud en las cuales se encuentran
nuestros pueblos; urgente aumento del presupuesto para atender el conjunto de
nuestras demandas y la participación efectiva en el INAI; inmediato cumpli-
miento de los acuerdos que contiene el Convenio 169 de la OIT, en su totalidad;
mejorar los mecanismos de participación y consulta en toda política que nos invo-
lucre, cumpliendo de esta manera con la legislación nacional e internacional que
así lo dispone; una educación pluricultural basada en el respeto a las diferencias,
que atienda a las particularidades y necesidades propias de los Pueblos Origina-
rios; solución de todos los conflictos territoriales, mantenidos con empresas trans-
nacionales, Ejército Argentino, policías provinciales y terratenientes” (En Boletín
de Pueblos Indígenas, 27/10/01).

En cada una de las coyunturas planteadas, las demandas (especialmente por ga-
rantía jurídica y participación) que los Pueblos Indígenas realizaron al Estado
Argentino durante el 2001 (IWGIA, 2001:177) encontraron cierta resonancia pú-
blica. En todos estos pronunciamientos significativos a nivel nacional, la reivindi-
cación indígena de participación atendiendo a los compromisos jurídicos enmar-
cados en el artículo 75º inc.17 de la Constitución Nacional y el Convenio 169 de la
OIT se convirtió en el punto de mayor relevancia en los debates suscitados entre las
7
agencias estatales involucradas y el activismo indígena. Sin embargo, estas circuns-
tancias que apuntaban a instalar en la agenda el tema de la participación en conso-

7 Ante la crisis del 19 y 20 de diciembre, la Mesa de Trabajo de los Pueblos Originarios difundió el
día 28 una “Declaración Pública” titulada “Posición de los Pueblos Originarios ante la coyuntura actual”, 100
en la que expuso una interpretación posible de la coyuntura desde los Pueblos Originarios. Con esta de-
claración, se intentaba fortalecer una acepción de su participación en procesos sociales e históricos más
95
amplios. Tal participación parte tanto de un sentimiento común –con el resto de los argentinos– de in-
dignación y hastío, como del reconocimiento de la continuidad esencial entre las modalidades extracti-
75
vas e inhumanas de la política imperante y la acción genocida de los colonizadores europeos. La Decla-
ración advertía también que “el gobierno actual” –en ese momento encabezado por el Presidente
interino Rodríguez Saá– proyectaba “soluciones económicas momentáneas que no resuelven el problema de
fondo”, problema que por el contrario merecía atenderse con un nuevo “proyecto de sociedad” (Mesa de
Trabajo de los Pueblos Originarios 2001). De esta manera, la Mesa exigía acordar una concepción de la 25
justicia social en los términos que describe Mary Douglas (1997; cit. en Grassi, 2003: 163), como “la
constitución establecida por una comunidad para regular los compromisos individuales de sus miem- 5
bros”, superando la vieja noción de cosa que puede ser otorgada o solicitada.
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nancia con los límites y alcances del derecho indígena internacional tomarán un
giro diferente en el 2002.

III. Redireccionamientos de la intervención estatal durante el 2002


En el escenario instaurado a fines del 2001 y principios del 2002, las discusiones
generadas en torno a los tópicos que tenían como eje la temática de los derechos es-
pecíficos indígenas y la participación política de los mismos se fueron diluyendo,
dentro de un proceso de reconocimiento público de pauperización masiva y de
contención de la protesta social. En conjunto, todo esto conllevó el desdibujamien-
to de la cuestión indígena.
Los programas sociales implementados por la nueva gestión política subsumieron
dicha cuestión en la problemática compartida “por todos los pobres”. Estos progra-
mas, que desde los últimos años de la década del 90 han ido adquiriendo una im-
portancia creciente, son financiados por organismos internacionales (BID, BM),
como complemento y salvaguarda de las medidas de ajuste económico y –cada vez
más explícitamente– en prevención del “desborde social” (Raggio, 2003:207).
En consonancia con la subsunción que apuntamos, se produjo un giro muy im-
portante en torno a la noción de “participación”. En el 2002, este concepto, que
durante el 2001 sintetizó una fuerte demanda por parte de los pueblos indígenas y
dominó todas las instancias de visibilidad que mencionamos anteriormente, se
convirtió en el centro de la puja, entre organizaciones indígenas y gobierno, pero
también entre Poder Ejecutivo y Poder Legislativo para hegemonizar su significa-
ción y, a partir de allí, acotar y definir la “buena” política. Efectivamente, el dis-
curso político es el campo en el que se dirimen los alcances y límites de este con-
cepto (participación) y donde se perciben los límites de la construcción de los
indígenas como sujetos de derecho (GELIND, 1999a). Así pues, mientras en las
agencias estatales se abría el debate sobre la participación indígena, al mismo
tiempo se preparaba el terreno donde se circunscribiría la problemática indígena,
proyectando a la misma dentro del horizonte de los programas sociales que serían
implementados para “sacar al país de la crisis”.
100

IV. La conformación de la problemática indígena dentro de la agenda estatal 95

Analizaremos la sesión especial que la Comisión de Población y Desarrollo del Se-


8 75
nado realizó el 29 de enero de 2002, pues en ella se advierte el tono general que
adoptaría en la agenda estatal la cuestión indígena –particularmente en torno a los
alcances de la participación– durante el año 2002.
25
8 Registro taquigráfico de reunión de la Comisión de Población y Desarrollo. Honorable Senado de
la Nación. En el Salón Auditorio del H. Senado de la Nación a las 18:21 horas del martes 29 de enero de 5
2002 (pp. 1-30; m.s.).
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Dicha reunión tuvo por objeto discutir el “Proyecto de Ley sobre pueblos indí-
genas”, presentado técnicamente como una iniciativa de reforma integral de la Ley
9
Nacional 23.302. Contó con la presencia de algunos representantes y organiza-
ciones indígenas (AIRA, CJIRA), el presidente del INAI Jorge Pereda, la presidenta
de la comisión, senadora Sonia Escudero, y las senadoras Luz Sapag y Marcela Les-
cano, representantes de las provincias de Salta, Neuquén y Formosa respectiva-
mente.
No obstante, dada la reacción adversa y conjunta expresada con anterioridad
10
por varios dirigentes indígenas a este proyecto y al particular momento de reaco-
modamiento en que se discutía –inmediatamente luego del estallido social de di-
ciembre de 2001 que obligó a renunciar al entonces presidente de la nación Fer-
nando de La Rúa–, la reunión se canalizó hacia el tratamiento intensivo de dos
puntos: el presupuesto del INAI –cuya acostumbrada exigüidad refleja mejor que
cualquier discurso el peso real de la política indígena en la agenda estatal– y cómo
efectivizar la participación indígena en el mismo, en consonancia con lo que dis-
pone la incumplida ley vigente. Estos puntos cobraban especial relevancia en fun-
ción de delinear qué sería factible realizar y qué no durante el 2002 en materia “in-
dígena”, prefijando de este modo los rumbos y lineamientos políticos tendientes a
atender dicha problemática. Se visualizó así un esfuerzo por parte de los legisla-
dores por definir el lugar ocupado por la “cuestión indígena” dentro de la más am-
plia “cuestión social”. De este modo, la presidenta de la comisión consignaba:

