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- i!sidrocüa,..! ¡fú te enojas,..!

¡tú tc estris poniendo am¡¡rgo como


Una vez encerrado en la cárcel el campanero Isidro Champi, las puertas
zt ilel molle! -¡rpuso
Ia india con timide¿
no volvieron a abrirse para restituirle la libertad. .¡Yamm, Martina! tú has venido r martiriz.srme como el gur*no qr. *
§cpamos lo que paso con su mujer la tarde en que se dirigió a casa de su ¿én de las ovejas. Habla, o s¡ no, vete y déjame so¡o...Yo no sé por qué r

compadre Escobedo. en demanda de apoyo y consejos. decir,..¿qué le pagaste?

- ¿Con que esá preso mi compadre? -dijo Escobedo después de cruzados porque - Bueno, Isidro, Yo le he dldo e Du€strc compadrc lo que ha
los saludos y comunicada la noticia por la india. tú eres el encarcelado, porque yo soy tu patoma compañera, -tas
debo salvarte, su[que s€s r costr de mi vida No te enojes, tata, te tre-aaao
- Sí, cornpadrey, wiracocha. ¿Y qué hacemos, pues? Socórrenos tú -repuso dos c¡stañitas, la negra y ta afriiolada... enumeró lvl¡rtina acerqíndose mós
Ia mujer compungida.
acia su marido
- ¡Ajá! Pero a pedir favor no se viene así... con las manos limpias... y tú,
que tienes tantos ganados, ¿eh?.., ¿comadritay? - ¡Las cuatro vaquillas! -diio el indio cmpalmando las manos al cielo y
rndo un suspiro t¡n hondo que no slbemos si le quitaba un peso horrib[e
- Razón tienes, wiracocha compadre, pero salí de mi casa como venteada corazén o le dejaba uno en c¡mbio del otro.
por los brujos, y mañana, más tarde.,. no seré mal agradecida, como la tierra
sin agua... §i él quería que se le diese vacas, y spener, como quien arr¡aca la raíz de
gram¡§, Ie he arr¿ncado el sí por las vtquillas, poftlue una ts para el gotrer-
- Bueno, bueno, comadritay, eso ya es otra cosa; más para ir a hablar con , utra para el subprefecto, otra para el Juez y ta afrijolada para
el juez y el gobernador, debes decirme qué les ofrecemos...
- ¿Les llevaré una gallina? El indio, al escuchar la retacién, incliné ta cabez¿ mustio y silencioso, sin
- ¡Qué tonta! ¿Qué estás hablando? ¿Tú crees que por una gallina habían erse c decir nad¡ a M¡rtina, qulen despues de algunos momentos salía en
de despachar tanto papel? Mi compadre ya está en los expedientes por esas de sus hiios, eqiugando nuevas lágrimas y con et corazón repartido entre
bullas, donde murieron Yupanqui y los otros -dijo con malicia Escobedo. :el y la choza.
- ¡Jesús, compadritoy! ¿Qué es lo que dices? -preguntó ella estrujándose Entretanto, Escobcdo, qu€ encontró e Estéfano, le dijo:
las manos.
- Claro, eso es cierto, pero habiendo empeños, lo sacaremos. Dime, ¿cuán- - Compañero, asegurala,n..,
tas vacas tienes? Con unas cuatro creo que... - Ratan {ontestó Benites.
- ¿Con cuatrc yacas saldrá libre mi hidro? -preguntó toda confundida la mujer. - Y como rez¡ el refrin. Ya el indio Isidro aflojó cuatro vaquillonas.

;eando de un extremo a otro de su habitación, m¡entras que la india, sumida - Como lo oyes; vino la muJer lloriqueando y le dije que era grave la
ue la prisión er¡ por lls campanadas.
una noche de dudas y desolación, repasaba en su mente uno a uno los gana-
x, determinándolos por sus colores, edad y señales particulares, confundiendo
vlces los nombres de sus hijos con los de sus queridas terneras. - Me ofreció gnllinas; ¿qué te parecc la r¡tooa de Ia campanera?
- ¡Caray, cómo piensas, roñona! Parece que tú no quieres a tu márido - - ¿Pero aflojó vaquillas?
rumpióla Escobedo,
i ¡Dios me libre de no quererlo, compadritoy, a mi Isidro, con quien hemos
- Sí, pues; ahora ¿cómo nos partiremos?
do easijuntos, con quien hemos pasado tantos trabajos...! ¡ay.,.! pero.., - Le d¡remos una al subprefecto, mejor ir derecho al santo, y las tres
s -distribuyó Benites.
- Bueno, dejémonos de eso, yo tengo mucho que hacer -dijo Escobedo
- Bueno, ¿y el indio sale o no stle?
cis¡ndo el desenlace.
- Ahor¡ no conviene que salga; lo embromaremos uno6 dos L"s"s, y
l¡ sentencia hablanáq porquJ primero está el cuero q"" ü *á", íi¡l
r Benites.

