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Estuvimos en guerra por muchos años, habían treguas cortas que a penas alcanzaban para

respirar, luego seguíamos. Ocultos desde nuestras trincheras, heridos hiriendo a los
contrarios.

Recuerdo bien ese día, el último día que duró la guerra. Había quedado inconsciente a causa
de una granada que cayó cerca de nuestro refugio. Corría por la calle de las jacarandas,
corría lo más rápido que podía con aquella prótesis dolorosa, quería llegar al final de la calle
para alcanzar las últimas hojas que caían de la jacaranda más alta. Estaba terminando el
verano y comenzaban los vientos de otoño, no quería perdérmelo era un bello espectáculo y
yo había estado fuera tanto tiempo que era mí última oportunidad, las últimas hojas...

El bombardeo no cesaba y desperté ensordecido, pasaron por encima de mi cuerpo pensando


que había muerto; veía jacarandas pero eran cenizas, cenizas de paja, de trigo, de sorgo y de
humanidad, cenizas de sueños, recuerdos y cuerpos mutilados.

Mi cuerpo mutilado y yo olía lavanda y pino. Pasaron 72 horas hasta que llegó el rescate, 72
horas añorando el espectáculo de las jacarandas, los últimos pétalos mojados de lluvia de
verano

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