“Me parece que en este momento en el que la preferencia para la Argentina es el


tema social, es muy importante que las flamantes autoridades de la Nación tengan
especial conciencia de que no se va a cumplir cabalmente con la prioridad de
atender a los temas sociales si no se da una especial importancia al tema aborigen.
Caso contrario, va a ocurrir lo de siempre: la distribución no va a llegar realmente

9 Proyecto de ley sobre Pueblos Indígenas de Salvatori y otros. Senado de la Nación Argentina; Exp.
1788/01 Fo. 110; m.s. Dicho proyecto ingreso a la Cámara de Senadores el 21 de diciembre de 2001, 100

con la firma de los senadores neuquinos Luz María Sapag y Pedro Salvatori y del salteño Ricardo Go-
méz Diez. Cabe señalar que los artículos propuestos en el proyecto no modifican la ley de referencia –ley 95
23.302– en términos de “actualización” jurídica/ideológica. Sólo se concentra en unos pocos puntos re-
feridos en su mayoría a la organización interna del INAI, órgano de aplicación creado por la ley 23302, 75
especialmente en relación a la participación indígena en su gobierno.
10 La oposición indígena a este proyecto de ley estimuló la conformación de una entidad formada por
dirigentes de organizaciones de diversos niveles de representación, llamada Coordinadora de Organiza-
ciones Indígenas. Esta entidad mantuvo reuniones frecuentes desde diciembre de 2001 con quien esta- 25
ba entonces a cargo del INAI, Ana González Montes, y a partir de enero de 2002 con su reemplazante,
Jorge Pereda. Entre los temas a tratar, estaban la continuidad de proyectos evaluados o adjudicados du- 5
rante la gestión anterior y, especialmente, el tema de la participación indígena en la estructura del INAI.
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a las comunidades, que es donde tiene que llegar prioritariamente” (Registro ta-
quigráfico: 1).

Así, el tratamiento del presupuesto del INAI –ligado a los medios con los cuales
garantizar la participación indígena en este órgano estatal– se constituía, en pala-
bras de la presidenta de la Comisión, en uno de los puntos centrales desde donde
pensar en: “una agenda de trabajo conjunto para poder llevar, en lo que queda del
año y con las dificultades económicas actuales, logros que sean posibles” (Registro
taquigráfico:3). En todo caso, después de reconocer que el tratamiento de un pro-
yecto acorde al artículo 75º, inciso 17 de la Constitución Nacional y al Convenio
169 de la OIT exigiría una ronda de consultas más extensivas e intensivas con repre-
sentantes indígenas y especialistas de otros campos en el tema, las intervenciones de
los representantes estatales se focalizaron en los mecanismos con los cuales efecti-
vizar la participación indígena en el INAI para cumplimentar con lo prescripto en la
Ley 23.302 que, aunque sancionada en el año 1985 y reglamentada en 1989, to-
davía no tiene plena vigencia. Todas las aristas acerca de esta cuestión estuvieron
atravesadas por diversas consideraciones, quedando supeditadas a un solo punto:
los recursos financieros disponibles.
En este marco, el presidente del INAI proponía convocar a un “Consejo transi-
torio” conformado por indígenas que fijara “las pautas para el llamado y la convoca-
toria, con el fin de que no sea sólo una acción del Estado…” (Registro taquigrá-
fico:4). No obstante, este Consejo no sólo sería transitorio, sino que debía ser
pequeño “…porque no va a haber recursos para convocar a consejos grandes. Y de
nada servirá convocar consejos si después no se puede atender los gastos necesarios
para el traslado de los hermanos que hayan sido designados y la atención de sus
gastos de permanencia en Buenos Aires o en el lugar que se elija para la reunión”
(Registro taquigráfico:5). Todo esto sumado a la advertencia de que el presupuesto
a ser asignado “es absolutamente insuficiente y quizá no nos permitiría ni siquiera
convocar al consejo provisorio…” (Registro taquigráfico:5).
Planteado de este modo el problema, se agregaban otros dos aspectos de impor-
tancia: quiénes conformarían el consejo provisorio y cuáles serían los criterios a 100

adoptar para la convocatoria más amplia y definitiva.


95
Respecto al primer aspecto, las propuestas consistían en volver a la conforma-
ción del consejo provisorio del año 1998 (formado luego del Programa de Partici-
75
pación Indígena de 1997); y/ o convocar a aquellos partícipes de las rondas ini-
ciadas por la gestión anterior del INAI; o realizar una nueva convocatoria. El
planteo de estas posibilidades ponían de manifiesto los continuos fracasos y dila-
ciones de la agencia estatal en efectivizar la participación indígena en dicho insti- 25

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tuto, constituyéndose el tema en un nudo problemático de creciente tensión entre


11
los representantes estatales e indígenas.
Respecto de los criterios para la estructuración del consejo definitivo, se abrían a
su vez varias alternativas a ser ponderadas quedando, sin embargo, también deter-
minadas por las consideraciones señaladas. La discusión giraba en torno a si se reali-
zarían asambleas por provincias o por pueblos o, tal como lo dispone la reglamenta-
ción de la Ley 23.302, un representante por pueblo y por región (Noroeste,
Noreste, Sur y centro). El presidente del INAI señalaba:

“la enorme dificultad que […] significa convocar una representación por pueblos.
Hay algunos pueblos que son numéricamente pequeños y hay otros que son mucho
más importantes” (Registro taquigráfico: 4).

“Además sabemos que hay pueblos que están en varias provincias y otros que están
en una sola provincia. De ahí la dificultad para determinar esto […] Creo que
muchos de los elementos que deben servir para el ejercicio de los derechos concretos
de los pueblos indígenas […] hoy son resorte, por obra de la descentralización ejer-
cida por el gobierno nacional, de las provincias. La educación, la salud y las tie-
rras, en su mayoría, son propiedad de los estados provinciales […] De ahí que me
parece que una representación sólida por provincia va a servir para que las comu-
nidades indígenas puedan resolver, peticionar y exigir, cuando sea necesario, la so-
lución de sus problemas en el ámbito donde se generan las decisiones respecto de su
vida” (Registro taquigráfico: 5).

