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Argentinas
Políticas indigenistas y formaciones
provinciales de alteridad
Claudia Briones
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1 edición: 2005, Editorial Antropofagia.
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1 reimpresión, mayo de 2008, Editorial Antropofagia.
www.eantropofagia.com.ar
ISBN 978-987-1238-03-3
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Índice
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Capítulo 1:
Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos nacionales y
provinciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Claudia Briones
Capítulo 2:
El “estado del malestar”. Movimientos indígenas y procesos
de desincorporación en la Argentina: el caso Huarpe . . . . . . . . . . . . 39
Diego Escolar
Capítulo 3:
Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente
a la hegemonía en Chubut . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Ana Ramos y Walter Delrio
Capítulo 4:
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro . . . . . . . . . . . 101
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff,
Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
Capítulo 5:
La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía
y alteridad en una provincia joven. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Laura Mombello
Capítulo 6: 100
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Capítulo 8:
Política indigenista del estado democrático salteño
entre 1986 y 2004 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
Morita Carrasco
Capítulo 9:
Neoindigenismo de necesidad y urgencia: la inclusión de los Pueblos
Indígenas en la agenda del Estado neoasistencialista . . . . . . . . . . . 245
Diana Lenton y Mariana Lorenzetti
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
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Prefacio
E ste libro reúne las investigaciones realizadas entre enero de 2001 y abril de
2004 por el GEAPRONA, Grupo de Estudios en Aboriginalidad, Provincias y
Nación, con lugar de trabajo en La Sección Etnología y Etnografía del Instituto
de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires. Como toda obra colectiva se ha ido entramando a partir del cruce
tanto de historias institucionales y circunstanciales, grupales y personales, como
de reuniones periódicas para la discusión colectiva de los trabajos realizados y las
condiciones en que los realizamos. Aunque nuestros intercambios sistemáticos
nos permitieron precisar intereses, delimitar agendas de investigación y abrir
nuevas perspectivas, cada capítulo refleja las inquietudes, experiencias de trabajo
y perspectivas particulares de autores y coautores, en diálogo con las peculiarida-
des de los casos y/o problemas abordados. En tal sentido, apostamos a mantener
abierta la tensión resultante de circunscribir preguntas comunes y generalizar de-
bates, sin forzarnos a uniformar ni los encuadres ensayados ni las vías de explora-
ción o interpretaciones enfatizadas.
Una de las peculiaridades de los integrantes del equipo es que todos prove-
nimos de trayectorias de investigación y colaboración vinculadas a los Pueblos
Originarios que habitan lo que hoy se conoce como República Argentina, a sus
reivindicaciones y reclamos, a sus derechos, producciones culturales y procesos
organizativos. Como antecedentes inmediatos de la formación del GEAPRONA,
algunos de nosotros formamos en 1997 el GELIND (Grupo de Estudios en Legis-
lación Indígena), para sistematizar un abordaje antropológico de la actualización
de los marcos jurídicos desde los cuales se empezó a abordar desde los 1980s en el
1
país y en el mundo la especialidad de los derechos indígenas. Otros veníamos
también trabajando desde 1996 con el GEADIS (Grupo de Estudios en Antropo-
logía y Discurso) apuntando a dar cuenta de prácticas discursivas de pertenencia
2
y exclusión desde una perspectiva metapragmática. En el marco de estos y otros
espacios de reflexión, comenzamos a visualizar la necesidad de trabajar co-cons- 100
1 El GELIND ha venido trabajando con financiamiento del CONICET desde 1997 bajo la dirección de
la Dra. Alejandra Siffredi, y con financiamiento UBACYT bajo mi dirección entre 1998 y 2001. Origi- 95
nalmente, el equipo estuvo además integrado por Morita Carrasco, Diego Escolar, Diana Lenton, Axel
Lazzari, Juan Manuel Obarrio, y Ana Spadafora. 75
2 Entre 1995 y 1998, esta labor quedó enmarcada en el UBACYT FI020, “Discurso y Metadiscurso
como procesos de producción cultural en el área mapuche argentina.”, que dirigí con la colaboración de
la Dra. Lucía Golluscio y la participación de Silvia Calcagno, Corina Courtis, Diego Escolar, Diana
Lenton, Ana Ramos y Vivian Spoliansky. Entre 1998 y 2001, continuamos esta línea de investigación 25
desde el UBACYT FI059 “Construcciones de alteridad. Discursos de pertenencia y exclusión.”, dirigido
por la Dra. Lucía Golluscio, al que se sumaron Walter Delrio, Yun Sil Jeón, Laura Kropff, Claudia 5
Oxman, Mariela Rodríguez, Susana Skura y Alejandra Vidal.
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yendo más allá de una mera instancia jurídico-administrativa y una geografía na-
turalizada, devenía nivel crítico de lectura de aboriginalidades situadas. Conci-
biendo a su vez que los reclamos indígenas dialogan y reinscriben críticamente 25
construcciones e imaginarios hegemónicos de distintos órdenes, asumimos in-
cluso que el análisis de las formas que han ido tomando las demandas indígenas es 5
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Prefacio 7
una vía de acceso privilegiada para mapear tanto los conflictos entre el estilo na-
cional y los estilos provinciales de imaginación de otros internos, como la efecti-
vidad residual de condiciones materiales de existencia de larga duración, acu-
ñadas en esa tensión entre lineamientos de orden nacional y provincial.
Presentamos por tanto aquí los resultados de nuestros primeros años de tra-
bajo. Los entendemos y compartimos como articulación de diagnósticos y des-
cripciones densas sobre las cuales amarrar algunas explicaciones provisionales,
para profundizar de aquí en más nuevos interrogantes surgidos a partir tanto de
los desempeños en curso de los agentes y agencias evaluadas, como de nuestro
propio trabajo. Si no es sencillo sostener en el tiempo la conformación de un
equipo de investigación en contextos que no contemplan retribuciones para inte-
grantes sin inserción institucional rentada, la pasión y dedicación de los inte-
grantes han suplido las insuficiencias provenientes de financiamientos exiguos.
En tal sentido, agradecemos a la Universidad de Buenos Aires la libertad que nos
diera para conformar un colectivo interdisciplinario –con mayoría de antropó-
logos, pero también un abogado y un historiador– tan diaspórico como diverso
en su composición y afiliaciones institucionales. Esto es, un equipo integrado por
personas con residencia permanente en Buenos Aires, pero también en Neuquén,
Río Negro o en lugares transitorios de perfeccionamiento; todos nosotros do-
centes e investigadores formados y en formación, en su mayoría de la propia UBA,
pero también de la Universidad Nacional del COMAHUE y del CONICET, al-
gunos como becarios y/o tesistas de licenciatura, maestría y doctorado en la insti-
tución patrocinante o en otras instituciones nacionales y del extranjero.
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Capítulo 1:
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que Donna Van Cott define como “multiculturalismo constitucional” (Van Cott,
2000) se las piensa y postula como derecho (Taylor, 1992), como capital social
(Doménech, 2004), como recurso político (Turner, 1993) y/o como recurso
económico (Yúdice, 2002).
En conjunto y más allá de anclajes particulares según los casos, los nuevos orde-
namientos multiculturales que estas redefiniciones vienen proponiendo –sobre
todo en contextos como el latinoamericano– han estado siempre en diálogo y reins-
cribiendo al menos tres de las paradojas principales que parecen propias de la era.
Primero, el reconocimiento de derechos especiales o sectoriales va de la mano de
la tendencia a la conculcación de los derechos económico-sociales universales. Por
una parte, esta habilitación de derechos especiales en un contexto de quebranta-
miento de los derechos universales lleva a que –a pesar de los reconocimientos retó-
ricos– los PIs sigan formando mayoritariamente parte de las poblaciones nacio-
nales que peor ranquean en términos de Necesidades Básicas Insatisfechas. Por la
otra, a que los restantes componentes no indígenas de estas poblaciones muchas
veces recepcionen desfavorablemente la “particularidad” de sus reclamos, concu-
rriendo con interpretaciones hegemónicas que estigmatizan las demandas y de-
mandantes indígenas como encarnación de meras instrumentalizaciones identita-
2
rias para “sacar provecho” de circunstancias difíciles “para todos”.
Segundo, se viene dando una curiosa convergencia entre las demandas indí-
genas de participación y la manera en que la gubernamentalidad neoliberal tiende a
auto-responsabilizar a los ciudadanos de su propio futuro, en tanto sujetos defi-
nidos como consumidores autónomos y con libertad de elección (Rose, 2003).
Evelina Dagnino (2002a, 2002b y 2004) define esta convergencia como “con-
fluencia perversa”, en tanto las justas demandas de participación activa que se rea-
lizan desde la sociedad civil se ven potenciadas por una reconfiguración de la so-
ciedad política que viene promoviendo el repliegue estatal al momento de atender
responsabilidades sociales básicas. Los esposos Comaroff (Comaroff y Comaroff,
2002) identifican esta paradoja como la que lleva a promover una politización de
las identidades en contextos de despolitización de la política. En otra parte, suge-
rimos cómo la misma opera en el país alentando cambios sobre las políticas de la 100
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ceptos que he/mos venido desarrollando para leer “las peculiaridades nacionales”
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como parte de ordenamientos más vastos que no se acotan a lo político. Articu-
lando de maneras sui generis los recursos económicos en disputa, los mecanismos 75
políticos para asegurar esos recursos y las concepciones sociales legitimadoras de lo
que en cada momento se pueda definir como statu quo (Cornell, 1990), sostuvimos
en otra parte que esos ordenamientos han resultado en co-construcciones situadas
25
3 Para obtener un panorama en esta dirección, consultar por ejemplo Escárzaga (2004); Gros 5
(2000); Sieder (2002 y 2004).
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nes, 1998a) como tipo de alteridad cuya particularidad ha pasado en todo caso por
sublimar las dinámicas y efectos de la relación colonial como distancias culturales,
temporales y espaciales respecto de la autoctonía de algunos. Pero como otras alte-
rizaciones, la aboriginalidad también ha conllevado jerarquizar horizontal y verti-
calmente al conjunto de ciudadanos “normales”/normalizados y a los definidos
como otros internos (en este caso, indígenas, aborígenes, indios, etc.), en base a dis-
positivos de totalización e individuación que inscriben campos de visión diferen-
ciados para cada cual (Corrigan y Sayer, 1985), según estrategias de espacializa-
ción, temporalización y substancialización (Alonso, 1994) que atribuyen dispares
consistencias, porosidades y fisuras a los contornos (auto)adscriptivos tanto del
“nosotros” desmarcado como de los contingentes sociales selectiva y explícitamen-
te etnicizados y/o racializados.
Ahora bien, la necesidad de poner “la cuestión indígena” en una matriz más
compleja de alterizaciones y normalizaciones, nos fue llevando a introducir otros
conceptos. Sostuvimos que la posibilidad de explicar la re-producción material e
ideológica de grupos selectivamente racializados y etnicizados desde un abordaje
materialista dependía de prestar atención no sólo a la economía política, sino a la
economía política de producción de diversidad cultural (Briones, 2001a). Partiendo
de ver a la cultura como un hacer reflexivo, como un medio de significación que
puede tomarse a sí mismo como objeto de predicación (Briones y Golluscio,
1994), advertimos no sólo que la cultura es un proceso disputado de construcción
de significado, sino que toda cultura produce su propia metacultura (Urban,
1992), esto es, nociones en base a las que ciertos aspectos se naturalizan y definen
como a-culturales, mientras algunos se marcan como atributo particular de ciertos
otros, o se enfatizan como propios, o incluso se desmarcan como generales o com-
partidos. Al convertir explícita o implícitamente a las cultura “propia” y “ajena” en
objetos de la representación cultural, esas nociones metaculturales generan su
propio régimen de verdad (Foucault, 1980) acerca de las diferencias sociales, ju-
gando incluso a reconocer la relatividad de la cultura como para reclamar universa-
lidad y vice-versa (Briones, 1996 y 1998b).
En este marco, la idea de trabajar sobre economías políticas de producción de di- 100
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torno a ellas– invisibilizando ciertas divergencias y tematizando otras, esto es, fi-
jando umbrales de uniformidad y alteridad que permiten clasificar a dispares con-
tingentes en un continuum que va de “inapropiados inaceptables” a “subordinados
tolerables” (B. Williams, 1993).
Ahora bien, ese continuum no obsta que se identifiquen “tipos” de otros internos
en base a marcas particulares –por ejemplo, “indígenas”, “afrodescendientes”, “in-
migrantes”, “criollos”, en países latinoamericanos, o los cinco troncos racializados
que conforman el modelo del pentágono étnico en los EE.UU.–. Inicialmente, con-
vergimos con la idea de Segato (1991, 1998a, y 1998b) de hablar de “matrices de
diversidad”. Con el tiempo, postulamos que el juego históricamente sedimentado
de marcas va entramando formaciones nacionales de alteridad cuyas regularidades y
particularidades resultan de –y evidencian– complejas articulaciones entre sistemas
económicos, estructuras sociales, instituciones jurídico-políticas y aparatos ideoló-
gicos prevalecientes en los respectivos países (Briones, 2004).
Nuestra noción de formaciones nacionales de alteridad surge entonces de resigni-
ficar la noción de “formación racial” de Omi y Winant (1986) ya que, si bien nos
negamos a ver sólo la raza como eje central de las relaciones sociales, sí apuntamos a
dar cuenta del doble proceso por el cual fuerzas sociales, económicas y políticas que
determinan el contenido y la importancia de las categorías sociales –así como el in-
terjuego de distintos clivajes de desigualdad– son, a su vez, modeladas por los signi-
ficados y significantes categoriales mismos, deviniendo por ende factor constitu-
yente tanto de las nociones de “persona” y de las relaciones entre individuos, como
también componente irreductible de las identidades colectivas y de la estructura
social. Entendemos por tanto que tales formaciones no sólo producen categorías y
criterios de identificación/clasificación y pertenencia, sino que –administrando je-
rarquizaciones socioculturales– regulan condiciones de existencia diferenciales
para los distintos tipos de otros internos que se reconocen como formando parte
histórica o reciente de la sociedad sobre la cual un determinado Estado-Nación ex-
tiende su soberanía. Así, aun cuando tales contingentes son construidos como par-
cialmente segregados y segregables en base a características supuestamente “pro-
pias” que portarían valencias bio-morales concretas de “autenticidad”, los mismos 100
van quedando siempre definidos por una triangulación que los especifica entre sí y
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los (re)posiciona vis-à-vis con el “ser nacional” (Briones, 1998c).
Paralelamente, aún cuando las formaciones nacionales de alteridad tienen una 75
notable eficacia residual por la forma en que se entraman desde lo que hegemónica-
mente se erige como mito-motor de la “identidad nacional”, con el tiempo se trans-
forman –como ilustran algunos estudios de caso que se presentan en este libro–
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tanto las valencias o valorizaciones relativas de los diversos contingentes, como las
políticas que, de forma siempre contextual y temporalmente contingente, buscan 5
fortalecer o debilitar los distintos contornos (auto)adscriptivos. En este marco, la
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de una lógica espacial. Es que la idea de que las identidades se construyen por dife-
rencia es, según este autor (1996), legado típico de una modernidad que siempre se
ha construido a sí misma diferenciándose de otro –como “tradición” en sentido
temporal, o como “los primitivos”/“los étnicos” en tanto otros espaciales transfor-
mados en otros temporales– en un juego que confina a los/sus “otros” a responder
por inversión. Para escapar entonces a esta idea de diferencia y a los efectos ideoló-
gicos de la misma modernidad, Grossberg propone empezar a notar que la peculia-
ridad de lo moderno –aunque se construya a sí mismo en clave temporal, haciendo
de la subjetividad una conciencia del tiempo interno, de la identidad una construc-
ción temporal de la diferencia, y de la agencia un desplazamiento/diferimiento
temporal de la diferencia– pasa por postularse como diferencia siempre diferente
de sí misma a lo largo del tiempo y el espacio. En consecuencia, sostiene el autor,
esos tres planos de individuación también pueden y deben ser entendidos desde su
6
lógica espacial.
En lo concreto, la propuesta de ver cómo el Estado federal y los estados provin-
ciales ponen “su diversidad interior” en coordenadas témporo-espaciales a través de
geografías de inclusión y exclusión retoma la propuesta de Grossberg (1992 y
1993) de analizar los modos por los cuales los sistemas de identificación y perte-
nencia son producidos, estructurados y usados en una formación social, a través de
la articulación de maquinarias –organizaciones activas de poder– tanto estratifica-
doras y diferenciadoras, cuanto territorializadoras. En esto, si las maquinarias estrati-
ficadoras dan acceso a cierto tipo de experiencias y de conocimiento del mundo y
del sí mismo –produciendo la subjetividad como valor universal pero desigual-
mente distribuido–, las maquinarias diferenciadoras se vinculan a regímenes de
verdad responsables de la producción de sistemas de diferencia social e identidades
–en nuestro caso, sistemas de categorización social centralmente ligados a tropos de
pertenencia selectivamente etnicizados, racializados, o desmarcados–. Por su parte,
las maquinarias territorializadoras resultan de regímenes de poder o jurisdicción
que emplazan o ubican sistemas de circulación entre lugares o puntos temporarios
100
6 Desde esta mirada, la subjetividad se nos revela como experiencia del mundo desde posiciones par-
95
ticulares que, aunque sean “direcciones” temporarias, determinan el acceso al conocimiento y devienen
lugares de apego construidos como “hogares” desde cuya geografía hablamos. En similar dirección, el
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self o la identidad remite a diferentes vectores de existencia ligados a espacios tanto regionales como na-
cionales y globales que –pudiendo estar enclavados, o permitir mucha movilidad, o excluirnos de otros–
involucran un sistema complejo de movilidades superpuestas y en competencia, e incluso condicionan
las alianzas que se pueden realizar entre distintas identidades o mapas de existencia espacial. La agencia,
por su parte, emerge como una cuestión de distribución de agentes y de actos dentro de espacios y luga- 25
res que no son puntos de origen pre-existentes, sino producto de sus esfuerzos por organizar un espacio
limitado. Remite así a instalaciones estratégicas posibilitadas por movilidades estructuradas que definen 5
y habilitan ciertas formas de agencia y no otras para poblaciones particulares (Grossberg, 1996).
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mólogo, explorar las digestiones por parte de PIs, elites locales y estados provin-
ciales de los criterios de gestión de la diversidad promovidos por el Estado federal,
así como la recepción e impacto de las propuestas emanadas de distintas provincias
en el ámbito nacional.
7 George Yúdice ha aportado recientemente una idea de performatividad cultural de peculiar rele-
vancia para entender dinámicas nacionalmente diferenciadas de recreación y procesamiento de marca-
ciones y reclamos, de políticas de estado y luchas por reconocimiento. Con el concepto de performativi-
dad, Yúdice alude a encuadres de interpretación que encauzan la significación del discurso y de los
actos, no sólo desde la perspectiva de los marcos conceptuales y pactos interaccionales, sino también de 100
los condicionamientos institucionales del comportamiento y de la producción de conocimiento. Gene-
rados por relaciones diversamente ordenadas entre las instituciones estatales y la sociedad civil, la magis-
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tratura, la policía, las escuelas y las universidades, los medios masivos, los mercados de consumo, etc.,
esos encuadres permitirían explicar –según el autor– por qué distintos estilos/entornos nacionales pro-
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mueven una absorción o receptividad diferente ante nociones como la de “diferencia cultural” que po-
seen vigencia y aceptación mundial, y ejercen de manera también diferente el mandato globalizado de
reconocer el derecho a la diferencia cultural que imponen instituciones intergubernamentales y agen-
cias multilaterales (Yúdice, 2002: 60-61 y 81). En esto, el argumento de Yúdice de que todo entorno
nacional está constituido por diferencias que –recorriendo la totalidad de su espacio– “son constitutivas 25
de la manera como se invoca y se practica la cultura” (Yúdice, 2002: 61) muestra notable cercanía a las
preocupaciones y propuestas que venimos reseñando, y amplía a la vez el campo de observación para 5
trabajar racializaciones y etnicizaciones desde un contextualismo radical.
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juego. A la par de trazar distancias nítidas respecto de ciertos otros externos (los
“aindiados hermanos” de ciertos países latinoamericanos) en base a un ideario de
nación homogéneamente blanca y europea, se secuestra y silencia internamente la
existencia de otro tipo de alteridades, como la de los pueblos indígenas–supuesta-
mente, siempre pocos en número y siempre a punto de terminar de desaparecer por
completo–y también la de los afro-descendientes, pues las poblaciones asociadas a
un remoto pasado africano ligado a la esclavitud no encuentran cabida alguna en
9
un “venir de los barcos” que parece acotarse a los siglos XIX y XX.
Segato (1998b) destaca que distintos países pueden echar mano a un mismo
tropo, aunque para realizar operaciones cognitivas diversas. Señala entonces que,
aun partiendo de la metáfora del “crisol de razas”, las ideologías nacionales hege-
mónicas de Estados Unidos, Brasil y Argentina han administrado de manera dispar
la tensión entre la homogenización de ciertas poblaciones como núcleo duro de la
nacionalidad, y la heterogeneización de otras como distintos tipos de otros internos
diferencialmente posicionados respecto de las estructuras de acceso a recursos ma-
teriales y simbólicos clave. Así, explicita Segato que, en Argentina, la metáfora del
crisol usada para construir una imagen homogénea de nación ha ido inscribiendo
prácticas de discriminación generalizada respecto de cualquier peculiaridad idio-
sincrática y liberando en el proceso a la identificación nacional de un contenido ét-
nico particular como centro articulador de identidad (una nación uniformemente
blanca y civilizada en base a su europeitud genérica). Tales prácticas habrían propi-
8 Las ideas presentadas en este acápite han sido progresivamente desarrolladas en distintos trabajos,
pero estas páginas guardan muchas afinidades con uno en particular (Briones, 2004), que fue escrito
casi en paralelo. Aquí el propósito es trazar una acuarela que enfatice los rasgos preponderantes en las
imágenes y prácticas propiciadas desde los centros de poder material y simbólico que, en Argentina y
como reza el dicho sobre Dios, a menudo vienen atendiendo en/desde Buenos Aires y/o se instalan en
una lugar porteño de enunciación. Los capítulos sucesivos mostrarán los no pocos matices y desafíos
que se realizan desde distintas provincias o sectores y en diferentes épocas sobre estas narrativas maestras
de nacionalidad y estatalidad.
9 Así, la supuesta extinción de las personas de color y sus cofradías acontece en los imaginarios nacio-
nales de manera tan subrepticia como misteriosa y silenciosa. A través de los actos escolares, por ejem- 100
plo, los niños aprenden que sólo para el festejo del 25 de Mayo de 1810, por el inicio de la independen-
cia nacional, les toca a algunos disfrazarse de caballeros patriotas y damas de sociedad, mientras que a
95
otros y otras le corresponde ennegrecer sus caras con corcho, para representar a serenos, candileros, ma-
zamorreras, vendedoras de empanadas, jaboneros heredados de la sociedad colonial. Ninguna otra re-
75
presentación de la historia patria requiere volver a usar los corchos ennegrecidos, como si la presencia de
negros en esa historia no se extendiese más allá de los momentos iniciales de conformación de un país
independiente. En consecuencia, no sorprende que quienes hoy puedan ser “a simple vista” clasifica-
bles como “negros” –“negros mota” o “negros negros”, diría Frigerio (2002), para recuperar la diferen-
cia que hace el sentido común entre afro-descendientes y los “cabecitas negra”– queden vinculados a 25
migraciones más o menos recientes, producidas supuestamente no ya desde África sino desde Uruguay,
Brasil o los EE.UU.– puesto que tampoco está demasiado visibilizada la inmigración caboverdiana (de 5
Liboreiro, 2001).
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ciado además una vigilancia difusa de todos sobre todos que, basándose en reprimir
la diversidad, se habría acabado extendiendo a diversos dominios de lo social
(Segato, 1991:265).
Sobre esta base, diría que la formación maestra de alteridad en Argentina fue re-
sultando de una peculiar imbricación de maquinarias diferenciadoras, estratifica-
doras y territorializadoras, habilitantes de un conjunto de operaciones y desplaza-
mientos que, para sintetizar el argumento, agruparía en torno a tres lógicas
principales. Una de incorporación de progreso por el puerto y de expulsión de los
“estorbos” por las puertas de servicio, primera lógica que se liga a una segunda de
argentinización y extranjerización selectiva de alteridades, estando a su vez ambas
lógicas en coexistencia con una tercera de negación e interiorización de las líneas de
color. Veamos.
En Argentina, como en otros países, la espacialización de la nacionalidad ha
operado en base a metáforas que jerarquizan lugares y no-lugares. Al menos desde
la Generación de 1837, el país se autorrepresenta con una cabeza pequeña pero po-
derosa –el puerto de Buenos Aires– destinada como centro material y simbólica-
mente hegemónico tanto a ordenar y administrar las “limitaciones” de un cuerpo
grande pero débil –el “Interior”– como a llenar los vacíos circundantes, la tierra de
10
indios o tierra adentro sintomáticamente concebida como desierto. Esa cabeza ha
oficiado de entrada principal que diseña y posibilita un “venir de los barcos” desti-
nado a fortalecer y embellecer la contextura del tronco y poblar las extremidades.
Aún hoy, esa puerta se piensa ancha y generosa en lo que hace a dar cabida a “todos
los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, como reza el
preámbulo de la constitución. Ha administrado y administra empero los flujos en
base a una circulación de mano única. Mientras que para algunos oficiaba de en-
trada triunfal a promesas de movilidad ascendente, para elementos europeos inde-
seables devino con el tiempo puerta giratoria que los devolvería a sus lugares de
11
procedencia. Así, el hábito que se inaugura a principios de siglo XX de identificar
para sucesivas generaciones de elites morales –mandato canonizado por Juan Bautista Alberdi con el
axioma “gobernar es poblar”–. Aunque en términos de políticas públicas ese axioma se inscribe estatal- 95
mente de manera explícita hasta mediados del siglo XX (Lazzari 2004), en términos de imaginarios per-
siste hasta ahora, tras el dicho de sentido común de que “hay que poblar la patagonia”. 75
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de raza blanca, para superiorizar los elementos híbridos y mestizos que constituyen la base de la pobla-
ción del país y que posiblemente son de origen amarillo (en Lenton 1994).” La novedad de este testimo- 95
nio respecto de otros es menos la racialización que abarca y ordina aquí a los mestizos respecto de “la
raza blanca”, que la claridad con que muestra una lógica hipogámica (Harrison 1995). Retomaremos 75
luego la operatoria de esta lógica. Baste decir aquí respecto del razonamiento de Ayarragaray que los
mestizos o criollos deben ser “superiorizados” porque son fruto de una mezcla hispano-indígena donde
el componente indígena racialmente subvaluado –aquí, además, en base a la atribución de orígenes
transpacíficos prehistóricos también “amarillos”– contaminó y arrastró hacia abajo al que por sí mismo 25
estaba un poco mejor valuado (el español).
12 Agradezco a Ricardo Abduca un comentario que, realizado hace varios años al pasar, me invitó a 5
prestar atención a este punto y me llevó a empezar a hacer un mapa de “recurrencias” en esta dirección.
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del nosotros nacional, Natalia Otero y Laura Colabella (2002) explican los criterios
en que tales funcionarios apoyaban su “brillante deducción”: como no hay
argentinos negros, toda persona de aspecto afro debe ser extranjera.
A su vez, estas formas de territorializar y diferenciar pertenencias se imbrican
con una segunda lógica de substancialización (Alonso, 1994) que entrama “la gran
familia argentina” en base a maquinarias diferenciadoras que aplican de manera
asimétrica los principios de jus solis y el jus sanguinis para argentinizar o extranje-
rizar selectivamente distintas alteridades. Por ejemplo, mientras idealmente la ciu-
dadanía argentina se adquiere por el principio de jus solis –principio que permitió
argentinizar a la descendencia de la inmigración europea– otras alteridades son per-
manentemente extranjerizadas en base a la aplicación asimétrica del principio del
jus sanguinis. Así, la chilenidad imputada a habitantes mapuche suele correspon-
derse no con su lugar de nacimiento sino con el lugar de procedencia se sus
antepasados remotos (Briones y Lenton, 1997).
Paralelamente, las dos lógicas anteriores se articulan con una que, adoptando en
lo explícito la ideología racial propia de los EE.UU. –ideología que toma la negritud
como epítome de lo racial– lleva simultáneamente a negar la existencia de racismo
en el país y a interiorizar las líneas de color. Esta tercera lógica preside compleja-
mente la vigencia de dispares requisitos para la argentinización de distintos tipos de
otros internos, a la par de propiciar una peculiar racialización de la subalternidad
(Guber, 2002; Margulis, Urresti et al., 1998; Ratier, 1971), para dar cuenta de
quienes no pueden ser ni eyectados ni extranjerizados, a riesgo de perder una masa
crítica de subalternos que hegemonizar. Pero vayamos por partes.
Una vez que la nación argentina se postula (desea ver o proyectar) como homo-
géneamente blanca y europea –hallando en esto un criterio de diferenciación fun-
damental respecto de otros países de Latinoamérica– no queda lugar para dos mo-
vimientos que han sido ensayados por otras ideologías nacionales. El primer
movimiento se liga a que el precepto de homogeneidad desaconseja trazar –como
en EE.UU., por ejemplo– líneas de color que dividan una entidad discreta e intro-
duzcan un diagrama de mosaico. Posiblemente, el deseo de europeizar la nación en
todo sentido estuviese en la base de una irrestricta admiración por ciertos países eu- 100
ropeos como Francia y Gran Bretaña, cuyo liberalismo y trayectorias coloniales les
95
permitían practicar ultramarinamente un racismo que –a diferencia de los EE.UU.–
tendían a enmascarar “puertas adentro”. En este sentido, la admiración hacia los 75
EE.UU. parecía ya desde Sarmiento expuesta a cierta cautela, entre otras cosas por la
forma de hacer de las líneas de color un principio estructurante de la nación.
Obviamente, esta autodefinición por contraste lejos está de impedir la ocurrencia
25
de racismo. En todo caso, lo alimenta en base a otro tipo de prácticas de racializa-
ción. Así, la recurrente posibilidad de sostener al menos desde la década de 1870 5
que ya no había negros argentinos (de Liboreiro, 2001) no pasa simplemente por
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no quererlos ver –como veremos, el color se ve y toma en cuenta, pero para inter-
pretarlo de otra manera– sino por teorías sociales de la raza que operan en base a
ideas sui generis o bien de extinción o bien de paulatina asimilabilidad. Esas teorías
alimentan a la vez hipótesis distintivas respecto de las posibilidades, operatoria y
consecuencias del “mestizaje” y el “blanqueamiento” –lo que nos remite al segundo
movimiento particularizador del caso argentino que me interesa explicitar.
El mito del desierto a ser poblado (europeizado) mediante políticas de inmigra-
ción se basa en una valoración no sólo de los indígenas sino de las masas his-
pano-indígenas o criollas que tempranamente muestra que el discurso hegemónico
de la nacionalidad argentina va a adoptar una ideología de mestizaje muy distinta a
la vigente en otros países de Latinoamérica, donde la hibridación opera como tropo
maestro de la conformación nacional (Briones, 2002b). En términos de espaciali-
zación del país, Villar (1993) sostiene que el hinterland portuario a ser domesticado
reconoce dos grandes áreas en tensa oposición y complementación: la “tierra
adentro” bajo control indígena, y la “frontera”, como lugar de interfase con la ocu-
pación criolla. Sarmiento es ejemplo pionero de la barbarización de los indios de
“tierra adentro”y, por extensión, de la de gauchos, montoneros y paisanos de la
“frontera” (Svampa, 1994; Briones, 1998c). No obstante y como muestra Diego
Escolar (2003) para la zona de Cuyo, incluso para el mismo Sarmiento los límites
entre ambos colectivos son mucho más ambiguos de lo que el discurso hegemónico
quiere reconocer de manera explícita.
A este respecto, es muy ilustrativa la forma en que el Ministro de Guerra y Ma-
rina Benjamín Victorica trata de apaciguar la preocupación del senador Aristóbulo
del Valle, atribulado por definir si y en qué proporción era lícita la política del Poder
Ejecutivo de incorporar indígenas sometidos al ejército nacional, como recurso
apto para “civilizar” –extender el control social sobre– estas poblaciones luego de
su derrota militar. En verdad, del Valle está inquieto frente a la doble paradoja de
incorporar a quienes hasta hace poco eran enemigos del país proveyéndolos de
armas y, más aún, haciéndolos custodios de la seguridad nacional. Para explicar
que, en verdad, no son tantos los “indios de tropa” como el legislador supone, Vic-
torica proporciona una respuesta que ejemplifica la coexistencia conflictiva de cri- 100
terios adscriptivos de que hablamos, así como teorías de lo racial muy diferentes a
95
las vigentes por ejemplo en EE.UU. Dice Victorica:
75
“El señor senador se equivoca tomando por indios de la Pampa a individuos del
país, que indios parecen por su color trigueño” (Lenton, 1992:34-5).
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la operatoria de dos melting pot simultáneos y diferentes. Mientras uno de esos cri-
95
soles ha promovido el enclasamiento subalterno de algunos apelando a la potencia-
lidad hipogámica de ciertas marcas racializadas, el otro por el contrario ha enfati- 75
zado la potencialidad hipergámica de la europeitud en el largo plazo. Poniendo no
obstante límites discrecionales a quienes tenían habilitado el ingreso (criollos más
que mestizos), este segundo caldero ha apuntado a evitar que la proliferación de pa-
25
rejas mixtas desde época colonial y sobre todo la propiciada por el desbalance de gé-
nero vinculado a las inmigraciones masivas de fin de siglo XIX (Geler en prensa) 5
pusiese en tela de juicio tanto la blanquitud paradigmática de la argentinidad de-
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seada, como el mito de la movilidad ascendente. Entonces, si del primer crisol salen
“cabecitas negras”, pobres en recursos y cultura, del otro emergen “argentinos
tipo”, esto es, mayormente blancos, de aspecto europeo y pertenecientes a una ex-
13
tendida “clase media”.
En esto, pareciera que la articulación de raza y clase opera en sentido inverso a
los EEUU. Sin importar la clase social, en el país del norte una gota de sangre negra
o india ha llevado a establecer pertenencia dando relevancia genealógica al ante-
cesor más subvaluado. En Argentina, en cambio, el blanqueamiento ha sido po-
sible –y muchas veces, compulsivo– para indígenas y afro-descendientes. Así, la po-
sibilidad de una movilidad de clase ascendente facilitó y fue a la vez facilitada por la
posibilidad complementaria de “lavar” pertenencias y elegir como punto de identi-
ficación al abuelo menos estigmatizado.
Con esto, no quiero significar que raza y clase respectivamente predominan en
14
EE.UU. y Argentina como ordenadores de desigualdad. Tampoco estoy soste-
niendo que a ciertos indígenas y negros les haya sido totalmente imposible “pasar”
por blancos en EE.UU., ni negando que en Argentina el color de la piel no cuenta
en absoluto. Antes bien, apunto a llamar la atención sobre la existencia en Argen-
tina de un melting pot paralelo al crisol de razas que se hace explícito y se toma
como fundante de la argentinidad europeizada, un espacio simbólico de reu-
nión/fusión tanto de indígenas y de afro-descendientes, como de sectores popu-
lares del interior –tempranamente pensados como gauchos, paisanos, montoneros,
criollos pobres– y eventualmente inmigrantes indeseables. Es la operatoria de este
melting pot encubierto lo que ha conducido a convertir en con-nacionales –aunque
de tipo particular– a los conciudadanos que no podían ser ni extranjerizados, ni
eyectados de los contornos geosimbólicos de la nación, ni alterizados en un sentido
fuerte, a riesgo de perder masa crítica para imaginar la posibilidad de una nación
independiente. Y así como el melting pot explícito ha europeizado a los argentinos
argentinizando a los inmigrantes europeos, este otro lo ha hecho produciendo “ca-
becitas negras”, es decir, ha trabajado en base al peculiar movimiento de racializar
la subalternidad, internalizando parcialmente una línea de color anclada en el
“Interior” (Ratier, 1971). En este doble sentido –destacaría– cabe hablar de “inte- 100
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15 Como reseña Guber (2002: 363) a partir de los trabajos de Hugo Ratier, “con la caída del segundo
gobierno peronista, el mote de ‘cabecita’ dio lugar al de ‘villero’. Si aquél había correspondido al de un
actor social en avance [los ‘descamisados’ peronistas], el segundo se refería a otro en retroceso.” Agrega- 25
ría que al día de hoy lógicas de desplazamiento semejantes estigmatizan por ecuación a los sujetos de es-
pacializaciones modernizadas, como los “ocupas” de las “casas tomadas” y los “gronchos” (“negros” cul- 5
turalmente hablando) de los conventillos devenidos “pensiones baratas” u “hoteles familiares”.
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En síntesis, tiene razón Frigerio (2002) al insistir que los “cabecitas negras” en
Argentina no se explican meramente por cuestiones de clase, aun cuando sean estos
los vocabularios que priman en el país. Es en este marco que el autor aconseja no
minimizar la incidencia en la construcción de dicha categoría de prácticas de racia-
lización que explícitamente siguen modelos antes usados para subalternizar a los
afro-descendientes. Por mi parte, más que intentar ver qué grupo subalterno fun-
ciona como parámetro de la racialización de la subalternidad en Argentina, me pa-
rece importante enfatizar dos cosas. Por un lado, existen prácticas de racialización y
etnicización que recortan alteridades diferenciadas. No creo –aunque éste aún es
un punto a examinar y discutir– que las hipótesis de mestizaje y blanqueamiento
hayan operado y operen de manera semejante para indígenas, afro-descendientes, y
16
quienes hoy se consideran descendientes de inmigrantes “indeseables”. Por el
otro, están activas otras prácticas de racialización que han posibilitado la reunión
en una misma categoría –la de “cabecitas”– de integrantes de algunas de esas alteri-
dades –específicamente, indígenas y afro-descendientes– sin poner en cuestión la
perduración de las mismas, y sin que sólo ellas basten para dar cuenta de todo lo
que cabe al interior de la subalternidad racializada. Porque así como es cierto que
muchos indígenas y afro-descendientes alzan su voz para denunciar el haber sido
improcedentemente fusionados en un estigma de “cabecitas” que no les perte-
17
nece, otros conciudadanos afectados por el mismo estigma no se sienten ni una
cosa ni la otra.
En todo caso, si nos concentramos en los efectos particulares que esta formación
de alteridad ha ido dejando como impronta en las construcciones de aborigina-
lidad prevalecientes en Argentina, resulta interesante destacar una serie de cues-
tiones con fines comparativos. A pesar de la recurrente tendencia a ningunear lo in-
dígena en el país, percepciones diferenciadas del potencial de
conversión/civilización atribuido a distintos PIs fueron dando por resultado diver-
16 Y no estoy pensando solamente en clasificaciones nacionales como las de “peruanos” y bolivianos”,
que tienden a asumir muchos de los atributos estigmatizados con que se define a “cabecitas” y “villeros”
(Grimson 1999). Pienso también en una categoría nacional como la de “coreano” cuya racialización
comporta una estigmatización distinta (Courtis 2000). Además de tender a aplicarse el principio de jus 100
sanguinis para presuponer la ciudadanía coreana de los descendientes argentinos de inmigrantes de ese
origen, pesa sobre ellos un estigma que los desprecia por una movilidad ascendente sospechada de ilíci- 95
ta. Es al menos curioso que el mismo éxito económico que lleva a postular en los EE.UU a los coreanos
como minoría modelo resulte en Argentina un elemento para discriminar a la colectividad. 75
17 Incluiría en esto las experiencias y reflexiones de un dirigente Mapuche, las cuales constituyen un
acabado ejemplo de la asimetría que rige tanto las desmarcaciones hegemónicas de la aboriginalidad,
como las re-marcaciones racializantes y estigmatizadoras de los sectores populares. En el “Festival
DERHUMLAC” (Derechos Humanos en América Latina y el Caribe) que se hiciera en el Centro Cultural 25
Recoleta durante 1997 y para denunciar prácticas que apuntan a la pérdida forzosa de adscripciones in-
dígenas, este panelista sostuvo que “muchos de los que ustedes llamaban cabecitas negras éramos noso- 5
tros, los indígenas que vinimos a Buenos Aires. Pero nosotros siempre fuimos y seremos Mapuche.”
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como por la inexistencia de organismos de este tipo durante ciertos períodos. Tam-
95
bién por una nula producción de leyes indigenistas integrales hasta los 80
(GELIND, 2000a y 2000b), por la persistencia hasta hace una década de una opro- 75
biosa cláusula constitucional que consideraba atribución del Congreso de la Na-
ción asegurar “el trato pacífico con los indios y su conversión al catolicismo” (ex
25
18 Además de haber experiencia y análisis acumulados respecto a “sospechas” y “acusaciones” de este
tipo para Brasil y Argentina (Ramos 1991 y 1997a; Briones y Díaz 2000), cabe mencionar que tenden- 5
cias similares se observan en Venezuela y otros países de América Latina (Hill 1994; Iturralde 1997).
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art. 67 inciso 15), y por realizar un único censo indígena nacional en 1965 que
19
quedó inconcluso (Lenton, 2004).
Desde estas trayectorias el país se suma a la sucesión de reformas constitucio-
nales que se dieron en América Latina. Incorpora así el reconocimiento de los dere-
chos de los PIs mediante la reforma constitucional de 1994 (GELIND, 1999a), que
estuvo mayormente centrada en habilitar reformas de estado propias de la guberna-
mentalidad neoliberal y, de paso, la re-elección del entonces presidente Menem
(Carrasco, 2000). Si el multiculturalismo constitucional (Van Cott, 2000) que se
extendió por América Latina y otras convergencias continentales han confrontado
a los PIs de estos países con desafíos compartidos muy bien reseñados (Iturralde,
1997), el background esbozado afectó el “aggiornamiento” de Argentina al neoli-
beralismo y a las políticas de diversidad propias de la época. Menciono somera-
mente aquí ciertas particularidades de Argentina para apuntar a mostrar de qué
pisos ha partido la nueva movilización indígena orientada a garantizar el reconoci-
miento y efectivización de sus derechos especiales, y en qué variados contextos se
inscribe esa movilización. Además de permitir ponderar los logros en función de
esas condiciones, espero que esta somera caracterización sirva de marco para lo que
se desarrolla en capítulos posteriores. Comencemos por los pisos para la moviliza-
ción.
