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EPISTEMOLOGÍA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA EN CUBA

Autor: Dr. Miguel Limia David


Investigador Titular

Uno de los asuntos más importantes para el debate del tema de la fisonomía de
la construcción del socialismo en el siglo XXI consiste en la elaboración de una
nueva perspectiva epistemológica de análisis de las experiencias socialistas
surgidas durante el siglo XX, la cual ha de centrarse no tanto en el eje de
referencia de la preparación de las fuerzas revolucionarias para la conquista del
poder y sus tareas iniciales, cuanto en el modo con que se produce, promueve y
fundamenta la cooperación social de los agentes del cambio en la creación de la
nueva cotidianidad política, laboral, social e ideológico-cultural en la compleja y
contradictoria dialéctica de las tareas destructivas y constructivas históricamente
configuradas. Es decir, esto implica aplicar de manera consecuente la concepción
materialista de la historia a la propia práctica revolucionaria atendiendo al
condicionamiento histórico de sus premisas y resultados de actividad.

Este enfoque resultaría un modo epistemológico de construir conocimiento sobre


este proceso a partir de comprender a fondo las premisas desde las que se
produce la actividad revolucionaria práctica e ideológica y sobre las cuales no se
reflexiona en la conciencia cotidiana.

Consecuentemente con la lógica materialista histórica, es necesario asumir


entonces que –siguiendo la afirmación de Marx contra los oportunistas en
relación con la posición de éstos frente al Estado burgués--, el órgano estatal de
esta transición y el sistema político que a su alrededor se configura, no son “…un
ser independiente, con sus propios fundamentos…”i, sino que los tienen en la
sociedad concreta que transita a un nuevo modo de producción y de vida
mediante un determinado proceso revolucionario. Ello se refiere no sólo al
contenido de sus alianzas sociopolíticas, clasistas, genéricas, étnicas, etc. sino
también a la naturaleza específica de sus tareas, a sus procedimientos, vías y
formas de participación popular, fundamentos ideológico-espirituales, normas y
características organizacionales y de funcionamiento. Esta problemática no puede
ausentarse del lenguaje político estratégico ni sustituirse por consideraciones
sólo de carácter técnico-organizativo.

Por eso considero que resulta insostenible desde el punto de vista científico y
político-práctico pretender que el modo en que se organiza política y
estatalmente la incorporación de las masas populares a la “cosa pública” en los
inicios del proceso de tránsito al socialismo sea cualitativamente idéntico a como
requiere la dinámica social que se le organice en etapas ulteriores, cuando ya se
ha resuelto en principio la cuestión de quién vencerá a quién, al menos en los
marcos nacionales. Sin embargo, este asunto ha sido sistemáticamente y en lo
fundamental obviado en la literatura marxista dedicada al análisis de la
construcción socialista, sobre todo en los estudios de la relación vanguardia-
masa, vanguardia-clase, etc.

Las evidencias históricas de las experiencias socialistas reales, en particular las


cubanas, arrojan como resultado que la naturaleza de las tareas iniciales del
tránsito al socialismo, así como las características socioclasistas básicas de las
masas populares, el estado de su cultura espiritual y los rasgos personológicos
básicos dominantes en ellas, han requerido que en el origen del proceso, es
decir, en la creación de los fundamentos primigenios de un nuevo tipo de vida
pública y de su enlace con la vida privada, el involucramiento de las más amplias
masas en la “cosa pública” se organice de “arriba hacia abajo”, con el fin de
capacitarlas para resolver las tareas destructivas de los fundamentos del régimen
de explotación anterior y defensivas del poder revolucionario, frente a las
amenazas de la contrarrevolución interna y externa. Ello ha condicionado por
necesidad que la forma concreta de involucramiento se canaliza de forma
movilizativa, verticalista, centralizadamente.

Las instituciones políticas revolucionarias configuradas en Cuba en esta etapa


inicial –tengo en cuenta a la vanguardia política, al Estado revolucionario, a las
organizaciones socio-políticas--, han plasmado y consolidado en su estructura y
estilos de dirección esos rasgos esenciales, sin los cuales resultaría imposible que
la revolución fuera capaz de defenderse y de poner en manos del pueblo
trabajador los medios fundamentales de producción y de vida, así como el
acceso a la riqueza espiritual acumulada por la sociedad. Estos rasgos integrales
del régimen político revolucionario en su etapa primigenia pueden ser detectados
con toda precisión si se analizan detalladamente las diferentes formas de
democracia directa e indirecta históricamente constituidas, incluida la forma
institucional de organizarse la relación vanguardia—masa.