La discusión acerca de la forma y el carácter de la participación indígena que-


daba diluida por parte de los representantes del poder legislativo en la promoción
de una forma de “participación a bajo costo”. De este modo la presidenta de la Co-
misión argumentaba:

“la primera cuestión concreta a resolver sería analizar si queremos cambiar (la)
reglamentación, atento a los exiguos recursos y las limitaciones que tenemos, a
100
fin de elegir en forma transitoria una representación más rápidamente para
que ya este año haya una presencia efectiva de representantes aborígenes (Registro 95
taquigráfico:6) […] Si nosotros vamos a las asambleas en cada provincia para que
cada etnia elija su representante, se nos va a ir el año y algunas provincias lo harán 75

y otras no. Por eso, tal vez, haya que buscar un mecanismo más rápido, que esté
11 Cuando en la reunión se dio voz a los representantes indígenas, en reiteradas oportunidades fueron
marcando que el estado nacional se encuentra en flagrante incumplimiento de sus compromisos nacio- 25
nales e internacionales, y que debía por ende destrabar la participación indígena en la política nacional.
En esta ocasión muchos reprocharon a la Comisión no haber realizado consultas previas a la redacción 5
del propio proyecto de modificación de la ley 23.302 en cuestión.
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en manos del INAI, por ahora, con la consulta a las organizaciones más impor-
tantes y después sí, entre todos, avanzar hacia un sistema que nos vaya acercando
cada vez más a la representación […] Como la nación está atravesando una situa-
ción de crisis, hay que acortar caminos y buscar canales de representación,
aunque no sean perfectos pero sí rápidos” (Registro taquigráfico:6. Énfasis
nuestros).

Tal como se trasluce de estas expresiones, la preocupación estaba más ligada a


convalidar una mera “presencia indígena” que a efectivizar una “participación” con
poder de intervención en los asuntos que atañen a los Pueblos Indígenas. El alcance
y la significación de la “participación indígena” fueron socavados al quedar ella su-
peditada al discurso de la crisis desde donde se legitimaban los “atajos” ofrecidos
por los representantes estatales. La preponderancia otorgada al INAI –poniendo en
sus “manos” la búsqueda de mecanismos para la participación indígena e inclu-
yendo en esto la arbitrariedad de la determinación de organizaciones “más impor-
tantes” que otras– acentúa el carácter unidireccional de las decisiones. Tal unidi-
reccionalidad se torna aun más controvertida al tratarse justamente de dicha
cuestión.
Cabe aclarar, sin embargo, que estas propuestas –presentadas como soluciones
de carácter “transitorio” dada la coyuntura de crisis– coinciden a grandes rasgos
con el articulado del Proyecto de Ley modificatorio de la 23.302 presentado por los
senadores de la comisión. En él se proponía reemplazar el actual INAI por un Con-
sejo Federal Indígena conformado por un director, tres consejeros representantes
del PEN y tres consejeros indígenas. Los tres miembros indígenas se elegirían la pri-
mera vez “por sorteo” y en adelante “en forma rotativa”, sin indicar la amplitud ni
la calidad de la muestra sobre la que se sortearían o designarían los tres miembros
(Proyecto de Ley sobre Pueblos Indígenas de Salvatori y otros, art. 24º). Además de
poner en cuestión el carácter transitorio/precario de esta clase de iniciativas que
quedarían así plasmadas en una ley nacional, la propuesta avasalla cualquier consi-
deración de la diversidad, capacidades y formaciones especializadas de los diri-
gentes indígenas. 100

La jerarquización de los problemas llama la atención en una democracia repre-


95
sentativa como la Argentina, en la que gran parte del juego político se refiere parti-
cularmente al posicionamiento respectivo y a la carrera de las individualidades. Sin 75
embargo, las individualidades no se consideran importantes en la representación
política indígena porque, en realidad, se descree de las capacidades de los políticos
indígenas en general. En tal sentido, la tan declamada “participación indígena” en
las instituciones no se corresponde con la elaboración de un proyecto alternativo y 25

concreto de reforma de los mecanismos de circulación del poder. Más bien, consti-
5
tuye para las elites políticas un ritual discursivo o, en el mejor de los casos, un di-
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fuso deber moral. De este modo, el debate prefiguraba el panorama desde donde las
agencias estatales definirían sus políticas e intervendrían respecto a la cuestión indí-
gena. El carácter que asumiría la preocupación por la cuestión social desde el Poder
Ejecutivo Nacional tendrá eco tanto en la Comisión de Población y Desarrollo del
Senado, como en el INAI. A través de dichas agencias estatales, alineadas en el dis-
curso de la crisis, se harán extensivas las acciones que procurarán alcanzar a la po-
blación indígena en tanto sector más postergado entre los “pobres”.

V. La inclusión del colectivo “indígenas” en el Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados


En abril de 2002, el Gabinete Social anunció la inminente puesta en marcha del
Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados que, bajo el lema “Ningún hogar sin in-
gresos”, subordinaría a todas las demás agencias de acción social. En una de las pri-
meras notas periodísticas del diario Página 12 (30/03/02), el Presidente Duhalde
se refirió a este Programa –presentado en público por la titular del Consejo Nacio-
nal de Coordinación de Políticas Sociales, Hilda “Chiche” Duhalde, junto con la
ministro de Desarrollo Social, Nélida Doga, y el entonces ministro de Trabajo,
Alfredo Atanasof– como:

“la mayor transferencia de riqueza de la historia argentina […] una transferencia


directa de los sectores de mayores ingresos a los de menor ingreso, que van a ver du-
plicada su capacidad de consumo.”

En notas posteriores, Chiche Duhalde puntualiza que los pilares de este Pro-
grama son la descentralización y la participación, expresadas en la creación y con-
formación de los “consejos consultivos” o “consejos económico-sociales”, “que
tienen que ser muy participativos” (Página 12, 06/04/02), siendo, entonces, una
cuestión clave en el diseño del Programa, el “control” por parte de la “sociedad
civil” mediante su participación (Página 12, 06/04/02).
Sobre el acuerdo generalizado de que las arcas del Estado estaban vacías y el con-
vencimiento de que era urgente canalizar cierta cantidad de efectivo para las nume-
rosas familias con Necesidades Básicas Insatisfechas (como medio de asegurar su 100

supervivencia básica y de iniciar un proceso de recuperación del mercado interno),