Por lo pronto, Argentina ha sido un país tan negador que la lucha indígena más
sostenida ha pasado y pasa por lograr visibilidad y por vencer estereotipos que no sólo
asumen la desindianización en contextos urbanos (ver por ejemplo Escolar; Falaschi,
Sánchez & Szulc; y Ramos & Delrio, todos en este volumen), sino que instalan se-
veras sospechas sobre la autenticidad de intelectuales indígenas cuya escolarización o
capacidad política los distancia de la imagen del “indígena verdadero”, tan pasivo e
incompetente, como sumiso y fácil de satisfacer desde políticas asistenciales mí-
nimas. En términos de movilidades estructuradas, mientras la permanencia en co-
munidades ha conspirado históricamente contra las posibilidades de escolarización y
de una readscripción de clase ascendente, la migración a los centros urbanos lejos está
de garantizar la profesionalización de una intelligentzia indígena. Cuando esa profe-
sionalización acontece, las presiones desadscriptivas propias de los medios urbanos 100
son tan fuertes que muchos invisibilizan su pertenencia. Aunque ese proceso ha co-
95
menzado a revertirse y varias organizaciones surgidas en las ciudades pero con trabajo
de base o comunitario han sido formadas por activistas culturales que han tenido po- 75
sibilidades de estudiar o están estudiando, es justamente sobre estos cuadros donde se
depositan mayores cuestionamientos y requerimientos que operan en base a están-
19 En esto, también es un dato revelador que Argentina no disponga de cifras oficiales sobre la cantidad 25
de ciudadanos indígenas, vacío a ser supuestamente llenado cuando se procesen los datos del censo nacio-
nal de población de 2001 –el primero en incluir una variable de autoidentificación indígena– y la encuesta 5
complementaria cuya realización está en curso desde 2004.
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20 Dijo recientemente Daniel Gallo, comentarista de temas militares del diario conservador de circu-
lación nacional La Nación, el domingo 4 de julio de 2004: “El indigenismo se hace fuerte en su relación
con la tierra: en la mayoría de los casos, las comunidades se autosostienen con el trabajo agrario de nivel
de supervivencia. El conflicto se ocasiona con el cruce de intereses entre quienes están en un lugar que 100
dicen les pertenece por herencia de sangre y aquellos que exhiben títulos de propiedad con sellos acepta-
dos en cualquier tribunal del siglo XXI.” Nada ingenuamente, cita las palabras del intelectual Marcos
95
Aguinis quien fijó su posición en una nota publicada por el mismo diario en el mes de marzo pasado:
“La reinvindicación indigenista se basa en mitos, confunde, distorsiona y contiene la trampa de conmo-
75
ver nuestros sentimientos de solidaridad. Así como el marxismo conmovía con su promesa de poner fin
a la explotación del hombre, y sólo llevó a nuevas formas de explotación y tragedia, el indigenismo pro-
mete acabar con las injusticias padecidas desde los tiempos de la colonia y sólo conseguirá profundizar
su marginación.” En todo caso, la nota que se llama “La protesta de la tierra” explicita en su copete: “La
corriente de indigenismo que en los últimos tiempos ha sacudido al continente y derrocado a gobernan- 25
tes en Bolivia y Ecuador se encuentra a las puertas de la Argentina, donde –aunque aislados– ya han es-
tallado conflictos por posesiones de tierras. Qué hay detrás de estos reclamos y la estrategia de confluir 5
con las protestas piqueteras.”
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21 Verbatim de Bustos, Ricardo 2004 “Columna Abierta: Un atropello a las ideas…” Diario El Oes- 100
22 El principal objetivo del DCI para las tres áreas indígenas piloto es “establecer las bases para el desa-
75
rrollo comunitario y la protección y gestión de recursos naturales en las tierras de las comunidades indí-
genas. Ello incluye el fortalecimiento social y cultural de las comunidades indígenas, la mejora de las ca-
pacidades indígenas para una gestión sustentable y el aumento de la capacidad de gestión al interior de
las comunidades y en relación a la articulación con todos los niveles de gobierno y otros actores involu-
crados en las ár eas piloto y respecto a los pueblos indígenas en general. Ver Banco Mundial (2004) Lec- 25
ciones aprendidas en el Proyecto de Desarrollo de las Comunidades Indígenas (DCI) en Argentina.
(Disponible en www-wds.worldbank.org/servlet/WDSContentServer/WDSP/IB/2004/06/03/0001- 5
60016_20040603162434/Original/292000wp0span.doc. Bajado el 10/09/2004).
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que se venían manifestando por parte del Estado federal –propensiones apoyadas
95
en impulsar estilos restringidos de consulta y participación (Briones y Carrasco,
2004:229)– en lo que las autoras acaban llamando un “neoindigenismo de nece- 75
sidad y urgencia”, esto es, una forma de gestión de la diversidad neoasistencialista,
que se concentra en extender a la ciudadanía indígena políticas focalizadas de asis-
23 El Banco Mundial por ejemplo considera a la Argentina un país de “ingreso alto medio por expor- 25
taciones”, aunque “severamente endeudado”. Si la primera rotulación relaciona al país con Hungría,
Arabia Saudí, Botswana, Turquía, Croacia, Estonia, Omán y Venezuela entre otros, la segunda lo vin- 5
cula con Etiopía, Mozambique, Guinea, Burundi y Burkina Faso (Mastrángelo 2004).
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Capítulo 2:
“Si estamos acostumbrados a repetir aquello de ‘Argentina crisol de razas’, ‘el alu-
vión migratorio’, ‘la cultura europea’ y otras frases más o menos felices, vale la
pena pensar también que –sin disminuir el valor y el impacto que ha tenido la in-
migración en la sociedad argentina–, nuestro país es también fruto de los movi-
mientos internos de población. Desde 1895 han entrado al país entre 5 y
6.000.000 de migrantes externos, pero en el mismo lapso se han movilizado no
menos de 7.000.000 de argentinos dentro de las fronteras de su país.
L os huarpes de la región de Cuyo eran considerados hasta hace pocos años atrás
un pueblo extinguido en los primeros tiempos de la conquista española, según
consensos refrendados por historiadores, arqueólogos y otros intelectuales regiona-
les. Desde mediados de la década de 1990, sin embargo, en las provincias de Men-
doza y San Juan una pequeña pero activa militancia huarpe urbana promovió el re-
conocimiento de su identidad étnica y sus derechos indígenas a través de diversas
acciones, estimulando un debate regional en torno a la existencia de los huarpes.
Hacia fines de la misma década, el movimiento huarpe había trasladado su epicen-
tro desde las capitales provinciales a áreas rurales económicamente marginales, par-
ticularmente al denominado “desierto”, la llanura árida que se extiende al sureste
de San Juan y noreste de Mendoza.
100
Si inicialmente los promotores huarpes eran pequeños intelectuales, artistas, ar-
tesanos, maestros, exponentes en general de una pequeña burguesía urbana, en la 95
actualidad los principales protagonistas del movimiento huarpe son campesinos de
escasos recursos y baja visibilidad política y social. Mientras el objetivo principal de 75
los primeros fue y continúa siendo instalar la idea de la existencia de una identidad
huarpe vigente con base en tradiciones, características biológicas y esencias inmate-
riales, el accionar de los segundos está centrado preponderantemente en la preser-
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Sin embargo, como he dicho, las memorias que hacen referencia a un paisaje so-
ciocultural rural asociado a lo indígena y huarpe no sólo son rescatadas entre los
pobladores de áreas rurales, sino también por activistas huarpe urbanos, quienes
suelen remitir a un origen rural su prosapia huarpe “auténtica”. Prácticamente
todos los militantes huarpes y otros actores urbanos que se identifican como des-
cendientes de tales, basan dicha identificación en un origen rural propio o de sus
parientes directos. Casi siempre, estos parientes han vivido en el campo o el desierto
a principios del siglo XX y han tenido una experiencia de migración a medios ur-
banos o periurbanos en sus dos o tres primeras décadas. Las historias de vida que ar-
ticulan estas memorias tematizan la diáspora de sus ancestros hacia áreas urbanas
en las primeras décadas del siglo, desde un territorio rural de donde son oriundos
2
sus troncos familiares. Esta “conciencia diaspórica” gira en torno a la pérdida del
acceso a la tierra y el agua, la proletarización forzada y la fractura de valores adjudi-
cados a la vida campesina como la reciprocidad, la limitación de las necesidades de
consumo, la solidaridad y autoridad corporativa familiar centrada en el prestigio y
conocimiento de los mayores.
Como refiere la cita que inaugura este acápite, las migraciones internas en la
Argentina han sido una realidad dominante en la demografía del siglo XX, al ritmo
de una creciente demanda de mano de obra industrial bajo la dinámica de sustitu-
ción de importaciones y la intensificación de desequilibrios económicos regionales
desde la década de 1930.
Ya desde el último cuarto del siglo XIX, las economías mendocina y sanjuanina
se habían orientado progresivamente hacia la industria vitivinícola en gran escala,
generando un creciente proletariado rural impulsado por el incremento masivo de
la demanda de fuerza de trabajo para el ciclo viñatero y bodeguero (Bragoni y Ri-
chard, 1998). La obtención de la mano de obra recayó tanto en la inmigración eu-
ropea y chilena como, preponderantemente, en la población rural autóctona, pre-
sionada por un sordo proceso de expropiación de tierras y agua que se agudizó
dramáticamente hacia la década de 1930. El caso paradigmático, nuevamente, es el
desecamiento del complejo palustre de Guanacache por la apropiación masiva de
los caudales de los Ríos Mendoza y San Juan en los oasis centrales y la tala y extrac- 100
3
ción indiscriminada de leña. La concentración del control sobre tierras, agua y
95
2 Estos territorios originales se sitúan en áreas rurales de Cuyo, y sus destinos finales han sido las ca- 75
pitales provinciales de San Juan, Mendoza, y en menor medida Córdoba, o la ciudad de Buenos Aires.
Calingasta es uno de estos territorios expulsores, como lo son también poblados y parajes rurales como
Caucete, Los Berros, Pedernal, Cochagual y Media Agua, el área de las ex Lagunas de Guanacache y
otras áreas rurales del árido noreste mendocino. 25
3 Esta área se había constituido desde la época hispana en una zona de refugio para huarpes y otros
grupos indígenas, que habían mantenido una importante economía basada en la ganadería, la pesca, la 5
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5
6 Ver entre otros antecedentes Chertudi (1971) y Estrada (1961).
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peyas del Gobernador Federico Cantoni, de quien el padre de Argentina fue fer-
viente militante y guardaespaldas.
Relatos de migraciones rurales e incorporación laboral y política son habituales
entre ancianos adscriptos como huarpes y radicados en áreas urbanas. Giran en
torno al éxodo, ingreso al mercado de trabajo o a la pequeña burguesía de los viña-
teros, militancia o adhesión sindical o partidaria con Cantoni, Lencinas y más tarde
el peronismo y, finalmente, añoranza de sus tierras originarias y necesidad actual de
recuperación (o elaboración) de una memoria aborigen.
La atribución de sentido huarpe a las experiencias de diáspora rural, sin em-
bargo, no es privativa de quienes vivieron dichas experiencias, sino que se produce
también entre adscriptos de mediana edad o jóvenes, nacidos en áreas urbanas, que
rescatan el origen (épico) rural de sus padres y abuelos como argumento de su
propia condición huarpe. De hecho, puede afirmarse que existen ciertos estándares
de memoria colectiva que habilitarían a determinados actores a identificarse o ser
identificados como indios, huarpes o descendientes de tales, aunque no siempre
emerjan como un argumento étnico consciente o explícito. Como he mostrado en
otro lugar (Escolar, 2003), las identificaciones huarpes o indígenas están apoyadas
en naturalizaciones biológicas y culturales que se traducen en categorías automá-
ticas de percepción, pese a que no exista un límite étnico claramente establecido en
el sentido de Barth (1976), es decir, aunque las marcas ligadas a un sentido huarpe
no siempre sean diacríticas ni conformen una distinción permanente entre grupos.
En el Departamento sanjuanino de Calingasta, por ejemplo, incluso aquellas
personas menos dispuestas en aceptar un posible ascendiente aborigen de la pobla-
ción se muestran entusiastas al afirmar que algunos individuos o grupos son “des-
cendientes” de indios, a juzgar por su aspecto físico. Rasgos faciales, color de piel,
tipo y color de cabellos o un conjunto que no se desglosa en detalles –“tiene una
buena pinta”, “basta mirarlos”, “es negro, fiero”, “se le cae la jeta de indio”–
pueden ser considerados prueba inapelable y automática de ser indio.
Un propietario minifundista, de tez blanca y una posición relativamente aco-
modada para los estándares locales, no tuvo empacho en admitir espontáneamente
que “todavía quedan indios”. Luego de que mencionara como tales a una serie de 100
pobladores locales, la mayoría viejos arrieros, le pregunté por qué los calificaba de
95
indios. Su principal argumento es el de que poseen “cara de indio”. Posterior-
mente, se refirió como indios e indiecitos a la mayoría de la población local: “son 75
todos indios, basta verles las caras”. Por el contrario, un vecino suyo, de igual posi-
ción social pero poseedor de tez oscura y otros rasgos connotados como indios,
elude afirmar cualquier resabio indígena y toda conversación relacionada con el
25
tema. A pesar de poseer un fenotipo supuestamente “indígena”, forma parte de la
elite local; es propietario de tierras y desarrolla exitosos cultivos exportables. Ha 5
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Sin embargo, casi todos los testimonios o comentarios referidos al carácter bio-
lógico de lo indígena “observable” en las fotos muestran que los rasgos tenidos en
cuenta no se agotan en el fenotipo, sino que incluyen un conjunto más general de
manifestaciones que suponen determinadas interpretaciones compartidas.
Las fotos de abuelos o bisabuelos que traen los entrevistados de Calingasta, San
Juan, Mendoza o Las Lagunas, muestran mujeres y hombres con sus rostros cur-
tidos, arrugados, jinetes aperados en plata y tejedoras con largas trenzas y vestidos
largos de telas rústicas. A veces se observa con claridad el paisaje, los útiles de la-
branza, viejos ranchos de adobe, tapia o caña. Y sobre todo, los fotografiados pre-
sentan cierta actitud y aspecto corporal que los observadores locales automática-
mente asocian a lo indígena pero también, de un modo general, a la vida en el
campo. Cuerpos nudosos y fuertes, deteriorados por el paso del tiempo y el rigor
climático, manos callosas, miradas tímidas, desconfiadas, arrobadas –aunque
puedan tener un sutil sesgo desafiante. Pero sus fenotipos no son en rigor distintos
de los de aquellos jóvenes que sostienen las fotografías, aunque estos se consideren
a sí mismos generalmente sólo como “descendientes” de indios mientras definen a
9
sus abuelos como “indios puros”.
La circunscripción de categorías raciales de lo indígena parece recaer, más que
en la mera existencia de caracteres biológicos marcados, en una narrativa subya-
cente que habilita que ciertos rasgos observables (biológicos o no) naturalizados,
señalen o permitan imaginar, a un determinado público, contextos históricos, so-
ciales o culturales que rodearon o moldearon a aquellos cuerpos. Estas categorías
raciales incorporan subrepticiamente representaciones de prácticas y procesos so-
ciales cuyas marcas pueden ser inferidas por un observador culturalmente compe-
tente a partir de determinadas imágenes visuales –por ejemplo, a partir de marcas
somáticas producto de la edad y condiciones de vida de las personas, la ropa, el
gesto, los arreglos corporales, el entorno–.
Con base en un recorrido etnográfico e histórico sobre la construcción de per-
cepciones étnicas y raciales en Cuyo (Escolar, 2003), he propuesto que estas repre-
sentaciones biológicas de alteridad, declaradamente “fenotípicas” pero que codi-
fican culturalmente circunstancias históricas, sociales y culturales, pueden ser 100
9 Esto es semejante a lo que señala Cowlinshaw (1988) para el caso de los aborígenes australianos, y 25
lo que diferencia este caso de aquellos en los que la vara para calificar el grado de “mezcla” es un abstrac-
to quantum de “sangre” independientemente del aspecto, como por ejemplo en el análisis de la etnogé- 5
nesis indígena en Canadá de Rossens (1989).
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condición social de dichos rasgos se oblitera en el mismo proceso que las inscribe
como rasgos fenotípicos, pero no desaparecen de su hermenéutica popular.
Sin embargo, no siempre estas representaciones biológicas se instituyen como
marcas fácilmente visibles, sino que incorporan diversos planos de representación y
niveles de abstracción. Una informante de la localidad calingastina de Barreal que
definía a sus abuelos maternos sólo como “descendientes de indios”, cambió radical-
mente su opinión al describir el estado de conservación del cuerpo de su abuelo
muerto, hallado luego de muchos años a la intemperie en la precordillera.
5
10 Término utilizado a menudo como eufemismo por indios.
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puestos desde fuerzas trascendentes, fuera del alcance de la propia agencia social.
Las marcas fenomíticas, en estos términos, contribuirían a inscribir como natura-
leza biológica de los actores el resultado de experiencias, procesos de cambio y con-
flicto social, racializando por ende posiciones de clase, status, estructuras de domi-
nación y jerarquía resultantes de los mismos. La discontinuidad racial de los
antiguos/indios con los actuales habitantes (establecida a menudo por los propios
actores que luego se adscriben como indígenas) a partir del cambio en la alimenta-
ción está asociada en este sentido a procesos tales como la pérdida del control sobre
los medios de producción, la restricción de la caza, la dificultad para mantener ani-
males de cría o ganado a campo y el quiebre de la producción hortícola doméstica
por falta de agua. También, a la mercantilización de alimentos y la dependencia de
un mercado de consumo capitalista, la compulsión a la venta de la fuerza de trabajo
en detrimento del trabajo autónomo y el reemplazo o devaluación –tanto econó-
mica como cultural– de los procesos de trabajo, saberes y técnicas de producción
tradicionales.
En síntesis, las marcas racializadas parecen apoyarse, más que en rasgos fenotí-
picos, en las disposiciones y efectos de condiciones particulares de vida. La “ins-
cripción” de experiencias colectivas e individuales plasmadas o no en marcas obser-
vables son adscriptas a la constitución biológica. Así, por ejemplo, si en general los
viejos en las fotos de los jóvenes sanjuaninos “parecen” más indios, esta apariencia
está ligada a las condiciones de vida en zonas rurales, al habitus vinculado a ciertas
prácticas, procesos de trabajo, la exposición al rigor climático y el tipo de
alimentación ingerida.
Esto no implica, por cierto, que en tanto racializaciones puedan ser conside-
radas más verdaderas o “legítimas” aquellas que se basen en rasgos fenotípicos que
las fenomíticas. Más bien nuestro análisis llama la atención primero sobre el hecho
de que las dos son culturalmente construidas –incluyendo sobre todo su imagen de
“naturaleza”. En segundo lugar, que ambas operan fetichizando experiencias y me-
morias históricas, por lo que probablemente sea muy difícil, sino imposible, en-
contrar casos de racializaciones puramente “fenotípicas” que no sean producto
también de procesos fenomíticos. 100
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regiones olvidadas”; “…algunas personas”, dice Rusconi, “…creyeron ver a los aborígenes puros y
cuando no a los representantes de la típica nación huarpeana” (Rusconi 1961: 111-112). La cuestión de 95
demostrar que estos campesinos no eran aborígenes o “huarpeanos” preocupó a Rusconi, quien había
llegado de Buenos Aires para desempeñarse como director del Museo de Historia Natural de Mendoza. 75
Muchos viejos laguneros que he entrevistado guardan un vívido recuerdo del evento donde participa-
ron sus padres. Durante una semana hombres y mujeres fueron “regalones” del gobierno, alojados en
“buenas camas”, excursionando por la ciudad y protagonizando bailes y banquetes que incluían, para
su sorpresa, culinarias hasta entonces desconocidas. 25
13 Éstos habían sido trasladados desde distintos campos de concentración militares de Pampa y Pata-
gonia y el sur de Mendoza por el coronel y luego gobernador de la provincia Rufino Ortega, siendo re- 5
partidos como peones rurales o sirvientas urbanas entre familias de la oligarquía mendocina.
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y la bóveda craneana alta, un tono de piel más oscuro y una mayor pilosidad (Ca-
14
nals Frau, 1946).
Pero los esfuerzos etnográficos de Rusconi, contrastando con la postura típica
de académicos e historiadores locales como el propio Canals Frau de expulsar hacia
el pasado los resabios huarpes (fundamentando su estudio sólo en documentos co-
loniales y restos arqueológicos), permitieron rescatar parcialmente el discurso de
los propios actores fotografiados. Aunque esto no se reflejó, sin embargo, en las ca-
tegorías raciales elaboradas por Rusconi –las cuales a menudo contrastan con la as-
cendencia huarpe autoatribuida por sus informantes, sí dieron parcialmente cabida
a éstas, ya que aceptaron la pervivencia contemporánea de rasgos e identificaciones
huarpe– en el mismo período y contexto intelectual en que se articulaba la
narrativa de su temprana extinción (Escolar, 2003).
La frontera entre el indio y el criollo se presenta como un nudo problemático
tanto en la actualidad como en aquella época. Rusconi caracterizará a los sujetos
según una clasificación que incluye desde el “indio puro” hasta el “criollo”, pa-
sando por tipos tales como el “criollo con pocos rasgos indígenas”, “mestizo con
muy poca mezcla”, “huarpeano”, “tipo puro puelche”, “tipo puro pehuenche”, etc.
El principal criterio de decisión operante en las decisiones de Rusconi sobre el ca-
rácter indígena o criollo de los actores es su edad. Todos los niños o jóvenes son
“criollos”, aunque sus padres tengan apellido indígena y sean considerados indí-
genas por el propio Rusconi. Pero, las descripciones de unos y otros no permite in-
ferir cuáles son los rasgos por los cuales los hijos son más criollos o mestizos que los
padres o los jóvenes que los viejos.
La teoría de Rusconi es que los indios se convierten en criollos de acuerdo al im-
pacto del medio social, cultural, geográfico y psicológico en que se insertan, cam-
bios que no sólo modelan su psiquis y su conducta, sino también sus caracteres so-
máticos, aunque no medien “cruzamiento” de sangres o modificaciones genéticas.
Es decir, los caracteres biológicos indígenas se pierden en el paso entre genera-
ciones, a veces en un lapso muy corto y sobre todo sin mediar intercambios o
mezclas de “sangre”.
Pero esta teoría parece haber sido disputada entonces por los propios laguneros. 100
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ción del Departamento de Las Heras. La foto está tomada en 1943, junto a un
moderno edificio, rodeado de enredaderas. Mira la cámara sonriente y confiado.
Es de mediana estatura y complexión robusta. Está vestido de impecable traje os-
curo con chaleco, corbata clara y pañuelo blanco al cuello, perfectamente afei-
tado y peinado, con el cabello corto y sin sombrero. No importa que Toribio re-
construya su genealogía huarpe hasta cuatro generaciones, o que mencione que
los Guaquinchay, junto con los Talquenca, Allaime, Guayama, Lencinas, Jofré y
otros forman parte de “una extensa familia de sus antepasados”. Toribio es un
trabajador “incorporado”, un moderno empleado de servicios públicos; actúa, se
viste y habla en forma civilizada. Tránsito Tagua también está fotografiada en
1943, a los 35 años de edad. Nada nos dice Rusconi de su actividad, o dónde
vive. Pero la foto está tomada en plena ciudad de Mendoza, junto al Museo de
Historia Natural. Tránsito está sonriente, con un bebé en brazos, de sobretodo
oscuro, con el cabello hasta los hombros, suelto y peinado con raya al costado.
También es definida como “criolla”, aunque sus padres son huarpes, tal vez
puros, dice Rusconi –seguramente por información de la propia Tránsito. La fo-
tografía de Mateo Talquenca, de 19, está tomada junto a un puesto de las La-
gunas. Pero su porte es erguido, su cutis no está agrietado, su sombrero negro está
aún en buen estado y lleva saco con camisa abotonada hasta el cuello. Está defi-
nido como “criollo”, aunque su madre sea catalogada como “mestizo huarpe” y él
mismo se asemeje más que ningún otro al tipo “huarpano” de Canals Frau: alto,
15
flaco, desgarbado.
Al comentarme las fotos de Rusconi y las reproducciones de cuadros de Roig
16
Matóns, el septuagenario Sixto Jofré no sólo reconoció a la mayoría de los retra-
tados, contemporáneos de su infancia en las Lagunas, sino que asumió esas imá-
genes como prueba incontrastable de su identidad huarpe: “Era un indio muy en-
tero”, “mire este huarpe”. Realizando un breve experimento, mostré a distintos
entrevistados las fotos y reproducciones de cuadros sobre laguneros de la década de
1930. Tanto activistas huarpes como personas que sólo se asumen “descendientes”
señalaron como “indios” o “huarpes” puros a todos los fotografiados, aunque la ma-
yoría de los retratados habían sido caracterizados explícitamente por sus realiza- 100
dores como tipos “criollos”, salvo una minoría considerada “con rasgos indígenas”.
95
Los ancianos arrugados, con la piel reseca por los agentes climáticos, los ojos
hundidos u oblicuos, sus cuerpos nudosos, las uñas partidas, cabellos desgreñados, 75
vestimentas raídas, miradas desconfiadas, parecen abonar el estereotipo visual de
los “indios”. Mientras tanto, la mayoría de los observadores, al igual que Rusconi y
25
15 Ver nota número 14.
16 Reproducidas con gran calidad de impresión en un libro recientemente editado por sus hijos (Roig, 5
Fidel A, Arturo Roig y Hnos. 1999)
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Roig Matons, percibe como “criollos” a los jóvenes, niños y en menor medida per-
sonas de mediana edad que en las fotos aparecen erguidos, con la piel más tersa, sus
huesos menos visibles y en especial cuando los rodea un entorno urbano y están
vestidos con ropa “de la ciudad”. Se proyecta en ellos una disposición más “cosmo-
polita”, cierto glamour civilizado.
Tal vez cabría preguntarse por qué modos de percepción, discursos e imágenes
de larga duración como aquellos que nutren a los fenomitos huarpes han podido
perdurar y reelaborarse pese a la férrea y secular imposición del paradigma de la
extinción indígena en Cuyo. ¿Por qué casi todos los informantes ven indígenas
donde Rusconi quería ver criollos, o por qué incluso muchos de quienes niegan la
existencia o ascendencia indígena pueden aceptar como tales a sus propios
abuelos? Más allá de la longevidad de las percepciones étnicas o raciales vincu-
ladas a lo huarpe, ¿por qué emergen o se instalan como debate público en deter-
minadas coyunturas históricas, particularmente en la actualidad?
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bargo, mi análisis del caso huarpe permite apreciar que la coyuntura de la emer-
gencia o reemergencia de identificaciones indígenas excede la eficacia de aquello
que con cierto reduccionismo suele ser señalado como su principal causa: el mero
oportunismo, fruto de una racionalidad política instrumental de coyuntura de
grupos que se “disfrazan” de indios para acceder a recursos. Sin negar el impacto de
estos factores, puede señalarse que esta perspectiva no agrega demasiado a la com-
prensión del fenómeno. Por un lado, en términos analíticos supone casi una verdad
de perogrullo, ya que difícilmente pueda encontrarse algún caso actual o histórico
de etnogénesis –sea la proliferación, creación, fisión y fusión o invisibilización de
identidades y grupos étnicos– en el que no hayan estado involucrados, en distintos
períodos, factores políticos y socioeconómicos coyunturales (Escolar, 2003). Por el
otro, el aspecto instrumental de las identificaciones étnicas no difiere sustancial-
mente del que puede detectarse en la historia o la actualidad de otros grupos o iden-
tidades colectivas, como por ejemplo las identidades regionales, nacionales o de
clase modernas, grupos de status o corporativos, las cuales, más allá de su definición
en términos culturales, tradicionales o sentimentales son siempre (en tanto deri-
vadas o articuladoras de relaciones económicas, de poder o autoridad) “identidades
políticas”.
En efecto, poco aportaría el postulado conceptual de instrumentalidad como
causa sin cotejo etnográfico de las prácticas sociales a la comprensión de aspectos
cruciales de nuestra problemática. Por ejemplo, cómo y por qué el movimiento in-
dígena en la Argentina se articula sobre determinadas identificaciones y signifi-
cados y no otros, qué factores habilitan que para mucha gente sea natural y legítimo
identificarse como indígenas, cómo los actores de identidades emergentes o invisi-
bilizadas consiguen rápidamente revisar y naturalizar su historia colectiva en tér-
minos de historia indígena, cómo y por qué muchos tópicos de tales historias invo-
lucran memorias que remiten a eventos sumamente distantes (doscientos o
cuatrocientos años). En este sentido, resulta ajustado el reclamo de Briones (1998)
de resistir estructurar nuestro análisis de la aboriginalidad desde un estéril debate
en torno a la “autenticidad” cultural y, en cambio enfocarla más como proceso de
larga duración que como circunstancia, tanto en su carácter construido en el pre- 100
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por sindicatos en los cuales el Estado delegaba dichas funciones y garantizaba su fi-
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nanciamiento. Finalmente, una vez retirado de la actividad laboral, los ex-trabaja-
dores veían cubierta por el Estado una jubilación o pensión que les permitía vivir de- 75
corosamente hasta la hora de su muerte. Aunque las prácticas y el control estatal
nunca alcanzaron de manera pareja o similar a todos los habitantes, la vida de la gente
amanecía y anochecía con el sol del Estado.
25
Este poderoso rol atribuido al estado-mundo-de-vida fue uno de los ejes princi-
pales del modelo de incorporación nacional argentino de sectores populares o sub- 5
alternos como ciudadanos-trabajadores culturalmente “homogéneos” y étnica-
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“[…] vos encontrás dos clases, o tres clases de gente… los del servicio eléctrico, que
tienen un sueldo determinado, tienen su círculo. Los municipales, que son más or-
dinarios… tienen su círculo, y el pobre que se la gana por el otro lado, bueno ese…
ese es el que va y viene, es el clásico del lugar […].”
Sin embargo, lejos estuvo este creciente número de “puestos de trabajo” de re-
mitir, como antaño, a estrategias de promoción de “desarrollo” económico. Este
“estado empleador” generó cada vez más puestos de escasa o nula productividad que
en la práctica funcionaron como subsidios de desempleo encubiertos, pero que dis-
tribuían de algún modo los recursos monetarios de la nación constituyendo, si no
la locomotora, al menos el alicaído “pulmotor” de la economía local.
Un dato significativo para entender la emergencia de identificaciones, organiza-
ciones, demandas y acciones políticas huarpes en áreas urbanas y rurales es que el
despegue del incipiente proceso de emergencia étnica se da precisamente cuando el
ejecutivo provincial declara en 1994 un default en el pago de las cuentas públicas,
incluyendo los salarios al personal, y se genera una grave crisis de legitimidad del
modelo de reciprocidad estatal. En 1994 se verifica también el mayor déficit del es-
tado provincial desde el restablecimiento del sistema democrático, alcanzando el 100
32% del presupuesto, y al año siguiente se registra el mayor pico de desempleo, un
20%. La crisis se atenuará con aportes nacionales, cuyo porcentaje sobre el presu- 95
puesto se incrementa al 58% en 1994 y llegará al 80% en 1996 (Muro et al., 1999).
75
La falta de pago es acompañada por la reducción masiva de salarios a los empleados
estatales, lo cual desemboca en el movimiento de protesta denominado Sanjuani-
nazo, motorizado por gremios de empleados públicos. “Las principales manifesta-
25
19 En Iglesia, por ejemplo, de los $230.000 que se repartirían por Coparticipación Federal, $210.000
se destinarían a sueldos, mientras que sólo los $20.000 restantes se aplicarían a servicios (Pastor 1999: 5
2.3).
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ciones de protesta –señala un informe del PNUD– han surgido de sectores vincu-
lados al Estado, históricamente principal proveedor de empleo, tales como do-
centes, profesionales de la salud y empleados públicos, que han sido fuertemente
afectados por el proceso de reforma (PNUD-BID, 1988:292-293).”
El período inicial del emergente huarpe urbano o su toma de estado público se
produce también en 1994. Primero, con la participación de representantes huarpes
en la elaboración del artículo 75 inciso 17 de la reforma constitucional nacional.
Luego, con la adhesión de San Juan a la ley indígena nacional 23.302 y, posterior-
mente, con la declaración de la Legislatura como de interés provincial el proyecto
“Educar para la Vida” de la Comunidad Huarpe del Territorio del Cuyum. En este
período comenzará a producirse la participación e interés creciente de adherentes a
esta última organización.
A raíz de las reformas de la administración pública, entre 1995 y 1996 el estado
provincial realizará masivos retiros voluntarios u obligatorios de personal, en el
marco del amplio plan de privatizaciones que implicó su retiro de áreas clave de la
20
economía local, pero también extenderá las “pasantías” aumentando los puestos
de trabajo improductivos en forma exponencial. En consecuencia, el crecimiento
del número de empleados estatales absorbió parte del desempleo generado en otras
áreas de la economía, pero aumentó la precariedad del empleo, reduciendo drásti-
21
camente también los niveles de ingreso.
Algo similar sucede para la misma época en áreas rurales, donde la incidencia del
empleo público y las pensiones en los ingresos monetarios de la población es aún
mayor. Pero además, en los departamentos rurales parecen haber impactado en la
emergencia de identificaciones indígenas otros dos procesos que se traducen en ex-
propiación de recursos de uso tradicional de las poblaciones locales subalternas que
tienen también a los estados provincial y nacional como sus protagonistas o
promotores directos.
Por un lado, el desarrollo de los emprendimientos agrícolas privados bajo el sis-
tema denominado diferimientos impositivos y por el otro la creación o ampliación
de reservas de biodiversidad que afectaron enormes superficies de tierra.
Hacia 1994 comienza a aplicarse en gran escala en las áreas rurales de la pro- 100
20 Se privatizan los Servicios Eléctricos Sanjuaninos, Banco de San Juan, Bodegas Regionales y Bode-
ga del Estado, Caja de Jubilación, Casino Provincial, Terminal de Ómnibus y un conjunto de hoteles
provinciales. 25
21 Entre 1984 y 1997 el sueldo correspondiente a la categoría 22 de la Administración pública, por
ejemplo, cayó un 78% (de $1.378 a $297); el de la categoría 16 el 58% (de $562 a $233). Fuente: 5
INDEC, Encuesta Permanente de Hogares (Muro et. al 2000:108-109).
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en el nivel nacional durante cinco años (Ver Muro et al., 1999:52). Realizados en
general en tierras consideradas de poco valor económico o fiscales, los llamados “di-
ferimientos” han sido percibidos por los puesteros y pastores trashumantes que ge-
neralmente las ocupan y utilizan como una renovada presión expropiadora sobre
sus recursos. Caballito de batalla de las políticas neoliberales en el campo, los diferi-
mientos comenzaron a ser publicitados como la principal política para el desarrollo
y la creación de empleo en ámbitos rurales, contando con amplio apoyo oficial para
regularizar la propiedad de la tierra y expulsar a eventuales ocupantes. Sin embargo,
observadores locales apuntan a que la mayoría de ellos generó muy poca demanda
de mano de obra, constituyéndose a menudo, en la práctica, como grandes
máquinas de lavado de capitales y evasión impositiva.
La resistencia al avance de los diferimientos –el cual en algunos casos apeló a me-
dios como la matanza del ganado y otras acciones intimidatorias– parece haber te-
nido consecuencias importantes en la creciente afirmación huarpe. Desde 1997
puesteros del Encón y otras áreas del este sanjuanino resistieron la expropiación de
sus tierras, aunque varias familias fueron expulsadas y en algunos casos relocali-
zadas en “barrios” construidos ad hoc, pero sin acceso a la tierra –como el caso de
los miembros de la actual Comunidad Corazón Huarpe, en Cochagual.
El antagonismo con los diferimientos “huarpizó” la autoconciencia de puesteros
que no estaban constituidos como “comunidades”, o incluso que no se manifestaban
previamente como huarpes o descendientes, tendiendo incluso puentes con organi-
22
zaciones urbanas. En Guanacache, una movilización popular impidió que un dife-
rimiento culminara la destrucción de un añoso bosque de algarrobos, impidiendo la
tala final de uno de los árboles sindicado como antiguo lugar de descanso de Martina
Chapanay. Frente a la inminencia del hecho, los pobladores reclamaron con urgencia
la presencia de la Comunidad Huarpe del Cuyum, la primera en activar el movi-
miento huarpe en San Juan.
Como otros adscriptos huarpes rurales, uno de los líderes de la Comunidad Co-
razón Huarpe de Cochagual afirmaba que “acá somos todos huarpes”, que su pre-
sencia en esa tierra databa de tiempo inmemorial y que “los puesteros son indios”.
23
Asimismo, vinculaba su expulsión de un puesto en el Encón a una experiencia co- 100
25
22 No se trata en este caso de las Lagunas de Guanacache, sino de una localidad sanjuanina próxima,
ubicada cerca del límite interprovincial con Mendoza.
5
23 En las proximidades de la ruta que une San Juan con San Luis y Buenos Aires.
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Junto al avance de los diferimientos, las agencias estatales se mostraron cada vez
más directamente involucradas en políticas agresivas que implicaban la alienación
de recursos de los pobladores rurales subalternos. A mediados de la década de
1990, enormes superficies de los departamentos periféricos de la provincia pasaron
a revestir como áreas protegidas de conservación de la biodiversidad bajo la Admi-
24 25
nistración de Parques Nacionales u ONGs ambientalistas. Aunque algunas es-
taban constituidas como tales desde la década de 1970, en la práctica el acceso de
hecho a pequeños ganaderos trashumantes que las utilizaban históricamente como
zonas de caza y pastoreo comunal era tolerado dado el papel central que cumplían
en su economía de subsistencia (Escolar, 1997). Pero las nuevas administraciones
aplicaron férreamente la prohibición de caza y pastoreo, echando o incluso ma-
tando el ganado. Del mismo modo, castigaron la caza furtiva, invocando normas
legales de veda que, si bien existían, no eran en general aplicadas en la práctica a los
26
cazadores de subsistencia.
Mientras la recuperación del acceso a esas tierras se convirtió paulatinamente en
una de las mayores demandas de las poblaciones subalternas locales –si bien no ge-
neraron movimientos o acciones organizados– las identificaciones indígenas se ar-
ticularon sobre una revalorización de las prácticas tradicionales de uso del espacio y
producción cazadora ganadera en esas áreas, amenazadas en su continuidad. La
caída de las relativas garantías oficiosas respecto del acceso a dichos recursos generó
entre los subalternos rurales, e incluso entre “sectores medios” locales, una percep-
ción de las reservas y (por derivación) del estado como enemigo expropiador de re-
cursos tradicionales de las economías domésticas, en general básicos para la subsis-
27
tencia.
En este sentido, tanto las demandas huarpes o indígenas rurales como las urbanas
parecen estructurarse como contradictorias demandas al Estado y a una determinada
idea del estado. Por un lado, se reclama una “retirada” formal del Estado y la recupe-
ración del acceso a la tierra y otros recursos. Por el otro, con cierta perpleja nostalgia y
despecho de trabajadores “desincorporados”, se demanda el “retorno” del Estado
como dador, garante de derechos, benefactor, protector o empleador a través de de-
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[…] La somnolienta siesta atravesaba estas relaciones […] los vecinos sacaban
una silla y se sentaban en la vereda” (Grillo Padró y De la Vega, 2000:151).
ciones colectivas. “La total crisis de certeza que se cierne sobre el ciudadano” es una
crisis de la subjetividad. Parafraseando a Fukuyama, el “fin de la historia” es un sen-
timiento presente, no sólo como ficción neoliberal de una era superadora de “au- 25
ténticos” conflictos políticos, sino como vaciamiento del sentido de la vida pre-
sente y futura. Pero también, esta “crisis de certeza” implica cierta mutilación de las 5
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Epílogo
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Los sentidos inscriptos en las interpelaciones huarpe e indio en Cuyo parecen remi-
tir directamente al proceso secular de incorporación estatal, política, capitalista y 95
ciudadana de poblaciones y territorios, en particular de las áreas rurales con un dé-
ficit secular de control social por parte de las elites urbanas regionales hacia la se- 75
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28 En una asamblea de protesta por el cierre del enclave minero de Río Turbio, Hernán Vidal (1997)
recoge el siguiente discurso “[Reclamamos] el respeto que nos merecemos como santacruceños argenti-
nos (…) [Queremos] ser ciudadanos de primera, no de cuarta, ni Kelpers (…) no somos indios y nos
quieren engañar con plazas y lucecitas de colores; no somos indios, ni bestias salvajes, somos seres hu- 25
manos (Vidal 1997: 16).” El mismo año, una piquetera jujeña explicaba que “Todos creen que somos
indios; que no sabemos pensar ni hablar (…) sólo pedimos trabajo; ni limosna ni subsidios (…) Que 5
nos den la posibilidad de tener un trabajo digno (La Nación 28/5/1997).”
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Capítulo 3:
A través de una historia provincial y de las políticas oficiales dirigidas a los indíge-
nas, nos proponemos en este capítulo identificar los sistemas de pertenencias en
los cuales se enmarca la movilidad aborigen en la provincia de Chubut. Entende-
mos el espacio social hegemónico, por un lado, como resultado de las prácticas des-
tinadas a producir y explicar las diferencias sociales de acuerdo con determinadas
economías de valor y, por el otro, como producto de las prácticas territorializadoras
que delimitan y distribuyen lugares, distancias, orientaciones y accesos (Grossberg,
1992 y 1996). Estas geografías hegemónicas construyen el espacio dentro del cual
la gente vive sus vidas, define las alianzas y orienta su acción. Las correspondencias
naturalizadas entre determinados lugares y las construcciones estereotipadas de sus
ocupantes –versiones hegemónicas de aboriginalidad (Beckett, 1988; Briones,
1998a)– son el punto de partida para comprender cuándo los sujetos indígenas de-
vienen en agentes capaces de cambiar el rumbo de la historia.