Los mencionados rasgos han sido también consecuentemente fijados por el


discurso ideológico de carácter político y ético que se ha configurado en esa
etapa histórica, ya que responden a las premisas básicas que condicionan la
actividad revolucionaria en esa época. Téngase en cuenta que la ideología
revolucionaria funge socialmente como premisa espiritual de la actividad práctica
revolucionaria y en sus inicios ella posee un carácter heroico trascendental
atendiendo al modo como relaciona los intereses individuales, colectivos
particulares y sociales generales; este modo de vincularlos supone la
construcción de la unidad de las masas revolucionarias, del pueblo trabajador,
sobre la base de la identidad de sus intereses frente al enemigo de clase interno
y externo. No hay cabida en ella para la diferencia, pues ésta se manifiesta
esencialmente como contrarrevolucionaria, antidemocrática y socavadora de las
premisas elementales del nuevo poder popular.

A medidas que avanza el ejercicio del poder político revolucionario de la


dictadura del proletariado se producen modificaciones radicales no sólo en la
redistribución de los ingresos, sino en la redistribución de las condiciones de la
producción, es decir, en todo el conjunto de las relaciones de producción, en las
relaciones dirigentes-dirigidos, en el ciclo socializador, en el sistema integral de la
producción espiritual, en la estructura de la personalidad, etc. Este es un proceso
que posee una estructura en el tiempo siempre específica y más o menos
dilatada, naturalmente. No pueden obviarse sus resultados acumulativos en la
constitución de los sujetos sociales así como sus consecuentes impactos sobre la
vida política de la sociedad en transición.

Entonces, puede concluirse que no existen fundamentos científicos ni políticos


para asumir una supuesta simetría en los fundamentos del modo de participación
popular a lo largo de la construcción socialista, como corrientemente se
presupone.

En un contexto internacional cambiante, la naturaleza y estructura socioclasista


misma de las masas populares, su composición generacional y las relaciones
intergeneracionales, la estructura personológica de los individuos, van sufriendo
cambios sumamente profundos que hacen modificar la propia naturaleza de los
sujetos populares que se involucran en la “cosa pública”.

Y lo que es más importante aun, el tipo de tareas que ha de enfrentar el poder


revolucionario constituido se va modificando paulatina pero inexorablemente. El
énfasis se pone cada vez más en tareas de tipo constructivo, incluso las tareas
destructivas y defensivas pasan a ser crecientemente un derivado de la
realización exitosa de las constructivas. Esto es un asunto medular.

Es en esas concretas circunstancias cuando comienzan los dilemas de


la participación popular. Por un lado, la orientación estratégica del proyecto
histórico revolucionario y las demandas prácticas del desarrollo ulterior de la
construcción socialista sobre fundamentos comunistas apuntan a la necesidad de
incorporar crecientemente a las masas populares a la actividad de dirección
estatal, política en general, en las nuevas condiciones creadas tanto interna
como externamente a la comunidad nacional; y por otro, sin embargo, las
estructuras políticas, los estilos de dirección configurados y las pautas ideológicas
establecidas con las que se han socializado por décadas a los individuos,
empujan sensiblemente a mantener la participación popular en los marcos
cualitativos iniciales, aun cuando cuantitativamente pueda crecer en
número.
Mientras el proceso no se hace traición a sí mismo, permanece ideológicamente
irrebatible que la construcción socialista es ante todo un proceso histórico de
superación integral de las desigualdades sociales, de desenajenación masiva y
personal efectiva, y no simplemente de desarrollo económico instrumental. Los
ejemplos de Europa del Este y la desaparecida URSS muestran que la no
observancia en la práctica de esta pauta de idealidad ha comprometido la suerte
histórica del socialismo por razones internas en la mayoría de las sociedades que
han pretendido construirlo.

En esas circunstancias el contenido que se abre paso rebasa la forma. Las


paradojas se hacen manifiestas y se expresan en múltiples
contradicciones y antinomias palpables sobre todo en la relación
psicología social-ideología durante la vida cotidiana. En la solución
progresiva diaria de estas contradicciones de desarrollo se encierra una de las
claves del devenir histórico de la sociedad socialista alternativa al capitalismo.