95
el Poder Ejecutivo impulsó la reconversión de su estructura de asistencia social en
pos de un solo Programa. Así, el personal de muchas áreas del PEN, especialmente 75
de los Ministerios de Trabajo y Desarrollo Social, quedó afectado a la inmensa ca-
dena burocrática que este Programa implica, suspendiendo sus funciones en otras
áreas de trabajo. De la misma manera, el Ministerio de Economía recortó aún más
las escasas partidas del tesoro que ya habían sido asignadas a principios de año a 25

otras dependencias estatales –cerrando inclusive programas de acción social comu-


5
nitaria– para poder cubrir el compromiso de asignar a cada jefe/jefa de hogar deso-
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cupado 150 Lecops/Patacones mensuales, en lo que restaba del año 2002 (Resolu-
ción 82/2002). El omnipresente discurso estatal, de este modo, logró legitimar la
circunscripción de su intervención en la “solución” de los graves problemas so-
ciales, en un único Plan que, según paradójicamente aseguraba, se proyectaba can-
celar el 31 de diciembre de 2002 (Ministerio de Trabajo 2002:1).
El programa fue objeto de críticas y demandas desde los inicios de su puesta en
marcha, debido a las falencias en la implementación fundada en un criterio “uni-
versal” y a la falta de respuesta oficial y de claridad en los procedimientos, origi-
nando además un sinfín de denuncias sobre actos de corrupción (Pautassi et al.,
2003:31 y ss.). En esta situación se manifiestan dos tensiones. La primera se pre-
sentó entre el carácter universal del derecho aludido y la real partida presupuestaria
que el Poder Ejecutivo Nacional estaría dispuesto a destinar para este fin, lo que
convertía al Programa –según opinaron algunos sectores– en un sistema de “cupos”
que iba en contra de la universalidad declarada (Página 12, 16/06/02). La segunda
tensión que atravesó la coyuntura política se localizaba entre el declamado traspaso
de la responsabilidad en la adjudicación del beneficio a la “sociedad civil” y la gravi-
tación de la práctica administrativa que determinó que, en los hechos, la decisión
permaneciera en el campo de la “sociedad política”, ya sea a nivel de los Municipios
o del Ministerio de Trabajo.
Otras líneas de discusión en torno a dicho Programa han tenido que ver con el
sentido y las definiciones que tanto actores estatales como no estatales realizan del
“clientelismo político” y la “cultura política”, así como de la “autenticidad” de de-
socupados y/o piqueteros (Clarín 21/06/02). No obstante, en un nivel mayor de
profundidad, el Programa presenta una tensión básica entre la propuesta neoasis-
12
tencialista que se plantea como única salida posible a la crisis derivada de la falta
de trabajo, y la negativa de muchos sectores a aceptar una política que desestima
una capacidad de los ciudadanos presta a desplegarse con sólo contar con los ele-
mentos mínimos para sostener alguna actividad. La demanda efectuada por la co-
munidad Wichí en Sauzalito es clara al respecto:

“Agradecemos el subsidio para desocupados, pero queremos palas y hachas para 100

trabajar, ya que eso es lo que hemos hecho durante siglos…” (Página 12,
95
26/05/02).
75

12 Neoasistencialista porque procura que, por “la ayuda recibida”, el beneficiario brinde algún tipo de
“contraprestación”. El programa neoasistensialista pretende así responder a las críticas efectuadas a las
políticas sociales que, de acuerdo a esta perspectiva, no hicieron más que generar la pasividad y apatía de 25
los “sectores más vulnerables”, atrapándolos en un ciclo recurrente de dependencia e irresponsabilidad
personal. Sin embargo, la unidireccionalidad del diseño de las redes y modalidades de prestación y con- 5
traprestación implica, como vemos, que no se logre resolver aquella tensión básica.
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Estas tensiones fueron adquiriendo mayor preponderancia cuando diferentes


esferas estatales procuran “la extensión” del plan a una población explícitamente
reconocida como indígena. Así, a mediados de abril, la Comisión de Población y
Desarrollo del Senado presentaba un Proyecto de Ley cuyo objetivo era:

“flexibilizar los requisitos y condiciones establecidos en el Programa Jefes de Hogar


creado por decreto 565/02 y su reglamentación a fin de permitir la inclusión en
dicho Programa de todo jefe/a de familia argentino/a indígena desocupado/a”
(Proyecto N° 544/02).

Los argumentos esgrimidos en la fundamentación del proyecto expresaban la


necesidad de contemplar ciertas “particularidades”, con el propósito de hacer ex-
tensivo dicho programa de “inclusión social”. En ellos se trasluce una interpelación
al sujeto indígena que reduce su reconocimiento como sujeto de derecho, me-
diante la utilización retórica del principio de respeto a la “diversidad”, que deriva a
su vez en la construcción de un “sujeto de asistencia”. Así se pronunciaba la Comi-
sión:

“En su estado actual, lamentablemente y con seguridad debido a la urgencia con


que se lanzó el programa, el derecho familiar de inclusión social sigue sin alcanzar
a segmentos especialmente vulnerables, desprotegidos y olvidados de nuestra pobla-
ción. Aquellos que, por la marginación social […] como es el caso de muchos
miembros de la población aborigen, no pueden siquiera cumplir requisitos de in-
serción social, como son los requisitos de vacunación, documentación, escolaridad,
entre otros. Se cae así en la paradoja de que para garantizar el derecho de inclu-
sión social se exige precisamente poseer a priori un cierto grado de inclusión. […]
De mantener la estructura de requisitos actual, dejaremos de promover la inclu-
sión de los más excluidos.

No podemos olvidar que la Constitución Nacional en su artículo 75, inciso 17, las
leyes 23.302 y 24.071, y los tratados internacionales firmados por la Nación que
100
atienden cuestiones de las comunidades indígenas, imponen prestar especial consi-
deración a las necesidades de las mismas. El presente proyecto de ley busca corregir 95
el sinsentido aludido, flexibilizando los requisitos para acceder al derecho familiar
de inclusión social a los miembros de comunidades aborígenes del país […] El re- 75

conocimiento de la idiosincrasia y de la cultura de las comunidades aborígenes im-


pone la consideración de sus particularidades, especialmente desde la esfera
pública. Consideramos la presente propuesta, corolario necesario al reconoci- 25
miento y respeto de esa diversidad” (Senado de la Nación, Proyecto N°
544/02). 5