Nos centraremos a continuación en cuatro de los conflictos que, en los últimos
años, han mantenido algunas comunidades de la provincia con terratenientes no
indígenas. En todos ellos el recurso en disputa es la tierra, pero en el mismo proceso
han ido adquiriendo sus propios matices, transformándose en los “casos” desde los
cuales los mapuches-tehuelches reflexionan sobre su movilidad por el espacio. Los
casos tomados en este trabajo –Huisca Antieco, Futa Huau, Pilláñ Mawiza, Curi-
ñanco y Vuelta del Río– han ido transformando, desde la praxis indígena, las rela-
ciones sociales con el estado provincial y nacional, y los modos de habitar afectiva-
mente los lugares sociales disponibles. Consideramos, siguiendo los planteos de
Williams (1977) y Grossberg (op. cit.), que la subjetividad es la forma singular que 100
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Los fragmentos del pasado, fijados en los más diversos materiales –puntas de flecha,
pipas, el cráneo de un machi, restos fósiles y “material histórico”– y reorganizados en
las vitrinas de los museos provinciales, constituyen una de las formas que adquiere la
narrativa fundacional de la provincia. Con el propósito de describir esta “puesta en
intriga” (Ricoeur, 2001) e identificar las matrices de diversidad que son escenificadas
para contar los orígenes de una “identidad provincial”, nos hemos dirigido a la Casa
de la Provincia de Chubut, en Buenos Aires. Por consiguiente, el corpus de este apar-
tado está conformado por la bibliografía, los folletos y las páginas de internet que fue-
ron seleccionados por la provincia como textos oficiales sobre su historia. 100
En dicho corpus se destaca que el contexto patagónico está definido por “pro-
blemas comunes”. Sin embargo, se aclara que emerge un perfil particular de una 95
identidad chubutense: “En las primeras décadas del siglo XX, las nuevas unidades ad-
75
quieren, poco a poco, una personalidad diferenciada (www.Patagonia.com.ar).” Por
lo tanto, los diversos relatos, aun cuando incorporan sus propios énfasis y acentos,
presuponen una misma selección y combinación de acontecimientos. La historia co-
mienza con la descripción socio-económica de los tehuelches, “los primeros pobla- 25
dores”; prosigue con la incursión del caballo, la “invasión araucana”, los contactos
5
“pacíficos” con las primeras agencias colonizadoras, los padres salesianos y los inmi-
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grantes galeses, y los contactos “bélicos”, cuyo hito es la “campaña al desierto”; y fina-
liza con la sociedad de inmigrantes, la “punta boliche” y la “civilización”.
Los tehuelches constituyen, en estas narraciones, el componente aborigen idea-
lizado y mítico de los orígenes (Rodríguez 1999). Así, estos “primitivos habitantes”
de la Patagonia –quienes “desarrollaron formas de vida simples, en completa ar-
monía e integración con su medio” (AA.VV., 1994:7)– no formarían parte de los
tiempos de la historia y el cambio; copiándose a sí mismos a través de los siglos:
“dependían de la caza de guanacos y avestruces”, “recorrían su extenso territorio”,
“utilizaban el arco y la flecha”, “se alimentaban de carne de guanaco” y “confeccio-
naban toldos”. La construcción ahistórica del tehuelche, su pasividad frente a los
acontecimientos, y su escasa o nula participación en la historia conforman el este-
reotipo hegemónico que lleva a afirmar, por ejemplo, que los tehuelches han tenido
“una incidencia casi nula sobre el medio, en el que se comportaban como un ele-
mento más del ecosistema natural (AA.VV., 1996:83).”
El cambio habría sido producido, entonces, por otros sujetos históricos; el de-
venir de la historia comienza cuando la Patagonia: “[…] habría de sufrir un doble
proceso de aculturación, europeo-criollo y araucano, mucho antes de que en su
ámbito se establecieran inmigrantes blancos o indígenas araucanos (Museo Le-
leque).”
Los araucanos, primero, y las campañas militares, después, protagonizarían el de-
senlace de este primer capítulo. Es entonces cuando la historia oficial irá definiendo
el modelo de diversidad de la provincia y procurará reunir las resonancias del pasado
tehuelche con el progreso y la civilización de los pioneros: “estancias patagónicas que
llevan nombres de cálidas resonancias que se enraízan en el capítulo del ocaso de los
indígenas tehuelches y en el auge de los pioneros de todas las procedencias, como Pil-
cañeu o –precisamente– Leleque (lülük en la vieja lengua tehuelche)” (Museo Le-
leque).
Si bien en la mayoría de estas narraciones los “araucanos” también tienen un
papel importante, las características con las cuales se los define son diferentes. El
mapuche es señalado como extranjero y como uno de los agentes del cambio. En la
matriz de diversidad hegemónica, representa al “otro interno” por excelencia, 100
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se los consideraría hasta dicho momento como unidades discretas que sólo interac-
95
túan superponiéndose una sobre otra.
En cambio, en la narrativa fundacional, la relación entre aborígenes y blancos es 75
organizada en dos etapas diferentes; una que relata los “aspectos pacíficos” y otra
que describe los “aspectos bélicos” (Museo Leleque). Los “contactos armoniosos” son
3 Lecturas y explicaciones como éstas pueden encontrarse en otros contextos provinciales y en ciertas 25
producciones académicas. Véase Briones (1999), para el caso de Neuquén y Río Negro; Lazzari y Lenton
(2000), en su análisis del discurso etnográfico de la escuela histórico-cultural; y Rodríguez y Ramos 5
(2000), en los medios de comunicación de Chubut y Santa Cruz.
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parte de los sentidos de pertenencia que, desde el presente, construyen una “comu-
nidad imaginada” chubutense:
“si hay una impronta cultural que se nota en la mayoría de las ciudades de
Chubut, ella es la galesa. Más aún, casi en ninguna otra provincia del país han
formado colonias tan grandes como en esta. […] los colonos de la europea Gales
abrieron el terreno a la ‘civilización’ en esta parte del mapa argentino, allá por
1865, buscando nuevos terrenos para poder trabajar” (www.Patagonia.com.ar).
Por otro lado, esta armonía interétnica es construida como el hito central en el
que se funda la soberanía argentina en Chubut. La historia define, entonces, el ple-
biscito del 30 de abril de 1902 –actualmente feriado provincial– como el día en
que trescientos habitantes, entre indígenas y galeses, decidieron ser argentinos y no
chilenos. Después de aquella “respuesta unánime” de “lealtad a la patria”, “el
maestro Owen Williams izó la bandera argentina en el mástil de la escuela y se
cantó nuestro himno” (www.Patagonia.com.ar).
Por el contrario, los “aspectos bélicos” o negativos del “contacto interétnico”
aparecen como ajenos a la provincia en un doble sentido. La narrativa adjudica,
100
primero, el inicio del “sometimiento total” (AA.VV 1996: 84) o la “reducción casi
hasta la extinción” (www.Patagonia.com.ar) de los aborígenes al gobierno na- 95
cional, específicamente, a las expediciones del general Julio A. Roca, “conocidas
como la Conquista del Desierto”. Segundo, la responsabilidad de las consecuencias 75
4 Fenómeno discursivo por el cual ciertas acciones son reemplazadas por construcciones nominales 5
–sustantivas–, borrando las huellas temporales y de agentividad. De este modo, la nominalización no
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(www.Patagonia.com.ar). En estos textos, los mapuches que aún viven en las co-
munidades rurales –el aborigen visible– también se encuentran “en condiciones de
marginalidad, extrema pobreza y pérdida de la identidad”.
El turismo provincial ofrece, entonces, la posibilidad de “encontrar”, en algunos
espacios específicos, los vestigios o “manifestaciones culturales del pasado aborigen
de la provincia” (AA.VV., 1996:87). Las culturas mapuche y tehuelche, convertidas
en un recurso escaso y en un bien estético, se materializan en el camaruco, las arte-
sanías del tejido, los instrumentos musicales, el quillango, los abalorios, la comida,
los juegos infantiles y las leyendas. El “pasado aborigen” se exhibe en los museos,
“donde se testimonia a través de diversos objetos”, en el paisaje (“el mismo entorno
que siglos atrás veían los indígenas” ), o a través de una nueva “tendencia en materia
de turismo: la visita a comunidades indígenas, y la convivencia con personas que
tienen costumbres un poco diferentes a las del común que vive en la ciudad”
(www.Patagonia.com.ar). A pesar de la anunciada desaparición de los aborígenes
en la provincia: “existen reservas o comunidades donde todavía […] se los puede
ver conservando sus costumbres […]” (www.Patagonia.com.ar).
creación de distintos programas que han tenido como objetivo el llevar a la práctica
una política de “reconocimiento”. Sin embargo, es aquí donde el corpus legislativo
6 Existen otras leyes y decretos específicos. En los últimos 15 años, con marchas y contramarchas, la 25
provincia de Chubut ha elaborado un importante cuerpo jurídico sobre la cuestión indígena (ver Hual-
pa 2003). Para un análisis más amplio sobre la legislación indígena en el contexto nacional ver Carrasco 5
(2000) y Gelind (2000a y 2000b).
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“La particularidad que tiene Chubut, y que no tiene Río Negro y el Neuquén, es
que nunca jamás hemos permitido al estado que nos venga a institucionalizar la
lucha. […] Existen comunidades, comunidades que actúan de manera autó-
noma, y que coordinan acciones de lucha” (Comunidad Pillan Mahuiza,
2003a).
“El gobierno utiliza este tema y trata de descalificarnos […] ¿Por qué en Chubut
no pueden avanzar y siempre el problema es el problema mapuche? Entonces, dice
el gobierno, ‘lo que pasa es que en Chubut los mapuches están desorganizados’. Y
es mentira, son 65 comunidades, es una de las provincias que más comunidades
mapuches tiene, y no estamos desorganizados, sino que no estamos organizados
como ellos quieren. Ellos dicen ‘en Chubut no están organizados y no sabemos con
quién hay que dialogar’. Y eso se traduce ‘en Chubut no lo pudimos amontonar y
no sabemos a quién comprar’” (Comunidad Pillan Mahuiza, 2003a).
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cuela y otros anexos (unas 1.000 ha), utilizándolos como parte de su pro-
piedad. En 1997 miembros de ésta y otras comunidades toman el edificio 75
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alambre y recuperar las tierras. Poco después llega la policía con una orden
de desalojo firmada por el juez de Instrucción José Colabelli. Se inicia en-
tonces el procesamiento de 12 indígenas acusados de usurpación. El go-
bierno provincial, luego de estas acciones, finalmente reconoce los
derechos de la comunidad.
– Pillán Mahuiza, donde la comunidad ocupa 250 ha. de tierras recuperadas el
24 de diciembre de 1999 a 10 kilómetros de la localidad de Corcovado. Estas
habían sido expropiadas en 1939 mediante el desalojo de familias mapuche y
se encontraban en manos de la policía de la provincia de Chubut. Desde en-
tonces, la comunidad viene luchando contra el acoso de la policía, y deman-
da la entrega de un título comunitario.
– Curiñanco, caso en el cual la Compañía de Tierras del Sud Argentino (per-
teneciente al grupo Benetton) demanda por usurpación a la familia com-
puesta por Atilio Curiñanco y Rosa Rua Nahuelquir. Ambos, provienen de
familias que por motivos económicos debieron trasladarse de sus comuni-
dades a la ciudad de Esquel. En la ciudad formaron familia y nuevamente
por motivos de la crisis económica deciden retornar al campo para lo cual
solicitan información al IAC sobre el lote Santa Rosa, el cual se encontraba
abandonado hacía 50 años. Allí se les informa –según siguen sosteniendo
hasta el día de hoy Rosa y Atilio– que las tierras eran fiscales, con lo cual se
trasladan con sus pertenencias a dicho lugar en agosto de 2002. Una vez
instalada la familia es desalojada, el 2 de octubre de 2002 por la fuerza poli-
cial, debido a una orden del juez José Colabelli (Juzgado de Instrucción de
Esquel) motivada ante la denuncia del gerente de la estancia Leleque, Ro-
nald Mac Donald, quien reclama que dicho lote es parte de la mencionada
estancia.
– Vuelta del Río, comunidad mapuche ubicada en la región Noroeste de la
provincia, en lotes pertenecientes a la Colonia Aborigen Cushamen –colo-
nia creada por decreto presidencial de 1899, firmado por Julio Roca ante el
reclamo llevado adelante por el cacique Miguel Ñancuche Nahuelquir, y 100
que respondía a lo establecido por la ley 1501, llamada “Ley Argentina del
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Hogar”. Allí, luego de la creación del Estado Provincial del Chubut, el co- 95
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poseía otros lotes en la colonia. En 1994, sus sucesores entablan una de-
manda de desalojo judicial contra algunas familias de la Comunidad Vuel-
ta del Río, la cual fue resuelta en favor de la comunidad. Esta obtuvo
también el reconocimiento de su Personería Jurídica por parte de los go-
biernos nacional y provincial. En 2000 la familia El Khazen realizó una de-
nuncia penal contra los pobladores de la comunidad por usurpación de
inmuebles, denuncia que tramita ante el juzgado de Instrucción del Dr.
José Colabelli. Ese mismo año, el 4 de octubre de 2002, se pide una medi-
da cautelar consistente en la expulsión de la familia Fermín y de todo otro
ocupante del predio, medida que se intenta llevar a cabo el 15 de marzo del
2003, derrumbándose la casa de la Familia Fermín por parte de la policía
de El Maitén, ante una orden del juez Colabelli. La comunidad logra evitar
el desalojo en aquella oportunidad. El 7 de noviembre, el juez subrogante
en la causa Penal que se sigue contra el Sr. Fermín por delito de usurpación
dictó su sobreseimiento definitivo. De acuerdo con la posición de la comu-
nidad, la causa retornó a la Sede Civil y la Magistratura de Chubut pidió el
enjuiciamiento del juez Colaballi. El 4 de mayo de 2004 un Tribunal de
Enjuiciamiento destituye al juez de su cargo por “mal desempeño de sus
funciones” y “por desconocimiento del derecho”.
La diversidad de casos es en extremo muy amplia y en cada uno debe ser tenido
en cuenta el proceso histórico de enajenación y radicación de los pueblos origina-
rios en Patagonia luego de la conquista militar. Proceso en el cual no ha existido
una ley general, sino que ha sido operado a través de distintas normas específicas
que o bien no referían a la población indígena o lo hacían sólo de manera tangen-
cial (Briones y Delrio, 2002). Así, la radicación de quienes sobrevivieron a las cam-
pañas y no fueron deportados y trasladados a otras regiones del país fue en las áreas
que habían quedado libres del reparto de tierras al gran capital. En estas tierras fis-
cales se crearon pocas colonias (como el caso de Cushamen) destinadas a localizar
indígenas; se establecieron algunas reservas para futuras colonias; o se hicieron con-
cesiones temporarias y condicionales a algunas familias en tierras fiscales reser- 100
8 Para mayor información sobre las políticas de radicación luego de las campañas militares ver Brio- 5
nes y Delrio (2002).
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“[…] había una sentencia firme por parte de la justicia para que esta comunidad 75
sea desalojada, jurídicamente era imposible revertir esta situación, era medio
complicado pensar que a través de la ley se podía llegar a revertir” (2003).
25
Del mismo modo, comentaba también sobre la comunidad Futa Huau:
5
9 Término del mapudungun que refiere a los no mapuches.
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(2003)
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11 “Acá no es posible generar espacios de diálogo ni con los funcionarios provinciales ni con los muni-
cipales. Hay un racismo institucional que hoy se expresa en su más alto grado, porque parece no impor- 25
tar si gendarmería o la policía desalojan o reprimen. Sólo nos queda que la gente común mapuche y
no-mapuche se entere y de alguna u otra manera pueda reaccionar (Comunidad Vuelta del Río 5
11-11-02).”
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una situación de abuso”. La “discusión sobre los ceros” planteada por el gobierno
95
olvidaba, para los mapuches, que el tema era “la situación de persecución y de opre-
sión del estado sobre una comunidad”: 75
12 Carta del presidente del INAI ante los sucesos de Vuelta del Río: “...a pesar de la responsabilidad de
la provincia que en fecha 17 de septiembre de 1963 extendió el título de propiedad a ‘Hijos de Abraham 25
Breide sociedad colectiva comercial y ganadera’ sin tener en cuenta la ocupación ancestral de los pobla-
dores indígenas, renuevo mi disposición para la búsqueda de soluciones conjuntas y que tengan en 5
cuenta los derechos indígenas (24-3-03).”
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“Se blanquea el abuso con la plata y nosotros estamos hablando de justicia, es-
tamos hablando de territorio, estamos hablando de libertad y el territorio, la jus-
ticia y la libertad no se pagan” (OCMT 2003).
Fruto de estas evaluaciones, unos años después, el caso de Vuelta del Río ad-
quiere una nueva orientación. En un comunicado de prensa del año 2002, las de-
mandas de la comunidad se centran en el pedido de un título comunitario sobre las
tierras ancestralmente ocupadas y la anulación de todo título de propiedad otor-
gado a estancieros o particulares no aborígenes sobre esas tierras reservadas por la
nación (Comunidad Vuelta del Río, 13/11/02). El desembolso del dinero del
Estado, a favor de la empresa privada, no sólo se contrapone con la falta de fondos
para la educación intercultural, la capacitación y los proyectos productivos de las
comunidades aborígenes, sino que también implicaría una distribución arbitraria y
desigual de los recursos del Estado que pertenecen a toda la sociedad argentina.
Éste último argumento fue esgrimido por los miembros de la comunidad Vuelta
del Río en el II Parlamento mapuche-tehuelche.
En 2003, José Vicente El Khazen, su abogado y el interventor del Instituto
Autárquico de Colonización se reunieron con los abogados del INAI y pidieron
2.000.000 de pesos por los 9 lotes de la comunidad Vuelta del Río sobre los
cuales el primero de ellos tiene título de propiedad. Este hecho reabrió el debate
sobre el arbitraje del Estado nacional. Los puntos centrales de esta discusión
giran, en principio, en torno al proceso histórico que preexiste a los títulos de
propiedad en cuestión. La comunidad Vuelta del Río exige al Estado una investi-
gación profunda sobre estos hechos: “antes del estado ofrecer plata tendría que
investigar a esta gente, desde dónde empieza ahí, cómo obtuvieron el título de
propiedad, quiénes estuvieron primero”, “de dónde vinieron los Breide, los boli-
cheros, quiénes somos los que estamos en la tierra”. El punto siguiente de la dis-
cusión ha sido la violencia que ha sufrido la comunidad por parte del Estado y los
privados –en nombre de la ley–, desde el momento en que se judicializó el con-
flicto: “[…] en qué sentido le van a pagar a ellos, cuando ellos vinieron a hacer
¡cuántas cosas! Hundieron todos los capitales que había de los nuestros abuelos, 100
mantenido con algunos de ellos y en las discusiones del Parlamento, los ma-
5
puche-tehuelches han ido proponiendo, en torno a este conflicto específico, la de-
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“el lote 134 nunca perteneció a la denominada comunidad Vuelta del Río y en el
expediente está demostrado que los sucesores de Heinkel El Khazen son sus legí-
timos dueños […] Mauricio Fermín no puede alegar derechos anteriores porque,
como está documentado, el primitivo ocupante, Julio Marinao, le vendió todas las
mejoras del lote a Abraham Breide. Daría la pauta de que Marinao, quien sería
abuelo de la mujer de Mauricio Fermín y ocupó esas tierras, había cuidado ovejas
de Breide, como mediero. Luego en el año 1958 ante Policía y escribano público 100
reconoce los derechos de ocupación a favor de los Hijos de Abraham Breide, res-
95
pecto a las mejoras y animales […] en realidad los derechos humanos afectados en
este caso son los de El Khazen" (Juez de Esquel Sr. José Oscar Colabelli, citado 75
por el Diario El Chubut, 9/5/03).
indígenas como Pueblo con aquellos que defienden la propiedad privada, y denun-
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“¿Quién escribió la función para que digan que hoy esas tierras no nos corres-
ponden a nosotros? Pero yo sé bien que a nosotros nos corresponde, por un derecho
de una madre o de un padre. Si nosotros nacimos y criamos ahí, hasta ahora. Lo
tengo bien en cuenta que el año 56 los tipos agarraron y tiraron alambre, lo ce-
rraron todo con la gente adentro, con todos adentro nosotros. Y después ahora ellos
dicen que ellos tienen derechos ¿De qué manera no es nuestro?” (Comunidad
Vuelta del Río 2003, II Parlamento).
Finalmente, el discurso indígena, de acuerdo con sus distintos ejes de debate –el
desempeño interesado de los árbitros, el silenciamiento estratégico de las relaciones
sociales asimétricas, la naturalización hegemónica de la “propiedad privada”, el es-
caso valor de la “firma” como prueba de transparencia y las hipocresías jurídicas del
Estado– impugna el modo en que, en la práctica, se ha entendido la noción de “re-
paración histórica”. Para este discurso, la expropiación de la tierra al estanciero o la
igualdad de derechos no implican “reparar” la tendencia histórica de los procesos,
sino que es una manera de hacer “borrón y cuenta nueva”. Entiende, por el con-
trario, que “reparar” implicaría reconocer los derechos políticos de un Pueblo –de-
volución de tierras con anulación de los derechos de propiedad contraídos por los
winkas sobre tierras aborígenes–, aplicar leyes diferenciales reconociendo una polí-
tica de la otredad, revisar la historia y asumir responsabilidades en los engaños y
despojos de las tierras, en definitiva, re-acomodar los códigos del Estado con el fin
de llevar a la práctica un reconocimiento concreto de sus derechos como Pueblos
Originarios (II Parlamento, 2003). 100
13 “La comunidad mapuche Vuelta del Río nuevamente está en la mira. La nueva orden de desalojo 25
firmada por el juez de instrucción de Esquel José Colabelli, contra la familia Fermín deja al descubierto
la hipocresía del estado que dice reconocer nuestros derechos fundamentales como pueblo originario. 5
Argentina continúa su política de despojo y exterminio (OCMT 5-7-03).”
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dar cuenta de los procesos por los cuales se ha producido un modelo de marginali-
dad y en refutar los supuestos que lo sostienen. Por un lado, como hemos visto en el
caso de la pérdida de tierras, la visualización del endeudamiento de los pequeños
productores como resultado de fuerzas económicas y de su propia “imprevisión” y,
por el otro, el concebir a las migraciones del campo a la ciudad como la instancia fi-
nal de “disolución” de la “identidad étnica”. Así, la agencia de los pueblos origina-
rios lleva adelante una lucha tanto en el frente de la Historia, describiendo y de-
nunciando estas nominalizaciones, como en el devenir, reivindicando la identidad
mapuche-tehuelche de individuos y comunidades urbanas y señalando que la His-
toria no ha terminado, que otras movilidades, como de la ciudad al campo, tam-
bién son posibles.
Sin embargo, esta movilidad implica enfrentarse con fuertes estereotipos rela-
cionados, en primer lugar, con la discriminación de los indígenas en los centros ur-
banos y la interpretación hegemónica que establece que “el indígena fuera de su co-
munidad no es objeto de una reivindicación histórica”.
por las fuerzas invisibles del mercado. La pobreza es fruto de la enajenación de los
95
recursos, principalmente la tierra. Por lo tanto, la salida consiste en el retorno a ella:
75
“la mayoría estaba viviendo en la ciudad porque no tenían un lugar territorial,
más que nada. Como te decía que este señor, Said Bestenne, agarró y alambró, no
le importó que la mayoría de la gente se quede sin lugar […] la misma gente, los
mismos pobladores que vivían anterior fueron tomando una decisión de decir 25
‘bueno, nos vamos a empezar a organizar’. La idea de nosotros era volver de vuelta
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trucción histórica y una crítica concreta hacia los procedimientos legales que favo-
recieron los despojos de tierras. En esta práctica, los sujetos afectivos se trans- 5
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“yo sabía que era mapuche pero no sabía que en un momento iba a estar en una
lucha tan así tan amplia, una lucha donde el mapuche tiene que hacerse valorizar
con su propio derecho, o sea más que nada ver los derechos que tiene el pueblo ma-
puche por ser mapuche, porque no estamos en la tierra sino que somos parte de
ella” (werken de la comunidad Futa Huau 2003).
comunitaria y étnica. Finalmente, procuran ampliar los límites de los lugares dis-
ponibles, más allá de las territorializaciones del Estado: “La idea es que cada comu-
nidad esté organizada y tome decisiones independizadas del gobierno” (Comu-
25
nidad Futa Huau, 2003).
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campo considerado como fiscal por los viejos pobladores de Leleque debido a que
en los últimos 50 años había permaneció abandonado. Allí se les habría infor-
mado que el lote no pertenecía a la estancia Leleque y que se trataba de tierra
fiscal. “La indemnización cobrada por Rosa, tras el cierre en febrero de la fábrica
donde trabajó 15 años, sirvió para comprar algunas plantas, semillas, animales y
herramientas” (Scandizzo, 2002). Entonces, es cuando se produce el enfrenta-
miento directo con el grupo Benetton.
En este caso la postura crítica también consiste en “desandar la historia” desde el
punto de vista mapuche y la pertenencia a un Pueblo “en lucha” por sus derechos in-
dígenas. Pero su articulación con una historia nacional de desindustrialización y de-
socupación es lo que le ha dado un perfil particular. Este último es el que han reto-
mado los distintos medios de comunicación, incorporando el caso Curiñanco en una
crítica más generalizada al poder económico y político. Por ejemplo, en un programa
televisivo (Punto Doc, América TV) se hace especial referencia a la familia mapuche y
su condición de obreros que ven amenazada su situación económica. En el programa
televisivo se remarca el hecho de que el grupo italiano no ha establecido ningún tipo
de factoría en el país, exportando lana cruda, principalmente, para su manufactura
en el extranjero, mientras que, por otro lado, Rosa Nahuelquir es una de las tantas ce-
santes a raíz del cierre de la industria textil nacional.
La doble determinación entre las identidades en juego y la construcción pública
del caso, estaría dando lugar a una nueva subjetividad: el “desocupado mapuche”
como articulación de experiencias y procesos específicamente indígenas de subor-
dinación, y aquellos que son compartidos con otros grupos de la sociedad civil.
Algunos werken, incluso, sostienen que la mayor concientización y profundización
histórica revelaría una superposición entre ambos colectivos –mapuches y desocu-
pados.
Sin embargo, la legitimidad de este nuevo lugar social es negada por los sectores
de poder afectados, quienes ponen de manifiesto la des-estructuración que plantea
una demanda de tierras por parte de aborígenes a los que se considera “urbanos”.
Estos sectores denuncian como “inauténtica” la condición aborigen de los trabaja-
dores o desocupados de la ciudad y definen sus usos culturales como “pantallas”. 100
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para justificar la ilicitud y desconocimiento de la ley.” De esta forma, las “muy
queridas culturas aborigenes” aparecen como ajenas y sin relación directa con la fa-
milia Curiñanco.
En breve, constituye este caso un nuevo modo de circular por el espacio social
por parte de los pueblos originarios, identificando nuevas señales para orientar su
marcha e impugnar los modos establecidos de transitar y ocupar ciertos lugares:
“Cuando se plantea ese tipo de salida el gobierno hace todo lo posible para impedir
que esto no se transforme en un faro, en una luz para la gente que está desesperan-
zada en los barrios” (OCMT, 23/03/03).
“Cuando éramos chicos, la escuela, una escuela que nos ha colonizado desde siempre,
nos enseñó que un 25 de Mayo llovía en el Cabildo y el pueblo había salido a la calle
porque se quería independizar. Nosotros, los pueblos originarios estábamos dando
batalla y resistencia por no perder nuestro territorio, los argentinos tienen memoria
de esa fecha, de esa lluvia, de ese día, como el día en que nació la patria. Hoy em-
pieza una nueva historia [está lloviendo en ese momento en la Plaza de Mayo], para
todos los argentinos, para todos los pueblos originarios, hoy vamos a nacer, compa-
ñeros, vamos a nacer desde la diversidad cultural, desde los nuevos derechos, desde la
identidad desdibujada, siempre eurocentrista, siempre mirando hacia el otro lado
del mar. Hoy vamos a nacer un nuevo país […] con todos ustedes” (Comunidad Pi-
llan Mahuiza, 2003b).
Los sucesos nacionales de diciembre del 2001 han modificado sustancialmente las
demandas de la sociedad civil. A partir de los mismos se ha generalizado, con dis-
tintos matices, un reclamo colectivo de “refundación de la nación” (Briones, 2002c;
Briones et. al., 2003). En este contexto, las organizaciones y comunidades indígenas
de Chubut han enfatizado una tendencia provincial hacia otros modos de articula-
ción, donde la especificidad de los derechos indígenas operan como el “significante” 100
(Laclau 1996) de una “comunidad” más amplia –mapuches y no mapuches– en las
denuncias contra el poder político. 95
75
14 La promoción y preservación de estas culturas, que menciona la nota, están referidas a la construc-
ción del Museo Leleque en tierras de la estancia homónima, propiedad de la empresa Benetton. Este he-
cho fue también motivo de crítica por parte de los indígenas, quienes, por su parte, acusan a dicha firma
de ser ella quien utiliza como pantalla a las culturas aborígenes: “Benetton tiene que explicar de dónde
salieron los objetos mapuche y tehuelche que exhibe en su museo. También tiene que explicar por qué 25
en el folleto de promoción del museo incorporó algunas palabras del lonko Foyel pronunciadas en
1870: “Acá hay lugar de sobra para todos” ¿Quiénes son ‘todos’ para la corporación? El Pueblo Mapu- 5
che seguro que no (OCMT 28/02/03).”
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15 Este no es tema del presente trabajo, por lo tanto, nos limitamos a presentar aquí muy brevemente 5
algunas de las ideas que hemos intercambiado con miembros de la comunidad.
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pación conjunta en una lucha común. En la práctica, los vecinos de Esquel, las or-
ganizaciones y comunidades mapuches han compartido marchas, manifestaciones
y reuniones, conformando, en el 2002, el “Foro –o Asamblea– del NO a la Mina”.
Tanto sus protagonistas como algunos observadores externos definieron las expe-
riencias de Esquel como “un caso emblemático”, “un símbolo a analizar”, y “un
ejemplo a seguir” por “todo el pueblo argentino” o una demostración del “poder
17
civil”.
En el marco de estos acontecimientos y discursos –presentados muy sucinta-
mente en este trabajo–, los casos Vuelta del Río y Curiñanco constituyen, en la
praxis política de los indígenas, el punto de partida para ensayar nuevos mapas so-
ciales y reflexionar sobre los escenarios nacionales e internacionales emergentes.
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el discurso mapuche sobre el territorio planteó sus propias aristas: el derecho a de-
cidir usos alternativos –no meramente económicos– sobre las tierras, y otros
marcos para interpretar la relación con la naturaleza donde no habría lugar para la
negociación y los precios de mercado.
El punto de vista mapuche afirma una unidad de identificación entre la gente y
la tierra; ésta es una relación cargada de historia y sentimientos de pertenencia
donde el afecto determina el modo de habitar los espacios y de pelear por ellos. El
énfasis en los componentes afectivos también motiva, en los no mapuche, senti-
mientos locales o nacionales sobre el territorio que habitan. Así, los discursos pú-
blicos mapuches yuxtaponen con frecuencia distintas “comunidades” y sentidos de
pertenencia, para especificar las alianzas posibles e identificar a los “otros”. Estos
últimos son, principalmente, terratenientes “extranjeros” que, aún cuando hayan
nacido en esta tierra, sus intereses y afectos son foráneos (ver el uso irónico, “made
in Argentina”).
que se seleccionaban y organizaban las prácticas políticas y las descripciones del caso.
Por un lado, la denuncia a la violencia policial, con “legitimación” judicial, en la cual
el estado fue el responsable de la destrucción de la vivienda y las pertenencias de una 25
familia, compuesta por ancianos y niños. Por otro lado, la siguiente marcha por el
NO a la Mina terminó con la toma del edificio de Tribunales, exigiendo –en conjun- 5
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tivo” y reclaman por “un estado más justo” que “renuncie a los intereses económicos”
95
del sistema capitalista internacional; que empresas como Meridian Gold y Benetton
dejen, por ejemplo, de ser “asistidas por la expeditiva y obsecuente justicia provin- 75
cial”. Este nuevo estado debe estar basado en una práctica real de reconocimiento de
18 El argumento planteado a continuación se basa en conversaciones mantenidas con miembros de la
OCMT.
25
19 “…hoy es acá, mañana en Neuquén, pasado es en Temuco, pasado es más al sur, y recuperar tierras
y se pelean contra los carabineros, y nos enfrentamos con la gendarmería, contra la federal, contra los 5
pacos allá, es un pueblo que está ahí, está intentando buscar un poco de libertad (OCMT 2003).”
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la diversidad cultural y de defensa del interés de la sociedad civil en contra de las mul-
tinacionales. Desde este ángulo, la retórica publicitaria con la que el grupo Benetton
se presenta internacionalmente constituye un referente central en los comunicados
mapuches: “¿Nos hablará del hambre quien desalojó a la familia mapuche Curi-
ñanco?” (OCMT, 28/02/03).
Los mapuches-tehuelches de Chubut han orientado sus prácticas para decons-
truir la retórica multiculturalista de los grupos económicos y del Estado, denun-
ciando a estos últimos como partes interesadas en los conflictos por la tierra. El re-
conocimiento de una historia silenciada de relaciones asimétricas, el
cuestionamiento de un sistema jurídico que los ha relegado como pueblo, las de-
nuncias a una desigual distribución económica y la redefinición de “cultura” en
términos materiales y políticos forman parte de las discusiones que los indígenas
incluyen en sus definiciones de diversidad. Las empresas y el gobierno no aceptan
estas redefiniciones y defienden otro piso conversacional: la prioridad de la pro-
piedad privada y un uso más folklórico de la “diversidad cultural”, aquel que puede
inscribirse en las salas de un museo.
Como toda síntesis de un proceso, este trabajo implica un recorte. A partir de las
prácticas sociales –discursivas y no discursivas– que se encuentran relacionadas con
los “casos” seleccionados, hemos puesto nuestros énfasis y construido nuestras ge-
neralizaciones. Además, la historia sigue su curso; en el último año varios fueron los
sucesos que ameritan una nueva reflexión sobre la construcción de aboriginalidad
en la provincia de Chubut, pero por respeto a sus protagonistas consideramos que
todavía es más prudente callar y esperar que los procesos señalen, con el tiempo, las
nuevas tendencias. Hasta aquí, nos hemos limitado a pensar el espacio social hege-
mónico de la provincia a la luz de los cuestionamientos mapuches y tehuelches.
Fuentes utilizadas
Oficiales:
AA.VV. 1994. Trelew. Cultura e Identidad, Municipalidad de Trelew, Dirección de Cul-
tura. 100
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Trayectorias de oposición 97
Mapuche-tehuelche
OCMT, 14-09-02. Benetton acusa a mapuche de usurpación. Comunicado público.
Comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, 11-11-02. Comunicado del Lof Vuelta del
Río.
Comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, 13-11-02. Ola de desalojos. Peligro en te-
rritorio mapuche”, comunidad mapuche-tehuelche Vuelta de Río. Comunicado de
prensa.
OCMT, 07-02-03. No al saqueo de nuestro Territorio. Folleto repartido por las comuni-
dades mapuche en el corte de ruta, febrero 2003.
OCMT, 14-2-03. Reafirmamos la lucha por nuestros derechos ancestrales y contra la usur-
pación del Wallmapu”. Comunicado de prensa.
OCMT, 28-02-03. Benetton: la corporación de la Impostura, los colores de la simulación.
Comunicado de prensa.
OCMT, 18-3-03. Aumenta la solidaridad contra el desalojo en Vuelta del Río. Comunicado
de prensa.
OCMT, 23-03-03. Entrevista realizada por H. Scandizzo a un miembro de la OCMT, Re-
vista Caldenia, La Pampa.
OCMT, 5-7-03. Frenemos la mano de los verdugos. Comunicado de prensa.
OCMT, 6-10-03. Chubut: la injusticia es ley”. Comunicado de prensa.
Scandizzo, Hernán 2002. La ambición Benetton, la resistencia mapuche, en Periódico
Vasco Egunkaria (10-11-02).
Comunidad Pillan Mahuiza, 2003a. Conferencia realizada por miembros de la comunidad
en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (14-04-03).
Comunidad Pillan Mahuiza, 2003b. Discurso pronunciado en la marcha del 24 de abril del
2003, Ciudad de Buenos Aires. “No al Remate de la Patagonia y en Defensa de los Pue-
blos Originarios en Lucha”. Organizadores: comunidad Pillan Mahuiza y Asamblea de
Vecinos por el No a la Mina (Esquel).
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Capítulo 4:
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sobre Río Negro, y, tras estas palabras, nos mostró un informe mecanografiado que
presentó como síntesis general de la provincia mientras nos explicaba: “Tenés as-
pectos poblacionales, productivos y breves referencias históricas. Lo hicimos hace
5
poco”. Notamos que no aparecían los nombres de los autores y al preguntarle por
esta ausencia respondió: “Lo hicimos nosotros, la Sección Cultura de la Casa de la
Provincia, es un informe”. Le comentamos, luego, que estábamos buscando datos
sobre los aspectos sociales de la provincia y entonces nos recomendó que revisá-
ramos la biblioteca y el archivo de estadísticas situado en un cuarto a sus espaldas.
Sin embargo, inmediatamente se arrepintió y nos recomendó, en cambio, que fué-
ramos al INDEC, explicándonos que “ellos tienen todo lo nuevo, acá se llega hasta
principios de los noventa nada más”. Su comentario dio pie para preguntarle si co-
nocía el trabajo de los investigadores locales, a lo cual respondió “acá no llega nada”, y
sugirió que nos dirigiésemos a la Universidad Nacional del Comahue.
Durante la visita también hicimos consultas sobre los aspectos económicos de la
provincia. Nos remitió entonces al documento que nos había entregado señalando
una página, mientras comentaba:
proliferaban folletos que miramos mientras esperábamos ser atendidas. Éstos pro-
75
mocionaban “Cabañas en la Cordillera”, “Turismo aventura”, “Toda la nieve” y
una “Estancia patagónica” que nos llamó la atención porque el folleto utilizaba
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como logotipo un kulxug mapuche con la iconografía tradicional, a la vez que pro-
ponía pasar días de campo en una de las estancias más antiguas de la Patagonia.
Cuando la empleada de turismo –prolijamente vestida con una camisa y pañuelo al
cuello– nos atendió y escuchó nuestras inquietudes comenzó a contarnos sobre las
dos áreas fundamentales para el turismo: la Zona Cordillerana y la Costa:
“Para la primera tenés principalmente todo lo que es San Carlos de Bariloche y al-
rededores, ahí hay actividad todo el año. En la costa tenés actividad en la tempo-
rada de verano.”
“Lo que vive del turismo es la zona de cordillera: tenés Bariloche, Bolsón es una área
hermosa. Todos buscan ir por la belleza de los paisajes. Tenés muchas excursiones
para hacer en la ciudad, pero lo más impresionante son los parques nacionales. Acá
a todo el que viene se le dice que recorra los parques… –nos dijo con entusiasmo
mientras sacaba un folleto con información sobre los parques.”
“En Bariloche y Bolsón todo lo que se desarrolla en lo productivo tiene que ver con
el turismo. En Bariloche tenés muchos pequeños emprendimientos, fabricas de
chocolate, de dulces, trucha ahumada, alimentos artesanales, velas, jabones y otras
cosas que se llevan los turistas.”
100
En ese momento desplegó folletos y mapas de Bariloche mientras nos indicaba
los principales sitios de interés: la “fabrica de productos regionales”, que nos había 95
mencionado, “la excursión del circuito chico… imperdible. En cambio en Bolsón
el perfil es más de artesanos, un estilo rústico, muy bonito, cosas en madera, mue- 75
7 Se trata de un instrumento de percusión que tiene una gran importancia ceremonial para los 5
mapuche.
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“Están todos en la Línea Sur, crían ovejas… pero hay mezcla con los criollos.
Todos viven parecido en el campo. Los pueblos son muy precarios… eso no está
para el turismo, no hay infraestructura. La gente pregunta si se puede ir a una co-
munidad, pero por ahora no hay nada. Habría que prepararlo.”
Luego de esta breve experiencia con los empleados de la casa de la provincia nos
volvimos y comenzamos a analizar los materiales que nos habían dado, recordando
los detalles de la interacción.
El informe elaborado en 1994 por el Área de Información General es un texto
desordenado –cuya estructura general resulta difícil de determinar en la maraña de
subtítulos y acápites– y genera la misma impresión de abandono que el aspecto
total de la casa de la provincia. Este documento subdivide a la provincia en cinco
zonas: Alto Valle, Valle Inferior, Zona Andina, Costa Atlántica y Región Sur (tam-
8
bién denominada “Línea Sur” en referencia al trazado del ferrocarril). En la des-
cripción de cada zona prima el eje económico, aunque se incluyen también as-
pectos histórico-culturales y demográficos.
Entre las distintas zonas, la del valle es presentada como la más próspera.
Aunque el texto hace hincapié en el aspecto económico, más precisamente en el sis-
tema de riego que permite la fruticultura y ha convertido a la región en un “em- 100
porio de riqueza y de esfuerzo creador”, también menciona que la ciudad de
Chimpay (en el valle medio) fue “la cuna de Ceferino Namucurá”. Al referirse al 95
“punto de vista poblacional”, explica que “la Campaña del desierto, con sus guar-
75
dias y fortines, al fusionar al indio permitió intentos de colonización ya en 1884
[Área de Información General de la Casa de Río Negro 1994:3].” La elección léxica
el indio utilizada en este enunciado corresponde a una categoría general que desco-
noce la diversidad étnica de los pueblos originarios. Por otro lado, parecería que 25
8 El informe describe marginalmente también dos zonas en el norte y en el noreste, pero se trata 5
de regiones que no son contempladas en ninguno de los otros materiales de la misma casa.