La necesidad de configurar paulatina pero indeclinablemente un nuevo modo de


participación popular (y de discurso) que sea apto, por una parte, para mantener
la capacidad movilizativa alcanzada por el antiguo a fin de proveer la defensa del
proceso y sus premisas económicas, sociales, políticas y espirituales básicas; y
por otra, para garantizar el involucramiento actual de masas y personas
raigalmente modificadas, a la “cosa pública”, en su especificidad constructiva
contemporánea, es un profundo reto al pensamiento científico, a la ideología
revolucionaria y a la práctica política consuetudinaria.

Desde el punto de vista político práctico se requiere en general la


implementación de un modo de participación que provea la construcción del
poder no sólo o fundamentalmente “desde arriba”, sino también “desde abajo”;
es decir, que descentralice la distribución de las cuotas de poder sin perder la
capacidad de concentrarlas para la toma de las decisiones estratégicas; además,
que conjugue la movilización centralista para las grandes tareas heroicas con la
descentralizada, que se encamina a la marcha cotidiana de la producción y de la
vida consuetudinaria. Todo ello ha de realizarse en un contexto internacional
donde predomina la hegemonía imperialista cada vez más agresiva, cosa que
limita sensiblemente la gama de opciones capaces de proporcionar el
perfeccionamiento necesario de forma legítima y conservando la gobernabilidad.

Lo dicho demanda, además, que se tomen en cuenta los nuevos rasgos


adquiridos por los distintos sujetos sociales colectivos susceptibles de
participación política. En cuanto a la persona, resulta clave tomar cuenta del
grado de individualización que gracias a la obra de la construcción socialista
alcanza, lo que implica colocarla normativa y organizativamente cada vez
más en la condición no sólo o tanto de receptor de las conquistas sociales, sino
que, sin perder esta condición existencial elemental, devenga cada vez más
sujeto portador de derechos y de responsabilidades. Este asunto es clave en el
proceso de articulación más armónica de los proyectos personales de vida y el
proyecto social revolucionario.

Desde el ámbito de la ideología esto requiere construir las conclusiones que


necesariamente se derivan del cambio objetivamente ocurrido en la correlación
de los intereses personales, colectivos particulares y sociales generales en la vida
de la sociedad revolucionaria. Si en los inicios los primeros se subordinan a los
últimos en el mismo orden, cada vez más deviene una condición de desarrollo
progresivo elemental de la sociedad que la realización de los últimos pase por la
consideración práctica e ideológica diferenciada de los primeros.

Ello supone entonces que la unidad del pueblo no pueda seguir construyéndose
asumiendo fundamentalmente la identidad de intereses de los trabajadores todos
frente al enemigo capitalista exterior e interior, sino que también se dé cabida a
la diferenciación de los intereses en la práctica constructiva para la construcción
de la unidad de acción.

De aquí se desprende que la ética que fundamenta la actividad masiva y


personal no pueda seguir siendo esencialmente la ética del heroísmo episódico o
trascendental, sino la del heroísmo cotidiano; cosa que nuevamente supone dar
el espacio necesario en el paradigma a la diferenciación de intereses y su
conceptualización definitiva. Sobre este asunto llamó la atención Ernesto
Guevara desde la década del 60.

Estas elaboraciones se han de llevar a cabo sin contar con un paradigma previo,
sino sólo con ideas estratégicas de principio, de ahí la importancia de defender a
fondo la coherencia y consecuencia revolucionarias y el carácter ininterrumpido
de la construcción socialista y comunista. Se necesita de un profundo y rico
pensamiento creador cada vez más masivo y capaz de elaborar no sólo una
crítica a la modernidad capitalista, sino una propuesta equitativa y viable de
desarrollo sostenible sobre la base de la emancipación y la dignificación humana
creciente en términos nacionales e internacionales. Esa es una de las
implicaciones más importantes de la actual Batalla de Ideas que se desarrolla en
Cuba, encaminada a la conquista, entre otros fines socialmente importantes, de
una cultura general integral.

i
Carlos Marx. Crítica al Programa de Gotha. Obras escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú,
1974, T-III, p. 22.

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