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Desde esta perspectiva, son las carencias las que definen las “particularidades”.
Éstas, así definidas, ofician la circunscripción del colectivo indígena como objeto
de asistencia. “Particularidad” asociada a “vulnerabilidad” constituye un binomio
que legitima el carácter de una intervención política tendiente a naturalizar tal si-
tuación más que a problematizarla. Esta concepción parece estar cercana a aquella
que, apelando a la “cultura de la pobreza” (Lewis, 1961), explica a la misma como
un estado dado por comportamientos culturales y no como condiciones emer-
gentes de relaciones sociales entramadas en procesos histórico-políticos.
El respeto “a la idiosincrasia y la cultura de las comunidades” queda diluido en
la mera consideración de aquellas “particularidades” que prefiguran al indígena
“necesitado de asistencia”. De esta manera, si bien las carencias que justifican la in-
clusión al plan deben ser contempladas, al mismo tiempo son ignoradas, en tanto,
el objetivo del plan se restringe a otorgar 150 pesos mensuales, desatendiéndose de
promover los medios para garantizar el acceso a esos “requisitos básicos” exigidos.
A su vez, la supeditación del ordenamiento jurídico referido al derecho indígena a
necesidades determinadas de ese modo diluye el alcance del mismo, y opera en des-
medro de la consolidación de un “sujeto de derecho”, a través de una política de
asistencia que intenta emular una política de reconocimiento.
Como organismo estatal, el INAI, no escapó a esta corriente. La mayor parte de
su personal quedó afectado de una u otra manera a la ejecución del Programa Jefes
y Jefas, que se definió como prioritaria por encima de los objetivos específicos del
Instituto. La participación del INAI en el Plan Jefes y Jefas requirió al principio del
establecimiento de un acuerdo ad hoc entre el Ministerio de Desarrollo Social y el
de Trabajo, para aceitar los procedimientos entre el INAI y ambos ministerios y así
salvar ciertas “especificidades” de modo que las comunidades indígenas pudieran
efectivamente acceder a este derecho paradójicamente definido por su universa-
lidad.
En junio del 2002, la Comisión de Población y Desarrollo del Senado pro-
movió un proyecto de comunicación (Nº 1282/02) orientado a este objetivo. San-
cionado el 23/10/2002, este proyecto solicitaba:
100

“al Poder Ejecutivo nacional, que a través del Ministerio de Trabajo, Empleo y
95
Seguridad Social flexibilice los requisitos y condiciones establecidos en el Pro-
grama Jefes de Hogar a fin de permitir la inclusión en dicho programa de todo 75
jefe/jefa de familia argentino/a indígena desocupado/a eximiéndolo del cumpli-
miento de los requisitos establecidos en al artículo 5º del decreto 565/02 e incorpo-
rándolos con la sola constancia de iniciación del trámite de identificación ante las
autoridades competentes. Esto es insoslayable, ante la gran cantidad de aborígenes 25

indocumentados carentes de dinero suficiente e indispensable para obtener su do-


5
cumentación o porque viven alejados de los centros urbanos, olvidados en medio
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de los montes, sin medios de comunicación que los acerque a las delegaciones del
Registro Nacional de las Personas por lo que terminan sus vidas siendo nada más y
nada menos que simples NN” (Exp. Senado de la Nación 1282/02).

De este modo, la intervención del INAI como organismo habilitante para la ins-
cripción de beneficiarios fue presentada ante propios y extraños como una oportu-
nidad de extender los “beneficios” de un Estado –nuevamente definido como
dador de bienes– a las poblaciones que nunca acceden a ellos. Más allá de la vera-
cidad de las argumentaciones a su favor, interesa destacar que el abocamiento casi
exclusivo del INAI en esta actividad resultó no sólo en la aceptación de la dilución
de la problemática indígena ejercida desde el PEN como cuestión compartida por
13
todos los “pobres”, sino también en la discontinuidad de algunas actividades y re-
laciones que el INAI había logrado construir y/o mantener, a pesar del exiguo pre-
supuesto y de los consabidos defectos de ambigüedad y desorientación crónicos en
la gestión estatal de la política hacia indígenas.
En este sentido, vale observar que desde la fecha de su creación y de su reglamen-
tación en 1989, el INAI ha sido progresivamente desjerarquizado y vaciado de sus
funciones específicas. Esta agencia estatal, que tendría como objetivo generar polí-
ticas de derecho en relación a los Pueblos Originarios, no se ha caracterizado por
mantener proyectos y programas de acción continua, siendo éstos reemplazados
frecuentemente por acciones aisladas que motorizan a la institución en un sentido
y que no siempre mantienen continuidad. Durante el 2002, esta tendencia se pro-
fundizó, al quedar el INAI subsumido a una política social de carácter neoasisten-
cialista que marchaba a contrapelo de una política pasible de ser enmarcada en tér-
minos de reconocimiento y afirmación de los Derechos Indígenas. Nos referimos
especialmente a funciones de aserción de derechos en función de su reconoci-
miento constitucional como pueblos preexistentes, funciones que no tienen que
ver con “ayudas”, ni con representación de grupos subordinados.

13 En su carácter de titular del Gabinete Social, Chiche Duhalde realizó numerosas visitas a localida- 100
des del interior del país marcadas por la pobreza. En algunos casos, estas localidades cuentan con pobla-
ción mayoritariamente indígena. Dichos viajes tuvieron gran repercusión en los medios. En la cobertu-
95
ra periodística realizada por los diarios, la apelación a la categoría indígena como “marco” de la nota
refuerza la idea de la vulnerabilidad de la población que depende de la asistencia del Estado para su sub-
75
sistencia, concurriendo a la fijación de características esperables en la población que es objeto del plan.
Así, Clarín eligió ilustrar una nota sobre las generalidades del Plan Jefas y Jefes con una foto donde se ve
a Chiche Duhalde saludando a una mujer “aborigen del Impenetrable” (Clarín, 21/6/2002). El 25 de
agosto de 2002, Clarín informa de una modalidad del Plan especialmente diseñada “para comunidades
aborígenes y pequeños pueblos”, que contempla la ayuda del Ejército para la construcción de huertas, 25
utilizando la mano de obra reunida por los beneficiarios. Nuevamente, la ilustración de la nota incluye
una fotografía en la que la Sra. Duhalde abraza a una “aborigen wichi” en ocasión de su visita en mayo 5
“al Nordeste” (Clarín 25/8/02: 7).
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No obstante todos los pronunciamientos oficiales efectuados, en agosto de


2002 organizaciones representativas de distintos sectores sociales (entre ellas orga-
nizaciones indígenas) se manifestaban frente al Instituto Nacional contra la Discri-
minación, Xenofobia y Racismo (INADI) por la falta de entrega de 3500 planes so-
ciales. Planes que, otorgados en diciembre de 2001, habían sido reconvertidos para
unificarlos en los Planes Jefes y Jefas de Hogar. Los reclamos realizados en esa opor-
tunidad hacían evidentes las tensiones ya mencionadas: la presidenta de la Comi-
sión de Mujeres Indígenas (Isabel Condori) expresaba:

“por primera vez en diciembre, la comunidad indígena logró un plan social a


través de las resoluciones 899 y 992. Estaban destinados a proyectos productivos.
Con ellos se pensaban desarrollar y apoyar microemprendimientos. Pero, ahora,
este plan se canalizó en uno sólo: el de Jefas y Jefes de Familia por lo que muchos de
los que habían sido asignados quedan afuera” (Clarín 21/08/02).