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sólo los indígenas son fusionados, lo cual remite a la idea de un grupo sin agencia,
cuya “esencia” puede ser perdida en el contacto con otros grupos humanos. El acá-
pite termina con un párrafo que continúa la idea de fusión-mezcla en la que el desa-
rrollo de la región queda ligado a iniciativas de grupos ajenos a la provincia, per-
sonas provenientes de otras provincias argentinas o de países extranjeros; una
categoría que, implícitamente, remite a las migraciones transoceánicas. Veamos la
cita:
La Zona Andina, por otro lado, incluye únicamente la descripción de las be-
llezas naturales de San Carlos de Bariloche y una breve nota acerca del surgimiento
del turismo atribuido al ingenio de los empresarios barilochenses ante la reducción
del intercambio con Chile en 1920. En el acápite dedicado a El Bolsón, también se
resalta la diversidad de la composición poblacional:
Tal como hemos mencionado más arriba, a lo largo del texto prima una mirada
que pone énfasis en la descripción de los recursos naturales de acuerdo a su valor
económico. Mientras que en la Costa Atlántica los aspectos culturales o demográ-
ficos son considerados como recursos secundarios de la industria del turismo, éstos
no son contemplados como tales para la Línea Sur, aunque sí lo son los salmónidos
que abundan en sus cursos de agua y los pejerreyes introducidos, así como “los
troncos petrificados, vestigios arqueológicos e inesperadas y enigmáticas pinturas
rupestres” que despiertan la “curiosidad” y poseen “interés científico”. Inesperados
100
y enigmáticos vestigios que en nada parecen relacionarse con su población actual,
es decir, con el 13% de la población total de la provincia que el documento des- 95
cribe como población “con claro predominio indígena” que se dedica a la cría de
ovinos [A.I.G.C.R.N., op. cit.:7]. Tan baja densidad demográfica se explica por el 75
hecho de tratarse de una meseta de una altura media de 200 a 300 mts. de clima
muy árido, con vientos fuertes y persistentes, heladas durante casi todo el año, poca
agua, suelos que sufren la erosión eólica e hídrica y con vegetación herbácea o ar-
25
bustiva [A.I.G.C.R.N., op. cit.:7].
5
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ballo y dedicarse al saqueo de los pueblos y las estancias de la pampa. Este concepto
75
tiene sus orígenes en producciones intelectuales vinculadas a la construcción de
una narrativa nacional y, específicamente, en los aportes de los intelectuales orgá-
nicos del roquismo, como Estanislao Zeballos, para justificar la conquista militar
de los territorios de Pampa y Patagonia (Lenton, 1998). Estos aportes fueron intro- 25
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Milcíades Vignati (entre otros) en la década del 1960, siendo uno de sus expo-
11
nentes actuales el mismo Rodolfo Casamiquela.
Por su parte, Lazzari y Lenton (2000) señalan que la construcción de los arau-
canos como esencialmente “chilenos” se contradice con el criterio de “ius solis” que
propone la Constitución de 1853 para establecer la nacionalidad. La condición
alóctona inmodificable los construye en términos étnicos como alteridad indígena
externa y no forman parte del proceso de construcción de aboriginalidad preexis-
tente a la nación argentina y, por lo tanto, opera aún hoy como un poderoso argu-
mento para deslegitimar los reclamos de las organizaciones mapuche (Briones,
1999).
En el párrafo que citamos anteriormente, Casamiquela establece una conti-
nuidad entre los linajes locales (“amigos” que defendieron Patagones del ataque de
los “indios chilenos”) y los tehuelche originalmente argentinos. Según esta explica-
ción, la difusión de la cultura araucana llega a la provincia en el siglo XVII prove-
niente de Chile y de Neuquén. El cuadro de la construcción del territorio nacional
como preexistente al Estado mismo se completa aquí con la proyección de las fron-
teras interprovinciales dos siglos antes de la conquista efectiva de los territorios y
dos siglos y medio antes de su constitución como provincias. Neuquén y Río
Negro constituyen, en esta concepción, dos espacios diferenciados que recibieron
la difusión araucanizante en etapas, siendo Neuquén un territorio aculturado antes
y, por lo tanto, más profundamente.
A pesar de que esta construcción presenta una provincia poblada en el siglo
XVII no sólo por los tehuelches (los “originales”) sino por algunos araucanos (los
“recién llegados”), la campaña al desierto parece constituir un período de vacia-
miento poblacional y, por lo tanto, esa población anterior es presentada de un
modo desvinculado respecto de la población actual de la provincia. El autor dice
que después de 1885 se produjo un desbande hacia Chubut de las “auténticas”
tribus tehuelches cuyos “restos” se radicaron en diferentes lugares de la Patagonia.
Según esta teoría, en el territorio de Río Negro quedaron solamente algunas fami-
lias dispersas en Valcheta, Viedma y Conesa:
100
95
11 Lazzari y Lenton (2000) analizan las connotaciones políticas de esta noción y deconstruyen las
75
concepciones de cultura y sociedad que la sustentan, exponiendo el carácter difusionista y escencia-
lista de la argumentación y su imbricación con los fundamentos que dan basamento a la construc-
ción de la naturaleza de lo nacional. “En síntesis, los enunciados referentes a las entidades partici-
pantes de la ‘araucanización’ predican unidad, autenticidad y originalidad étnicas, semejantes a la
unidad, autenticidad y originalidad nacionales que se construyen en filigrana en los colectivos de 25
identificación y en el de las modalizaciones. Esta mímesis se revela necesaria para desarrollar este
discurso que supone la transformación superadora y la conservación, a la vez, de las particularida- 5
des de cada patrimonio cultural [op.cit.: 132].”
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“De una manera o de otra, los pobladores del ámbito rural de Río Negro, de origen
predominantemente aborigen en la primera capa del poblamiento, o sustrato, es-
taban todos identificados por un rasgo cultural fundamental: el de ser poseedores de
una economía de pastores nómadas o seminómadas […] Con estos antecedentes el
antropólogo, por lo menos, no esperaría que los cultivadores brotaran por generación
espontánea en el interior mesetario de la provincia… Ellos habrían de aparecer des-
pués en las porciones superior y media del río Negro, o en El Bolsón, y naturalmente
fueron europeos en mayor medida. No sucedió lo mismo en el valle inferior, en
donde el predomino de la mentalidad ganadera se mantuvo hasta prácticamente
nuestros días. Es explicable, claro […] en Bariloche, en fin, el poblamiento moderno
habría de hacerse a expensas de pioneros venidos de fuera, argentinos o europeos, y
ellos -a falta de un verdadero sustrato indígena, deshecho allí- fueron directamente
los ganaderos, en general grandes ganaderos. Después, razones ecológicas trajeron a
los suizos, a los alemanes procedentes de similares climas, beneficiarios de otras cul-
turas. Así se explica, a rasgos muy grandes, el mosaico racial y cultural que presenta
nuestra singular Provincia de Río Negro” [AA.VV., op. cit.:46-47].
100
La hipótesis de la relación entre las zonas y las subjetividades –que sostiene la
idea de que la provincia constituye un “mosaico racial y cultural”– es explicada por 95
mente la estrategia económica desarrollada por cada una de las corrientes migrato-
rias –portadoras, a su vez, de una cultura específica– la que define el carácter de 5
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12
cada una de las zonas. No resulta extraño, entonces, que la construcción de lo in-
dígena a nivel provincial esté fuertemente situada en la zona de la Línea Sur y que se
plantee en términos de demandas de los “pequeños productores” de ganado lanar.
Otro de los resultados del proceso de construcción de subjetividades provinciales
es que la articulación económica se imponga sobre el clivaje étnico, partiendo de la
naturalización del mestizaje como forma progresiva de extinción de los indígenas y
de la consecuente construcción de la figura del “paisano” como protagonista prin-
cipal de las demandas. Es desde ese lugar legitimado que, paradójicamente, se arti-
culan agencias que apuntan al reconocimiento indígena:
“¿Por qué una Ley para los paisanos? Los españoles, al llegar a estas tierras, traían
consigo un sistema de vida diferente al que se practicaba aquí, pero sin tomar en
cuenta nada crea un sistema de documentación que daba la propiedad de las tie-
rras a quienes ellos elegían, que jamás fueron sus verdaderos dueños: los paisanos.
Aún hoy se sigue desplazando al paisano de su tierra, de sus derechos. Aún mucha
gente sigue pensando que el único destino de un paisano es ser peón rural y el de su
mujer, empleada doméstica. Es por todo esto que la Ley del indígena se hace abso-
lutamente necesaria para comenzar a solucionar algunas de las injusticias que
nuestros antepasados pusieron sobre los hombros del paisano.” [Gente de la tierra,
1990:2].
12 El escenario social construido por el discurso hegemónico en la subregión Alto Valle está ca-
racterizado por el protagonismo de la figura del “chacarero” y la presencia claramente subalterna
del “paisano” o “peón”. En su etnografía de los chacareros, Ferreyra (2002) señala que la marcación
étnica de los paisanos como “indios” ocurre cuando se les atribuye conductas negativas en el traba-
jo de la chacra y que las diferencias entre chacareros y paisanos son explicadas por los chacareros en
términos de diferencia cultural. Por otra parte, la presencia chilena en la región es omitida por los 100
discursos oficiales. La autoadscripción en términos nacionales por parte de estos migrantes y sus hi-
jos emerge como resultado de una disputa con prácticas y discursos fuertemente discriminatorios y
95
su legitimidad se construye a partir de la inserción económica como trabajador frutícola (Trpin
2004) apelando, de este modo, a un argumento claramente “rionegrino” según la matriz que esta-
75
mos analizando. El protagonismo del chacarero es producido también por las representaciones ge-
neradas por los museos de la región, cuyo relato épico nombra a los primeros chacareros emigrados
de Europa con la categoría sufrida y gloriosa de “pionero”. Esta misma categoría es utilizada en
otras subregiones para colocar en el centro de la escena a otros actores siempre llegados de allende
los mares. Los indígenas en los museos del Alto Valle se colocan en un estadio primario anterior a la 25
llegada de los “pioneros”, enfatizando la idea de extinción y asimilación. En el museo de Gral. Roca
llama la atención que la figura de Aimé Painé, una referente mapuche que vivió a mediados del si- 5
glo XX, aparezca en la sala de “Primeros Pobladores” (Kropff N.d.).
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nales en particular, dentro de las que se incluye a los indígenas. La gran nevada de
1984 generó la mortandad de muchos animales en las áreas rurales de la provincia y
puso en evidencia las condiciones precarias en las que vivía la gente, originando ac-
ciones organizativas tanto en el campo como en la ciudad (Kropff, 2001). En este
contexto, el obispado de Viedma lanza un plan de ayuda a los pequeños produc-
tores de la Línea Sur basado en la recuperación del ganado perdido durante la ne-
vada. Al mismo tiempo, hace efectivo un proyecto surgido de un funcionario del
gobierno, que consiste en crear un plan de promotores sociales que brindaría apoyo
16
técnico a los productores.
El Plan –para el que luego el Obispo Hesayne obtiene financiamiento interna-
cional de la organización católica alemana Misereor– recluta voluntades, apoyo y
personal en una convocatoria amplia. No sólo los curas párrocos de las diversas lo-
calidades de la Línea Sur se hacen cargo del proyecto y del Centro para el Desa-
rrollo de Comunidades (CEDEC), organización ligada a la Iglesia que llevaba a cabo
una tarea de promoción en la región desde el año 1975. La propuesta del Plan tiene
la capacidad de incorporar al recientemente creado Centro Mapuche Bariloche
17
(Gutiérrez, 2001:293).
Ante las demandas y la presión política de este movimiento, el gobierno provin-
cial responde con un proyecto de ley para regular la situación de la población indí-
gena. La propuesta original incluía la creación de un Consejo Asesor Aborigen con
delegados de los parajes nombrados por el gobierno. La gente, que ya estaba co-
menzando a organizarse en cooperativas a través del plan de promotores, logra im-
poner sus propios delegados, cambiando también el nombre del Consejo por el de
Consejo Asesor Indígena. El CAI surge entonces como organización indígena que,
18
sin embargo, también nuclea y representa a los pequeños productores 4 no aborí-
genes y está estrechamente vinculada al Obispo Hesayne (Mombello, 1991).
16 Según un ex consejero del CODECI proveniente del CAI, esta decisión del obispado impide la
entrada de ENDEPA en la provincia.
17 En su análisis del surgimiento del CAI, Fuentes (1999) otorga un papel protagónico al Partido 100
Intransigente que, a principios de los 80, estaba estrechamente vinculado al movimiento de defen-
sa de los Derechos Humanos en Bariloche. Según esta perspectiva, que surge de una investigación 95
de historia oral que retoma testimonios de activistas del Centro Mapuche Bariloche (CMB), el CMB
habría surgido de la apertura política del PI y “El CAI surgió como iniciativa de algunos integrantes 75
del Centro Mapuche que consideraban prioritario profundizar el rumbo de toda organización po-
pular en dirección a las luchas sociales más ambiciosas y, además, pretendía la formación de un
cuerpo de delegados rurales (op. cit.: 25).” Lo que estas diferentes interpretaciones permiten entre-
ver es que se trató de una organización que, efectivamente, logró nuclear con alto grado de protago- 25
nismo a diferentes sectores que hoy narran la historia reclamando agencia sobre su creación.
18 Por pequeños productores para esta zona se entiende a los que poseen menos de 1000 cabezas 5
de ganado.
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A partir del marco del artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional, el pro-
21
yecto de Muñoz habla de “pueblo Mapuche”, de propiedad comunitaria, etc. Su
propuesta es adaptar la legislación orientada al “indígena argentino” al “indígena
rionegrino”. Retomando la ley provincial 2287, propone que el Consejo de Desa-
rrollo de las Comunidades Indígenas (CODECI) sea el órgano de aplicación de la
regularización.
El proyecto de Bolonci va más allá y no sólo cita la Constitución, las leyes nacio-
nales y la ley provincial, sino también los convenios internacionales sobre los dere-
chos de los pueblos indígenas. Realiza una encendida defensa del reconocimiento
adeudado a “nuestros hermanos aborígenes” en términos de “reparación histórica”
y sostiene que, para lograrlo, se debe articular el estado provincial con las organiza-
ciones indígenas. Incluso cita el Acta Acuerdo de la Coordinadora del Parlamento
del Pueblo Mapuche (que fuera refrendada por el decreto 310/00 del Poder Ejecu-
tivo Provincial), por la cual se cuestiona el proceso de titularizaciones individuales
en favor de la propiedad comunitaria. En su argumentación, Bolonci incluye varias
22
distinciones en la población afectada por el problema de tierras. Por un lado, dis-
tingue a la “población étnica mayoritaria” (aproximadamente un 82%, según Bo-
lonci) de los pobladores no indígenas con o sin título de propiedad. Por otro lado,
establece también una distinción entre población de reservas indígenas y “ocu-
pantes históricos” de tierras fiscales, haciendo referencia indirectamente a las dife-
rentes formas en que la población indígena fue radicada luego de la conquista mi-
litar del territorio.
El proyecto de Barbeito y Giménez, en cambio, supone criterios de racionalidad
vinculados al desarrollo económico “eficiente” amparados en la retórica ambienta-
23
lista. 9 Para conseguir resolver los problemas derivados del “uso irracional del re-
curso” es necesario, según estos legisladores, realizar la mensura, catastro y releva-
21 Define a las comunidades mapuche como “conjunto de familias que se reconozcan como ta- 100
les, con identidad, cultura y organización social propia, concentradas o dispersas, autóctonas o de
probada antigüedad de asentamiento en el territorio de la Provincia o cuyas formas de vida se ha- 95
llen regidas total o parcialmente por sus propias costumbres o tradiciones.” (art. 11) Basa su defini-
ción en la ley nacional 23.302 y provincial 2287.
75
22 Según Bolonci, el problema se basa, en parte, en que “hay 11 comunidades (reservas), distri-
buidas en una superficie aproximada de 380.000 has. y que sin embargo la ocupación desde siem-
pre por nuestros paisanos en la geografía provincial es de aproximadamente 4.000.000 has. fisca-
les”. 25
23 Es así que encontramos términos como “potencialidad agroforestal” y “agroindustrial”, “ex-
plotación racional”, “estabilidad socioeconómica”, “uso sostenido y sustentable” y “mantenimien- 5
to del recurso” para las “futuras generaciones”.
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miento de las tierras, así como la resolución del problema de la propiedad. 0 En
este proyecto, el estado provincial aparece como perjudicado por la situación actual
que le impide cobrar los impuestos correspondientes a las tierras. Los pobladores,
“actuales y legítimos ocupantes”, también se presentan como perjudicados por el
hecho de que su status de tenencia les impide acceder a créditos y avances tecnoló-
25
gicos. 1 En la fundamentación ni siquiera se menciona a los indígenas, que sólo
aparecen en el artículo 7 y no en calidad de pueblo o comunidad sino como “ocu-
paciones indígenas”. De esta manera, se niega discursivamente toda agencia por
parte de los mapuches como sujetos activos y organizados. La cuestión indígena se
presenta como un problema totalmente marginal en el plan de regularización. La
cita textual dice: “En caso de titularizar ocupaciones indígenas estos [sic] se consi-
derarán con el Consejo Asesor Indígena”.
El proyecto de Barbeito y Giménez es el único que avanza proponiendo un Plan
Piloto a ser aplicado en la “región andina”, determinada en la Ley Forestal Provin-
cial como “Zona Forestal Andina”. Este Plan Piloto está fundamentado en un in-
forme que incluye, además de un mapa, costos de titularización según el área, re-
caudación actual y potencial para el estado provincial, y una propuesta de
distribución de ingresos en diferentes instancias de administración estatal. Te-
niendo en cuenta la trayectoria radical en la provincia y la composición de la legis-
latura (24 de los 42 legisladores son de la Alianza Concertación Para El Desa-
rrollo-UCR), es bastante probable que sea éste el proyecto que finalmente sea apro-
26
bado. Sin embargo, no deja de llamar la atención que esa decisión política aún no
haya sido tomada. Independientemente del proyecto legislativo que se apruebe, a
los efectos de reconstruir el discurso hegemónico provincial sobre la cuestión indí-
gena, nos interesa compararlos destacando tres puntos de contraste: la forma en
que es representado el rol del estado provincial, la forma en que es construida la al-
teridad indígena y los interlocutores que se consideran representativos de los indí-
genas.
Mientras que en el proyecto de Barbeito y Giménez el estado provincial aparece
como perjudicado por la situación, en el de Bolonci aparece como responsable en
cierta medida. Hay que entender el planteo del legislador justicialista en el con- 100
texto de una provincia históricamente radical para sopesar los efectos de este dis-
95
curso en términos de política legislativa efectiva. Por un lado, Bolonci critica las ac-
75
24 Dice textualmente: “[…] el fundamento vicioso de la baja rentabilidad sólo podrá romperse
en la medida en que se legitime la tenencia-propiedad de unidades de explotación racionales y via-
bles, con adopción de tecnologías apropiadas”.
25 De hecho, se propone subsidiar por parte del Estado a la población que acredite 15 años de an- 25
tigüedad y pobreza “justificada”.
26 Un dato que suma a favor de a esta hipótesis es que el legislador Barbeito es, hoy en día, minis- 5
tro del ejecutivo provincial.
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ejecutivos municipales de la región desde 1992). La otra línea del CAI continúa la
relación con el estado y en 1997 se integra a la Coordinadora del Parlamento Ma-
27 Capítulo I, Artículo 2: “[…] Se considera ‘indio mapuche’, a todo aquel individuo que, inde- 25
pendientemente de su lugar de residencia habitual se defina como tal, y sea reconocido por la fami-
lia, asentamiento o comunidad a la que pertenezca en virtud de los mecanismos que el pueblo ma- 5
puche instrumente para su reconocimiento.”
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puche de Río Negro (CODECI 2001) que incluye, además de delegados del CAI,
delegados de los Centros Mapuche urbanos y de comunidades rurales. En conse-
cuencia, el CAI ya no es la única organización representativa ante el estado, como
28
lo era en el primer momento.
A través de los comunicados de prensa del año 2000, se identifican tres líneas del
CAI: el CAI Atlántico, el CAI Línea Sur (vinculado al CODECI) y el CAI Zona
Andina. En el 2001, el CAI anuncia su ruptura con la Coordinadora del Parla-
mento y el CODECI (Comunicado de Prensa de septiembre de 2001 firmado por
delegados de “Zonas del Valle, de Viedma, de Ñorquinco, Andina y Sur”), órgano
al que critica por “su inacción e inoperancia” que resultan funcionales a las polí-
ticas de “usurpación” de “Territorio” (CAI 15/4/02). Sin embargo, no deja de
exigir la puesta en vigencia de la Ley 2287.
La multiplicidad de organizaciones mapuche que encontramos hoy en día en la
29
provincia es producto de un proceso complejo que se dio en las últimas dos dé-
cadas. Esta multiplicidad implica el entramado de objetivos y estrategias diferentes
con distintas posiciones ante agencias nacionales, internacionales, provinciales y
locales. No profundizaremos aquí en ese debate porque lo que nos interesa indagar
es de qué manera este proceso, que tuvo consecuencias en la arena jurídica, influye
en las formas hegemónicas de producción de sentido a nivel provincial. Para ello
analizaremos la construcción discursiva del estado provincial y de la alteridad indí-
gena en dos documentos: el convenio entre el CODECI, la Coordinadora del Parla-
mento del Pueblo Mapuche y el Poder Ejecutivo provincial del mes de noviembre
de 2000 y un documento de prensa del 18 de junio de 2003, donde el CAI establece
su posición ante los proyectos legislativos que citamos antes.
El convenio entre el Ministerio de Coordinación y el Ministerio de Gobierno
provincial, el CODECI y la Coordinadora establece que la situación jurídica, eco-
nómica y social de las tierras fiscales “ocupadas por Comunidades o familias Indí-
duciario que establece que las tierras pueden ser utilizadas como respaldo por el Estado para pedir cré-
ditos (ley 3230, boletín oficial n° 3620, 29 de octubre de 1998). 95
29 Entre las organizaciones mapuche con visibilidad pública encontramos, por un lado, diferen-
75
tes comunidades y centros mapuche urbanos nucleados en la Coordinadora del Parlamento Mapu-
che de Río Negro y representados en el CODECI. La estructura actual de la Coordinadora se basa en
“mesitas” que corresponden a las diferentes “zonas” de la provincia. Por otro lado está el CAI que a
veces aparece como “CAI andino” en los comunicados de prensa. También trabajan con temas re-
lacionados a la cuestión indígena la Federación de Cooperativas y Ente de la Línea Sur. A esto se 25
debe sumar un movimiento mapuche urbano compuesto por jóvenes, que comenzó a ocupar la
arena pública a partir del año 2001 en Bariloche y Gral. Roca principalmente. La especificidad de 5
este movimiento está dada por un trabajo de base en comunicación y arte (Kropff 2004).
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genas” será analizada en conjunto entre las partes firmantes del convenio. De esta
manera, el Ejecutivo de la provincia se compromete a no innovar con respecto a la
situación de las tierras sin previa consulta. Asimismo, el CODECI es reconocido,
por este convenio, como órgano de aplicación de la Ley 2287 y la Coordinadora
como “instancia máxima de representatividad de las organizaciones indígenas de la
provincia de Río Negro”. Ambas instancias se consideran representativas del
“pueblo indígena”.
El convenio deja claro que las políticas que tienen que ver con las tierras fis-
cales habitadas por comunidades indígenas implementadas a través del CODECI
se complementan con políticas implementadas por otras instancias del ejecutivo
provincial como el Ministerio de Coordinación que está a cargo del proceso de
regularización y titularización de tierras fiscales. En definitiva, el estado provin-
cial es construido, en este documento, como una instancia abierta a la consulta y
a la elaboración conjunta de políticas con las organizaciones consideradas “repre-
sentativas” del “pueblo indígena” de Río Negro. En cuanto a los destinatarios de
estas políticas, el convenio nombra a los indígenas en plural (“comunidades”,
“pobladores” y “familias”) en su calidad de “pequeño(s) productor(es) y crian-
cero(s)”. Explicitando como una de sus preocupaciones fundamentales la de
“evitar las migraciones de estos pobladores a los centros urbanos”, afirma de esta
manera la condición rural de la población indígena.
En un documento de prensa del 18 de junio de 2003, el Consejo Asesor Indí-
gena sostiene que todos los proyectos legislativos se basan en el interés de “poner en
manos de las empresas privadas de ‘inversores’ extranjeros y nacionales, no sólo las
30
tierras sino todo lo que ellos llaman ‘recursos naturales’.” El cai se posiciona acti-
vamente en contra de estos proyectos, considerándolos como parte de una política
global; denuncia la alianza del estado provincial con estos intereses y su conducta
obsecuente con los lineamientos del Banco Mundial que posibilitan la entrada de
31
las grandes empresas terratenientes. En este marco, el codeci es incluido dentro
del Estado y definido como “su oficina para ‘indígenas’”. En el mismo comuni-
cado, el CAI se autodefine como “organización mapuche mayoritariamente cam-
pesina” perteneciente a un “Pueblo Originario”, que se posiciona junto al “pueblo 100
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igual que los mapuches. Se trata de una articulación étnica fuertemente entrelazada
32
con un posicionamiento de clase (geaprona, 2001).
Mientras en el convenio el estado provincial aparece como una instancia abierta
a la consulta y a la colaboración con las organizaciones indígenas, en el comunicado
del CAI se lo presenta como obsecuente a los intereses de las transnacionales y de los
terratenientes, definiendo estos espacios de consulta como parte de una estrategia
de “cooptación” de dirigentes.
En cuanto a la construcción de la alteridad indígena, en el convenio resulta sig-
nificativa la ausencia de referencias a lo “mapuche” en favor de la utilización de la
categoría “indígena”. Si bien la Coordinadora utiliza la categoría “mapuche” en
otros documentos (incluyendo frases y palabras en mapuzugun como la fórmula de
cierre utilizada por casi todas las organizaciones mapuche: “Marici weu!!!”), no lo
hace en el marco de este convenio de negociación con el estado provincial, lo cual
es un indicio de los términos hegemónicos en la arena de disputa institucional.
También resulta significativa, en el convenio, la referencia a la idea de “pueblo”
cuando se define a las organizaciones representativas, mientras que los destinatarios
son definidos en plural, dando una idea de atomización que contrasta con la orga-
nicidad con la que se presentan las organizaciones. A través de esta construcción
discursiva se refuerza la naturalización y legitimidad de la representatividad.
A través de la utilización de categorías como “Pueblo Originario” y “mapuche”
y de palabras y frases en mapuzugun en sus documentos públicos, el CAI se enmarca
en la producción discursiva del movimiento indígena de la década de 1990 en Lati-
noamérica y, en particular, del activismo político cultural mapuche (Briones,
1999). Esto se manifiesta también en la ausencia, en sus comunicados públicos del
2000, de categorías como “paisano” que fueran tan significativas en sus primeras
producciones. Sin embargo, la articulación entre las identificaciones étnica y de
clase, lejos de abandonarse, se reformula discursivamente a través de la combina-
ción de fórmulas relacionadas a la demanda mapuche con fragmentos que pro-
33
vienen del discurso sindical. Paralelamente, se re-centran conceptos mapuche que
son definidos de manera diferente en otras provincias cuya demanda principal no
es la regularización dominial, sea que se equipare el concepto de Wallmapu con la 100
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Palabras finales
En este capítulo presentamos diferentes discursos que disputan la representación
de lo indígena en la provincia de Río Negro. Por un lado, presentamos los docu-
mentos oficiales de la casa de la provincia y la voz de algunos intelectuales. Por
otro lado, introdujimos el debate legislativo sobre el problema de la propiedad de
la tierra y, por último, presentamos documentos firmados por tres instancias or-
ganizativas mapuche: el CODECI, la Coordinadora y el CAI. Para cerrar este aná-
lisis, retomaremos tres ejes que atraviesan estos discursos: la zonificación, la defi-
nición de la población indígena a partir del eje económico y su circunscripción
geográfica al ámbito rural de la Línea Sur. Luego dejaremos planteadas dos discu-
siones que nos parecen significativas: la cuestión de las categorías que construyen
aboriginalidad y el problema de la representatividad.
El principio determinista del aislamiento geográfico se puede observar en los
documentos oficiales y la producción de los intelectuales a partir de la estricta dis-
tribución de la población en zonas. Este aislamiento se fundamenta a partir de las
características naturales que, combinadas con las características culturales intrín-
secas de las corrientes migratorias que se asientan en cada zona, acaban produ-
ciendo sistemas económicos diferentes. Estos documentos no reconocen grupos
humanos preexistentes que tengan continuidad en el presente, ya que la conquista
militar parece haber tenido un efecto “desertificador”. Luego llegaron diversas co-
rrientes migratorias que se pueden clasificar entre extranjeros deseables y extran-
jeros indeseables. Entre los deseables, se encuentran las corrientes europeas que se
caracterizan por su potencial de trabajo. Entre los indeseables se encuentran los
chilenos que quedan circunscriptos al área cordillerana. También los indígenas
acaban siendo, en el relato, extranjeros indeseables debido a la atribución de chile-
nidad (mediada por neuquinidad en algunos casos). Los “verdaderos indios argen-
tinos” fueron desplazados por los “indios chilenos”, haciendo que la provincia se
“extranjerice” completamente.
Aunque la Ley 2287 y los proyectos legislativos refieren a “tierras fiscales” sin
circunscribirlas a subregiones, en el proyecto de Barbeito y Giménez el mapa del
100
plan piloto corresponde a la “Zona Andina” y en el de Bolonci se menciona úni-
camente parajes y entidades de administración de la “Región Sur”. En cuanto a 95
las organizaciones, la zonificación se ve reproducida en diferentes momentos de
la historia política del CAI con sus diferentes “zonas”: Atlántica, Línea Sur, 75
los Traum (asambleas), nos unen en ese camino que, desde hace tiempo, construimos junto a tan- 5
tos otros explotados y marginados de este sistema que nos imponen (CAI Zona Andina 29/7/00).”
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lación provincial que tome como destinataria a la subjetividad indígena que no esté
95
vinculada al problema de la tierra. Río Negro, a diferencia de Chubut y Neuquén,
presenta un cuadro en el que dos organizaciones distintas se centran en el mismo 75
35
objetivo principal: la regularización de la propiedad de la tierra. Si bien la Coordi-
nadora del Parlamento Mapuche de Río Negro trabaja también en el proyecto pro-
vincial de educación bilingüe y participa del debate del censo indígena nacional,
25
35 En Neuquén, por ejemplo, la demanda mapuche incluye reivindicaciones diversas entre las
que se encuentran los problemas de tierras, pero también –fuertemente enfatizadas por el discurso 5
público de las organizaciones– demandas en el campo de la justicia y la educación.
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36 No debemos dejar de tener en cuenta que, a lo largo de su historia, algunas organizaciones in-
tentaron estrategias que se despegaban de esta articulación. Entre ellas se destaca la participación 100
del Centro Mapuche Bariloche (que ahora forma parte de la Coordinadora del Parlamento Mapu-
che de Río Negro) en la experiencia de la Tayiñ Kiñe Getuan (para volver a ser uno), un intento po- 95
lítico de coordinar organizaciones en base a su pertenencia mapuche que reunió, entre 1992 y
1995, organizaciones de Neuquén y Río Negro (Briones, 1999). 75
37 Los grupos de jóvenes mapuche que surgieron a partir del año 2000 en Bariloche y Gral. Roca
no reproducen estructuras zonificadas en su funcionamiento. De hecho tampoco reproducen una
estructura provincializada, ya que tienen fluidos intercambios y proyectos en común con organiza-
ciones de Chubut, Neuquén e incluso Temuco. En cuanto a la ruralización de la demanda, estos 25
grupos no sólo plantean la legitimidad de la presencia mapuche urbana, sino la situación urbana
como un objeto específico de activismo. En este sentido resultan planteos innovadores con respec- 5
to al discurso de las organizaciones de la provincia (Cañuqueo 2003; Kropff 2004).
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Fuentes utilizadas 75
AA.VV. 1974. Historia de Río Negro. REY, Héctor Daniel y VIDAL, Luis (comps.). Viedma,
Gobierno de Río Negro, Ministerio de Asuntos Sociales, Consejo Provincial de Educa-
ción y Centro de Investigaciones Científicas.
25
38 A esto se suman categorías nuevas que dan cuenta de procesos recientes vinculados a la legiti-
mación de la presencia mapuche urbana: “mapurbe”, “wariache” y “mapunky”, entre otras. (Cañu- 5
queo op. cit.; Kropff op. cit.).
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CAÑUQUEO, Lorena. 2003. Inche mapuche ngen. Azkintuwe Periódico Mapuche, Kolektivo
periodístico Azkintuwe (eds.), Temuco, Octubre, 1:19-20.
Gente de la tierra
1990. Gente de la tierra. Órgano oficial de la comisión para el estudio del problema indígena
compuesta por cinco legisladores y Consejo Asesor Indígena, Legislatura de Río Negro 1
(1), noviembre.
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Capítulo 5:
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Movimiento Popular Neuquino, “se articularon los rasgos básicos de la llamada ‘mística neuquina’, 5
asegurando las legitimaciones regulativas de la organización social de este espacio (1999: 24).”
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I. De asentamiento petrolero a “la cuna del dinosaurio más grande del mundo”
Las ciudades de Plaza Huincul y Cutral Co se encuentran en la zona centro de la
provincia de Neuquén, a unos 100 km. de la ciudad capital. Estas localidades con-
tiguas, separadas por una calle, conforman un solo conglomerado urbano, aunque
jurisdiccionalmente se trata de dos localidades diferentes, cada una con su munici-
pio. En el ingreso a la ciudad de Plaza Huincul (la primera en aparecer sobre la ruta
yendo desde la ciudad de Neuquén), hay una pequeña rotonda donde se encuentra
emplazado el escudo distintivo de la ciudad. En su iconografía se observan referen-
cias a la extracción petrolera, signo indicativo por excelencia del origen de estas ciu-
dades asentadas en la meseta patagónica. Además, sobre uno de los márgenes se eri-
gen a modo de monumentos una torre de sondeo y una bomba inyectora (a la que
vulgarmente se denomina cigüeña). Continuando el camino hacia Cutral Co, la
entrada a esta ciudad está indicada mediante un monumento que representa a los
trabajadores del petróleo trabajando a los pies de una torre de sondeo.
Agregados a estas marcas de origen, se encuentran otros monumentos de he-
chura más reciente, muñecos que representan dinosaurios. Así, del mismo margen
en que se encuentra la torre emplazada en el ingreso a Plaza Huincul, unos metros
antes, se halla un dinosaurio de cuello largo, representado a tamaño natural, hecho
de una estructura metálica. Alrededor del escudo se ubican unas figuras de tamaño
mediano, que representan a dinosaurios de distinto tipo. En el puesto de informa-
ción turística, también ubicado en el ingreso a la ciudad, se le ofrece al visitante una
serie de folletos en los que se presenta al lugar como “la cuna del dinosaurio más
grande del mundo”. En esos materiales se muestran dibujos varios y a todo color de
los famosos y atractivos animales prehistóricos; ya dentro del folleto y a manera de
complemento, se ofrecen algunas fotografías viradas al sepia en las que se muestran
íconos del mundo petrolero: torres, cigüeñas, pozos, barrios petroleros. Sugestiva-
mente, la aparición de los dinosaurios como protagonistas de la escena local y
nueva marca identitaria coincide con la desestructuración de la vida de estas ciu-
dades como comarcas petroleras, producto de la privatización de la empresa estatal
Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), llevada a cabo durante los años 1991 y
100
1992. La representación de la vida petrolera, tal como es presentada por los fo-
lletos, aparece efectivamente anclada en un pasado al que solamente se puede “con- 95
servar” como a una pieza de museo. La razón de ser de Plaza Huincul y Cutral Co
puesta en jaque por las implicancias del proceso de privatización intenta ser sutu- 75
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“Durante setenta años, los neuquinos, extranjeros en la propia patria, sin derechos
cívicos, ni representantes en el Congreso, quedamos postergados en el concierto na-
cional. La República está en deuda con nuestra Provincia, que la ha suministrado
por largos años y sigue haciéndolo, ahorro de divisas, por el abastecimiento de pe-
tróleo, gas y materias primas exportables como lana, cuero, frutas y minerales. No
ha recibido, en cambio, ninguna de las obras fundamentales para su desarrollo;
solo la herencia de vivir pobres en una tierra rica” (Diario de Sesiones, 1963,
tomo I, p.2.).
origen a la ciudad de Cutral Co, llamada por los pobladores de entonces cotidiana-
95
mente como “Pueblo Nuevo”. Cutral Co y Plaza Huincul crecieron como ciu-
dades gemelas y desarrollaron no solo su vida económica sino también su vida polí- 75
tica, social y cultural en el marco de la explotación petrolera, que le otorgaba
sentido a su existencia. Los centros educativos y sanitarios, las proveedurías y ta-
lleres, la actividad del comercio y la industria estaban asociadas directa e indirecta-
mente al petróleo. 25
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ciudad desde 1945 hasta 1955, coincidiendo con el segundo gobierno de Perón a
nivel nacional. Durante los últimos años de su gestión (entre 1953 y 1955), la
ciudad pasó a llamarse “Eva Perón”. Con la caída del gobierno peronista y la pros-
cripción del partido, se retomó la denominación “Cutral Co” y comenzó a organi-
zarse allí mismo el Movimiento Popular Neuquino como fuerza política. Así, a lo
largo de las décadas siguientes, la ciudad de Cutral Co se constituiría en uno de los
polos más significativos a nivel provincial, en tanto lugar de concentración de im-
portantes niveles de recursos económicos y de organización política.
Cuando se lleva a cabo el proceso de privatización de YPF, en el marco del pro-
ceso de desestructuración del Estado impulsado por el gobierno nacional, la mayor
parte del capital de la empresa estatal pasó a manos de Repsol-YPF (Colantuono y
Vives, 1997; Abeles s/f; Muscar Benasayagan, 2000). La privatización de YPF no
sólo afectó negativamente a las poblaciones de Cutral Co y Plaza Huincul, en Neu-
quén, sino que desarticuló la vida económica, social y política de todas aquellas ciu-
dades y pueblos del interior del país en los cuales se asientan las explotaciones pe-
troleras.
En el caso específico de Cutral Co y Plaza Huincul, la privatización de YPF trajo
como consecuencia directa la reducción de personal, que pasó de 4000 a 400 em-
pleados. De los cesanteados e indemnizados, alrededor de 1700 inician micro em-
prendimientos que en general fracasaron (Favaro y Bucciarelli, 1994). Como con-
secuencia indirecta pero no menos desestructurante, mermó drásticamente la
actividad comercial y la demanda de servicios de la cual subsistía el resto de la po-
blación local, en directa relación con los ypefeanos. Así, en un lapso de 4 años, el
número de desempleados en ambas localidades alcanzó a 5000 personas, esto es,
casi el 20 % de la población económicamente activa. Mientras las indemnizaciones
amortiguaron en lo inmediato los efectos devastadores de semejante golpe a la eco-
nomía local, la crisis se dejó sentir con toda su crudeza cinco años más tarde,
cuando comenzaron a cerrar una cantidad importante de locales comerciales y la
población subsidiaria de los ex-ypefeanos (servicio doméstico, changarines, maes-
tros de oficios) se vio rápidamente sumida dentro de la población de desocupados.
El quiebre en la vida económica se hizo sentir en primera instancia en el devenir 100
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los puestos de trabajo que este sector dejó de ofrecer, pasando de 1.200 trabaja-
7
dores a 480 personas afectadas a la actividad comercial en 1995.
La dimensión económica de la vida local no fue la única que se vio desarticulada
a partir de la privatización de YPF. La empresa del Estado había llevado adelante un
plan de desarrollo de los lugares en los cuales se asentaban los barrios petroleros, de-
dicándose a desarrollar toda la infraestructura necesaria para transformar a estos lu-
gares inhóspitos en los cuales se instalaba, en espacios posibles para llevar a cabo el
ritmo propio de la vida cotidiana. La construcción de barrios con sus correspon-
dientes tendidos de electricidad, redes cloacales y de gas –servicios brindados en
forma gratuita a sus empleados– hacían que lugares poco atractivos como Cutral
Co y Plaza Huincul –de paisaje desértico y clima riguroso– se convirtieran en un
polo de atracción para mano de obra de la provincia, de otras provincias, y de países
limítrofes. Es que la organización ypefeana de la vida no se limitaba a crear condi-
ciones de confort; muy por el contrario, la empresa también atendía y garantizaba
la salud, la educación y la recreación de sus empleados. La construcción del cine
teatro y el club deportivo YPF no son más que una muestra del grado de penetra-
ción que tenía el accionar de la empresa en la vida de estas comunidades. De allí la
sensación de brusca conmoción ante un proceso de privatización que, en menos de
dos años, terminó con un sistema que se había definido y asentado a lo largo de casi
setenta años.
En lo que respecta a la lógica de ese proceso, las empresas privadas que se han
hecho cargo de la extracción petrolera en la zona se rigen por un principio de efi-
ciencia que no contempla el rol social que jugó YPF en épocas anteriores. Las
mismas adoptan una forma de funcionamiento del tipo “enclave”, lo cual implica
una baja retención del excedente producido por la explotación petrolera en la zona,
ya que las empresas a cargo son privadas y/o extranjeras y sus casas matrices se en-
cuentran en Buenos Aires o el exterior. En cuanto al régimen de contratación,
suelen ocupar mano de obra que mayoritariamente no es del lugar; tienen además
un alto nivel de rotación que no genera asentamientos poblacionales importantes y
duraderos y promueve un escaso arraigo de capitales y una mínima redistribución
de ingresos a nivel local. 100
5
7 Fuente: Diario La Mañana del Sur: marzo, 1996.
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8 Durante la primera gestión de Sobisch se generó el proyecto de instalación de una Planta de 100
Fertilizantes en la comarca petrolera. A este proyecto debía afectarse la explotación de “El Mangru-
llo”, el yacimiento de mayor importancia económica de los que la provincia había logrado que se le 95
transfirieran durante el proceso de privatización. El Mangrullo fue entregado a la empresa
COMINCO-AGRIUM para la puesta en marcha de la Planta de Fertilizantes.