- Eso es mucbs yerdsd, que uno eslá cntes que do+ ¿y el embargo?
- Ahora s'¡ ¿cómo no? Iueguecito me pongo a las diligencias, y mañanq - EI embargo que se notifique por fórmula y cotr esto socamos cu¡ndo
dentro de tres días, todo arreglado; mira que tengo que hablar primero menos otras-..
ese don Fernando Marín, que es el que sigue el pleito.
_ - Cuatro r¡q
Al oír el nombre de M¡rín un rayo de luz cruzó por las tinieblas de la todos te hacen su serretario -agregó Escobedo frolándose las maíás.
de la mujer del campanero, y se dijo:
- - ¿Y para qué estudi¡ uno en la escuelq del Rebcnque, sino para dictar
-¿Por qué no he acudido a él primero? ial vez mañana cuando cante el gl1nr. y ganar Ia vida, yser.hombre público y hombró aá respetof jt;"
gallo no será tarde. -Y salió diciendo ¡ Escobedo: -l{iracoch¿ cornpadritoy, énfasis sacando su pañuelo sin orl¿r y timpiáiace h boca.
anda, pues, sin c¡chaza, yo tengo que llevar los otrrigos para Isidro y le contaré
que tú vas a salvarnos; adiós. - ¿Cuándo hacen el embargo? -pregunté Escobedo.
- Ratón, c¡íste en la ratonera -díjose riendo Escobedo, y en seguida se - Podemm hacerlo dentro de dos días, y se me ocurre una idea, ¡qué
preparó para ir en busca de Estéfuno Benites, para comunicarte el negocio que canarios'..! Tú no vayas al embargo, cos¡r que ir ¡odio re hacemos ."""" quii,a,
había arreglado, de que partirían por mitad, dejando las cuatro vaquillas exen- q9r s€r su compadrg te has empenado en guardar loc ganadc, porque si es otro
tas del embargo decretado, pues aparecerían como propiedad de Escobedo o de el depositario se los llev¡.
Benites. - ¡Magnífico! Por eho¡a ,u z¡no te dicta como ribro -repuso Escobedo
riéndose y preguntando en seguida: -¿eué dirá don Hilarién?
Martina, la mujer de Isidro Champi, luego que satió de Ia cass de su - El viejo ni lee Io que pongo. A lodo dicr amén, comoque es soónno de
compadre Escobedo, después de sacrificar las cuatro cabezus de ganado vacuno
unte la avaricia del compadre, asustada con la noticia de que la prisión de su
murido era realmente por las canrpanadas de la asonada, fue corriendo a su - No seas deslenguado. ¿Y don Sebastián? -sdvirtió y preguntó Escobedo.
casa, tomó los ponchos de abrigo de Isidro y se dirigió a l¡ cárcel. Don §ebastiín diríafrancaml,nt , que así me parece bien, y nosotros de
.-
hecha-estrenamos ropa_y
El carcelero le dejó entrada litrre y cuando yio a su marido se echó a llor¿r cabalro para ta fiesta dár puebro -+eiuso riérraose
como una loca. carcajadas Estéfano Beniteg en cuyo cerebro quedaba combinado todo su
an para explotar I¡ inocenci¡ de Isidro Champi, c,n et apoyo del compadre
- ¡Isidro, Isidrochtl ¿dónde te veo?.., ¡ayl ¡ay! ¡tus manos y tas mías esLin ,^^L^J^ --padrino
r-:- ^ r,
de pila del hijo segundo del campanero.'
limpias de robo y de muertes.,.! ¡¿¡yl ¡ay...! -decía la pobre mujer.
- Mu{ bien, compañerazo, ! ahata que tenemos todo trazado a las claras,
_ . - - Paciencia, Maftica, guarda tus ligrimas y pide a ta Virgen {ontestó .la lengua pide un mojantito -opiné Escobedo.
Isidro procurando calmar a ta mujer que, secándose los ojos con eicanto de uno
de los ponchos, repuso: -.De ordenan?á, compadrito; oediremos un par de cop:¡s, a Ia pasada,
. e la quiquijaneña, o donde ls Rufa --conlesté Estéfano aceptando
- ¿Sabes?, Isidro, he ido a ver a nuestro compadre Escotredo y él dice que hlde¡ de
prontito te saca libre. l¡ falde del sombrero.
- ¿Eso ha dicho? : Cre¿: qüe q#É tcrrto estog ir.J1,n
- S[ y aun le he pagado, a)
b)
- iQué cosa le has pagado? Te habrú pedido plata, ¿no? c)
- - ¡No! si ha dicho que te han traído por las campanadas de esa noche de
las bullas de la cas¡ de don Fernando. ¡Jesúsl ¡y tantoi muertos que hubo..,! y d)
e-se wir¡¡cocha dice que tiene plata y nos perseguirá.,.
-diio la ináia santiguán- c)
dose al menttr a los muertos.
0
-Así diio t¿mbién dou Estéfano {ontesté Isidro, e insistiendo en Ia pri- s)
mera pregunta, pues horto cono+ín a los notables del luglr, dilo:
has pagado, pues, claro?
-¿y qué cme
que intervE#n ón lés"'lii

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