Por su parte, frente al cuestionamiento de otras dependencias estatales (Secre-


taría de Coordinación del Ministerio de trabajo) recibido por el INADI por la
forma de otorgar planes, su presidente (Enrique Oteiza) señalaba:

“Nos dicen que las organizaciones nos encarguemos de hacer la reconversión de las
planillas de otorgamiento anteriores a las actuales de Jefas y jefes, ignorando que
para informar a nuestros hermanos que viven en las comunidades a veces se nece-
sita tiempo y dinero. Hay lugares que no tienen teléfono y hacer una fotocopia
cuesta más de 10 centavos. Tiene que bajar en mula o caballo por horas hasta el
pueblo, gastar en comida y eso nadie lo considera” (Clarín 21/08/02).

En esta coyuntura, los sucesivos viajes de Chiche Duhalde como Coordinadora


de Políticas Sociales a distintas localidades provinciales –muchas de ellas con po-
blación mayoritariamente indígena– parecían buscar un efecto de sentido ten-
diente a revertir los cuestionamientos manifestados por diferentes sectores. En la
difusión que el Poder Ejecutivo Nacional efectuaba de las giras, el acento estaba
100
puesto en mostrar a un Estado que, frente a la crisis, se autoasignaba el papel de re-
construir las redes sociales devastadas, resaltando dicha imagen mediante un plus 95
simbólico: la inclusión del sector indígena. Al presentar a éste como el más excluido
entre los excluidos, se procuraba reforzar la universalidad de un plan que toma en 75
14
consideración “incluso a los diferentes”. De tal modo, se buscaba contrarrestar las
14 Vale anotar que, dada la exigencia de una “contraprestación” a los beneficiarios del Plan, la inclu-
sión entre ellos de indígenas a través del INAI tuvo como efecto imprevisto y secundario, por ejemplo, 25
la estimulación de la formación de talleres de lengua y cultura aborigen y enseñanza de producción de
artesanías. Paradójicamente, una contracara del efecto cotidiano del Plan en las comunidades indígenas 5
aparece retratada en el informe brindado por Clarín en abril de 2004, según el cual un equipo de pedia-
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denuncias sobre el funcionamiento del programa que efectuaban los distintos sec-
tores implicados. El marco de la contienda se tornaba complejo y, frente a las crí-
ticas crecientes al plan de asistencia, el Estado pretendió “blanquear” su acción po-
lítica, presentándola como una acción “fuera de la política”, que se ponía bajo el
control de la “sociedad civil” y que, a pesar de todas las dificultades, intentaba llegar
a “todos”, incluso a los más desamparados: los indígenas.
En este marco, el gobierno endilgaba a los sectores piqueteros hacer un “uso po-
15
lítico” de la asignación de los planes. En varias oportunidades Chiche Duhalde
había manifestado :

“Vengo recibiendo denuncias que dicen que los programas no son bien entregados,
que no son genuinas las familias desocupadas, o que los invitan a participar de pi-
quetes y para eso les pagan” (Página 12, 06/04/02).

“Si una organización piquetera trae auténticos jefes y jefas de hogar desocupados,
se los recibe como cualquiera. El tema es que no pidan cupos para utilizarlos en los
cortes de ruta y haciendo política” (Clarín 21/06/02).

La puja por el control de las redes clientelares subyacía al conflicto con los pi-
queteros. De la misma manera, desde el principio el gobierno nacional excluyó a
los gobiernos provinciales del control de las asignaciones, acusándolos de corruptos
e instalando la idea de una mayor transparencia vía la relación directa estado na-
cional-municipios. En este sentido, se apeló a las ONGs, tratando de incorporarlas
en los consejos consultivos municipales con un doble objetivo: aliarlas al Poder
Ejecutivo Nacional en su carácter de grupos de presión y, a la vez, constituirlas
como representantes genuinas de la sociedad civil. De esta manera, la convocatoria
a las ONGs intentaba dar por realizada la participación de la sociedad civil en la po-
lítica estatal.
Sin embargo, estas líneas de la política social no estarían exentas de problemas.
Muchos intendentes veían con agrado los criterios adoptados, destacando el “gran
avance en la coparticipación de los fondos sociales”, ya que “en algunas provincias, 100
los gobernadores tenían la costumbre de apropiarse de la ayuda social que la Na-
95
tras constató el aumento de las tasas de desnutrición entre los pueblos kollas del área de San Antonio de
los Cobres a partir de 2002. En la versión de los agentes sanitarios locales, “desde que empezaron los 75
Planes Jefas y Jefes de Hogar, las mamás han tenido que salir a prestar servicios y han descuidado un
poco a los chicos (Clarín, 11/4/2004).”
15 Los medios de comunicación y el discurso público trataron esta cuestión especialmente en relación
a dos tópicos: el de la constitución de los planes sociales como objeto de la disputa por el poder, y el de la 25
corrupción que anida en sus mecanismos. Sin embargo, preferimos como Grassi (2003: 109) enfocar a
la corrupción no como un “resto” no deseado y externo a la práctica de que se trate, sino considerarla en 5
sí misma como un proceso activo de producción sociocultural.
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ción enviaba a los municipios (Página 12 06/04/02).” Sin embargo, se mostraban


reticentes en incorporar en los Consejos Consultivos –también llamados Consejos
Económicos Sociales– a las ONGs, organizaciones barriales, cámaras empresariales
e industriales, y a los sectores religiosos, tal como se disponía oficialmente para la
instrumentación del programa social.
El Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados –que en principio fue presentado
por el gobierno de transición como una solución temporaria de contención social–
16
continuó vigente durante el 2003, incluso luego del recambio presidencial.
En los primeros meses del año 2003 se sucedieron una serie de reuniones entre
distintos representantes de organizaciones indígenas y el Presidente de la Nación
Eduardo Duhalde. Los medios de comunicación y el discurso público tematizaron
dichos encuentros realizados en plena campaña electoral, relacionándolos a la polí-
tica social nacional donde una vez más se ponía de manifiesto la voluntad de poner
en marcha mecanismos que hicieran posible la integración de la población indí-
gena en los programas sociales de asistencia. En este escenario de campaña elec-
toral, los encuentros auspiciados por el PEN estaban sobre todo abocados a demos-
trar y distinguir frente a la opinión pública a “los pobres no merecedores de
asistencia” (e.g. piqueteros) de los “pobres merecedores” (por ejemplo, los indí-
genas). De este modo, se buscaba diluir las presiones que la gestión de gobierno
venía recibiendo de distintos sectores sociales y seguir enarbolando un programa
político que habría “pacificado un país en llamas”.
En marzo de ese año, el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social dis-
ponía mediante una resolución que lleva la firma de la titular de la cartera laboral,
Graciela Camaño, la creación de los “Consejos Consultivos de las Comunidades
Indígenas”, para favorecer la inserción de ese segmento de la población en los bene-
ficios del plan (Dirección de Prensa y Comunicación del Ministerio de Trabajo,
Empleo y Seguridad Social, 7/3/2003). Apelando a la Constitución Nacional y a la
Ley 23.302, la Resolución 121/03 establecía:

“Que atento al reconocimiento de su preexistencia, el Estado Nacional se en-


cuentra obligado a considerar a las comunidades indígenas como entidades terri- 100

toriales diversas de los municipios y comunas, con su propia organización y


95
tradiciones, corresponde incorporarlas al circuito de evaluación y aprobación de
75
16 El 7 de enero de 2003, el decreto 39/03 prorrogó hasta el 31 de diciembre de ese año la Emergencia
Ocupacional Nacional y la vigencia del Programa Jefas y Jefes de Hogar Desocupados (Pautassi et al.,
2003: 5). Según datos provistos por el Ministerio de Trabajo en diciembre de 2003, para entonces exis-
tían 1.827.388 beneficiarios en todo el país, que representarían el 18,9 % de los hogares –si se respetara
la paridad de un plan como máximo por hogar-. En algunas provincias como Formosa, Chaco, Jujuy y 25
Catamarca, esta proporción alcanzó entre el 45 % y el 49 % de los hogares dependientes de la ayuda
monetaria directa. El presupuesto de 120 millones de dólares anuales fue cubierto en un 50 % con un 5
préstamo del BM (Clarín, 4 de enero de 2004).
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los proyectos a ejecutarse en el marco del PROGRAMA JEFES DE HOGAR. […]


A los fines de garantizar el status jurídico correspondiente a las comunidades indí-
genas, y propender a la diversidad cultural en la ejecución de la política pública de
empleo, es conveniente su inserción en el citado PROGRAMA JEFES DE
HOGAR como CONSEJOS CONSULTIVOS DE LAS COMUNIDADES
INDIGENAS, con funciones y atribuciones similares a la de los CONSEJOS
CONSULTIVOS MUNICIPALES O COMUNALES…” (Resol. 121/03.
Énfasis en el original).

De este modo, operaba el reconocimiento de un status jurídico diferente para


incorporar a la población indígena al Programa. Según esta Resolución, las facul-
tades de los Consejos Consultivos Indígenas se circunscribían a promover en sus
comunidades el programa Jefes/as de hogar y

“recibir denuncias de irregularidades en el desarrollo y ejecución del PRO-


GRAMA y tramitarlas con el CONSEJO CONSULTIVO MUNICIPAL co-
rrespondiente (…); ejercer el control sobre la participación de los beneficiarios de
sus comunidades (…), y el desarrollo de los proyectos aprobados en su seno, infor-
mando a la GERENCIA DE EMPLEO Y CAPACITACION LABORAL de
cualquier irregularidad que hubiera detectado a su respecto” (Resolución
121/03, art. 2º. Énfasis en el original).

De esta forma, el “status especial” otorgado a los Consejos Consultivos Indí-


genas se encontraba íntimamente relacionado con extender funciones “policíacas”
a fin de custodiar el buen funcionamiento del plan, evitando las posibles distor-
siones o abusos que se pudieran ocasionar. De esta forma, no sólo se consigue
afianzar un involucramiento “activo” de los propios asistidos, sino reforzarlo me-
diante las tareas de control y monitoreo. En consonancia, los continuos pedidos
realizados desde el activismo indígena en relación al reconocimiento de un status
jurídico –status con el cual disponer de instrumentos para la adquisición de títulos
de propiedad comunitaria de tierras y de capacidades decisorias sobre los recursos 100
naturales– son diluidos por esta resolución a la administración de un plan de asis-
tencia en donde la “participación” política se equipara a tareas de control en res- 95

guardo de las iniciativas estatales.


75
A mediados de marzo de 2003, en la Quinta de Olivos, el PEN auspiciaba el que
se denominó “Primer Parlamento Indígena”, un encuentro entre una delegación
de representantes indígenas y el entonces presidente de la Nación Eduardo
Duhalde junto con su esposa como representante del Gabinete Social, la ministra 25
de Trabajo Graciela Camaño, la ministra de Educación Graciela Giannettasio y la
ministra de Desarrollo social Nélida Doga. En el discurso pronunciado por el Pre- 5

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sidente, el carácter del lineamiento político neoindigenista se expresa con nitidez.


Allí se instaba a los indígenas a organizarse a fin de “romper con [la] exclusión”. Se
anunciaba que tanto el otorgamiento de becas como la inclusión efectiva a los pro-
gramas sociales –particularmente el de Jefas y Jefes de Hogar– sólo sería posible en
tanto las comunidades indígenas se “ordenaran” activamente en su consecución.
En palabras del presidente Duhalde:

“recién… firmamos, que todo joven indígena que vaya a un colegio secundario va
a tener ayuda del Estado mediante becas, útiles, libros y cuadernos. Esto es lo que
hemos firmado recién. Pero estas cosas que se firman luego es difícil llevarlas a cabo
si las comunidades indígenas por sus propios medios, organizándose en consejos en
cada provincia o en cada área de una provincia donde se encuentren, no están en-
teradas […] Entonces hoy también vamos a ver de qué manera formamos los con-
sejos consultivos indígenas para que sean los propios indígenas los que nos digan a
qué familias les corresponde el tema social […] Por lo tanto es importante que se
organicen en la organización que ustedes mismos se dan pero sepan que de alguna
manera tienen que estar conectados con la Secretaría de Asuntos Indígenas para
poder tener los listados” (Discurso del Presidente Duhalde, 17/3/2003).

Arribamos pues a la ejecución de un programa que no se limita a otorgar una


ayuda social distribuida mecánicamente a los beneficiarios sino que, apelando a
una sensibilidad por “los diferentes” distinguidos como “los excluidos de toda ex-
clusión”, interpreta el marco jurídico referente al derecho indígena en la dirección
de incluir la “problemática indígena” desde ciertas coordenadas políticas donde
“los beneficiarios de la asistencia social tienen ‘obligaciones’, no derechos” (Handler,
2003:173). A la vez, el impulso oficial a la conformación de los consejos consul-
tivos indígenas aparenta abrir un medio para canalizar las demandas de participa-
ción que el activismo indígena viene efectuando.