75
9 Los nombres de los entrevistados son ficticios.
10 La intervención inicial de la línea “blanca” en la pueblada es mencionada también en los textos
de Auyero sobre el tema. Según este autor, “los esfuerzos organizativos del (ex intendente de Cu-
tral Co) y sus aliados no terminan allí (...) indican que él también envió camiones con cientos de 25
gomas utilizadas en las barricadas y topadoras para interrumpir el tránsito. (El ex intendente) está
detrás de la distribución gratuita de comida, nafta, leña y cigarrillos, durante los primeros días de la 5
protesta (Auyero 2002: 9).”
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“el viernes por la noche el ex intendente (de Cutral Co) se puso frente a la pro- 100
testa… nos convocaron a todos los piqueteros a una asamblea en la Torre YPF
pero no nos dejaron hablar. Ellos tuvieron siempre el micrófono… entonces nos 95
fuimos de ahí. Nos dimos cuenta de que nos estaban usando. Fuimos a la radio y
75
convocamos a nuestra propia reunión en el otro extremo de la ciudad, pero pe-
dimos que los políticos se abstengan de venir… el pueblo ya no quería saber nada
11 Las picadas son caminos de tierra abiertos en plena meseta por las mismas empresas petroleras, 25
para circular entre los pozos y demás instalaciones propias de la explotación. Así, si por cualquier
motivo las rutas quedan inutilizadas, existen una cantidad de picadas que ocasionalmente pueden 5
funcionar como caminos alternativos.
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de los políticos. Nos decían que nosotros (los piqueteros) éramos sus representantes”
(José, Cutral Co, noviembre 2001).
12
Por cada corte realizado, había un grupo de piqueteros que se hacía cargo de sos-
tenerlo; por cada piquete también había un representante que se desplazaba hasta la
“Torre Uno”, emplazada en la entrada principal a las ciudades, para participar de
las asambleas a cielo abierto que allí se realizaban. Estos delegados iban llevando “el
mandato”, esto es el resultado de lo acordado en cada piquete. En las asambleas se
discutían los problemas de las localidades, las posibles soluciones, las demandas
que se visualizaban como más urgentes, las acciones a seguir en caso de represión.
En aquellas asambleas participaban los piqueteros, pero también la mayoría del
pueblo que se congregaba en la Torre Uno y que estaba compuesta por una mul-
titud heterogénea. Lo significativo de este conflicto fue que se constituyó en una
verdadera pueblada que reunió masivamente a gente de distintas trayectorias, clases
sociales, y pertenencias. Por lo que si tantos participantes venidos de horizontes tan
diversos se sintieron convocados por la pueblada, no pudo deberse solamente a la
incitación producida por algunos agitadores interesados. Por el contrario, se trata
de que la pueblada logró proponer a aquellos que se reunían “cierta cosa en común,
un objetivo, sin duda, pero todavía más, un lenguaje que se elabora en el corazón
del acontecimiento y que da a cada uno las razones de su propia acción” (Farge y
Revel, 1998:67).
A su vez, desde la ciudad de Neuquén se organizaron diversas medidas de apoyo
al corte. Entre ellas se destacó la presencia de los principales referentes de los gre-
mios estatales, de los organismos de derechos humanos y de la Iglesia Católica. Du-
rante la última dictadura, estos sectores junto a otras organizaciones de base se am-
pararon bajo el paraguas de los derechos humanos y acogieron en el seno de la
Iglesia Católica, re-organizándose según sus intereses e identificaciones específicas
a partir de 1983. Conformadores de la multisectorial, esos sectores adquirieron un
protagonismo importante en la esfera pública local durante los 80 y los 90. Sin em-
bargo, en el relato de sus protagonistas, la dinámica de la multisectorial tiene tam-
100
95
12 Uso el masculino como genérico por una cuestión práctica, lo que no implica que este trabajo
75
esté dando cuenta de un movimiento exclusivamente masculino. Muy por el contrario las mujeres
de Cutral Co tuvieron un papel muy importante en la protesta; una cantidad importante de dele-
gadas de los piquetes eran mujeres. Las mujeres de distintas clases sociales discutieron en las asam-
bleas, representaron a los diferentes piquetes en muchos casos, y fue una mujer (Laura Padilla) la
que firmó el primer acuerdo con el Gobernador. Este protagonismo no las condujo a dejar de ocu- 25
parse de todos aquellos aspectos que, naturalizados como propios de la condición femenina, tienen
que ver con el cuidado y la protección de las personas, como la alimentación, el abrigo, la salud, el 5
cuidado de los niños y los rezos.
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bién su historia. Recordando las acciones llevadas adelante por los grupos de la so-
13
ciedad civil neuquina durante otro período crítico, el Choconazo, Mirta dice:
“[…] además nosotros nos uníamos, teníamos coordinación con grupos sociales
interesantes, como siempre, como es Neuquén […] Es decir, había grupos so-
ciales que trabajaban en las comunidades cristianas de distintos lugares, grupos de
defensa del patrimonio de la Patagonia” (Mirta, Neuquén, agosto, 1999. El re-
saltado es propio).
13 En 1970, durante la dictadura del Gral. Onganía, los obreros que trabajaban en las obras de la
represa del Chocón (localidad que dista 70 km de la ciudad de Neuquén) protagonizaron una huel-
ga en reclamo por sus derechos que se conoce como el choconazo. Para una referencia detallada so- 25
bre este conflicto, puede consultarse Quintar (1998).
14 Como la Coordinadora del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, que nuclea a grupos de deso- 5
cupados y de la fábrica tomada “Zanon”.
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reños) el Estado de Bienestar perdido. Habiendo sido quien en los 70 y los 80 llevó
95
adelante los proyectos político-económicos que consolidaron y sostuvieron la ca-
lidad de vida de los neuquinos y defendió los intereses propiamente provinciales, 75
su figura aparecía como la de quien en otros tiempos había “efectivamente” dado
15
soluciones a los problemas de la gente.
15 F. Sapag, durante su primer gobierno (1963-1966) estructuró una serie de políticas sociales 25
tendientes a cubrir necesidades básicas de la población, poniendo en evidencia la ampliación de las
funciones del Estado. Los años 70 y 80 –tiempos de apogeo del desarrollismo– fueron las épocas de 5
esplendor económico de la provincia, debido al aumento de los ingresos del fisco por las regalías,
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Durante la Pueblada, Felipe Sapag se encontraba otra vez a cargo del gobierno y
se esperaba de él (y no de sus ministros, ni de los dirigentes partidarios o gremiales)
que resolviera la situación. Si Sapag se construyó a sí mismo como un caudillo,
ahora la gente esperaba de él que se comportara como tal, y esto implicaba, pri-
mero, ir a verlos a su lugar, escucharlos y tomar las decisiones necesarias para re-
16
solver los problemas. Se esperaba también que volviera a asumir el papel de de-
fensor de los intereses locales frente a la Nación, porque al fin y al cabo lo que había
sumido a la comarca petrolera en el estado actual de depresión, pobreza y desocu-
pación –desde la perspectiva local– había sido la decisión tomada desde Buenos
Aires de privatizar YPF.
En este contexto, la participación de los integrantes del MPN en el proceso de
privatización era invisible para los participantes de la Pueblada. En ese momento,
se trataba de recomponer el vínculo con el líder y de reconstruir el bienestar per-
dido. Estas eran las urgencias.
De hecho, la primera actitud de F. Sapag fue negarse a ir a Cutral Co. Diego, un
allegado a él, ex funcionario de su última gestión, relata que:
“en ese primer piquete el Gobernador pensaba que era un problema federal, en-
tonces que lo arregle Corach (el Ministro del Interior en ese momento), que lo
arregle Menem, los jueces federales” (Diego, Neuquén, noviembre 2002).
Desde la lógica del poder provincial, YPF había sido una empresa nacional que
desde el Estado central se había decidido desarticular mediante su venta a “extran-
jeros”. Reflexiona años más tarde F. Sapag:
“¿Qué podíamos hacer nosotros? Salvo levantar nuestra voz ante la Nación seña-
lando los efectos nocivos de sus decisiones, y esto lo veníamos haciendo desde que se
empezó a hablar de la privatización de YPF sin ningún resultado. Otra cosa no
podíamos hacer” (F. Sapag, reportaje televisivo, Neuquén 1999).
Pero durante la Pueblada, los manifestantes insistían, desde una lógica dife-
100
rente, en reclamar la presencia de F. Sapag. En la expresión “que venga Don Felipe”
producto de la intensificación de la producción del petróleo, del aumento sostenido de la produc- 95
ción gasífera, y del funcionamiento a pleno de las centrales hidroeléctricas. Esta situación económi-
ca permitió al Estado provincial realizar una fuerte y sostenida inversión en salud, educación y vi- 75
vienda, haciendo de estos servicios sistemas modelo en el país. A esta política de desarrollo se sumó
la redistribución de bienes y servicios a través de una extendida red articulada desde el partido.
16 Esperar la presencia de F. Sapag en Cutral Co “hacía sentido” en el marco de una dinámica po-
lítica propia y tradicional del MPN, consistente en la realización sistemática de giras proselitistas en- 25
cabezadas por el dirigente principal. Durante estas giras ha sido posible para los habitantes entablar
una relación directa con el líder, manifestarle sus necesidades y expectativas, y recibir de él algún 5
tipo de respuesta.
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rriendo.
95
Pueblo de Cutral Co y Plaza Huincul (Archivo del Obispado, s/c).”
75
Ese domingo la misa fue celebrada por el mismo Obispo en el piquete central. La
mediación del Obispo es la consecuencia de la activación de los repertorios polí-
tico-identitarios que definen la especificidad de lo local. Es que el obispado neu-
quino, creado en 1962, acompañó los reclamos de los distintos sectores sociales 25
frente a cada uno de los gobiernos de facto que se fueron sucediendo entre los años
5
60 y 80. Las actuaciones de Jaime de Nevares, primer obispo de la diócesis, se desta-
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caron por denunciar las situaciones de injusticia y bregar por el correcto funciona-
miento de las instituciones. De su amplia trayectoria, dos hitos paradigmáticos que
traslucen el peso político de su actuación religiosa son su participación como cofun-
dador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en el año 1975 y su
participación como convencional por la provincia de Neuquén en la Asamblea
Constituyente de 1994, habiendo sido votado por una abrumadora mayoría. Al am-
paro de de Nevares, se fueron nucleando aquellos grupos sociales que confrontaban
con las estructuras de poder. Durante la última dictadura, el movimiento de dere-
chos humanos se articuló alrededor de su persona y en la sede del obispado. Este mo-
vimiento no sólo acogió a los afectados directos y personas comprometidas en la bús-
queda de los desaparecidos, sino que también fue el espacio que cobijó a sindicalistas
y a militantes políticos y sociales cuyos espacios políticos de referencia fueron clausu-
rados. Al mismo tiempo, una política activa alrededor de la promoción de sectores
sociales con una escasa o nula visibilidad política convirtió a la Iglesia católica en la
usina de organizaciones que luego tomaron forma y contenido propio, como las de
los migrantes y Pueblos Originarios.
En suma, durante la Pueblada se articularon prácticas político-identitarias que
provenían tanto de la experiencia política del partido provincial, como del espectro
de la multisectorial, dentro de la cual la Iglesia Católica es un actor gravitante. En
ese momento, se retomaron fragmentos de los relatos de identidad esgrimidos por
los distintos sectores que componen la arena política neuquina. Así, el reclamo
unánime “que venga Don Felipe” circuló entre la multitud junto a la carta abierta
que reivindicaba el “grito que volaba en cada piedra”, la “fuerza de la raza mapuche”
y decía retomar “la lucha de los 30.000 desaparecidos” (Carta abierta de los Pique-
teros, junio 1996, Cutral Co).
Estas alusiones y sus sentidos durante la Pueblada fueron leídos como “contra-
dicción”, “oportunismo” o “falsa conciencia” por los actores políticos que –abro-
quelados en su capacidad de agencia y en sus disputas históricas– no lograban en-
contrar la lógica de la Pueblada. Los cutralquenses, por su parte, desconociendo de
hecho el juego de posiciones y oposiciones, proponían un modo de interpretar los
sentidos hegemónicos y contra-hegemónicos que permitiera dar cuenta de la rea- 100
lidad que les tocó vivir. Crecieron con y por el petróleo, no se resignaban a desapa-
95
recer sin más, apelaban a “Don Felipe”, que “es de acá, era el carnicero del pueblo, nos
conocemos bien”. Se jugaban en la ruta “defendiendo a Neuquén” de “Buenos Aires 75
que se lleva todo para allá” y de “los extranjeros expropiadores de lo nuestro”. Esto es, se
jugaban recuperando el discurso históricamente federalista de Sapag. Y lo hacían
movilizándose porque “así somos los neuquinos, salimos a las calles” (Notas de
25
campo, junio 1996, Cutral Co), es decir, se jugaban apropiándose también de la re-
presentación de Neuquén propuesta por la multisectorial. 5
En todo caso, F. Sapag respondió que:
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“iría sólo si levantaban los cortes de rutas, que se estaba cometiendo un delito y
pidió a los habitantes que no se dejen llevar por la agitación de un grupo de 5 o 6
dirigentes del MPN, que guardaban resentimiento por haber perdido las elecciones
internas” (Diario La Mañana del Sur 24/6/96).
mediatas y acuciantes, como por ejemplo, la re-conexión del suministro del gas,
una bolsa de alimentos, los medicamentos necesarios para sortear alguna dolencia. 75
Algunos de los pedidos colectivos fueron atendidos, e incluso la ley 1821 de otor-
gamiento de subsidios a desocupados fue resultado de esta Primera Pueblada, para
contener la conflictividad social en Cutral Co (Nagel, 2003). 25
Julio, miembro del gabinete de entonces que estuvo presente durante las se-
siones entre los pobladores y F. Sapag en Cutral Co, relata: 5
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“los pedidos eran de lo más insólitos, desde fondo para el desarrollo, porque ellos
habían hecho el petróleo y ahora no había nada, y el desarrollo del Mangrullo…
un hospital de alta complejidad… un ex ordenanza de Hidronor que era líder de
un piquete, creo el punto 16 o 17, planteó que cuando trabajaba en Hidronor en
la parte de proyecto estaba desarrollando Chihuidos I y II, y Chihuidos II podía
servir para hacer un embalse aparte de dar energía, traer riego a Cutral Co. Cual-
quier cosa que se propusiera (desde las demandas de los piqueteros) era proyecto de
gobierno, se pide la reconexión de gas, de la luz y subsidios… conceden cuestiones
globales y cuestiones públicas, se accede a todos los puntos y se logra destrabar el
conflicto, no por negociación sino por sesión total” (Julio, Neuquén, febrero
2003).
Con una fuerte decisión de atender todas las demandas, el veterano gobernador
que históricamente rigió Neuquén con la premisa “primero están los neuquinos” pa-
reció considerar que el gobierno Nacional debía contribuir a la reparación histórica
del pueblo de Cutral Co y Plaza Huincul. Asumiéndose una vez más como el inter-
mediario entre el pueblo y el Estado Nacional, se puso al frente de los reclamos de
la comarca petrolera.
Ante la situación de euforia y los aires de triunfo que se respiraban en la ruta del
desierto, los grupos de apoyo y de solidaridad (dirigentes de la multisectorial) em-
prendieron la vuelta a la ciudad de Neuquén, reflexionando acerca de los efectos
devastadores del clientelismo. Por su parte, la facción opositora del MPN se sintió
traicionada por los piqueteros, ya que les bastó que el Gobernador los escuchara,
firmara un petitorio y repartiera algunos beneficios para irse a sus casas conformes,
sin pedir la destitución del mismo. Los distintos actores que se encontraban ocu-
pando el lugar de opositores interpretaron que esta actitud de los cutralquenses sig-
nificaba apoyo y/o adhesión a F. Sapag y la línea interna del MPN que lideraba, no
advirtiendo la complejidad semiótica comprendida en la expresión “que venga Don
Felipe”. Esta era una consigna que “encerraba más un modo de intervención reco-
nocible que la identificación de algún grupo particular” (Farge y Revel, 1998:62).
La línea del MPN oficialista y en el poder entendía que “esta pobre gente” había 100
sido manipulada por la facción opositora que además había avalado el proceso de
95
privatización. Desde su perspectiva, a esto se sumaban los “oportunistas” (confor-
madores de la multisectorial), que trataban de adelantar posiciones en el cuadro 75
político local, a costa del fracaso de la reconversión productiva del lugar; minimi-
zando así la capacidad de agencia de los cutralquenses y desconociendo la búsqueda
obstinada de sentidos (Farge y Revel, 1998) implícita en las prácticas de la Pue-
blada. 25
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mico perdido sino que, al mismo tiempo, se estaba asumiendo la defensa del patri-
95
monio nacional ante lo que se vive como una expoliación de las empresas extran-
jeras. La venta de la explotación petrolera por parte del Estado Nacional y el 75
17 Recordemos que hubo una segunda Pueblada, una año más tarde, cuyas implicancias, dinámi-
cas y consecuencias fueron muy diferentes. Para una referencia de este segundo episodio y sus inte-
rrelaciones con la primera Pueblada puede consultarse Mombello (2003). 25
18 Con esta medida se busca impactar en el normal desarrollo de la vida cotidiana del conjunto,
del mismo modo que en épocas anteriores, dominadas por el pleno empleo, se hacía con las huelgas 5
generales.
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pacio nacional como forma de reafirmarse a sí misma. La Nación puede ser iden-
75
tificada (dependiendo de las circunstancias y de los actores) como el actor con el
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cual confrontar, al cual apelar como modo de reafirmar la propia identidad local,
o como plafón de identificación con un universo que trasciende los límites de la
provincia y con el cual, en ocasiones muy especiales, se activa un sentimiento de
pertenencia. Esta pertenencia a la Nación aflora con fuerza ante situaciones en
que la soberanía es puesta en cuestión, como ocurrió en el caso de Cutral Co con
20
relación a la explotación del petróleo.
20 Existen antecedentes de la reacción neuquina ante situaciones en que las instituciones, el Esta- 75
do de derecho y/o la soberanía son amenazadas, como por ejemplo la masiva manifestación de la
población de la ciudad de Neuquén durante la asonada militar de 1989, conocida como “levanta-
miento cara pintada” (Mombello 2003a).
21 En los que puede observarse elementos de platería, tejido, instrumentos musicales-religiosos 25
originarios, y/o la fotografía de alguna anciana preferentemente vestida con trajes típicos, exhibida
como un elemento “pintoresco”, con el mismo criterio de exotización con el que se exponen los 5
elementos materiales.
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un todo que (por mezclado) se pretende homogéneo. En esta operación de inte-
gración es posible identificar un proceso de etnicización del componente mapuche
a nivel local, es decir, una forma de marcación social basada en supuestas divisiones
en la cultura que, sin embargo, “contempla la desmarcación/invisibilización y
prevé o promueve la posibilidad general de pase u ósmosis entre categorizaciones
sociales con distinto grado de inclusividad” (Briones, 2002b:66). Cuando el
Estado pretende convertirse en Provincia es que se preocupa por homogeneizar
una realidad multiétnica borrando, con una mezcla de coerción y persuasión, todas
las culturas menos la que pretende constituir como dominante (Llobera, 1997).
Así, la marcación/desmarcación de “otros internos” es también constitutiva del
proceso de conformación de la identidad neuquina –proceso en el que se desarrolla
una política muy activa basada en un “pluralismo tolerante” (Briones y Díaz,
2000) que busca la incorporación subordinada del “otro interno”, a partir de una
operación de reconocimiento superficial de su distintividad.
Más allá de esto, las referencias al mundo mapuche como marca de identidad lo-
graron un grado de sedimentación importante en la sociedad local. Los actores so-
ciales que pugnan por la construcción de un entramado contra-hegemónico retoman
esta cuestión incluyéndola en su propio marco interpretativo. En las significaciones
que se han ido construyendo en la acción colectiva de estos actores locales, la noción
de “derecho” jugó un papel fundamental. Efectivamente, bajo el concepto de “de-
recho” (ampliamente legitimado en los distintos niveles de la sociedad, local y na-
cional, por el paradigma de los derechos humanos) se logró reorganizar a las agrupa-
ciones que fueron desarticuladas durante el estado de sitio imperante en dictadura. A
partir de la reapertura democrática, la cuestión de los derechos se constituyó en Neu-
quén en un marco maestro (Gamson, 1998) que resultó ampliamente inclusivo. La
noción de derecho como marco de movilización logró captar solidaridades y movi-
lizar amplios consensos, encontrando su síntesis en la consigna “Neuquén, la Capital
de los Derechos Humanos” altamente significativa para un sector importante de la
23
sociedad local. Es precisamente a partir de este marco que la alteridad es resignifi-
cada y devuelta como elemento primordial de la “mística neuquina”, ahora con un
contenido nuevo. 100
22 El himno provincial, instituido como tal en 1982, reza entre otras glosas las siguientes: “Neu-
quén es compromiso, que lo diga la Patria; porque humilde y mestizo, sigue siendo raíz. Del árbol
esperanza, maná cordillerano, que madura en Nguilleu el fruto más feliz. Y su tahiel mapuche hoy 25
es canto al país. Neuquén, país, país.”
23 Para una referencia sobre la importancia de esta consigna como acto de identificación y de su 5
incidencia en la subjetividad colectiva, puede verse Mombello (2003).
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“¡Ah! ¿Así que ustedes son las que andan preguntando por la pueblada? Sí en el ve-
rano vinieron unos chicos de la UBA también, les dimos alojamiento. Y yo les ex-
plicaba a ellos, porque antes acá venían siempre buscando indios y ahora vienen
buscando piqueteros, y yo les digo que los piqueteros no son una raza”. Pregun-
tamos: ‘¿Y hay muchos indios?’; nos responde: ‘Acá somos todos indios, este es un
lugar muy duro y si sos de acá o si venís de afuera pero te empecinas en quedarte y
haces tuyo este lugar es porque algo de indio tenés. Sí, somos todos indios y con
mucho orgullo’. Volvemos a preguntar: ‘¿Y piqueteros también hay muchos?’
Afirma decidida: ‘No, acá los piqueteros no existen, acá hubo y hay un pueblo que
cuando tiene que salir, sale y se defiende. Pero como te digo, no son una raza, si
querés piqueteros organizados, violentos, con pasa montañas, tenés que ir a
Buenos Aires. ¡¡Yo estuve en la ruta, todos estuvimos en la ruta!! Pero no somos vio-
lentos, simplemente defendemos lo nuestro’” (Notas de campo, agosto 2002, Cu-
tral Co, fragmento).
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Capítulo 6:
I. Introducción
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de las campañas militares de fines del siglo XIX en norpatagonia. Así, se desarrolla
en primer lugar una reseña de las políticas indigenistas durante la etapa territoriana
4
y la etapa de provincialización iniciada hacia mediados del siglo XX. A continua-
ción, se hace foco en la situación más característica de la última década, a partir del
análisis de dos iniciativas del Estado provincial. Mientras una refiere a la política de
regulación y control de la organización comunitaria a través de la figura de “perso-
nería jurídica”, la otra se relaciona con el proyecto oficial de incorporación de la en-
señanza de la lengua y cultura mapuche en las escuelas de comunidad –escenarios
ambos en los que se reactualiza el particular modo en que el Estado neuquino
tiende a procesar los reclamos mapuche.
que caracterizaba a esta zona (Briones y Díaz, 2000), ambigüedad que alcanzaba
95
tanto al manejo del espacio cordillerano –que pese a las estribaciones naturales no
operaba como límite sino como una vía de flujo de personas y productos– como a 75
la adscripción étnica y nacional de los habitantes. Pero la relativa indefinición e in-
cluso indiferencia que en la vida de los pobladores rurales tenían categorías tales
como “argentino”, “chileno”, “indígena” y “criollo” –entre otras– resultaban difí-
cilmente aceptables para un Estado nacional que se proyectaba sobre “territorios 25
4 Con la ley 14.408 de 1955 se otorga a Neuquén el estatus de Provincia, después de algo más de 5
setenta años de existencia como Territorio Nacional.
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“la nueva política indigenista seguida por las autoridades de la materia, en el sen-
tido de no reconocer en adelante la autoridad de caciques de tribus o reducciones,
con el propósito –muy loable por cierto– de incorporar al indio de manera defini-
tiva a la civilización, haciendo que cada indígena actúe por sí solo como simple
ciudadano, y no por intermedio de representantes tribales.”
7 Citado en Ríos, Carlos A. (1980): Gobernadores del Neuquén 1884-1980, op. cit.
8 Gobernación del Neuquén. Memoria anual del año 1947. La mayoría de las veces en que apa-
recen mencionados los indígenas en estas Memorias, es desde un tratamiento estadístico (cantidad 25
de “tribus”, nombre del “cacique”, cantidad de miembros, hectáreas que cultivan, cantidad de ga-
nado que poseen, estado legal de las tierras que ocupan). Esta información está consignada en for- 5
ma de cuadro, seguido de un mapa del Territorio con la ubicación de cada “tribu”.
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servirse a sí mismos, sino para orientar a los demás e infiltrarles, por reacción na-
tural, mejores normas de vida, haciendo desaparecer la inercia y despreocupación
que hoy les domina. Funcionará en principio, como ensayo, con sólo 30 alumnos.
Podrá no obstante, llegar a albergar un importantísimo núcleo de jóvenes indí-
genas, que –encariñados con el trabajo, instruidos intelectualmente por la escuela
del internado, con un espíritu renovado completamente, con principios sanos de
moral y de higiene, y con sentimientos de fraternidad, sin odios ni rencores– al
volver a sus tribus de origen no podrían adaptarse a vivir en la indigencia y que,
por el contrario, reaccionarían en sentido favorable para levantar el nivel de vida
de sus congéneres; o, fracasados en su intento, se apartarán para mezclarse con la
civilización, procurando mantener ese bienestar que les ha brindado su paso por la
escuela, bajo la tutela del Estado. Todo hace pensar, pues, que con este estableci-
miento se ha dado ya un importantísimo paso, en lo que respecta al problema in-
9
dígena.”
Esta institución funcionó por algo más de una década, recibiendo y devolviendo
algunos cientos de jóvenes de distintos puntos del Territorio. En 1951, la Escuela
Granja Hogar Ceferino Namuncurá se convirtió en una escuela común abierta a
los niños del vecindario. Desaparecía así uno de los más claros símbolos de la polí-
tica asimilacionista en la historia de la Educación en Neuquén (Teobaldo et al.,
2000), importante –para nuestro análisis– no sólo por la función específica que de-
sempeñó, sino por ser una referencia que condensaba, año tras año, la representa-
ción de los gobernadores y otros agentes del Estado acerca de la Nación, el terri-
torio, los indígenas y la cultura, así como las relaciones entre estos y otros aspectos.
En cuanto al discurso de los gobernadores –anualmente documentado en sus
informes de gestión– el tratamiento de la cuestión indígena se mantuvo sin cam-
bios hasta la Memoria de 1954 correspondiente a Pedro Luis Quarta, el último go-
bernador territoriano, que tuvo la tarea de organizar la transición hacia la provin-
cialización del Neuquén.
Al igual que quienes lo antecedieron, informaba al Ministerio del Interior de la
Nación que las “tribus indígenas” seguían allí, que totalizaban en el Territorio un 100
número de 5.863 individuos, y que realizaban, en los campos que les fueron conce-
95
didos por el Estado, una variada aunque exigua producción agrícola y ganadera.
También consignaba, como en años anteriores, la información provista por la Di- 75
rección General de Tierras, acerca de cantidad, ubicación y situación legal de las
tierras ocupadas por cada tribu.
25
5
9 Gobernación del Neuquén. Memoria anual de 1936.
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Esta distinción no está libre de paradojas, dado que la misma Constitución se-
75
ñala en la sección Derechos y Garantías, que: “Todos los habitantes tienen idéntica
dignidad social y son iguales ante la ley, sin distinción de sexo, origen étnico,
idioma, religión, opiniones políticas y condiciones sociales…” (Cap. I, Artículo
12). Pero este mismo artículo continúa diciendo: “Deberán removerse los obs- 25
10 Un análisis de las políticas asimilacionistas durante la etapa territoriana puede verse en Sán- 5
chez, Fernando 2003.
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“La finalidad del Primer Congreso –que será de carácter técnico-científico– es or-
95
denar, sistematizar y documentar todo lo referente al patrimonio material y espi-
ritual, relacionado con los valores del pueblo araucano, que habitó el suelo 75
12
argentino para reconstruir ese período de nuestra historia patria…”
11 Este artículo está ubicado en la Quinta Sección, titulada “Régimen económico”, junto a otros
ítems referidos a la población en general, como por ejemplo el que sostiene que “La tierra es un 25
bien de trabajo y la ley promoverá una reforma agraria integral”. Constitución de la Provincia del
Neuquén, 1957
5
12 Actas del Primer Congreso del Área Araucanista Argentina. Neuquén, 1963.
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el mejor uso y distribución de las tierras conforme a las reales necesidades de las fa-
milias indígenas”.
En la misma ley se establecen como objetivos del censo los de relevar el número
de tribus existentes y el de personas que integran cada una; calidad y extensión de
las reservas de tierras que “cada tribu tiene asignada”; cantidad de indígenas que
viven “fuera de la reducción”; nivel de instrucción; cantidad de “animales y espe-
cies” que poseen; etc. Finalmente, se mencionaba que, en función de los resul-
tados, se entregarían parcelas individuales, de acuerdo a las posibilidades econó-
micas.
Los Decretos de reserva de 1964 hacen mención a este censo, como fuente bá-
sica de información sociodemográfica de la población mapuche de la zona rural
provincial. En el primero de estos decretos, que llevó el Nº 737, se señalaba la utili-
zación de los resultados de dicho censo para “establecer a favor de los integrantes
determinados por el mismo, la reserva de las tierras que ocupan en comunidad…”
En el decreto se menciona la participación del Ministerio de Asuntos Agrarios,
tanto en lo que refiere a la formulación de este decreto, como a la potestad de actua-
lizar, en caso de ser necesario, la información aportada por el censo de 1962.
Uno de los primeros ítems del Decreto 737/64 anunciaba otras medidas com-
plementarias a la reserva de tierras, ya que el Poder Ejecutivo reconocía que su ac-
ción sería insuficiente para mejorar la situación de los indígenas si se limitara a esta
operación, y por lo tanto, disponía acciones tendientes a asegurar “su asistencia in-
mediata mediante la instalación de escuelas y puestos sanitarios, que coordinada
con la realización de campañas de extensión agrícola y de desarrollo y aprovecha-
miento de sus evidentes y naturales aptitudes, permitirán elevar las condiciones en
17
que se desenvuelve la vida de estas familias…”
Si bien en 1964 hay una evidente atención de los problemas y necesidades de la
población indígena, no existe aún ninguna repartición provincial destinada espe-
cialmente a atender a este sector social. Los programas o acciones dirigidos a ellos,
como a los demás pobladores del área rural, pasan principalmente por el Ministerio
de Asuntos Agrarios, y los destinados a la población con graves carencias econó-
micas –sean indígenas o no– están a cargo del Ministerio de Acción Social. 100
Por su parte, desde el primer gobierno del Movimiento Popular Neuquino, en-
95
cabezado por Felipe Sapag en 1964, se asumirá la tarea del desarrollo provincial,
paralelamente a la construcción discursiva de la neuquinidad (Favaro y Morinelli, 75
1993) desde una retórica fuertemente anticentralista, y en consecuencia, antipor-
teña. La confrontación con el Estado nacional, denunciado como responsable del
17 Un amplio análisis histórico, jurídico y económico del modo de acceso a la tierra previsto para 25
las comunidades mapuche, así como de los conflictos pasados y presentes derivados de esta situa-
ción, puede verse en UNC-APDH: Informe Final del Proyecto Especial “Defensa y Reivindica- 5
ción de Tierras Indígenas”. Neuquén (1996).
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“La situación peculiar de nuestros aborígenes ha sido, por primera vez, tratada
con criterio racional y altruista, otorgándoles la posesión y título de las tierras que
ocupaban procurando capacitarlos mediante la instalación de escuelas de arte-
sanía rural, para procurarles un oficio y propendiendo a la elevación de su nivel de
18
vida, mediante la entrega de implementos y maquinarias para la labranza.”
18 Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso de apertura de sesiones del Go- 5
bernador Felipe Sapag. Neuquén, 1º de mayo de 1965.
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Indígenas (CCIAI), creado por Decreto Nº 1171 de 1967. El mismo estaba presidi-
do por el Ministro de Asuntos Sociales e integrado por los secretarios de los demás
Ministerios provinciales. Como principal competencia del CCIAI se establecía
“…estudiar la aplicación de un programa relacionado con la promoción, asisten-
cia, organización, y desarrollo de las comunidades indígenas…” El decreto men-
cionaba la “necesidad de poner en marcha un Plan de Acción de Promoción Eco-
nómico-Social, Cultural y de Integración de las tribus indígenas en la Provincia del
Neuquén, conforme a los lineamientos del Programa Andino, elaborado por el Co-
mité Nacional Interministerial y Organismos Internacionales…” En los conside-
randos de ese Decreto se señalaba que:
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Al frente del SPAI, cuya sede se establece en Junín de los Andes, es designado el
Padre Oscar Barreto. En su primer discurso como Jefe de este organismo, comen-
zaba afirmando:
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diferente en la segunda mitad de la década del ‘80, con la realización de una serie de
“Cursos de Capacitación de líderes indígenas” con ingerencia del gobierno provin-
cial, financiación y cuerpo docente de Nación, y respondiendo a lineamientos de
organismos internacionales.
En todo caso, durante la década de los años 70 siguió funcionando el SPAI, con
la mira puesta en la promoción y asistencia social de las comunidades. Un docu-
mento de 1975 reseña las acciones llevadas a cabo durante ese año por el SPAI en el
marco de un “Programa Integral de Desarrollo” dirigido a “las comunidades ru-
rales marginadas”, que incluía desde realización de mensuras, mejoramiento de vi-
viendas y construcción de infraestructura comunitaria, hasta proyectos de reactiva-
20
ción económica de tipo agropecuario y forestal.
En 1978, durante la última dictadura militar (1976-1983) –que en el contexto
neuquino revistió la particularidad de no desplazar al MPN del gobierno provin-
cial–, el Consejo Federal de Inversiones (CFI) elaboró un informe denominado
“Análisis socio-económico, aspectos culturales y tipología de las comunidades abo-
rígenes del Neuquén”, donde se incluye un capítulo en el que se aborda la “imple-
mentación de programas y/o proyectos” por parte del Gobierno provincial, eva-
21
luando la atención prestada a las distintas comunidades existentes en la provincia.
El informe consigna, además de cuántos y cuáles fueron los proyectos elaborados,
cuántos y cuáles fueron ejecutados. El resultado es de 44% sobre el total de los pro-
yectos, correspondientes en su mayoría a ejecución de mensuras, construcción de
escuelas y puestos sanitarios. De los proyectos específicamente económicos se llevó
a cabo sólo un 14% de lo previsto. El informe establece también una tipología de
las comunidades de acuerdo al grado alto, medio o bajo de atención recibida, dato
que evidencia la arbitrariedad en el manejo de estos programas de acuerdo al tipo
de vínculo establecido con las autoridades de las distintas comunidades.
nas (DAI). Entre las funciones de este organismo se mantienen algunas establecidas
95
anteriormente, como elaborar proyectos para “elevar las condiciones de vida de los
75
20 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social. Documento del SPAI titulado “Progra-
mas provinciales de desarrollo social integrado para agrupaciones indígenas”. Neuquén, 1975.
21 En el período 1969-1977 se contabilizaron alrededor de 164 programas y/o proyectos, que se
presentan en este informe discriminados en doce rubros, entre los que se destacan: proyectos agro- 25
pecuario-forestales (42), proyectos referidos a aspectos legales (29), educación (24) y salud pública
(23). Siguen en orden decreciente rubros tales como vivienda y urbanización; provisión de agua 5
potable; promoción de artesanías; y otros.
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Participar
e) en la elaboración de las normas jurídicas que regulen el accionar de
95
las Organizaciones de las Comunidades Mapuches”.
75
En este cambio de redacción de los incisos más que en las funciones, es notable
el reemplazo casi mecánico de los términos “aborigen” e “indígena” del Decreto
066/83, por el término “Mapuche” en el Decreto 1085/88. Este cambio de deno-
25
minación seguramente se relaciona con la coyuntura histórica y la revitalización de
las demandas de organizaciones indígenas, en este caso del activismo indígena en 5
Neuquén, que desde la reapertura democrática –y cada vez más insistentemente–
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95
23 Precisamente con este temario, la Coordinación de Organizaciones Mapuche organizó en
Neuquén en 1995 el Primer Seminario Regional “El Derecho Internacional y los Pueblos Origina-
75
rios”, del que participan representantes de la OIT, dirigentes mapuches locales y trasandinos, y asis-
tentes no mapuches vinculados a la problemática en cuestión.
24 Corresponden al tramo final del último mandato del gobernador Sapag y al del actual gober-
nador Sobisch, reelecto en 2003 para un nuevo periodo de gobierno. 25
25 El tradicional Ministerio de Bienestar Social es reemplazado en 1995 por el Ministerio de Sa-
lud y Acción Social, y nuevamente en 1999, por el Ministerio de Desarrollo Social, vigente hasta la 5
actualidad.
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tenencia y rescatando las diversas manifestaciones y patrimonios culturales.” Aparece así claramen-
te enfatizado que el Estado propiciará que la balanza entre identidad provincial (hegemónica) y 95
diversidad se incline hacia la primera.
75
27 Este acápite retoma una comunicación presentada por su autor, Carlos Falaschi, al Encuentro
de más de 30 Comunidades Mapuche neuquinas, auto-convocadas sobre el tema, en Zapala, el 30
de noviembre de 2002, con copia a cada Comunidad. Antes de esa fecha y pese a la gravedad del
Decreto, los dirigentes urbanos de la Coordinación de Organizaciones Mapuche (COM) no habían
reaccionado aún y estaban en el Encuentro “Construyendo capacidades para la Auditoría Social”, 25
realizado en la Mutual de la Universidad Nacional del Comahue, el 20 de noviembre de 2002. El
membrete de tal convocatoria llevaba el logo del Banco Mundial junto a los de la COM y la Funda- 5
ción Nehuén.
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28 También como resultado de los trabajos de campo, estudios y propuestas, realizados en el 100
marco de: (1) Proyecto de Investigación y Extensión “Defensa y Reivindicación de Tierras Indígenas”,
Neuquén y Río Negro, 1994-1996, FDCS-UNCo, Gral. Roca-Neuquén, Informe Final de mayo 95
1996; y (2) “Evaluación del Impacto Socio-Ambiental de la Actividad Hidrocarburífera en el Te-
rritorio de las Comunidades Mapuche Paynemil y Kaxipayiñ de LLL”, Acta-Acuerdo entre Comu- 75
nidades Paynemil-Kaxipayiñ y Repsol-YPF, Neuquén, Informe de julio 2001 (en internet:
www.ecoportal.net/articulos/lomalata.htm); con dirección y coordinación general a cargo del Dr.
C. Falaschi, respectivamente.
29 Ante funcionarios de la Dirección de Personas Jurídicas y Simples Asociaciones (DPJ y SA), y 25
de otros organismos provinciales de aplicación (Dirección General de Tierras, Dirección Provin-
cial de Catastro, Registro de la Propiedad Inmueble, Dirección Provincial de Minería, Dirección 5
de Medio Ambiente, Dirección Provincial de Hidrocarburos, etc.)
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25
30 En relación con la Resolución 4811/96, ver una interesante y analítica mirada antropológica
sobre la significación y performatividad de las normas legales en GELIND (1999a).
5
31 Cfr. Falaschi (1999).
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32 Cfr. los casos pasados y presentes de las Comunidades Kallfucura, Kaxipayiñ, y las que circun-
dan el Cerro Chapelco en Neuquén; o el de las Comunidades Com Kiñé Mu, Mallín Ahogado,
Vuelta del Río, Huisca Antieco, y de las familias Curiñanco-Nahuelquir y M. Fermín en Río Ne-
gro y Chubut, entre otras. Cfr. También con otros conflictos de familias y comunidades mapuche
vs. intereses de Cerámica Zanón S.A., del Proyecto Mega, del Complejo Invernal Chapelco; de la 100
sucesión Sede e Inmobiliarias en Arroyo Las Minas, de Patagonia Andina Golf Club, de Benetton
Hnos., de minera Meridian Gold, etc. 95
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34
omitidas en los considerandos del Decreto. Este incursiona además oblicuamente
en otras áreas y en perjuicio de otros derechos indígenas, como por ejemplo en lo
que hace a la “posesión y propiedad comunitarias” de sus tierras-territorio, ampa-
radas por la C.N. y el ya citado convenio internacional.
1. La personalidad jurídica
En
a) primer lugar, cabe comentar una cuestionable concepción de “persona de
derecho privado conforme al inc. 2, párr. 2, del art. 33 del Código Civil”, tal
como reza la norma del Decreto en su reglamentación al artículo 2 de la Ley
Nacional 23.302, en la cual esta definición sin embargo no aparece –salvo el
35
reenvío del art. 4 sobre relaciones internas – como sí lo hace en el artículo 19
de su Decreto Reglamentario Nº 155 /89. La Provincia adopta esa hermenéu-
tica discutible, que evidentemente avanza ultra legem (más allá y por encima
de la ley) y viene preñada de consecuencias. En efecto, la caracterización de la
naturaleza jurídica de la personalidad que corresponde a los Pueblos-Comu-
nidades originarios en base a la doctrina internacional y a los principios de
Pre-existencia Étnico-Cultural y de Autonomía debería ser la de personas de
derecho público no-estatales –conforme a la fundamentación brindada por el
36
Dr. Germán J. Bidart Campos (2002) y otros autores, y a la que adherimos,
esto es, derecho público como eran los Municipios (entes estatales excluidos
por Ley Nº 17.711)– o de derecho público no-estatal, como sigue siendo la
Iglesia Católica.
100
95
75
34 Lo mismo ocurre con el Decreto Nº 1181, dictado en materia educativa también sin debate
público ni consulta con los integrantes de la comunidad educativa (ciudadanos padres de familia y
docentes), y con derogación anunciada ahora por el gobernador —suerte que asimismo deseamos
al Decreto Nº 1184. 25
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En
b) segundo lugar, esta personería no puede ser “otorgada” –término en el que
insiste el Decreto– sino que debe ser “reconocida” por el Estado, en virtud de
la norma constitucional. En el mismo sentido y según juristas con los que
coincidimos, el acto administrativo que resuelve su inscripción en el Registro
no es “constitutivo” de dicha personalidad, sino meramente “declarativo”. Y
si las comunidades son “reconocidas” por la C.N. es porque pueden pre-exis-
tir y organizarse libremente como tales. Sin embargo el Decreto analizado se
constituye en ‘padre y partero de la criatura’, disponiendo que “la inscripción
determinará el nacimiento (no la fecha de éste o de su ‘presentación en socie-
37
dad’) de la persona jurídica de derecho privado”. Para mejor comprensión del
tema, decimos que un paralelo análogo lo da el art. 75 de la misma C.N.,
cuando expresa: “[…] Reconocer […] la posesión y propiedad de las tierras que
tradicionalmente ocupan”; es decir una personalidad y una posesión o propie-
dad que pueden existir desde antes de su reconocimiento, óptica poco común
en la formación en las facultades de Derecho.
En
c) tercer lugar y en cuanto a las exigencias previas para el registro, la Ley Na-
cional Nº 23.302 enumera en su artículo 3 las de: Nombre y domicilio de las
Comunidades; Integrantes; Actividad; Pautas de organización (culturales):
Antecedentes de su preexistencia y reagrupamiento; y finaliza con una ‘zona
gris’ y elástica en extremo, que se presta a la arbitrariedad: “los demás elementos
que requiera la autoridad de aplicación”. El Decreto Reglamentario Nº 155 de
1989, a su vez, trata el tema en los arts. 16 al 20, y prevé (además de la coordi-
nación y convenios con las Provincias) un censo de los integrantes de las co-
munidades “cuando sea posible”. Las encuadra en el art. 33-2º del Código
Civil y, en particular, requiere de manera discreta –establece que “podrán te-
nerse en cuenta”– identidad étnica, lengua autóctona actual o pretérita, cultu-
ra y organización propias, tradiciones esenciales, convivencia actual o pasada
en hábitat común y la existencia de un núcleo de al menos tres familias.
38
d) Decreto provincial sobreabunda, en cambio, requisitos, muchos de ellos
El
polémicos e incluso peligrosos. Incluso ya antes de enunciarlos establece: “y
los que surjan a partir del trabajo de campo a realizarse con todas y cada una de 100
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previo, junto con la descripción del territorio y datos catastrales, acreditar “la
95
propiedad de los respectivos lotes mediante certificados de dominio expedidos por el
Registro de la Propiedad Inmueble”. 75
El Poder Ejecutivo provincial no ignora que puede haber y hay en efecto co-
munidades con largos reclamos pendientes por el conjunto o parte de sus tie-
39 Ítem que merece una atención especial; ver acápite (e) más adelante. 25
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25
42 Ver antecedente piloto del “Estatuto Autónomo” de la Comunidad Kallfukura, Neuquén,
1995.
5
43 Art. 43, párr. 1 y 2.
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Otra muestra de la arbitrariedad del Decreto está dada in fine por su art. 2,
cuando impone la adecuación de las Comunidades inscriptas en la Provincia bajo
la forma de ‘asociación civil’, “dentro del plazo de doce (12) meses a contar desde la en-
trada en vigencia”. Declarado “improrrogable”, este plazo pasado el cual la Comu-
nidad “quedará definitivamente encuadrada en los términos de la Ley Nº 77” (sic)
“arresta” manu militari a las Comunidades y las encierra sin su anuencia en un
“club de presos voluntarios”, habida cuenta de que las demás personas jurídicas,
como Asociaciones Civiles o Simples, Fundaciones, etc., surgen de contratos libre-
mente concertados, que son “ley para las partes”. Además no las encuadra ‘en los
términos del Decreto’ –lo que hubiera sido al menos lógico– sino en los de una Ley
Provincial que no contempla ni la identidad ni los derechos comunitarios indí-
genas; ley que elíptica e ilegalmente se está ampliando o modificando por decreto,
complicando innecesaria, gratuita y lamentablemente las cosas. Va sin decir la liti-
giosidad de todos estos aspectos.
Hasta aquí, las consideraciones surgidas de una primera aunque atenta lectura
del Decreto provincial en cotejo con otros instrumentos legales, aunque este De-
creto –verdadero “chaleco de fuerza” para las Comunidades– da todavía para más y
para “hilar más fino”. Por lo pronto, bien merecería otros estudios puntuales la in-
cidencia indirecta pero efectiva (por nociva) de este instrumento –sólo formal o
aparentemente legal– en lo concerniente a los derechos de las Comunidades ma-
puche sobre sus tierras-territorio.
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basa en la documentación oficial a la que fue posible tener acceso, en fuentes pe-
riodísticas regionales y en materiales originales, producto del trabajo de campo en
comunidades mapuche del centro y sur de la provincia del Neuquén.
44 Es de destacar que este programa no sólo no fue consultado con las organizaciones mapuche, 100
sino que se ha manejado desde la Dirección de Programas Educativos e Idioma mapuche con extre-
mada reserva, sembrando nuevas dudas respecto del supuesto carácter público de los actos de go- 95
bierno.
45 El Consejo Provincial de Educación, si bien depende del Poder Ejecutivo Provincial, constitu- 75
ye un organismo colegiado, en el que están representados también el gremio docente (ATEN) y los
consejos escolares. Es importante tener en cuenta la iniciativa lanzada en 2003 por el gobernador
Jorge Sobisch, luego de ser reelegido para otro período en su cargo, en torno a la creación de nuevos
ministerios del poder ejecutivo, entre ellos el Ministerio de Educación, Cultura, Deportes y Juven- 25
tud, área que pasaría entonces a depender íntegramente del ejecutivo provincial (ver Río Negro
On Line 11-10-2003).
5
46 Resoluciones N° 0800 (28-09-95), N° 0930 (07-11-95) y N° 1052 (28-11-95).
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sobre un total de doce– en el Distrito Regional IV, hecho que remite una vez más a
la discrecionalidad con que se aplican este tipo de programas en función de la rela-
ción de los funcionarios a cargo con los referentes de las distintas comunidades. Sin
embargo, dichos maestros se desempeñaron sólo durante 1996, luego de lo cual el
cargo fue “desactivado” (Díaz, 2001).
En gran medida como medio para contener las demandas de interculturalidad
47
que por ese entonces cobraban consenso en la sociedad civil, el proyecto oficial
fue retomado en el año 2000, bajo la órbita de la Dirección de Programas Educa-
tivos e Idioma Mapuche –nueva dependencia del CPE a cargo de un funcionario
mapuche– que pasó a concentrar las pequeñas decisiones y la información corres-
pondiente, interviniendo en la selección de los maestros, su capacitación y la eva-
48
luación de su desempeño. Esta Dirección se reservó también la facultad de re-
novar (o no) año a año los nombramientos, con lo cual la elección dejó de estar en
manos de la comunidad exclusivamente, tornándose en muchos casos en un bene-
ficio más –equivalente por ejemplo a los planes jefes y jefas de hogar– a distribuir
según mecanismos clientelares.
El proyecto recibió fuertes críticas desde la Coordinadora de Organizaciones
49 50
Mapuche y su Centro de Educación. Las propuestas de este centro fueron igno-
radas por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche que, incum-
pliendo con lo establecido por la Constitución Nacional en su artículo 75, inciso
17, no sometió su proyecto al debate con las organizaciones mapuche interesadas.
Una vez más, la política provincial redujo la “participación indígena” a la designa-
ción de un funcionario mapuche al frente del organismo en cuestión.
Por otra parte, el proyecto también ha sido cuestionado “desde centros especia-
lizados de la Universidad Nacional del Comahue, […] que advierten en el Pro-
grama una maniobra del partido gobernante para entremezclarse junto con las cajas
de alimentos y los planes trabajar en las comunidades” (CEPINT 2003).
En todo caso, el lanzamiento oficial –objeto de una significativa cobertura por
51
parte de la prensa local– introdujo en la documentación sancionada por el CPE un
vocabulario aggiornado respecto del de 1995, más políticamente correcto, que
reemplazó por ejemplo el término “cultura indígena” por “cultura de los pueblos 100
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55 Ver Chiodi (1997) en referencia a la EBI en Chile y Hecht, A. (2004) para la provincia de For- 5
mosa.
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56 Esta forma de incorporación de lo mapuche nos recuerda los insistentes llamados que se hacen 75
a la “reconciliación”, ante toda iniciativa de juzgar y penar a los responsables del terrorismo de esta-
do, pretendiendo que “aquí no ha pasado nada”, como si el pasado pudiera suprimirse.
57 Una de las estrofas del himno neuquino expresa
“Un presagio de machi 25
le corre por la sangre
multiplicando panes 5
igual que el nguenechen”
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V. Comentarios finales
El análisis de la historia de la política indigenista neuquina, del reciente decreto
provincial sobre personería jurídica de las comunidades mapuche y del proyecto
oficial de enseñanza de lengua y cultura mapuche en escuelas de comunidad, nos
permiten señalar que la política indigenista neuquina se ha caracterizado desde un
comienzo y hasta el presente por su aspiración de “integrar” a la población mapu-
che al “cuerpo de la Nación” en primer término, y particularmente al “cuerpo de la
Provincia” a partir del inicio de la hegemonía del MPN. En esto, se desplegó una
política de ciudadanización con fuerte énfasis en la identidad provincial, siempre
construida como prioritaria frente a la pertenencia indígena de este sector –prima-
cía aún vigente en el ámbito educativo-. Por otro lado, nos encontramos con un
Estado provincial que ha intervenido variada y continuadamente mediante políti-
cas de carácter fuertemente asistencialista, paternalista y clientelar, aunque presen-
tadas como tendientes al “desarrollo” socioeconómico de las comunidades. La desi-
gual distribución de los beneficios y programas sociales entre las diversas comuni-
dades en función del alineamiento político y el grado de relación de sus autoridades
con los funcionarios estatales constituye una arbitrariedad presente hasta el día de
hoy, al igual que el hermetismo con que se maneja la información respecto de di-
chos programas.
En ambos sentidos, se ha tratado de una integración que, material y simbólica-
mente, ha subordinado a este pueblo. Los reclamos de la población mapuche por
un verdadero reconocimiento político–cultural suelen ser deslegitimados desde el
gobierno, o neutralizados mediante programas que, tras una retórica concesiva, re-
producen la folklorización y la reducción de la problemática mapuche al plano de
100
la asistencia social y al ámbito rural. En este sentido, el reclamo de reconocimiento
como Pueblo y la reivindicación de derechos fundamentales como territorio y au- 95
tonomía que acompañan el proceso de revitalización de la identidad y las organiza-
ciones mapuche de las últimas décadas representan una disputa con el modo histó- 75
Fuentes 25
Actas del Primer Congreso del Área Araucanista Argentina. Neuquén, 1963.
5
Código Civil de la Nación Argentina.
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Río Negro On Line 04-04-2004 “Permiten que escriba su nombre con grafía mapuche”,
disponible en www.rionegro.com.ar/arch200404/04v04g50.php con acceso el 19-05-
2004.
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Capítulo 7:
Introducción
E n la provincia de Salta, bajo los auspicios del retorno democrático, los pueblos
indígenas volvieron al foco de las preocupaciones oficiales (desde el gobierno a
las universidades, desde la educación a la iglesia) y al discurso social más amplio
(desde los medios a la “cultura”). Los resultados del censo indígena publicados en
1984, la ley aborigen de 1986 y la constitución provincial del mismo año, sostuvie-
ron el portal que enmarcó este retorno del indio. Acompañaron este proceso “pro-
gramas de desarrollo”, “relevamientos culturales”, “investigaciones sociales” y una
“corriente de opinión indigenista” que se ensanchaba y se angostaba según la geo-
grafía provincial y los ritmos del calendario político. En 1998 se producen otros su-
cesos de importancia. La segunda reforma de la constitución provincial en tiempos
democráticos incorpora los nuevos derechos indígenas, ya reconocidos en la consti-
tución nacional de 1994, recortando, no obstante, sus alcances prácticos (Gelind,
1999b). Siguió a esto una nueva ley de desarrollo indígena modificatoria de la de
1986, aprobada en el año 2000, en la que el estado salteño mantenía la misma polí-
tica restrictiva. Estos procesos registrados en el mundo oficial fueron causa y efecto
de una creciente actividad política de los indígenas. Entre sus hitos –que se cuen-
tan, sobre todo, a partir de mediados de los noventa– cabe mencionar la expropia-
ción de Finca Santiago, las protestas contra el Gasoducto Norandino, la toma del
100
puente en la frontera argentino-paraguaya, el proceso constituyente de 1997-1998
y, actualmente, la resistencia contra los desalojos en San Martín de Tabacal.
95
Estos hechos, brevemente enumerados, trajeron aparejado un cambio en el ré-
gimen de visibilidad de los indígenas en Salta. La visibilización se ha vuelto inten- 75
siva, extensiva y reflexiva. Hoy en Salta se ve con más atención a los ya familiares
“indios del Chaco”; también la mirada se extiende de a poco “fuera del Chaco”, re-
25
1 Licenciada en Ciencias Antropológicas, Becaria doctoral Conicet, Instituto de Ciencias
Antropológicas, FFy L. UBA.
5
2 Universidad de Buenos Aires, Columbia University.
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do de paso por qué la ciudad aún antes de existir estaba predestinada a ser “Salta, la
linda”. San Felipe y Santiago debieron ser los santos patronos, pero el “cabildo
abierto” determinó que fuera San Bernardo, quien hizo honor a la elección cum-
pliendo en repetidas veces con su papel protector.
Las anécdotas de nombres y patronos explican de paso por qué Salta nace con un
espíritu democrático –la voluntad popular, los vecinos y el cabildo abierto– aunque
éste sólo pueda entenderse como parte de una sacralidad cristiana que lo trasciende.
También es importante el valor que se otorga a la Salta colonial como marco histó-
rico del auge de la sociedad salteña (producto del comercio mular) y molde étnico de
la sociedad contemporánea: “la influencia hispánica en toda la tradición salteña está
permanentemente presente. El idioma, el estilo de las construcciones y el concepto
de señorío están aún vigentes” (González de Cattáneo y González, 1986:31).
¿Cómo se imagina a los indios frente a los fundadores? La fundación de Salta de-
termina el “antes” y el “después” de la historia indígena en Salta. El episodio con-
creto de la fundación reitera un modelo indeleble de comprensión de lo indígena
que ayuda a explicar el carácter heroico de aquélla. Uno de los manuales determina
la ausencia indígena, ya que Salta se funda en “tierra virgen”. Pero en el resto de los
textos escolares, los indios de los “alrededores” de la ciudad de Salta aparecen como
“guerreros”, “rebeldes”, “destructores” y “atacantes”, un “peligro” ante el cual los
conquistadores no hacen la guerra, sino que se “defienden”, “sobreviven” y buscan
5
“protección” en sus ídolos religiosos. A estos indios atacantes se los identifica espe-
cialmente como “calchaquíes” y “chaqueños”.
Pero la narrativa de la fundación no se detiene en el texto escrito. El recorrido
por el centro histórico –“el más relevante a nivel país, nadie lo pone en duda”
(Ashur, 1999)– es una actividad inseparable de la vida escolar. Los manuales pro-
6
ponen visitar la Plaza 9 de julio, antigua plaza matriz, prestando atención al ca-
5 Casi un siglo antes, el literato y primer gobernador radical Joaquín Castellanos ya expresaba que
en este “peligro” se fundaba un rasgo de la psicología salteña. Explicaba que el “salteño es precavido”
porque “la necesidad de guerrear desarrolló energías activas, y la de precaverse contra la emboscada o
el asalto enemigo, la de prudencia y maña en la población salteña de entonces. Y, como ocurre siem-
pre en el mecanismo orgánico del hombre, que los órganos sobreviven algún tiempo a la función, los 100
instintos defensivos subsisten en la psicología salteña después de dos centurias que ha desaparecido el
amago del indio” (Castellanos, 2000 [1903] ). 95
6 Recientemente ha aparecido en El Tribuno un artículo que lleva por título “La odisea de los
75
fundadores”. El autor comenta la relación intrínseca entre la basura y la plaza matriz: “El sitio co-
munitario por excelencia -sino el único- sería la plaza de la picota, [...] convertido luego en Plaza 9
de Julio, sería un basural donde los vecinos arrojaban todo aquello que les estorbaba. Porque es
probable que los antiguos, al fin y al cabo abuelos de los salteños actuales, no habrán sido muy dis-
tintos de sus descendientes en materia de picardías. La única diferencia es que la basura de los fun- 25
dadores sería algo más discreta que la de sus biznietos, porque al menos no contendría botellas va-
cías de plástico, bandejas de cartón con restos de pizza o envolturas de polietileno no degradable 5
(Zamora, 2003).” Este relato se inscribe en una típica retórica populista que nos habla del sacrificio
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bildo, las imágenes coloniales dentro de la catedral y la estatua del Virrey Toledo.
Por otra parte, todos los 13 de abril las autoridades de la ciudad y la provincia se
reúnen frente al monumento de Hernando de Lerma, donde se entona el himno
nacional, se hace un discurso alusivo, se celebra una invocación religiosa y se realiza
un desfile cívico-militar.
En síntesis, la identidad salteña se explica y afirma a través de la narrativa de la
fundación de Salta y sus rituales. Se dibuja una identidad de origen hispano que se
corresponde con una moral señorial basada en las virtudes del honor, la austeridad
y el sentido de jerarquía. Frente a estas identidades étnico-morales, lo indígena se
ubica en un escalón inferior, pues es una amenaza a la civilización que sólo se puede
domeñar con la conquista y la evangelización. Pasemos a ver ahora cuál es el papel
de la fe cristiana en la identidad salteña.
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A partir de ese momento, el pacto entre los fieles salteños y su Dios misericor-
dioso es renovado cada año en los rezos y la procesión que tienen lugar en los “días
del milagro”, celebrados en la ciudad de Salta en el mes de septiembre.
Está fuera de duda, como señala Caro Figueroa (2001a), “el papel cohesionador
e integrador en estas sociedades fuertemente jerarquizadas y excluyentes” que juega
esta festividad, pero a nosotros nos interesa el impacto de la repetición ritual en la
construcción de la tradición identitaria. En este sentido, la re-oficialización del
culto durante los años de “Salta, provincia de la Confederación” no es un dato
menor. Indica los esfuerzos por construir una identidad provincial después del
“movimiento tectónico” liderado por Güemes. Lo católico no sólo “armoniza” di-
ferencias entre “ricos y pobres” sino que también explica la presencia de los “ricos y
pobres” de la Salta ya “provincia”, como la continuación de los “ricos y pobres” de
la Salta colonial. Así, la “sociedad de castas” contra la cual se levanta Güemes queda
“recuperada” históricamente y redimida desde el punto de vista moral.
Pero lo católico puede ir incluso más allá, hacia la comunidad universal centrada
en el fiel cristiano. Justamente porque la moral de la fidelidad y la devoción afir-
mada en la liturgia del Milagro se abre a tradiciones y comunidades mayores, se
hace preciso “salteñizar” la religión. La reproducción constante en textos oficiales
de las fiestas del Milagro como “marca de identidad” supone este trabajo de delimi-
tación de la comunidad de fieles dentro del ámbito provincial. El Milagro permite
mostrar a Salta como una provincia especial dentro del concierto nacional, ya que
“estas fiestas son conocidas en toda la República y a ellas asisten peregrinos de dis-
tintas partes del país” (González de Cattáneo y González, 1986:50). A su vez, el
Milagro “salteñiza” a las distintas poblaciones del interior provincial que, acu-
diendo a la capital con sus promesas y penitencias, también comulgan con el relato
de Salta ciudad como eje de la identidad provincial, y aprenden su lugar de “regio-
nales”. 100
¿Cómo aparece el indio en la narrativa del Milagro? Tal como indica Caro Fi-
95
gueroa (2001a), a través de “la masividad y capacidad de inclusión”, el Milagro per-
mitió a lo largo de la historia incorporar a los indígenas como “fieles”, “devotos” y 75
“promesantes” en la últimas filas de las procesiones. “Hasta la década de 1930
–agrega en otro trabajo– fue, además, [el acontecimiento] en el que más abierta-
mente pudo expresarse el sincretismo de las creencias indígenas con el culto cató-
9
lico dejado por los españoles (Caro Figueroa, 2001e).” 25
9 Hasta cierto punto, según dice Caro Figueroa, el Milagro fue parte de una estrategia evangéli- 5
ca destinada a aplacar la posible resistencia indígena en los primeros tiempos de la colonia. “[El
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La inclusión de los indígenas como “fieles” propiciada por la fiesta del Milagro
justifica finalmente la de “evangelizados”:
100
Obispo] Victoria reparó en las limitaciones que imponían el medio y la pobreza. Advirtió también
95
la importancia de utilizar imágenes para evangelizar, asimilando así la lección que se desprendió del
culto que los indígenas mexicanos comenzaron a rendir a partir de 1530 a una Virgen (Guadalupe)
75
pintada en la colina de Tepeyac donde, antes de la Conquista, rendían culto a una divinidad indí-
gena. Denunciado como escandaloso en 1556, el culto a la Virgen fue asumido por el clero en
1648”. En la segunda mitad del siglo XVI, “a la imagen franciscana que se dirigía prioritariamente a
los indios, la sucedió una imagen que explotaba el milagro y trataba de reunir en torno de interce-
sores comunes a las etnias que componían la sociedad colonial: españoles, indios, mestizos, negros 25
y mulatos”. Fue también entonces que comenzaron a desplegarse como motivos de fe y de culto a
los milagros. Ellos servían “para excitar y afianzar la fe sobrenatural”. La esperanza en el milagro re- 5
ducía el miedo provocado por la amenaza de catástrofes (Caro Figueroa, 2001a).
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esto alcanza para que el relato adquiera un sesgo popular y populista al revelarse que
en las fuentes del poder de Güemes está la sociedad campesina y no la “política” de
la ciudad (Bazán, 1992:111).
Finalmente, Güemes reaparece bajo la retórica del federalismo cuando se de-
nuncia, por ejemplo, la intervención nacional en los asuntos internos provinciales,
o la falta de apoyo económico, como ingratitud nacional al sacrificio de Salta. La
disputa en los años 30 por el petróleo entre el Estado nacional y multinacionales li-
gadas a intereses locales (Hollander, 1976), o los reclamos de desarrollo del Norte
Grande en la actualidad, son ejemplos de ello.
Todavía hoy es posible rastrear en el centro histórico de Salta las huellas de la re-
sistencia a Güemes. Su monumento, en el que se lo representa varios metros por
12
encima de “sus gauchos”, no se encuentra en el centro de la plaza matriz –donde
se erige la estatua ecuestre de Arenales– sino en una zona de la ciudad de Salta que,
si bien hoy es el sector más aristocrático, al momento de la construcción era apenas
un descampado. No obstante, Güemes está presente frente a la plaza central de un
modo particular: sus cenizas descansan en la Catedral bajo la protección del poder
conciliador de la Iglesia.
Todos los 17 de junio, las autoridades cívicas y eclesiásticas junto al pueblo con-
memoran la muerte del prócer a los pies de su estatua y en cada rincón provinciano.
Hombres y mujeres repartidos en “fortines” desfilan a caballo y “vestidos de
gaucho” frente al monumento. La mayoría de los salteños participa del espectáculo
desde los márgenes, acompañando la vigilia de los “gauchos” en la noche previa al
desfile cuando los asistentes, frente a fogones encendidos, reviven el drama del
prócer agonizante.
Lo indígena se introduce en la narrativa güemesiana bajo los títulos de “gaucho”
y “poncho”. La interpelación popular de Güemes implica el borramiento de los es-
tigmas que pesan sobre lo indio; pero, con ellos, se esfuma también la propia iden-
tidad indígena. Así, el lugar de los indios destaca por su repentina ausencia en el re-
lato, pasando a formar parte del “hombre de campo” que se entrega a la causa de la
patria. Como “gaucho patriota”, el indio “se indigna” y “corre […] de opresores la
Patria librar” (Himno a Güemes). El efecto de la figura de Güemes sobre las repre- 100
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los “ponchos enlutados [que] aparecen en varios países andinos, como homenaje
dolorido a Atahualpa cruelmente ejecutado, por parte de sus descendientes ven-
cidos en la conquista (Romero Sosa en Caro Figueroa, 2001d).” Fue “Martín
Güemes [quien] impuso a sus milicianos el uso del poncho con tonos en rojo con
guardas negras”. Y explica Caro Figueroa que “esa medida de Güemes resulta cohe-
rente con su respetuosa actitud para con los indios, para los que mandaba a distri-
buir sus proclamas en quichua (Caro Figueroa, 2001d).” Por otra parte, tras la
muerte de Güemes, “sus gauchos añaden un segundo luto, esta vez en el corbatín
del poncho” (Caro Figueroa, 2001d). El poncho deviene un texto que habla de in-
dios (andinos), mestizos y blancos. En él, un caudillo blanco reconoce la legimi-
tidad del duelo del indio ante el Inca y luego los “gauchos” (el pueblo) abrazan a los
indios reconociendo la justicia del reconocimiento del caudillo.
En el registro histórico podemos observar que lo salteño aparece como una “tra-
dición” –el arraigo en un tiempo lento– que conserva las esencias éticas de un pa-
sado glorioso: el honor señorial de los fundadores, la religiosidad católica y el pa-
triotismo del pueblo provincial. La importancia de cada uno de estos relatos varían
según los contextos de enunciación e identificación.
Según la lógica expositiva de los manuales, los indios aparecen representados de
un modo peyorativo o subsidiando las narrativas centrales. En la “prehistoria” y
“tiempos precolombinos”, se enfatizan las formas de vida y “modos de subsis-
tencia” de las sociedades indígenas (caza y recolección o agricultura y pastoreo).
Mientras en algunos casos se señala que estas actividades corresponden a diferentes
grados evolutivos de los “indígenas o aborígenes” (Valeriano de Niz, 2000), en
otros se las califica como “diferencias culturales” (Damin et al., 1987). Luego del
relato de la fundación, los manuales plantean los ejes de la historia colonial, desta-
cando sobre todo la evangelización y, en algunos casos, la encomienda y la sociedad
de castas, en las que se hace mención a los indios dentro de una jerarquía que in-
cluye blancos, mestizos y negros. En el presente, lo indígena reaparece adjetivando
los “restos arqueológicos”, “artesanías”, “toponimia”, “ritos sincréticos”, “co-
mida”, “creencias”, “turismo”, etc.; en otras palabras, “supervivencias culturales”
devenidas patrimonio identitario de la provincia. Cuando se alude a grupos indí- 100
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II. “Salta, tierra de contrastes” y “diversidad humana”: registros étnicos y geográficos del
relato de mestizaje provincial
Los manuales escolares nos permiten, una vez más, identificar la importancia de la
relación entre Salta y sus regiones, por un lado, y entre Salta y su “gente”, por otro.
Salta se muestra como una provincia orgullosa de su “diversidad de climas y paisa-
jes” y rica en “manifestaciones culturales” de distintos orígenes. ¿Cuáles son esos
paisajes y regiones? En los mapas y textos se mencionan las siguientes “regiones na-
turales”: la “puna” y el “chaco”, por una parte, y los “valles y sierras centrales” por la
otra. Algunos textos subdividen esta última región en dos: “sierras” y “valles”.
Otros, subdividen la zona de “valles” entre los Calchaquíes y el de Lerma. En lo que
13
todos los textos coinciden es en tratar separadamente la “ciudad de Salta”. Estos
parámetros de divisibilidad del territorio y el paisaje marcan procesos de construc-
ción de fronteras identitarias en ciertas direcciones y no en otras. Se advierte que la
zona que registra mayores disensos respecto a su clasificación es, también, la de ma-
yor “temperatura histórica”, es decir, donde transcurren los relatos épicos de la sal-
teñidad. La “puna” y el “chaco”, en cambio, presuponen una homogeneidad terri-
torial y paisajística que no es ajena a la presunción de cierta inercia de la historia.
En correspondencia con esa diversidad en el paisaje, la diversidad de “tipos hu-
manos” identificados, al siglo veinte, son: el gaucho, el colla, los indios del Chaco
14
–para algunos, el negro y el mulato–, el inmigrante y la gente decente de estirpe
hispana. Este campo clasificatorio se sostiene en el presupuesto del mestizaje como
un proceso histórico y geográfico que fusiona rasgos raciales, étnicos y morales de
origen disímil en el nuevo tipo salteño.
A continuación, exploramos dos modelos étnico-geográficos de la salteñidad
que hemos denominado “hispanizante” y “criollo-americanista”. Describiremos
sus variadas formas de abordar el mestizaje, los arquetipos identitarios que pro-
ponen y el modo en que se articulan diferencialmente con las narrativas antes tra-
100
tadas. De este manera, podremos calibrar con más detalle los lugares morales de lo
indio en el “ser salteño”. Releemos aquí en fuentes literarias y académicas. 95
75
13 Estos sistemas de clasificación tienen su correlato –y, en buena medida, fuente de autoridad–
en la literatura regionalista salteña. Alicia Chibán señala en Juan Carlos Dávalos el fundador de este
gozo ante la variedad del paisaje: “¿No es maravilla habernos trasladado en tres horas de la ciudad al
desierto, del clima templado al frío, de la región del tabaco, de los naranjos y chirimoyas a la zona 25
de la yareta y de la fauna andina?” (Dávalos en Chibán et al., 1982:147).
14 Dejamos de lado en esta oportunidad el tratamiento de las categorizaciones de mulato y de ne- 5
gro en el imaginario salteño.
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“Gaucho fue -en la ciudad- sinónimo de guaso o mal hablado, de ignorante y bár-
baro […] Para que amenguara un tanto el valor despectivo de la voz gaucho, fue
preciso que la gente norteña otorgase mayor crédito a las corrientes ideológicas de
Buenos Aires y que de allá nos viniese, con la Revolución primero, con la consoli-
dación de la nacionalidad más tarde, el prestigio militar, histórico y literario de
esa palabra en su acepción genuinamente argentina” (Dávalos, 1937:22).
“De oriente a poniente, desde las selvas chaqueñas hasta los límites con las punas, la
población rural de Salta, en su totalidad pertenece a dos razas gauchas, hispano-ha-
blantes, pastoras, criadoras de toda clase de ganado y cuyo imprescindible medio de 25
movilidad es el caballo y el mulo” (Dávalos, 1937:26-27).
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“Son muchos los extranjeros / que vienen a la Argentina. / Los coyas nos traen la
ruina / dándolas de caballeros./ Y son viles, traicioneros, / de borrachos son enfermos
/ y flojos, ya lo sabemos. / Son la mayor indecencia, / ellos son, por experiencia, / la
peor gente que tenemos.” (Carrizo, 1987:80).
Por esta razón, Dávalos se preocupaba por criticar a aquellos que llaman collas
–es decir, insultan– a los habitantes de los Valles Calchaquíes, quienes, para él, no
son sino “gauchos vallistos”. Y agrega que los collas y los calchaquíes eran, desde
tiempos prehispánicos:
“El gaucho, al recibir una visita en su rancho, entrega a su húesped su cama, su co-
mida o su recado, mientras el colla le niega o le escatina el hospedaje o el auxilio
auyentándolo con su indiferencia o su desprecio” (Aráoz, en Figueroa,
1986:216).
orden provincial mestizo. En este sentido, no es casual que, en el año 1937, Dá-
95
valos, a título de autoexpiación, profetice el retorno del indio:
75
“Bajo la blanda tierra del pucará desierto / como un embrión parásito de la ma-
terna entraña / sentado en sus talones aguarda el indio muerto / quizá el milagro
de una palingenesia extraña” (Dávalos, 1937: s/n).
25
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“[…] estos son los pobladores / tramontanos de la andina / tumba de collas quis-
cudos / cuna de genta entendida / de código en el sobaco / e in-mente la ley no es-
crita […] Estos que ahora al gobierno / militar piden justicia / son los mismos que
a Irigoyen / igual demanda le hacían; / son los eternos llorones / que aprovecha la
política / y a sabiendas / por chicana / joroban y despotrican. / Ya Hipólito cala-
bazas / les dio cuando la medida / de su paciencia colmaron / y al fin mandó la jus-
ticia / a favor de antiguos dueños / contra su mala doctrina: / Pues que vayan a
bañarse / en su arroyo sin sardinas!” (Dávalos, 1997b: 313-315).
En este sentido, los indios del Chaco son los “verdaderos indios” de este imagi-
5
nario, en la medida que muestran los rasgos más extremos de salvajismo y natura-
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leza. La pureza de los indios del Chaco es “originaria”, debida a un déficit de con-
tacto, mientras que en los de la Puna nos encontramos con una especie de “pureza”
reactiva que se traduce en impenetrabilidad. En ambos casos, la pureza define una
diferencia externa con lo salteño que se dispone a ser prontamente fundida en el
crisol, tal como sucedió en el “ejemplo calchaquí”. En esa área, los “indios” –si se
visibiliza la estirpe aborigen del gaucho vallisto– ya no conservan formas sociales
cohesivas y viven en el marco de las relaciones de patronazgo tradicionales (Dá-
valos, 1937). Son, por ello, los más argentinos de los indios, aquellos que supuesta-
mente aportaron su sangre a la gesta güemesiana. Por último, cabe señalar que la
pureza atribuida a los indios del Chaco contrasta con el núcleo de sangre limpia
hispana que define y preserva la distinción en el marco de la mestización.
Al igual que el resto de las categorías, la pragmática de “indio” excede referentes
antropológico-históricos y se expande como tipificación negativa referida a orí-
genes plebeyos en poblaciones urbanas y rurales. Así, tanto colla y gaucho-peón, en
el campo, como las “chinas” y la “chusma” de la ciudad de Salta, pueden devenir
indios (ver Dávalos, 1926). Incluso, el poder oligárquico ha sido denominado “in-
diada” durante el irigoyenismo, con el doble propósito de denunciar su poder
feudal sobre los indios y de criticar su accionar político “tribal” (Caro Figueroa,
1970).
Por último, nos referimos ahora al lugar del inmigrante extranjero en la matriz
provincial salteña. Aquí, Salta se afirma nuevamente contra el modelo étnico na-
cional de base inmigratoria que afecta, sobre todo, a Buenos Aires y el litoral. Dá-
valos ve en Salta una “provincia no transformada aún por la inmigración, por el au-
mento de explotaciones agrícolas y forestales, por el refinamiento de los ganados y
por el progreso que europeíza al resto de la República” (Dávalos, 1937:24). Los re-
lativamente pocos italianos, españoles y también árabes que recibe la provincia son
asimilables dentro de las jerarquías altas o medias del mestizaje según su estirpe y
clase social. El deseo del inmigrante como figura de progreso sufre, no obstante, las
estigmatizaciones típicas de extranjería y conflictividad social. El miedo al inmi-
grante se expresa como prevención a las “influencias foráneas” de tipo ideológico,
la civilización maquinista y la bajeza pequeña burguesa (Aráoz en Caro Figueroa, 100
“[…] y los extranjeros son hoy los únicos capaces de crearse hogar confortable en 25
pleno monte, por lo que en definitiva, serán ellos los patrones gauchos del por-
5
venir” (Dávalos, en Chibán et al.,1982:167).
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“Sería un error imaginar [que] el gaucho […] define y agota la llamada persona-
lidad o identidad de Salta” (Caro Figueroa, 2001c).
17
Desde un “revisionismo socialista”, Caro Figueroa rescata la subtrama de la
narrativa de Güemes en la que éste se niega como gaucho hidalgo y decente, se
opone a los de su clase y desplaza hacia el gauchaje plebeyo el centro axiológico de
la comunidad. Ese movimiento reparador, sin embargo, no se despoja de los tér-
minos de valor oligárquicos y repone, para un gaucho que no puede quedar
guacho, la figura providencial y autosacrificial del “caudillo”.
El mestizaje es, en este discurso, nacionalista, latinoamericanista y popular, en
tanto se opone a la oligarquía hispanocolonial “cipaya”, “balcanizadora” y “eli- 100
tista”. Se reivindican las identidades estigmatizadas, denunciándose “el desprecio
vomitivo hacia el mulato” que “se completa con la subestimación del coya” (Caro 95
Figueroa, 1970:206). Pero el autor queda preso de los estereotipos heredados sobre
lo indígena –sea colla o del Chaco– como ajenidad de lo salteño: 75
16 Castellanos proyectó una embrionaria política social con el intento de creación del Departa-
mento Provincial de Trabajo y la regularización del canon de riego. 25
17 Según Abelardo Ramos, prologuista del libro, este revisionismo es socialista porque lee la his-
toria simultáneamente desde la patria americana y desde la irrupción de las masas populares en la 5
esfera pública.
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“¿[…]debe comenzarse a elaborar una cultura a fojas cero? No, lo que sabemos es
que allí mismo, donde los sectores retardatarios permanecen enmudecidos po-
demos encontrar valiosos elementos para llevar adelante la continuidad cultural”
(Caro Figueroa, 1970:210).
desde lo americano y éste desde lo universal. Buena parte de este sedimento ideoló-
gico se advierte en el “Estudio Socio-Económico y Cultural de Salta” (Boasso et al.,
1981; Chibán et al., 1982) y en “Los primeros 4 siglos de Salta. Una visión multi- 25
18 Ver, entre otros, los trabajos de Caro Figueroa en “El portal salteño en Internet” (www.redsal- 5
ta.com) y en la revista Claves de Salta.
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disciplinaria” (Puló de Ortiz et al., 1982), cuyos autores son profesores de la Uni-
versidad Nacional de Salta con experiencia en la educación, las letras y el perio-
dismo.
En contraste con el hispanizante, este modelo identifica el parámetro del mesti-
zaje en lo criollo y no en lo español y, a la vez, se desplaza de un registro racial a otro
cultural/espiritual. En el “Estudio”, el mestizo criollo –del cual el gaucho es sólo
una de sus formas– es el punto de fusión cultural de hispanos, indígenas y, más re-
cientemente, de inmigrantes. Donde la mezcla de sangres y de culturas coinciden,
tenemos al criollo más “puro” y éste habita en las áreas centrales del mestizaje: el
Valle de Lerma y aledaños. La “vertiente andina” –incluida aquí no sólo la Puna
sino también los Valles Calchaquíes– y el Chaco ofrecen tipos humanos men-
guados en términos de criollización.
Desde el arquetipo criollo, los aportes étnicos son resignificados. “Los españoles
de pura sangre […] se sienten y viven como criollos” y, se agrega, “este modo de ser
criollo es patrimonio del español de pura sangre recién al promediar el siglo XX”
(Boasso et al., 1981:249), tiempo en que simultáneamente comienza a declinar el
modelo hispanizante. Similar argumento se aplica a los extranjeros.
¿Qué efectos tienen estos cambios en la imaginación de los indios? El puneño y
calchaquí devienen “indios acriollados”:
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Conclusiones
En este artículo, hemos descrito y analizado las nociones de salteñidad con el fin de
situar las permanencias y cambios en la imaginación de los indígenas como “otros
internos”. Abordamos la salteñidad como una matriz identitaria que se desdobla en
tres narrativas históricas –la Fundación, el Señor y la Virgen del Milagro y la gesta
de Güemes– con sus correspondientes calendarios y espacios rituales. A su vez, ex-
ploramos los modelos de mestizaje –el hispanizante, el criollo-americanista y cierta
heterodoxia– implicados y reforzados por estas narrativas. En dichos modelos,
identificamos las categorías identitarias de tipo étnico-geográficas elaboradas como
arquetipos morales, y en torno a las cuales se ordenan grados menguantes de salte-
ñidad. Si bien estas matrices se articulan en momentos históricos diferentes, no
operan en estado puro y suelen encontrarse combinadas situacionalmente.
Del análisis de las narrativas, se desprendió la imagen de un sujeto provincial
ideal cuyas notas morales incluían la hidalguía, el honor, la virilidad, la devoción
religiosa y el patriotismo. El “gaucho decente”, en el modelo hispanizante, es la fi-
gura que condensa estos valores y frente a él se ubican, en orden descendiente, el in-
migrante (en tanto patrón), el gaucho-peón, el colla, los indios salvajes, el mulato y
el negro. El correlato geográfico de estas identidades morales determina un eje cen-
tral en la ciudad de Salta y el Valle de Lerma y, más allá, periferias como el umbral
100
del Chaco (“La Frontera”), los Valles Calchaquíes y márgenes como la Puna y el
Chaco. En el modelo criollizante latinoamericanista, sea en su vertiente sociopolí- 95
tica como en la “metafísica”, lo mestizo plebeyo en tanto “criollo” (nativo o “natu-
ralizado”) se vuelve el paradigma de salteñidad, desplazándose la anterior preemi- 75
nencia del gaucho decente y sus otros. Es importante destacar que estos cambios
son posibles a la par de un corrimiento de paradigmas físico-morales a otros cultu-
rales en el entendimiento de lo social. La valoración del espacio regional en el mo- 25
delo criollizante se asemeja al anterior, aunque se notan intentos de zonificar con
más detalle el mapa del mestizaje. Por otra parte, este modelo propone una reima- 5
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Secretaría Parlamentaria, Dirección de Publicaciones, volumen II.