VI. Consideraciones finales


Durante el lapso temporal que analizamos, el apelar a “la crisis en que vive el país” 100

constituyó un arma privilegiada en la lucha hegemónica que permitió legitimar


95
ciertas prácticas políticas descriptas como “las únicas posibles”. La pobreza fue tra-
tada como deus ex machina desvinculada de los procesos sociales que promueven 75
sus condiciones de emergencia, poniendo en evidencia el vacío respecto de una po-
lítica indígena tendiente a reconocer a los pueblos indígenas como “sujetos de dere-
cho” en vez de como “sujetos de asistencia”. En dicha coyuntura, la intervención
25
política respecto a la problemática indígena se mostró eficaz como medio desde
donde reafirmar una gestión de gobierno que, aunque de transición, se “acordó” de 5
los comúnmente “olvidados” de la historia, al mismo tiempo que contorneaba una
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vez más aquello pasible de ser demandado, diferenciándolo de lo que constituye un


exceso intolerable (Briones, 1999).
En la Resolución 121 de creación de Consejos Consultivos de las Comunidades
Indígenas emitida por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social parece
cristalizarse –retomando la expresión de Dagnino (2002b)– una especie de “con-
fluencia perversa”: se habilita la participación indígena, pero en términos acotados
a administrar, controlar y regular los Planes Jefas y Jefes de Hogar. Ahora bien, si
bien no renuncian a una “incorporación subordinada” del indígena mediante la ex-
tensión de planes sociales focalizados que se pretenden revestir de un carácter uni-
versalizador, las intervenciones estatales analizadas lo hacen de un nuevo modo.
Investidas de un “aura democratizante”, “abiertas” a las demandas formuladas,
“sensibles” a los problemas sociales, incentivan la asunción activa por parte de los
llamados “beneficiarios” de su autocuidado, con el fin de que éstos adhieran con su
compromiso a la “resolución” de su propia exclusión.
Lo que parece abrirse paso en materia de política indígena a partir de estos úl-
timos años es una nueva forma de intervención que tiene como pilar la participa-
ción –estrategia que permite legitimar los corrimientos sucesivos de las agencias es-
tatales en determinados asuntos, poniendo el acento en las responsabilidades que,
en todo caso y según esta perspectiva, deben asumir los indígenas a fin de concretar
los propósitos definidos de antemano por ellas mismas. Así es como comienzan a
proliferar los discursos estatales que explican “el estado de exclusión” del sector in-
dígena atribuyéndolo a su falta de capacidad organizativa, tanto para efectivizar su
participación en el gobierno del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, como
para conseguir el financiamiento de becas o la adjudicación de programas sociales.
Se consolida así un proceso de construcción de hegemonía en el cual “lo que co-
mienza siendo una norma que debe ser implantada en el interior de los ciudadanos
puede ser reformulada como una demanda que los ciudadanos pueden hacer a las
autoridades” (Rose, 1997:39).
Sobre este telón de fondo, en los días 16 y 17 de agosto de 2002 se produjo un
hecho que puso en evidencia los límites de la política indigenista gubernamental.
Nos referimos al conjunto de hechos denunciados en Lote 68, en las afueras de la 100

capital de Formosa donde, según se denunció públicamente, una fuerza policial


95
amparada por el prejuicio racial cometió graves abusos en perjuicio de familias
17
Qom. Ante los hechos consumados –que expusieron dramáticamente la vulnera- 75

17 “Un indio debe pagar…” fue el lema que movilizó a más de 100 policías para ingresar a la comuni-
dad, detener y torturar a ciudadanos Qom, incluyendo menores de edad, en supuesta venganza por un
hecho delictivo no aclarado. El hecho fue difundido, denunciado y repudiado por ENDEPA, APDH For- 25
mosa, SERPAJ, INCUPO, Equipo Pueblos Indígenas y Equipo Nizkor –entre otras instituciones– y mere-
ció en esos días la visita al Lote 68 de la Comisión de DDHH de la Cámara de Diputados de la Nación re- 5
presentada en la Diputada Nacional M. Bordenave.
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bilidad de los ciudadanos indígenas en una sociedad construida en base a la legiti-


mación política de la desigualdad– el gobierno nacional, interpelado por el Relator
Especial sobre la Tortura de las Naciones Unidas, Theo Van Boven, inició una ca-
dena de “pase de consultas” que fue de la Dirección de DD.HH. del Ministerio de
Relaciones Exteriores a la Secretaría de DD.HH. del Ministerio de Justicia, Segu-
ridad y Derechos Humanos y al INADI (Ministerio del Interior) y, de estas dos
agencias al INAI (Ministerio de Desarrollo Social). El presidente del INAI pidió en-
tonces un informe al presidente del Instituto de Comunidades Aborígenes de For-
mosa, Roberto Vizcaíno, y reenvió la respuesta de éste a los anteriores. De esta ma-
nera, cada agencia gubernamental nacional eludió dar una respuesta por sí misma,
localizando la responsabilidad en otra parte de la estructura, y los hechos quedaron
finalmente relegados a un asunto que competiría a la justicia ordinaria provincial.
El reclamo de los Qom no fue atendido con la misma premura y formalidad
–más allá de una carta de J. Pereda disculpándose por no haber concurrido al lugar
durante su visita a Formosa en la semana de los hechos denunciados–, pese a que
entre los denunciantes se encontraban algunos de quienes en el 2001 habían sido
llamados provisoriamente a integrar la participación indígena en el Consejo Provi-
sorio del INAI. Es decir, el gobierno en su conjunto y cada una de sus instituciones
no se hicieron cargo de que entre los factores que intervinieron en este hecho se
contaba no sólo la violencia policial –que en verdad, afecta a sectores más amplios
de la población y que se muestra como “coletazo” de estilos y relaciones de poder
cimentados durante la última dictadura militar y aún no desmantelados– sino es-
pecialmente la conflictividad interétnica que se dirime siempre en favor del sector
hegemónico y que no se soluciona con la instalación de Consejos Consultivos lo-
cales. La declamada participación de dirigentes en las cadenas de distribución de fa-
vores gubernamentales no alcanzó para enfrentar la impunidad de los violentos.
De esta manera, el gobierno nacional –y especialmente el INAI como agencia es-
pecífica, a través de su Presidencia– se negó a asumir la oportunidad de encarar la
política indígena como algo más que la inclusión de indígenas en listas de benefi-
ciarios de asistencia de necesidades elementales, profundizando el carácter frag-
mentador de su lectura de la realidad social y desoyendo la experiencia de décadas 100

de historia.
95

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5
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Impreso en Pavón 1625, Lanús, Pcia de Buenos Aires, en el mes de Junio de 2008.
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