———. 1997b. Obras Completas (editas). Buenos Aires, Honorable Senado de la Nación,
Secretaría Parlamentaria, Dirección de Publicaciones, volumen III. 25
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Capítulo 8:
Introducción
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I. Antecedentes
En un manuscrito previo del Grupo de Estudios en Legislación Indígena
100
(GELIND, 1999b), nos ocupamos de revisar el estilo de la política indigenista salte-
ña entre 1986 y 1999. Retomaré en forma abreviada algunas de las conclusiones de 95
aquel trabajo, buscando a la par hacer foco en el tratamiento dado a las demandas
indígenas de titulación de tierras. Tomaré como base algunos casos que han adqui- 75
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3 Ludovico Incisa (1986:1282) acierta bastante al afirmar que “en algunos países donde no se ha ter-
minado el proceso de integración étnica y donde el elemento popular es el que presenta características
heterogéneas, como en Argentina y en Brasil, los populismos no invierten la tendencia a la fusión étnica 25
sino que la aceleran, favoreciendo la integración de los elementos étnicos marginales contraponiéndolos
a los estratos dominantes aunque en estos últimos los caracteres tradicionales aparecen marcados o exal- 5
tados.” Sus comentarios serían aplicables al caso de Salta.
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para crecer. A partir de este recurso pionero desplegó una política social propia
–focalizada, primero, y con participación de los actores directos en la fase de im-
plementación, después-. Es que cuando los movimientos indígenas y sus pro-
testas fueron haciéndose muy visibles y los recursos nacionales dejaron de pro-
veerse, la provincia de Salta optó por una estrategia de neo-indigenización del
aborigen que incorpora en el discurso una política de reconocimiento de la dife-
rencia cultural, pero les transfiere a los indígenas la responsabilidad de gestionar
la asistencia que les estaba dirigida, dejando así intacto o, mejor aún, reforzando
el sistema clientelar que se había creado. Se suma a ello el agravante de provocar el
surgimiento de desigualdad entre las bases, que pasarían a depender en forma di-
recta ya no del político salteño, sino del dirigente indígena.
Las dos reformas de la Constitución provincial son los marcos ideológicos del
indigenismo salteño que se incorpora en 1986 como política pública con la san-
ción de la ley 6373 y se redefine en 2001 con la implementación de la ley 7121,
proceso éste a partir del cual desarrollaré el argumento propuesto arriba.
II. Grado de aculturación y relevamiento poblacional: preludio del interés indigenista del
legislador salteño
Pocos días antes de las elecciones nacionales que restablecieron el sistema democráti-
co en el país, el gobernador de facto de la provincia de Salta declaraba de interés pro-
vincial un proyecto emanado de la Dirección de Integración del Aborigen depen-
diente del Ministerio de Bienestar Social. Su objetivo era determinar la cantidad de
población existente en la provincia y la situación en que se encontraba, “a fin de pro-
mover una política destinada a lograr su incorporación al desarrollo provincial”. No
debe llamar la atención este emprendimiento, pues aún en los gobiernos dictatoriales
ha prevalecido la concepción del Estado de bienestar que debe garantizar a la ciuda-
danía servicios sociales universales (salud, educación, seguridad social). Lo extraño
aquí es que esa información comprendía la “evaluación del grado de aculturación fal-
tante” para completar la “ansiada” integración sociocultural del indígena (Carrasco,
1991; Carrasco y Briones, 1996) a la ciudadanía salteña, algo que no se exigía para
100
otros casos. Esta concepción y estilo político persistirán, con no pocos cambios ideo-
lógicos, en los tempranos años de la vuelta a la democracia, pero se irán transforman- 95
do progresivamente en las siguientes décadas por exigencia de los organismos inter-
nacionales y agencias de cooperación económica que son quienes especifican las nue- 75
vas condiciones a las que deben ajustarse las políticas públicas (Gómez, 2004).
El proyecto de Censo Aborigen Provincial se concretó en 1984 y sus resul-
tados fueron publicados en noviembre de ese año, cuando la ciudadanía argen- 25
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tina inauguraba un nuevo ciclo de su vida política, prologada por el discurso
universal de los derechos humanos y la ansiada participación política de los ciu-
dadanos en la vida democrática –y comprendiendo, entre otras cuestiones, su in-
volucramiento en la creación de políticas públicas-. Nada más obvio entonces,
que la responsabilidad del legislador como representante del pueblo de fomentar
la integración de un sector de la ciudadanía salteña –el indígena– visualizado
como ignorante, incapaz, atrasado, etc.
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pueblos indígenas y son “elegidos” por sus bases. Pero la ley indígena no prevé regla
95
alguna para el proceso eleccionario: integración de padrones, requisitos para ser
candidato o elector, publicidad, etc. Entonces, dado que siempre es preciso pro- 75
ceder con urgencia para integrar un organismo de esta naturaleza y debido a que
nunca hay tiempo para cumplir con procedimientos ordinarios, el mecanismo pri-
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vilegiado por el ejecutivo salteño para la constitución del directorio del IPA fue
6
siempre, de manera abierta o solapada, el de cooptación.
Aun cuando sea difícil de probar, incluso en 2001 cuando por primera vez se
realiza una elección ajustada a un procedimiento reglamentado, solapadamente, la
cooptación seguiría –como se demuestra más adelante– vigente. En ese año se
contó con un padrón, se hizo una campaña proselitista, se dijo que se realizarían
asambleas comunitarias para que cada comunidad presentara sus candidatos a elec-
tores, los cuales fueron reunidos luego por los interventores normalizadores del IPA
en un gran cónclave donde se eligió de entre todos los ternados un representante
por cada pueblo indígena mayoritario. Pero la decisión estaba ya en parte pre-orde-
nada por los propios interventores, responsables directos de las campañas proseli-
tistas, de las presiones para obtener personería jurídica por comunidad bajo un mo-
delo estatutario genérico, y de otros recursos para influir de un modo decisivo en la
selección de los candidatos. Esta forma de cooptación es muy difícil de identificar
porque en apariencia las normas habrían sido formalmente respetadas y los
acuerdos ocultos son difíciles de probar. Sin embargo, en 2003 un fallo judicial
dictamina la existencia de manejos improcedentes e irregularidades en el proceso,
como se verá más adelante.
Ahora bien, en estos escenarios se fueron despertando entre los indígenas al-
gunas vocaciones políticas. En Salta, como en otras provincias del país, muchos di-
rigentes comenzaron su activismo político como empleados de programas sociales
como el PAN. La información de que disponían (lugar de asentamiento de las co-
munidades, composición y cantidad de integrantes, etc.) era vital para poder eje-
cutar los planes oficiales. De a poco se convirtieron en “mano derecha” de los coor-
dinadores y funcionarios políticos que tenían a su cargo la entrega de alimentos.
Simultáneamente con estas actividades fueron adquiriendo mayores responsabili-
dades y destrezas; con el correr del tiempo, de informantes claves pasaron a ser tra-
ductores culturales de las aspiraciones y necesidades de las comunidades donde rea-
lizaban su tarea. Sería muy interesante detenerse a analizar la trayectoria de algunos
de estos dirigentes del indigenismo oficial para comprender la dinámica política del
movimiento indígena y su articulación o no con el estado-como-sistema (Abrams, 100
1988). En todo caso, lo que importa aquí es que tales redes de cooperación fueron
95
para muchos indígenas con vocación de políticos la oportunidad para insertarse en
el Estado, a veces como asesores informales de los políticos tradicionales (legisla- 75
dores, secretarios de estado, funcionarios), y otras como primer paso de aspira-
ciones personales de llegar a ser ellos mismos representantes oficiales. Fue así que se
formó un cuerpo, bastante reducido por cierto, de dirigentes indígenas quienes sin
25
6 “El término cooptación denota un sistema de integración de un cuerpo colegiado –directivo o con-
sultivo– por el cual uno o más miembros son elegidos bajo designación de los miembros ya en funciones 5
(Sani, 1989:430).”
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requerir el consenso de sus bases comenzaron a aparecer en las listas de los partidos
políticos como candidatos a concejales municipales e incluso a diputados provin-
ciales, en tercer o cuarto lugar. Tal es el caso de un integrante del pueblo tupí gua-
raní que fuera primero asesor de la Dirección de Integración del Aborigen del Mi-
nisterio de Bienestar Social, luego vocal del directorio del IPA, y finalmente
diputado provincial por el Partido Justicialista. O el de una mujer del pueblo
wichí, Octorina Zamora, quien fue primero empleada del PAN, luego asesora indí-
gena del senador del PJ autor del Proyecto de la Ley 6373 y, finalmente, fundadora
del primer partido político indígena salteño que compitió en 1989 por el Muni-
cipio de Santa Victoria Este en el departamento Rivadavia Banda Norte.
Parece un contrasentido pero –así creada la trama de relaciones clientelares
entre el sistema político salteño y una naciente dirigencia indígena– el IPA se con-
vierte en mediador necesario de la política indigenista que los dirigentes cooptados
se encargarán de hacer llegar a una masa de supuestos beneficiarios de la ley, como
clientes cautivos de un sistema indigenista estatal perverso.
III.2. Escenas en el recinto de la Cámara de Diputados de Salta. Se debate el Proyecto de la Ley 6373
7
“Promoción y desarrollo del Aborigen”
Hablan los representantes del pueblo. Los sujetos indígenas miran desde la tribuna;
en última instancia su opinión cuenta apenas, pues son los legisladores quienes
interpretan los deseos y crean, en consecuencia, las necesidades indígenas sobre las
cuales legislar. Disponen para ello de información básica: el Censo de 1984.
En el recinto, se exhibe el capital partidario, se escenifican las contradicciones
entre partidos y facciones; se discute y se aprueban las decisiones adoptadas en la
intimidad de las reuniones de bloque. Para convalidar sus empeños, los legisladores
se dirigen a la tribuna en lo alto. Abajo predominan las nociones de reparación, rei-
vindicación histórica, deuda, devolución, subsanar errores del pasado, culpas por
un mal heredado; arriba se responde con aplausos.
El informante del dictamen de mayoría de la Comisión Especial de Asuntos
Indígenas pinta un cuadro de necesidades “patéticas, alucinantes” donde reina la
frustración, el alcoholismo y la promiscuidad. Compasivo, el legislador propone 100
“devolvámosles la dignidad a nuestros hermanos aborígenes que claman y lloran por una
ley que beneficie el desarrollo de su comunidad, que beneficie a sus pueblos y los integre al 95
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mente pero su desarrollo debe ser por la activa participación…” (p.101). Pero el sujeto
interpelado por ellos es principalmente aquel que señorea en el pasado, un sujeto
ausente, partícipe necesario, sí, expresándose en la palabra autorizada de los repre-
sentantes, para quienes la ley “más que una reivindicación es un homenaje” (p.107).
A ese “primigenio hombre argentino-americano a quien perteneció la tierra en el
pasado” se dirige la ley; “a esos hombres que nacieron en esta tierra, nos dieron
ejemplo cabal de su lucha de su esfuerzo y de su grandeza”. No sorprende entonces
que –constituida así la subjetividad aborigen– el debate sobre la propiedad de las
tierras no requiriese demasiado tratamiento, porque “la intención de la ley salta a la
vista, lo que pareciera que está mal son los términos que estamos usando” (p.129). Sin
embargo, esta confusión no es poca cosa, ya que la cuestión de fondo que se plantea
es acerca de la propiedad de las tierras, y esto no es simplemente una fórmula retó-
rica, sino jurídica. Es por ello que sólo ocupa una parte del debate para restringir las
medidas de garantía de inembargabilidad a diez años, en lugar de los veinte que ini-
cialmente se habían propuesto. Con una salvedad expresa que “si no están dadas las
condiciones en cuanto a la preparación del aborigen y su toma de conciencia de lo que
realmente va a significar ser dueño de la tierra, el plazo pueda alargarse a otros diez
años” (p.131).
El debate aporta otro dato curioso: la intensidad de la disputa entre legisladores por
el lugar de emplazamiento del futuro IPA; aquí lo que cuenta es el número. La cantidad
de indígenas que convergen en Tartagal o en Embarcación parece ser el nudo de la
preocupación por una distribución balanceada de distritos electorales. De allí la
necesidad de uno de los legisladores de aclarar que no se trata de un cuestión de
caprichos ni una defensa de intereses políticos, sino tan sólo de “una cuestión de
números”. De manera semejante, la composición y elección de representantes
indígenas en el Directorio del IPA concentra una parte importante del debate.
¿Quiénes integran este directorio, cuál es el perfil requerido y cuáles sus facultades? Es
interesante advertir que, a la par que se acepta el saber técnico, se aclara que, dada la
magnitud de la institución, para su dirección es más importante el conocimiento “real
del manejo político”, pues “una persona que no sepa manejarse políticamente va a
fracasar en esta institución”. 100
Para concluir esta primera escena en el teatro del recinto, un último cuadro ilustra
95
con toda claridad el significado que la ley tiene para los legisladores: “si a estas
comunidades, pretendemos a través de este proyecto, integrarlas, es porque en definitiva 75
queremos que el día de mañana sean unos ciudadanos argentinos más, porque…son tan
argentinos como nosotros, porque fueron los primitivos dueños de la tierra y estas
comunidades pueden y deben manifestarse” (p. 125. Énfasis propio).
25
La ley se promulga el 6 de mayo de 1986, cuando faltaban pocos días para que se
reuniese la Convención Constituyente que reformaría la Constitución Provincial. 5
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se basa para el reparto no contemplan la forma de uso de la tierra por parte de los
75
cazadores-recolectores indígenas. Esto motiva a un grupo de líderes a enfrentar el
desafío de pedir al gobierno un territorio único bajo un solo título para todos (Do-
9
cumento Indígena, 1984). Pero el gobernador sigue adelante y, en base a un estu-
25
8 Las citas textuales de este acápite provienen de la versión taquigráfica de la Convención Constitu-
yente de Salta publicadas en el Diario de Sesiones de la Convención el día 21 de mayo de 1986.
5
9 Más adelante me detengo en el análisis de este caso de reclamo territorial.
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dio técnico realizado por el Consejo Federal de Inversiones (CFI) en 1987, sancio-
na la Ley 6469 que establece el principio de la unidad de explotación como criterio
para regularizar la situación jurídica de los ocupantes indígenas y criollos del lote
fiscal 55. Si bien la unidad de explotación no es definida en la ley, queda implícito
que se trata de la ganadera, quedando afuera de toda consideración la forma de
aprovechamiento de los recursos por parte de los indígenas (Carrasco y Briones,
1996; Carpinetti y Maranta, 2001; Gordillo y Leguizamón, 2002; Trinchero,
2000) y herido de muerte el pedido de un espacio territorial. De aquí en más la
conflictividad por los reclamos de tierras indígenas se constituirá en el principal
motivo de confrontación y lucha contra hegemónica, conflictividad que recrudece-
rá cíclicamente, condicionando el mantenimiento de la hegemonía a las concesio-
nes que se realicen.
IV. Contexto donde tornar posible lo deseado. Estilos y dinámica política del indigenismo
salteño entre 1986 y 1997
5
10 Entre ellas el monopolio del diario local El Tribuno.
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los arreglos políticos que celebrara estuvieran lejos de satisfacer las demandas de los
más pobres, creaba adhesión simpática entre ellos; recordaba los nombres de los ca-
ciques de ciertas comunidades, les preguntaba por la salud de sus familias, el estado
de la comunidad y su necesidades. Se sentaba en sus casas y tomaba mate con ellos,
algo impensable para la mayoría de los personajes de la oligarquía salteña, e incluso
para muchos integrantes de su propio partido.
La segunda de estas dos figuras trascendentes en las etapas inaugurales del indi-
genismo democrático salteño se parece mucho a la de un “broker cultural” (Barto-
lomé, 1971), un mediador entre el gobierno y sus gobernados, a la manera de un
intérprete de los deseos y necesidades de los indígenas y las instituciones estatales
que proveen los recursos para satisfacerlos. Su función es más compleja que la de un
puntero político que mantiene un número estable de deudores de favores políticos.
Su misión es además la de un intelectual que, tomando distancia de la encarnadura
de las relaciones entre ambos, produce un discurso que torna invisible los intereses
espurios de la política y resalta el lado humano de la acción de gobierno. Su desafío
es el de articular retóricamente la cabeza del partido y el gobierno con una base
siempre difusa y ambigua de potenciales clientes, y está capacitado para hacerlo de-
bido a su condición de maestro. Su trayectoria es paradigmática de la carrera polí-
11
tica de cualquier puntero político : comienza como encargado de una escuela rural
de frontera, lo cual facilita su relación íntima, personal, cara a cara con aliados y po-
12
sibles seguidores; su primera actividad como funcionario de la administración es
13
el manejo y control de planes sociales, lo que le permitió reunir un número no
despreciable de deudores de favores que lo elegirían, posteriormente, como Se-
nador provincial por el Departamento Rivadavia. Fue el autor del proyecto de ley
que crearía el IPA; obtuvo su re-elección por un nuevo período; propuso la reforma
de la ley en 1997 y fue convencional constituyente en 1998. Durante el régimen de
Juan Carlos Romero, fue Secretario de Derechos Humanos dependiente de la Se-
cretaría de Bienestar Social por dos períodos.
Dos figuras ejemplares de un modo de gestión menos moderno que feudal: el
último cumple su función articulando deseos, expectativas y necesidades con re-
cursos que el primero pone a su disposición para el tendido y mantenimiento de un 100
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del pater familias que en la sociedad feudal brindaba protección a una variedad de
sujetos, esclavos libertos, familias campesinas de estatus bajo, o extranjeros de re-
ciente inmigración, todas las cuales no encontraban solución más adecuada que la
de buscar la protección de las personas importantes que poseían la tierra y cum-
plían las funciones políticas centrales, ofreciendo a cambio sus propios servicios
(Mastropaolo, 1985). Uno y otro son eslabones igualmente imprescindibles en el
entramado de las relaciones políticas que se irá armando en la primera etapa del in-
digenismo democrático salteño y se mantendrá en los años sucesivos mientras
existan recursos económicos para distribuir a través de una cadena de mediaciones,
aunque no serán pocas las concesiones que deberán hacer ante las demandas
crecientes y cada vez más visibles en la esfera pública, de sus clientes indígenas.
centro del debate la forma diferente de uso del espacio y los recursos que practican
los cazadores recolectores; se confirma de este modo la existencia de un sujeto so- 95
ción política municipal Tewok Nechaiek para competir por la intendencia en Santa
5
Victoria Este. Si bien no estaba claro quien/es, o qué facción del partido Justicia-
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lista sostenía/n la iniciativa, era a todas luces evidente que los políticos tradicionales
no veían con agrado que los indígenas eligieran candidatos propios por fuera del
partido. Y no es por casualidad que, justamente ese año, se incorpora a la provincia
el sistema de Ley de Lemas, que lleva a competir al Tewok Nechaiek con trece
14
sub-lemas justicialistas, perdiendo en consecuencia la elección.
Sea como fuere, la actividad desafiante de estos activistas indígenas y sus asocia-
15
ciones estratégicas con ONGs provocaron su impacto y no menos costos a los par-
tidos tradicionales, los que de aquí en más se verían obligados a integrar candidatos
indígenas a sus listas de lemas y sub-lemas –algunos de los cuales quedaban incor-
porados a la municipalidad como concejales– y a hacer lugar a las demandas indí-
genas en sus plataformas. Un ejemplo de ello es que, habiendo perdido el Justicia-
lismo la elección y faltando apenas cinco días para alejarse del manejo de la
administración provincial, el gobernador saliente acceda a la petición del territorio
que hacen las comunidades del fiscal 55 firmando con los caciques un acta acuerdo,
por la que se compromete a unificar los lotes 55 y 14 a fin de entregar un único tí-
tulo de propiedad a las comunidades, asegurando también la propiedad de parcelas
de tierra a las familias criollas (Carrasco y Briones, 1996; Gordillo y Leguizamón,
2002; Trinchero, 2000). Este compromiso –que fuera ratificado por un decreto
del Ejecutivo provincial, y nunca cumplido– es un ejemplo perfecto de la manera
en que los reconocimientos constitucionales y legales se reducen a expresiones
huecas, si no existe voluntad política de aplicarlos (Gómez, 2004).
Las crecientes demandas y protestas de actores indígenas exigiendo el cumpli-
miento de la ley y los compromisos electorales pondrán en estado de alerta al indi-
genismo salteño, y aunque prevalecerá la concepción de ver a los indígenas como
objetos de asistencia más que como sujetos de derechos, muchos esfuerzos y conce-
siones deberán hacer los legisladores y el poder ejecutivo para poder mantener el
control de la estructura clientelar montada para sostén de la hegemonía.
14 En un distrito electoral con mayoría indígena, comparecieron otras razones para que el partido in-
dígena no llegara al poder. Entre ellas, no debe menospreciarse el retiro de apoyo del Senador Machuca
(autor de la ley indigenista), la presión de sectores no partidarios que veían con desconfianza las ambi- 100
ciones políticas de la mujer wichí,, y los propios indígenas que no estaban preparados y resueltos a enca-
rar el gobierno municipal, aunque algunos de ellos tuvieran alguna experiencia, al lado de los dirigentes 95
de los tres partidos principales.
75
15 En 1989 Survival le escribe una carta al Gobierno de Salta advirtiéndole sobre la ilegitimidad de la
ley 6469 y sobre la grave violación de Convenios internacionales (107 de OIT; Declaración de derechos
Humanos). Al año siguiente remite una carta a la Dirección de Tierras Fiscales Provinciales con el obje-
tivo de aportar a la discusión sobre el tema de tierras algunos datos contenidos en el “Proyecto de Decla-
ración Universal de los derechos de los pueblos indígenas” (ONU). El gobierno provincial contesta estas 25
cartas comprometiéndose a revisar su posición. En 1991 las comunidades financiadas por Survival y
otras ONG’s preparan y presentan al gobierno salteño su reclamo “Pedido de tierras de las comunidades 5
del lote fiscal 55" (Carrasco y Briones 1996).
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agradecidos seguidores.
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La campaña de lucha contra el cólera se transformó en vehículo para el flujo de
toda clase de representantes políticos: presidente, gobernador, senadores, dipu- 75
tados, secretarios de estado, ministros, directores y su nutrida corte de asistentes
(asesores, informantes, punteros). Ninguno de ellos quería aparecer al margen de la
16 Téngase presente que en varios países de América Latina se habían realizado enmiendas constitu- 25
cionales para incluir el reconocimiento étnico y cultural de los pueblos indígenas, su participación en
los asuntos que los afecten y otros derechos asociados (tierra, educación intercultural, etc.) entre ellos: 5
Brasil, Paraguay, Colombia, Panamá, Bolivia, Perú, Ecuador (Iturralde, 1997).
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situación del horror indígena. Día a día se sucedían en la zona del lote fiscal 55 los
aterrizajes de aviones y helicópteros con su carga de ayuda humanitaria. Sin un
plan racional, estos recursos y funcionarios provocaban la sensación de vivir en el
continuo tiempo de la política (Carrasco, 1993) en que se renuevan las redes de re-
17
cursos y favores a cambio de apoyo electoral. No obstante, algo había cambiado,
aunque los artífices del entramado clientelístico que antecedió a las movilizaciones
indígenas no lo advirtieran.
La visita en este mismo año de la dirigente indígena Quiché y Premio Nóbel de
la Paz, Rigoberta Menchú Tum y su comentario “estos son los indígenas más po-
bres de la tierra” contribuyeron a aumentar aquellas percepciones del indigenismo
oficial salteño. Pareciera que su breve estancia no alcanzó para que pudiera perca-
tarse de la potencialidad política que escondían esos indígenas –bajo un velo de
aparente inmadurez– como quedó demostrado a través de la persistencia de sus lu-
18
chas y los apoyos que fueron consiguiendo.
El supuesto eficientismo del hombre fuerte de la dictadura comenzó a mostrar
sus debilidades, en medio de movilizaciones indígenas demandando derechos más
que prestaciones sociales ante una reforma del Estado y la Constitución Nacional
19
que se anunciaba desde dos años antes al menos (Carrasco, 2000). Por su parte, el
Congreso de la Nación hacía lugar al pedido de expropiación de las tierras indí-
genas de la Comunidad Kolla Tinkunaku en el departamento de Orán, de pro-
piedad del Ingenio San Martín de Tabacal.
El abundante álbum de fotos indígenas de la época muestra al presidente
Menem y al capitán Ulloa dando explicaciones del por qué de la postergación de la
entrega del título de propiedad a los indígenas del lote fiscal 55 a la cúpula de la
diócesis de la iglesia anglicana del norte argentino. Eran otros tiempos, las semillas
17 Hasta el presidente Menem aprovechó la coyuntura para crear un “cuerpo de ejército de elite” para
la erradicación de la pobreza interna e internacional: los cascos blancos.
18 En marzo de 1993, Lhaka Honhat se reúne con el presidente Menem para solicitarle su mediación
en el conflicto que mantiene con la provincia por la titulación de las tierras en el fiscal 55. Como resulta- 100
do de esta presión, el gobernador Ulloa (P. Renovador de Salta) emite el decreto 18 por el cual se crea
una Comisión Asesora Honoraria para elaborar una propuesta de entrega de tierras que satisfaga a los 95
pobladores indígenas y criollos. En julio de 1994 un delegado de Lhaka Honhat denuncia al Gobierno
de la Provincia de Salta ante la 12° Sesión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas de ONU 75
por incumplimiento de sus compromisos en la entrega de tierras en el fiscal 55.
19 En 1990, con una amplia participación de indígenas y ONG´s, se conformó en Buenos Aires el
Foro Permanente para los Derechos de los Pueblos Indígenas. En 1992 la Asamblea Permanente por los
Derechos Humanos realizó con especialistas, organizaciones y dirigentes indígenas unas Jornadas sobre 25
los Derechos de los Pueblos Indígenas, preparatorias de la reforma del Artículo 67 inciso 15 de la Cons-
titución Nacional sobre el mantenimiento del trato pacífico con los indios y su conversión al catolicis- 5
mo.
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interpelan a los sujetos que conforman su base. Aunque no deja de ser paradójico,
95
el “pueblo” salteño era para el viejo Romero un grupo, más bien antagónico; afir-
maba su poder en la masa de pobres, asalariados, campesinos, indígenas y obreros 75
peronistas, pero lo consolidaba en base a alianzas estratégicas con los sectores de
poder económico locales. El “joven” Romero basa en cambio su poder en las cor-
poraciones económicas extra territoriales: agencias multilaterales de cooperación,
financistas internacionales, empresas multinacionales de servicios, para lo cual pre- 25
cisa de una red de agentes que puedan crear en los ciudadanos deseos imaginarios
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de progreso. El lema de su gestión es “Salta para los salteños: Progreso y Produc-
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21 Esta y las demás citas de este acápite fueron tomadas de la versión taquigráfica publicada por la pro-
vincia de Salta bajo el título “Convención Constituyente de la provincia de Salta. Reuniones de Comi- 95
siones 1998”.
75
22 Las manifestaciones de organizaciones locales fueron acompañadas por organizaciones indígenas
nacionales como la Asociación Indígena de la República Argentina (AIRA). Se conformó una Mesa
Coordinadora con representantes indígenas de nueve zonas de la provincia para la redacción de un úni-
co proyecto de reforma del artículo 15, que luego de ser discutido y consensuado se elevó como pro-
puesta indígena a la Comisión de Declaraciones, Derechos y Garantías. Se conformó a su vez un Equi- 25
po de Asesores y Apoyo a la iniciativa indígena, integrado por el Centro Para Investigaciones en
Historia y Antropología de la Universidad Nacional de Salta, ASOCIANA (Asociación Social de la Dió- 5
cesis de la Iglesia Anglicana del Norte Argentino), FUNDAPAZ (Fundación para el Desarrollo en Paz),
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En términos de los horizontes de significación en base a los que los políticos pro-
ducen sentidos, se advierte un desplazamiento simbólico que lleva a resignificar no-
ciones como las de “integración” y “pobreza”. La integración a la comunidad na-
cional queda mayormente vinculada a la creación de un marco de protección de la
diversidad, sin que en la práctica se emprendan transformaciones sustantivas en la
operatoria de la sociedad envolvente (GELIND, 1999b). El presidente de la comi-
sión define la coyuntura como un:
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tamente encorseta el alcance de ese derecho, cuando afirma la necesidad de: “…ad-
95
75
23 En 1995, la comunidad Kolla de Finca Santiago (Iruya) se movilizó a Buenos Aires para reclamar
por la ejecución de la ley de expropiación que le otorgaba la propiedad de la tierra. Al siguiente año la
comunidad Kolla Tinkunaku de Orán hizo lo propio para reclamar lo mismo. En 1998 los principales
diarios de Europa (Le Monde, Observatorio Romano, The Times, entre otros) publican una solicitada 25
del Pueblo Wichí en contra del presidente Menem por la falta de justicia frente a su reclamo de titula-
ción de tierras en el lote fiscal 55. Los principales diarios nacionales (Clarín, La Nación, Página 12) re- 5
plican estas noticias.
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24 La Comisión de Declaraciones, Derechos y Garantías estaba integrada por una mayoría de conven-
cionales del Partido Justicialista (7) y una minoría de la Alianza Salteña (UCR–Renovador Salteño). Du-
rante dos semanas no realizó ninguna sesión, ya que se trabajaba en los bloques de los partidos políticos.
Los representantes indígenas y las organizaciones de apoyo eran recibidos por separado en los bloques.
La primera sesión comenzó el 10 de marzo ante la presencia de 150 indígenas, con la lectura de los pro-
yectos ingresados y las expresiones de apoyo recibidas. Cuando la sesión se levantó, las organizaciones
de apoyo fueron convocadas por el presidente de la Convención (no de la Comisión) y convencionales
de ambos bloques para manifestarles que, si bien no estaba en contra de la presencia de los indígenas
“…me da lástima que estén acá, sin poder brindarles comodidades…., convénzalos ustedes de que se
vayan tranquilos, porque no está en el ánimo de los convencionales perjudicarlos...” Al reanudarse la se-
sión no se analizaron los proyectos presentados sino sólo los de los bloques. Aunque el proyecto de la
Alianza no satisfacía las expectativas indígenas, los dirigentes consideraron que podía ser modificado; 100
luego de una discusión dilatoria y un cuarto intermedio, pasó a debatirse el proyecto justicialista, el que
se convertiría –por simple imposición numérica– en Dictamen de Mayoría. Los representantes indíge- 95
nas fueron privados de una copia para analizar su contenido, por lo cual se retiraron del recinto a los gri-
tos reclamando justicia e interpelando a los Justicialistas como “Hijos de Roca”, luego de lo cual realiza- 75
ron varias notas de prensa. Curiosamente, el diario “El Tribuno”, propiedad del gobernador, publica
una nota donde presenta este dictamen como un logro del lobby indígena y los convencionales justicia-
listas.
25 Dice la cláusula II del artículo 15 de la Constitución Salteña reformada en 1998: “El Gobierno 25
Provincial genera mecanismos que permitan, tanto a los pobladores indígenas como no indígenas, con
su efectiva participación, consensuar soluciones en lo relacionado con la tierra fiscal, respetando los de- 5
rechos de terceros.”
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V.3 Otra vuelta de tuerca: del IPA al IPPIS o la estrategia de convertir la política del indigenismo
clientelar en política de participación indígena
Como decíamos en un anterior trabajo (GELIND, 1999b), si en 1986 imperaba un
contexto de pobreza donde poder instalar una política de integración del sujeto indí-
gena a la vida civilizada, en 1998 se declama el reconocimiento a la diversidad pero,
en lo concreto, para el legislador el problema continúa siendo la falta de integración
socioeconómica, por el fracaso de ciertas políticas generales. De ahí que se plantee en
el Senado la necesidad de reformar la Ley 6373, a fin de garantizar a aquél un “desa-
rrollo pleno”. El proyecto, que no casualmente es de autoría del Senador Machuca,
muestra como tendencia justamente, la tensión no resuelta entre el reconocimiento
de la diversidad y la implementación de políticas que limitan la capacidad de concre-
26
ción de los objetivos manifestados en dicho reconocimiento. Se distancia así de la
Ley 6373, propiciando la “indigenización” del IPA al estipular que las autoridades de
la entidad deben acreditar su condición de indígenas elegidos por indígenas. Al mis-
mo tiempo, lo margina de la esfera del ejecutivo, lo que conlleva una “desestatiza-
ción” –relativa– de la cuestión y política indigenistas. Tras la aparente ampliación del
margen de autonomía indígena, se esconde una retracción de la responsabilidad esta-
tal. En el imaginario estatalista de la política predominante aún en la época, se resta-
ría al organismo de aplicación de la política indigenista la capacidad de lograr los ob-
27
jetivos pregonados de “desarrollo” de los “pueblos indígenas”.
Se suscita aquí una línea de interpretación que viene a complementar la pri-
mera. En el plano de los marcos y procedimientos de regulación y control social, la
rápida aparición de interpelaciones jurídicas centradas en el discurso de la diver-
sidad cultural está orientada primordialmente a propiciar consentimientos en
ciertas zonas sociales (auto) exhibidas y detectadas como “pueblos indígenas”, en
tanto que la fijación simultánea de cláusulas restrictivas parecería vinculada a una
estrategia de búsqueda de asentimientos en el “funcionario público” (gobernante,
legislador, juez, etc.) y en otros sectores de la “sociedad” (empresas agroindus-
triales, mineras, viales, etc.), temerosos de la creciente capacidad logística de los
proyectos políticos indígenas –capacidad que lleva incluso a la suposición de que
algunos reclamos de alta prioridad podrían disputarse en arenas extraterritoriales. 100
26 Entre otras modificaciones, el proyecto incluye las siguientes sustituciones: a) Ley de Promoción y
Desarrollo del Aborigen (1986) por Ley de Desarrollo de los Pueblos Indígenas de Salta; b) Miseria (86) 25
por pobreza (98); c) La sede Tartagal (86) por Salta (98).
27 Por imaginario estatalista aludimos a concepciones que ven al estado como artífice e instrumenta- 5
dor central de las acciones “propiamente políticas”.
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gencia indígena supuestamente corruptible y corrupta. Por el otro, que ni las pre-
siones indígenas ni el avance jurídico dado por el marco de la C.N. pueden ser di-
rectamente negados. Al menos a nivel de prácticas discursivas, ya no es posible
tampoco en Salta ser “políticamente incorrectos” (GELIND, 1999b).
Aunque las reformas se aprobaron en el último día de sesiones del año 1997, la
nueva Ley 7121 se promulga en diciembre del 2000 y se implementa en 2002.
V.4 Desarrollo y capacitación: la inclusión de pasantes indígenas al IPPIS como agentes neoindigenistas
del Estado
Tras el lema “juntos podemos hacerlo”, el programa de gobierno de J. C. Romero
pone el acento en el progreso y desarrollo local y regional (creación de la Región del
Norte Grande; Corredor Biocéanico; ZICOSUR, Zona de Integración del Centro
Oeste de América del Sur) con base en la puesta en marcha de obras de infraestruc-
tura (rutas, ferrocarriles, gasoductos, electrificación rural, entre otras), el fomento
28
al turismo y la promoción de la producción agrícola. Pero los conflictos estallarán
apenas comenzado el año 2000, como efecto de un modelo económico signado por
la concentración de la riqueza y la flexibilización laboral, que profundizará la po-
breza y exclusión, sobre todo en los departamentos San Martín y Rivadavia donde
explotarán los cortes de ruta por desocupados en demanda de Planes Trabajar –que
en la práctica funcionaban como subsidios de desempleo-. Los reclamantes serán
reprimidos con violencia por las fuerzas de seguridad, generándose una seguidilla
de actos de furia por parte de los piqueteros, así como muertes y procesamientos de
manifestantes (CELS, 2001:175-6).
De estas protestas participan también los indígenas de la zona y, entre otros re-
clamos, vuelven a la carga con sus pedidos de tierras. El título de propiedad de
29
Finca Santiago estaba en vías de ser entregado a sus dueños, pero el conflicto del
lote 55 seguía su trámite bajo la supervisión de la Comisión Interamericana de De-
rechos Humanos. A su vez, la Comunidad Kolla Tinkunaku se enfrentaba con la
nueva propietaria del Ingenio San Martín de El Tabacal, la Corporación Seabord
de EE.UU., paralelamente a que nuevos conflictos y demandas se hacen más visibles
en esos departamentos. En noviembre de 2000, unas 300 personas se plegaron a las 100
de la ciudad de Tartagal, el cual –según denuncian los indígenas– estaba siendo ex-
75
plotado por una empresa maderera. En Santa Victoria Este un grupo de indígenas
28 Cfr. “Cinco años de desarrollo. Plan Quinquenal Salta al 2000” (Gobierno de la Provincia de Salta 25
1999).
29 En 1999, en medio de un despliegue espectacular, el presidente Menem y el gobernador Romero 5
entregaron la posesión de las 125.000 hectáreas, pero no el título definitivo.
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tomó la Municipalidad para protestar por una obra que el intendente local deseaba
llevar a cabo en la Comunidad de Santa María.
En su intento por desactivar la protesta indígena, el gobierno apura la imple-
mentación de la nueva ley, básicamente a través de dos estrategias: el otorgamiento
de personerías jurídicas a toda agrupación indígena que lo solicitase; y una intensa
campaña de promoción de la participación indígena para llevar a cabo las elec-
ciones que marca la Ley 7121 a fin de conformar el Directorio del IPPIS. Una y otra
acción están indisolublemente ligadas en el marco de un plan para desalentar la
conformación de alianzas entre organizaciones y comunidades que pudiesen actuar
como actor político unificado frente al Estado, como habían demostrado que eran
capaces de hacerlo en oportunidad de la reforma constitucional del 1998.
Para ilustrar este punto, basta con leer comparativamente los procesos de re-
clamo de los lotes 4 y 55. El pedido del lote 4 lo encara un dirigente Wichí con un
importante peso político en el contexto provincial, no una organización de base. La
mayoría de las comunidades que reciben el título no viven en el lote; 11 de las 16
mencionadas en el decreto son comunidades periurbanas, sin ningún antecedente
de ocupación, posesión o tenencia del fiscal 4. Más aún, una de las comunidades
mencionadas expresó su voluntad de no ser titular del dominio y, sin embargo,
queda incluida en el decreto de entrega. Este decreto establece que la entrega se en-
cuadra en la Ley 6570 de Colonización de Tierras Fiscales; sin embargo, no se res-
petaron los requisitos que marca la ley para ser acreedor a la tierra. Por el contrario,
la demanda del fiscal 55 se formula desde una organización de base que nuclea a
cuarenta comunidades que ocupan tradicionalmente las tierras que reclaman; estas
comunidades hicieron entrega al gobierno de Salta de toda la documentación pro-
batoria (censos, croquis de los asentamientos, mapa territorial, historia de la ocupa-
ción y fundamentación legal) para acreditar la legitimación de su pedido. En la ne-
gociación que se realiza en el marco del proceso de solución amistosa ante la CIDH,
actúa como una asociación política de jefes de todas las comunidades legalmente
constituida –sin que el gobierno acepte reconocerla– ajustando su accionar al pro-
cedimiento legal (Carrasco y Rossi, 2003). Sin embargo, su demanda continúa
irresuelta mientras soporta el continuo hostigamiento del gobierno para romper 100
30
con la organización. Como dijo un dirigente de la zona, el título de propiedad del
31 95
lote 4 es un “título de piqueteros” porque se otorgó bajo presión e intereses polí-
75
30 En 1999, encontrándose en marcha la denuncia ante la CIDH, el gobierno hizo entrega de 5 parce-
las de tierra a familias criollas y 4 a familias indígenas, como si se tratara de comunidades. Esta adjudica-
ción ha sido objetada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por la improcedencia y no respeto
de la legislación vigente. 25
31 El mismo diario El Tribuno (22/10/02) menciona que, según la justicia, el título se entregó bajo
“extorsión agravada”, ya que los indígenas amenazaron con sacrificar a una mujer wichí y a su hijo si el 5
gobierno no entregaba el título.
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ticos espurios, sin el cumplimiento de los requisitos legales exigidos por el mismo
decreto de adjudicación (Palmer, 2004).
Finalmente el 15 de noviembre de 2002 queda conformado el Directorio del
IPPIS bajo la presidencia de un dirigente del pueblo Chorote y con la incorporación
de representantes de los pueblos diaguita y kolla que no fueran considerados ini-
cialmente. Además de esta inconcebible exclusión –después de la visibilidad de la
protesta kolla nadie podía negar ya su existencia en la provincia– todo el proceso
eleccionario estuvo plagado de irregularidades, como se evidencia en un fallo de la
justicia local que hace lugar al amparo presentado por el Presidente del IPPIS en oc-
tubre de 2003 en defensa de su cargo y solicitando la homologación de las repre-
sentaciones kolla y diaguita.
Cuando los mecanismos clientelares no responden y la cooptación no puede ha-
cerse efectiva, acota Sani (1989), por los medios habituales, se recurre a la coacción.
En 1999 el gobernador Capitán Ulloa dispone la intervención del IPA aduciendo
incapacidad de los indígenas para comprender la importancia de la Ley 6373 y de-
sorden administrativo. Extrañamente la medida va acompañada de la designación
como interventor de la misma persona que se venía desempeñando como presi-
dente del Instituto, pero también de la cesantía de empleados aborígenes y su reem-
plazo por profesionales no indígenas –a pesar de que la ley da preferencia a la desig-
nación de indígenas-.
Una vez más, en octubre de 2003 el gobernador J. C. Romero resuelve la inter-
32
vención del IPPIS por “graves irregularidades” en el manejo de los fondos detec-
tadas por la Sindicatura General de la provincia. Lo más asombroso de esta última
intervención es que ella se resuelve en el contexto de la campaña por la tercera go-
bernación de J .C. Romero, al día siguiente (7/10/03) de emitido el fallo judicial
(6/10/03) arriba citado, por violación del debido proceso ante lo resuelto por
cuatro de los ocho vocales del IPPIS (Resolución 28/03). Se dispone, sin motivo al-
guno, que la presidencia estaría a cargo de uno de estos vocales, destituyendo así al
presidente, y negando la designación de los vocales de los pueblos kolla y diaguita,
quienes no figuraban inicialmente como integrantes del Directorio del IPPIS. En el
decreto de intervención, el ejecutivo hace un sucinto descargo respecto de la desig- 100
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Palabras finales
Hemos visto en las páginas precedentes la manera en que Salta ensaya una retórica
de enmascaramiento del sujeto indígena primero y de reconocimiento después,
mientras implementa, en la práctica, un estilo de gobernabilidad que –valiéndose
de una batería de estrategias de cooptación y clientelismo– niega la diversidad cul-
tural. Desde este marco de interpretación, entonces, la política indigenista aplicada
por el estado democrático salteño entre 1986 y 2004 se constituye en recurso para
mantener el control de los sujetos a los cuales está dirigida y para la re-codificación
de sus demandas.
De ello se derivan dos consideraciones. Por una parte, los funcionarios del sis-
100
tema político salteño y su extensa cadena de mediaciones siguen considerando al
indígena como un sujeto necesitado de ayuda para lograr una ciudadanía plena. 95
Por la otra, tales estrategias son parte de los esfuerzos que se ven obligados a hacer
por los cuestionamientos de un actor indígena que se planta frente a ellos para im- 75
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tica que el estado federal hará explicita a partir de 2001 (ver Lenton y Lorenzetti en
este mismo volumen).
Sin embargo, si los derechos reconocidos a los indígenas son significativamente
distintos a los derechos universales de todos los ciudadanos es porque tienen por
objeto permitirles un mayor grado de desarrollo autónomo. Este desarrollo no
debe ser controlado, modificado o conjurado para alcanzar una vida social inte-
grada a la sociedad nacional, sino todo lo contrario, porque cuando se poseen facul-
tades plenas para adoptar las decisiones que les incumben, los ciudadanos, y en este
caso los pueblos indígenas, no necesitan participar en la sociedad de otra manera
más que ésta (Carrasco, 2004).
En una primera etapa, la política indigenista se concibe como una política social
focalizada que imagina a los indígenas como un sector social débil, debido a su con-
dición de pobre miserable y, consiguientemente lo interpela como “beneficiario”
pasivo de las acciones del estado proveedor. En una segunda etapa, el estado des-
centralizado requiere de ciudadanos responsables que puedan hacerse cargo de la
implementación de los beneficios que la ley pone a su disposición. En esta etapa la
política indigenista interpela al indígena como protagonista, pero dado que sigue
siendo un ciudadano incompleto, la participación esperada es menos una decisión
autónoma que una obligación. Aunque cambien algunas instancias de funciona-
miento, en esta etapa el indigenismo salteño continúa como en la anterior interpe-
lando al indígena como “beneficiario” conformista de la política que debe ejecutar,
un rehén cautivo que intensifica la cultura clientelar impuesta por el sistema polí-
tico (Pratesi, 2002). Pero dado que la política indigenista se constituye en rela-
ciones de poder hegemónicas que implican desde el comienzo el juego de la acepta-
ción y la resistencia, cuando el activismo indígena siembre incertidumbre en la
política, se intentará reducir la contra-ofensiva indígena. Metamorfoseando la par-
ticipación en pasantías en el interior de la institución indigenista, se propenderá a
que –en tanto agentes internos– sean los sujetos mismos los responsables de
implementar el proyecto indigenista (clilentelar) del sistema político salteño.
100
Apéndice
95
Cronología de hechos salientes en materia de indígenas en la provincia de Salta (1983-2004)
1983. En el marco de la campaña electoral el candidato del partido Justicialista Sr. Roberto 75
Romero promete la regularización jurídica de las tierras fiscales en el lote fiscal 55. Dpto.
Rivadavia.
1983, Octubre. Se emite el decreto 1698 declarando de interés provincial el Proyecto “De-
terminación del grado de aculturación y relevamiento poblacional aborigen” para la rea- 25
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1984, Junio. Un grupo de líderes de comunidades del lote fiscal 55 emite el documento
–Pensamiento indígena y declaración conjunta– por el cual se oponen a la propuesta oficial
de parcelamiento del fiscal y reclaman la titulación de un territorio sin subdivisiones in-
ternas.
1984, Noviembre. Se publica el Censo Aborigen Provincial, realizado en los departamentos
de Rivadavia, San Martín, Orán Anta y Metán.
1986, Mayo 6. Se discute en la Legislatura provincial el proyecto de ley del Senador Ma-
chuca “Promoción del desarrollo pleno del aborigen y de sus comunidades”.
1986. Se promulga ese proyecto como ley provincial 6373.
1986, Mayo 21. Asamblea Constituyente. La Comisión Declaraciones, derechos y garantías
discute la incorporación de los derechos de los aborígenes salteños.
1986, Junio 16. Se publica en el Boletín Oficial N° 12484 la Constitución (reformada) de la
Provincia de Salta.
1987. Se promulga la Ley 6469 sobre Regularización de la situación ocupacional del lote
fiscal 55.
1989. Survival Internacional dirige al gobernador Hernán Cornejo (P.J.) una carta solici-
tándole no seguir adelante con la Ley 6469, dado que ésta viola derechos de los indí-
genas.
1991. Un dirigente indígena del Departamento San Martín llega como Diputado Provin-
cial a la Legislatura.
1991. Se forma el partido indígena “Tewok Nechaiek” que compite en las elecciones gene-
rales provinciales en el Municipio de Santa Victoria Este.
1991. El gobernador de la provincia firma con los pobladores indígenas de los lotes fiscales
55 y 14 un Acta Acuerdo con el propósito de convenir los presupuestos básicos para la re-
gularización jurídica dominial de los espacios ocupados por las comunidades aborígenes
en los mencionados lotes.
1992, Febrero. Se desata la epidemia de cólera en el Departamento Rivadavia, afectando es-
pecialmente a las comunidades indígenas de la zona.
1992. El Ministerio de Economía emite el Decreto 2609 ratificando los términos del acta
acuerdo de 1991, definiendo la forma de titularizar las superficies fiscales a nombre de
indígenas y criollos de los lotes 55 y 14. 100
1992. Protesta de indígenas Kolla y Wichí en la Capital Federal, por la falta de cumpli-
miento oficial en materia de derechos territoriales. Organismos de Derechos Humanos y 95
personalidades de la cultura apoyan públicamente los reclamos. El presidente de la Na-
ción recibe a los dirigentes y escucha sus reclamos. 75
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1993. El gobernador Ulloa (P. Renovador de Salta) emite el decreto 18 por el cual se crea
una Comisión Asesora Honoraria para elaborar una propuesta de entrega de tierras que
satisfaga a los pobladores indígenas y criollos del lote fiscal 55.
1993, Marzo. Lhaka Honhat se reúne con el presidente Menem para solicitarle su media-
ción en el conflicto que mantiene con la provincia por la titulación de las tierras en el
fiscal 55.
1994, Julio. Un delegado de Lhaka Honhat denuncia al Gobierno de la Provincia de Salta
ante la 12° Sesión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas de ONU por in-
cumplimiento de sus compromisos en la entrega de tierras en el fiscal 55.
1994. Se reforma el artículo 67 inciso 15 de la Constitución Nacional y se incorporan los
“Derechos de los pueblos indígenas argentinos”, como una materia que requiere tratamiento
especial del Congreso de la Nación.
1996. La Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat hace una toma pacífica
del puente internacional Misión La Paz-Pozo Hondo para demandar el cumplimiento
de los compromisos asumidos de titulación de las tierras del fiscal 55.
1997, Noviembre. Bajo el título “Pregunte al pueblo Wichí, Sr. Menem” se lleva a cabo una
campaña internacional en diarios internacionales de España, Francia e Italia (El Mundo,
Le Monde, Il Corriere della Sera), cuando se estaba realizando una visita del presidente a
Europa.
1997. Los principales diarios nacionales levantan la noticia de los diarios internacionales en
que se acusa al gobierno argentino de “engaño, saqueo y destrucción de un pueblo mile-
nario”
1997. Diciembre 4- Se trata y aprueba sobre tablas en Diputados un proyecto de reforma de
la Ley 6373.
1997. ONGs, iglesias, universidades, organizaciones indígenas emprenden una campaña de
reclamos para parar el tratamiento del proyecto de ley en la cámara de Senadores.
1997, Diciembre. Se aprueba en Senadores el proyecto de ley “Desarrollo de los pueblos indí-
genas de Salta”.
1997, Diciembre 9. La legislatura provincial sanciona la ley.
1998, Febrero. Lhaka Honhat acude a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
para denunciar al Estado argentino de violación de sus derechos a la tierra.
100
1998, Febrero a Abril. Se reúne la Asamblea Provincial Constituyente y se debate la reforma
del artículo 15 “Aborígenes”. 95
1999. El Estado argentino contesta a la CIDH admitiendo la denuncia presentada por la
Lhaka Honhat y recomendando entregar la propiedad de la tierra en las condiciones pre- 75
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II. El Gobierno Provincial genera mecanismos que permitan, tanto a los poblado-
res indígenas como no indígenas, con su efectiva participación, consensuar solu-
ciones en lo relacionado con la tierra fiscal, respetando los derechos de terceros.”
Gobernaciones
1983-87 Roberto Romero (P.J.)
1987-91 Hernán Cornejo (P.J.)
1991-95 Roberto Ulloa (P. Renovador Salteño)
1995-99 Inicio de El régimen de Juan Carlos Romero (h) (P.J.)
1999-03 Juan Carlos Romero (P.J.).
2003 Juan Carlos Romero (P.J.) continúa.
100
95
75
25
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Capítulo 9:
E l año 2002 se abre en medio de una crisis económica y política en la que se plan-
tea una ruptura explícita en la relación entre sociedad civil y política. Cacerola-
zos y piquetes, montados sobre formas preexistentes de protesta, forman el marco y
el objeto de referencia con mayor presencia en los discursos políticos y sobre la po-
lítica.
Sobre este telón de fondo nos proponemos rastrear las intervenciones estatales
que contribuyeron a problematizar la cuestión indígena durante el gobierno de
transición que sucedió a la crisis desatada en diciembre de 2001, hasta la normali-
zación institucional en el 2003. Para ello analizaremos algunos de los pronuncia-
mientos que se efectuaron desde distintas agencias estatales nacionales. Trabaja-
remos con los documentos públicos oficiales como “casos testigos” de las
orientaciones que predominaron en la política nacional respecto al colectivo que se
recorta como “indígena”. Incluiremos, asimismo, en el análisis, material periodís-
tico referente a las argumentaciones, prácticas y acciones que la gestión política na-
cional realizó durante dicho período en materia indígena.
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pugnación que de ello deriva sobre el Estado de bienestar, han llevado a una refor-
95
mulación de la asistencia con la cual garantizar el control de los asistidos, utilizando
–en términos de Rose (1997)– su misma energía para gobernar. De este modo, el 75
modelo neoasistencialista gestado en los años 90 se expresa en prácticas que persi-
guen la responsabilización del beneficiario mediante el involucramiento de éste en
algún tipo de contraprestación. En dicho modelo, el involucramiento “activo” de
25
los propios asistidos se basa en una “gestión social del conflicto” donde la cuestión
social se trasmuta en cuestión moral: los fenómenos vinculados con la pobreza son 5
leídos en términos de comportamiento. A través de este proceso, se individualizan
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95
3 Con esto Dagnino hace referencia a “la complementariedad, por así decir, instrumental entre los pro-
75
pósitos del Estado y de la sociedad civil, la cual parece otorgar a algunos encuentros un grado razonable
de éxito y estabilidad (...) Ella se ha constituido (...) en una estrategia del Estado para la implementación
del ajuste neoliberal que exige la restricción de sus responsabilidades sociales. En este sentido, forma
parte de un campo marcado por una confluencia perversa entre el proyecto participativo, creado en torno
a la extensión de la ciudadanía y la profundización de la democracia, y el proyecto de un Estado mínimo 25
que se exime progresivamente de su papel de garante de derechos. La perversidad está ubicada en el he-
cho de que, apuntando hacia direcciones opuestas y hasta antagónicas, ambos proyectos requieren una so- 5
ciedad civil activa y propositiva (2002b: 370-371. Énfasis en el original).”
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4 Efectivamente, mientras su antecedente directo –el Convenio 107 de la OIT suscripto en 1957– se 25
denominaba “Convenio sobre poblaciones indígenas y tribuales”, este nuevo Convenio redactado en
1989 adopta el título de “Convenio Internacional sobre pueblos indígenas y tribales en países indepen- 5
dientes”.
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de desarrollo regionales y/o nacionales que les atañen. Además, se desarrolla con
mayor profundidad el concepto de territorio, contenido fugazmente en el Con-
venio 107 de 1957, concepto en el cual se incluyen los recursos naturales y el en-
torno (Dandler, 1994:41).
La ratificación del Convenio 169 venía siendo insistentemente reclamada por
los pueblos indígenas de Argentina, ya que si bien el Convenio había sido adoptado
en el año 1992 mediante la Ley N° 24.071, su plena vigencia estaba supeditada al
depósito de la firma del Estado Argentino. Situación sumamente relevante en tanto
que, hasta el momento, es la única norma de carácter internacional vinculante que
reconoce la especificidad de los derechos de los pueblos indígenas (CELS, 2001), y
prescribe la obligatoriedad de la consulta a los Pueblos sobre las políticas que los
5
afecten.
En segundo lugar, puede señalarse la realización de la reunión en Ginebra del
Estado Argentino frente al Comité de Derechos Humanos de la ONU. El Estado
Argentino concurrió a este evento, producido en el primer semestre de 2001, re-
presentado entre otros por Leandro Despouy como responsable del área DD.HH.
de la Cancillería; por Eugenio Zaffaroni, como interventor del Instituto Nacional
contra la Discriminación [INADI]; y por Ana González Montes, como coordina-
dora general del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas [INAI]. En esta ocasión, y
ante la presentación de un contrainforme por parte del Centro de Estudios Legales
y Sociales [CELS], el Estado Argentino se hizo cargo –parcialmente– del debate in-
terno, reconociendo la precariedad e incompletitud de las instituciones nacionales
en cuanto a la implementación de políticas para con los Pueblos indígenas.
Asimismo, el Estado Argentino participó de la Conferencia Mundial contra el
Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas conexas de Intole-
rancia que se llevó a cabo en Durban, Sudáfrica, en septiembre de 2001. Sin em-
bargo, las reuniones preparatorias recibieron poca atención por parte del gobierno
argentino, que se limitó a cumplir con el protocolo, contrastando con el interés de-
positado en el evento por numerosas ONGs (CELS, 2001).
En cuarto lugar, entre las acciones que dieron visibilidad a la política indigenista
nacional, puede mencionarse la restitución de los restos del cacique Panghitruz 100
5 Sin embargo, a pesar de su entrada en vigencia, algunas agencias del Estado Argentino se han de-
morado en aprehender las connotaciones del concepto de “Pueblos Indígenas” al que se ha suscripto, es-
pecialmente Cancillería que en enero de 2001 fue demandada por la Comisión de Juristas Indígenas en 25
la República Argentina (CJIRA) por su insistencia en seguir llamándolos Poblaciones desconociendo así
este carácter de Pueblos a los indígenas (Carta de la CJIRA al Presidente de la Nación F. de la Rúa del 5
4/1/2001; carta de la CJIRA al Defensor del Pueblo de la Nación E. Mondino del 11/1/2001).
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“la efectivización del acuerdo firmado entre el Estado argentino y las Naciones
Unidas, referido al tema de desarrollo de los programas especiales de trabajo para
Comunidades y Organizaciones Indígenas, atendiendo su particularidad y su es-
pecificidad en el marco del Encuentro de Durban; postergación del censo solici-
tado por los Pueblos Originarios. Rediagramación del mismo con la participación
de nuestras comunidades […]; pronta y efectiva acción de parte del Estado Na-
cional, para mejorar las precarias condiciones de salud en las cuales se encuentran
nuestros pueblos; urgente aumento del presupuesto para atender el conjunto de
nuestras demandas y la participación efectiva en el INAI; inmediato cumpli-
miento de los acuerdos que contiene el Convenio 169 de la OIT, en su totalidad;
mejorar los mecanismos de participación y consulta en toda política que nos invo-
lucre, cumpliendo de esta manera con la legislación nacional e internacional que
así lo dispone; una educación pluricultural basada en el respeto a las diferencias,
que atienda a las particularidades y necesidades propias de los Pueblos Origina-
rios; solución de todos los conflictos territoriales, mantenidos con empresas trans-
nacionales, Ejército Argentino, policías provinciales y terratenientes” (En Boletín
de Pueblos Indígenas, 27/10/01).
En cada una de las coyunturas planteadas, las demandas (especialmente por ga-
rantía jurídica y participación) que los Pueblos Indígenas realizaron al Estado
Argentino durante el 2001 (IWGIA, 2001:177) encontraron cierta resonancia pú-
blica. En todos estos pronunciamientos significativos a nivel nacional, la reivindi-
cación indígena de participación atendiendo a los compromisos jurídicos enmar-
cados en el artículo 75º inc.17 de la Constitución Nacional y el Convenio 169 de la
OIT se convirtió en el punto de mayor relevancia en los debates suscitados entre las
7
agencias estatales involucradas y el activismo indígena. Sin embargo, estas circuns-
tancias que apuntaban a instalar en la agenda el tema de la participación en conso-
7 Ante la crisis del 19 y 20 de diciembre, la Mesa de Trabajo de los Pueblos Originarios difundió el
día 28 una “Declaración Pública” titulada “Posición de los Pueblos Originarios ante la coyuntura actual”, 100
en la que expuso una interpretación posible de la coyuntura desde los Pueblos Originarios. Con esta de-
claración, se intentaba fortalecer una acepción de su participación en procesos sociales e históricos más
95
amplios. Tal participación parte tanto de un sentimiento común –con el resto de los argentinos– de in-
dignación y hastío, como del reconocimiento de la continuidad esencial entre las modalidades extracti-
75
vas e inhumanas de la política imperante y la acción genocida de los colonizadores europeos. La Decla-
ración advertía también que “el gobierno actual” –en ese momento encabezado por el Presidente
interino Rodríguez Saá– proyectaba “soluciones económicas momentáneas que no resuelven el problema de
fondo”, problema que por el contrario merecía atenderse con un nuevo “proyecto de sociedad” (Mesa de
Trabajo de los Pueblos Originarios 2001). De esta manera, la Mesa exigía acordar una concepción de la 25
justicia social en los términos que describe Mary Douglas (1997; cit. en Grassi, 2003: 163), como “la
constitución establecida por una comunidad para regular los compromisos individuales de sus miem- 5
bros”, superando la vieja noción de cosa que puede ser otorgada o solicitada.
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nancia con los límites y alcances del derecho indígena internacional tomarán un
giro diferente en el 2002.
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Dicha reunión tuvo por objeto discutir el “Proyecto de Ley sobre pueblos indí-
genas”, presentado técnicamente como una iniciativa de reforma integral de la Ley
9
Nacional 23.302. Contó con la presencia de algunos representantes y organiza-
ciones indígenas (AIRA, CJIRA), el presidente del INAI Jorge Pereda, la presidenta
de la comisión, senadora Sonia Escudero, y las senadoras Luz Sapag y Marcela Les-
cano, representantes de las provincias de Salta, Neuquén y Formosa respectiva-
mente.
No obstante, dada la reacción adversa y conjunta expresada con anterioridad
10
por varios dirigentes indígenas a este proyecto y al particular momento de reaco-
modamiento en que se discutía –inmediatamente luego del estallido social de di-
ciembre de 2001 que obligó a renunciar al entonces presidente de la nación Fer-
nando de La Rúa–, la reunión se canalizó hacia el tratamiento intensivo de dos
puntos: el presupuesto del INAI –cuya acostumbrada exigüidad refleja mejor que
cualquier discurso el peso real de la política indígena en la agenda estatal– y cómo
efectivizar la participación indígena en el mismo, en consonancia con lo que dis-
pone la incumplida ley vigente. Estos puntos cobraban especial relevancia en fun-
ción de delinear qué sería factible realizar y qué no durante el 2002 en materia “in-
dígena”, prefijando de este modo los rumbos y lineamientos políticos tendientes a
atender dicha problemática. Se visualizó así un esfuerzo por parte de los legisla-
dores por definir el lugar ocupado por la “cuestión indígena” dentro de la más am-
plia “cuestión social”. De este modo, la presidenta de la comisión consignaba:
9 Proyecto de ley sobre Pueblos Indígenas de Salvatori y otros. Senado de la Nación Argentina; Exp.
1788/01 Fo. 110; m.s. Dicho proyecto ingreso a la Cámara de Senadores el 21 de diciembre de 2001, 100
con la firma de los senadores neuquinos Luz María Sapag y Pedro Salvatori y del salteño Ricardo Go-
méz Diez. Cabe señalar que los artículos propuestos en el proyecto no modifican la ley de referencia –ley 95
23.302– en términos de “actualización” jurídica/ideológica. Sólo se concentra en unos pocos puntos re-
feridos en su mayoría a la organización interna del INAI, órgano de aplicación creado por la ley 23302, 75
especialmente en relación a la participación indígena en su gobierno.
10 La oposición indígena a este proyecto de ley estimuló la conformación de una entidad formada por
dirigentes de organizaciones de diversos niveles de representación, llamada Coordinadora de Organiza-
ciones Indígenas. Esta entidad mantuvo reuniones frecuentes desde diciembre de 2001 con quien esta- 25
ba entonces a cargo del INAI, Ana González Montes, y a partir de enero de 2002 con su reemplazante,
Jorge Pereda. Entre los temas a tratar, estaban la continuidad de proyectos evaluados o adjudicados du- 5
rante la gestión anterior y, especialmente, el tema de la participación indígena en la estructura del INAI.
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a las comunidades, que es donde tiene que llegar prioritariamente” (Registro ta-
quigráfico: 1).
Así, el tratamiento del presupuesto del INAI –ligado a los medios con los cuales
garantizar la participación indígena en este órgano estatal– se constituía, en pala-
bras de la presidenta de la Comisión, en uno de los puntos centrales desde donde
pensar en: “una agenda de trabajo conjunto para poder llevar, en lo que queda del
año y con las dificultades económicas actuales, logros que sean posibles” (Registro
taquigráfico:3). En todo caso, después de reconocer que el tratamiento de un pro-
yecto acorde al artículo 75º, inciso 17 de la Constitución Nacional y al Convenio
169 de la OIT exigiría una ronda de consultas más extensivas e intensivas con repre-
sentantes indígenas y especialistas de otros campos en el tema, las intervenciones de
los representantes estatales se focalizaron en los mecanismos con los cuales efecti-
vizar la participación indígena en el INAI para cumplimentar con lo prescripto en la
Ley 23.302 que, aunque sancionada en el año 1985 y reglamentada en 1989, to-
davía no tiene plena vigencia. Todas las aristas acerca de esta cuestión estuvieron
atravesadas por diversas consideraciones, quedando supeditadas a un solo punto:
los recursos financieros disponibles.
En este marco, el presidente del INAI proponía convocar a un “Consejo transi-
torio” conformado por indígenas que fijara “las pautas para el llamado y la convoca-
toria, con el fin de que no sea sólo una acción del Estado…” (Registro taquigrá-
fico:4). No obstante, este Consejo no sólo sería transitorio, sino que debía ser
pequeño “…porque no va a haber recursos para convocar a consejos grandes. Y de
nada servirá convocar consejos si después no se puede atender los gastos necesarios
para el traslado de los hermanos que hayan sido designados y la atención de sus
gastos de permanencia en Buenos Aires o en el lugar que se elija para la reunión”
(Registro taquigráfico:5). Todo esto sumado a la advertencia de que el presupuesto
a ser asignado “es absolutamente insuficiente y quizá no nos permitiría ni siquiera
convocar al consejo provisorio…” (Registro taquigráfico:5).
Planteado de este modo el problema, se agregaban otros dos aspectos de impor-
tancia: quiénes conformarían el consejo provisorio y cuáles serían los criterios a 100
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“la enorme dificultad que […] significa convocar una representación por pueblos.
Hay algunos pueblos que son numéricamente pequeños y hay otros que son mucho
más importantes” (Registro taquigráfico: 4).
“Además sabemos que hay pueblos que están en varias provincias y otros que están
en una sola provincia. De ahí la dificultad para determinar esto […] Creo que
muchos de los elementos que deben servir para el ejercicio de los derechos concretos
de los pueblos indígenas […] hoy son resorte, por obra de la descentralización ejer-
cida por el gobierno nacional, de las provincias. La educación, la salud y las tie-
rras, en su mayoría, son propiedad de los estados provinciales […] De ahí que me
parece que una representación sólida por provincia va a servir para que las comu-
nidades indígenas puedan resolver, peticionar y exigir, cuando sea necesario, la so-
lución de sus problemas en el ámbito donde se generan las decisiones respecto de su
vida” (Registro taquigráfico: 5).
“la primera cuestión concreta a resolver sería analizar si queremos cambiar (la)
reglamentación, atento a los exiguos recursos y las limitaciones que tenemos, a
100
fin de elegir en forma transitoria una representación más rápidamente para
que ya este año haya una presencia efectiva de representantes aborígenes (Registro 95
taquigráfico:6) […] Si nosotros vamos a las asambleas en cada provincia para que
cada etnia elija su representante, se nos va a ir el año y algunas provincias lo harán 75
y otras no. Por eso, tal vez, haya que buscar un mecanismo más rápido, que esté
11 Cuando en la reunión se dio voz a los representantes indígenas, en reiteradas oportunidades fueron
marcando que el estado nacional se encuentra en flagrante incumplimiento de sus compromisos nacio- 25
nales e internacionales, y que debía por ende destrabar la participación indígena en la política nacional.
En esta ocasión muchos reprocharon a la Comisión no haber realizado consultas previas a la redacción 5
del propio proyecto de modificación de la ley 23.302 en cuestión.
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en manos del INAI, por ahora, con la consulta a las organizaciones más impor-
tantes y después sí, entre todos, avanzar hacia un sistema que nos vaya acercando
cada vez más a la representación […] Como la nación está atravesando una situa-
ción de crisis, hay que acortar caminos y buscar canales de representación,
aunque no sean perfectos pero sí rápidos” (Registro taquigráfico:6. Énfasis
nuestros).
concreto de reforma de los mecanismos de circulación del poder. Más bien, consti-
5
tuye para las elites políticas un ritual discursivo o, en el mejor de los casos, un di-
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fuso deber moral. De este modo, el debate prefiguraba el panorama desde donde las
agencias estatales definirían sus políticas e intervendrían respecto a la cuestión indí-
gena. El carácter que asumiría la preocupación por la cuestión social desde el Poder
Ejecutivo Nacional tendrá eco tanto en la Comisión de Población y Desarrollo del
Senado, como en el INAI. A través de dichas agencias estatales, alineadas en el dis-
curso de la crisis, se harán extensivas las acciones que procurarán alcanzar a la po-
blación indígena en tanto sector más postergado entre los “pobres”.
En notas posteriores, Chiche Duhalde puntualiza que los pilares de este Pro-
grama son la descentralización y la participación, expresadas en la creación y con-
formación de los “consejos consultivos” o “consejos económico-sociales”, “que
tienen que ser muy participativos” (Página 12, 06/04/02), siendo, entonces, una
cuestión clave en el diseño del Programa, el “control” por parte de la “sociedad
civil” mediante su participación (Página 12, 06/04/02).
Sobre el acuerdo generalizado de que las arcas del Estado estaban vacías y el con-
vencimiento de que era urgente canalizar cierta cantidad de efectivo para las nume-
rosas familias con Necesidades Básicas Insatisfechas (como medio de asegurar su 100
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cupado 150 Lecops/Patacones mensuales, en lo que restaba del año 2002 (Resolu-
ción 82/2002). El omnipresente discurso estatal, de este modo, logró legitimar la
circunscripción de su intervención en la “solución” de los graves problemas so-
ciales, en un único Plan que, según paradójicamente aseguraba, se proyectaba can-
celar el 31 de diciembre de 2002 (Ministerio de Trabajo 2002:1).
El programa fue objeto de críticas y demandas desde los inicios de su puesta en
marcha, debido a las falencias en la implementación fundada en un criterio “uni-
versal” y a la falta de respuesta oficial y de claridad en los procedimientos, origi-
nando además un sinfín de denuncias sobre actos de corrupción (Pautassi et al.,
2003:31 y ss.). En esta situación se manifiestan dos tensiones. La primera se pre-
sentó entre el carácter universal del derecho aludido y la real partida presupuestaria
que el Poder Ejecutivo Nacional estaría dispuesto a destinar para este fin, lo que
convertía al Programa –según opinaron algunos sectores– en un sistema de “cupos”
que iba en contra de la universalidad declarada (Página 12, 16/06/02). La segunda
tensión que atravesó la coyuntura política se localizaba entre el declamado traspaso
de la responsabilidad en la adjudicación del beneficio a la “sociedad civil” y la gravi-
tación de la práctica administrativa que determinó que, en los hechos, la decisión
permaneciera en el campo de la “sociedad política”, ya sea a nivel de los Municipios
o del Ministerio de Trabajo.
Otras líneas de discusión en torno a dicho Programa han tenido que ver con el
sentido y las definiciones que tanto actores estatales como no estatales realizan del
“clientelismo político” y la “cultura política”, así como de la “autenticidad” de de-
socupados y/o piqueteros (Clarín 21/06/02). No obstante, en un nivel mayor de
profundidad, el Programa presenta una tensión básica entre la propuesta neoasis-
12
tencialista que se plantea como única salida posible a la crisis derivada de la falta
de trabajo, y la negativa de muchos sectores a aceptar una política que desestima
una capacidad de los ciudadanos presta a desplegarse con sólo contar con los ele-
mentos mínimos para sostener alguna actividad. La demanda efectuada por la co-
munidad Wichí en Sauzalito es clara al respecto:
“Agradecemos el subsidio para desocupados, pero queremos palas y hachas para 100
trabajar, ya que eso es lo que hemos hecho durante siglos…” (Página 12,
95
26/05/02).
75
12 Neoasistencialista porque procura que, por “la ayuda recibida”, el beneficiario brinde algún tipo de
“contraprestación”. El programa neoasistensialista pretende así responder a las críticas efectuadas a las
políticas sociales que, de acuerdo a esta perspectiva, no hicieron más que generar la pasividad y apatía de 25
los “sectores más vulnerables”, atrapándolos en un ciclo recurrente de dependencia e irresponsabilidad
personal. Sin embargo, la unidireccionalidad del diseño de las redes y modalidades de prestación y con- 5
traprestación implica, como vemos, que no se logre resolver aquella tensión básica.
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No podemos olvidar que la Constitución Nacional en su artículo 75, inciso 17, las
leyes 23.302 y 24.071, y los tratados internacionales firmados por la Nación que
100
atienden cuestiones de las comunidades indígenas, imponen prestar especial consi-
deración a las necesidades de las mismas. El presente proyecto de ley busca corregir 95
el sinsentido aludido, flexibilizando los requisitos para acceder al derecho familiar
de inclusión social a los miembros de comunidades aborígenes del país […] El re- 75
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Desde esta perspectiva, son las carencias las que definen las “particularidades”.
Éstas, así definidas, ofician la circunscripción del colectivo indígena como objeto
de asistencia. “Particularidad” asociada a “vulnerabilidad” constituye un binomio
que legitima el carácter de una intervención política tendiente a naturalizar tal si-
tuación más que a problematizarla. Esta concepción parece estar cercana a aquella
que, apelando a la “cultura de la pobreza” (Lewis, 1961), explica a la misma como
un estado dado por comportamientos culturales y no como condiciones emer-
gentes de relaciones sociales entramadas en procesos histórico-políticos.
El respeto “a la idiosincrasia y la cultura de las comunidades” queda diluido en
la mera consideración de aquellas “particularidades” que prefiguran al indígena
“necesitado de asistencia”. De esta manera, si bien las carencias que justifican la in-
clusión al plan deben ser contempladas, al mismo tiempo son ignoradas, en tanto,
el objetivo del plan se restringe a otorgar 150 pesos mensuales, desatendiéndose de
promover los medios para garantizar el acceso a esos “requisitos básicos” exigidos.
A su vez, la supeditación del ordenamiento jurídico referido al derecho indígena a
necesidades determinadas de ese modo diluye el alcance del mismo, y opera en des-
medro de la consolidación de un “sujeto de derecho”, a través de una política de
asistencia que intenta emular una política de reconocimiento.
Como organismo estatal, el INAI, no escapó a esta corriente. La mayor parte de
su personal quedó afectado de una u otra manera a la ejecución del Programa Jefes
y Jefas, que se definió como prioritaria por encima de los objetivos específicos del
Instituto. La participación del INAI en el Plan Jefes y Jefas requirió al principio del
establecimiento de un acuerdo ad hoc entre el Ministerio de Desarrollo Social y el
de Trabajo, para aceitar los procedimientos entre el INAI y ambos ministerios y así
salvar ciertas “especificidades” de modo que las comunidades indígenas pudieran
efectivamente acceder a este derecho paradójicamente definido por su universa-
lidad.
En junio del 2002, la Comisión de Población y Desarrollo del Senado pro-
movió un proyecto de comunicación (Nº 1282/02) orientado a este objetivo. San-
cionado el 23/10/2002, este proyecto solicitaba:
100
“al Poder Ejecutivo nacional, que a través del Ministerio de Trabajo, Empleo y
95
Seguridad Social flexibilice los requisitos y condiciones establecidos en el Pro-
grama Jefes de Hogar a fin de permitir la inclusión en dicho programa de todo 75
jefe/jefa de familia argentino/a indígena desocupado/a eximiéndolo del cumpli-
miento de los requisitos establecidos en al artículo 5º del decreto 565/02 e incorpo-
rándolos con la sola constancia de iniciación del trámite de identificación ante las
autoridades competentes. Esto es insoslayable, ante la gran cantidad de aborígenes 25
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de los montes, sin medios de comunicación que los acerque a las delegaciones del
Registro Nacional de las Personas por lo que terminan sus vidas siendo nada más y
nada menos que simples NN” (Exp. Senado de la Nación 1282/02).
De este modo, la intervención del INAI como organismo habilitante para la ins-
cripción de beneficiarios fue presentada ante propios y extraños como una oportu-
nidad de extender los “beneficios” de un Estado –nuevamente definido como
dador de bienes– a las poblaciones que nunca acceden a ellos. Más allá de la vera-
cidad de las argumentaciones a su favor, interesa destacar que el abocamiento casi
exclusivo del INAI en esta actividad resultó no sólo en la aceptación de la dilución
de la problemática indígena ejercida desde el PEN como cuestión compartida por
13
todos los “pobres”, sino también en la discontinuidad de algunas actividades y re-
laciones que el INAI había logrado construir y/o mantener, a pesar del exiguo pre-
supuesto y de los consabidos defectos de ambigüedad y desorientación crónicos en
la gestión estatal de la política hacia indígenas.
En este sentido, vale observar que desde la fecha de su creación y de su reglamen-
tación en 1989, el INAI ha sido progresivamente desjerarquizado y vaciado de sus
funciones específicas. Esta agencia estatal, que tendría como objetivo generar polí-
ticas de derecho en relación a los Pueblos Originarios, no se ha caracterizado por
mantener proyectos y programas de acción continua, siendo éstos reemplazados
frecuentemente por acciones aisladas que motorizan a la institución en un sentido
y que no siempre mantienen continuidad. Durante el 2002, esta tendencia se pro-
fundizó, al quedar el INAI subsumido a una política social de carácter neoasisten-
cialista que marchaba a contrapelo de una política pasible de ser enmarcada en tér-
minos de reconocimiento y afirmación de los Derechos Indígenas. Nos referimos
especialmente a funciones de aserción de derechos en función de su reconoci-
miento constitucional como pueblos preexistentes, funciones que no tienen que
ver con “ayudas”, ni con representación de grupos subordinados.
13 En su carácter de titular del Gabinete Social, Chiche Duhalde realizó numerosas visitas a localida- 100
des del interior del país marcadas por la pobreza. En algunos casos, estas localidades cuentan con pobla-
ción mayoritariamente indígena. Dichos viajes tuvieron gran repercusión en los medios. En la cobertu-
95
ra periodística realizada por los diarios, la apelación a la categoría indígena como “marco” de la nota
refuerza la idea de la vulnerabilidad de la población que depende de la asistencia del Estado para su sub-
75
sistencia, concurriendo a la fijación de características esperables en la población que es objeto del plan.
Así, Clarín eligió ilustrar una nota sobre las generalidades del Plan Jefas y Jefes con una foto donde se ve
a Chiche Duhalde saludando a una mujer “aborigen del Impenetrable” (Clarín, 21/6/2002). El 25 de
agosto de 2002, Clarín informa de una modalidad del Plan especialmente diseñada “para comunidades
aborígenes y pequeños pueblos”, que contempla la ayuda del Ejército para la construcción de huertas, 25
utilizando la mano de obra reunida por los beneficiarios. Nuevamente, la ilustración de la nota incluye
una fotografía en la que la Sra. Duhalde abraza a una “aborigen wichi” en ocasión de su visita en mayo 5
“al Nordeste” (Clarín 25/8/02: 7).
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“Nos dicen que las organizaciones nos encarguemos de hacer la reconversión de las
planillas de otorgamiento anteriores a las actuales de Jefas y jefes, ignorando que
para informar a nuestros hermanos que viven en las comunidades a veces se nece-
sita tiempo y dinero. Hay lugares que no tienen teléfono y hacer una fotocopia
cuesta más de 10 centavos. Tiene que bajar en mula o caballo por horas hasta el
pueblo, gastar en comida y eso nadie lo considera” (Clarín 21/08/02).
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denuncias sobre el funcionamiento del programa que efectuaban los distintos sec-
tores implicados. El marco de la contienda se tornaba complejo y, frente a las crí-
ticas crecientes al plan de asistencia, el Estado pretendió “blanquear” su acción po-
lítica, presentándola como una acción “fuera de la política”, que se ponía bajo el
control de la “sociedad civil” y que, a pesar de todas las dificultades, intentaba llegar
a “todos”, incluso a los más desamparados: los indígenas.
En este marco, el gobierno endilgaba a los sectores piqueteros hacer un “uso po-
15
lítico” de la asignación de los planes. En varias oportunidades Chiche Duhalde
había manifestado :
“Vengo recibiendo denuncias que dicen que los programas no son bien entregados,
que no son genuinas las familias desocupadas, o que los invitan a participar de pi-
quetes y para eso les pagan” (Página 12, 06/04/02).
“Si una organización piquetera trae auténticos jefes y jefas de hogar desocupados,
se los recibe como cualquiera. El tema es que no pidan cupos para utilizarlos en los
cortes de ruta y haciendo política” (Clarín 21/06/02).
La puja por el control de las redes clientelares subyacía al conflicto con los pi-
queteros. De la misma manera, desde el principio el gobierno nacional excluyó a
los gobiernos provinciales del control de las asignaciones, acusándolos de corruptos
e instalando la idea de una mayor transparencia vía la relación directa estado na-
cional-municipios. En este sentido, se apeló a las ONGs, tratando de incorporarlas
en los consejos consultivos municipales con un doble objetivo: aliarlas al Poder
Ejecutivo Nacional en su carácter de grupos de presión y, a la vez, constituirlas
como representantes genuinas de la sociedad civil. De esta manera, la convocatoria
a las ONGs intentaba dar por realizada la participación de la sociedad civil en la po-
lítica estatal.
Sin embargo, estas líneas de la política social no estarían exentas de problemas.
Muchos intendentes veían con agrado los criterios adoptados, destacando el “gran
avance en la coparticipación de los fondos sociales”, ya que “en algunas provincias, 100
los gobernadores tenían la costumbre de apropiarse de la ayuda social que la Na-
95
tras constató el aumento de las tasas de desnutrición entre los pueblos kollas del área de San Antonio de
los Cobres a partir de 2002. En la versión de los agentes sanitarios locales, “desde que empezaron los 75
Planes Jefas y Jefes de Hogar, las mamás han tenido que salir a prestar servicios y han descuidado un
poco a los chicos (Clarín, 11/4/2004).”
15 Los medios de comunicación y el discurso público trataron esta cuestión especialmente en relación
a dos tópicos: el de la constitución de los planes sociales como objeto de la disputa por el poder, y el de la 25
corrupción que anida en sus mecanismos. Sin embargo, preferimos como Grassi (2003: 109) enfocar a
la corrupción no como un “resto” no deseado y externo a la práctica de que se trate, sino considerarla en 5
sí misma como un proceso activo de producción sociocultural.
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“recién… firmamos, que todo joven indígena que vaya a un colegio secundario va
a tener ayuda del Estado mediante becas, útiles, libros y cuadernos. Esto es lo que
hemos firmado recién. Pero estas cosas que se firman luego es difícil llevarlas a cabo
si las comunidades indígenas por sus propios medios, organizándose en consejos en
cada provincia o en cada área de una provincia donde se encuentren, no están en-
teradas […] Entonces hoy también vamos a ver de qué manera formamos los con-
sejos consultivos indígenas para que sean los propios indígenas los que nos digan a
qué familias les corresponde el tema social […] Por lo tanto es importante que se
organicen en la organización que ustedes mismos se dan pero sepan que de alguna
manera tienen que estar conectados con la Secretaría de Asuntos Indígenas para
poder tener los listados” (Discurso del Presidente Duhalde, 17/3/2003).
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17 “Un indio debe pagar…” fue el lema que movilizó a más de 100 policías para ingresar a la comuni-
dad, detener y torturar a ciudadanos Qom, incluyendo menores de edad, en supuesta venganza por un
hecho delictivo no aclarado. El hecho fue difundido, denunciado y repudiado por ENDEPA, APDH For- 25
mosa, SERPAJ, INCUPO, Equipo Pueblos Indígenas y Equipo Nizkor –entre otras instituciones– y mere-
ció en esos días la visita al Lote 68 de la Comisión de DDHH de la Cámara de Diputados de la Nación re- 5
presentada en la Diputada Nacional M. Bordenave.
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de historia.
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Fuentes Documentales 75
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Impreso en Pavón 1625, Lanús, Pcia de Buenos Aires, en el mes de Junio de 2008.
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